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LA IMPUNIDAD DE NUESTRO DEFICIT FISCAL. Manfred Nolte La semana pasada se conoció el desenlace del último psicodrama español. El colegio de los veintiocho comisarios europeos decidió anular la multa resultante del expediente incoado a España por incumplimiento sistemático de la disciplina fiscal europea. Según la interpretación del Comisario encargado de asuntos económicos Pierre Moscovici, “una sanción, incluso de naturaleza simbólica, no habría corregido el pasado y no habría sido comprendida por los ciudadanos”. En su nota escrita, “reconociendo las peticiones motivadas, el difícil entorno económico, los esfuerzos de reforma de España y su compromiso de cumplir las normas del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, la Comisión recomienda al Consejo que anule la multa”. En verdad que ambas razones responden malamente a las auténticas que han promovido la condonación o anulación –según guste- de la multa. Sostener como lo hace el Comisario Moscovici que “una sanción, incluso de naturaleza simbólica, no habría corregido el pasado” combina el simplismo de Perogrullo con la eliminación de raíz de la facultad sancionadora de las administraciones públicas. Es cierto que con multa o sin ella los porcentajes del déficit fiscal español serán los mismos y que su divergencia con los objetivos pactados no diferirá una sola décima, pero eso sucede en cualquier acto que enjuicie conductas irregulares, fraudulentas o criminales producidas en el pasado. Visualicen Vds. la próxima multa de tráfico que reciban del Excelentísimo Ayuntamiento de nuestra Villa, y soliciten en el pliego de descargos la condonación de la misma alegando que la sanción, además de resultar onerosa para el bolsillo y altamente desagradable para la sensibilidad del multado, no podrá corregir el pasado. Sí vale, por el contrario, y es motivo comprensible de un fallo tan conveniente para los intereses españoles como arbitrario en su adopción, el segundo argumento esgrimido por el Sr. Moscovici: la multa “no habría sido comprendida por los ciudadanos”. No estaba el horno para bollos, como habitualmente se dice, en una Europa de ambiente enrarecido y desorientado,

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LA IMPUNIDAD DE NUESTRO DEFICIT FISCAL.

Manfred Nolte La semana pasada se conoció el desenlace del último psicodrama español. El colegio de los veintiocho comisarios europeos decidió anular la multa resultante del expediente incoado a España por incumplimiento sistemático de la disciplina fiscal europea. Según la interpretación del Comisario encargado de asuntos económicos Pierre Moscovici, “una sanción, incluso de naturaleza simbólica, no habría corregido el pasado y no habría sido comprendida por los ciudadanos”. En su nota escrita, “reconociendo las peticiones motivadas, el difícil entorno económico, los esfuerzos de reforma de España y su compromiso de cumplir las normas del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, la Comisión recomienda al Consejo que anule la multa”. En verdad que ambas razones responden malamente a las auténticas que han promovido la condonación o anulación –según guste- de la multa. Sostener como lo hace el Comisario Moscovici que “una sanción, incluso de naturaleza simbólica, no habría corregido el pasado” combina el simplismo de Perogrullo con la eliminación de raíz de la facultad sancionadora de las administraciones públicas. Es cierto que con multa o sin ella los porcentajes del déficit fiscal español serán los mismos y que su divergencia con los objetivos pactados no diferirá una sola décima, pero eso sucede en cualquier acto que enjuicie conductas irregulares, fraudulentas o criminales producidas en el pasado. Visualicen Vds. la próxima multa de tráfico que reciban del Excelentísimo Ayuntamiento de nuestra Villa, y soliciten en el pliego de descargos la condonación de la misma alegando que la sanción, además de resultar onerosa para el bolsillo y altamente desagradable para la sensibilidad del multado, no podrá corregir el pasado. Sí vale, por el contrario, y es motivo comprensible de un fallo tan conveniente para los intereses españoles como arbitrario en su adopción, el segundo argumento esgrimido por el Sr. Moscovici: la multa “no habría sido comprendida por los ciudadanos”. No estaba el horno para bollos, como habitualmente se dice, en una Europa de ambiente enrarecido y desorientado,

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tras el Brexit, los atentados yihadistas, el fiasco turco, o la crisis de los refugiados entre otras muchas calamidades, como para añadir una sanción pecuniaria a España que echara más carbón a la caldera del déficit y desatara la cólera de los ciudadanos. Quien más quien menos piensa que si a alguien había que multar es a aquellos gestores, que en un tema de Estado, como es la regla de oro del Pacto fiscal, no han estado a la altura de las circunstancias. Y no me refiero en exclusiva a los sucesivos Gobiernos de la Nación sino también al bloque de las sucesivas oposiciones. Claro que la multa habría sido el pistoletazo de salida para una nueva insurrección de euroescépticos y eurófobos que verían en la sanción un argumento más para rebelarse contra el proyecto europeo. No todo el mundo se ha alegrado de la anulación de la multa, por lo tanto, aunque casi nadie ose manifestarlo públicamente. El caso peor disimulado se ha observado en el ala más antieuropea del gobierno luso. Se ha condonado la sanción, en consecuencia, porque era lo razonable en las actuales circunstancias y porque así lo han apoyado los halcones de los países del centro europeo, con el ministro alemán Wolfgang Schäuble a la cabeza del gobierno en la sombra comunitario. Las cosas, hasta en derecho, no son un punto sino un intervalo y necesitan ser interpretadas. Personalmente siento complacencia por el giro –absolutamente esperado - de los acontecimientos, aunque quede el sentimiento de haber logrado en los despachos lo que no se ha conseguido con las políticas reformadoras, una especie de trampa legal. Junto a la satisfacción hay que dar cabida, no obstante, a esa temible conjunción adversativa que es el vocablo ‘pero’. Ya se sabe que las conjunciones adversativas, son las que, dicho algo, expresan seguidamente un sentido adverso, que se opone a lo anterior. Así, satisfacción pero temores fundados. En dos pasos. El primero, que la condonación refuerza la obligación moral de la economía española para retomar la senda del déficit desbocado y conducirlo a los limites establecidos en los pactos europeos. Y el temor que se suscita es si existe convicción en España para aceptar a pies juntillas el enésimo plan de reconducción planteado por Bruselas y en su caso si existirá apoyo del arco parlamentario –hacia lo que se aventura el ejecutivo más débil de la democracia- para la propuesta de déficit del 4,6%, 3,1% y 2,2% del PIB en 2016, 2017 y 2018 respectivamente, con una recuperación del déficit estructural del 0,4% en 2016 y del 0,5% en 2017 y 2018 planteada por el Consejo europeo. El segundo, que de no existir esa voluntad estamos asistiendo a la firma de una gran mentira sobre el Pacto fiscal y al acta de defunción de nuestra credibilidad en las Instituciones europeas.