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¡AGUA EN PROMOCION! La vida se agota gota a gota Yo le daré gratuitamente del manantial del agua de la vida” (Ap 21, 6) Tal vez este texto lo puedan escribir mejor y con mayor profundidad, los pobladores de Cáqueza quienes han padecido durante semanas enteras, la reseca experiencia de no contar con el precioso líquido. Aquel refrán que dice que “nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde” se convierte en una dura realidad pues la contaminación de las fuentes hídricas ha privado a todo un pueblo de consumir agua, en una región que paradójicamente, es una de las más ricas en acuíferos del mundo: la historia del pez que se muere de sed en medio del estanque… Es posible que tener el privilegio de vivir en un territorio tan generoso en agua, nos haya llevado a creer que “lo que nada nos cuesta, hagámoslo fiesta”. Ahora cuando escasea, nos lamentamos de no haberla cuidado responsablemente. Aquella frase “un vasito de agua no se le niega a nadie”, dista de ser hoy una afirmación real pues el agua ha adquirido cada vez un mayor valor comercial. De hecho, uno de los grandes conflictos éticos de la humanidad es decidir si trata al agua como una mercancía o como un derecho inalienable de las personas. Si el agua se somete a las leyes de la compra y la venta, si se reduce exclusivamente al ámbito del mercado, queda desprovista del sabor que le da ser uno de los principales bienes que tiene por destino común, el servicio y sentido que ha querido darle el Creador a su Creación. Incluso la consideración del agua como “servicio” público (o privado, si se le ha concedido a una empresa distinta al Estado) dista mucho del carácter sagrado que los pobladores ancestrales de Bacatá le concedieron. Basta recordar a “Sie”, diosa del agua; a Bochica y el salto del Tequendama, a Bachué y la laguna de donde provino, al mítico ritual de El Dorado en el que confluían el sol, el oro y las aguas; y a las ofrendas que en las quebradas y humedales se ofrecía a “Chía” (la luna). Lo que era gratis y vínculo a la divinidad, se tornó en motivo de conflicto de intereses y fuente de negocio. Sin embargo, no podemos olvidar que el agua puede ser avasalladora. Ahora que estamos en plena temporada invernal, afloran en la memoria los estragos de las inundaciones y derrumbes para causa de las intensas lluvias, o los efectos de los huracanes o tsunamis. Por esto tiene sentido que los seres humanos aprendamos a interpretar los ciclos del agua para interactuar sabiamente, sacando lo mejor de ella y evitando los riesgos que puede acarrear. De ahí que hoy en día, se hable de una “gobernanza del agua” y de “justicia del agua”, pensando en la participación de diferentes actores sociales en la gestión respecto a los recursos hídricos y garantizar la disponibilidad de agua para todos los sectores de la sociedad. En Bogotá Distrito Capital esta dinámica de interacción entre el Estado y la Sociedad Civil, está despertando una interesante conciencia de nuestra identidad. Antes de la ciudad española, hoy convertida en metrópoli, existían pequeños caseríos indígenas en medio de una red de lagos. De las 50.000 Hectáreas que se calculan estaban cubiertas de agua, hoy tan sólo quedan 800, en lo que se conoce como “humedales”. La historia es triste pues por muchas razones los bogotanos le dimos la espalda al agua, convertimos los ríos en “caños” y desecamos los humedales para construir viviendas, centros comerciales y universidades. Da vergüenza constatar lo ignorantes que hemos sido en materia ecológica. Incluso uno de los casos más representativos es el del Río Viracachá (resplandor a la luz de la luna) al cual se le cambió el nombre como Río San Francisco, se le canalizó y se escondió debajo de la Avenida Jiménez. El célebre arquitecto Rogelio

Agua en promocion (catolicismo)

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Page 1: Agua en promocion (catolicismo)

¡AGUA EN PROMOCION! La vida se agota gota a gota

“Yo le daré gratuitamente del

manantial del agua de la vida” (Ap 21, 6)

Tal vez este texto lo puedan escribir mejor y con mayor profundidad, los pobladores de Cáqueza quienes han padecido durante semanas enteras, la reseca experiencia de no contar con el precioso líquido. Aquel refrán que dice que “nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde” se convierte en una dura realidad pues la contaminación de las fuentes hídricas ha privado a todo un pueblo de consumir agua, en una región que paradójicamente, es una de las más ricas en acuíferos del mundo: la historia del pez que se muere de sed en medio del estanque… Es posible que tener el privilegio de vivir en un territorio tan generoso en agua, nos haya llevado a creer que “lo que nada nos cuesta, hagámoslo fiesta”. Ahora cuando escasea, nos lamentamos de no haberla cuidado responsablemente. Aquella frase “un vasito de agua no se le niega a nadie”, dista de ser hoy una afirmación real pues el agua ha adquirido cada vez un mayor valor comercial. De hecho, uno de los grandes conflictos éticos de la humanidad es decidir si trata al agua como una mercancía o como un derecho inalienable de las personas. Si el agua se somete a las leyes de la compra y la venta, si se reduce exclusivamente al ámbito del mercado, queda desprovista del sabor que le da ser uno de los principales bienes que tiene por destino común, el servicio y sentido que ha querido darle el Creador a su Creación. Incluso la consideración del agua como “servicio” público (o privado, si se le ha concedido a una empresa distinta al Estado) dista mucho del carácter sagrado que los pobladores ancestrales de Bacatá le concedieron. Basta recordar a “Sie”, diosa del agua; a Bochica y el salto del Tequendama, a Bachué y la laguna de donde provino, al mítico ritual de El Dorado en el que confluían el sol, el oro y las aguas; y a las ofrendas que en las quebradas y humedales se ofrecía a “Chía” (la luna). Lo que era gratis y vínculo a la divinidad, se tornó en motivo de conflicto de intereses y fuente de negocio. Sin embargo, no podemos olvidar que el agua puede ser avasalladora. Ahora que estamos en plena temporada invernal, afloran en la memoria los estragos de las inundaciones y derrumbes para causa de las intensas lluvias, o los efectos de los huracanes o tsunamis. Por esto tiene sentido que los seres humanos aprendamos a interpretar los ciclos del agua para interactuar sabiamente, sacando lo mejor de ella y evitando los riesgos que puede acarrear. De ahí que hoy en día, se hable de una “gobernanza del agua” y de “justicia del agua”, pensando en la participación de diferentes actores sociales en la gestión respecto a los recursos hídricos y garantizar la disponibilidad de agua para todos los sectores de la sociedad. En Bogotá Distrito Capital esta dinámica de interacción entre el Estado y la Sociedad Civil, está despertando una interesante conciencia de nuestra identidad. Antes de la ciudad española, hoy convertida en metrópoli, existían pequeños caseríos indígenas en medio de una red de lagos. De las 50.000 Hectáreas que se calculan estaban cubiertas de agua, hoy tan sólo quedan 800, en lo que se conoce como “humedales”. La historia es triste pues por muchas razones los bogotanos le dimos la espalda al agua, convertimos los ríos en “caños” y desecamos los humedales para construir viviendas, centros comerciales y universidades. Da vergüenza constatar lo ignorantes que hemos sido en materia ecológica. Incluso uno de los casos más representativos es el del Río Viracachá (resplandor a la luz de la luna) al cual se le cambió el nombre como Río San Francisco, se le canalizó y se escondió debajo de la Avenida Jiménez. El célebre arquitecto Rogelio

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Salmona quiso rescatar el valor simbólico del agua, a través del Eje Ambiental, pero basta hacer un recorrido para constatar que poco o nada queda de la intención inicial hoy convertida en basurero y monumento a la desidia ciudadana. Es más, las ciudades más importantes del mundo se enorgullecen de su río y lo convierten en eje de su desarrollo. En cambio, en nuestra capital, ya es demasiado optimista llamar “río” Bogotá esa fuente ocre y nauseabunda que reflejan los colores, olores y sabores que brotan de nuestro corazón. “El árbol se conoce por sus frutos” (Lc 6, 44) ¿Cuál puede ser el aporte del catolicismo ante esta dura realidad? En primer lugar, reconocernos como ciudadanos, tomar conciencia de nuestra responsabilidad y participar activamente de los debates y alternativas que se están planteando para recuperar el agua en Bogotá y la región. Actualmente, la “gobernanza del agua” está teniendo como referencia los “territorios ambientales”, referidos a los cerros orientales, las cuencas de los Ríos Tunjuelo, Fucha, Salitre, Torca; los diversos humedales en el margen occidental de la ciudad y el 75% del territorio del Distrito que corresponde a la Localidad de Sumapaz, zona rural y de conservación ecológica por la importancia estratégica del páramo. Así como sabemos el número de cédula o conocemos el nombre del barrio y la Localidad, también es necesario saber en qué U.P.Z (Unidad de Planeamiento Zonal) vivimos y a qué territorio ambiental pertenecemos. Algo similar a quien se identifica con el Río Teusacá, el Río Negro o el Río Blanco; reconoce que la vida (o la muerte) fluye por el Río Fruticas, o el Cáqueza, siente su destino ligado al Soacha o al Urace, o vive de lo que le ofrece el Sáname o el Une. El valor sagrado desde nuestra fe tiene un amplio respaldo teológico. Tal vez una revisión juiciosa de la bendición del agua durante la Vigilia Pascual abra horizontes de comprensión y brinde argumentos para respaldar la inmensa responsabilidad que tenemos como discípulos del Evangelio. Semejante desafío, requiere al menos, una columna más, por lo que nos encontraremos en la próxima edición. Que una lluvia de bendiciones nos ayude a despertar y no nos ahoguemos en las consecuencias de nuestros errores en la adaptación al territorio. San Francisco de Asís nos convoque a entender por qué al agua la llamaba “hermana” y Nuestra Señora navegue anunciando la Paz no sólo por el Río Magdalena sino por cada arteria de nuestro cuerpo compuesto por 97% de agua y cada ola o meandro en este globo azul lleno de agua que todavía osamos llamar “Planeta Tierra”.