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Si una imagen vale más que mil palabras, probémoslo. El primer experimento partirá de una foto. Pasaremos la foto, sin ningún pie ni detalle, por la clase para crear un pequeño relato a partir de ella.

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Si una imagen vale más que mil palabras, probémoslo.

El primer experimento partirá de una foto. Pasaremos la foto, sin ningún pie ni detalle, por la clase para crear un pequeño relato a partir de ella.

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Perros de Pavlov

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Le vi inmediatamente. No recordaba haber quedado con mi antiguo novio del instituto... pero allí estaba. El lugar, un viejo café sombrío y de estética descuidada, con paredes enladrilladas, sillas altas de madera oscura y pequeños sofás descoloridos e incómodos, llenos de historias de amor, rupturas, reconciliaciones y promesas... plagados, en definitiva, de recuerdos.

Nacho me esperaba apoyado en una barra escasamente iluminada y llena de cercos de pasadas copas. Tan atractivo como siempre, tomaba un ron con coca-cola y se mordía las uñas exactamente igual que cuando le conocí, quince años atrás. Parecía estar muy nervioso. Expectante. Ansioso en extremo.

Yo no sabía qué demonios hacía allí... pero podía comprobar mi rigidez y el comienzo de un sudor frío que me aterraba. Ya me había mirado. Me había desnudado con su verde y brillante mirada, tan inquietante... al mismo tiempo que me dedicaba una sonrisa... tan familiar. El tiempo comenzó a detenerse. Despacio, casi a cámara lenta, comenzó a dirigirse hacia mí. Pensé que me desmayaría...

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La química entre ambos siempre había resultado explosiva: y aún parecía ser así. Al saludarme con dos pausados besos, pude notar su fragante aroma y sus grandes y fuertes manos sobre mis brazos...

Rápidamente, decidimos salir de aquél lúgubre café. Su apartamento se vislumbraba mucho más apetecible para nuestra cita y allí nos dirigimos, guiados por un mutuo impulso, en la máquina más potente que yo había montado nunca. Cuando pude estrecharme contra su amplia espalda, sentí el primero de los escalofríos que recorrerían mi cuerpo aquella noche. Nacho volvió lacabeza, protegida ya con el casco y pude adivinar, a través de sus ojos, una sonrisa de auténtica felicidad...

Durante todo el viaje hasta su casa estuve temblando como una hoja. Él lo notaba, me sentía frágil, y en cada semáforo en rojo me estrechaba las manos, ofreciéndome su masculina seguridad. Creo que volví a enamorarme en aquél mismo instante...

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Ya en su apartamento, no podíamos apartar la mirada el uno del otro: su verde en mi azul, su deseo latiendo en mi pecho, su ansiedad abriendo mis labios... Los besos primerizos y algo tímidos, dieron paso a otros mucho más salvajes y hambrientos.

Mi cuello se convirtió en su meta y su cuerpo en mi destino. Un fuerte e incontrolable impulso continuaba guiando nuestras curiosas manos: aquél hombre era ya un extraño para mí, pero... me sentía totalmente rendida ante él.

Y lo hice.

Grité, abrí los ojos y desperté. A mi lado, extrañado y perplejo, se encontraba mi marido.

-¿Te encuentras bien? Estás sudando... como antes cuando...

-Sí, Nacho, estoy bien, pero tenemos que hablar... Tenemos mucho de qué hablar...

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Un hilo de viento azuzado por hojas metálicas de nieve temprana. Tu susurro atroz ha mermado todas las sensaciones, hasta esta parte del trayecto. Me templa el límite del olvido porque se que aún no lo has cruzado y me mantienes esperanzada atada a un cabo de tus planes. Callejero ímpetu que te aprieta a los goznes de la ciudad donde buscas el reducto extasiante y yo el bullicio anónimo. Caminando en paralelo calle abajo del tiempo; me hablas a escondidas mientras te prometo un beso entre líneas. Una tarde de invierno sentada en la cama de un tren, en el corazón de Europa, con nocturnidad y renovada alevosía.

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Suben los helados cascarrabias con su delincuencia almidonada, zambullen las cabezas entre brillantina colorada y nos desbaratan. Nos destruyen.

Quiero rodar inmunda entre los pliegues de alcohol, balancearte en mis latigazos, súplicas ahogadas. Puedes darme un sabor? Añoro esa desesperanza. Alabo tus brazos en flor, su tacto estrecho y pegajoso. El atardecer protector y mentiroso. Envido el mundo y no regresas.

He de morirme en esta risa...? Habré de molerme y diluir los restos... que quiero prisa!

Un brazo yermo que levantar tras la laguna de esta naúsea. Un paso débil que alborotar en mi ventana.

Silencio muerto por sus zapatos hechos trizas, arrastrados entre mugre y tabaco. Me besan tus caricias cuando llegas, pero no duran más de un día. El camino es tremendamente largo. Está lleno de olvido. Quiero quedarme las palabras que borran lo que nunca ocurre, mis desdichas, tu suerte...

El alba de la perdición, ideas entrecortadas de camino a casa, reposadas en el sofá y soñadas en la cama. Duendes de mediodía, encerrando agujeros. Cuándo podré olerte?

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Horario de veranoSurgió un error de sus labios, el tiempo calló como el agua derramada de sus botas un día de tormenta. Dos escalones más arriba descargó su cuerpo sin miramiento y observó el techo. La incomodidad le daba fuerza para sopesar sus opciones.

Por el patio se asomaban los lloros de la primavera, y los tendederos entre avivadas manos se iban desnudando. Como su boca, vacía. Había ahuecado la ambigüedad de sus gestos, expulsándola con la lengua y salpicando el suelo. No había nadie más allí abajo. A salvo, pero refugiada. Era lo mismo que no haber ganado. Nadie es víctima de las circunstancias si no quiere seguir ese camino. Hasta ahora sólo había decidido en qué curva girar y en cual no. Error, entre otros tantos.

Antes de que el abrumador olor a verano petrificase sus sueños, reclinó el cuerpo y recogió sus sombrero. Era hora de presentar a unos pocos lo que había estado ocultando a todos los demás. Cerrando la cortina del pasillo, dejaron de oírse los chasquidos de sus botas.