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Érase una vez un perrito que se llamaba Choco.
Vivía en pleno centro de Madrid, cerquita del
Santiago Bernabeu. Estaba con su familia, que
tenía cuatro hijos. Con el que Choco se llevaba
mejor era Luis, un niño de doce años que lo quería
mucho y jugaba con él.
Todas las mañanas dejaban salir a Choco a jugar
un rato por los alrededores, hasta la hora de
comer. En estos paseos matutinos, Choco había
hecho amigos: Rosa, una perrita; Juanillo, un gato
callejeros; y Toni, un hámster. Los cuatro jugaban
juntos todas las mañanas.
Un día, jugando al escondite, Choco se escondió
tan bien, que tardaron un buen rato en dar con él.
Cuando al fin lo encontraron ya era la hora de
comer.
De camino a casa Choco comenzó a no poder
respirar y a tener mareos. Pensó que sería hambre.
De repente, cayó al suelo desmayado.
Cuando despertó estaba en la clínica veterinaria,
por suerte llevaba al cuello una chapita con su
nombre y el número de teléfono de Luis. Luis y su
madre ya estaban allí
3
Choco pensó: ¿Qué me ha pasado? ¿Dónde estoy?
¿Por qué estoy aquí?
Muchas preguntas pero ninguna respuesta.
Cuando Luis se dio cuenta de que su mejor amigo
estaba despierto, corrió hacia él y le dio un fuerte
abrazo.
- Choco, amigo mío, ¿estás bien?
En ese momento, Choco se sintió el perro más
afortunado del mundo; pues tenía el mejor amigo.
El veterinario le dijo a la madre de Luis, que todo
indicaba que había inhalado mucho humo
contaminado. Y es que donde Choco se había
escondido siempre había un coche arrancado en un
garaje.
- ¡Menudo susto! Tenemos que poner remedio. La
contaminación tiene que terminar –dijo Luis a
su madre.
Cuando llegaron a casa, Luis se metió en Internet
buscando información sobre la contaminación del
aire. Se quedó sorprendido al conocer todo lo que
estábamos haciendo con nuestro planeta.
Desde aquel día Luis abrió los ojos y se propuso
hacer algo para evitarlo.
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- Pero, tú sólo, ¿qué vas a hacer? Eso no servirá
de nada –decía su hermana Gloria.
Luis lo tenía decidido. Aunque fuese poco, algo
sería.
Se fue a la cama. Aquella noche dormiría poco.
A la mañana siguiente, se levantó temprano y fue
a la cocina. Ya estaba su madre preparando el
desayuno. Luis comenzó a mirar debajo de los
fregaderos y sólo vio un cubo de basura. Entonces
preguntó a su madre:
- Mamá, ¿dónde echamos el papel?
- Al cubo, cariño
- Mamá, ¿y las mondas del plátano?
- Al cubo, hijo mío.
- Mamá, ¿y el envase de yogur también al cubo?
- Sí, Luis, ¿dónde quieres ir a parar?
- Mamá, que te parece si ponemos un cubo para
cada cosa. Así cuidaremos del planeta.
- Por supuesto, cariño, ya lo había pensado y han
pasado los días y aún no los he puesto. Hoy es
el día. Si quieres puedes acompañarme y los
compramos juntos.
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- Claro que sí, mamá, te acompañaré. Venga
desayunaremos rápido.
Luis estaba eufórico. Desayunó rapidísimo.
Salieron los dos y compraron los cubos para
reciclar la basura.
Ya, de camino a casa, pasaron por la puerta de un
vivero y a Luís se le ocurrió la idea de plantar un
árbol, a lo cual su madre no puso impedimento
alguno.
Cual fue la sorpresa de Luís, cuando su madre en
vez de pedir un árbol, pidió seis. No plantarían uno,
sino que plantarían uno por cada miembro de la
familia.
Desde aquel fatal accidente con Choco, una
familia abrió los ojos y se dio cuenta de que entre
todos tenemos que cuidar nuestro planeta.
Y tú, ¿tienes ya los ojos abiertos?
FIN
Escrito por The King,
Álvaro Arrabal Aldana, 6ºB