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Y QUIEN ES ESTE TIO!!!
Todos los caminos se empiezan con un paso. Y este primer paso mío no va a ser un diario de ruta
del Camino del que hay mil, alguno bastante b ueno, en la red. No, no quiero un cuaderno de
bitácora, que para eso ya tengo el que escribí a mano. Quiero que sea un batiburrillo de
situaciones ocurridas en cualquier sitio, en cualquier etapa.
Lo que cuento hoy comienza en Gonzar, el día 2 de noviembre de 2009. Salí de Ferreiros , llevaba
19 km caminando desde las 7:30 de la mañana, o sea que debían de ser sobre las 12 o 12:30 del
mediodía; estaba bastante cansado porque me había tocado bajar hasta Portomarín, y subir
luego a Toxibó, que no es moco de
pavo, había desayunado poco porque
en Ferreiros abren tarde el bareto y
desde mi primer camino decidí no
subir hasta el albergue de
Portomarín, por lo inútil de la
escalada. De manera que no había
café hasta aquí, junto al albergue de
Gonzar, en un bar cutrecillo pero con
buenos bocatas, (hay que pedir el de
francesa, espectacular). Tiene una
terracita cubierta y cerrada con
mamparas de cristal que protege lo
suficiente del aire frío. Hacía uno de
los pocos días de sol que disfruté este
año, el resto lluvia a cántaros, pero el
aire venía frío, muy frío. Así que
estaba deseando tomar el cafetito caliente con bocata de francesa.
Solté la correa de la cintura que sujeta la mochila, y aflojé los tirantes de las hombreras, de tal
forma que la mochila cayó con todo su peso sobre la silla de plástico, dando con ella en el suelo.
El ruido hizo que mirara hacia mí un viejecito que parecía hurgar en la cerradura del bar.
- va a tomar algo? me gritó.
- pues sí, querría un bocadillo de francesa y un cortado.
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- no puede ser, tengo que cerrar que te ngo que salir de viaje (traduzco del gallego que hablaba
el personaje). Le pongo el café pero el bocadillo no puede ser, que tengo que salir de viaje,
repitió.
- bueno, qué le vamos a hacer.
El viejo vuelve a abrir la puerta que ya había cerrado y me franq uea la
entrada. Me acerco a la barra junto a un peregrino que se estaba
comiendo un bocadillazo de francesa y un café. El dueño se apresura a
ponerme el café light, o sea, sin azúcar, y de eso nada, le pido dos
azucarillos, mínimo de calorías necesario, me los da refunfuñando y
nos dice que nos lo tomemos en la terraza, que se tiene que ir de viaje,
otra vez. Le pregunto por la taza y dice que la deje en una mesa de
fuera, que no se la va a llevar nadie. El otro peregrino le pide la cuenta
y dice que le cobre también mi café.
- Gracias, amigo.
- De nada hombre, solo es un café.
Y así hicimos, salimos a la terraza, los tres, el viejo cerró la puerta y allí nos quedamos los dos
peregrinos sentados al solete. Mientras, el vejete salía a todo correr, como si h ubiera visto los
cuernos del diablo, hacia la casa de enfrente, donde entró dando un sonoro portazo, me quedé
pensativo: Si el bar se cerraba con llave, ¿por dónde habría salido el peregrino cuando se
acabara el bocata?. Además no había pagado aún. En fin, cosas más raras se han visto, no le di
demasiada importancia, puede que se conocieran.
Después de romper el hielo con las típicas preguntas de peregrino, ¿de dónde vienes?, ¿hasta
dónde vas hoy?, me entero que es de A Coruña, que está en paro, y que se l lama Juan. Yo le
cuento que me llamo Juanjo, que muchos me llaman Juan, que, aunque nací en Madrid, soy de
Ferrol y que también estoy en paro.
Se calzó unas polainas impermeables
iguales que las mías, aunque no parecía que
fuera a llover. El me dijo que sí, que llovería,
que hiciera caso a un gallego que sabe
cuándo va a llover. Efectivamente no paró
de llover ya hasta Santiago. Yo por no
sacarlas de la mochila preferí arriesg arme,
total me voy a quedar en Eirexe y quedan
poco más de 2 Km. ¿Cómo 2 km? te quedan
10 y pico aún, me dijo. No puede ser, tengo
apuntados 22 km en esta etapa, si quedaran
10 serían 30 Km, no pensaba andar tanto.
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Además, cuando crees que estás acabando desmoraliza mucho descubrir que aún quedan dos
horas y pico, cansado, con frío y con unos nubarrones que asoman por encima de Melide que
meten miedo.
Se acabó su bocata y su café, se colgó la mochila y se marchó, deseándome buen camino, como
mandan los cánones. Yo me quedé un rato más calculando los Km, que, efectivamente, estaban
mal sumados. Así que me preparé, me puse el impermeable por si acaso, pero sin sacar las
polainas. y me puse en marcha, no sin antes ver al viejo en la ventana de la casa, sin abrir,
mirando a través del cristal, como esperando el momento de poder salir o, agu ardando a que
llegue el coche que le llevara a su famoso viaje que, tres cuartos de hora después, aún no había
empezado. Le había dado tiempo a hacerme tres francesas, cuatro cafés y un corderito al
horno, por lo menos.. .. .. Cuatro días después de aquello, debería estar pensando "mañana antes
de las 11:00 recoger la Compostela, para que me mencionen en la misa del Peregrino", "esta
noche en el Monte do Gozo", "ánimo ya no queda nada". Pero no, las noticias que recibía
constantemente desde mi llegada a Ribad iso d'abaixo, dos días antes, no eran nada
esperanzadoras. La situación era crítica y poco menos que se esperaba un desenlace fatal en
cualquier momento. Mi cabeza no venía conmigo. Mi pensamiento estaba allí, con Cristina, con su
juventud y, sobre todo, con sus padres, con su hermano, con lo que seguro estaban pasando, con
su rayito de esperanza. Deseaba estar con ellos, abrazarles, compartir con ellos aunque fuera solo
un rato. Estaban en un compás de espera, espera a que el director de orquesta baje la b atuta para
el compás final de la sinfonía o para que la suba para el inicio del siguiente movimiento. Y por
más que queramos otra cosa, somos simples espectadores, lo que diga la batuta no se puede
variar, ni se puede influir en que la suba o la baje. Solo queda esperar.
Y yo tenía que acabar el Camino, andaba mucho más deprisa de lo que mis 110 Kg me permitían,
por inercia. En lugar de llegar a los albergues por la tarde o a medio día, como era habitual,
llegaba a media mañana. Luego todo el día para lavar cuatro prenda s y volver a donde mi mente
me llevaba, a mi sala sinfónica imaginaria para, sin perder de vista la batuta, esperar. Ahora las
subidas rompepiernas no
estaban en el camino, bajo
mis pies, sino en mi
cabeza, sobre mis
hombros. Avanzo envuelto
en mis pensamientos, y
pendiente en todo
momento del móvil (por
primera vez, ya que no
suelo hacerle mucho
caso, acostumbra a ir
durmiendo en la mochila),
que viajaba conmigo en el
bolsillo de más rápido
acceso que tengo en el
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goretex. Lloviendo con fuerza, como pa jod er más. No cabe duda que el camino requiere un
esfuerzo físico poco habitual, que la lluvia complica mucho las cosas, muchísimo, y requiere
también un esfuerzo mental extra, de ánimo, de voluntad, de superación. Pero ahora todo junto es
más de lo que se puede pedir. Mis pies iban por libre, el agua me entraba hasta la cocina, y mi
cabeza no estaba conmigo ya. Así llegué a uno de los lugares que más me apasionan del camino,
cerca de San Paio, a diez minutos de pasar el monolito que nos recuerda el límite del territorio de
Santiago de Compostela, la senda se mete en un bosquecillo a la vez que baja hasta un regato de
aguas claras que manan y corren por un fondo de arcilla rojiza, dándole un aspecto anaranjado
digno de otro mundo.
Pese a que sabes que la carretera pasa cerca, por allí arriba, este rincón parece apartado de la
realidad. No se oye más que el rumor del agua corriendo, algún que otro trino y nada más. Los
verdes habituales en Galicia, desde el casi amarillo hasta el esmeralda puro, se mezclan con e l
naranja chillón de la poca tierra que deja ver el agua del regato, toda ella corriendo a escapar
por debajo de un puentecillo de un solo ojo. Es un riconcho realmente mágico.
Siempre me detengo aquí, y esta
vez no va a ser menos, además me
duele la espalda y soltar la mochila
es casi un regalo que me hago
pocas veces. Hay un poyete donde
acaba el barandal de piedra del
puente, que parece tallado
expresamente para culitos como el
mío; me pone en la posición
perfecta para contemplar todo el
espectáculo de color que me deja
delante, para oír el agua
interrumpir el zumbido que provoca
el silencio. Sí, el silencio zumba, y
si eres capaz de oír el zumbido,
todavía zumba más.
Pero no paraba de llover, algo
menos fuerte, aunque persistente. Tenía el pantalón mojado de antes, pero al sentarme
en el poyete terminé de empaparme. Encendí un merecido cigarrito y me dispuse a disfrutar
un rato de mi rincón. Había pasado cerca de una hora, cuando vi acercarse por mi izquierda, por
el camino, un peregrino, con su capa impermeable a los cuatro vientos, y tan empapado como yo.
No distinguía su rostro, pero si vi unas polainas igual que las mías.
-¡No me lo puedo creer! ¡Juan!, pero ¿cómo es posible?
-Ya ves, ferrolano, tuve que hacer unas cosas en Coruña, cosas del paro, ya sabes, y he perdido un
día, pero ¿y tú?
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-Aquí, en mi lugar favorito. Viendo el río colorado.
-Sí que es un lugar bonito, pero, ¿no te mojas?.
-Seamos prácticos Juan, que parte de tu cuerpo tienes todavía seca?
-Ahí tienes razón, eso es resignación.
Sin más palabras, de repente tiende su mano
hacia mí, yo se la estrecho fuertemente y a
mano llena, como hacen los confiados y
generosos, él responde con el mismo
movimiento, y dice "Ha sido un placer para
mi haberte conocido, amigo". ¡Y se fue!. Nada
más, ni una palabra, se giró y partió. Sin salir
de mi asombro, le dije:
-Buen Camino Amigo.
Giró levemente la cabeza, hizo una mueca de
media sonrisa sin apenas mover su bigote
negro, levantó su bordón hasta la altura de la
rodilla y no dijo nada. Se fue. No le perdí de vista mientras subía la cuesta, con paso lento pero
acompasado, golpeando la senda con su bordón cada cuatro pasos, con el movimiento automático
que solo sabe hacer un peregrino de reserva, añejo, experimentado.
Recogí mi botella de agua, la cámara de fotos, la Mochila el sombrero y el bordón, y salí detrás
de él. No tardé más de dos minutos en subir la cuesta. Cuando llegué arriba, tenía delante de mi
diez minutos de camino solitario, despejado y húmedo, y Juan no
estaba a la vista. ¿habrá cogido un coche?, ¿o un bus?, andando
imposible, le tendría que ver... Ahora solo deseaba secarme y
tomar algo en San Paio.
El asunto me sacó de mis pensamientos durante un rato, pero
pronto volvieron a pesar más que la mochila, más que el agua y
más que el Camino...
Ya había pasado el aeropuerto, había subido hasta la carretera y
quedaba muy poco para San Patio, donde pensaba desayunar en
condiciones, aunque me saliera un poco del escaso presupuesto
que me había fijado. La lluvia parecía que se estaba ensañand o
con los pocos peregrinos que teníamos el valor de caminar en
estas condiciones, cada gota que rodaba por mi cara me decía;
"qué pesabas, que esto es fácil, no?, pues toma agua, toma frío,
puede que llegues, pero te va a costar, ríndete, coge una
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habitación en el hotel, descansa y vuelve al aeropuerto y vete a casa, no merece la pena el
esfuerzo...". Claro, y como rodaban miles de gotas, no callaba una cuando hablaba la otra. Un
murmullo capaz de acabar con la voluntad del más tenaz." Pues NO, no te rindas ..." decían las
gotas del sudor que caían en cascada por mi frente: " ... has llegado hasta aquí, qué son 8 ó 10
km, mañana llegas, eres fuerte, todavía tienes energía, cuando desayunes y descanses un rato, te
comes la etapa de hoy". A la lluvia le salieron aliados, el dolor de mi tobillo izquierdo, la ampolla
del derecho, el peso de la mochila, el cuerpo completamente empapado, las manos arrugadas por
el agua (rechumías, que dicen en Andalucía) el cansancio derrotador de tantos kilómetros, tantas
subidas empinadas, tantas bajadas suicidas, piedras, saltos, agua, barro...
Y llegó mi cabeza y dijo, ¡¡basta!!.. Callaos todas. No puedes ni pensar en volver a casa, no sin
antes ir a la catedral, hablar con tu amigo Santiago, poner tu sombrero empapado en su cab eza y
decirle lo que le tienes que decir, hablarás por tú, hablarás por Cristina, por Suso, Bea, hablarás
por Dani, sus abuelos y no te olvidarás de José el portugués y su mujer murciana, ni de la doctora
de Sahagún, ni de todos aquellos
que tendrás en mente cuando te
pongas delante del apóstol y
contemples su sonrisa socarrona,
que tantas veces te ha dado
calma y paz. Has de ir a
recordarle a Santiago el Mayor
su compromiso contigo. Y si para
eso tienes que pillar una
pulmonía, pues píllala, si te
tienes que agotar, pues agótate,
si te tienes que sacrificar pues
sacrifícate. Piensa que quien te
acompaña no va a dejar que
sobrepases el límite...
Ya estaba calentito en la barra
del bar de San Patio, ya me quité
la mochila en la escalera de entrada, ya comprob é que estaba completamente empapado,
no sólo por la lluvia sino por el sudor que aún salía a borbotones por todas partes. Ya me pedí un
café grande y un pincho de tortilla delicioso, con una ensalada de tomate que te ponen sin
preguntar. Un manjar. Ya me podía poner a contemplar a la gente que estaba en el local, casi
todos extranjeros. Me tocaba relajarme sentado en la barra, ordenar lo pasado y organizar el día
de mañana. Tengo que hablar con Olga para que me cuente las últimas noticias, y quedar con ella
en la estación de autobuses, averiguar a qué hora llega el bus de Madrid, etc. Me gustaría dormir
en el Monte do Gozo, pero si el bus llega demasiado pronto, dormiré en Santiago, que desde el
Monxoi hay algo más de una hora de camino y tampoco es plan de no dormir.
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Había en una mesa cuatro alemanas muy escandalosas que me miraban y reían, ¿no será alguna
de ellas la del bastoncito de Astorga?, no, son demasiado jóvenes. Dos italianos bebiendo cerveza
a litros. Un señor mayor con pinta de británico, leyend o un libro enorme y fumando en pipa. Tres
españoles hablando de trabajo, que si su empresa, que si los despidos... que malgusto. La
camarera y nadie más. Nadie más, juro por la roulotte de la barby que no le vi.
-Don Juan, don Juan. Te preocupa algo verdad? la voz venía de mi espalda. Sentado en la barra y
mirando fijamente su vaso estaba Juan, como puesto ahí por un truco de magia.
-Hombre don Juan, tú por aquí, te hacía en Santiago ya.
-No hombre no, si hace media hora que nos hemos visto, aún queda un bu en trecho. Te veo muy
pensativo.
-Pues sí, hay alguna cosa que me da vueltas en la cabeza.
-Bueno, hombre. Y ¿vas bien?
No sé a qué se refería, bien de cansancio? bien de salud? bien de ánimo? bien de qué?
-Dentro de lo que cabe. Imagínate. Tengo una sobr ina de 19 años que sufrió un derrame cerebral
y está en coma en Coruña.
No dejaba de mirar su vaso, como atrapado por el poco líquido que le quedaba, mientras lo
giraba lentamente, como queriendo mojar todo el cristal por dentro sin dejar de rozar la piedra de
la barra.
De pronto, se puso en pié, sacó la cartera y pidió la cuenta. Cóbrame lo de mi amigo también.
-De eso nada, compañero, en Gonzar pagaste tú, ahora me toca a mi.
-Juaaaaan. Tranquilo, déjame pagar a mí por favor.
-Pero ahora me gustaría invitarte.
-Gracias. Hay que saber recibir, Juan. Es importante saber dar, pero también saber recibir. Si
pides algo y se te da, debes de saber recibirlo, y si no se te da , también.
Sabio consejo, pero este tío será filósofo?. Es uno de los peregrinos más raro s que me he
encontrado. Ahora que lo pienso, tiene pinta de curilla, será cura?, ah no, que está en paro. Los
curas no tienen paro, creo.
Espera un momento, dijo, y se fue a la calle. Volvió al cabo de unos minutos con algo envuelto en
un paño de tela blanca, por supuesto empapado de agua.
-Me permites hacerte un regalo?.
-Bien, tú dirás
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Sacó del paño un cuaderno y un bolígrafo. Bueno, lo que en su día fue un cuaderno, ahora un
amasijo de papeles sucios y mojados, unidos por un espiral aplastado. Arran có una hoja y me la
dio con el boli, sin mirarme siquiera dijo:
-Te he visto muy afligido y mi presente te ayudará. Pensaba acabar mi camino en Santiago, luego
decidí ir hasta Finisterre y Muxía. Si quieres escribe un deseo en este papel, dóblalo y no ponga s
tu nombre. Yo no lo voy a leer, no lo va a leer nadie, lo llevaré hasta el fin del mundo. Mientras
hablaba, desenvolvía algo más del paño.
-Coge una, la que quieras y consérvala. Más adelante, regálasela a alguien de tus conocidos, al
que menos te importe.
Había abierto totalmente el paño y aparecían, como un muestrario de relojero, un montón de
plumas de todos los tamaños, no sabía distinguir, de gaviota, paloma, lechuza, no lo sé. Cogí la
más pequeña. Estaban secas y estiradas, como acabadas de sacar de l ala de sabe Dios qué ave.
-Pídele que escriba en un papel su deseo y llévalo al fin del mundo, regálale la pluma, y
estrechando su mano dile: Ha sido un placer para mi haberte conocido, amigo. Nada más. Y tu
deseo se verá cumplido.
-Al que menos me importe? Pregunté como queriendo saber por qué al que menos y no al que más.
-Sí.
No me explicó nada más; se apartó de la barra como para darme intimidad. A mí me daba igual
porque si lo quisiera leer, lo podría hacer más tarde. Tenía que escribir un deseo, ¿y si se
cumple? Hay que elegir bien. Este tío es muy raro. Será el genio de Ala dín?. O será un friky de
esos esotéricos. No pierdo nada, escribo el deseo o le mando al Tibet de un puntapié. Me estará
tomando el pelo?. Ostrás, ahora que me acuerdo, estrechó mi mano en el rinconcho y me dijo
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exactamente: "Ha sido un placer para mi haberte conocido, amigo". Entonces yo soy su conocido
menos importante que recibe la pluma para cumplir su deseo. Pero tenía veinte o más plumas, y
no iba a ir a Muxía ni a Finisterre, acababa en Santiago..
Cogí el boli y pensé durante dos segundos, no el contenido, que lo tenía claro, sino si escribía con
mayúsculas o con minúsculas, tendría que ser legible?, pero me ha dicho que no lo va a leer
nadie, así que dará igual. No había terminado de pensar qué escribir cuando ya lo estaba
escribiendo.
Sé que Cristina no va a salir de la cama en la que está, se irá pronto o se irá tarde, pero se irá.
Nadie puede hacer nada por ella. Pero lo que nadie puede imaginar es lo que van a sufrir Suso,
Bea y Dani. Me he puesto en su lugar, en el lugar de un padre que pierde a su hijo. Debería estar
prohibido sobrevivir a los hijos. He pasado cerca de ese barranco y he sentido el vértigo de estar
cerca del borde. Pero esta familia ya ve el vacío, no quieren mirar porque aún les queda ese
rayito de esperanza, pero tarde o temprano verán ese vacío que va a dejar Criss. Un vacío para
todos, padres, abuelos, amigos. Sólo me puedo poner en el lugar de Suso, soy padre como él.
Tiene que permanecer al frente de su familia, con su mujer, con la ayuda de su hijo, sí, pero
dentro de él está la tragedia más grande que le puede pasar a un padre. Estoy deseando
abrazarle, animarle, apoyarle. Mañana. Servirá o no, pero estaré ahí con ellos unas horas, unos
días.
Después, cuando terminé de escribir, doblé dos veces el papel, y sin poner mi n ombre se lo di a
Juan. El lo puso entre sus manos, lo golpeó suavemente como si aplaudiera y dijo: "voy a tener
que ir al fin del mundo en autobús, esto corre prisa". Pero ¿que sabrá éste bicho lo que he
escrito?.¿Cómo sabe si hay prisa? no tiene ni idea de lo que puse, nadie lo puede ni imaginar,
pero sí, efectivamente corre prisa, cuanto más tarde peor.
Guardó el papel en la última página del cuaderno, junto a la pasta de cartón mojado, al ponerla
vi que tenía ocho o diez papelitos doblados, mojados, suc ios, sin nombre...
Seguía lloviendo mientras me calzaba la mochila en la espalda, a cobijo en el porche del bar.
Mientras subía la dura cuesta del monxoi, escampó lo suficiente como para notar que una gota de
agua caliente rodaba por mi mejilla. Fue a caer al centro de mi pecho, y allí quedó hasta que días
después se la llevó Criss a compartirla con mi padre, que no pudo verme llorar porque no estaba
con él cuando se fue.
Hoy, cuando escribo esto, aún conservo la pluma, guardada junto a mi credencial. No se la he
entregado a nadie, todos me importan lo suficiente como para no encontrar a nadie menos
importante. Sin embargo mi deseo se va cumpliendo, día a día, cada vez un poco más, y cada vez
que hablo con ellos me doy cuenta de ello. Creo que ahí está el t ruco. Sé que mientras tenga la
pluma conmigo mi deseo seguirá vivo y cumpliéndose día a día, mes a mes, toda una vida. Nunca
se la entregaré a nadie.
Pero aún ahora cada vez que me acuerdo de Juan me pregunto : Y QUIEN ES ESTE TIO??
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. . . Pensaba yo que la subidita al monxoi, que te deja a la altura de San Marcos, me iba a costar.
Pero no fue tanto como recordaba de otras veces. O quizás sería porque deseaba acabar, y el final
estaba cerca. En cualquier caso, todos los dolores de los mú sculos conocidos y desconocidos de
mis piernas, la ampolla del pie derecho , la tendinitis del talón izquierdo, el viento, la lluvia, y el
frío, todos ellos fueron incapaces de pararme, así que una cuesta, por muy empinada que fuera,
no podría conmigo. Sobre todo porque me empujaba un anhelo especial, me empujaban
mis pensamientos, mis ganas de llegar a Coruña, donde se tocaba la sinfonía que ni un solo
momento dejaba de sonar en mi cabeza. No bajes la batuta, maestro.
No llovía apenas ya, el viento cesó de repente, se hizo un silencio que me hizo parar, en mitad de
la carretera, sólo oía mi respiración, mejor dicho, mi jadeo y un golpeteo rítmico en las sienes
que no podía ser otra cosa que la sangre subiendo a presión. El silencio, otra vez el zumbido
sordo del silencio.
Por un momento temí que fuera a aparecer Juan en cualquier momento, y digo temí porque el
personaje casi me daba ya un poco de repelús. Pero no fue así. Es más no le volví a ver más. Fue
como una aparición, como alguien con una misión que ya había cumplido, los encuentros con él y
su ofrecimiento no pueden ser casuales. Pero quién y por qué se había tomado la molestia de
esperarme, de seguirme, de darme una pluma y de ir por mí al fin del mundo, de ofrecerme un
regalo, un deseo que, no sé si él lo sabrá, no está en su mano cumplir. Sería un enviado?, un
ángel?, o una meiga disfrazada?. A lo mejor es
una persona normal, un benefactor, gente de
bien que espera ayudar a los demás ofreciendo
esperanza en forma de deseo, aunque sepa que es
difícil que se cumpla. Lo cierto es que no
pensaba hacerlo solo conmigo, puesto que
llevaba un montón de plumas; un montón de
papelitos doblados en su cuaderno, por lo que
tampoco fui el primero.
No quiero descartar la idea de que alguien le
envió a cumplir un objetivo, y conceder de
verdad ese deseo que te sale sobre la marcha del
subconsciente, de repente, al sorprenderte con el
ofrecimiento te sale sincero, de dentro. ¿Por qué
no?. Al recordar lo que pediste, te hace ver la
clase de persona que eres, si pediste fortuna, si pediste salud, si pediste felicidad, o si lo pediste
para ti o para otro, si pediste mucho o poco. Puede que no te guste descubrir que eres un egoísta,
un aprovechado, un avaricioso; lo que veas puede cambiar tu concepto de ti mismo y quizá tengas
que esperar al próximo enviado para corregir, y sentirte bien por dentro. Lo que yo pedí sólo lo
sabré yo, y sólo yo sé si se cumple o no, y para eso ha de pasar tiempo, y cuando el tiempo ponga
las cosas en su sitio, sabré si mi deseo se ha cumplido.
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Recuperado el aliento seguí subiendo, atravesé la localidad de San Marcos y enfilé el tramo que
me dejaba en la ermita del santo que le da nombre, justo antes de entrar en el Monte do Gozo; a
la vista está ya el monumento que conmemora la visita del p apa Juan Pablo II.
Entré en la capillita y volví a oír el zumbido del silencio, y es que todo estaba solitario, ni un
peregrino, nadie en la calle, ni siquiera estaba el tío del quiosco, aunque estaba abierto; así que
me colgué la mochila de nuevo y recorrí el último tramo embarrado del camino, hasta bajar las
escaleras que me dejaron en la recepción del último albergue, la última noche, el último sello en
la credencial antes de la
Compostela. Mi camino estaba
llegando a su fin.
Mañana he quedado temprano
con mi Olga en la estación de
autobuses, el bus de Madrid
llega pronto y no se suele
retrasar. Estos últimos días han
sido duros, sobre todo por no
poder compartirlos con nadie
que no estuviera al otro lado del
auricular. Ahora llegaba ella y
su simple presencia me conforta,
y hablar del tema nos ayudará,
aunque después de 33 años
juntos nos dice más una mirada
o un gesto que todas
las palabras que podamos decir. Pensamos recoger la Compostela, ir a la misa del peregrino y
hacer las visitas obligadas a la ciudad. Sobre todo a mi amigo Santiago, el socarrón. Hemos
quedado con mi hermana Rosalía el
domingo por la mañana para ir por fin al
hospital donde duerme Criss y no duermen
los que la quieren..
. . . Era temprano cuando fichaba en la
recepción del albergue del monte do gozo,
está en el primero de los barracones, de
muy triste aspecto exterior, aunque bien
dotados en todos los sentidos; baños,
duchas, cocina, comedor, lavandería, etc.
Eso sí, la lavandería está abajo. Y abajo
significa bajar un montón de escalones, un
montón son muchos, luego hay que subir si
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tienes la mala suerte de que te toca en el primer barracón, como fue mi caso. Eramos tan pocos
peregrinos que apenas lo llenábamos.
Están estructurados en camaretas de ocho plazas, cuatro literas. La hospitalera iba acomodando
a la gente de cuatro en cuatro, para dormir más desahogados ya que sobraba sitio. Pero he aquí
que tomando posesión de una cama baja se presentan en mi camareta siete jóvenes, todas mujeres.
Camareta llena, y las demás vacías, pero qué le he hecho yo a la hospitalera?. Las chicas estaban
de muy buen ver, no más de 22 ó 23 años, italianas, alemanas y españolas, todas en perfecto
castellano, con su acentillo extranjero pero muy entendibles. Lo malo es que tenían poco más o
menos la edad de mi hijo, así que me miraron como si yo fuera su aguafiestas, el abuelo que le iba
a fastidiar la fiesta de despedida del camino. Cuando le pregunté sonriendo a la hospitalera que
qué le había hecho yo, estaba el vigilante jurado, que aquí lo hay, y me miro como diciendo ¿y tú
de qué te quejas?. Me dijo que se había equivocado, que perdonara, que venían juntas las chicas y
pensó que no había nadie, que me daba otra cama, para mí solo, etc, etc ... Le dije que no, que si
a ellas no les molestaba yo, ellas a mí tampoco.
Las italianas de Florencia, les comenté que había trabajado en la región del Véneto, en Venecia,
lo que sirvió iniciar una corta conversación, con ellas y con las españolas, tinerfeñas. Las tres
alemanas ni abrieron la boca, bueno, al menos no en español. Demostraron la escasa cortesía de
hablar en alemán, muy común cuando se juntan dos o más. Una de las italianas había trabajado
en Valencia varios años, pero no me pude enterar en qué porque entró en la habitación un tal
Carlos, con su mochila en un carro de la compra, bien atada a un par de palos, un invento genial
que tendré que estudiar para futuras
ocasiones. Carlos conocía a la italiana
de etapas anteriores y comenzaron su
charla particular, lo que me permitió
escaquearme para lavar y secar toda la
ropa. Así que me di una estupenda
ducha de agua muuy caliente, me puse
lo único que tenía limpio y seco y metí
todo lo demás en una bolsa de plástico,
destino a la lavandería, monte abajo.
Me hacían falta monedas porque las
máquinas no daban cambio, así que
crucé al restaurante de enfrente a
cambiar, pero no tenían ¿?. Una
visitante se ofreció a darme las
monedas, después de apiadarse de mí al
verme en sandalias, semidescalzo, en pantalón corto, camiseta de verano, con el frío que hacía,
los pies mojados, y lloviendo insistentemente. Debía de ser un show verme andar así bajo la
lluvia, lo malo es que no podía decir aquello de "ande yo caliente y ríase la gente", porque
caliéntelo, que se dice caliente, no podía estar con aquella pinta. El tiempo estimado para el
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lavado era de una hora, luego había que cambiar de máquina para el secado, otra hora, o sea, dos
horas.
La primera me la pasé paseando bajo el orballo, el llamado calabobos no preguntéis por qué.
Luego, mientras secaba la colada, apareció Carlos. Enseguida charlábamos abundantemente, era
un tío muy sociable y comunicativo. Estaba trabajando en una co nstructora, era encargado de
obra, con amplios conocimientos de topografía, o mejo r dicho, de mediciones topográficas. Esto
fue lo que nos abrió la charla pues le comenté que estaba marcando el camino en googlemaps con
mi gps. lo que le interesó especialmente ya que colaboraba en una conocida página web sobre el
camino y podría ser interesante publicar su trazado y perfil. Cito este personaje porque fue mi
acompañante durante toda la noche de insomnio que siguió a la cena. Que estuviera la habitación
llena de mujeres en pijama, daba igual. El es un enamorado de su trabajo y me fue muy fácil
hacerle hablar y hablar durante horas, sobre todo cuando se enteró cual era mi profesión y qué
obras había hecho.
En realidad buscaba alguien con quien compartir el tiempo hasta que el sueño me venciera. No
quería dejar rienda suelta a mis pensamien tos, no quería que se desbocaran volando hacia aquella
sala sinfónica, ni quería que zumbido alguno llenara mis tímpanos. Sin embargo, no pude evitar
que la conversación derivara hacia los derroteros que en realidad llenaban el ambiente. Pronto
Carlos se dio cuenta que algo raro pasaba, es un tío inteligente, aunque se equivocó al principio.
Dedujo que me encontraba algo depre por el tema del paro, "es normal que estés jodido", me
dijo, "lo peor que le podía pasar a un padre es no poder dar de comer a sus hijos".
-No amigo mío, eso no es lo peor. Que me dices de perder a ese hijo. Eso es lo peor. Si te
quedas sin trabajo, lo buscas, el tío más ocupado del mundo debe ser aquel que está en paro,
ocupado en buscar un empleo, que haberlo haylo. Ya vendrán tiempos mejores. Pero puedes
luchar, pelear por ese hijo. ¿Qué es de ti si lo que pierdes es ese hijo?. ¿Por qué luchas ya? ¿con
qué llegarías a conformarte ahora?, no hay consuelo, no hay nada que reduzca tu desesperación.
Eso es lo peor que le puede pasar a un padre.
Dicho esto, Carlos se me quedó mirando unos instantes, luego apartó la vista hacia
su mano, donde tenía el mechero, lo encendió y dio dos o tres bocanadas seguidas a un cigarrillo
de los pocos que le quedaban. Me ofreció uno que acepté porque me había fumado el último de mi
paquete hacía ya rato. Me ofreció fuego y volvió a guardar el mechero sin decir absolutamente
nada. El zumbido era descomunal, ni un ladrido, ni la lluvia, ni el viento eran capaces de romper
el silencio. Fumábamos el uno frente al otro, mirándonos a los ojos, pero sin vernos mutuamente,
las miradas nos traspasaban como si fuéramos de cristal, se paraban en el resplandor de las
luces de Santiago sobre las nubes que, ahora mismo, estaban secas. Como seco estaba Carlos,
comenzó a hablar en tono de excusa "perdona tío, ¿has perdido un hijo?, no sabía...".
Otra vez silencio, breve, muy breve. El se in clinaba hacia delante como queriendo acercar el oído
a la respuesta que esperaba recibir.
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Afortunadamente no, le dije, yo, no. Unos primos míos, su hija Cristina entró en coma hace unos
días, el día 4 concretamente, por un derrame cerebral. Completamente fortuito, no hubo ningún
accidente ni nada que se lo provocara, dicen los médicos que es congénito. La han operado con
cierto éxito, dijo el cirujano que tiene el cerebro muy mal, de lo peor que ha visto. Ya sabes,
presión intracraneal, respiración asistida etc. Los padres deben de mantener la esperanza, de
hecho los médicos no la han desahuciado, pero yo no tengo ninguna. No se lo puedo decir, pero
creo que lo mejor que le puede pasar es que se vaya así, sin sufrir, dormida, y que no dure la
situación tanto que los padres sufran más de lo que puedan soportar. 19 años, ¿te lo puedes
creer? 19 años solamente, joven, guapa, lista . A mi me parece imposible....
El bus llegaba a las 9:00 H así que había puesto el despertador a las siete para que en una horita
me diera tiempo a recorrer los últimos kilómetros y encontrar la estación, que no sé dónde está,
aunque la he visto cinco o seis veces en el planito de Santiago.
No debe de llevarme más de diez minutos desvia rme del camino y llegar hasta allí. Cuando sonó el
móvil hacía poco que me había acostado. Mantuvimos la charla Carlos y yo hasta hace un rato,
así que estoy molido.
Para no despertar a nadie, saco todas mis cosas al pasillo. Parece ser que la mitad de la s chicas
se cambiaron de camareta, supongo que por el cartel que pongo al acostarme: "atención, aquí se
ronca", no es la primera vez. Ya en Astorga una alemana entradita en años se pasó toda la noche
dándome bastonazos en el culo con el bordón cada vez que empezaba la serenata, profiriendo toda
clase de improperios en alemán (haar ronkauntipen howronkaesteinch estrujengorxa kallahodar,
hombre ya!!!), hasta que alguien le dijo que se pusiera tapones, que en todas las guías del camino
se recomiendan, que dejara de protestar. No se los puso, se fue a dormir a la cocina y nunca más
se supo.
Tardé poco en vestirme y guardar las cosas porque las había dejado preparadas antes de
acostarme, desayuné un café y un bollo que saqué de las máquinas automáticas que hay m onte
abajo. Y me puse en camino. Para no variar, llovía en Santiago, me encanta Santiago cuando
llueve. No sé realmente cuánto tardé en llegar, pero fue bastante poco. Poca gente por la calle, y
algún que otro coche de quien empezaba la jornada del sábado. La estación estaba tan cerca como
parecía en el plano así que me planté allí como media hora antes de que llegara el bus. Salí a
buscar un bar donde se pudiera fumar porque supuse que en la estación estaría prohibido. Hacen
bien, que el tabaco es malo. Un cortadito y a la estación, que está a punto de llegar Olga.
Con el despiste habitual que me caracteriza, llegué un par de minutos después que el bus, y
cuando me llamó Olga al móvil estaba bajando al andén por una escalera mientras ella había
subido por la otra. Yo en mi sitio, así que fue ella la que me esperó a mí y no yo a ella como
estaba previsto.
Sólo habían pasado diez minutos y estábamos desayunando (otra vez) en el bar de la estación.
Después de contarnos las pocas cosas que aún no nos habíamos contado, inevitablemente
comentamos la situación de A Coruña. Le dije que ya había quedado con mi hermana mañana por
la mañana, así que teníamos todo el día de hoy para terminar el Camino. A cada paso que
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dábamos, Olga me preguntaba cual era mi opinión sob re el tema de Cristina, por qué le podía
haber pasado eso, si fuera posible salir del coma, etc. Yo tenía una opinión clara que me había
formado en los ratos de caminata, y de descanso. Hablando con Rosalía, que fue quien nos
mantuvo informados con regularidad, me comentaba lo que ella había entendido de los partes
médicos diarios. Me quedé con las cosas clave. Habló de "coma irreversible”, “derrame
cerebral", "infarto cerebral”, “otro derrame cerebral”, “presión intracraneal alta”, “la
operación ha salido bien", "un cerebro de lo peor que he visto en todos mis años de
neurocirujano”, “muy malita", "respiración asistida". Tras horas compartiendo información que
por distintas fuentes nos había llegado, dije a Olga en voz alta por primera vez lo que venía
pensando desde hacía días: Cristina ya no está.
Siempre fue un acontecimiento para mí recoger la Compostela, siempre fui acompañado de quien
hizo el camino conmigo, siempre fue un momento mágico. Hoy vengo acompañado por Olga, he
terminado un camino que me ha costado cinco meses acabar, me han frenado una enfermedad
pasajera, la pérdida de un ser querido, y ahora, al final, la tragedia de Cris. Parecía que no me
estaba permitido llegar. Vine, vi y vencí, pero el mágico momento se difumina con otros
sentimientos más poderosos.
Gastamos el día en recoger la Compostela, comprar alguna cosilla que nos recuerde este Camino,
como si hiciera falta algo para recordarlo. Entramos en la catedral una hora antes de la misa.
Nos sentamos en uno de los brazos (transepto), e l de la puerta de
Praterías, a un par columnas del bordón que supuestamente usó el
Apóstol en su predicación por estas tierras. Tuvimos suerte y
alguien pagó por sacar el botafumeiro, para disfrute de todos los
que llegamos hoy a la catedral.
No soy especialmente devoto, ni asiduo practicante, pero sí creo en
Dios y le hablo sobre todo porque me ayuda a ordenar mis
pensamientos. No suelo quejarme de lo que El me da o me quita,
porque ni siquiera sé si El pone o da. Nosotros ponemos o quitamos
a nuestro antojo a nosotros mismos o a los demás. Y quejarse no
sirve de nada. Con qué cara voy yo a quejarme de un dolor de
cabeza a quien tuvo una corona de espinas clavada en su frente.
Pero hoy me he tenido que quejar. Hablé con Dios. Le pedí
explicaciones sin esperanza alguna de obtener respuesta pero con la
seguridad de que El orientaría mi razón y encontraría un por qué.
Nada. No creo que supiera entender lo que me dijera. ¿Cómo le
explicas a tu hijo diabético que a él no le das el caramelo que le
acabas de regalar a su hermano?. Aunque Dios me quisiera
explicar, yo no sabría entender. Pero no puedo evitar la rebelión
que supone presenciar una injusticia como la que estamos viviendo.
Por qué?. Es una chica estupenda, trabajadora, alegre, amiga, cariñosa como ella sola. Por qué
no te llevas al hijoputa del violador o al asesino o a quien solo vive para hacer el mal, al que
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inició una guerra o al terrorista que masacra sin remordimiento alguno. Y por qué no te los llevas
antes de que ejecuten su mal. Eso sería producente, eso sería justo no?. y por qué a ella?. qué mal
pudo hacer?.
Estuve en blanco un rato, sin pensar, sin hablar con la mente, sin esperar respuesta. No podía ver
bien a Santiago, aunque sabía que estaba allí. El hecho de que no le veas no quiere decir que no
esté. Y el hecho de que no le oigas no quiere decir que no te hable.
Comencé a pensar, a discurrir, a dejar que las palabras salieran de mi interior hacia mi interior,
quise pensar que Santiago pulsaba las letras del teclado, al dictado de Dios, para leer yo en mi
cabeza lo que decían, ¿y si la gente no se va de este mundo por castigo divino?. ¿Y si marcharse
es un regalo para el que se va?. Para eso haría falta creer firmemente en el cielo o el infierno, en
la vida después de la vida, y en eso creo, el Camino no se puede acabar en la tumba, hay más
etapas detrás; y pronto Cris terminará su etapa en la tierra, que no su Camino, que continuará
después de la vida.
Continuará en esa otra etapa donde la flecha amarilla marcará la ruta del Fin último, que no es
otro que la felicidad completa, una felicidad que aquí, en esta etapa terrenal no se puede
alcanzar. ¿Merecerá entonces la pena padecer el sufrimiento de los que aquí se quedan, su dolor,
su rabia?, no lo sabremos hasta que los que están allá no s lo cuenten o lleguemos nosotros
mismos. Quizás debiéramos dar la vuelta a la razón, pensar en lo que tiene Cristina, en eso que
hace que un Ser Omnipotente no pueda esperar ni un segundo más para recuperar a un ángel que,
hace diecinueve años, entregó a sus padres. Se la entregó para que la guiasen, para que la
condujeran hasta aquí, para recorrer esta etapa que le
tocaba empezar. Cumplieron su misión con creces, pese a
ser un tramo pedregoso con continuas rampas, no un
camino de rosas. Un tramo difíci l hasta el final. Quiere
recuperar a su ángel porque sabe que ya merece el
premio que le tiene reservado, y se lo va a dar.
Con esto me quedo. No puedo pedir que se produzca un
milagro, que se levante y ande como si despertara de la
siesta. No puedo pedir que se me explique el por qué. Me
tengo que quedar con la enorme rabia que me impide
sentir otra cosa que dolor e impotencia. Sus abuelos, su
hermano, sus padres quedarán y si a mí me explota la
cabeza de la rabia contenida, no puedo ni imaginar lo
que ellos puedan sentir. Así que si algo quiero pedir será
que el sufrimiento no dure demasiado, que ellos no
sufran más de lo que puedan soportar, como está escrito
en un papel mojado y arrugado allá en el fin del mundo.
Terminó la misa, y como he hecho siempre, fui a darle un
abrazo a Santiago, a darle gracias por permitirme llegar
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hasta él, y cumplir las promesas que hice a la gente que me pidió que me acordara de ellos al
llegar. Un abrazo que, como manda la tradición, acompañé colocando sobre su cabez a el
sombrero que me protegió del sol y la lluvia en el camino, al tiempo que le susurré al oído,
"encomiéndame a Dios, mi amigo". Después baje a la cripta donde está el arca que contiene sus
restos, me arrodillé sin quitarme la mochila de la espalda, quedé en silencio un rato infinito, el
zumbido se apoderó de todo alrededor, y es que en ese zumbido sordo he sabido escuchar las
palabras de Santiago, y sentí que debía ir a Cris y encomendarla a Dios, de su parte, porque ella
no vendrá ya.
Salimos de la catedral por la plaza
del obradoiro con rumbo al
hotel cercano al Monte do Gozo,
donde el domingo nos recogerán
Oscar y Rosalía. Ya en el empedrado
de la plaza, volví la vista atrás para
echar la última mirada al pórtico de
la Gloria que tanto me fascina,
recorrí la imagen de Santiago en el
parteluz, a Moisés, con las Tablas
de la Ley en su mano, a Isaías,
a Daniel sonriente, y Jeremías
siempre triste. Así mil imágenes
más, entre ellas los veinticuatro
músicos, los veinticuatro ancianos
del Apocalipsis, y bajo el arco
donde tocan su sinfonía reconocí a alguien de espaldas, con las manos atrás y el bordón apoyado
en su hombro, mirando hacia los músicos esculpidos en la piedra. Giró levemente la cabeza, hizo
una mueca de media sonrisa sin apenas mover su bigote negro, levantó su bordón hasta la altura
de la rodilla y, ahora sí, leí en sus labios un Buen Camino que escuché en la dis tancia como si
estuviera a mi lado. Se fue. Con paso lento pero acompasado, golpeando la piedra con su bordón
cada cuatro pasos, con el movimiento automático que solo sabe hacer un peregrino de reserva,
añejo, experimentado.
----------POST DATA-----------
Hasta aquí me traen las notas de mi diario del Camino 2009, pero no quiero dejar aquí la
historia, es una historia que no termina en Santiago, porque hay más. Hoy recuerdo todo como si
fuera ayer. Pensaba cumplir mi compromiso de encomendar a Cris desde la sala de espera de la
Unidad de Reanimación donde estaba hospitalizada, no quería quitar a sus padres ni un segundo
de estar con ella. Sólo podían entrar unos minutos dos veces al día, y me daba la impresión de
ocupar un lugar que no le correspondía más que a ellos. Pero Suso insistía, en mi interior quería
verla, así que entré unos segundos, para ello tenía que salir uno de los dos, sa lió él y entré
yo. Allí estaba en una sala larga con las camas aparcadas en batería, no tengo ni idea de cuantas
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camas había ni de qué color eran, solo pude ver a mi prima Bea de pie, a la izquierda de la cama
donde dormía Cris, enchufada a un sinfín de tubos, cables y aparatos. No me impresionó verla,
esperaba que estuviera peor, mi imaginación, como la de todos, había volado más allá de la
realidad. Estaba dormida, eso es, dormida. Ni un gesto, parecía tranquila, su pecho se movía con
el ritmo que le marcaba el respirador al que estaba conectada, los ojos cerrados, y los brazos a lo
largo de su cuerpo tapado con una única sábana. Su madre cogía su mano con las suyas y la
miraba, la miraba sonriendo, la miraba con tanto cariño que parecía darle su propia vida. Tenía
esperanza, mucha esperanza . Me dijo que estaba guapa hoy, que otros días las vendas de su
cabeza le daban peor aspecto, pero que hoy estaba bien.
Yo instintivamente le cogí el brazo desnudo primero y la mano después, su brazo estaba frío, per o
su mano estaba caliente. Lo comenté, fíjate Bea, tiene la mano caliente. Según decía esto me di
cuenta, acaba de salir Suso y seguro que la tenía cogida de la mano, esa mano estaba ardiente
como abrasada como sólo el calor de un padre puede abrasar. Con su mano valientemente sujeta,
le susurré que Santiago la encomendaría a Dios, y, aferrándome a lo impensable, le dije que el
año que viene tendría que venir conmigo a hacer el Camino otra vez, "... pero el francés, que el
inglés ya te lo conoces bien".
Regresamos a casa, a Madrid, y aún volvimos otra vez más, solo
para estar con ellos, nos lo
pedía el cuerpo. Nos
preparábamos para volver por
tercera vez en el puente de la
Constitución, pero una semana
antes, el 27 de noviembre, nos
llamaron para darnos la última
noticia, van a desconectar todos
los aparatos de Cris, se había
certificado la muerte cerebral y
no había nada más que hacer.
La sinfonía dejó de sonar, cada
día un músico guardaba su
instrumento, los veinticuatro
músicos del pórtico de la Gloria
que contemplaba aquél
peregrino, dejaron de tocar, y
veinticuatro días después del
primer derrame, pusimos a Cris en el último albergue de esta
etapa.
Cris, déjate guiar por los que ya hicieron la etapa del camino que empiezas ahora, y prepárate
para guiarnos a nosotros cuando la flecha amarilla de nuestra vida nos lleve hasta ahí.
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En la última forma posible de comunicarnos contigo escribíamos: ¡Qué tendrías que Dios no quiso
esperar ni un segundo más a recuperar a su Angel! y te deseamos lo más grande que se te pueda
desear ahora:
Bo Camiño, Peregrina