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5. tres lecturas erradas de los cuentos

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TRES LECTURAS ERRADAS DE LOS CUENTOS

Mercedes Falconi Ramos

Conocida por su importante labor de estudio e impulso a la literatura infantil ecuatoriana y por sus

artículos teóricos difundidos en importantes revistas, la ecuatoriana Mercedes Falconí Ramos es

también autora de cuentos para niños.

Primera lectura equivocada

Por cuento se entiende la escritura de ficción sin base en la realidad

El tema de la fantasía, harina con la que se amasan los cuentos, parecería olvidado en las

distintas etapas de nuestro sistema escolar.

Siempre es más urgente y necesario, en homenaje al sentido práctico, saber cálculo y

geografía. La escuela, lamentablemente, está estructurada para impartir conocimientos, no

para desarrollar la creatividad y la iniciativa. La fantasía muere arrinconada, por falta de uso,

en algún lugar de la escuela. No es raro escuchar, a su vez, a padres de familia afinar ante

sus hijos, con ese tono mandón con que supuestamente habla la voz de la experiencia, que

es útil sólo lo práctico.

"Una cosa son los cuentos y otra la realidad", sostienen. "Por un lado está la fantasía y por

otro la vida real". Se plantea así una oposición entre la realidad y la fantasía, como si la una

no naciera de la otra. Como si ambas no se alimentaran recíprocamente. Esta forma de

razonar ubica al cuento en la última fila de la pedagogía, casi en la galería.

Pero resulta que nadie puede prescindir de la fantasía, ni el científico ni el historiador ni el

niño ni el adulto. Los procesos de creación en el arte y en la ciencia son similares.

Ciertamente la imaginación no es el único medio para acercamos y conocer la realidad, pero

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la realidad no se muestra en su totalidad si no usamos el caleidoscopio de la imaginación. No

sin razón dice un autor: hasta para comprender cómo sale agua cuando se abre un grifo,

hace falta imaginación.

Introduzcamos ahora estos conceptos en el alegre cielo de los cuentos. Cuando el niño

escucha o lee cuentos no solamente es el ser que habitualmente es, sino que también es el

ser hechizado del cuento. El niño cree. En los personajes. En su itinerario. Vive sus

aventuras y experiencias. Comparte sus fracasos y victorias.

El niño sabe que es ficción lo que está en los cuentos. El niño no confunde la fantasía con la

realidad. Cree en ambas por igual. Pero subrayo: no las confunde. No olvida el ser habitual,

diario, que es: con o sin televisión. No lo olvida. Pero a ese ser suma el otro: el que sale de

viaje. Gracias a la ficción el niño es otro sin dejar de ser el mismo. Con el libro es un viajero

sedentario de otros mundos aunque, claro, no hay un libro que reemplace a la experiencia en

sí misma: pero tampoco hay una experiencia que sea suficiente por sí misma. En palabras de

un gran escritor: "el espacio entre la vida real y los sueños lo ocupan los cuentos. Es el

puente sobre el abismo. Eso lo saben los niños. Los niños, que tienen mayor capacidad que

los adultos para soñar e imaginar.

Bajo esta concepción, es plenamente comprensible que el niño, a diferencia del adulto,

pueda jugar a las mentiras. A las mentiras como ficción, como fantasía, no como distorsión

mal intencionada de la realidad, que es arma para engañar al prójimo. Aquí una precisión

ejemplificativa: el niño cuando lee un cuento sabe que eso es fantasía, el pueblo cuando

escucha a un demagogo supone que lo que oye es verdad. En esa diferencia media una

agresión.

Fantasía y juego van juntos. Conforman un binomio por el que ciertos maestros se niegan

todavía a votar. Me explico: se ha repetido hasta el cansancio, hasta un cansancio que se ha

vuelto olvido, sabemos que la fórmula mágica para educar a los niños es: juego trabajo. Pero

al parecer no creemos suficientemente, en última instancia, que imaginar y jugar es también

conocer, porque en los hechos, que son los que muestran nuestro comportamiento, el juego

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aparece como algo superfluo y no como un elemento necesario en la vida de un niño. Cito

algunos ejemplos: así actúan los arquitectos y urbanistas con mentalidad prefabricada, cada

vez que reducen los espacios recreativos de las casas Y las ciudades, así también es la

mentalidad de las escuelas que conceden el "recreo", tiempo de juego, como algo accesorio,

como el tiempo que se necesita para ventilar la clase. Es obvio que con esa vela intelectual,

la lectura-juego, el libro-diversión no se integran en la clase de literatura. Los libros, como las

clases, afirman los maestros con vocación de ogros, no se han hecho para jugar.

Es comprensible entonces que el anaquel de libros no esté al alcance de los niños, sino en el

despacho del director, quien los resguarda con cariño. Para el maestro y escritor italiano

Gianni Rodari, "definir al libro como un juguete no significa en absoluto faltarle el respeto,

sino sacarlo de la biblioteca para lanzarlo en medio de la vida".

A los cuentos no hay que leerlos con la reserva de quien no cree en la ficción porque

supuestamente es lo contrario de la realidad. Esa lectura es errada. Hay que leerlos con

convicción en sus personajes, en sus aventuras, en su lenguaje. Es la única forma de

escuchar las notas de sus cuerdas.

Segunda lectura equivocada:

Se cree que el cuento cumple una función moralizadora.

El poder de los cuentos es el poder de la fascinación. En los cuentos, sobre todo en los

fantásticos, abundan las metamorfosis y los objetos mágicos, lo imposible se vuelve posible,

en la mayoría de los casos el héroe con el cual el niño se identifica supera todas las

dificultades. El autor crea situaciones, ambientes, personajes con vida propia, no crea

mensajes, no emite consejos , no dicta reglas utilizando las blusas y las faldas de la

fantasía.

Pero hay maestros, padres, bibliotecarios y libreros que hacen una lectura distinta del cuento.

No se preocupan por las situaciones, ambientes y personajes con vida propia, sino que con

lupa y pasando por sagaces, aconsejan la lectura del libro por la recomendación moral que

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incluye, por la receta ética. Por la voz de cura en púlpito que está dictando entre líneas, entre

metáforas, el cumplimiento de uno de los mandamientos del buen comportamiento de la

sociedad.

Esta lectura errada olvida que el niño a diferencia del adulto, no busca el sentido utilitario de

las cosas y las vivencias. Su único interés, ante el cual es inalcanzable, es tener contacto y

retener aquellas impresiones de la realidad y la fantasía que le permiten divertirse, que

motivan su imaginación. El niño sin proponérselo aprende. Es por ello que con tanto

fundamento, para el psicólogo Henry Wallon "la ficción da al niño el medio de proyectar sobre

el plano de lo imaginario uno de sus instintos más constantes y tenaces: su necesaria

seguridad de vivir bien".

En los cuentos infantiles y en la escuela no se realiza esta lectura abierta. Muchas veces,

mas bien, se explica al niño lo que el autor quiere decir, como si en rigor no hubiera

entendido lo que ha escrito.

Otra advertencia más: hay maestros que buscan los textos con el afán de encontrar

personajes buenos y malos. Más todavía: en los cuentos de hadas los personajes, de

principio a fin, son de una sola pieza: buenos-buenos o malos-malos. Es decir, el maestro

encuentra su filón de oro, cuando en verdad el niño, a diferencia de lo que con frecuencia

pregona, a veces se identifica con el bueno y a ratos con el malo. Con el malo en la aventura,

en la vocación de riesgo, prima hermana de la travesura. Con el bueno, en su final feliz,

símbolo de héroe del cuento. Al niño no le gusta identificarse con el perdedor. Eso es

definitivo. El hecho de que el malo sea castigado, moraleja puesta en letras de imprenta por

el maestro, para el niño es secundario. Al fin y al cabo la amenaza y el castigo no evitan el

mal. Repito: no resulta nada atractivo estar del lado del perdedor. Eso es lo definitivo, aunque

el profesor discrepe de su metodología.

En los cuentos modernos, donde los buenos muchas veces pierden o no tienen un final feliz

(leer cuentos de Roald Dahl, por ejemplo), la situación es más contundente: el maestro se

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queda sin moraleja, pero el niño no pierde su diversión.

La lectura del cuento como manual del buen comportamiento, o como sustituto fabulado de

Carreño, no sirve. Sintetizo y concluyo utilizando nuestro lenguaje quiteño y coloquial: el

cuento no tiene que dar diciendo cosas al profesor. El profesor no tiene que dar diciendo

cosas al cuento.

Tercera lectura equivocada:

La gran tarea del cuento consiste en que sirve para introducir al niño, poco a poco, en el

mundo de la gramática y la redacción, tan útiles en la vida adulta.

Cuando se abre un libro, cuando la maestra inicia vivir la aventura. Se pone mentalmente el

traje necesario para hacer el recorrido mágico. Es pirata, Pinocho, Alicia en el país de las

maravillas dependiendo, eso sí, del sexo.

La maestra le hace un fraude cuando, con la cuchara de la pedagogía , en vez de permitir

que el niño disfrute libremente del cuento, busca hacerle tomar una dosis de gramática. Esto

naturalmente, es mínimo en el nivel preescolar, pero es manifiesto en la escuela primaria.

Resultado: el niño se desengaña, pierde interés. A su personaje aventura, se le vuelve

personaje sujeto pasivo. Una escena deja de ser escena para volverse complemento directo

de la oración.

El cuento en esta mala lectura sirve para impartir reglas que le van a servir al niño cuando lea

o escriba. Eso es errado. Buscar que el niño con la lectura de un cuento aprenda

exclusivamente a disparar con buena puntería los gatillos de los verbos, adjetivos,

sustantivos, adverbios es sepultar lo fundamental: la fantasía. la magia de la imaginación.

Los cuentos no pueden encasillarse en los objetivos didácticos gramaticales. La función

pedagógica les hace perder el encanto. El profesor que cuenta sílabas, consonancias, etc., a

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mi me recuerda al masoreta- que en la antigüedad dedicaba su tiempo a contar el número de

palabras que integran la Biblia. Cuidado pues en contar las sílabas y no mirar el verso. No

hay que caer, maestros, en esa lectura errada. A la hora del cuento, hora de sosiego y

concentración, lo importante es ser buenos narradores.

En síntesis, el niño no le da una utilidad práctica, escolar, a la lectura. No calcula intereses

posteriores. No tiene mentalidad bancaria. No le interesa el pasado ni le preocupa el futuro.

Le llena el instante.

Los maestros que aplican esas lecturas alimentan el gusto por la literatura en el niño. Su

magia por crear y creer. Ese alimento, en vez de nutrir, puede producir el cólera en el niño y

la cólera en el maestro, en estos tiempos que no son, como los de García Márquez, de amor

sino de guerra.