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Historia 4° año
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1806 – 1820. De las invasiones inglesas a la disolución del
poder central.
El actual territorio argentino pertenecía a la corona
española. Su alejada posición de los grandes centros
urbanos en América y su falta de productos de
exportación la ubicó en una posición marginal dentro de
las posesiones del imperio español. Buenos Aires era una
pequeña ciudad considerada como tapón en la retaguardia
del imperio. La población Buenos Aires había subsistido
gracias al contrabando y a una producción fluctuante de
cueros de ganado cimarrón que eran consumidos más por
el Interior que exportados.
La creación del Virreinato de Río de la Plata le da aires a
Buenos Aires. Esta ciudad pasa a ser capital y pone bajo
su órbita una de las mayores fuentes de riqueza de
América: las minas de Potosí. Así el nuevo circuito
comercial llevaría los productos que ingresan por el ahora
legal puerto de Buenos Aires hacia todo el Interior y a
Potosí y desde Potosí llegaría la plata que se enviaría a la
metrópoli.
Hablamos de beneficios pero estos beneficios no fueron
para todos. La apertura de nuevos puertos trajo aparejada
la llegada de nuevos comerciantes peninsulares que
venían con excelentes contactos en la metrópoli. Esto
significaba un duro golpe a los comerciantes ya instalados
que veían mermar sus ganancias tanto producto del
comercio legal como del contrabando. En el orden
político las reformas borbónicas excluyen a los nacidos en
América de los mejores puestos de gobierno. Se evidencia
así una diferenciación entre los criollos y los peninsulares.
Las invasiones inglesas
En 1806 una fuerza militar inglesa al mando de Beresford
proveniente de Cabo de Buena Esperanza invade Buenos
Aires. Las escasas fuerzas militares que la corona
española tenían en la ciudad no pueden resistir el poderío
inglés y son rápidamente derrotados. El virrey, Marqués
de Sobremonte, huye hacia el Interior intentando salvar
las rentas del Estado que finalmente son capturadas en
Luján y enviadas a Inglaterra. Las familias porteñas
acomodadas se adaptan a la situación, muchas de ellas
ospedan en sus casas a los jefes militares ingleses y
pretenden sacar la mejor tajada del libre comercio que
impone la ocupación británica. Sin embargo, son los
sectores más humildes y la juventud de la ciudad quienes
organizan la resistencia y al mando de Santiago de
Liniers, un militar francés al servicio de los españoles, se
produce la derrota de las fuerzas británicas y la
reconquista de la ciudad el 12 de agosto de 1806.
Tras la derrota inglesa la población de Buenos Aires
destituye de facto al virrey de Sobremonte y pone en su
lugar a Liniers que encarga la formación de milicias para
la defensa de la ciudad en caso de la llegada de una nueva
expedición inglesa. Los cuerpos milicianos se formaron
por procedencia creándose los regimientos de vizcaínos,
asturianos, catalanes, etc. Los criollos formaron los
regimientos de patricios, arribeños, pardos y morenos.
Una situación muy particular que se dio en estas milicias
es que sus jefes fueron elegidos por mérito entre sus
propios integrantes. Esto hoy nos parecería algo normal
pero para la época, en una colonia gobernada por los
enviados de un rey absolutista, era algo fuera de lo
común.
La nueva incursión británica no se hizo esperar y en junio
de 1807 desembarcaron en las cercanías de Buenos Aires
al mando de Whitelocke. Las tropas de Liniers fracasaron
en detenerlos antes del ingreso a la ciudad, pero la
valentía y decisión de los y las habitantes de Buenos Aires
hicieron retroceder al invasor logrando posteriormente su
derrota definitiva el 6 de julio de 1807.
Las invasiones británicas demostraron que los
hispanoamericanos no tenían ganas de cambiar un amo
imperial por otro al tiempo que mostraron las grandes
fallas del imperio español del sur, su frágil
administración, sus débiles defensas. Fueron sus
habitantes y no España quienes defendieron Buenos
Aires. Por otro lado, los criollos le tomaron gusto al
poder, descubrieron su fuerza y adquirieron sentido de
identidad. El poder, una vez adquirido, no iba a ser
abandonado.
La invasión de Napoleón a España (1808)
Mientras que la debilidad de España en América llevó a
los criollos a la política, la crisis española en Europa les
dio una mayor oportunidad de hacer progresar a sus
intereses. En marzo de 1808 Carlos IV abdicó a favor de
su hijo Fernando. Esto fue seguido rápidamente por la
ocupación francesa de Madrid, el encarcelamiento de
Fernando VII y la proclamación de José Bonaparte como
rey de España y de las Indias. Las colonias proclamaron
su lealtad a Fernando y siguieron siendo fieles a la
autoridad virreinal. Pero semejante actitud era poco
realista. Fernando estaba bajo custodia y en realidad
no gobernaba España. ¿Cómo podía gobernar
América?. La llamada Junta Central, constituida en
Aranjuez en 1808 y posteriormente trasladada a Sevilla,
gobernaba en nombre de Fernando VII, aunque no eran
pocos los que cuestionaban los derechos de ésta a
gobernar.
La Revolución de Mayo
Cuando los ejércitos de Napoleón ocuparon la península
Ibérica, el equilibrio de las fuerzas sociales en Buenos
Aires había cambiado. La administración había perdido
terreno durante las invasiones británicas y tras la
reconquista al mando de Liniers. Esto dejó el camino libre
a los dos grupos criollos, el de los militares y el de los
intelectuales, que poseían las armas y las ideas para tomar
la iniciativa.
Ya estaba dispuesto un movimiento clandestino criollo, y
sus planes estaban preparados. Belgrano, Castelli y
Nicolás Rodríguez Peña eran sus dirigentes. Habían
ganado para su causa a los oficiales superiores de la
milicia, cuyas fuerzas fueron cuestionadas en el pasado
por los españoles y que ahora ardían en entusiasmo ante
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las perspectivas de mejorar su posición. Así, la revolución
fue iniciada el 18-19 de mayo, conocida la noticia de la
caída de la Junta Central de Sevilla en manos de las
fuerzas napoleónicas. Cornelio Saavedra, y sus colegas de
la milicia presionaron al virrey Cisneros1 para que
convocaran a Cabildo Abierto. El 21 de mayo se realiza la
convocatoria para el 22 de mayo. La intención de sus
autores era simple: deponer al virrey y nombrar un nuevo
gobierno.
Era una asamblea representativa sólo en un sentido
limitado. Un cabildo abierto era un instrumento
tradicional que reunía sólo a la elite urbana (funcionarios, eclesiásticos y propietarios). En esta
reunión el obispo Lue representó la voz más conservadora
señalando que mientras exista en América un español ésta
tendría poder por sobre los americanos. El joven Castelli
apoyó sus argumentos en el concepto de soberanía
popular, señaló que al estar cautivo Fernando VII la
soberanía retornaba al pueblo. Tras esta reunión el
Cabildo nombró el 24 de mayo una junta de cuatro
personas, que incluía a Castelli y a Saavedra pero
mantenía al virrey como presidente. Esta junta que no
respondía al nuevo equilibrio de poder en Buenos Aires
fue rechazada. El 25 de mayo se congregaron en frente al
cabildo los ciudadanos de Buenos Aires y las milicias que
exigieron la formación de una nueva junta. El cabildo
proclamó una junta presidida por Saavedra que contaba
con Belgrano y Castelli entre sus miembros y donde
Mariano Moreno era uno de los secretarios. En esta
segunda junta la administración y los conservadores
españoles quedaban eliminados. El poder en realidad era
compartido por los militares y los intelectuales.
Esta era una revolución patricia, realizada por una elite
que hablaba en nombre del pueblo sin consultarle. Como
muchas revoluciones, fue iniciada por una minoría que
consiguió movilizar –y manipular- a una mayoría.
Si los acontecimientos del 25 de mayo no eran
precisamente “democráticos” debemos analizar ahora si
eran realmente revolucionarios. La junta invoca la
autoridad y el nombre del rey Fernando VII para
gobernar. Así parecería que solo cambian los nombres
locales pero no la política. Pese a esto podemos decir que
estos signos de continuidad política eran más aparentes
que reales. La deferencia formal hacia Fernando era un
instrumento conveniente, una táctica. Asumiendo “la
máscara de Fernando” los patriotas esperaban
capitalizar los restos de los sentimientos realistas en el
pueblo del Río de la Plata, impedir una contrarrevolución
española y asegurarse el apoyo de Gran Bretaña, la
poderosa aliada de España. Además, no suponía un gran
compromiso ni ningún sacrificio real invocar la soberanía
de un hombre que ya no era soberano, someterse a un
gobernante que no gobernaba, hablar por una corona que
estaba en cautividad. La máscara de Fernando se cayó
cuando, después de la derrota de Napoleón, el rey volvió
al poder en España.
Así, la Revolución de Mayo fue algo más que una
extensión de la resistencia española a la invasión
napoleónica, fue la rebelión de una colonia, dirigida por
revolucionarios violentos y radicales, cuya lealtad hacia el
1 Cisneros había sido nombrado virrey por la Junta Central y reemplaza
a Liniers que era cuestionado por su condición de francés.
rey cautivo no podía ser tomada en serio. Y en Buenos
Aires pocos contemporáneos hacían distinción entre
independencia de España e independencia de la corona
española. En resumen, el cambio de facto fue tan
revolucionario que tiene relativamente poca importancia
que los insurgentes se engañaran a sí mismos o a los
demás con la “máscara de Fernando”.
Buenos Aires /Interior –Liberales /Conservadores
No bien entró en funciones la Junta comprendió que el
primero de los problemas que debía afrontar era el de sus
relaciones con el resto del virreinato y como primera
medida invitó a los cabildos del Interior a que enviaran
sus diputados. Sabiendo que habría resistencia, se dispuso
enseguida la organización de dos expediciones militares.
Montevideo, Asunción, Córdoba y Mendoza se mostraron
hostiles a Buenos Aires.
Moreno pensaba que el movimiento de los criollos debía
canalizarse hacia un orden democrático a través de la
educación popular, que permitiría la difusión de las
nuevas ideas. Frente a él, comenzaron a organizarse las
fuerzas conservadoras, para las que el gobierno propio no
significaba sino la transferencia de los privilegios de que
gozaban los funcionarios y los comerciantes españoles a
los funcionarios y hacendados criollos que se enriquecían
con la exportación de los productos ganaderos.
Los intereses y los problemas se entrecruzaban. Los
liberales y los conservadores se enfrentaban por sus
opiniones pero los porteños y las gentes del Interior se
enfrentaban por sus opuestos intereses. Buenos Aires
aspiraba a mantener la hegemonía política heredada del
virreinato; y en ese designio comenzaron los hombres del
Interior a ver el propósito de ciertos sectores de
asegurarse el poder y las ventajas económicas que
proporcionaba el control de la aduana porteña. Intereses e
ideologías se confundían en el delineamiento de las
posiciones políticas cuya irreductibilidad conduciría luego
a la guerra civil.
La expedición militar enviada al Alto Perú para contener
a las fuerzas del virrey de Lima consiguió sofocar en
Córdoba una contrarrevolución, y la Junta ordenó fusilar
en Cabeza de Tigre a su jefe Liniers y a los principales
comprometidos. Pero los sentimientos conservadores
predominaban en el Interior aún entre los partidarios de la
revolución; de modo que cuando Moreno comprendió la
influencia que ejercerían los diputados que comenzaban a
llegar a Buenos Aires, se opuso a que se incorporaran al
gobierno ejecutivo (Junta Grande). La hostilidad entre
los dos grupos estalló entonces. Saavedra aglutinó los
grupos conservadores, Castelli y Belgrano, que eran
liberales, se encontraban al mando de las expediciones
militares y Moreno, en minoría, renunció a su cargo. Poco
antes, el ejército del Alto Perú había vencido en la batalla
de Suipacha; pero en cambio, el ejército enviado al
Paraguay fue derrotado. Al comenzar el año 1811, el
optimista entusiasmo de los primeros días comenzaba a
ceder frente a los peligros que la revolución tenía que
enfrentar dentro y fuera de las fronteras.
Tras la renuncia de Moreno y su posterior muerte, los
morenistas tuvieron que abandonar sus cargos, pero sus
adversarios no pudieron capitalizar este triunfo ya que las
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derrotas en el Alto Perú desprestigiaron al gobierno. La
guerra implicaba toma de decisiones rápidas que no
podían darse en el marco de la Junta Grande y fue así que
se creó un poder ejecutivo de tres miembros –el
Triunvirato. El triunvirato a instancias de su secretario,
Bernardino Rivadavia, disolvió las Juntas provinciales y
la Junta Grande, prohibió a Belgrano la utilización de la
bandera creada para identificar a sus tropas antes de
hacerse cargo del ejército del Norte.
Los realistas amenazaban desde Montevideo. Un ejército
había llegado desde Buenos Aires para apoderarse de la
ciudad y había logrado vencer gracias al apoyo de la
campaña oriental al mando de Artigas. Quedaba, sin
embargo, el peligro de las incursiones ribereñas de la
flotilla española. El triunvirato decidió crear un cuerpo de
granaderos para la vigilancia costera. La tarea de
organizarlo fue encomendada a José de San Martín, recién
llegado de Londres en compañía de Carlos María de
Alvear y Matías Zapiola. Esto militares habían estado en
contacto con el venezolano Miranda y a poco de llegar se
habían agrupado en una sociedad secreta –la Logia
Lautaro- cuyos ideales emancipadores coincidían con los
de la Sociedad Patriótica que encabezaba Bernardo de
Monteagudo y se expresaban en el periódico Mártir o
libre.
El triunvirato concentraba el poder e impedía la
conformación de una asamblea constituyente. Ante esto
los regimientos de San Martín y otros se movilizaron a la
plaza el 8 de octubre de 1812 para exigir la renuncia del
triunvirato y la conformación de uno nuevo más proclive
a las posiciones revolucionarias.
La Asamblea del año XIII
Entre las exigencias de los revolucionarios de octubre
estaba la de convocar a una Asamblea General
Constituyente, y el 31 de enero de 1813 el cuerpo se
reunió en edificio del antiguo Consulado.
Entonces estalló ostensiblemente el conflicto entre
Buenos Aires y las provincias al rechazar la Asamblea las
credenciales de los diputados de la Banda Oriental, a
quienes inspiraba Artigas y sostenían decididamente la
tesis federalista.
Pero pese a ese contraste, la Asamblea cumplió una obra
fundamental. Evitando las declaraciones explícitas,
afirmó la independencia y la soberanía de la nueva
nación: suprimió los signos de la dependencia política en
los documentos públicos y en las monedas, y consagró
como canción nacional la que compuso Vicente López y
Planes anunciando el advenimiento de una “nueva y
gloriosa nación”, suprimieron la inquisición y ordenaron
que se quemaran en la plaza pública los instrumentos de
tortura. Era el triunfo del progreso y de las luces.
Pero a medida que pasaban los meses la situación se
ensombrecía. Alvear y sus amigos agudizaban las
pretensiones porteñas de predominio, de las que
recelaban cada vez más los hombres que surgían como
jefes en las ciudades y en los campos del Interior. Y en las
fronteras, los realistas derrotaban al ejército del Alto Perú.
Fue un duro golpe para la nueva nación y para el jefe
vencido: Manuel Belgrano. En parte por ese sentimiento y
en parte por las ambiciones de Alvear, la Asamblea
resolvió a fines de enero de 1814 crear un poder ejecutivo
unipersonal con el título de Director Supremo de las
Provincias Unidas. Ocupó el cargo por primera vez
Gervasio Antonio de Posadas.
La situación exterior empeoraba. Mientras trabajaba para
constituir una flota de guerra, Posadas apuró las
operaciones frente a Montevideo, que se habían
complicado por las disidencias entre los porteños y los
orientales. El Directorio declaró a Artigas fuera de la ley,
agravándose la situación cuando designó jefe del ejército
sitiador a Alvear, el más intransigente de los porteños.
Fue él quien recogió los frutos del largo asedio de los
revolucionarios orientales y logró entrar en Montevideo
en junio de 1814. La resistencia de los orientales al
control porteño comenzó a ser cada vez más enconada,
hasta convertirse en ruptura a partir del momento en que
Alvear fue nombrado Director Supremo en enero de 1815.
Los contrastes militares dividieron las opiniones.
Mientras San Martín logró cierta autonomía para preparar
en Cuyo su expedición a Chile y al Perú, Alvear comenzó
unas sutiles escaramuzas diplomáticas destinadas a
obtener ayuda inglesa sin reparar en el precio. Quienes no
compartían sus opiniones –que fueron la mayoría y
especialmente en las provincias- no vieron en esa
maniobra sino derrotismo y traición. Artigas encabezó la
resistencia y las provincias de la Mesopotamia argentina
cayeron muy pronto bajo su influencia política.
Los pueblos del Interior no ocultaban su animadversión
contra Buenos Aires y el 3 de abril se sublevó en
Fontezuelas el ejército con que Alvear contaba para
reprimir la insurrección de los santafecinos apoyada por
Artigas. La crisis se precipitó. Alvear renunció, la
Asamblea fue disuelta, se eclipsó la estrella de la Logia
Lautaro y el mando supremo fue encomendado a
Rondeau, que se encontraba a cargo del ejército del Alto
Perú. Pero la revolución federal de Fontezuelas había
demostrado la impotencia del gobierno de Buenos Aires y
desde entonces el desafío de los pueblos del Interior
comenzó a hacerse más apremiante.
La declaración de independencia
Era visible que el país marchaba hacia la disolución del
orden político vigente desde mayo de 1810. A esta crisis
interna se agregaba la crisis exterior; derrotado el Ejército
del Norte en Sipe-Sipe en noviembre de 1815, la frontera
del norte quedaba confiada a las fuerzas de contención de
Martín Miguel de Güemes y podía preverse que España –
donde Fernando VII había vuelto a ocupar el trono en
marzo de 1814- intentaría una ofensiva definitiva.
Morelos había caído en México, Bolívar había sido
derrotado en Venezuela, y en octubre de 1814 los realistas
habían vencido a los patriotas chilenos en Rancagua. La
amenaza era grave y para afrontarla el gobierno convocó
un congreso que debía reunirse en la ciudad de Tucumán.
Ante la convocatoria se definieron las encontradas
posiciones. Un grupo de diputados, adictos al gobierno de
Buenos Aires, apoyaría un régimen centralista, en tanto
que otro, fiel a las ideas de Artigas, propondría un
régimen federal. Eran dos concepciones acerca de la vida
económica e institucional del país. Poco a poco los
pueblos del interior adhirieron a la causa del federalismo,
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en el que todos veían una
esperanza de autonomía
regional.
El Congreso no contó
con representantes de las
provincias litorales. Los
que llegaron a Tucumán
se constituyeron en
asamblea en marzo de
1816 y designaron
presidente a Francisco
Laprida. El 3 de mayo se
eligió Director Supremo
a Juan Martín de
Pueyrredón. El 9 de julio
se declaró que era
“voluntad unánime e indubitable de estas provincias
romper los violentos vínculos que las ligaban a los reyes
de España, recuperar los derechos de que fueron
despojados e investirse del alto carácter de nación libre e
independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y
metrópoli”. Algunos días después los propios diputados
juraron defender la independencia y deliberadamente
agregaron en la fórmula del juramento que se opondrían a
“toda otra dominación extranjera”, con lo que se detenían
las gestiones a favor de un protectorado inglés.
No hubo consenso respecto a la forma de gobierno que
adoptarían las Provincias Unidas; algunos proponían una
monarquía constitucional. El Congreso postergó el
problema, mientras se acentuaba la tensión interna entre
el gobierno de Buenos Aires y las provincias del Litoral,
alineadas tras la política federalista de Artigas. La
situación se había agravado con la invasión de la Banda
Oriental por los portugueses, promovida desde Buenos
Aires, frente a la cual Artigas combatía con los pobres
recursos de los paisanos que lo seguían. En enero de 1817
los portugueses ocuparon Montevideo y obligaron a los
orientales a replegarse hacia el límite con las provincias
argentinas.
La caída del poder central
Entre Ríos y Santa Fe aceptaron la autoridad de Artigas,
llamado “Protector de los pueblos libres”, y desafiaban a
Buenos Aires, a cuyas tropas derrotó el “supremo
entrerriano” Francisco Ramírez en 1818. San Martín
triunfaba en Maipú, asegurando la independencia de
Chile; pero sus victorias no fortalecían a Buenos Aires
porque San Martín estaba decidido a no participar con sus
tropas en la guerra civil. Frente a las fuerzas del Litoral el
Directorio se veía cada vez más débil.
Dos veces vencedor de las tropas del Directorio,
Estanislao López se propuso organizar institucionalmente
la provincia de Santa Fe y promovió en 1819 la sanción
de una constitución provincial, decididamente
democrática y federal. Ese mismo año, el Congreso
Nacional que ahora sesionaba en Buenos Aires, había
sancionado una carta constitucional para las Provincias
Unidas inspirada por principios aristocráticos y
centralistas. La reacción provinciana contra la
Constitución Nacional de 1819 fue categórica.
La crisis no se hizo esperar.
El director Rondeau recurrió a
la movilización de las milicias
y se enfrentó en la cañada de
Cepeda con las tropas del
Litoral al mando de Ramírez
y López el 1° de febrero de
1820: su derrota fue
definitiva.
Los vencedores exigieron la
desaparición del poder
central, la disolución del
Congreso y la plena
autonomía de las provincias.
También Buenos Aires se
constituyó como provincia
independiente y su primer gobernador, Sarratea, firmó el
23 de febrero de 1820 con los jefes triunfantes el tratado
del Pilar, en el que se admitía la necesidad de organizar
un nuevo gobierno central, pero sobreentendiendo la
caducidad del que hasta entonces existía en Buenos Aires.
Con el Tratado del Pilar terminaba una época: la de las
Provincias Unidas, durante la cual pareció que la unión
era compatible con la subsistencia de la estructura del
antiguo virreinato. Ahora comenzaba otra: la época de la
desunión de las provincias, durante la cual los grupos
regionales, los grupos económicos y los grupos
ideológicos opondrían sus puntos de vista para encontrar
una nueva fórmula para la unidad nacional.
Bibliografía:
- A.A.V.V., Nueva Historia Argentina, Buenos
Aires. Sudamericana, Tomos III.
- HALPERIN DONGHI, T., Historia Argentina.
De la revolución de independencia a la
Confederación rosista, Buenos Aires, Paidós,
2000.
- ROMERO, J. L., Breve historia de la Argentina,
Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica,
2009.
- TERNAVASIO, M., Historia de la Argentina.
1806 – 1852, Buenos Aires, Ed. Siglo XXI,
2009.
Federalismo y centralismo como formas de república
En una república federal, las provincias o Estados se
integran para formar un gobierno central que las
engloba y unifica, conservando su autonomía, es
decir, tienen su propia Constitución, eligen su
gobernador y Congreso locales, establecen sus leyes
particulares y deciden y organizan sus asuntos
internos.
En una república centralista, todos los niveles de
gobierno provincial, municipal, etc., están
subordinados al poder central establecido en la
capital. Una única Constitución y una legislación
unificada rigen dentro de todo el territorio.