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LA SAL Y LA LUZ DE LA CARIDAD 1.- Cuando partas tu pan con el hambriento, brillará tu luz en las tinieblas. Es importante la aportación que hace hoy el profeta Isaías a las palabras de Cristo en el evangelio. Los siglos que separan la existencia del profeta Isaías de la existencia de Cristo no impiden ver en este texto del profeta una maravillosa aplicación a lo que Cristo recomienda a sus discípulos. Cristo nos dice que seamos luz y que seamos sal para iluminar y para dar sabor cristiano a la vida de los demás. El profeta nos dice que sólo seremos luz para los demás si encendemos en nuestro corazón el fuego de la caridad. Lo dice con palabras tan bellas que es mejor repetirlas que interpretarlas. “Cuando partas tu pan con el hambriento, hospedes a los pobres sin techo, vistas al desnudo y no te cierres a tu propia carne, entonces romperá tu luz como la aurora, te abrirá camino la justicia y detrás de ti irá la gloria del Señor. Entonces clamarás al Señor y te responderá, gritarás y te dirá ‘aquí estoy’”. Este texto del profeta, como sabemos, es un texto referido al ayuno. El ayuno que no te abre al prójimo es un ayuno estéril. El ayuno aquí no se refiere sólo a privarse de comida, sino a desterrar la opresión, la maledicencia y la violencia. Lo que nos dice hoy el profeta Isaías es tan válido para nosotros, los cristianos del siglo XXI, como lo era para los judíos de los siglos séptimo y octavo, antes de Cristo. El rostro de Dios se manifiesta más en la misericordia que en el cumplimiento de normas, leyes y ritos. Al final de nuestra vida no nos van a juzgar por las bellas palabras que hayamos dicho, ni por los muchos rosarios que hayamos rezado –es solo un ejemplo-; al final de nuestras vidas nos juzgarán por el amor, por nuestro amor a Dios manifestado en nuestro amor al prójimo. Este es el mandamiento de Jesús. Si nuestra vida está dirigida por el amor al prójimo desembocará necesariamente en Dios. Si nuestra luz ha brillado a lo largo de nuestra vida en acciones de caridad y justicia, Dios, al final, nos mirará complacido y nos dirá “aquí estoy”. La semana que viene, en el lanzamiento de la campaña de Manos Unidas, tendremos una ocasión más para “partir el pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al desnudo y no cerrarnos a nuestra propia carne”. 2.- Si la sal se vuelve sosa, no sirve más que para tirarla fuera. La sal física no se puede volver nunca sosa; es químicamente imposible. Pero la sal de la vida, la que debe dar sabor, y saber, y sabiduría, a nuestra vida, sí puede perder fuerza y terminar disolviéndose en la apatía y la vulgaridad. Entonces sólo vale para tirarla fuera. Eso es lo peor que puede pasarle a nuestro cristianismo personal y social: que se haga anodino, y convencional, y ropaje puramente externo. Entonces puede ser tirado fuera, porque puede ser sustituido fácilmente por otros credos y costumbres sociales igualmente convencionales. Y es que si nuestro cristianismo no tiene fuerza interior, no es una gran luz del alma, se quedará sólo en eso, en gestos externos y en costumbres sociales y convencionales. Más pronto que tarde, terminará en la insignificancia y en la nada. Igualmente, si nuestra luz sólo alumbra debajo del celemín, los demás, el mundo, no verán, ni se sentirán iluminados por nuestra luz. 3.- Mi palabra y mi predicación no fueron sino en la manifestación y el poder del Espíritu. San Pablo les dice a los primeros cristianos de Corinto que no les atrajo él a la fe en Cristo con palabras sabias y cultas, sino que el verdadero artífice de la evangelización fue el poder del Espíritu que residía en él. Por eso, les dice, debe quedaros claro que vuestra fe no debe apoyarse en la sabiduría humana, sino en la gracia y el poder de Dios que habite en vosotros. Si creemos que vamos a convertir y a evangelizar al mundo con razones científicas estamos muy equivocados. No será la luz de nuestra razón científica la que convertirá al mundo, sino la luz de nuestro amor y de nuestra caridad. Las razones cultas de nuestros teólogos influyen menos en la conversión al cristianismo, que el ejemplo de caridad y amor que nos han dado la Madre Teresa de Calcuta y tantos misioneros esparcidos por el mundo.

110205 la sal y la luz de la caridad

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LA SAL Y LA LUZ DE LA CARIDAD

1.- Cuando partas tu pan con el hambriento, brillará tu luz en las tinieblas. Es importante la aportación que hace hoy el profeta Isaías a las palabras de Cristo en el evangelio. Los siglos que separan la existencia del profeta Isaías de la existencia de Cristo no impiden ver en este texto del profeta una maravillosa aplicación a lo que Cristo recomienda a sus discípulos. Cristo nos dice que seamos luz y que seamos sal para iluminar y para dar sabor cristiano a la vida de los demás. El profeta nos dice que sólo seremos luz para los demás si encendemos en nuestro corazón el fuego de la caridad. Lo dice con palabras tan bellas que es mejor repetirlas que interpretarlas. “Cuando partas tu pan con el hambriento, hospedes a los pobres sin techo, vistas al desnudo y no te cierres a tu propia carne, entonces romperá tu luz como la aurora, te abrirá camino la justicia y detrás de ti irá la gloria del Señor. Entonces clamarás al Señor y te responderá, gritarás y te dirá ‘aquí estoy’”. Este texto del profeta, como sabemos, es un texto referido al ayuno. El ayuno que no te abre al prójimo es un ayuno estéril. El ayuno aquí no se refiere sólo a privarse de comida, sino a desterrar la opresión, la maledicencia y la violencia. Lo que nos dice hoy el profeta Isaías es tan válido para nosotros, los cristianos del siglo XXI, como lo era para los judíos de los siglos séptimo y octavo, antes de Cristo. El rostro de Dios se manifiesta más en la misericordia que en el cumplimiento de normas, leyes y ritos. Al final de nuestra vida no nos van a juzgar por las bellas palabras que hayamos dicho, ni por los muchos rosarios que hayamos rezado –es solo un ejemplo-; al final de nuestras vidas nos juzgarán por el amor, por nuestro amor a Dios manifestado en nuestro amor al prójimo. Este es el mandamiento de Jesús. Si nuestra vida está dirigida por el amor al prójimo desembocará necesariamente en Dios. Si nuestra luz ha brillado a lo largo de nuestra vida en acciones de caridad y justicia, Dios, al final, nos mirará complacido y nos dirá “aquí estoy”. La semana que viene, en el lanzamiento de la campaña de Manos Unidas, tendremos una ocasión más para “partir el pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al desnudo y no cerrarnos a nuestra propia carne”.

2.- Si la sal se vuelve sosa, no sirve más que para tirarla fuera. La sal física no se puede volver nunca sosa; es químicamente imposible. Pero la sal de la vida, la que debe dar sabor, y saber, y sabiduría, a nuestra vida, sí puede perder fuerza y terminar disolviéndose en la apatía y la vulgaridad. Entonces sólo vale para tirarla fuera. Eso es lo peor que puede pasarle a nuestro cristianismo personal y social: que se haga anodino, y convencional, y ropaje puramente externo. Entonces puede ser tirado fuera, porque puede ser sustituido fácilmente por otros credos y costumbres sociales igualmente convencionales. Y es que si nuestro cristianismo no tiene fuerza interior, no es una gran luz del alma, se quedará sólo en eso, en gestos externos y en costumbres sociales y convencionales. Más pronto que tarde, terminará en la insignificancia y en la nada. Igualmente, si nuestra luz sólo alumbra debajo del celemín, los demás, el mundo, no verán, ni se sentirán iluminados por nuestra luz.

3.- Mi palabra y mi predicación no fueron sino en la manifestación y el poder del Espíritu. San Pablo les dice a los primeros cristianos de Corinto que no les atrajo él a la fe en Cristo con palabras sabias y cultas, sino que el verdadero artífice de la evangelización fue el poder del Espíritu que residía en él. Por eso, les dice, debe quedaros claro que vuestra fe no debe apoyarse en la sabiduría humana, sino en la gracia y el poder de Dios que habite en vosotros. Si creemos que vamos a convertir y a evangelizar al mundo con razones científicas estamos muy equivocados. No será la luz de nuestra razón científica la que convertirá al mundo, sino la luz de nuestro amor y de nuestra caridad. Las razones cultas de nuestros teólogos influyen menos en la conversión al cristianismo, que el ejemplo de caridad y amor que nos han dado la Madre Teresa de Calcuta y tantos misioneros esparcidos por el mundo.