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Alicia en el país de las maravillas

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Título original: Alice’s Adventures inWonderlandLewis Carroll, 1865Traducción: Graciela MontesIlustraciones: John TennielCubierta: Joan Miró, Pájaro con lamirada calma, las alas en llamas

Editor digital: NingunoePub base r1.2

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Sobre este ePub

Este epub recupera la ediciónpublicada por el Centro Editor deAmérica Latina en su «Biblioteca básicauniversal» (vol. 75, 1979).

La presentación del apartado«Notas», de la edición en papel,explica:

(Se incluyen aquí solo lasnotas que consideramosindispensables para unacomprensión cabal del texto.Fueron elaboradas a partir delminucioso trabajo de

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iluminación de Alicia quesignificó la edición anotada porMartin Gardner).

Graciela Montes:

Escritora y traductora argentinanacida en Buenos Aires el 18 de marzode 1947. Se licenció en Letras por laUniversidad de Buenos Aires en 1971.Fue directora durante dos décadas de lacolección de literatura infantil «Loscuentos del Chiribitil», del CentroEditor de América Latina, ejerciendotambién labores de redacción, edición y

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traducción.Miembro fundador de la Asociación

de Literatura Infantil y Juvenil de laArgentina y cofundadora y codirectorade la revista cultural «La Mancha -Papeles de literatura infantil y juvenil»durante sus dos primeros años. Ganó elPremio Lazarillo en 1980, fue lacandidata argentina al PremioInternacional Hans Christian Andersenen 1996, 1998 y 2000.

Es autora de más de setenta títulosde ficción para niños, algunos de loscuales han sido traducidos al alemán,francés, portugués, griego y catalán.También ha sido traductora deimportantes obras tales como las de

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Lewis Carroll, los Cuentos de Perrault,etc.

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ESTUDIOPRELIMINAR

Alicia se merece, sin lugar a dudas,ese nacimiento entre legendario ymeticuloso que le adjudicó desdesiempre su autor. Parece que fue un 4 dejulio de 1862, casi podría calcularse lahora exacta, sobre el río Támesis, en unatarde calurosa y radiante de sol, cuandoel joven diácono Charles LutwidgeDodgson —«para dar placer a una niñaque amaba (no recuerdo ningún otromotivo)»— inventó las extrañas yperdurables aventuras de Alicia en el

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país que tenía su puerta de entrada enuna madriguera. Y si agregamos a esoque los registros de la oficinameteorológica de Londres —¿y quién seatreve a dudar de la oficinameteorológica de Londres?— aseguranque el 4 de julio de 1862 fue un díafresco y húmedo, más bien nublado yhasta lluvioso, Alicia ingresadefinitivamente en la gloriosaambigüedad y obtiene desde el vamos lacédula de nonsense.

E l nonsense, creación peculiar deInglaterra, que campea en las nanas, lasnursery rhymes, y sobre todo en loslimericks de Edward Lear y en la obrade Carroll, se nos aparece como el

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disparate, el porque sí, un mundo nuevodonde no acertamos a dar con los puntosde referencia habituales.

El propio Lewis Carroll (fue ese eldisfraz que eligió Dodgson para circularpor el nonsense) nos ofrece una recetainfalible: «Se comienza por escribir unafrase, luego se la corta en pedacitos, semezclan los trozos y se los va sacandode a uno, según el más perfecto azar. Elorden de las palabras es completamenteindiferente». Parece sencillo, pero talvez no haya que confiar demasiado; a finde cuentas es la definición oficial de unVictoriano y parece deseosa decertificar la inocencia azarosa de suproducción. Pero el nonsense no es

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inocente, como tampoco es inocente ellenguaje.

De todos modos vale la clave: laviolencia al lenguaje. El material delnonsense es el lenguaje. La rima o laaliteración deciden la sucesión de losacontecimientos, un juego de palabrasdefine la situación. Es en virtud delritmo, la rima y las reiteraciones que loslimericks de Edward Lear crean eseorden aberrante que sin embargoaparece como natural y necesario, «ununiverso —como dice Isabelle Jan— enque las cosas son así porque así lo hanquerido las palabras».

E l nonsense, respetuoso de lasintaxis, violenta la palabra y, lo que es

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más importante, violenta el referente.Para Carroll, que además de violentar ymanipular el idioma inglés lo observaconstantemente, el lenguaje es un telóntan opaco que la atención se detienepersistentemente en él en lugar deatravesarlo en busca del referente.Alicia en el País de las Maravillas y Através del espejo son obras construidassobre el lenguaje; el lenguaje es elverdadero protagonista de ambas. Sesuceden los juegos de palabras,contrarrestados por urgentes exigenciasde precisión verbal; el Sombrerero, laLiebre de Marzo, la Símil Tortuga y elGato de Cheshire son personajesnacidos del lenguaje; la minuciosa

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observación de un giro, de una frasehecha, acaba por proyectar el signosobre el mundo de los referentes: lapalabra se ha convertido en cosa. Elenunciado engendra el sentido. Loformulado aseverativamente ycorrectamente desde el punto de vistasintáctico de la lengua deja de ser unargumento, y como tal cuestionable, ypasa a formar parte de las cosas,incuestionables porque ahí están.

Es una posición paralela a la que leadjudica Sartre al poeta, que «se haretirado de golpe del lenguaje-instrumento y ha optado definitivamentepor la actitud poética, que considera alas palabras como cosas y no como

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signos».Esa visión no ingenua del lenguaje

es una de las contribuciones másrevolucionarias de Carroll a laliteratura. En 1896, respondiendo a unade las múltiples preguntas que se leformularon acerca de la significacióndel Snark, el peculiar poema que habíapublicado veinte años antes, escribió:«¡Mucho me temo que no quise decirnada más que un disparate! (nonsense).Aunque, como bien se sabe, las palabrassignifican más de lo que nosproponemos expresar con ellas cuandolas usamos: de modo que esimprescindible que todo un librosignifique muchísimo más de lo que

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quiso decir el autor».Y el lenguaje, que es la materia del

nonsense, fluctúa, igual que la pobreAlicia, entre amo y esclavo, entredominante y dominado. A veces Carrollmaneja las palabras: es el control, elplacer, el juego; otras veces lo manejanlas palabras: es el sueño, la muerte, elmiedo. Y es que los malabarismos conlas palabras proporcionan un placerlúdicro, que se parece mucho a laomnipotencia, el mismo que obteníaDodgson lógico y matemático cuandojugaba con los números. Pero losnúmeros son entidadesmaravillosamente intelectuales yabstractas, totalmente abstraíbles del

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mundo referencial; las palabras, encambio, aunque es posible extrañarlas ymanejarlas, acarrean con ellas el mundode las referencias, y el mundo de lacultura.

Pero por engañosas, por evasivasque sean, las palabras son la únicagarantía de orden, la única forma decontrolar el caos. El verdadero miedo,la muerte, el desorden total, la pérdidade identidad se dan cuando las palabrasno están a mano o cuando se separandefinitivamente de las cosas. Laspalabras sin referente no asustan,recuerdan otras palabras; son lasjitanjáforas y el Jabberwocky: allí elnonsense está a salvo. Lo que asusta son

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las cosas sin palabras; la falta denombre es sentencia de muerte; por esoAlicia se siente perdida cuandosospecha que es posible que su nombresea Mabel o algún otro y cuando en Através del espejo tiene que avanzar porel aterrador bosque de las cosas sinnombre.

Y es que el nonsense de Carroll secentra en el esfuerzo por controlar lossueños, por ser, como dice HumptyDumpty, el amo. Su actitud es la deljugador, distanciado, sonriente ydominante, como la imagen de ese Gato,originario de Cheshire, igual que él, quecuando no era pura sonrisa era puracabeza. El jugador no permite la

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irrupción de la emoción en el juego nide la belleza ni de la confraternidad nide la ética. Es necesario que rijan laprecisión y la crueldad que da ladistancia. Lo más cercanamenteemotivo, el cuerpo, es tratado en formadespiadada: Alicia crece y se encoge, seridiculiza; el Sombrerero y la Liebre deMarzo usan al Lirón de almohada; losjugadores de croquet usan flamencos envez de palos y erizos en lugar de bolas.Los personajes se miran, se indagancomo objetos, se cuestionan, se usan, seignoran o se evitan, pero nunca se odianni se aman.

E n La caza del Snark, y en muchomayor medida en su poco feliz novela

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Silvia y Bruno, Carroll va dando cabidaa la emoción y alejándoseprogresivamente del nonsense-juego.

Debido a esa peculiaridad delnonsense, donde realidades al parecerincongruentes entran en contacto segúnesas leyes del lenguaje que se parecentanto a las de los sueños, las dos Aliciasy el Snark resultan obras profusas ensímbolos y se han convertido en campopropicio para los cazadores dealegorías. Sobre la obra de Carrollcayeron múltiples lecturas. En 1933Shane Leslie encontró que Alicia en elPaís de las Maravillas no era sino unahistoria secreta de las polémicasreligiosas que conmovieron a la

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Inglaterra victoriana. Empson descubrióque la escena en que Alicia sale de lalaguna de lágrimas con los demásanimales es una clara referencia alorigen de las especies de Darwin,reforzada por la cara de mono queaparece en una de las ilustraciones deTenniel para el capítulo, y que la carrerade comité parodia el conflicto entredemocracia y selección natural. PhyllisGreenacre estableció que Carrollsobrellevaba un Edipo no resuelto y queidentificaba a las niñas en general, y aAlicia en particular, con su madre, y queel Jabberwock y el Snark son recursospara aludir a la llamada «escenaprimordial». Aragón sostuvo que la obra

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de Carroll es una crítica feroz a lasociedad victoriana.

Y a medida que Alicia soportabanuevas interpretaciones se perfilaba conmás nitidez la posición que sostiene queno se trata sino de un simulacro de libroinfantil, de un ardid de Carroll paradirigir su mensaje a los adultos de susociedad sin correr el riesgo de lacensura. Los que sostenían esto seoponían a los que defendían, en cambio,la inocencia e intangibilidad de un textodirigido a los niños, y mirabanhorrorizados las vejaciones de que eraobjeto ese puro e ingenuo pasatiempo.Esta segunda posición —que coincidecon la que sostuvo oficialmente Charles

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Lutwidge Dodgson— adolece sin dudade victorianismo: pretende que existe unreino dorado de la infancia, inocente ytotalmente independiente del vulgar yperverso mundo adulto.

Pero también los que sostienen queel libro no fue escrito para niños dejande lado evidencias e ignoran lassutilezas de una cultura como la queanidó a Alicia. Es absurdo negarse aadmitir que Alicia en el País de lasMaravillas fue un libro escrito para losniños, no sólo por el hecho obvio de queDodgson lo manuscribió y regaló aAlicia Liddell en su versión original,sino porque tuvo un éxito extraordinarioentre los niños Victorianos; a ellos

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estuvo dirigido y ellos, rodeados por lasestrechas y omnipresentes pautas decomportamiento y límites deconocimientos que se les imponían yfamiliarizados con el nonsense de lasnursery rhymes, lo supieron apreciar.Es más, Alicia es un libro pionero en laexploración del psiquismo infantil: laangustia de no crecer y de crecerdemasiado, el miedo a lasmodificaciones del cuerpo, el temor alos adultos, la dificultad paracomunicarse con ellos, el terror a perderla identidad. El hecho de que ademásAlicia sólo se explique a partir de lapeculiarísima y paradójica personalidadde su autor y de su época, revele una

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visión del mundo profunda y sumamenteoriginal para el siglo XIX y anticipepensamientos del XX de ningún modoinvalida su cualidad de libro infantil.

Y es que el niño no es inocente devida ni acultural. Sin embargo, así loquerían los Victorianos. Rescatado yapor los románticos debido a su mayorcercanía a la naturaleza y por lo tanto ala sabiduría, el niño imaginario de losVictorianos, puro, asexuado, sincero,sabio y bondadoso, merecía vivir en unmundo igualmente imaginario, dorado yfeliz. El adulto se sentía en la obligaciónde rodearlo de pautas de conducta muyestrictas, destinadas a domesticarlo,claro, pero también a protegerlo, y de

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transmitirle, fuera de esas pautas, lamenor cantidad posible de informaciónacerca del mundo, aun cuando otrasfuerzas no oficiales de esa mismasociedad ya estaban gestando una nuevaeducación.

El mundo infantil quedaba, pues,separado del ámbito del adulto,circunscripto a los reconfortantesaunque estrictos límites de la nursery yde la escuela. Esas eran sus áreas deexpansión; allí podía fantasear, jugar yalojar sus monstruos. La única condiciónera el aislamiento del mundo adulto,para que el adulto pudiese conservar suculto a la infancia imaginaria, que tanbien lo lavaba de culpas.

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Dodgson, que compartía esa visiónde la infancia, penetró bajo elpseudónimo de Carroll en esa clausurade la nursery y de la escuela, y resultaque los monstruos, aunque aberrantes,son reconocibles, que hay juego perotambién angustia y crueldad, amos yesclavos, que lo de adentro se parecedemasiado a lo de afuera.

Esa ambigüedad de la nursery fue laque organizó no solo las dos Alicias deLewis Carroll sino también la vida deCharles Lutwidge Dodgson. Sabemosque Dodgson vivió una infanciavictoriana rica y perfectamenteprotegida. La familia, formada por supadre, párroco y luego rector, su madre

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y varios hermanos, le ofreció un recintoideal. Salvaguardado lo mejor posibledel contacto con el mundo, gozó de todala libertad para hacer de titiritero, demago y de actor, para editar revistas decirculación doméstica, inventar juegos yapasionarse por las matemáticas.

Al parecer nunca logró reponersedel sacudón que significó abandonar larectoría e ingresar al mundo.

Pero lo cierto es que no tardó enreconstruirse un hábitat. Fue en Oxford,en Christ Church, y más específicamenteen sus habitaciones, llenas de objetosextraños y atractivos en perfecto orden.Allí, otra vez protegido, amparado porsu puesto como profesor de matemáticas

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y por su sueldo, su meticulosidad y supulcritud perfectas, pudo desplegar sumundo privado, su coto y su tablero.Allí manuscribió su Alicia en el MundoSubterráneo, allí pasó sus tardes de té yacertijos con sus queridas niñas, allítrabajó en sus fotografías, jugó con lasmatemáticas y con la lógica y escribióinnumerables e ingeniosas cartas. Esaforma particular que tuvo Dodgson deresolver su situación en el mundo, en laprotección de un refugio, le permitióestablecer los imprescindibles nexoscon el exterior en forma decorosa yhasta desenvuelta, a pesar de sutartamudez.

La ambigüedad de la nursery, la

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ambigüedad de la actitud hacia unainfancia que se oprime pero cuya imagense venera, la ambigüedad de la actitudde Dodgson hacia las niñas. Nadieignora que Dodgson cultivó con másahínco que cualquier otra actividad lasfervorosas amistades con niñaspequeñas, amistades que daba porterminadas en cuanto esas niñasrevelaban el menor síntoma de habersetransformado en mujeres, y nadie ignoraque detestaba con igual fervor a losniños varones. Dodgson consideraba alas niñas ángeles asexuados pero lasamaba con intensidad sexuada, nosoñaba siquiera con mancillar suinocencia pero amaba sus formas al

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punto de fotografiarlas desnudas.Es la ambigüedad de una época

también y es necesario comprenderlaporque si no se corre el riesgo de perderla clave principal. Ambigua es la actitudde Alicia. Alicia es contestataria yconvencional, juez y reo; respetuosa conla Oruga y el Gato de Cheshire,despectiva con el Conejo Blanco,condescendiente con la Símil Tortuga,protectora con los jardineros de laReina, digna con el Sombrerero y laLiebre de Marzo y autoritaria en laescena final del juicio; Aliciaintercambia roles con los habitantes delPaís de las Maravillas. Y es que Aliciaes Alicia y los monstruos que encuentra,

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porque son su sueño, y el sueño, queparece arbitrario, sólo cobra sentido ala luz del soñador, así como lascreaciones de la nursery se remiten a lacultura que engendró la nursery y lairreverencia de Carroll se ve mejor a laluz de los pruritos del muy reverenteDodgson, que no permitía que se hicieseuna broma de tema religioso en supresencia.

La Inglaterra victoriana recomponíasu ideología oficial; fue imprescindiblehacerlo cuando la industrialización y laconcentración urbana redistribuyeron lasfuerzas sociales y consagraron eladvenimiento al poder de la clasemedia. Y la clave fue la ambigüedad:

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ocultamiento de la actividad materialtras preceptos espiritualistas, anatemasal ateísmo para contrarrestar loscuestionamientos irreversibles de laciencia que esa misma actividadmaterial impulsaba, una infancia que esa la vez objeto de represión y de culto.

En esa circunstancia y en esemomento nace la ambigua, genial y muyinglesa Alicia, con su imagen de unmundo kafkiano, absurdo peroconvencional, ubicada en la encrucijadaen que una cultura se resiste a dar porcaduca una interpretación del mundopero se ve llevada irresistiblemente ahacerlo.

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Charles Lutwidge Dodgson nació el27 de enero de 1832 en el pueblito deDaresbury, en Cheshire, donde su padrese desempeñaba como párroco. Lafamilia se mudó luego a la rectoría deCroft, cerca de Darlington.

Charles era afecto a inventar juegospara sus hermanos: construyó un teatrode títeres, hizo de actor y de mago,inventó acertijos.

Cursó sus primeros estudios enRichmond y luego en Rugby y se destacómuy pronto en la matemática. Durantelas vacaciones, en la rectoría sedesempeñaba como editor y principalcolaborador de revistas de circulación

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familiar (Useful and Instructive Poetry,The Rectory Magazine, The RectoryUmbrella, Misch-Masch), en cuyaspáginas aparecieron las primerasversiones de Jabberwocky y de lapoesía de El testimonio de Alicia.

En 1850 Charles se matriculó enChrist Church, Oxford, y cuatro añosdespués obtuvo su título. A partir deentonces se desempeñó como seniorstudent y luego como profesor dematemática, cargo que mantuvo hasta sumuerte.

Investigó en los campos de la lógicay de la matemática. Publicó TheCondensation of Determinants,Algebraical Formulae for Responsions,

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Euclid and his modern rivals, CuriosaMathematica, etc.

En 1856, en una revista llamada TheTrain, publicó un poema bajo elpseudónimo de Lewis Carroll, nombreque formó ainglesando el apellidomaterno (Lutwidge) y latinizando elnombre de pila (Charles).

En 1862, a pedido de Alicia Liddell,una de las hijas del deán de ChristChurch, manuscribió e ilustró un cuentoque les había narrado a ella y sushermanas en una tarde de paseo; lol lamó Las aventuras de Alicia en elMundo Subterráneo. En 1865 costeó yvigiló cuidadosamente la edición de unasegunda versión, modificada y ampliada,

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que se llamó Alicia en el País de lasMaravillas. Las ilustraciones estuvierona cargo de John Tenniel, cuya laborsupervisó y criticó Carroll paso a paso.

En 1872 escribió y publicó unasegunda parte, A través del espejo,también ilustrada por Tenniel. En 1876apareció La caza del Snark y en 1893terminó de publicar su novela Silvia yBruno.

Dodgson era anglicano ortodoxo,aunque admitía no creer en la condenaeterna del infierno, tory, respetuoso delas jerarquías sociales y aun algo snob,tartamudo, meticuloso y tímido.

Fue un pionero de la fotografía ydejó estupendos retratos de niños, los

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mejores del siglo XIX, según HelmutGernsheim.

Le gustaban los juegos, sobre todo elajedrez, el croquet, el billar y elbackgammon; inventó acrósticos, juegos,un nictógrafo, sistemas mnemónicos. Eramuy afecto al teatro. Cultivaba laamistad de innumerables niñas ymantenía con ellas una copiosísimacorrespondencia, cuidadosamentearchivada.

Murió en Guildford en 1898.

Graciela Montes

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CAPÍTULO I.Cayendo por la

madriguera

Alicia[2] estaba empezando aaburrirse allí sentada en la orilla junto asu hermana, sin tener nada que hacer;había echado un par de ojeadas al libroque esta leía, pero no tenía dibujos nidiálogos, y «¿para qué puede servir unlibro sin dibujos ni diálogos?», sepreguntaba Alicia.

De modo que estaba deliberandoconsigo misma (lo mejor posible,porque el día caluroso la hacía sentirse

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soñolienta y boba), tratando de decidirsi el placer de hacer una guirnalda demargaritas justificaba el esfuerzo deponerse de pie y recoger las flores,cuando de pronto pasó corriendo muycerca de ella un conejo blanco de ojosrojos.

Eso no tenía nada de demasiadoparticular, y tampoco le pareciódemasiado desacostumbrado a Aliciaque el Conejo se dijese:

—¡Ay, ay, ay, que llego tarde!(Fue sólo mucho después, cuando

volvió a pensar en eso, que se le ocurrióque habría debido desconcertarse; enese momento le pareció bastantenatural). Pero cuando el Conejo sacó un

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reloj del bolsillo del chaleco —nadamenos—, lo miró y después apuró elpaso, Alicia se puso de pie de un saltoporque de golpe se le cruzó por la menteque jamás había visto antes a un conejocon bolsillo de chaleco ni con reloj parasacar de ese bolsillo y, ardiendo decuriosidad, corrió por el campo en supersecución, y llegó justo a tiempo paraverlo desaparecer por una granmadriguera que había debajo del cerco.

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Un instante después iba Alicia trasde él, sin pensar ni por un momentocómo se las iba a ingeniar para volver asalir.

La madriguera se prolongabaprimero en línea recta, como un túnel, yluego se hundía de pronto, tan de prontoque Alicia no había tenido siquieratiempo de empezar a pensar en detenersecuando ya se encontró cayendo en lo queparecía ser un pozo muy profundo.

Una de dos, o el pozo era muyprofundo o ella caía muy lentamente…porque —mientras caía— tuvo todo eltiempo del mundo para mirar a sualrededor, y para preguntarse quépasaría después. Primero trató de mirar

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hacia abajo y de averiguar hacia dóndese dirigía, pero estaba demasiadooscuro para ver nada. Después miró lasparedes del pozo y notó que estabanatestadas de armarios y bibliotecas; detanto en tanto había mapas y cuadroscolgados de clavos. Recogió al pasar untarro de uno de los estantes; la etiquetadecía Mermelada de naranjas pero, paragran desilusión suya, estaba vacío. Noquiso dejarlo caer por miedo de matar aalguien allá abajo, así que se las arreglópara colocarlo en uno de los armariosque iban desfilando en su caída.

«¡Bueno —pensó Alicia para susadentros— después de una caída comoesta me va a parecer un chiste bajar

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rodando por las escaleras! ¡Qué valientevoy a parecerles a todos en casa! ¡Mástodavía: no haría el menor comentario niaunque me cayese del techo de la casa!»,(lo que no dejaba de ser muyprobablemente cierto).

Abajo, abajo, abajo. ¿No iba aterminar nunca esa caída?

—Me pregunto cuántas millas habrécaído ya —dijo en voz alta—. Debo deandar cerca del centro de la Tierra.Veamos un poco: eso serían unas cuatromil millas de profundidad, me parece…(porque, como bien se ve, Alicia habíaaprendido muchas cosas de este tipo enlas clases de la escuela y, aunque no eraesa una oportunidad demasiado

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adecuada para hacer ostentación de susconocimientos, ya que no había nadiepara escucharla, repetir las lecciones nodejaba de ser un ejercicio muy útil)…sí, creo que es esa más o menos ladistancia, pero entonces me pregunto aqué latitud o longitud habré llegado…(Alicia no tenía la más remota idea dequé significaban «latitud» y «longitud»,pero consideraba que esas palabrassonaban encantadoramente imponentes).

Pronto volvió a empezar:—¡Me pregunto si no terminaré por

traspasar toda la Tierra[3]! ¡Qué cómicosería aparecerme en medio de esa genteque camina de cabeza! Los Antipáticos,o algo así… (se alegró bastante de que

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no hubiese nadie escuchando esta vezporque esa palabra no le sonaba paranada), pero voy a tener que preguntarlesel nombre del país, claro está. Porfavor, señora, ¿estamos en NuevaZelandia o en Australia?, (y trató dehacer una reverencia mientras hablaba…¡qué les parece, haciendo reverenciasmientras uno se está cayendo en elvacío! ¿Ustedes serían capaces?). Y¡qué nena ignorante les voy a parecercuando haga esa pregunta! No, meparece que preguntar no es lo másadecuado; en una de esas lo veo escritoen algún sitio.

Abajo, abajo, abajo. No habíaninguna otra cosa que hacer, así que

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Alicia no tardó en ponerse a hablarnuevamente.

—Dinah[4] me va a extrañar muchoesta noche, me parece. (Dinah era lagata). Espero que se acuerden de suplatito de leche a la hora del té. ¡Ay,Dinah querida! ¡Ojalá estuvieses aquíabajo conmigo!, me temo que no hayratones en el aire, pero podrías cazar unmurciélago, y los murciélagos separecen mucho a los ratones ¿sabías?Pero no estoy tan segura de que los gatoscoman murciélagos.

Aquí Alicia empezó a adormilarseun poco y siguió diciéndose como entresueños:

—¿Comen murciélagos los gatos?

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¿Comen murciélagos los gatos?Y a veces:—¿Comen gatos los murciélagos? [5]

Porque, ¿saben?, como no podíaresponder a ninguna de las dospreguntas, no importaba demasiado elmodo en que las formulase.

Tuvo la sensación de que se estabaadormeciendo y apenas había empezadoa soñar que estaba caminando de lamano con Dinah y preguntándole congran ansiedad: «Quiero que me digas laverdad, Dinah, ¿te comiste alguna vez unmurciélago?», cuando de pronto, ¡pof!,¡pof!, aterrizó en un montón de ramas yhojas secas y terminó la caída.

Alicia no se había lastimado en

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absoluto y enseguida se puso de pie deun salto. Levantó los ojos, pero arribaestaba todo muy oscuro; delante de ellase extendía otro largo pasillo, por el queaún podía divisarse al Conejo Blancoque se alejaba apurado. No había ni unmomento que perder: allá se precipitóAlicia, rápida como el viento, y llegójusto a tiempo para oírle decir mientrasdoblaba un recodo:

—¡Por mis orejas y mis bigotes!¡Qué tarde se me está haciendo!

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Alicia estuvo por alcanzarlo alllegar al recodo, pero en cuanto pegó lavuelta ya no lo vio más por ningunaparte, y se encontró en un vestíbulolargo y bajo, iluminado por una hilera delámparas que colgaban del techo.

El vestíbulo estaba rodeado depuertas, pero todas estaban cerradas, y,después de recorrerlas una por una, dela primera a la última, para ver si algunase abría, Alicia volvió tristemente alcentro del vestíbulo, preguntándosecómo iba a hacer para salir de allí.

De pronto se encontró con unamesita de tres patas, toda de vidriomacizo. No había en ella más que unadiminuta llavecita dorada, y la primera

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idea que se le cruzó a Alicia por lacabeza fue la de que esa llavecita podíacorresponder a alguna de las puertas delvestíbulo. Pero ¡qué pena!, o bien lascerraduras eran demasiado grandes o lallave demasiado pequeña: lo cierto esque no podía abrir ninguna de esaspuertas. Sin embargo, en su segundarecorrida se tropezó con una cortinabaja que no había visto antes y detrás deella encontró una puertita de unas quincepulgadas de alto. Alicia probó lallavecita dorada y, para su gran alegría,¡entraba en la cerradura!

Abrió la puerta y vio que daba a unpasillito apenas más amplio que unaratonera; se agachó y allá al fondo, del

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otro lado del pasillo, estaba el máshermoso jardín que Alicia hubiese vistonunca. ¡Qué ganas tenía de escaparse deese vestíbulo oscuro y pasearse por esosmacizos de flores refulgentes y por esasfrescas fuentes! Pero ni siquiera podíapasar la cabeza por el vano.

«Y aunque pudiese pasar la cabeza—pensó la pobre Alicia—, de poco meserviría sin los hombros. ¡Ay, cómo megustaría plegarme como un telescopio!Creo que podría hacerlo si tan solosupiese cómo empezar».

Porque, como ustedescomprenderán, eran tantas las cosasdesacostumbradas que le habíansucedido a Alicia últimamente que había

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empezado a pensar que eran pocas lasrealmente imposibles.

Parecía inútil quedarse esperandojunto a la puertita, de modo que volvió ala mesa, con la secreta esperanza deencontrar alguna otra llave, o al menosun manual con instrucciones para plegargente como si fuesen telescopios. Estavez encontró una botellita («que estoysegura de que no estaba allí antes», dijoAlicia), con una etiqueta colgada delcuello y la palabra BÉBEMEprimorosamente impresa con grandescaracteres.

Estaba muy bien eso de decir«Bébeme», pero la prudente Alicita noiba a obedecer así como así.

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—No, primero voy a mirar bien —dijo—, para ver si no dice «veneno».

Porque Alicia conocía muchossimpáticos cuentitos acerca de niños quehabían resultado quemados, devoradospor animales salvajes y otras cosasdesagradables solo porque no habíanquerido acordarse de los sencillospreceptos que les habían enseñado susamigos, como ser, que si uno sostienedemasiado rato con la mano un atizadoral rojo vivo acaba por quemarse, y quesi uno se hace un tajo muy profundo enel dedo con un cuchillo casi seguro quesangra. Y otra cosa que Alicia siemprehabía tenido presente era eso de que siuno bebe demasiado de una botella que

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dice «veneno» lo más probable es que ala larga le caiga pesado.

Sin embargo esta botella no decía«veneno», así que Alicia se atrevió aprobar y, como le sintió muy rico gusto(en realidad, un sabor combinado detarta de cerezas, flan, ananá, pavo asado,almíbar y tostada caliente con manteca),enseguida lo terminó.

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—¡Qué rara me siento! —dijo Alicia—. ¡Debo de estar plegándome como untelescopio!

Y así era nomás: ahora no medíamás que diez pulgadas y la cara se leiluminó cuando pensó que tenía eltamaño exacto para pasar por la puertitay llegar al precioso jardín. Sin embargo,primero esperó unos minutos más paraver si seguía encogiéndose; se sentía unpoco nerviosa cuando pensaba en esaposibilidad.

—Porque podría terminar porapagarme del todo, como una vela —sedecía Alicia—. Y ¿qué aspecto tendríayo entonces?, eso querría saber —y tratóde preguntarse qué aspecto tenía la

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llama de una vela apagada, porque nopodía recordar haber visto jamás nadasemejante.

Después de un tiempo, cuando vioque nada nuevo sucedía, decidió irsederechito al jardín, pero ¡pobre Alicia,qué pena!, cuando llegó a la puerta notóque se había olvidado la llavecita, ycuando volvió a la mesa para buscarlase dio cuenta de que de ningún modopodía alcanzarla: la veía con todaclaridad a través del vidrio e hizo todoslos esfuerzos posibles por treparse poruna de las patas, pero resbalabademasiado, y cuando se cansó deintentarlo se sentó en el suelo, pobrecita,y se puso a llorar.

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—¡Vamos! ¿De qué sirve llorar así?—se dijo con bastante severidad—. ¡Teaconsejo que te calles de inmediato!

Por lo general Alicia se daba muybuenos consejos (aunque rara vez losseguía), y a veces se reprendía con tantorigor que se hacía llenar los ojos delágrimas; y recordaba haber tratado dedarse una bofetada un día por habersehecho trampa en un juego de croquet quejugaba contra ella misma, porque estapeculiar criatura encontraba un placerespecial en simular ser dos personas ala vez.

«¡Pero ahora no me sirve de nadasimular ser dos personas! —pensó lapobre Alicia—. ¡Si apenas quedó lo

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bastante de mí como para armar una solapersona como es debido!».

Muy pronto sus ojos tropezaron conuna cajita de vidrio que había debajo dela mesa; la abrió y encontró en suinterior un bizcocho diminuto con lapalabra CÓMEME escrita con pasas deuva.

—Bueno, lo voy a comer —dijoAlicia—, y si me hace crecer voy aalcanzar la llave, y si me hace todavíamás chiquita podré arrastrarme pordebajo de la puerta; de cualquier modovoy a llegar al jardín ¡y no me importalo que pase!

Comió un bocadito y se dijo conansiedad:

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—¿Hacia dónde? ¿Hacia dónde? —mientras sostenía la mano por encima dela cabeza para controlar si crecía, y sesorprendió bastante cuando notó queseguía estando del mismo tamaño. Nocabe duda de que eso es lo que sucedepor lo general cuando uno comebizcochos, pero Alicia se habíaacostumbrado tanto a esperar solo cosasdesacostumbradas que le parecíabastante tonto y aburrido que la vidasiguiese su curso vulgar.

De modo que puso manos a la obra ymuy pronto terminó el bizcocho.

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CAPÍTULO II.Un charco de

lágrimas

—¡Cada vez más extrañísimo! —gritó Alicia. (Estaba tan sorprendida quepor el momento se había olvidado decómo se hablaba correctamente)—.Ahora me estoy desplegando como eltelescopio más gigante que haya existidonunca. ¡Adiós, pies! —(Porque, cuandobajó los ojos para mirarse los pies,estos ya estaban casi fuera del alcancede la vista, de tan lejos que se habíanido)—. ¡Ay, pobres piecitos míos! Vaya

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uno a saber quién se ocupará ahora deponerles las medias y los zapatos. Yo, almenos, no voy a poder, estoy segura.Voy a estar demasiado lejos paraocuparme de ustedes: van a tener quearreglárselas lo mejor que puedan…

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«Pero va a ser mejor que sea amablecon ellos —pensó Alicia—; ¡si no enuna de esas se niegan a caminar paradonde yo quiero ir! A ver, a ver… Yasé, les voy a regalar un par de botasnuevas todas las Navidades».

Y siguió haciendo planes de cómo selas iba a ingeniar.

«Voy a tener que mandarlas porencomienda —pensó—, ¡y qué raro meva a parecer eso de mandarles regalos amis propios pies! ¡Y qué extrañas van aser las direcciones!

Honorable Pie Derecho deAlicia

Alfombra de la Chimenea,

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cerca del Guardafuegos.(Con cariño, de Alicia)

¡Ay, Dios, qué tonterías estoydiciendo!».

En ese preciso momento la cabezade Alicia golpeó contra el cielorraso delvestíbulo, y es que en realidad paraentonces Alicia ya andaba midiendoalgo más de nueve pies. Recogió deinmediato la llavecita dorada y fuecorriendo hacia la puerta que daba aljardín.

¡Pobre Alicia! Lo más que pudohacer fue tenderse de costado para mirarcon un solo ojo hacia el jardín; habíamenos esperanzas que nunca de que

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pudiera atravesar la puerta. Alicia sesentó y se puso a llorar una vez más.

—¡Tendría que darte vergüenza! —dijo Alicia—. ¡Una grandota como tú(tenía todo el derecho de decirlo)llorando sin parar! ¡Te digo que tecalles ahora mismo!

Pero siguió igual que antes,derramando galones de lágrimas hastaque terminó por quedar rodeada por ungran charco de unas cuatro pulgadas deprofundidad y que cubría mediovestíbulo.

Un rato después Alicia oyó ungolpeteo de pasitos a lo lejos y se secóapresuradamente los ojos para ver quiénllegaba. Era el Conejo Blanco[6], que

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volvía, suntuosamente vestido, con unpar de guantecitos blancos en una manoy un gran abanico en la otra. Venía altrote, apurado, murmurando para susadentros mientras se acercaba:

—¡Ay, la Duquesa, la Duquesa! ¡Ay,lo que no me va a decir por haberlahecho esperar!

Alicia se sentía tan desesperada, queestaba dispuesta a pedir ayuda acualquiera, de modo que, cuando elConejo se acercó hacia donde ellaestaba, empezó a decir en voz baja y contimidez:

—Señor, por favor…El Conejo se sobresaltó, dejó caer

los guantecitos blancos y el abanico y se

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escurrió en la oscuridad lo más rápidoque pudo.

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Alicia recogió el abanico y losguantes y, como hacía mucho calor en elvestíbulo, empezó a abanicarse, y siguióabanicándose sin cesar mientrashablaba:

—¡Ay, Dios mío! ¡Qué raro que estodo hoy! Y pensar que ayer todosucedía como de costumbre. Mepregunto si no me habrán cambiadodurante la noche. A ver, déjenme pensarun poco: ¿era la misma yo cuando melevanté esta mañana? Casi casi meparece recordar que me sentía un pocodistinta. Pero, si no soy la misma, lapregunta que sigue es: ¿entonces quiénvengo a ser? ¡Ay, esa es la granincógnita!

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Y empezó a recordar a todas laschicas de su misma edad que conocía,para ver si la habrían cambiado poralguna de ellas.

—Estoy segura de que no soy Ada—dijo—, porque ella tiene bucleslargos y yo no tengo ni un solo rulito: yestoy segura de que no puedo ser Mabel,porque yo sé un montón de cosas yella… bueno, ¡ella sabe tan poquito!Además ella es ella y yo soy yo, y…¡Ay, Dios mío, qué difícil es entendertodo esto! Voy a hacer una prueba, a versi sé todas las cosas que solía saber. Aver… cuatro por cinco es doce y cuatropor seis es trece y cuatro por siete es…¡ay, no! ¡Así no voy a llegar nunca a

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veinte![7] Pero la tabla de multiplicar nosignifica nada; vamos a probar congeografía. Londres es la capital de Parísy París es la capital de Roma y Roma…¡ay, no, está todo mal! ¡Estoy segura!¡Deben de haberme cambiado porMabel! Voy a recitar ¡Cómo aumenta laabejita!

Y Alicia cruzó los brazos sobre lafalda, como si estuviese dando lección yempezó a repetir la poesía. Pero la vozle sonaba ronca y extraña y las palabrasno parecían fluir del modoacostumbrado:

¡Cómo aumenta el cocodriloel resplandor de su cola

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derramando agua del Nilosobre sus escamas todas!

¡Qué sonrisa tan alegre!¡Qué zarpazos tan sutiles,cuando recibe a los pecescon mandíbulas gentiles![8]

—Estoy segura de que esas no sonlas palabras correctas —dijo la pobreAlicia, y se le volvieron a llenar losojos de lágrimas mientras seguíahablando—. Y sí, debo de ser Mabelnomás, y voy a tener que irme a vivir aesa casita de morondanga, sin juguetes y,¡ay, Dios!, siempre llena de leccionespara estudiar. ¡Ah, no! Estoy decidida:

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¡si soy Mabel me quedo aquí abajo! Yde nada va a servir que asomen suscabezas para mirar hacia el fondo ydigan «¡Vamos, sube, queridita!». Loúnico que voy a hacer es levantar lacabeza y preguntar: «¿Yo quién soy?Primero díganme eso y después, si megusta ser esa persona, salgo; si no, mequedo aquí abajo hasta ser otra»… pero¡ay, Dios mío! —gritó Alicia con unsúbito acceso de lágrimas—. ¡Cómo megustaría que asomasen las cabezas!¡Estoy tan cansada de estar sola aquíabajo!

Al decir esto se miró las manos y sesorprendió al ver que se había puestouno de los guantecitos del Conejo

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mientras hablaba.«¿Cómo habré podido hacerlo? —

pensó—. Debo de estar achicándomeotra vez».

Se puso de pie y fue hasta dondeestaba la mesa para medirse con ella yse encontró con que, según sus cálculos,medía unos dos pies, y seguíaencogiéndose vertiginosamente. Prontose dio cuenta de que la causa era elabanico que tenía en la mano y lo dejócaer de inmediato, justo a tiempo parasalvarse de encoger del todo.

—¡Eso sí que es salvarse por unpelo! —dijo Alicia, bastante asustadapor el súbito cambio, pero muy contentade seguir figurando entre las cosas

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existentes.—¡Ahora, al jardín!Y volvió a toda velocidad hasta la

puertita, pero ¡qué lástima!; la puertitaestaba cerrada nuevamente y la llavecitadorada estaba sobre la mesa de vidrio,como antes.

«Y todo anda peor que nunca —pensó la pobre criatura—, porque jamáshabía sido tan chiquita como ahora¡jamás! ¡Y la verdad es que es algohorrible, horrible!».

Al decir estas palabras resbaló conuno de sus pies y ¡plash!: un instantedespués estaba hundida hasta el mentónen agua salada. La primera idea que sele cruzó por la cabeza fue la de que de

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algún modo u otro se había caído en elmar.

—En ese caso puedo volver por tren—se dijo.

(Alicia había ido a la playa una sola

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vez en su vida y había llegado a laconclusión de que, en cualquier punto dela costa de Inglaterra, había unas cuantasmáquinas para bañarse en el mar[9],algunos chicos haciendo pozos en laarena con palitas de madera, despuésuna hilera de casas de hospedaje y,detrás de todo eso, la estación delferrocarril). Sin embargo no tardó endarse cuenta de que estaba en el charcode lágrimas que había llorado cuandomedía nueve pies.

—¡Ojalá no hubiese llorado tanto!—dijo Alicia mientras nadaba de unlado al otro, tratando de encontrar lasalida—. Supongo que ahora estoysufriendo el castigo que me merezco:

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ahogarme en mis propias lágrimas. ¡Esosí que va a ser algo raro! Aunque, enrealidad, todo es muy raro hoy…

En ese preciso instante oyó que algose zambullía en el charco a algunadistancia de donde ella estaba, y seacercó nadando para averiguar de qué setrataba. Al principio pensó que podíamuy bien ser una morsa, o unhipopótamo, pero después recordó supropia pequeñez y muy pronto descubrióque era solo un ratón, que se habíaresbalado, igual que ella.

«¿Valdrá la pena que le hable a esteratón? —pensó Alicia—. Todo es tandesacostumbrado aquí que no meextrañaría nada que supiese hablar. Sea

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como sea no pierdo nada conintentarlo».

De modo que empezó a decir:—¡Oh, Ratón! ¿Conoce usted el

modo de salir de este charco? Estoy muycansada de nadar de aquí para allá, ¡oh,Ratón!

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(Alicia pensaba que ese era el modocorrecto de dirigirse a un ratón; enrealidad era la primera vez que lo hacía,pero recordaba haber leído en laGramática Latina de su hermano «Unratón — del ratón — para el ratón — alratón — con el ratón — ¡oh, ratón!»).[10]

El Ratón la miró con aire un pocoinquisitivo y a Alicia le pareció que leguiñaba uno de sus ojitos, pero no dijonada.

—En una de esas no entiende inglés—pensó Alicia—. En una de esas es unratón francés que llegó con Guillermo elConquistador.

(Y es que, a pesar de todos sus

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conocimientos de historia, Alicia notenía una idea demasiado clara decuánto hacía que habían sucedido lascosas).

De modo que empezó de nuevo:—Où est ma chatte?, (que era la

primera oración de su libro de francés).El Ratón pegó un súbito brinco en el

agua y pareció estremecerse de miedo.—¡Oh, discúlpeme! —se apresuró a

gritarle Alicia, temerosa de haber heridolos sentimientos del pobre animal—. Meolvidé de que a usted no le gustan losgatos.

—¡Que no me gustan los gatos! —chilló el Ratón con voz atiplada y llenade pasión—. ¿Te gustarían a ti los gatos

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si estuvieses en mi lugar?—Bueno, tal vez no —dijo Alicia en

tono amistoso—, no se enoje por eso.Sin embargo me gustaría que conociesea nuestra gata Dinah. Creo queempezaría a tomarles cariño a los gatossi sólo pudiese conocerla. Es un tesoro—siguió diciendo Alicia un poco parasus adentros mientras nadabaperezosamente por el charco—, laviera… tan tranquilita cuando se quedasentada ronroneando junto al fuego, tanamorosa, se lame las patitas y se lava lacara… y es tan suavecita cuando uno latiene en brazos… y es una verdaderacampeona para cazar ratones… ¡ay,disculpe! —gritó Alicia de nuevo,

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porque esta vez el Ratón estaba todoerizado y Alicia estaba segura de quedebía de estar verdaderamente ofendido—. Si prefiere no volvemos a hablar deella.

— N o volvemos a hablar… ¡quédescaro! —gritó el Ratón, que temblabadesde la cabeza hasta la punta de la cola—. ¡Cómo si yo sacase esos temas!Nuestra familia ha odiado siempre a losgatos: ¡criaturas asquerosas,despreciables, vulgares! ¡No vuelvas amencionarme esa palabra!

—No lo voy a hacer más —dijoAlicia, muy apurada por cambiar detema de conversación—. ¿Le… le gustanlos… los… perros?

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El Ratón no contestó, de modo queAlicia arremetió con entusiasmo.

—¡Hay un perrito de lindo cerca decasa! ¡Me gustaría que lo conociese! Unfox terrier de ojos brillantes ¿vio?, conmucho pelo marrón y ¡todo lleno derulitos! Y sabe ir a buscar las cosas queuno le arroja, y se sabe sentar en dospatas y pedir la comida, y muchas cosasmás… ahora no me acuerdo ni de lamitad… Es de un granjero ¿sabe?, y élsiempre dice que es muy útil, que valeun millón. Dice que le mata todas lasratas y… ¡ay, Dios! —gritó Alicia convoz apesadumbrada—. ¡Me parece quevolví a ofenderlo!

Porque el Ratón ya se alejaba de

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ella nadando lo más enérgicamente quele era posible y agitando bastante elcharco mientras avanzaba.

Alicia lo llamó con suavidad:—¡Ratoncito querido! ¡Vuelva, por

favor, que no vamos a hablar más degatos ni de perros si a usted no le gusta!

Cuando el Ratón escuchó esto diomedia vuelta y nadó lentamente haciaAlicia. Tenía la cara bastante pálida(por la emoción, pensó Alicia) y dijo envoz baja y temblorosa:

—Vayamos hasta la orilla y te voy acontar mi historia; así vas a entender porqué odio a los gatos y a los perros.

Ya era hora de salir, porque elcharco estaba bastante atestado de

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pájaros y animales que habían caído enél. Había un Pato y un Dodo, un Loro yun Aguilucho, y muchas otras criaturasde lo más extrañas. Alicia encabezó lamarcha y toda la compañía nadó hacia lacosta.[11]

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CAPÍTULO III.Una carrera de

comité y una historiaque trae cola

No cabe duda de que el gruporeunido en la orilla era más bienestrafalario: los pájaros arrastrando susplumas y los animales con el pelopegado al cuerpo, y todos chorreandoagua, enojados e incómodos.

La cuestión principal era, porsupuesto, cómo secarse; se discutió elasunto y, unos minutos después, a Alicia

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le pareció bastante natural encontrarsehablando con ellos con toda confianza,como si los conociese de toda la vida.

Por cierto, se enfrascó en una largadiscusión con el Loro, que terminó porenfurruñarse y repetir una y otra vez:

—Yo soy mayor que tú, así que sémás.

Y eso era algo que Alicia no estabadispuesta a admitir sin antes saber laedad del Loro y, como el Loro se negabarotundamente a confesarla, no hubo nadamás que decir.

Por fin el Ratón, que parecía serpersona de alguna autoridad en el grupo,gritó:

—¡Siéntense todos y escúchenme!

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¡Yo voy a secarlos bien sequitosenseguida!

Todos se sentaron en un ampliocírculo, con el Ratón en el medio. Aliciano le quitaba los ojos de encima porqueestaba segura de que, si no se secabacuanto antes, iba a pescarse un resfríode padre y señor nuestro.

—¡Ejem! —empezó el Ratón conaire de importancia—. ¿Están todoslistos? Esto es lo más secante queconozco. Así que ¡silencio, por favor!«Guillermo el Conquistador, cuya causacontaba con el favor del Papa, recibiómuy pronto la adhesión de los ingleses,que estaban faltos de jefes y demasiadohabituados a la usurpación y la

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conquista en los últimos tiempos. Edwiny Morcar, condes de Marcia yNorthumbria respectivamente…»[12]

—¡Uf! —dijo el Loro con unescalofrío.

—¿Cómo dice? —preguntó el Ratóncon el ceño fruncido pero con granamabilidad—. ¿Decía algo?

—¡Yo no! —se apresuró a decir elLoro.

—Me pareció —dijo el Ratón—.Continúo: «Edwin y Morcar, condes deMarcia y Northumbria respectivamente,le otorgaron su apoyo; e incluso Stigand,el patriótico arzobispo de Canterbury,encontrándolo aconsejable…

—¿Encontrando qué? ¿Qué fue lo

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que encontró? —preguntó el Pato.—Encontrándolo —replicó el Ratón

algo enojado—; supongo que sabrá loque significa lo.

—Yo sé muy bien lo que significa locuando soy yo el que lo encuentra —dijoel Pato—; por lo general se trata de unarana o un gusano. Lo que me pregunto esqué encontró el arzobispo.

El Ratón no prestó atención a lapregunta sino que siguió diciendoapurado:

—… encontrándolo aconsejable, sedirigió con Edgar Atheling al encuentrode Guillermo y le ofreció la corona. Laconducta de Guillermo fue moderada enun primer momento. Pero la insolencia

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de sus normandos…». ¿Qué tal estásahora, queridita? —siguió diciendo,dirigiéndose a Alicia.

—Tan mojada como antes —dijoAlicia con tono melancólico—; noparece secarme en absoluto.

—En ese caso —dijo el Dodosolemnemente poniéndose de pie— dejosentada la moción de que se dé porterminada la sesión y se proceda a lainmediata adopción de medidas másdrásticas…

—¡Hable en cristiano! —dijo elAguilucho—. No conozco el significadode la mitad de esas palabras tan largasy, lo que es más, creo que usted tampocolas conoce —y el Aguilucho inclinó la

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cabeza para ocultar una sonrisa.Algunos otros pájaros se rieron

abiertamente.—Lo que yo iba a decir —dijo el

Dodo con aire ofendido— es que lomejor para secarse es una carrera decomité.[13]

—¿Qué es una carrera de comité? —preguntó Alicia.

No era que estuviese muy ansiosapor saber, pero el Dodo había hecho unapausa como si considerase que alguientenía que preguntar y no parecía haberningún otro dispuesto a hacerlo.

—Bueno —dijo el Dodo—, el mejormodo de explicarlo es haciéndolo.

(Y como es posible que ustedes

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puedan querer intentarlo un día deinvierno voy a contarles cómo se lasingenió el Dodo).

Primero trazó una pista de carreras,una especie de círculo («la forma exacta

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no interesa», dijo), y después el grupose distribuyó a lo largo de ella. No hubonada de «preparados, listos ¡ya!», sinoque cada cual empezaba a correr cuandose le ocurría y abandonaba cuando se leocurría también. De ese modo noresultaba demasiado sencillo determinarcuándo había terminado la carrera. Sinembargo, cuando hacía ya una mediahora que corrían y todos estabanbastante secos, el Dodo gritó de repente:

—¡Terminó la carrera!Y todos se apiñaron alrededor de él,

jadeantes y preguntando:—Pero ¿quién ganó?Esta fue una pregunta a la que el

Dodo no pudo responder sin antes

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pensar largo rato. Y se quedó muchotiempo quieto con el dedo apoyado en lafrente (con la postura que solemos verlea Shakespeare en los retratos), mientrasel resto esperaba en silencio. Por findijo:

—Todos ganaron y todos tienen quetener premio.

—Pero ¿quién va a entregar lospremios? —preguntaron varios a coro.

—Ella, claro está —dijo el Dodoseñalando a Alicia con un dedo.

Y todo el grupo se amontonóalrededor de Alicia gritando en formaconfusa:

—¡Premios! ¡Premios!Alicia no sabía qué hacer y, en su

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desesperación, se puso la mano en elbolsillo y sacó una caja de confites (porsuerte no le había entrado agua salada) ylos repartió como si fuesen premios.Hubo uno para cada uno, exactamente.

—Pero ella también tiene que tenerpremio ¿no es cierto? —dijo el Ratón.

—Claro —dijo el Dodo con todaseriedad—. ¿Qué más tienes en elbolsillo? —dijo, volviéndose a Alicia.

—Un dedal y nada más —dijoAlicia con tristeza.

—Dámelo acá —dijo el Dodo.Entonces se amontonaron otra vez

todos alrededor de ella mientras elDodo le entregaba solemnemente eldedal y le decía:

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—Te rogamos aceptes este elegantededal.

Y cuando terminó su breve discursotodos vitorearon.

Alicia pensó que todo eso era muyabsurdo pero los demás parecían tanserios que no se atrevió a reírse, y,como no pudo pensar en ninguna otracosa que decir, hizo una reverencia ytomó el dedal con el aire másceremonioso que pudo.

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Acto seguido hubo que comer losconfites. Eso provocó algún alboroto yconfusión, ya que los pájaros másgrandes se quejaban de que ni siquierahabían podido sentirle el gusto y los máschicos se atragantaban y había quepalmearles la espalda.

Pero la ceremonia terminó por fin yvolvieron a sentarse en círculo y lerogaron al Ratón que les contase algomás.

—Usted prometió contarme suhistoria ¿se acuerda? —dijo Alicia— ypor qué odia a… a los G y a los P —agregó en un murmullo, un pocotemerosa de que el Ratón se ofendiesede nuevo.

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—¡Es una larga y triste historia!,¡una historia que trae cola![14] —dijo elRatón volviéndose hacia Alicia ysuspirando.

—Claro que trae cola ¡y qué cola!—dijo Alicia mirando la del Ratón—,pero ¿por qué triste?

Y no pudo dejar de pensar en la coladel Ratón mientras el Ratón hablaba, demodo que se imaginó la historia que traecola de este modo:

Furia encontró aun ratón, y le

dijo de impro-viso: «Vayamos

los dos a juicio

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que yo te voy apleitear…

An-dando, que

nohay

excusas.Vayamos al

tribunal, queen este día in-

vernal no ten-go nada que

hacer». «Unjuicio así, mi

señor, sin ju-rados y sin

juez, es echartiempo a per-

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der», le dijoel Ratón alcan. «Yo se-

ré juez yjurado»,

dijo Fu-ria muysutil, y

te con-deno a

morirpara

cum-plir la

justi-cia».[15]

—¡No estás prestando atención! —ledijo el Ratón a Alicia con granseveridad—. ¿En qué estás pensando?

—Le pido disculpas —dijo Alicia

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humildemente—, creo que llegó a laquinta curva, me parece.

—¡No es así! Mucho dudo…[16] —gritó el Ratón en tono chillón e irritado.

—¡Muchos nudos! ¡Se le hicieronmuchos nudos! —dijo Alicia dispuestaya a mostrarse útil y mirandoansiosamente a su alrededor—. Porfavor, permítame que le ayude adeshacerlos…

—¡Nada de eso! —gritó el Ratónponiéndose de pie y alejándose—. Meinsultas diciendo esas pavadas.

—No fue mi intención —suplicó lapobre Alicia—; usted se ofende conmucha facilidad, ¿sabe?

El Ratón no hizo más que gruñir

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como toda respuesta.—¡Por favor, vuelva y termine su

historia! —llamó Alicia.Y los demás se le unieron en coro.—¡Sí, por favor!Pero el Ratón no hizo más que

mover la cabeza con impaciencia y sealejó más rápidamente aún.

—¡Qué lástima que no se quede! —suspiró el Loro en cuanto se perdió devista.

Y una Cangreja vieja aprovechó laoportunidad para decirle a su hija:

—¡Ay, queridita! ¡Que esto te sirvade lección! ¡No hay que perder losestribos!

—¡Cállate la boca, ma! —gritó la

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Cangrejita—. ¡Serías capaz de hacerleperder la paciencia a una ostra!

—¡Ojalá estuviese Dinah aquí! —dijo Alicia en voz alta y sin dirigirse anadie en particular—. ¡Ella sí que lotraería de vuelta enseguida!

—¿Y quién es Dinah, si se puedesaber? —dijo el Loro.

Alicia respondió con muchoentusiasmo, porque estaba siempredispuesta a hablar de su mascota:

—Dinah es nuestra gatita ¡y es unacampeona para cazar ratones! ¡Usted nise imagina! Y, otra cosa, me gustaríaque la vieran perseguir pajaritos. ¡Condecirles que se los come en unsantiamén!

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Este discurso provocó unaconsiderable agitación en el grupo.Algunos pájaros se alejaron deinmediato; una vieja Urraca empezó aarroparse cuidadosamente y dijo:

—No voy a tener más remedio queirme a casa: el aire nocturno le sientapésimo a mi garganta.

Y un Canario llamó con voztemblorosa a sus hijos:

—¡Vámonos, chiquitos! Ya es horade estar en la cama.

Con diversos pretextos todos sefueron alejando y muy pronto Alicia sequedó sola.

—¡Ojalá no hubiese hablado deDinah! —se dijo con tono tristón—.

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Parece que nadie la quiere acá abajo, yeso que estoy segura de que es el mejorgato del mundo. ¡Ay, Dinita querida!¡No sé si volveré a verte!

Y aquí la pobre Alicia empezó allorar de nuevo, porque se sentía muysola y deprimida. Pero un instantedespués volvió a escuchar pasitos quevenían de lejos y levantó la vistaansiosamente, con la secreta esperanzade que el Ratón hubiese recapacitado yestuviese volviendo para terminar surelato.

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CAPÍTULO IV.El Conejo manda un

recado [17]

Era el Conejo Blanco, que volvía altrote lento mientras miraba ansiosamentehacia todos lados, como si hubieseperdido algo. Alicia oyó quemurmuraba:

—¡La Duquesa! ¡La Duquesa! ¡Ay,mis patitas! ¡Ay mi pielcita y misbigotes! Me va a mandar ejecutar, tanseguro como que hay hurones. ¿Dóndepuedo haberlos dejado caer?

Alicia adivinó enseguida que el

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Conejo estaba buscando el abanico y elpar de guantecitos y con toda buenavoluntad empezó a buscarlos, pero noaparecían por ninguna parte. Daba laimpresión de que todo había cambiadodesde su zambullida en el charco, y elgran vestíbulo con la mesa de vidrio y lapuertita habían desaparecido porcompleto.

No pasó mucho tiempo antes de queel Conejo viese a Alicia, que andababuscando por todos lados, y la llamasecon tono enojado:

—¡Cómo, Mary Ann! ¿Qué estáhaciendo usted aquí? ¡Corra a casa ybúsqueme un par de guantes y unabanico! ¡Rápido, vamos!

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Y Alicia se asustó tanto que saliócorriendo sin perder tiempo en ladirección que le indicaba el Conejo, sintratar de explicarle el error que habíacometido.

—Me confundió con su mucama —se dijo mientras corría—. ¡Qué sorpresase va a llevar cuando se dé cuenta dequién soy! Pero va a ser mejor que lelleve el abanico y los guantes… Esdecir, si los encuentro…

Mientras decía esto se topó con unacasita muy prolija en cuya puerta habíauna placa de bronce reluciente que teníagrabado el nombre C. Blanco. Aliciaentró sin golpear y subió a todavelocidad las escaleras, muy temerosa

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de encontrarse con la verdadera MaryAnn y de que la echasen de la casa antesde haber encontrado el abanico y losguantes.

—¡Qué extraño me parece esto dehacer de mensajera de un conejo! —sedijo Alicia—. Supongo que en cualquiermomento me va a mandar Dinah conalgún encargo.

Y empezó a imaginarse lo quepodría llegar a suceder:

«“¡Señorita Alicia! ¡Venga aquí deinmediato y prepárese para su paseo!”.“Enseguida voy, señorita. Pero tengoque vigilar esta ratonera hasta quevuelva Dinah, para que el ratón no seescape”. Solo que no creo que la

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dejaran seguir de pensionista a Dinah sise le diera por empezar a darle órdenesa la gente de ese modo».

Para entonces Alicia ya habíalogrado llegar hasta una piecita muypulcra que tenía una mesada junto a laventana, y sobre la mesada (tal comoella se esperaba) había un abanico y doso tres pares de guantecitos blancos:Alicia recogió el abanico y un par deguantecitos y ya estaba por irse de lahabitación cuando sus ojos tropezaroncon una botellita que había cerca delespejo.

Esta vez no había ninguna etiquetaque dijera BÉBEME pero de todosmodos Alicia sacó el corcho y acercó la

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botella a sus labios.—Lo único que sé es que siempre

me ocurre algo interesante cuando comoo bebo algo —se dijo—, así que voy aver qué pasa con esta botella. ¡Esperosinceramente que vuelva a hacermecrecer porque estoy bastante cansada deser una cosita tan insignificante!

Y la hizo crecer nomás, y muchoantes de lo que ella esperaba. Antes dellegar a la mitad de la botella seencontró con la cabeza apretada contrael cielorraso y tuvo que agacharse paraque no se le quebrara el pescuezo. Dejóde inmediato la botella y se dijo:

—Ya es suficiente… espero nocrecer más… Así como estoy no puedo

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salir por la puerta… ¡Ojalá no hubiesebebido tanto!

¡Qué lástima! ¡Era demasiado tardepara desearlo! Alicia siguió creciendo ycreciendo y pronto tuvo que arrodillarseen el suelo; un minuto más y ya no tuvositio ni siquiera para eso, así que probóde tirarse al suelo con un codo contra lapuerta y el otro brazo rodeando lacabeza. Pero seguía creciendo; comoúltimo recurso sacó un brazo por laventana y un pie por la chimenea y sedijo:

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—Ahora sí que no puedo hacer nadamás, pase lo que pase. ¿Qué va a ser demí?

Afortunadamente para Alicia labotellita mágica ya había agotado suefecto y ella dejó de crecer. De todosmodos resultaba sumamente incómodo y,

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como no parecía haber ni la menoroportunidad de volver a salir nunca deesa habitación, no es de extrañar queAlicia se sintiese muy desdichada.

«Era mucho más lindo en casa —pensaba la pobre Alicia—; allí una noandaba agrandándose y achicándosetodo el tiempo ni había ratones niconejos que le dieran órdenes a una.Casi casi estoy arrepentida de haberbajado por la madriguera… aunque…aunque… ¡es bastante especial una vidacomo esta!, ¿no? Lo que sigo sinexplicarme es qué pudo habermepasado. Cuando me leían cuentos dehadas este tipo de cosas no sucedíannunca, me parece… ¡y pensar que ahora

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estoy adentro de uno de esos cuentos!¡Debería de haber un libro acerca de mí,eso debería de haber! Y cuando crezcavoy a escribir uno…».

—Pero ya crecí —agregó con vozapenada—; al menos aquí no tengo sitiopara crecer más.

«Pero entonces —pensó— ¿nuncavoy a ponerme más vieja de lo que soyahora? Sería un consuelo, en ciertomodo… no llegar nunca a vieja… peroentonces ¡siempre tendría lecciones paraaprender! ¡Ah, no, eso sí que no megusta nada!».

—¡Pero qué tonta, Alicia! —secontestó ella misma—. ¿Cómo podríasaprender lecciones aquí adentro? Si

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apenas hay lugar para ti y nada de lugarpara los libros de texto.

Y así siguió, adoptando unas vecesun papel y otras otro y armando unaconversación. Pero un rato más tardeescuchó una voz afuera y se interrumpiópara prestar atención.

—¡Mary Ann! ¡Mary Ann! —decíala voz—. ¡Tráigame mis guantes deinmediato!

Después se oyó un golpeteo depasitos en la escalera. Alicia sabía queera el Conejo, que venía a buscarla, ytembló hasta hacer estremecer la casa,sin acordarse de que ahora era mil vecesmás grande que el Conejo y no teníaningún motivo para temerle.

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El Conejo llegó enseguida hasta lapuerta y trató de abrirla; pero, como lapuerta se abría hacia adentro y Aliciatenía el codo apretado contra ella, susintentos culminaron en un fracaso yAlicia lo oyó decirse:

—Entonces voy a ir por la ventana.«¡No vas a hacer nada de eso!»,

pensó Alicia.Y después de esperar hasta que

creyó oír que el Conejo estaba justodebajo de la ventana abrió de golpe lamano y volvió a cerrarla en el aire. Noagarró nada, pero oyó un chillidito y unacaída y un estruendo de vidrios rotos, dedonde dedujo que era muy posible queel Conejo se hubiese caído en un

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invernáculo de pepinos o algo por elestilo.

Después se oyó una voz enojada, ladel Conejo.

—¡Pat! ¡Pat! ¿Dónde está?Y después una voz que Alicia no

había escuchado nunca.—¡Acá, acá estoy, señoría!

¡Buscando manzanas en la tierra,buscando![18]

—¡Manzanas en la tierra, nadamenos! —dijo el Conejo enojado—.¡Venga aquí! ¡Vamos, ayúdeme a salirde acá!

(Más ruido de vidrios rotos).—Ahora, dígame, Pat, ¿qué es eso

que está en la ventana?

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—Me juego a que es un brazo, mejuego, señoría.

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(Decía «seoría»).—¡Un brazo, pavote! ¿Dónde se ha

visto un brazo de ese tamaño? ¡Si ocupatoda la ventana!

—Claro que ocupa la ventana,señoría, pero que es un brazo es unbrazo nomás.

—Bueno, sea como sea no tienenada que estar haciendo allí, así que¡sáquelo ya!

Siguió un largo silencio y Aliciasolo oía murmullos de tanto en tanto,como «Claro que no me gusta, señoría,¡me va a gustar!». «¡Haga lo que le digo,no sea cobarde!». Luego volvió aextender la mano y a cerrarla de golpeen el aire. Esta vez los chillidos fueron

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dos y más ruido de vidrios rotos.«¡Cuántos invernáculos de pepinos!

—pensó Alicia—. Me pregunto quéharán ahora. Y en cuanto a eso desacarme de la ventana ¡ojalá pudieran!Lo que es yo, no tengo el menor interésde seguir aquí adentro, de eso estoy biensegura».

Esperó un rato sin oír nada más. Porfin se acercó un rodar de carros y elsonido de unas cuantas voces quehablaban todas al mismo tiempo. Aliciapudo comprender las palabras «¿Dóndeestá la otra escalera?… ¡Cómo! ¡Si yotenía que traer una sola! La otra la tieneBill… ¡Bill! Agárrala, muchacho…Acá, en este rincón… No, no, primero

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hay que atarlas, no llegan ni a la mitadtodavía… Vamos, no es para tanto, vana alcanzar perfectamente… Vamos, Bill,agarra la punta de esta soga…¿Aguantará el techo?… Cuidado con esateja floja… ¡Ahí se viene! ¡Cuidado lascabezas! (Un gran estruendo)… A ver¿quién fue?… Supongo que fue Bill…¿Quién va a bajar por la chimenea?…Yo nones. Hazlo tú… Ni lo pienses…Tiene que bajar Bill… Ya escuchaste,Bill. El patrón dice que tienes que bajarpor la chimenea».

—¡Ajá! ¡Conque Bill tiene que bajarpor la chimenea! —se dijo Alicia—.Bueno, parece que cifran todas susesperanzas en Bill. No me gustaría estar

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en su lugar por nada del mundo. Estehogar es estrecho, no cabe duda, pero¡me parece que puedo dar una patadita!

Alicia retiró el pie lo más abajo quepudo en la chimenea y esperó hastaescuchar que un animalito (no podíaimaginarse de qué tipo) estaba arañandoy gateando por la chimenea, muy cercade donde ella estaba. Entonces,diciéndose:

—¡Aquí llegó Bill! —pateó confuerza y esperó a ver qué pasaba.

Lo primero que oyó fue un corogeneral de:

—¡Allá va Bill!Y después la voz del Conejo solo:—¡A ver usted, el que está junto al

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cerco, agárrelo!Después un silencio y voces

confusas: «Sosténganle la cabeza…ahora un poco de cogñac. No loatoren… ¿Cómo fue, compañero? ¿Quéte pasó? Cuéntanoslo todo».

Por fin se escuchó una voz débil ychillona.

«Ese es Bill», pensó Alicia.—Bueno, no sé muy bien… No

quiero más, gracias; ya estoy mejor…pero estoy demasiado aturdido paracontarles… Lo único que sé es que depronto se me vino algo encima, comocuando uno abre una caja de sorpresas, ysubió como un cohete…

—¡No diga, compañero! —decían

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los demás.—¡Tenemos que pegarle fuego a la

casa! —dijo el Conejo.Y Alicia gritó lo más fuerte que

pudo:—Si hacen eso les mando a Dinah.De inmediato se hizo un gran

silencio y Alicia pensó:«Me pregunto qué harán ahora. Si

fueran un poco sensatos sacarían eltecho».

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Un momento después empezaron amovilizarse de nuevo y Alicia oyó queel Conejo decía:

—Un barril alcanza para empezar.«¿Un barril de qué?», pensó Alicia.Pero no tuvo demasiado tiempo para

dudar, porque un instante después entrópor la ventana una lluvia de piedritas yalgunas le golpearon la cara.

—Voy a ponerle punto final a esto—se dijo, y gritó—: ¡Es mejor que novuelvan a hacerlo!

Esas palabras provocaron un nuevosilencio de muerte.

Alicia notó, no sin sorpresa, que laspiedritas se convertían en pastelitoscuando caían al suelo y se le ocurrió una

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idea brillante:«Si como algunos de estos pastelitos

—pensó—, seguro que cambia mitamaño, y, como es imposible quecrezca más, supongo que voy aencogerme».

Así que se tragó uno de los pastelesy se alegró enormemente cuando se diocuenta de que empezaba a encogerseenseguida. En cuanto fue losuficientemente pequeña para atravesarla puerta salió corriendo de la casa y seencontró con un grupo bastantenumeroso de animalitos y pájaros que laestaban esperando.

Bill, la pobre Lagartija, estaba en elcentro, sostenido por dos cobayos que le

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daban de tomar algo de una botella.Todos avanzaron de golpe hacia

Alicia en cuanto la vieron aparecer,pero ella huyó lo más rápidamente quepudo y pronto se encontró a salvo en elbosque espeso.

—Lo primero que tengo que hacer—se dijo mientras caminaba por elbosque— es volver a mi tamaño normal;y lo segundo encontrar el camino a eseprecioso jardín. Creo que ese es elmejor plan.

Parecía un plan excelente, sin duda:sencillo e impecable, ¡solo que no teníani la menor idea de cómo llevarlo acabo! Y mientras espiaba ansiosamenteentre los árboles, un ladridito agudo

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justo encima de su cabeza la obligó alevantar la vista apresuradamente.

Un cachorro gigantesco la mirabacon grandes ojos redondos y estirabatímidamente una pata, tratando detocarla.

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—¡Ay, qué amoroso! —dijo Aliciacon voz acariciadora, y trató por todoslos medios de silbar, pero no podíadejar de estar muy asustada pensandoque tal vez el cachorro tenía hambre, yque en ese caso era muy posible que sela comiese, por muchos mimos que leprodigase.

Sin saber muy bien lo que hacíarecogió una ramita diminuta y laextendió en dirección al cachorro;entonces el perrito pegó un brinco en elaire, aullando de alegría, y se abalanzósobre la ramita jugando amordisquearla. Después Alicia se ocultódetrás de un gran cardo para que elcachorro no la aplastara y en cuanto

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reapareció por el otro lado el cachorrovolvió a arrojarse sobre la ramita y secayó rodando en el apuro por agarrarla.Entonces Alicia, pensando que era comojugar con un caballo de tiro corriendo elriesgo de caer arrollada bajo sus patasen cualquier momento, volvió aesconderse detrás del cardo. Elcachorro inició una serie de brevesarremetidas al palito, corriendo untrecho muy corto hacia adelante y unolargo hacia atrás en cada oportunidad yladrando con voz ronca todo el tiempo,hasta que por fin se sentó bastante lejos,jadeando, con la lengua afuera y losojazos entrecerrados.

A Alicia le pareció una buena

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oportunidad para escaparse, de modoque se largó a correr de inmediato ysiguió corriendo hasta sentirse bastantecansada y agitada y hasta que losladridos del cachorrito se perdieron enla distancia.

—¡Y qué amoroso que era! —dijoAlicia apoyándose en un botón de oropara descansar y abanicándose con unade las hojas—. Me habría encantadoenseñarle a hacer pruebas, con tal que…¡Con tal que hubiese tenido el tamañoadecuado para hacerlo! ¡Ay, Dios! ¡Casime había olvidado de que tengo quecrecer de nuevo! A ver… ¿cómo tendréque hacer? Supongo que habrá quecomer o beber alguna cosa, pero la gran

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duda es ¿qué?No cabía duda de que ese era el gran

interrogante. Alicia miró las flores y lasbriznas de pasto que había alrededor deella, pero no vio nada que parecieseapropiado para comer o beber en esascircunstancias. Crecía allí cerca unhongo enorme, casi tan alto como ellamisma, y después de mirar debajo, aambos lados y detrás de él pensó quepodía muy bien mirar arriba, para verqué había. Así que se paró en puntas depie, espió por sobre el borde del hongoy sus ojos tropezaron de inmediato conlos de una gran oruga azul que estabasentada allí arriba, con los brazoscruzados, fumando tranquilamente un

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largo narguile sin prestar la menoratención de ella ni de ninguna otra cosa.

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CAPITULO V.Consejo de una oruga

La Oruga y Alicia se miraron un ratoen silencio. Por fin la Oruga se sacó elnarguile de la boca y se dirigió a Aliciacon voz lánguida y soñolienta.

—¿Quién eres tú? —preguntó.

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No era un comienzo muy prometedorpara una conversación y Aliciarespondió con aire más bien tímido:

—Yo… no sé muy bien, señor, eneste momento… al menos sé quién eracuando me levanté esta mañana, pero meparece que deben de haberme cambiadovarias veces desde entonces.

—¿Qué quieres decir con eso? —siguió preguntando la Oruga conbastante severidad—. ¡Explícate!

—Me temo que no puedoexplicarme, señor [19] —dijo Alicia—,porque yo no soy yo misma, ¿entiende?

—No, no entiendo —dijo la Oruga.—Mucho me temo que no puedo ser

más clara —respondió Alicia con gran

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amabilidad— porque yo misma noentiendo nada, para empezar; y eso depasar por tantos tamaños en un mismodía la confunde a una mucho.

—No es así —dijo la Oruga.—Bueno, tal vez no le parezca por

ahora —dijo Alicia—, pero cuandotenga que convertirse en crisálida (tardeo temprano le va a suceder, como ustedsabrá) y después en mariposa tal vez sesienta un poquito raro, ¿no le parece?

—En absoluto —dijo la Oruga.—Bueno, es posible que no seamos

de la misma manera de pensar —dijoAlicia—; lo que yo sé es que a mí sí queme haría sentir rara.

—¡A ti! —dijo la Oruga con

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desprecio—. ¿Y quién eres tú?Y así volvieron al comienzo de la

conversación. Alicia estaba un pocoirritada por las observaciones tanescuetas de la Oruga y se estiró paradecir, con gran seriedad:

—Me parece que antes tendría quedecirme quién es usted.

—¿Por qué? —preguntó la Oruga.Otra pregunta sin respuesta, y como

Alicia no podía encontrar ninguna buenarazón y la Oruga parecía estar de muymal humor, Alicia dio media vuelta y sealejó.

—¡Vuelve acá! —le gritó la Oruga—. ¡Tengo algo importante que decirte!

Esas palabras sonaban muy

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alentadoras, sin lugar a dudas. Aliciagiró sobre sí misma y volvió.

—No pierdas los estribos —dijo laOruga.

—¿Eso es todo? —preguntó Aliciatragándose la rabia lo mejor que pudo.

—No —dijo la Oruga.Alicia pensó que no perdía nada con

esperar, ya que no tenía ninguna otracosa que hacer y, tal vez, a fin decuentas, la Oruga acabase por contarlealgo digno de oírse. En un primermomento, la Oruga siguió echando humosin hablar pero por fin se descruzó debrazos, se sacó la boquilla de la boca ydijo:

—¿Conque piensas que estás

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cambiada, eh?—Me temo que sí, señor —dijo

Alicia—, y no puedo recordar cosas queantes recordaba… y no conservo ni diezminutos seguidos mi tamaño.

—¿Qué es lo que no recuerdas? —preguntó la Oruga.

—Bueno, traté de recitar ¡Cómoaumenta la abejita!, pero me salió tododistinto —respondió Alicia con voz muytriste.

—A ver, recítame Eres viejo, padreWilliam —dijo la Oruga.

Alicia se cruzó de brazos y empezó:

Eres viejo, padre William —dijo el joven—,

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los cabellos se te han puestoblancos;

pero aún de cabeza te paras,¿te parece correcto a tus

años?

Hace tiempo —habló elpadre William—

creí que eso dañaba elcerebro;

cuando vi que cerebro nohabía

no tuve más empacho enhacerlo.

Eres viejo, padre William,repito;

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y te has puesto sumamenteobeso,

pero aún de carnero dasvueltas.

Dime, papi, cómo es quehaces eso.

De joven —dijo el viejo concanas—

me ocupé en aceitar bienmis miembros

con este ungüento… Y no escaro,

a un chelín la cajita, ¿tevendo?

Eres viejo, mandíbulas

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fofas,sólo puedes tragar ya

papillas,mas del ganso comiste hasta

el pico,¿cómo explicas esa

maravilla?

Fui abogado —dijo él—cuando joven,

con mi esposa charlaba loscasos,

y ese ágil vigor de quijadasme duró de por vida,

muchacho.

Estás viejo —dijo el joven

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—, y creoque tus ojos no ven casi

nada,y en la nariz hamacaste una

anguila,¿cómo haces, papá, esas

monadas?

Contesté tres preguntas yalcanza

no te agrandes, basta dezonceras.

Ya no voy a escuchar tuspavadas.

Vete o te hago rodar laescalera.[20]

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—No está bien —dijo la Oruga.—No, no del todo bien, me temo —

dijo Alicia tímidamente—. Algunaspalabras están cambiadas.

—Está todo mal, de cabo a rabo —dijo la Oruga con decisión, y hubo

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silencio durante algunos minutos.La Oruga fue la primera en volver a

hablar.—¿De qué tamaño quieres ser? —

preguntó.—No soy quisquillosa en eso —se

apuró a decir Alicia—; solo que no megusta andar cambiando tan a menudo,¿sabe?

—No, no sé —dijo la Oruga.Alicia no respondió: nunca la habían

contrariado tanto en su vida y tenía lasensación de estar perdiendo lapaciencia.

—¿Estás satisfecha ahora? —preguntó la Oruga.

—Bueno, me gustaría ser un poquito

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más grande, señor, si no es molestia —dijo Alicia—; uno se siente algomiserable midiendo nada más que trespulgadas.

—Es una altura excelente, por cierto—dijo la Oruga enojada,incorporándose mientras hablaba (medíaexactamente tres pulgadas).

—Pero yo no estoy acostubrada —rogó la pobre Alicia con tono lastimero.

Y pensó para sus adentros:«¡Ojalá que estas criaturas no se

ofendieran con tanta facilidad!».—Ya te vas a acostumbrar —dijo la

Oruga, y se volvió a poner el narguile enla boca para seguir fumando.

Esta vez Alicia esperó

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pacientemente hasta que la Orugadecidió volver a hablar. Unos minutosdespués esta se sacó la boquilla de laboca, bostezó un par de veces y sesacudió. Después bajó del hongo y sealejó arrastrándose por el pasto sindecir más que:

—Un lado te hará crecer y el otrolado te hará encoger.

«¿Un lado de qué? ¿El otro lado dequé?», pensó Alicia.

—Del hongo —respondió la Orugacomo si Alicia hubiese hablado en vozalta, y un instante después ya estabafuera del alcance de su vista.

Alicia se quedó mirandopensativamente el hongo un rato,

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tratando de establecer cuáles eran susdos lados, pero, como era totalmenteredondo, le resultó muy difícildecidirse. Sin embargo, por fin extendiólos brazos para rodearlo y arrancó unpedacito del borde con cada mano.

—Y ahora, ¿cuál es cuál? —sepreguntó.

Y mordisqueó un pedacito del trozode la mano derecha para probar. Unmomento después sintió un fuerte golpeen el mentón: ¡se había chocado con elpie!

Alicia se asustó bastante de estecambio súbito, pero tuvo la sensación deque no había tiempo que perder, ya queseguía encogiendo a gran velocidad; de

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modo que puso manos a la obraenseguida y comió un poco del otrotrozo. El mentón estaba tan aplastadocontra el pie que apenas si tenía lugarpara abrir la boca. Pero por fin lo logróy se tragó un bocado del trozo de lamano izquierda.

—¡Por fin se me soltó la cabeza! —dijo Alicia con aire triunfal, que seconvirtió en pavor unos instantesdespués, cuando notó que los hombrosno aparecían por ninguna parte.

Todo lo que podía ver cuandomiraba hacia abajo era un cuelloinmensamente largo, que parecía

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erguirse como una caña de entre un marde hojas verdes que yacía muy pordebajo de ella.

—¿Qué podrá ser todo eso verde?—dijo Alicia—. ¿Y adónde se habránido mis hombros? Y ¡ay!, ¡mis manitosqueridas!, ¿por qué no puedo verlas?

Las estaba moviendo mientrashablaba, pero no parecía producirsenada más que cierto estremecimientoentre el lejano follaje.

Como no parecía haberposibilidades de levantar las manoshasta la cabeza Alicia trató de bajar lacabeza hasta las manos y le encantócomprobar que su cuello podíainclinarse fácilmente en cualquier

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dirección, como una serpiente. Acababade tener éxito en su intento de curvarloen un delicado zigzag y estaba porsumergirlo entre las hojas —queresultaron no ser otra cosa que losárboles bajo los que había estadodeambulando— cuando un agudo silbidola obligó a volver atrás rápidamente.Una gran paloma había llegado volandohasta su cara y la golpeabaviolentamente con las alas.

—¡Serpiente! —chilló la Paloma.—¡No soy una serpiente! —dijo

Alicia indignada—. ¡Déjeme en paz!—Lo digo y lo repito: ¡serpiente! —

dijo la Paloma, pero en un tono menor, yagregó con una especie de sollozo—:

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Ya lo intenté todo pero nada daresultado.

—No tengo la menor idea de quéestá diciendo —dijo Alicia.

—Intenté las raíces de los árboles,las orillas de los ríos, los cercos —siguió diciendo la Paloma sin prestarleatención—… ¡pero esas serpientes!¡Todo les viene bien!

Alicia estaba cada vez másintrigada, pero pensó que no teníasentido decir nada más hasta que laPaloma no terminase de hablar.

—Como si no fuese bastante trabajoempollar huevos —dijo la Paloma—,además tengo que pasarme día y nochevigilando que no vengan las serpientes.

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¡Hace tres semanas que no pego un ojo!—Lamento mucho que se haya

disgustado —dijo Alicia, que estabaempezando a entender.

—Y justo cuando había elegido elárbol más alto del bosque —siguió laPaloma afinando la voz hasta convertirlaen un chillido—, justo cuando empezabaa pensar que por fin me había librado deellas… ¡tienen que venir culebreandodesde el cielo! ¡Puaj! ¡Serpientes!

—Pero le digo que yo no soy unaserpiente —dijo Alicia—. Yo soy una…una…

—¡Bueno! ¿Qué es lo que eres? —dijo la Paloma—. ¡Supongo que estarástratando de inventar algo!

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—Soy… soy una nena —dijo Aliciadudando un poco ya que tenía muypresente la serie de cambios por los quehabía pasado ese día.

—¡Lindo cuento! —dijo la Palomacon una voz que expresaba el mayor delos desprecios—. ¡Si habré visto nenasen mi vida! ¡Pero ninguna con un cuellocomo ése! ¡No y no! Eres una serpiente,y no puedes negarlo. ¡Supongo que vas adecirme que nunca probaste un huevo!

—Claro que comí huevos —dijoAlicia, que era una niña muy honesta—,pero las nenas comen huevos tanto comolas serpientes ¿sabía?

—No lo creo —dijo la Paloma—,pero si lo hacen entonces son especies

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de serpientes, eso es lo que yo opino.La idea le resultaba novedosa a

Alicia, así que guardó silencio un rato yle dio tiempo a la Paloma para agregar:

—Tú estás buscando huevos, a mí nome engañas. ¿Qué importa que seas unanena o una serpiente?

—A mí sí me importa —dijo Aliciaapresuradamente—, pero resulta que noestoy buscando huevos, y si losestuviese buscando no buscaría lossuyos: no me gustan crudos.

—¡Bueno, afuera entonces! —dijo laPaloma en tono sombrío mientras volvíaa acomodarse en el nido.

Alicia se agachó entre los árboles lomejor que pudo, ya que el cuello se le

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seguía enredando entre las ramas y detanto en tanto tenía que detenerse paradesenredarlo. Después de un ratorecordó que todavía tenía los trozos dehongo en las manos y se puso a trabajarcon cuidado, mordisqueando primerouno y después el otro, alargándose unasveces y acortándose otras, hasta quelogró su altura acostumbrada.

Hacía tanto que tenía cualquiertamaño menos el suyo que al principiose sintió muy rara; pero en pocosminutos se habituó y empezó a hablarconsigo misma como de costumbre.

—¡Bueno, ya completé la mitad demi plan! ¡Qué extraños son todos estoscambios! ¡Nunca estoy segura de en qué

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me voy a convertir de un momento aotro! Pero, con todo, ya recuperé mitamaño. Ahora lo que tengo que hacer esentrar a ese hermoso jardín. Mepregunto cómo voy a conseguirlo.

Mientras decía eso desembocósúbitamente en un claro donde había unacasita de unos cuatro pies de altura.

Sea quien sea el que vive allí —pensó Alicia— no puedo ni pensar enaparecerme de este tamaño, se volveríaloco de miedo.

Así que Alicia volvió a mordisquearel pedacito de hongo de la mano derechay no se animó a acercarse a la casa hastahaberse encogido a una altura de nuevepulgadas.

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CAPITULO VI.Marrano y pimienta

Alicia se quedó un par de minutosmirando la casa, preguntándose quéhacer, cuando de pronto salió corriendodel bosque un lacayo de librea (enrealidad Alicia lo tomó por un lacayoprecisamente porque tenía librea; encaso de haber juzgado simplemente porsu cara lo habría considerado un pez), ygolpeó ruidosamente la puerta con susnudillos. Otro lacayo de librea, de cararedonda y grandes ojos de rana, la abrió.Ambos tenían, según pudo ver Alicia,

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pelucas empolvadas llenas de rulos.Alicia sintió una gran curiosidad porsaber de qué se trataba y se asomósigilosamente desde el bosque paraescuchar.

El Lacayo-Pez empezó por sacar deabajo del brazo una gran carta, casi tangrande como él, y se la entregó al otrodiciendo solemnemente:

—Para la Duquesa. Una invitaciónpara jugar al croquet de parte de laReina.

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El Lacayo-Rana repitió, con idénticasolemnidad pero invirtiendo el orden delas palabras:

—De parte de la Reina. Unainvitación para jugar al croquet para laDuquesa.

Después ambos se inclinaronceremoniosamente y sus rizos seenredaron.

Alicia se rió tanto de la escena quetuvo que volver corriendo al bosque pormiedo a que la oyesen, y, cuando volviópara espiar, el Lacayo-Pez ya se habíaido y el otro estaba sentado en el suelocerca de la puerta con los ojosestúpidamente fijos en el cielo.

Alicia se dirigió tímidamente hacia

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la puerta y golpeó:—No tiene ningún sentido golpear

—dijo el Lacayo— y eso por dosrazones. Primero, porque yo estoy delmismo lado de la puerta que tú ydespués porque están haciendo tantobarullo allá adentro que nadie podríaoírte.

Y es verdad que dentro de la casahabía un barullo realmenteextraordinario: aullidos y estornudosincesantes y, de tanto en tanto, unestrépito, como si se hiciese pedazos unplato o una cacerola.

—Entonces, por favor —dijo Alicia—, ¿cómo hago para entrar?

—Podría tener algún sentido que

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golpeases —siguió diciendo el Lacayosin prestarle atención— si la puertaestuviese entre ambos. Por ejemplo, sitú estuvieses adentro podrías golpear yyo podría dejarte salir ¿sabes?

No dejó ni por un momento de mirarel cielo mientras hablaba, cosa que aAlicia le pareció decididamentegrosera.

—Pero tal vez no pueda evitarlo —se dijo—, ¡tiene los ojos casi arriba dela cabeza! Pero al menos podríaresponder a mis preguntas.

Y agregó en voz más alta:—¿Cómo hago para entrar?—Yo me voy a quedar aquí sentado

—señaló el Lacayo— hasta mañana…

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En ese instante se abrió la puerta dela casa y salió disparada una fuente,derecho a la cabeza del Lacayo: apenasle rozó la nariz y se hizo añicos contrauno de los árboles del fondo.

—… o tal vez pasado mañana —siguió el Lacayo en el mismo tono, comosi no hubiese sucedido nada.

—¿Cómo hago para entrar? —volvió a preguntar Alicia en voz másalta aún.

—¿Corresponde que entres? —replicó el Lacayo—. Esa es la preguntafundamental, ¿sabías?

Lo era, sin duda, solo que a Aliciano le gustaba nada que se lo recordaran.

—Es espantosa esa costumbre de

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discutir que tienen todas las criaturas —se dijo en un murmullo—. ¡Es paravolverse loca!

El Lacayo pensó seguramente queera una muy buena oportunidad pararepetir su observación, con variaciones.

—Me voy a quedar aquí sentadodías y días.

—Pero ¿qué voy a hacer yo? —preguntó Alicia.

—Lo que quieras —dijo el Lacayo,y empezó a silbar.

—¡Ay! No tiene sentido hablar conél —dijo Alicia desesperada—. ¡Es unperfecto idiota!

Y abrió la puerta y entró.La puerta comunicaba directamente

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con una gran cocina, toda llena de humo.La Duquesa[21] estaba sentada en untaburete de tres patas en la mitad de lahabitación, sosteniendo un bebé en susbrazos; la cocinera estaba inclinadasobre el fogón, revolviendo una granolla que parecía estar llena de sopa.

—¡No cabe duda de que haydemasiada pimienta en esa sopa! —sedijo Alicia tratando de reprimir losestornudos.

Al menos no cabía duda de quehabía demasiada en el aire. Hasta laDuquesa estornudaba de tanto en tanto;en cuanto al bebé, estornudaba yberreaba por turnos sin detenerse ni uninstante. Las únicas dos criaturas en la

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cocina que no estornudaban eran lacocinera y un gran gato que estabaacostado junto al fogón, sonriendo deoreja a oreja.

—Por favor ¿podría decirme —empezó Alicia con cierta timidez porqueno estaba demasiado segura de que lecorrespondiese hablar primero— porqué su gato sonríe de ese modo?

—Es un gato de Cheshire[22] —dijola Duquesa—, es por eso. ¡Marrano!

Pronunció esta última palabra contal arrebato de violencia que Alicia dioun respingo; pero enseguida notó queestaba dirigida al bebé y no a ella, demodo que juntó coraje y siguió:

—No sabía que los gatos de

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Cheshire sonrieran siempre; es más, nisiquiera sabía que los gatos pudiesensonreír.

—Todos pueden —dijo la Duquesa—; y la mayor parte de ellos lo hace.

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—Yo no conozco ninguno que sonría—dijo Alicia con gran amabilidad,bastante contenta de haber iniciadoconversación.

—Tú no sabes demasiado —dijo laDuquesa—, eso es lo que pasa.

A Alicia no le gustó nada el tono dela observación y pensó que lo mejor eraintroducir otro tema de conversación.Mientras trataba de encontrar alguno lacocinera sacó la olla de sopa del fuego yse puso en acción de inmediato,arrojando todo lo que caía en sus manoscontra la Duquesa y el bebé. Primero loshierros del fogón, después una lluvia decacerolas, fuentes y platos. La Duquesano les prestaba atención, ni siquiera

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cuando daban en el blanco, y el bebé yaberreaba tanto que era imposibledeterminar si los golpes lo alcanzaban ono.

—¡Oh, por favor, fíjese lo que estáhaciendo! —gritó Alicia saltando de unlado al otro atemorizada—. ¡Ay, ay, ay,que le saca la naricita! —agregó cuandouna cacerola especialmente gigantescavoló cerca de la del bebé y estuvo apunto de arrancársela.

—Si cada uno se ocupara de suspropios asuntos —dijo la Duquesa conun gruñido ronco— el mundo andaríamás rápido de lo que anda.

—Eso no sería ninguna ventaja —dijo Alicia, contenta de haber hallado la

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oportunidad de hacer un poco deostentación de sus conocimientos—.¡Imagínese qué lío con el día y la noche!Como usted sabrá, a la Tierra le llevaveinticuatro horas dar la vueltaalrededor de su eje…

—Hablando de ejes —lainterrumpió la Duquesa— ¡que laejecuten! [23]

Alicia le echó una ojeada más bienansiosa a la cocinera, para ver si teníaintenciones de hacer algo al respecto;pero la cocinera estaba muy atareadarevolviendo la sopa y no parecía prestaratención, de modo que Alicia siguiódiciendo:

—Veinticuatro horas, eso creo. ¿O

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son doce? Yo…—¡A mí déjame en paz! —dijo la

Duquesa—. ¡Nunca soporté losnúmeros!

Y luego de decir eso volvió adedicarse a acunar a su hijo, cantándoleentre tanto una especie de arrorró ypegándole un violento sacudón al finalde cada verso.

Hay que gruñirle al hijito,darle duro si estornuda;lo hace para molestar,para ponerte ceñuda.

CORO(al que se unían la cocinera y el

bebé)

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¡Bua! ¡Bua! ¡Bua!

A lo largo de la segunda estrofa delarrorró la Duquesa no cesó de sacudirviolentamente al bebé y el pobrecitoberreaba tan fuerte que Alicia apenas sipudo oír las palabras.

Yo lo reto a mi chiquitoy le pego si estornuda¡si cuando pide pimientala disfruta con locura!

CORO¡Bua! ¡Bua! ¡Bua![24]

—¡Toma! ¡Puedes acunarlo un poco

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si quieres! —le dijo a Alicia la Duquesamientras le arrojaba el bebé—. Yo tengoque prepararme para ir a jugar alcroquet con la Reina —dijo, y saliócorriendo de la habitación.

La cocinera le arrojó una sarténmientras salía, pero le pasó raspando.

Alicia recogió al bebé con ciertadificultad ya que era una criatura deformas extrañas, que estiraba los brazosy las piernas en todas las direcciones.

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«Como una estrella de mar», pensóAlicia.

El pobrecito resoplaba como unalocomotora cuando Alicia lo agarró y nodejaba de encogerse y volver aestirarse, de modo que poco fue lo quepudo hacer Alicia por sostenerlo en losprimeros momentos.

En cuanto encontró el modo correctode tenerlo en brazos (que consistía enretorcerlo en una especie de nudo y ensostenerle luego la oreja derecha y elpie izquierdo para evitar que sedesatase) lo sacó al aire libre.

«Si no me llevo a este chicoconmigo —pensó Alicia—, en un par dedías más lo matan».

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—¿No sería un crimen abandonarlo?Estas últimas palabras las había

pronunciado en voz alta y el pobrecitogruñó por toda respuesta (ya habíadejado de estornudar).

—No gruñas —dijo Alicia—; ese noes modo de expresarse.

El bebé volvió a gruñir y Aliciamiró con gran ansiedad su cara para verqué le sucedía. No cabía duda de quetenía una nariz sumamente respingada,más parecida a un hocico que a una narizde verdad; y los ojos, por otra parte, sele estaban poniendo demasiadopequeños para ser los de un bebé. Engeneral Alicia prefería no mirarlo.

«Tal vez sólo esté sollozando»,

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pensó, y volvió a mirarle los ojos paraver si había lágrimas en ellos.

No, no había lágrimas.—Si piensas convertirte en un

marrano, querido mío —dijo Alicia contoda seriedad—, no pienso tener nadamás que ver contigo. Así que ¡cuidadito!

El pobrecito volvió a sollozar (o agruñir, no se podía saber con certeza) ysiguieron en silencio un rato más.

Alicia estaba empezando apreguntarse qué iba a hacer con esacriatura al llegar a su casa cuando lacriatura volvió a gruñir, y tan fuerte queAlicia le miró la cara con cierta alarma.Esta vez no podía caber la menor duda:no era ni más ni menos que un marrano,

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y Alicia pensó que era ridículo seguirllevándolo con ella.

De modo que depositó a la criaturitaen el suelo y se sintió bastante aliviadacuando la vio trotar tranquilamente haciael bosque.

—Al crecer se habría convertido enun chico espantosamente feo, pero creoque como cerdito es bastante lindo.

Y empezó a pasar revista a otroschicos que ella conocía y que estaríanmuy bien como marranos y se decía:

—Con tal que uno supiese cómotransformarlos… —cuando sesobresaltó un poco al ver al Gato deCheshire sentado en una rama de unárbol que estaba a pocos metros de allí.

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El Gato no hizo más que sonreírcuando la vio a Alicia.

«Parece bonachón», pensó Alicia.Pero no dejaba de tener uñas muy

largas y una enorme cantidad de dientes,de modo que pensó que había quetratarlo con respeto.

—Michifús de Cheshire —empezó adecir con timidez, ya que no sabía si legustaría ese nombre. Pero el Gato nohizo más que ensanchar su sonrisa.

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«Bueno, por ahora está contento»,pensó Alicia, y siguió:

—Por favor, podría decirme pordónde tengo que ir.

—Eso depende en buena medida deadónde quieras llegar —dijo el Gato.

—No importa demasiado adónde…—dijo Alicia.

—Entonces no importa por dóndevayas.

—… siempre que llegue a algunaparte —agregó Alicia comoexplicación.

—Oh, eso es casi seguro —dijo elGato—, si caminas lo suficiente.

Alicia reconoció que eso erainnegable, de modo que intentó otra

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pregunta.—¿Qué clase de gente vive por acá?—En esa dirección —dijo el Gato

señalando vagamente con la pata— viveun Sombrerero y en aquella —señalandocon la otra pata— vive una Liebre deMarzo. Puedes visitar a cualquiera: losdos están locos.[25]

—Pero yo no quiero ir adonde haylocos —dijo Alicia.

—Oh, eso es inevitable —dijo elGato—; aquí todos estamos locos. Yoestoy loco. Tú estás loca.

—¿Y usted cómo sabe que yo estoyloca? —preguntó Alicia.

—Tienes que estarlo —dijo el Gato—; si no, no habrías venido aquí.

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Alicia no pensaba que eso probasenada pero de todos modos siguiópreguntando:

—¿Y cómo sabe que usted estáloco?

—Para empezar —dijo el Gato—digamos que un perro no está loco ¿deacuerdo?

—Supongo que no —dijo Alicia.—Bueno, entonces —siguió

diciendo el Gato—, el perro gruñecuando está enojado y mueve la colacuando está contento. Bueno, yo encambio gruño cuando estoy contento ymuevo la cola cuando estoy enojado. Demodo que estoy loco.

—Yo llamo a eso ronronear, no

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gruñir —dijo Alicia.—Llámalo hache —dijo el Gato—.

¿Vas a ir a jugar al croquet con la Reinahoy?

—Me encantaría —dijo Alicia—,pero todavía no me invitaron.

—Ya me verás allí —dijo el Gato, yse desvaneció en el aire.

Alicia no se sorprendió demasiado,tan acostumbrada estaba a quesucediesen cosas raras, y no habíaapartado aún los ojos del sitio dondehabía estado el Gato cuando este volvióa aparecer de golpe.

—Hablando de todo un poco ¿qué sehizo del bebé? —preguntó—. Casi meolvidaba de preguntarte.

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—Se convirtió en un marrano —respondió Alicia con toda tranquilidad,como si el Gato hubiese vuelto de unamanera natural.

—Eso es lo que me imaginé —dijoel Gato, y volvió a desaparecer.

Alicia esperó un poco, con la

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esperanza de volver a verlo, pero novolvió a aparecer y momentos despuésella se alejó en dirección a donde lehabían dicho que vivía la Liebre deMarzo.

—A los sombrereros ya los conozco—se dijo—; la Liebre de Marzo va a sermucho más interesante y tal vez, comoestamos en mayo, no esté tan loca deatar… al menos no tanto como en marzo.

A decir esto levantó la vista y allíestaba nuevamente el Gato, sentado en larama.

—¿Dijiste «marrano» o«malcriado»? [26]

—Dije «marrano» —dijo Alicia—,y me gustaría que no anduviese usted

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apareciendo y desapareciendo tan degolpe: ¡me aturde!

—Muy bien —dijo el Gato, y estavez se desvaneció lentamente,empezando por la punta de la cola yterminando con la sonrisa, quepermaneció un rato más cuando el restoya había desaparecido.

«¡Bueno! Vi muchos gatos sinsonrisa —pensó Alicia—, pero ¡unasonrisa sin gato! ¡Es la cosa más raraque vi en mi vida!».

No se había alejado mucho cuandovio la casa de la Liebre de Marzo:pensó que sería esa porque laschimeneas tenían forma de orejas y eltecho estaba cubierto de piel. Era una

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casa tan grande que no quiso acercarse aella sin antes mordisquear un pedacitodel hongo de la mano izquierda yalcanzar la altura de dos pies, y aun asíse acercó con cierta timidez diciéndose:

—¿Y qué va a pasar si está loca deatar después de todo? ¡Casi mearrepiento de no haber ido a visitar alSombrerero!

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CAPÍTULO VII.Una merienda de

locos[27]

Había una mesa servida bajo unárbol, frente a la casa, y la Liebre deMarzo y el Sombrerero[28] estabantomando el té. Sentado entre ambos[29]

un Lirón dormía profundamente. LaLiebre y el Sombrerero lo usaban dealmohadón, para apoyar los codos, yconversaban por encima de su cabeza.

«¡Qué incómodo para el Lirón! —pensó Alicia—. Claro que, como está

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dormido, supongo que no le importa».La mesa era grande pero los tres

estaban apiñados en una punta.—¡No hay lugar! ¡No hay lugar! —

gritaron cuando la vieron llegar aAlicia.

—¡Hay muchísimo lugar! —dijoAlicia indignada, y se sentó en un gransillón en un extremo de la mesa.

—Sírvete un poco de vino —dijo laLiebre de Marzo animándola.

Alicia recorrió la mesa con los ojospero no vio más que té en ella.

—No veo que haya vino —señaló.—No lo hay —dijo la Liebre de

Marzo.—Entonces fue sumamente

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incorrecto de su parte ofrecérmelo —dijo Alicia enojada.

—Tampoco fue muy correcto de tuparte sentarte sin que te invitaran —dijola Liebre de Marzo.

—No creí que la mesa fuese solo deustedes —dijo Alicia—; está servidapara muchos más que tres.

—Te anda faltando un corte de pelo—dijo el Sombrerero.

Había estado un buen ratoobservándola, con gran curiosidad, yesas fueron sus primeras palabras.

—Debería aprender a no hacerobservaciones personales —dijo Aliciacon cierta severidad—. ¡Es muygrosero!

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Al oír eso, el Sombrerero abrió muygrandes los ojos, pero todo lo que dijofue:

—¿En qué se parecen un cuervo y unescritorio?[30]

«¡Qué suerte! ¡Nos vamos a divertir!—pensó Alicia—. Me alegro de quehayan empezado con las adivinanzas».

—Creo que puedo adivinar eso —agregó en voz alta.

—¿Quieres decir que crees quepuedes encontrar la respuesta? —preguntó la Liebre de Marzo.

—Eso mismo —dijo Alicia.—Entonces deberías decir lo que

quieres decir —siguió la Liebre deMarzo.

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—Eso hago —respondióapresuradamente Alicia—, al menos…al menos quiero decir lo que digo… eslo mismo ¿no sabía?

—¡De ningún modo es lo mismo! —dijo el Sombrerero—. ¡Si no también

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sería lo mismo decir «Veo lo que como»que «Como lo que veo»!

—Y sería lo mismo decir —agrególa Liebre de Marzo— «Me gusta lo queme dan» que «Me dan lo que me gusta».

—¡Y sería lo mismo decir —tercióel Lirón, que parecía hablar en sueños—«Respiro cuando duermo» que «Duermocuando respiro»!

—En realidad en tu caso sí es lomismo —dijo el Sombrerero.

Y el grupo se quedó un minuto ensilencio, mientras Alicia trataba derecordar todo lo que sabía de cuervos yescritorios, que no era mucho.

El Sombrerero fue el primero enromper el silencio.

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—¿En qué día del mes estamos? —preguntó volviéndose a Alicia.

Había sacado el reloj del bolsillo yestaba mirándolo inquieto, sacudiéndolode vez en cuando y acercándoselo a laoreja.

Alicia pensó un poco y después dijo:—Cuatro.[31]

—¡Anda dos días equivocado! —suspiró el Sombrerero—. Te dije que lamanteca no le iba a hacer bien a losengranajes —agregó mirando con enojoa la Liebre de Marzo.

—Era manteca de primera —respondió humildemente la Liebre deMarzo.

—Sí pero deben de haber entrado

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algunas miguitas también —gruñó elSombrerero—. ¡No tendrías quehabérsela untado con el cuchillo delpan!

La Liebre de Marzo tomó el reloj ylo miró con aire preocupado; después losumergió en su taza de té y volvió amirarlo, pero no se le ocurrió nadamejor que repetir:

—Era manteca de primera, en serio.Alicia había estado mirando por

sobre su hombro con cierta curiosidad.—¡Qué reloj más raro! —observó

—. Dice el día del mes y no dice lahora.

—¿Por qué habría de decirla? —masculló el Sombrerero—. ¿Acaso tu

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reloj te dice en qué año estás?—Claro que no —respondió Alicia

sin inmutarse—, pero eso es porquepasa mucho tiempo sin que el añocambie.

—Lo mismo pasa con el mío —dijoel Sombrerero.

Alicia se sentía horriblementedesconcertada. La observación delSombrerero no parecía tener ningúnsignificado en absoluto y, sin embargo,estaba formulada decididamente eninglés.

—No lo entiendo bien —dijo lo másamablemente que pudo.

—El Lirón se quedó dormido denuevo —dijo el Sombrerero y le vertió

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un poquito de té caliente en la nariz.El Lirón sacudió la cabeza con

impaciencia y dijo, sin abrir los ojos:—Claro, claro; eso es justamente lo

que yo iba a decir.—¿Todavía no adivinaste el

acertijo? —preguntó el Sombrererovolviéndose hacia Alicia.

—No, me rindo —dijo Alicia—.¿Cuál es la respuesta?

—No tengo la menor idea —dijo elSombrerero.

—Ni yo —dijo la Liebre de Marzo.Alicia suspiró fastidiada.—Me parece que podría emplear

mejor el tiempo —dijo—, en vez deperderlo haciendo adivinanzas que no

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tienen respuesta.—Si conocieses al Tiempo tan bien

como yo —dijo el Sombrerero— lotratarías con más respeto. [32]

—No entiendo —dijo Alicia.—Claro que no —dijo el

Sombrerero sacudiendo la cabeza condesdén—. ¡Supongo que ni siquierahabrás hablado nunca con él!

—Tal vez no —replicó Alicia conprudencia—, pero lo marco congolpecitos cuando estudio música. [33]

—¡Ahora sí que está claro! —dijo elSombrerero—. El Tiempo no permiteque lo marquen, y menos a golpes. Perosi uno se mantiene en buenas relacionescon él es capaz de hacer casi cualquier

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cosa con el reloj. Por ejemplo,supongamos que son las nueve de lamañana, la hora de empezar las clases.No tendrías más que susurrarle algo alTiempo y, en un abrir y cerrar de ojos,él le daría unas cuantas vueltas al relojy… ¡la una y media, hora dealmorzar![34]

(—¡Ojalá! —se dijo por lo bajo laLiebre de Marzo).

—Sería bárbaro, ya lo creo —dijoAlicia pensativa—, pero… yo notendría hambre ¿sabe?

—Al principio tal vez no —dijo elSombrerero—, pero uno puede quedarseen la una y media todo el tiempo quequiera.

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—¿Así es como hacen ustedes? —preguntó Alicia.

El Sombrerero sacudió la cabezacon pesar.

—¡Yo no! —respondió—. Nospeleamos en marzo… justo antes de queeste se volviera loco —explicóseñalando con la cucharita a la Liebrede Marzo—. Fue durante el granconcierto que ofreció la Reina deCorazones, en el que yo tenía que cantareso de:

Brilla brilla, murcielaguito,¿en qué andarás tan solita?

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No sé si conoces esa canción.—Escuché una parecida —dijo

Alicia.—Sigue así —siguió diciendo el

Sombrerero:

Por sobre la tierra vuelascomo bandeja de teteras…[35]

El Lirón se estremeció y empezó acantar en sueños:

Brilla, brilla, brilla, brilla…

Y así siguió sin parar, tanto quetuvieron que pellizcarlo para que se

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detuviese.—Bueno, apenas había terminado la

primera estrofa —dijo el Sombrerero—cuando la Reina chilló: «Estádestrozando el tiempo. [36] ¡Que lecorten la cabeza!».

—¡Qué salvaje! —exclamó Alicia.—Y desde ese día —siguió diciendo

el Sombrerero con voz lastimera— elTiempo no hace nada de lo que le pido.¡Ahora son siempre las seis!

A Alicia se le ocurrió una ideabrillante:

—¿Es por eso que hay tanta vajillapara el té aquí arriba? —preguntó.

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—Claro —dijo el Sombrererosuspirando—. Siempre es la hora detomar el té y no hay tiempo de lavar lavajilla entre tanto.

—Y se van corriendo de lugar,supongo —dijo Alicia.

—Exactamente —dijo elSombrerero—, a medida que la vajillase va ensuciando.

—¿Pero qué pasa cuando vuelven alcomienzo? —se animó a preguntarAlicia.

—¿Qué les parece si cambiamos detema? —los interrumpió la Liebre deMarzo con un bostezo—. Me estoyaburriendo. Propongo que esta jovencitanos cuente un cuento.

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—Me temo que no sé ninguno —dijoAlicia, un poco alarmada por lapropuesta.

—Entonces que nos lo cuente elLirón —gritaron los dos al unísono—.¡Despiértate, Lirón!

Y lo pellizcaron de los dos lados almismo tiempo.

El Lirón abrió lentamente los ojos.—No estaba dormido —dijo con

voz ronca y débil—. Escuché todo loque dijeron.

—¡Cuéntanos un cuento! —dijo laLiebre de Marzo.

—¡Sí, por favor! —rogó Alicia.—Y que sea breve —agregó el

Sombrerero— o te vas a quedar

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dormido antes de que termine.—Había una vez tres hermanitas [37]

—empezó el Lirón muy apurado—. Sellamaban Elsie, Lacie y Tillie y vivíanen el fondo de un pozo…[38]

—¿De qué vivían? —preguntóAlicia, que siempre se interesaba muchopor las comidas y las bebidas.

—Vivían de melaza —dijo el Liróndespués de pensar un rato.

—Eso es imposible ¿sabe? —dijoamablemente Alicia—. Se habríanenfermado.

—Y estaban enfermas —dijo elLirón—, muy enfermas.

Alicia trató de imaginarse cómosería vivir de ese modo tan extraño pero

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le resultó demasiado difícil, de modoque siguió diciendo:

—Pero ¿por qué vivían en el fondode un pozo?

—Sírvete un poco más de té —ledijo muy formal la Liebre de Marzo.

—Todavía no tomé nada —replicóAlicia con tono ofendido—, de modoque no puedo tomar más.

—Querrás decir que no puedestomar menos —dijo el Sombrerero—,porque tomar más que nada es muy fácil.

—A usted nadie le preguntó suopinión —dijo Alicia.

—¿Quién está haciendo alusionespersonales ahora? —replicó elSombrerero con aire de triunfo.

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Alicia no supo muy bien quécontestar a esto, de modo que se sirvióun poco de té y pan con manteca ydespués se volvió hacia el Lirón yrepitió su pregunta.

—¿Por qué vivían en el fondo de unpozo?

El Lirón volvió a tomarse su tiempopara reflexionar y después dijo:

—Era un pozo de melaza.[39]

—¡Eso no existe! —empezó a decirAlicia muy enojada, pero el Sombrereroy la Liebre de Marzo le hacían ¡sh, sh!,todo el tiempo y el Lirón observóenfurruñado:

—Si no eres capaz de mostrarteeducada es mejor que termines el cuento

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tú misma.—¡No, por favor, siga! —dijo

Alicia con gran humildad—. No voy avolver a interrumpirlo. Acepto queexista al menos uno de esos pozos.

—¡Uno solo! ¡Lo que hay que oír! —dijo el Lirón indignado.

Sin embargo aceptó seguir con suhistoria.

—De modo que estas tres hermanitasestaban aprendiendo a dibujar, a sacarbocetos… Ya sacaban… [40]

—¿Qué, qué? —preguntó Aliciaolvidándose de su promesa.

—Melaza.—Quiero una taza limpia —

interrumpió el Sombrerero—; vamos a

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corrernos todos un lugar.Él se mudó de sitio mientras hablaba

y el Lirón lo siguió; la Liebre de Marzose cambió al lugar del Lirón y Alicia sesentó sin demasiadas ganas en el sitio dela Liebre de Marzo. El Sombrerero fueel único que se benefició un poco con elcambio. Alicia estaba bastante peor queantes ya que la Liebre de Marzo acababade volcar la lechera en su plato.

Como no deseaba volver a ofenderal Lirón empezó con gran cautela:

—Pero no comprendo. ¿La sacabandel natural? ¿Cómo hacían?

—Se puede sacar agua de un pozode agua —dijo el Sombrerero—, así quetambién se puede sacar melaza de un

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pozo de melaza, ¿eh, boba?—Pero ellas estaban adentro del

pozo —insistió Alicia, optando porpasar por alto las palabras finales delLirón.

—Claro que sí —dijo el Lirón—,bien adentro.[41]

Esta respuesta confundió tanto aAlicia que dejó que el Lirón siguiera unrato sin interrumpirlo.

—Estaban aprendiendo a dibujar —siguió diciendo el Lirón, bostezando yfrotándose los ojos porque le estabaempezando a dar sueño—, y dibujabantodo tipo de cosas… cosas queempiezan con M…

—¿Por qué con M? —preguntó

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Alicia.—¿Por qué no? —dijo la Liebre de

Marzo.Alicia guardó silencio.El Lirón ya había cerrado los ojos y

estaba cayendo en un estado desomnolencia; pero cuando elSombrerero lo pellizcó se volvió adespertar con un chillido y siguió.

—… que empiezan con M, como losmitones, los mundos, la memoria y losmásomenoslomismo. [42]… Ya se sabeque de dos cosas que son muy parecidasse dice que son másomenoslomismo[43].¿Habías visto alguna vez un dibujo de unmásomenoslomismo?

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—Bueno, ya que me lo pregunta —dijo Alicia muy confundida—… No,creo que no…

—Entonces no deberías abrir laboca —dijo el Sombrerero.

Esa grosería era más de lo queAlicia podía soportar: se puso de piemuy disgustada y se alejó de allí. ElLirón se quedó dormidoinstantáneamente, y ninguno de los otrosdos prestó la menor atención a suconducta, aunque ella miró hacia atrásun par de veces, con la secretaesperanza de que la llamasen para quevolviese. La última vez que los vioestaban tratando de meter al Lirónadentro de la tetera.

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—Por nada del mundo volvería allí—se dijo Alicia mientras se encaminabaal bosque—. ¡Es la merienda másestúpida que vi en mi vida!

Al decir esto notó que uno de los

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árboles tenía una puerta de entrada.«¡Qué extraño! —pensó—. Pero

todo es muy extraño hoy. Me parece quelo mejor es entrar cuanto antes».

Y entró.Volvió a encontrarse en el gran

vestíbulo, cerca de la mesita de vidrio.—Esta vez lo voy a hacer mejor —

se dijo, y empezó por tomar la llavecitadorada y abrir la puerta que daba aljardín.

Después se puso a mordisquear elhongo (había guardado un pedacito en elbolsillo) hasta llegar a medir sólo un piede altura. Después corrió por el pasillitoy por fin… llegó al hermoso jardín y sevio rodeada por esos brillantes canteros

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de flores y esas frescas fuentes.

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CAPÍTULO VIII.La cancha de croquet

de la Reina

Había un gran rosal cerca de laentrada al jardín; las rosas que crecíanen él eran blancas, pero había jardinerostrabajando, muy atareados, pintándolasde rojo. Alicia pensó que eso resultabamuy extraño y se acercó para observarmejor. En cuanto llegó adonde estabanlos jardineros oyó que uno de ellosdecía:

—¡Más cuidado, Cinco! ¡No mesalpiques con la pintura!

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—No fue culpa mía —dijo Cincomalhumorado—. Siete me empujó elcodo.

A lo que Siete respondió levantandola vista:

—¡Muy bien, Cinco, te felicito!¡Siempre echándole la culpa a otro!

—¡Tú mejor no hables! —dijoCinco—. Ayer mismo oí que la Reinadecía que merecías que te cortaran lacabeza.

—¿Por qué? —dijo el que habíahablado primero.

—¿Y a ti qué te importa, Dos? —dijo Siete.

—¡Sí que le importa! —dijo Cinco—. Y se lo voy a decir: fue por llevarle

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al cocinero bulbos de tulipán en lugar decebollas.

Siete tiró el pincel al suelo y empezóa decir:

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—¡Eso sí que está bueno! Es la cosamás injusta…

Pero de pronto sus ojos tropezaroncon Alicia que estaba de pie mirándolosy se interrumpió bruscamente. Los otrostambién miraron y todos hicieron unagran reverencia.

—Por favor —dijo Alicia con ciertatimidez—. ¿Podrían decirme por quéestán pintando las rosas?

Cinco y Siete no dijeron nada, peromiraron a Dos. Dos empezó a decir envoz baja:

—Bueno… ¿sabe lo que pasa,señorita?… este… acá este rosal teníaque ser un rosal de rosas rojas… y nosequivocamos y pusimos uno de rosas

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blancas, y… este… si la Reina se llegaa dar cuenta nos cortan la cabeza ¿sabe,señorita? Así que, ya ve, señorita,estamos haciendo todo lo posible, antesde que ella venga…

En ese momento Cinco, que habíaestado mirando ansiosamente endirección al otro extremo del jardín,gritó:

—¡La Reina! ¡La Reina![44]

Y los tres jardineros se arrojaron deinmediato al suelo boca abajo.

Se oyó un ruido de pasos y Aliciamiró, ansiosa por ver a la Reina.

Primero llegaron diez soldadosllevando bastos. Todos tenían la formade los tres jardineros, rectangulares y

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chatos, con los pies y las manos en lasesquinas. Luego seguían diez cortesanos;estaban adornados con diamantes ycaminaban de dos en dos, como lossoldados. Después venían los infantes,diez en total; las dulces criaturas veníansaltando alegremente, de dos en dos,tomadas de la mano; estaban todasadornadas con corazones. Despuésvenían los invitados, casi todos Reyes yReinas y entre ellos reconoció Alicia alConejo Blanco. Hablaba con voz agitaday nerviosa y pasó a su lado sin verla.Seguía la Sota de Corazones, llevandola corona del Rey en un almohadón deterciopelo color carmesí y, cerrando ellargo cortejo, ¡el Rey y la Reina de

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Corazones!Alicia no estaba muy segura de que

no le correspondiese tirarse boca abajocontra el suelo, como los tres jardineros,pero no recordaba haber oído hablar deuna regla así para casos de desfile decortejos.

«Y además —pensó—, ¿de quéservirían los desfiles si la gente se tirasetoda boca abajo sin poder ver nada?».

Así que se quedó donde estaba yesperó.

Cuando el cortejo se enfrentó conella todos se detuvieron y la miraron yla Reina preguntó con severidad:

—¿Quién es esta?Se lo preguntó a la Sota de

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Corazones, que no hizo más queinclinarse respetuosamente y sonreírcomo toda respuesta.

—¡Idiota! —dijo la reinasacudiendo la cabeza con impaciencia,y, volviéndose a Alicia, le preguntó—:¿Cómo te llamas, niña?

—Me llamo Alicia, para servir a SuMajestad —dijo Alicia con muy buenosmodos, pero agregó para sus adentros:

«No son más que un mazo de cartas,después de todo. ¡No tengo por quétenerles miedo!».

—¿Y quiénes son estos? —preguntóla Reina señalando hacia los tresjardineros que estaban tirados junto alrosal.

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Y es que, como todos ustedes saben,yacían boca ahajo, y el dibujo de laespalda era idéntico al de todas lasdemás barajas del mazo, y la Reina nopodía saber si eran jardineros, soldados,cortesanos o incluso tres de sus propioshijos.

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—¿Cómo podría yo saberlo? —dijoAlicia, sorprendida de su propiaaudacia—. No es asunto mío.

La Reina se puso roja de rabia y,después de lanzarle una miradafuribunda de bestia salvaje, empezó agritar:

—¡Que le corten la cabeza! ¡Que lecorten…!

—¡Qué disparate! —dijo Alicia envoz bien alta y resuelta, y la Reina sequedó en silencio.

El Rey le puso la mano sobre elhombro y dijo con timidez:

—Ten consideración, querida. ¡Essolo una niña!

La Reina le volvió la espalda

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enojada y dijo a la Sota:—¡Délos vuelta!La Sota hizo lo que se le ordenaba

con mucho cuidado, utilizando nada másque un pie.

—¡De pie! —gritó la Reina con vozfuerte y chillona.

Los tres jardineros se pusieron depie de un salto y empezaron a hacerlesreverencias al Rey, a la Reina, a losinfantes reales y a todos los demás.

—¡Acaben con eso! —rugió laReina—. ¡Me marcan! —Y despuésvolviéndose hacia el rosal, continuó—:¿Qué anduvieron haciendo aquí?

—Con el permiso de Su Majestad —dijo Dos con voz muy humilde, hincando

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una rodilla en el suelo mientras hablaba—, estábamos tratando…

—¡Ya veo! —dijo la Reina, quehabía estado examinando las rosas—.¡Que les corten la cabeza!

Y el cortejo se alejó mientras tres delos soldados se quedaban atrás paraejecutar a los desdichados jardineros,que corrieron hacia Alicia para que losprotegiese.

—¡No los van a decapitar! —dijoAlicia, y los puso en un macetón quehabía allí cerca.

Los tres soldados anduvieron dandovueltas un rato, buscándolos, y despuésse fueron tranquilamente con los demás.

—¿Ya les cortaron las cabezas? —

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gritó la Reina.—Sus cabezas han desaparecido, así

plazca a Su Majestad —gritaron lossoldados en respuesta.

—¡Así me gusta! —gritó la Reina—.¿Sabes jugar al croquet?

Los soldados permanecieron ensilencio y miraron a Alicia, ya que eraevidente que la pregunta estaba dirigidaa ella.

—¡Sí! —gritó Alicia.—¡Entonces, ven! —rugió la Reina,

y Alicia se unió al cortejo sin cesar nipor un momento de preguntarse quésucedería luego.

—¡Es… es unnn ddía espléndido! —dijo una tímida vocecita.

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Estaba caminando junto al ConejoBlanco, que la espiaba con ansiedad.

—Sí, muy lindo —dijo Alicia—.¿Dónde está la Duquesa?

—¡Sh! ¡Silencio! —dijo el Conejoapurado y en voz baja.

Miraba ansiosamente por encima desu hombro mientras hablaba y despuésse puso en puntas de pie, acercó la bocaa la oreja de Alicia y murmuró:

—Está condenada a muerte.—¿Qué hizo? —preguntó Alicia.—¿Dijiste «¡Qué pena!»? —

preguntó el Conejo.—No, no dije eso —dijo Alicia—.

No creo que sea ninguna pena. Pregunté«¿Qué hizo?».

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—Le dio un sopapo a la Reina —empezó a decir el Conejo Blanco.

Alicia dejó escapar la risa.—¡Sh, sh! —murmuró el Conejo con

voz asustada—. ¡La Reina te puede oír!Llegó más bien tarde, ¿sabes?, y laReina dijo…

—¡Todos a sus puestos! —gritó laReina con voz de trueno y la genteempezó a correr en distintasdirecciones, atropellándose y cayéndoseunos sobre otros. Sin embargo uninstante después estaban todosinstalados y comenzó el juego.

Alicia pensó que jamás había vistouna cancha de croquet tan rara en toda suvida: estaba llena de lomitas y de pozos;

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las pelotas eran erizos vivos y los palos,flamencos, también vivos. Los soldadostenían que doblarse apoyándose en piesy manos para formar los arcos.[45]

La mayor dificultad con que tuvo queenfrentarse Alicia en un primer momentofue la de manejar su Flamenco.Conseguía acomodar el cuerpo bastanteconfortablemente debajo del brazomientras las patas quedaban colgando,pero por lo general justo cuando habíalogrado enderezarle bien el cuello yestaba por golpear al erizo con lacabeza, el flamenco insistía en girar lacabeza y doblar el cuello para mirarla ala cara, con una expresión tal dedesconcierto que Alicia no podía evitar

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estallar en carcajadas. Y erafrancamente insoportable comprobar,después de volver a bajarle la cabeza,que el erizo se había desenroscado yhuía rápidamente. Además de todo esocasi siempre se topaba uno con una lomao con un pozo, no importa adóndequisiese mandar el erizo. Y como paracolmo los soldados arqueados noparaban de levantarse y cambiar delugar en la cancha, Alicia no tardó enllegar a la conclusión de que se tratabade un juego decididamente difícil.

Todos los jugadores jugaban almismo tiempo, sin respetar los turnos,discutiendo sin cesar y peleándose porlos erizos, y poco después la Reina

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estaba nuevamente furiosa, dandozancadas y gritando «¡Que le corten lacabeza a ese!», o «¡Que le corten lacabeza a esa!», por lo menos una vezpor minuto.

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Alicia empezó a sentirse muyincómoda. Y aunque todavía no habíatenido ningún encontronazo con la Reinasabía que podía suceder en cualquiermomento.

«Y entonces —pensaba— ¿qué seráde mí? Aquí tienen la horriblecostumbre de decapitar a medio mundo.¡Lo que me extraña es que todavía quedegente viva!».

Estaba buscando el modo deescabullirse y preguntándose si podríairse sin que la vieran cuando notó unaextraña aparición en el aire; al principiola intrigó mucho, pero un rato después se

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dio cuenta de que se trataba de unasonrisa, y se dijo:

—Es el Gato de Cheshire; ahora voya tener con quién hablar.

—¿Cómo te está yendo? —preguntóel Gato en cuanto hubo boca suficientecomo para hablar.

Alicia esperó hasta que aparecieronlos ojos y entonces lo saludó con lacabeza y pensó:

«De nada vale que le hable hasta queno le hayan aparecido las orejas o, almenos, una de ellas».

Un instante después ya habíaaparecido toda la cabeza. EntoncesAlicia dejó su flamenco en el suelo yempezó a relatarle el juego, muy

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contenta de que alguien la escuchara. ElGato parecía pensar que ya teníasuficiente cuerpo visible y no apareciónada más.

—Me parece que no juegan limpio—empezó a decir Alicia en tono dequeja—, y discuten tanto que no sepuede oír ni lo que uno mismo dice… yno parece haber reglas, o si las haynadie las respeta… y no se imagina ellío que es que todas las cosas esténvivas. Por ejemplo, allá va el arco queyo tendría que haber atravesado,paseándose por el otro extremo de lacancha… hace un momento debería dehaber golpeado el erizo de la Reina conel mío ¡pero salió corriendo cuando vio

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que se le acercaba el otro!—¿Qué te parece la Reina? —

preguntó el Gato en voz baja.—No me gusta nada —dijo Alicia

—, es tan pero tan…Precisamente en ese momento notó

que la Reina estaba muy cerca de ella,escuchando, así que siguió diciendo:

—… seguro que ella va a ganar quecasi no vale la pena seguir jugando.

La Reina sonrió y se alejó.—¿Con quién estás hablando? —

preguntó el Rey acercándose a Alicia ymirando la cabeza del Gato con grancuriosidad.

—Es un amigo mío… un gato deCheshire —dijo Alicia—. Permítame

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que se lo presente.—No me gusta nada su aspecto —

dijo el Rey— pero puede besar mi manosi lo desea.

—Prefiero no hacerlo —dijo elGato.

—¡No sea impertinente! —dijo elRey—. ¡Y no me mire de ese modo!

—Un gato puede mirar a un rey —dijo Alicia—. Leí eso en algún libro,pero no recuerdo en cuál.[46]

—Bueno, hay que quitarlo de allí —dijo el Rey con gran decisión; y llamó ala Reina, que pasaba por allí en esemomento—: ¡Querida! Me gustaría queordenases que quiten del medio o esegato.

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La Reina no tenía más que unamanera de arreglar todos los problemas,grandes o pequeños.

—¡Que le corten la cabeza! —dijosin siquiera darse vuelta para mirar.

—Voy a buscar yo mismo al verdugo—dijo el Rey con severidad, y se alejóapurado.

Alicia pensó que convenía volverpara ver cómo iba el juego ya que a lolejos se oía la voz de la Reina gritandoapasionadamente. Ya la había oídosentenciar a muerte a tres jugadores porhaber perdido el turno y no le gustabanada el cariz que estaban tomando lascosas, dado que el juego resultaba tanconfuso que era imposible saber cuándo

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le tocaba jugar a uno. De modo que sefue en busca de su erizo.

El erizo estaba trabado en pelea conotro erizo y Alicia consideró que erauna oportunidad excelente para haceruna carambola; la única dificultadestribaba en que el flamenco había huidoal otro extremo del jardín y, según veíaAlicia, estaba tratando desmañadamentede volar hasta la rama de un árbol.

Para cuando Alicia pescó suflamenco y lo trajo de vuelta ya la luchahabía cesado y los dos erizos se habíanperdido de vista.

«No importa demasiado —pensóAlicia—, a fin de cuentas no queda ni unarco en este rincón de la cancha».

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Así que se acomodó el flamencodebajo del brazo para que no pudiesevolver a escaparse y dio media vueltapara seguir charlando con su amigo.

Cuando volvió adonde estaba elGato de Cheshire la sorprendióencontrar una multitud congregada a sualrededor. Había un altercado entre elverdugo, el Rey y la Reina, y los treshablaban al mismo tiempo. El restoguardaba silencio y parecía incómodo.

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En cuanto apareció Alicia los tres sedirigieron a ella para que allanase lacuestión y repitieron sus argumentos,aunque, como hablaban todos al mismotiempo, a Alicia le resultó difícilentenderlos bien.

El verdugo decía que no se podíacortar una cabeza si no había un cuerpodel que esa cabeza se pudiese cortar,que nunca había hecho algo así y que noiba a empezar a esa altura de su vida.

El Rey decía que cualquier cosa quetuviese cabeza podía ser decapitada yque no había que decir disparates.

La Reina decía que si no hacían algode inmediato iba a mandar ejecutar atodos los que estaban allí. (Era esa

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última observación la que hacía quetodo el grupo se mostrase serio yansioso).

Alicia no pudo decir más que:—Pertenece a la Duquesa; es mejor

que le pregunten a ella.—Está en la cárcel —dijo la Reina

al verdugo—. ¡Tráigala aquí!Y el verdugo salió disparado como

una flecha.La cabeza del Gato empezó a

desvanecerse en cuanto el verdugo sefue y para cuando este volvió con laDuquesa ya había desaparecido porcompleto. Así que el Rey y el verdugoempezaron a correr de un lado al otrocomo desesperados buscando al Gato y

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el resto de la compañía reinició eljuego.

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CAPÍTULO IX.La historia de laSímil Tortuga

—¡No sabes lo encantada que estoyde volver a verte, queridísima! —dijo laDuquesa tomando afectuosamente elbrazo de Alicia y caminando junto aella.

Alicia se alegró de encontrarla detan buen humor y pensó que tal vez habíasido solo la pimienta lo que la habíapuesto tan violenta cuando la vio porprimera vez en la cocina.

«Cuando yo sea Duquesa —se dijo

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(aunque en tono poco esperanzado)— novoy a utilizar en absoluto la pimienta enmi cocina. La sopa sabe muy bien sinella… Tal vez sea siempre la pimientala que pone violenta a la gente —siguiódiciéndose, muy contenta de haberdescubierto una nueva regla— y elvinagre el que la pone agria… y lamanzanilla la que la vuelve amarga… yel alfeñique y otras golosinas por elestilo los que hacen que los niños seande temperamento dulce. ¡Ojalá la gentegrande se diese cuenta de esto último,así no mezquinaría tanto los dulces!».

Casi se había olvidado de laDuquesa y se sorprendió bastantecuando oyó su voz muy cerca de la

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oreja.—Estás pensando en algo, mi

querida, y eso hace que te olvides dehablar. No puedo decirte en estemomento cuál es la moraleja que puedeextraerse de esto, pero dentro de unratito me voy a acordar.

—Tal vez no haya ninguna moraleja—se atrevió a sugerir Alicia.

—¡Por favor, criatura! —dijo laDuquesa—; todo tiene su moraleja, lacuestión es encontrarla.

Y se apretujó un poco más contraAlicia mientras hablaba.

A Alicia no le gustaba demasiadoque la Duquesa estuviese tan cerca deella. En primer lugar porque era muy fea

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y en segundo lugar porque tenía laestatura exacta como para apoyar sumentón en el hombro de Alicia, y setrataba de un mentón particularmenteaguzado e incómodo. Pero Alicia noquería ser grosera, de modo que losoportó lo mejor que pudo.

—El juego mejoró bastante ahora —dijo, tanto como para que no decayese laconversación.

—Así es —dijo la Duquesa— y lamoraleja es «¡Oh! ¡Es el amor, el amorel que hace girar el mundo!».

—Alguien dijo una vez —murmuróAlicia— que el mundo giraba cuandocada uno se ocupaba de sus asuntos.

—¡Ah, bueno! Es más o menos lo

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mismo —dijo la Duquesa, clavando sufiloso mentoncito en el hombro deAlicia, y agregó—: y la moraleja es«Cuida el sentido que los sonidos secuidan solos».[47]

«¡Cómo le gusta encontrarmoralejas!», pensó Alicia.

—Supongo que te preguntarás porqué no te tomo de la cintura —dijo laDuquesa después de una pausa—: esporque no estoy muy segura de cuálpueda ser el humor de tu flamenco. ¿Teparece que lo intente?

—Puede picar —respondió Aliciacon prudencia, ya que no tenía ningúninterés en que la Duquesa intentase elacercamiento.

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—Es muy cierto —dijo la Duquesa—; tanto los flamencos como la mostazapican. Y la moraleja es: «Dios los cría yellos se juntan».[48]

—Sí, solo que la mostaza no es unpájaro —señaló Alicia.

—Correcto, como siempre —dijo laDuquesa—. ¡Con qué claridad teexpresas!

—Es un mineral, creo —dijo Alicia.—Claro que sí —aseguró la

Duquesa, que parecía dispuesta acoincidir en todo con Alicia—; hay unagran mina de mostaza aquí cerca. Y lamoraleja es: «Lo mío mina lo tuyo».[49]

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—¡Ya sé! —exclamó Alicia, que nohabía prestado atención a la última frase—. Es un vegetal. No parece, pero es.

—Estoy totalmente de acuerdocontigo —dijo la Duquesa—, y lamoraleja es: «Trata de ser como quierasparecer» o, para hablar mássencillamente: «Nunca pienses que nopuedes ser diferente del modo en quepudo haberles parecido a los demás quelo que tú fuiste o pudiste haber sido noera en realidad diferente del modo enque les había parecido serlo lo que túhabías sido».

—Creo que lo entendería mejor si loviese escrito —dijo Alicia conamabilidad—, pero cuando usted me lo

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dice no puedo seguirla.—Eso no es nada comparado con lo

que podría decir si quisiese —replicó laDuquesa complacida.

—Por favor, no se moleste en hacerfrases más largas —dijo Alicia.

—¡Pero si no es ninguna molestia!—le aseguró la Duquesa—. Aceptacomo un regalo lo que he dicho hastaahora.

«¡Qué regalo barato! —pensó Alicia—. ¡Me alegro de que la gente no hagaregalos así para los cumpleaños!».

Pero no se atrevió a decirlo en vozalta.

—¿Otra vez pensando? —preguntóla Duquesa, volviendo a clavar su

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afilado mentón.—Tengo derecho a pensar —dijo

Alicia, un poco cortante porque yaestaba empezando a incomodarse.

—Tanto derecho como el que tienenlos cerdos a volar —dijo la Duquesa—,y la m…

Pero en ese instante, para gransorpresa de Alicia, la voz de la Duquesase desvaneció antes de terminar supalabra favorita, «moraleja», y el brazoque rodeaba el de Alicia empezó atemblar. Alicia levantó la mirada y allífrente a ellas estaba la Reina, cruzada debrazos, con el ceño fruncido y la caratormentosa.

—¡Qué lindo día, Su Majestad! —

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empezó a decir la Duquesa en voz baja ydebilucha.

—¡Escúcheme bien! —rugió laReina, pateando el suelo mientrashablaba—. ¡Se lo digo por su bien! ¡Ousted o su cabeza tienen que desapareceren un santiamén! Así que ¡elija!

La Duquesa eligió y desapareció enun abrir y cerrar de ojos.

—Sigamos jugando —le dijo laReina a Alicia.

Alicia estaba demasiado asustadapara pronunciar ni una sola palabra,pero la siguió lentamente a la cancha decroquet.

Los demás invitados habían sacadopartido de la ausencia de la Reina y

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estaban descansando a la sombra, peroen cuanto la vieron llegar volvieroncorriendo a jugar mientras ella lesseñalaba sencillamente que un instantede demora les costaría la vida.

Mientras duró el juego la Reina nocesó ni por un momento de pelearse conlos demás jugadores y de gritar «¡Que lecorten la cabeza a ese!», o «¡Que lecorten la cabeza a esa!». Aquellos a losque sentenciaba a muerte quedaban bajocustodia de los soldados, que, porsupuesto, tenían que abandonar su papelde arcos para asumir esa tarea, de modoque, al cabo de media hora, ya noquedaban arcos y todos los jugadores,excepto el Rey, la Reina y Alicia,

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estaban bajo custodia y condenados amuerte.

Fue entonces que la Reina abandonó,bastante agitada, y le preguntó a Alicia:

—¿No conoces a la Símil Tortugatodavía?

—No —dijo Alicia—. Ni siquierasé qué es una Símil Tortuga.

—Con ella se hace la símil sopa detortuga[50] —dijo la Reina.

—Nunca vi ninguna, ni oí hablar deella —dijo Alicia.

—Entonces, andando —dijo laReina—, que te va a contar su historia.

Mientras se alejaban juntas Aliciaoyó que el Rey les decía en voz baja alos demás:

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—Quedan todos perdonados.«¡Esa sí que es una buena noticia!»,

pensó Alicia, porque estaba bastantedesolada por la gran cantidad deejecuciones que había ordenado laReina.

Muy pronto se encontraron con unGrifo,[51] que estaba profundamentedormido al sol. (Si no saben lo que es unGrifo miren el dibujo).

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—¡Arriba, haragán! —dijo la Reina—. Lleva a esta señorita a ver a la SímilTortuga y a escuchar su historia. Yotengo que volver para vigilar lasejecuciones que ordené.

Y se alejó dejando a Alicia sola conel Grifo.

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Alicia no se sentía muy tentada demirar a esa criatura pero, pensándolobien, le pareció que era tan seguroquedarse con él como ir con la salvajede la Reina. De modo que esperó.

El Grifo se incorporó y se frotó losojos. Después se quedó mirando a laReina hasta que esta se perdió de vista.Después ahogó una risita.

—¡Qué cómica! —dijo el Grifo enparte para sí mismo y en parte para quelo escuchara Alicia.

—¿Qué cosa? —preguntó Alicia.—¿Cómo qué cosa? Ella —dijo el

Grifo—. Es pura imaginación. Noejecuta nunca a nadie, no ejecuta.¡Andando!

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«Todos dicen “¡Andando!” aquí —pensó Alicia mientras lo seguíalentamente—. ¡Nunca en mi vida mehabían dado tantas órdenes! ¡Nunca!».

No habían ido demasiado lejoscuando vieron a la Símil Tortuga a ladistancia, sentada triste y solitaria alborde de una roca. En cuanto seacercaron un poco más Alicia pudo oírque suspiraba como si se le estuviesepor partir el corazón. Sintió muchalástima.

—¿Qué es lo que le apena? —lepreguntó al Grifo.

Y el Grifo respondió, casi con lasmismas palabras que antes:

—Es pura imaginación. No le apena

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nada, no le apena. ¡Andando!De modo que se acercaron a la Símil

Tortuga, que los miró con grandes ojosanegados en lágrimas pero no dijo nada.

—Acá está esta señorita… Quiereescuchar tu historia, quiere.

—Se la voy a contar —dijo la SímilTortuga, con voz honda y cavernosa—.Siéntense los dos y no digan ni unapalabra hasta que yo termine.

De modo que se sentaron y duranteun rato nadie dijo nada. Alicia pensó:

«No sé cómo va a terminar si nuncaempieza».

Pero esperó pacientemente.—Una vez —dijo por fin la Símil

Tortuga suspirando profundamente— yo

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fui una verdadera tortuga de mar.Estas palabras fueron seguidas por

un larguísimo silencio, interrumpidosolo por una ocasional exclamación:«¡Hjckrrh!», del Grifo y los incesantes yprofundos sollozos de la Símil Tortuga.Alicia estaba a punto de levantarse ydecir:

—Gracias, señor, por suinteresantísima historia.

Pero no pudo evitar pensar queseguramente había algo más, de modoque se quedó sentada sin moverse nidecir nada.

—Cuando pequeños —siguiódiciendo por fin la Símil Tortuga, unpoco más tranquila, aunque sollozando

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todavía de vez en cuanto— íbamos a laescuela en el mar. El maestro era unavieja Tortuga… Solíamos llamarloTortura… [52]

—¿Y por qué lo llamaban así? —preguntó Alicia.

—Porque nos torturaba con laslecciones —dijo la Símil Tortugaenojada—. ¡Qué tonta eres!

—¡Debería darte vergüenza hacerpreguntas tan tontas! —agregó el Grifo.

Acto seguido los dos se sentaron ensilencio mirando a la pobre Alicia, quedeseaba que se la tragase la tierra. Porfin el Grifo le dijo a la Símil Tortuga:

—¡Vamos, viejo! ¡No vas a terminarnunca!

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Y la Símil Tortuga siguió diciendo:—Sí, íbamos a la escuela en el mar,

aunque es posible que no lo creas…—Nunca dije que no lo creyese —la

interrumpió Alicia.—Sí que lo hiciste —dijo la Símil

Tortuga.—¡Cierra el pico! —agregó el Grifo

antes de que Alicia pudiese volver ahablar.

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La Símil Tortuga siguió diciendo:—Recibíamos una educación

esmeradísima… es más, íbamos todoslos días a la escuela…

—Yo también voy a la escuela todoslos días —dijo Alicia—. No hay porqué vanagloriarse tanto…

—¿Con extras? —preguntó la SímilTortuga con cierta ansiedad.

—Sí —dijo Alicia—: Música yFrancés.

—¿Y Lavado? —preguntó la SímilTortuga.

—¡Claro que no! —respondió Aliciaindignada.

—¡Ah! Entonces no es una escuelademasiado buena —dijo la Símil

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Tortuga aliviada—. En la nuestra, encambio, al final de la cuenta decía«Francés, Música y Lavado, extra».[53]

—No les haría tanta falta —dijoAlicia—, viviendo como vivían en elfondo del mar.

—Yo no me lo podía permitir —dijola Símil Tortuga con un suspiro—. Sóloseguía los cursos ordinarios.

—¿Y en qué consistían?—Para empezar aprendíamos a

lamer y a escupir, por supuesto —respondió la Símil Tortuga—, y despuéslas diferentes ramas de la Aritmética:Ambición, Distracción, Nulificación ySumisión.[54]

—Nunca oí hablar de Nulificación

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—se animó a decir Alicia—. ¿Qué es?El Grifo levantó sus dos garras

sorprendido.—¡Nunca oíste hablar de nulificar

algo! —exclamó—. Supongo que sabráslo que es multiplicar.

—Sí —dijo Alicia, titubeando—,quiere decir hacer que crezca.

—Bueno, entonces —siguió el Grifo—, si no sabes lo que es nulificar eresuna imbécil.

Alicia no se atrevía a hacer máspreguntas, de modo que se volvió haciala Símil Tortuga y dijo:

—¿Qué más aprendían?—Bueno, teníamos Histeria —siguió

la Símil Tortuga enumerando las

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materias con las aletas—. Histeriaantigua y moderna, Marcografía. Nosenseñaban a burbujear… El maestro deBurbujo era un viejo congrio que veníauna vez por semana. Con él aprendíamosa burbujear, a sacar bostezos, a pincharal pastel.[55]

—¿Y eso qué era? —preguntóAlicia.

—Bueno, yo no te lo puedo mostrar—dijo la Símil Tortuga—. Estoydemasiado duro. Y el Grifo no aprendiónunca.

—No tenía tiempo, no tenía —dijoel Grifo—. Pero fui a un maestro delenguas clásicas, en cambio. ¡Flor decangrejo gruñón era ese! [56]

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—Yo nunca asistí a sus clases —dijo la Símil Tortuga con un suspiro—.Enseñaba Patín y Friego, [57] segúndecían.

—Así es, así es —dijo el Grifosuspirando a su vez, y ambas criaturasocultaron en rostro entre las manos.

—¿Y cuántas horas de clase tenían?—preguntó Alicia, apurada por cambiarde tema.

—Diez horas el primer día —dijo laSímil Tortuga—, nueve al siguiente,etcétera.

—¡Qué horario más raro! —exclamóAlicia.

—Porque eran horas de estudio [58]

—observó el Grifo—, así que

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restábamos una por día.La idea le resultaba totalmente

novedosa a Alicia y le dio variasvueltas en la cabeza antes de hacer lasiguiente observación:

—¿Entonces el día número once eraferiado?

—Claro —dijo la Símil Tortuga.—¿Y qué hacían al día siguiente? —

siguió preguntando Alicia, muyintrigada.

—Basta de hablar de las clases —lainterrumpió el Grifo con tono terminante—. ¡Ahora hay que contarle algo de losjuegos!

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CAPITULO X.La Cuadrilla de la

Langosta

La Símil Tortuga suspiróprofundamente y se cubrió los ojos conuna de las aletas. Miró a Alicia y tratóde hablar, pero durante un buen rato laahogaron los sollozos.

—Ni que se hubiese atragantado conuna espina —dijo el Grifo, y se puso asacudirla y a golpearle la espalda.

Por fin la Símil Tortuga recuperó lavoz y siguió diciendo mientras laslágrimas le corrían por las mejillas:

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—Tal vez usted no haya vividomucho tiempo en el fondo del mar… (—Tiene razón— dijo Alicia).

—… y tal vez ni siquiera le hayanpresentado jamás a una langosta… (—Alicia empezó a decir:

—Una vez probé…Pero se controló rápidamente y

dijo:)—No, nunca.—… de modo que es posible que no

tenga ni la menor idea de lo deliciosaque es la Cuadrilla de la Langosta.[59]

—Claro que no —dijo Alicia—.¿Qué clase de baile es ese?

—Bueno —dijo el Grifo—, primerohay que alinearse en la costa…

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—¡En doble fila! —gritó la SímilTortuga—. Focas, tortugas, salmones ydemás; después, cuando ya se sacaronlas medusas del camino…

—Eso lleva su tiempo —lointerrumpió el Grifo.

—Hay que avanzar dos pasos.—¡Cada uno con una langosta como

pareja! —gritó el Grifo.—Claro —dijo la Símil Tortuga—.

¡Avanzar dos pasos, formar parejas…—… cambiar langostas y retirarse

en el mismo orden! —completó el Grifo.—Después, ya se sabe —retomó la

Símil Tortuga— tirar…—… las langostas! —gritó el Grifo

pegando un brinco en el aire.

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—… al mar, lo más lejos posible…—¡A nadar tras ellas! —chilló el

Grifo.—¡Dar una voltereta en el mar! —

gritó la Símil Tortuga con cabriolasenloquecidas.

—¡Cambiar de langostas otra vez!—aulló el Grifo desgañitando la voz.

—Vuelta a tierra y… fin de laprimera figura —dijo la Símil Tortugabajando de golpe la voz.

Y las dos criaturas, que habíanestado saltando como locas todo eltiempo, se volvieron a sentar muy tristesy quietas y la miraron a Alicia.

—Debe de ser un baile muy lindo —dijo Alicia tímidamente.

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—¿Te gustaría una pequeñademostración?

—Claro que sí —dijo Alicia.—Vamos —le dijo la Símil Tortuga

al Grifo—. ¡A ver si nos sale la primerafigura! Se puede hacer sin langostas¿no? ¿Quién canta?

—Canta tú —dijo el Grifo—. Yo meolvidé la letra.

De modo que comenzaron a danzarsolemnemente dando vueltas y vueltasalrededor de Alicia, pisándole la puntade los pies de tanto en tanto cuandopasaban demasiado cerca, y agitando lasmanos para marcar el tiempo mientras laSímil Tortuga cantaba muy lenta ytristemente:

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La merluza le decía: —Apúrate— a un caracol.El delfín ya está aquí cerca y lacola me pisó.Las tortugas, las langostas yaempezaron a avanzar,nos esperan en la costa, ven yvamos a bailar.

A que sí, a que no, a que sí,a que no.

Ven y vamos a bailarA que sí, a que no, a que sí,

a que no.Ven y vamos a bailar.

No puedes imaginarte lo quevas a disfrutarCuando nos arrojen lejos con

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las langostas al mar.—Es muy lejos —dijo el otro,con ojos de recular.Agradeció a la merluza,prefería no bailar.

No quería, no podía, noquería, no podía.

Prefería no bailar.No quería, no podía, no

quería, no podía.Prefería no bailar

—Y qué importa ir tan lejos —insistió otra vez el pez—más allá hay otra costa, es muycierto, vas a ver.Si te alejas de Inglaterra máscerca de Francia estás,

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no tiembles, caracolito, ven yvamos a bailar.

A que sí, a que no, a que sí,a que no.

Ven y vamos a bailar.A que sí, a que no, a que sí,

a que no.Ven y vamos a bailar.[60]

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—Gracias, es un baile muy lindo dever —dijo Alicia, contenta de que porfin hubiese terminado—. ¡Y cómo megustó esa extraña canción acerca de lamerluza!

—¡Oh, hablando de merluzas! —dijola Símil Tortuga—. Supongo que habrásvisto alguna.

—Sí —dijo Alicia—, vi muchas enla mes… —y se interrumpió de golpe.

—No tengo idea de dónde quedaLamés —dijo la Símil Tortuga— pero siviste tantas supongo que sabrás cómoson.

—Creo que sí —respondió Aliciapensativa—. Tienen la cola en la

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boca… y están cubiertas de miguitas depan.

—Te equivocas con respecto a lasmiguitas —dijo la Símil Tortuga—, lasmiguitas se les saldrían en el mar. Encambio sí es verdad que tienen la colaen la boca y eso es porque…

Al llegar aquí la Símil Tortugabostezó y cerró los ojos.

—Cuéntale ese asunto —le dijo alGrifo.

—Lo que pasó —dijo el Grifo— fueque resulta que fueron nomás a bailarcon las langostas, y resulta que lastiraron al mar, y resulta que cayeronlejos, y resulta que se metieronenseguida la cola en la boca. Y no la

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pudieron volver a sacar. Eso es todo.—Gracias —dijo Alicia—, es muy

interesante. Nunca antes me habíaenterado de tantas cosas acerca de lasmerluzas.

—Puedo contarte más si te interesa—dijo el Grifo—. ¿A que no sabes porqué son blancas las merluzas?[61]

—No sé, nunca se me ocurriópreguntar —dijo Alicia—. ¿Por qué?

—Para lustrar los zapatos —dijoel Grifo con aire solemne.

Alicia se quedó intrigadísima.—¡Para lustrar los zapatos! —

repitió sin entender.—¡Claro! ¿Con qué lustras tus

zapatos?

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Alicia lo miró y pensó un poco antesde responder.

—Creo que les pasan negro debetún.[62]

—Y bueno —siguió diciendo elGrifo con voz profunda—, en el mar noslustramos los zapatos con blanco demerluzas. Ahora ya lo sabes.

—¿Y de qué están hechos loszapatos? —preguntó Alicia muy curiosa.

—De mero y anzuelas;[63] cualquiercamarón lo sabe.

—Si yo hubiese sido la merluza —dijo Alicia, que seguía pensando en lacanción— le habría dicho al delfín:«¡quédate atrás, por favor! ¡Noqueremos que vengas con nosotros!».

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—Es que tiene que llevarlo —dijola Símil Tortuga—. Ningún pez sensatoiría a ningún lado sin un delfín.

—¿Ah, no? —se sorprendió Alicia.—Claro que no —dijo la Símil

Tortuga—. Por ejemplo, si yo meencontrase con un pez y él me contaseque está por irse de viaje yo le diría«¿con qué delfín?»[64]

—¿No querrá usted decir «con quéfin»? —preguntó Alicia.

—Yo quiero decir lo que digo —respondió la Símil Tortuga con tonoofendido.

Y el Grifo agregó:—A ver ¿por qué no nos cuentas

algo de tus aventuras?

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—Podría contarles mis aventuras…desde esta mañana —dijo Alicia concierta timidez—, pero no vale la penaremontarse a ayer porque ayer yo eraotra persona…

—Explícate —dijo la Símil Tortuga.—¡No, no! Primero las aventuras —

dijo el Grifo impaciente—. Lasexplicaciones no terminan nunca.

De modo que Alicia empezó acontarles sus aventuras desde elmomento en que vio por primera vez elConejo Blanco. Se sintió un poconerviosa, al menos al empezar, tanto fuelo que se acercaron las dos criaturas ytan grandes abrieron los ojos y la boca.Pero se armó de coraje y siguió. Los

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oyentes se quedaron en perfecto silenciohasta que Alicia llegó a la parte esa enque había tenido que repetir Eres viejo,padre William a la Oruga y las palabrashabían salido distintas.

La Símil Tortuga aspiróprofundamente y dijo:

—¡Eso sí que es raro!—Más raro imposible —dijo el

Grifo.—¡Salió todo distinto! —repitió

pensativa la Símil Tortuga—. Megustaría verlo. Que repita algo. Dile queempiece.

Miró al Grifo como si consideraseque este tuviese algún tipo de autoridadsobre Alicia.

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—Ponte de pie y repite Es la voz delperezoso —dijo el Grifo.

—¡Qué manía que tienen todas estascriaturas de andar dándole órdenes auna! —pensó Alicia—. A fin de cuentases como estar en la escuela.

Sin embargo se puso de pie yempezó a repetir la poesía, pero tenía lacabeza tan ocupada con la Cuadrilla dela Langosta que casi no se daba cuentade lo que decía y las palabras salían demanera extraña.

Es la voz de la langostaque decía y yo escuché:«Me han tostado demasiado,mi pelo azucararé».

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Lo que el pato con lospárpados

él con la nariz va a hacer:botones y cinto abrocha,abre puntas de los pies.

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Cuando la arena está secafeliz como alondra está,la oigo hablar con gran

despreciodel tiburón de alta mar.

Cuando sube la mareay se acerca el tiburónla escucho hablar suavecito,le va temblando la voz.

—La que yo recitaba cuando erachico no sonaba así —dijo el Grifo.

—Bueno, es la primera vez que laescucho —dijo la Símil Tortuga— peroparece muy disparatada.

Alicia no dijo nada: se había

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sentado en el suelo con la cara entre lasmanos preguntándose si alguna vez lascosas iban a volver a suceder de unamanera natural.

—Me gustaría que me lo explicasen—dijo la Símil Tortuga.

—Ella no te lo puede explicar —seapresuró a decir el Grifo—. Sigue conla otra estrofa.

—Pero ¿cómo es ese asunto de laspuntas de los pies? —insistió la SímilTortuga—. ¿Cómo hizo para abrirlascon la nariz?

—Es la primera posición en la danza—dijo Alicia, pero en realidad estabaespantosamente intrigada por todo eseasunto y ansiosa por cambiar de tema.

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—Adelante con la otra estrofa —repitió el Grifo—. Empieza Pasé juntoa sus jardines.

Alicia no se atrevía a desobedecer,aunque estaba convencida de que le ibaa salir todo mal, y siguió diciendo convoz temblorosa:

Pasé junto a sus jardinesy con un solo ojo vicómo el búho y la panterapastel van a compartir.

A la pantera le tocacarne y masa del pastel;y el pobre búho, en cambio,sólo el plato va a lamer.

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El pastel ya terminadoal búho se le dejóque guardara la cucharaen graciosa concesión

El tenedor y el cuchillola pantera recibióy terminó su banquetecuando el búho se c…[65]

—¿De qué sirve que repitas todo eso—la interrumpió la Símil Tortuga— sino explicas lo que estás diciendo?Nunca en mi vida escuché una cosa tanconfusa.

—Sí, me parece mejor que te vayas

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de una vez —dijo el Grifo, y Alicia sesintió feliz de poder hacerlo.

—¿Hacemos otra figura de laCuadrilla de la Langosta? —siguiódiciendo el Grifo—, ¿o prefieres acasoque la Símil Tortuga te cante otracanción?

—Ah, sí, una canción, por favor, sies que la Símil Tortuga es tan amable —respondió Alicia, con tanta energía queel Grifo dijo en tono ofendido:

—¡Mmmmm! Sobre gustos no haynada escrito. Cántale Sopa de tortuga¿quieres, compañero?

La Símil Tortuga suspiróprofundamente y empezó a cantar con lavoz entrecortada por los sollozos.

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Espléndida sopa, tan verde yespesa,que estás esperándonos en lasopera.¿Quién resiste una cosa tanexquisita?Espléndida sopa, rica sopita.Espléndida sopa, rica sopita.

Espleeéndida sooopa,riiica sopiiita,sopa de la noche,

riquíiisima sopa.

Espléndida sopa, ¿quién piensaen pescadoo en otro platillo muy

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elaborado?Yo lo cambiaría todo por un pópor un poquitito de espléndidaso,por un poquitito de espléndidasó,

Espléendida sooopa,riiica sopiiita,sopa de la noche,riquíiisima sopa.[66]

—¡Otra vez! —gritó el Grifo.La Símil Tortuga apenas había

empezado a repetir la canción cuando seoyó a lo lejos un grito:

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—¡Empieza el juicio!—¡Vamos! —gritó el Grifo y,

tomando a Alicia de la mano, se alejóapresuradamente sin esperar a queterminase la canción.

—¿De qué juicio se trata? —jadeóAlicia mientras corría.

Pero el Grifo sólo respondió:—¡Vamos! —y corrió más rápido

todavía, mientras se oían cada vez másdébiles las tristes palabras quearrastraba la brisa:

Sopa de la noche,riquíiisima sopa.

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CAPÍTULO XI.¿Quién se robó las

tartas?

Cuando llegaron, el Rey y la Reinade Corazones estaban sentados en sutrono y los rodeaba una gran multitud:todo tipo de pajaritos y animalitos,además del mazo de cartas en pleno. LaSota estaba de pie delante de ellos,encadenada, con un soldado a cada ladopara custodiarla.

Cerca del Rey estaba el ConejoBlanco, con una trompeta en una mano yun rollo de pergamino en la otra.

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Justo en el centro del tribunal habíauna mesa, con una gran fuente de tartasencima. Parecían tan ricas que Alicia nopudo menos que sentir apetito al verlas.

«¡Ojalá termine pronto el juicio —pensó—, así sirven el refrigerio!».

Pero no parecía haber esperanzas deque sucediese eso, de modo que Aliciaempezó a mirar todo lo que la rodeabapara pasar el tiempo.

Alicia no había estado nunca antesen un tribunal pero había leído acerca deellos en los libros, y se sintiócomplacida cuando se dio cuenta de quesabía el nombre de casi todas las cosas.

«Ese es el juez —se dijo—, porquetiene esa enorme peluca».

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El juez, entre paréntesis, no era otroque el Rey, y como se había puesto lacorona arriba de la peluca (observen la página XII si desean saber cómo se lasingeniaba) no parecía sentirse nadacómodo y tampoco estaba muy eleganteque digamos.

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«Y ese es el estrado del jurado —pensó Alicia—; y esas doce criaturas(tenía que decir “criaturas” ¿saben?,porque algunos eran mamíferos y otroseran pájaros) supongo que serán losjuramentados».

Se repitió dos o tres veces estaúltima palabra, ya que consideraba —con todo derecho— que muy pocasniñas de su edad conocían susignificado. Sin embargo habríaalcanzado con llamarlos «miembros deljurado».

Los doce jurados sin excepciónestaban muy atareados escribiendo ensus pizarras.

—¿Qué están haciendo? —le

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preguntó Alicia al Grifo en un susurro—. No tienen nada que escribir, si eljuicio no empezó todavía.

—Están escribiendo sus nombres —respondió el Grifo en el mismo tono—,no vaya a ser que se los olviden antes deque termine el juicio.

—¡Qué estúpidos! —empezó a decirAlicia en voz alta e indignada; pero sedetuvo bruscamente porque el ConejoBlanco gritó:

—¡Silencio en la corte!Y el Rey se calzó los anteojos y

miró ansiosamente a su alrededor paraaveriguar quién había hablado.

Alicia notó con toda claridad, comosi estuviese espiando por encima de sus

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hombros, que todos los miembros deljurado estaban escribiendo «¡Quéestúpidos!», en sus pizarras, y notóincluso que uno de ellos no sabía cómose escribía «estúpidos» y le pedíainformación a su vecino de banco.

«¡Lindo lío van a armar en esaspizarras antes de que termine el juicio!»,pensó Alicia.

Uno de los jurados tenía una tiza quechirriaba. Y eso, por supuesto, era algoque Alicia no podía tolerar, de modoque dio vuelta a la sala hasta quedardetrás de él y pronto encontró laoportunidad de sacársela. Lo hizo tanvelozmente que el pobrecito jurado (setrataba de Bill, la lagartija) no pudo

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establecer qué se había hecho de ella; demodo que después de buscarla un buenrato se vio obligado a escribir con eldedo por el resto del día, y eso resultabapoco práctico ya que no quedabanhuellas del trazo en la pizarra.

—¡Heraldo! ¡Lea la acusación! —gritó el Rey.

Al oír eso el Conejo Blanco soplótres veces la trompeta, luego desplegó elpergamino y leyó:

La Reina de Corazonescocinó las ricas tartasen un día de verano.

La Sota de Corazones

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se robó las ricas tartas,muy lejos las ha llevado.[67]

—Consideren su veredicto —le dijoel Rey al Jurado.

—¡Todavía no! ¡Todavía no! —lointerrumpió apresuradamente el ConejoBlanco—. ¡Falta mucho para eso!

—Que comparezca el primer testigo—dijo el Rey.

Y el Conejo Blanco sopló tres vecesla trompeta y llamó:

—¡El primer testigo!El primer testigo era el Sombrerero.

Entró con una taza de té en una mano yun pedazo de pan con manteca en la otra.

—Pido mil disculpas por traer esto,

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Su Majestad —empezó a decir—; perono había terminado de tomar el técuando me mandaron llamar.

—Ya debería haber terminado —dijo el Rey—. ¿Cuándo empezó?

El Sombrerero miró a la Liebre deMarzo, que lo había seguido hasta lacorte del bracete con el Lirón.

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—Creo que fue el catorce de marzo—dijo.

—El quince —replicó la Liebre deMarzo.

—El dieciséis —dijo el Lirón.—Anoten eso —dijo el Rey

dirigiéndose al jurado, y los juradosanotaron enérgicamente las tres fechasen sus pizarras, las sumaron y redujeronel resultado a chelines y peniques

—¡Sáquese su sombrero! —le dijoel Rey al Sombrerero.

—No es mío —respondió elSombrerero.

—¡Robado! —exclamó el Reyvolviéndose hacia el jurado, que deinmediato redactó un memorándum para

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registrar ese hecho.—Lo tengo en venta —agregó el

Sombrerero para explicarse—; no tengosombrero propio, soy un sombrerero.

Al llegar a ese punto la Reina sepuso sus anteojos y clavó la vista en elSombrerero, que se puso pálido yempezó a moverse de un lado a otrointranquilo.

—Presente su testimonio —dijo elRey—, y no se ponga nervioso o lomando ejecutar de inmediato.

Esas palabras no parecían las másapropiadas para darle ánimo al testigo,que no cesaba ni por un momento depasar el peso del cuerpo de uno al otropie, mientras miraba con recelo a la

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Reina. Tan confuso estaba que le dio unmordisco a la taza en vez de dárselo a larebanada de pan con manteca.

Y fue precisamente en ese momentoque Alicia experimentó una extrañasensación, que al principio ladesconcertó bastante hasta que por fin sedio cuenta de que estaba empezando acrecer nuevamente. Primero pensó enlevantarse y abandonar la corte, peroluego decidió quedarse donde estabamientras hubiese sitio para ella.

—Por favor, ¿sería tan amable de noapretujarme tanto? —dijo el Lirón, queestaba sentado junto a ella—. Casi nopuedo respirar.

—No puedo evitarlo —dijo Alicia

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con gran humildad—. Estoy creciendo.—No tiene ningún derecho a crecer

aquí —dijo el Lirón.—¡No diga disparates! —dijo Alicia

con más atrevimiento—, usted bien sabeque también usted está creciendo.

—Sí, pero yo crezco a un ritmorazonable —dijo el Lirón—, y no de esemodo ridículo.

Y se puso de pie enfurruñado y semudó al otro extremo de la corte.

La Reina no había cesado ni por unmomento de mirar fijamente alSombrerero y, precisamente cuando elLirón cruzó el salón, le dijo a uno de losoficiales de la corte.

—¡Tráigame la lista de los cantantes

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del último concierto!Y esas palabras hicieron temblar

tanto al desdichado Sombrerero que sele salieron los dos zapatos.

—¡Su testimonio! —repitió el Reyenojado—, o lo mando ejecutar, seponga o no nervioso.

—Soy un pobre hombre, SuMajestad —empezó a decir elSombrerero con voz temblorosa—, y nisiquiera había empezado a tomar el té…hace apenas una semana o algo así… ypara colmo las rebanadas de pan conmanteca que cada vez son másdelgadas… y brilla, brilla mi tecito, yese titilar…

—¿Qué titilar? —lo interrumpió el

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Rey.—Bueno, empezó con mi té… —

dijo el Sombrerero.—¡Claro que «titilar» empieza con

T, su T o cualquier otra T! —lointerrumpió el Rey muy cortante—. ¿Meestá tomando por idiota? ¡Vamos, siga!

—Soy un pobre hombre —siguiódiciendo el Sombrerero—, y despuésdel tecito empezaron a brillar casi todaslas cosas… pero la Liebre de Marzodijo:

—No es cierto —se apuró ainterrumpirlo la Liebre de Marzo.

—¡Sí! —dijo el Sombrerero.—Lo desmiento —dijo la Liebre de

Marzo.

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—Lo desmiente —dijo el Rey—,borren eso último.

—Bueno, como sea, el Lirón dijo…—siguió el Sombrerero mirando ansiosoa su alrededor para ver si el Liróntambién pensaba desmentirlo; pero elLirón no estaba en condiciones dedesmentir a nadie, puesto que estabaprofundamente dormido.

—Después —siguió el Sombrerero— corté otra rebanada de pan…

—Pero ¿qué fue lo que dijo elLirón? —preguntó uno de los jurados.

—De eso no me acuerdo —dijo elSombrerero.

—Tiene que acordarse —señaló elRey—, o lo mando ejecutar.

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El pobre Sombrerero dejó caer sutaza de té y su rebanada de pan conmanteca e hincó una rodilla en el suelo.

—Soy un pobre hombre, SuMajestad —empezó a decir.

—Es un pobrísimo orador, eso sí —dijo el Rey.

Uno de los cobayos intentó festejarcon aplausos esas palabras, pero suintento fue reprimido de inmediato porlos oficiales de la corte. (Como«reprimir» es un término bastante fuerte,voy a explicarles cómo se llevó a caboeste acto. Tenían una gran bolsa de lona,que se cerraba con cordones; y bien,adentro de esa bolsa colocaron alcobayo, cabeza abajo. Luego se le

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sentaron encima).«Me alegro de haber visto

exactamente cómo se hace —pensóAlicia—. Tantas veces leí en el diarioque al terminar un juicio hubo amagosde aplausos, reprimidos de inmediatopor los oficiales de la corte y hasta hoyno sabía a qué se referían».

—Si eso es todo lo que sabe puedebajar del estrado —dijo el Rey.

—No puedo bajar más —dijo elSombrerero—, ya estoy en el suelo.

—Entonces siéntese [70] —dijo elRey.

Al oír esto el otro cobayo aplaudió ytambién fue reprimido.

«¡Bueno, se acabaron los cobayos!

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—pensó Alicia—. Ahora todo va aandar mejor».

—Preferiría terminar mi té —dijo elSombrerero, mirando ansioso a laReina, que estaba leyendo la lista de loscantantes.

—Puede retirarse —dijo el Rey, y elSombrerero abandonó la corteapresuradamente, sin siquiera aguardar acalzarse los zapatos.

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—… y que le corten la cabezacuando salga —agregó la Reina,dirigiéndose a uno de los oficiales.

Pero el Sombrerero ya se habíaperdido de vista antes de que el oficial

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hubiese llegado a la puerta.—¡Que comparezca el testigo

siguiente! —ordenó el Rey.El testigo siguiente era la cocinera

de la Duquesa. Elevaba una caja depimienta en la mano y Alicia pudoadivinar de quién se trataba aun antes deque entrase en la sala por el modo enque empezaron a estornudar al unísonotodos los que estaban cerca de la puerta.

—Presente su testimonio —dijo elRey.

—Ni pienso —dijo la cocinera.El Rey miró interrogativamente al

Conejo Blanco y este musitó:—Su Majestad debe interrogar con

todo detenimiento a este testigo.

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—Bueno, si hay que hacerlo hay quehacerlo —dijo el Rey con aíremelancólico y, después de cruzarse debrazos y fruncirle tanto el ceño a lacocinera que hizo desaparecerprácticamente los ojos detrás de lascejas, dijo con voz profunda. —¿De quéestán hechas las tartas?

—De pimienta, sobre todo —dijo lacocinera.

—Melaza —dijo una voz soñolientaa sus espaldas.

—¡Que ahorquen a ese Lirón! —chilló la Reina—. ¡Que le corten lacabeza! ¡Que lo echen de la corte! ¡Quelo supriman! ¡Que lo pellizquen! ¡Que learranquen los bigotes!

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Durante algunos minutos la corte enpleno quedó sumida en la confusión,mientras echaban fuera al Lirón, ycuando volvió a reinar la calma lacocinera ya había desaparecido.

—¡No importa! —dijo el Rey contono aliviado—. ¡Que comparezca elpróximo testigo!

Y agregó en voz baja a la Reina:—Querida, por favor, interroga tú al

próximo testigo. ¡Me da dolor decabeza!

Alicia miró al Conejo Blanco, queexaminaba muy nervioso la lista; sentíagran curiosidad por saber qué tal seríael próximo testigo.

«Por ahora no atestiguaron mucho

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que digamos», pensó.Imaginen, pues, su sorpresa cuando

el Conejo Blanco leyó, forzando almáximo su vocecita chillona:

—¡Alicia!

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CAPÍTULO XII.El testimonio de

Alicia

—¡Presente! —gritó Alicia, sinacordarse, en la confusión del momento,de lo mucho que había crecido en losúltimos minutos, y se puso de pie de unsalto tan brusco que volcó el estrado deljurado con el borde de la pollera,derramando a todos sus miembros decabeza sobre el público reunido abajo.Y allá quedaron todos tirados; al verlosAlicia no pudo menos que recordar esapecera de pececitos dorados que había

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volcado sin querer la semana anterior.—¡Oh! Disculpen, por favor —

exclamó desolada, y empezó arecogerlos lo más rápidamente quepudo, ya que el incidente de la peceraseguía dándole vueltas en la cabeza, ytenía la vaga sensación de que había querecogerlos cuanto antes y volver aponerlos en el estrado porque si nomorirían.

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—El juicio no puede continuar —dijo el Rey con voz grave—, hasta tantolos jurados no vuelvan a sus lugares…todos los jurados —repitió con granénfasis clavando los ojos en Alicia.

Alicia miró hacia el estrado y vioque, con el apuro, había colocado a laLagartija cabeza abajo, y el pobreanimalito estaba balanceando la colamelancólicamente, sin poder moverse.Lo sacó de inmediato y lo colocócorrectamente.

«No creo que tenga tantaimportancia —se dijo—. Me temo quees tan útil en este juicio cabeza arribacomo cabeza abajo».

En cuanto los miembros del jurado

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se repusieron de la conmoción que lesprodujo el que los derramaran por elsuelo y recuperaron sus pizarras y sustizas, se pusieron a trabajar con grandiligencia, escribiendo una historia delaccidente, salvo Bill, la Lagartija, queparecía estar demasiado sobrecogidocomo para hacer nada que no fuesequedarse sentado con la boca abierta ycon los ojos fijos en el cielorraso de lacorte.

—¿Qué sabes tú de este asunto? —lepreguntó el Rey a Alicia.

—Nada —dijo Alicia.—¿Nada en absoluto? —insistió el

Rey.—Nada en absoluto —dijo Alicia.

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—Eso es muy importante —dijo elRey volviéndose hacia el jurado.

Los miembros del jurado estabancomenzando apenas a escribir esto enlas pizarras cuando el Conejo Blancolos interrumpió:

—Su Majestad quiere decir que esmuy poco importante —dijo con tonorespetuoso pero frunciendo el ceño yhaciéndole gestos al Rey mientrashablaba.

—Claro, poco importante, eso es loque quise decir —se apresuró aconfirmar el Rey, y siguió diciéndose envoz baja—:… importante… pocoimportante… poco importante…importante —como si quisiese decidirse

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por la fórmula que sonase mejor.Algunos miembros del jurado

anotaron «importante» y otros «pocoimportante».

Alicia lo notó porque estaba losuficientemente cerca de ellos comopara espiar sus pizarras.

«Pero lo mismo da», pensó.En ese momento el Rey, que había

estado atareado escribiendo algo en sucuaderno, gritó:

—¡Silencio!Y leyó del cuaderno:—Regla cuarenta y dos. Todas las

personas de más de una milla de altodeben abandonar la corte.

Todo el mundo miró a Alicia.

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—Yo no mido una milla —dijoAlicia.

—Sí —dijo el Rey.—Casi dos —agregó la Reina.—Bueno, sea como sea, no me voy

—dijo Alicia—; y además esa regla novale: la acaba de inventar en estemomento.

—Es la regla más antigua delcuaderno —dijo el Rey.

—Entonces debería ser la númerouno —dijo Alicia.

El Rey se puso pálido y se apresuróa cerrar el cuaderno.

—Consideren su veredicto —dijo aljurado en voz baja y temblorosa.

—Por favor, Su Majestad, faltan

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algunas pruebas —dijo el ConejoBlanco poniéndose de pie muy apurado—: acaba de encontrarse este papel.

—¿Qué dice? —preguntó la Reina.—Todavía no lo abrí —dijo el

Conejo Blanco—, pero parece una cartaescrita por el prisionero a… a alguien.

—Eso debe de ser —dijo el Rey—,salvo que se la haya escrito a nadie, loque no es muy usual, como bien se sabe.

—¿A quién está dirigida? —preguntó uno de los miembros deljurado.

—No está dirigida a nadie —dijo elConejo Blanco—; en realidad no haynada escrito del lado de afuera.

Desplegó el papel mientras hablaba

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y agregó:—No es una carta, a fin de cuentas.

Son unos versos.—¿Letra del prisionero? —preguntó

otro miembro del jurado.—No —dijo el Conejo Blanco—, y

eso es lo más raro de todo.(Todos los miembros del jurado se

mostraron desconcertados).—Debe de haber imitado la letra de

otro —dijo el Rey.(Los miembros del jurado aclararon

su expresión).—Por favor, Su Majestad —dijo la

Sota—, yo no lo escribí y no puedenprobar que lo haya hecho: no tienefirma.

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—Si no lo firmaste —dijo el Rey—,eso no hace más que empeorar tusituación. Seguramente estabasplaneando algún daño. De lo contrariohabrías estampado tu firma como unhombre honrado.

Hubo un aplauso general: era laprimera cosa inteligente que había dichoel Rey en todo el día.

—Eso demuestra su culpa, claro está—dijo la Reina—, así que, que lecorten…

—¡No prueba nada de eso! —dijoAlicia—. ¡Si ni siquiera saben qué dice!

—Léalo —dijo el Rey.El Conejo Blanco se puso los

anteojos.

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—¿Por dónde empiezo. Majestad?—preguntó.

—Empiece por el comienzo —dijoel Rey muy solemne— y siga hastallegar al final; allí para.

Hubo silencio total en la cortemientras el Conejo Blanco leyó estosversos:

Me dijeron que tú fuiste averla

y que a él le contaste de mí:aunque ella habló de mi

buen carácteradmitió que a nadar no

aprendí.

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Avisó él que yo no había ido(la verdad sabemos que fue

así):pero si ella sigue con el

temame pregunto qué va a ser de

ti.

A ella le di una, a él ledieron dos,

y tú nos diste tres o más detres,

y de él pasaron de vuelta ati,

aunque ya antes yo lasdetenté.

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Y si acaso todos estos líosnos afectan a ella o a mí,él espera que tú los liberes,como libre tú fuiste y yo fui.

Lo que a mí me parece esque fuiste

(antes que a ella le diera elacceso)

la barrera que se levantabaentre él y nosotros y eso.

No permitas que él vaya aenterarse

de que a ella le gustabanmás,

es algo que tú y yo

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compartimos,y un secreto para los

demás.[68]

—Se trata de la prueba másimportante que hayamos oído —dijo elRey frotándose las manos—, de modoque ahora el jurado…

—Si es que alguien puede explicarlo—dijo Alicia (había crecido tanto enese último rato que no tenía el menormiedo de interrumpirlo)—. Le doy seispeniques al que me lo explique. No creoque haya ni un átomo de sentido en todoeso.

Todos los miembros del juradoanotaron en sus pizarras: «Ella no cree

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que haya ni un átomo de sentido en todoeso», pero ninguno trató de explicar loque decía el papel.

—Si no tiene sentido —dijo el Rey—, tanto mejor, nos ahorramos muchotrabajo, ya que no tenemos que tratar deencontrárselo. Y sin embargo… —siguió diciendo mientras desplegaba elpapel sobre sus rodillas y lo miraba conun ojo—… a fin de cuentas me parecever cierto sentido… «admitió que anadar no aprendí…». ¿Tú no sabesnadar, no es cierto? —preguntóvolviéndose hacia la Sota.

La Sota sacudió la cabezatristemente.

—¿Tengo aspecto de saber nadar?

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—dijo. (Y por cierto que no, dado quesu cuerpo estaba hecho totalmente decartulina).

—Hasta aquí vamos bien —dijo elRey, y siguió repitiéndose los versos enun murmullo—:… «la verdad sabemosque fue así»… Se refiere al jurado,claro… «pero si ella sigue con eltema…», esto debe de referirse a laReina… «me pregunto qué va a ser deti…», sí, eso me pregunto yo. «A ella ledi una, a él le dieron dos…», pero¡claro!, eso debe de ser lo que hicieroncon las tartas…

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—Pero sigue diciendo «y de élpasaron de vuelta a ti» —dijo Alicia.

—¡Y bueno, aquí están! —dijo elRey triunfante, señalando las tartas queestaban sobre la mesa—. Más claroimposible. Y leyó «… antes que a ellale venga el acceso…». ¿A ti nunca tevienen accesos, no es cierto, querida?—le preguntó a la Reina.

—¡Nunca! —gritó la Reina furiosa,y le arrojó un tintero a la Lagartijamientras hablaba.

(El desdichado Bill, que habíadejado de escribir con el dedo porqueno dejaba huella en la pizarra, seapresuró a retomar su tarea, utilizando,mientras durara, la tinta que le corría

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por la cara).—Si los accesos no le vienen, estos

versos no convienen [69] —dijo el Reymirando al público con una sonrisa.

Hubo un silencio sepulcral.—¡Es un juego de palabras! —

agregó el Rey con voz enojada, y todo elmundo se rió.

—¡Que el jurado considere elveredicto! —dijo el Rey por vigésimavez en el día.

—¡No, no! —exclamó la Reina—.Primero la sentencia…, después elveredicto.

—¡Pavadas y disparates! —gritóAlicia en voz bien alta—. ¿A quién se leocurre dictar primero la sentencia?

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—¡Cállate la boca! —gritó la Reinaponiéndose púrpura.

—¡No! —dijo Alicia.—¡Que le corten la cabeza! —gritó

la Reina con voz agudísima.Nadie se movió.—¿A quién le importa lo que ustedes

digan? —dijo Alicia (que para entoncesya había terminado de crecer a sutamaño normal)—. ¡Si no son más queun mazo de cartas!

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Cuando dijo eso el mazo en pleno seelevó en el aire y voló en dirección a sucara. Alicia dio un chillido, mezcla detemor y de furia, y trató de sacárselo deencima. Fue entonces que se encontróacostada junto a la orilla del río, con lacabeza apoyada en la falda de suhermana, que le apartaba suavemente lashojas secas que bajaban dandovolteretas de los árboles y se le posabanen la cara.

—¡Despiértate, Alicita! —le decía—. ¡Qué siesta más larga que te hiciste!

—¡Tuve un sueño tan raro! —dijoAlicia.

Y le contó a su hermana, lo mejorque pudo, todas esas extrañas aventuras

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por las que había pasado y que ustedesacaban de leer.

Cuando terminó, la hermana le dioun beso y le dijo:

—Ya lo creo que fue un sueño raro,amorcito, pero, ahora a correr, que ya esla hora del té. Se está haciendo tarde.

De modo que Alicia se puso de pie ysalió corriendo pensando mientrascorría, como era de esperar, en elmaravilloso sueño que había tenido.

Pero su hermana se quedó sentadacon la cabeza apoyada en la mano,contemplando la puesta del sol ypensando en Alicia y en susmaravillosas Aventuras, hasta que, igualque Alicia, también ella se puso a soñar.

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Y este fue el sueño que tuvo:Primero soñó con Alicita en

persona: tenía una vez más las manitossobre las rodillas y los ojos brillantes yserios clavados en los de ella… podíaescuchar hasta la mínima inflexión de suvoz y observar ese gesto tan suyo desacudir apenas la cabeza para echarhacia atrás el cabello que siempre se lecaía sobre los ojos… y, sin dejar deescuchar, o de parecer escuchar, todo loque la rodeaba cobraba vida y sepoblaba con las extrañas criaturas delsueño de su hermanita.

La larga hierba crujió a sus piescuando el Conejo Blanco pasócorriendo… el Ratón asustado agitaba el

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agua del estanque vecino… se oía eltintineo de las tazas de té de la Liebre deMarzo y sus amigos, que compartían laeterna merienda, y la voz chillona de laReina, que sentenciaba a muerte a susdesdichados huéspedes… el bebé-marrano volvía a estornudar en la faldade la Duquesa, mientras alrededor de élse hacían añicos fuentes y platos… elaire se pobló otra vez con el chillido delGrifo, el chirrido de la tiza de laLagartija y el sofocón de los cobayosreprimidos, todo mezclado con el lejanosollozar de la Símil Tortuga.

De modo que se quedó sentada, conlos ojos cerrados, y casi se sintió en elPaís de las Maravillas, aunque sabía que

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no tenía más que volver a abrirlos ytodo retornaría a la opaca realidad: solola hierba agitada por el viento, y el aguamurmurando entre los juncosbamboleantes… El tintineo de las tazasde té se convertiría en el repicar de loscencerros de las ovejas, y los agudoschillidos de la Reina en la voz delpastor… y el estornudo del bebé y elchillido del Grifo y todos los otrosruidos extraños se convertirían (lo sabíamuy bien) en el abigarrado clamor de lagranja atareada, mientras el mugido delganado distante reemplazaría elprofundo sollozar de la Símil Tortuga.

Por último se imaginó cómo esamisma hermanita suya se convertiría,

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con el tiempo, en una mujer grande, ycómo mantendría, a lo largo de sus añosadultos, ese corazón sencillo y cálido dela niñez; y cómo reuniría alrededor deella a otros niños, y cómo los ojos deesos niños brillarían ansiosos al oíralgún cuento extraño, tal vez incluso esesueño del País de las Maravillas detanto tiempo atrás; y cómo ellacompartiría con esos niños todas suspenas sencillas y encontraría placer entodas sus alegrías sencillas, al recordarsu propia niñez y los felices días delverano.

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En esta tarde dorada[1]

nos deslizamos muy lentos,pues los remos los manejanbracitos muy poco diestros,mientras manitos pequeñasquieren guiar el paseo.

¡Ay, las tres crueles que entonces,bajo un clima tan de ensueño,del que no mueve una hojitacon su aliento piden cuentos!¿Pero qué puede una vozcontra ese trío de ruegos?

Prima lanza duro edicto:

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«¡que empiece ya!», fulminante.Más gentil Secunda pide«que haya muchos disparates».Solo una vez por minutocomentarios Tertia le hace.

Se hace súbito el silencioy ellas siguen en su ensueñoa la niña que recorreese mundo extraño y nuevo,donde aves y bestias charlan…¡Si casi parece cierto!

Cuando el cuento declinabapor exhausta fantasíay ese pobre fatigadoabandonarlo quería,

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a «otra vez les cuento el resto»«ya es otra vez» respondían.

Y el País de Maravillascon sus rarezas creciócincelado poco a poco.Ahora el cuento se acabó:ya es de noche y vuelve a casala feliz tripulación.

¡Alicia!, te entrego el cuento,ponlo suave donde enlazasu guirnalda la Memoriacon los sueños de la Infancia,como la del peregrino,seca ya, de flor lejana.

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Notas

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[1] Carroll recuerda aquí la tarde del 4de julio de 1862, en lo que, según puedeleerse en su diario, él y su amigo, elReverendo Robinson Duckworth, tutorpor entonces en Christ Church, llevaronde paseo en bote por el Támesis a lashermanas Liddell, hijas del deán: LorinaCharlotte, de trece años («Prima»),Alice Pleasance, de diez («Secunda»), yEdith, de ocho («Tertia»). Fue en esaocasión que surgió, a pedido de las treshermanas, la versión oral de Alicia, quese convertiría luego en el manuscrito Alice’s Adventures Underground ,regalo de Navidad para Alicia, y

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finalmente, ya con propósitoseditoriales, en Alice’s Adventures inWonderland. <<

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[2] En Alice on the stage, un artículoaparecido años después, Carrollrecuerda a Alice Liddell, el modelo desu Alicia, del siguiente modo:«Cariñosa, en primer lugar, cariñosa ydulce: cariñosa como un perro (y perdónpor una comparación tan prosaica perono conozco ningún amor terrenal tanpuro y perfecto), y dulce como unciervito; y además amable… amable contodos, encumbrados y humildes,grandiosos y ridículos, Reyes u Orugas,casi como si ella misma fuese la hija deun Rey, y sus ropas de oro labrado; ytambién llena de fe, capaz de aceptar las

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imposibilidades más aberrantes con esaconfianza firme que solo los soñadoresconocen; y, por último, curiosa…desenfrenadamente curiosa, y con eseansioso goce por la vida que sólo se daen las horas felices de la niñez, cuandotodo es nuevo y justo y el Pecado y elDolor no son sino palabras… ¡palabrasque no significan nada!». <<

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[3] Los contemporáneos de Carroll eranmuy adictos a este tipo deespeculaciones acerca de lo que podríasuceder si un objeto cayese al interiorde la Tierra y atravesase su centro. Elpropio Carroll retoma el tema en Silviay Bruno cuando el profesor habla de untren subterráneo que no gasta ningún tipode combustible pues baja por fuerza degravedad y aprovecha el impulso de labajada para recorrer el tramo de regresoa la superficie. <<

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[4] Dinah, que era efectivamente la gatade los Liddell, reaparece en A través delespejo. <<

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[5] La fórmula en inglés, Do cats eatbats?, juega con la semejanza entreambas palabras y permite fácilmente laconfusión. (N. de la T.) <<

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[6] En Alice on the stage Carrolldescribe al Conejo Blanco como lacontraparte de Alicia: «Cuando se hablade “juventud”, “audacia”, “vigor” y“decisión” en Alicia, en él hay quehablar de “edad avanzada”, “timidez”,“debilidad” y “nerviosa indecisión”, deese modo es posible hacerse una ideasomera de lo que intenté mostrar. Creoque el Conejo Blanco debería usaranteojos, y estoy seguro de que su vozdebe titubear, sus rodillas temblar ytodo su aspecto sugerir la más completaincapacidad de decirle “¡bu!” a unganso». <<

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[7] Es muy posible que la explicación depor qué Alicia no podría llegar jamás a20 sea la siguiente. Tradicionalmente lastablas de multiplicar llegan hasta 12 yallí se detienen; en esta tabla muyespecial de Alicia en la que 4x5=12,4x6=13 y 4x7=14 tenemos todo elderecho de suponer que 4x8=15 y asísucesivamente hasta llegar a 4x12=19, osea que, si Alicia se atenía al modeloescolar de las tablas de multiplicar,jamás podría llegar a 20, que, por otraparte, era la respuesta correcta al 4x5que comenzó planteando. <<

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[8] Casi todas las poesías que incluyeCarroll en su Alicia son parodias decanciones o poesías de gran difusión ensu época, cori las que sus lectoresestaban muy familiarizados. Se trata deobritas de escasísimos o inexistentesvalores literarios e intención por logeneral moralizante o didáctica. Comola transformación de esos textos enpoesías del absurdo, o, mejor dicho delnonsense, es sumamente reveladora detodo el estilo carrolliano nos parece útilreproducirlas en las notas.

En este caso se trata de una poesía deIsaac Watts, teólogo y autor de poesías

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morales para niños, How doth the littlebusy bee, que traducimos acontinuación:

¡Cómo aprovecha la atareadaabejita

cada hora luminosa

y todo el día junta miel

de cada flor entreabierta!

¡Qué hábil es construyendo sucelda!

¡Con qué prolijidad extiende lacera!

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Y trabaja con ahínco paraalmacenar

el dulce alimento que elabora.

Yo también querría estaratareado

en obras de trabajo o dedestreza;

porque Satanás siempreencuentra alguna maldad

para las manos ociosas.

Que pasen mis primeros añoscon libros,

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o con trabajo o jugandosanamente,

que cada día pueda hacer

un buen balance al terminar. <<

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[9] Estas increíbles máquinas victorianasfueron inventadas en 1750 por BenjamínBeale y muy utilizadas en las playas deveraneo. Eran especies de vestidoresindividuales montados sobre ruedas yarrastrados por caballos hasta el mar.Cuando la «máquina» llegaba al sitioque parecía conveniente, el bañista queestaba en su interior ordenaba detenerlos caballos y salía del refugio por unapuerta abierta, muy discretamente, endirección al mar. La enorme sombrillaasegurada a la retaguardia de la máquinalo ocultaba eficazmente de todas lasmiradas.

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También en La caza del Snark hablaCarroll de esas máquinas, y consideraprecisamente que un verdadero snark esreconocible, entre otras cosas, por sumarcada inclinación por ellas. <<

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[10] Se trata por supuesto del paradigmade declinación nominal con sus seiscasos: nominativo, genitivo, dativo,acusativo, ablativo y vocativo. <<

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[11] El pasaje recuerda un episodioautobiográfico, registrado en el diariode Carroll: la excursión en que tomaronparte Carroll, su tía, sus hermanas, elReverendo Duckworth y las treshermanas Liddell y que terminó con unaguacero. El pato (Duck) es elReverendo Duckworth, el loro (Lory) esLorina Liddell, el aguilucho (Eaglet) esEdith Liddell y el Dodo es Carroll enpersona, el Reverendo Dodgson, quedebido a su tartamudeo solía convertirsu propio apellido en «Do-do-dodgson».<<

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[12] Roger Green, editor de Carroll,estableció que el pasaje «secante» encuestión es cita textual del Short Courseof History, de Havilland Chepmell,libro de texto de las hermanas Liddell yde muchísimos contemporáneos de ellas.<<

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[13] El episodio de la carrera de comiténo aparece en la primera versión escritadel Alicia, el manuscrito Alice’sAdventures Underground , dondeabundan, en cambio, más referenciasautobiográficas y bromas privadas. <<

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[14] En inglés, a long and sad tale, quepermite el juego de palabras entre tale(cuento) y tail (cola), dado que lapronunciación de ambas palabras esidéntica. (N. de la T.) <<

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[15] Tampoco esta poesía es la que seincluía en el manuscrito. <<

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[16] En inglés I had not, que da lugar aljuego de palabras entre not (no) y knot(nudo). (N. de la T.) <<

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[17] En inglés hay un juego de palabras,que no puede traducirse al español,entre bill (recado) y Bill (Guillermito).(N. de la T.) <<

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[18] Carroll alude seguramente al términofrancés pomme de terre (papa), que losestudiantes elementales (como lashermanas Liddell) confundirían confacilidad con pomme (manzana). <<

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[19] El énfasis del pronombre en lafórmula I can’t explain myself facilita eljuego de palabras que apenas puedesugerirse con el explicarme del español(N. de la T.) <<

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[20] Carroll parodia aquí la poesíadidáctica de Roberth Southey, The OídMorís Conforts and How He GainedThem, cuya traducción incluimos:

Eres viejo, padre William —gritó el joven—,

los pocos rizos que te quedanestán grises;

pero estás sano, padre William,eres un viejo vigoroso;

dime cuál es la razón, te loruego.

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En mi juventud —respondió elpadre William—,

recordaba que la juventud seiría pronto,

y no abusé de mi salud ni de misfuerzas,

para que no me faltaran alllegar al final.

Eres viejo, padre William —gritó el joven—,

y con la juventud se vantambién los placeres.

Sin embargo no lamentas losdías que se han ido;

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dime cuál es la razón, te loruego.

En mi juventud —respondió elpadre William—,

recordaba que la juventud noduraría;

cualquier cosa que hicierapensaba en el futuro,

para no lamentarme nunca delpasado.

Eres viejo, padre William —gritó el joven—,

y tu vida ha de estar ya

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terminando;

estás alegre y te gusta hablarde la muerte;

dime cuál es la razón, te loruego

Estoy alegre, joven —respondióel padre William—

y presta atención al por qué:

en mi juventud recordaba a miDios,

y él no olvidó mi vejez.

<<

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[21] El cuadro que pintó el flamencoMatsys de la duquesa MargarethaMaultasch, considerada la mujer más feadel mundo, sirvió sin duda de modelopara la duquesa de Tenniel, el ilustradorde Alicia. <<

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[22] La frase To grin like a Cheshire cat(«Sonreír como un gato de Cheshire»)era común en la época de Carroll y,aunque no se conoce a ciencia cierta suorigen, es posible que se refiera alhecho de que abundaban los carteles deposadas que mostraban el dibujo de unleón sonriente o bien que aluda a losquesos de Cheshire, que en un tiempo sehacían en forma de gato sonriente. <<

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[23] En inglés el juego de palabras que sedesarrolla es entre axis (eje) y axes(hachas). (N. de la T.) <<

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[24] Aquí Carroll parodia una poesía muydifundida entre los niños Victorianos,Speak gently, cuyo autor no se haestablecido a ciencia cierta. Acontinuación reproducimos unatraducción:

¡Habla con suavidad! Es mejor

imperar por el amor que por elmiedo;

¡Habla con suavidad!, ¡que laspalabras rudas no estropeen

el bien que podamos haceraquí!

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¡Habla con suavidad! El Amormurmura apenas

los votos que ligan a loscorazones fieles;

y los acentos de la Amistadfluyen suaves;

la voz del Afecto es amable.

¡Hay que hablar con suavidadal niño!,

para estar seguro de ganar suamor;

enséñale con acentos suaves yhumildes;

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puede ser que no se quedemucho más.

¡Hay que hablar con suavidadal joven,

ya tendrán mucho que soportar;

pasan lo mejor que pueden poresta vida

que está llena de ansiedad ycuidado!

¡Hay que hablar con suavidadal viejo,

no atormentes su corazóncansado;

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ya se agotó casi la arena de suvida,

que se despida en paz de ella!

¡Hay que hablar can suavidad,amable, al pobre;

que no se escuchen rudezas;

ya bastante tiene que aguantar,

sin las palabras duras!

¡Hay que hablar con suavidad alos perdidos,

tal vez no pudieron evitarlo;

tal vez son así por falta deafecto;

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gánate su confianza de nuevo!

<<

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[25] Las frases mad as a hatter («lococomo un sombrerero») y mad as aMarch hare («loco como una liebre demarzo») eran comunes en la época. Laprimera se asocia probablemente con elhecho de que los sombrereros, queutilizaban mercurio para curar el fieltro,solían sufrir sus efectos tóxicos, queculminaban en manifestacionessemejantes a las de la locura: temblores,alteraciones en el habla, etcétera. Lasegunda se refiere a los brincosenloquecidos y en general a la conductanerviosa de la liebre macho en la épocade celo (marzo). <<

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[26] En inglés el juego de palabras esentre pig (cerdo) y fig (higo, y tambiénbledo). (N. de la T.) <<

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[27] El capítulo no aparece en elmanuscrito de Alice’s AdventuresUnderground. <<

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[28] Si bien se habló de una semejanzaentre el Sombrerero de Tenniel y elprimer ministro Gladstone, pareceindudable que el modelo fue TheophilusCarter, un mueblero de Oxford,conocido como «Mad Hatter», en partepor el sombrero de copa que usabasiempre y en parte por su excentricismo.En 1851 se exhibió en el Crystal Palaceun reloj despertador inventado por élque arrojaba al dormilón al suelo. Esposible que esto explique el interés quemanifiesta el personaje por el tiempo ylos relojes. <<

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[29] Se dijo que el Lirón puede haberseinspirado en la mascota de DanteGabriel Rossetti, un osito koala quesolía dormir sobre la mesa. Carrollfrecuentaba al escritor y su familia. <<

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[30] Ya en época de Carroll se suscitógran interés por la posible respuesta aesa adivinanza. En respuesta anumerosas consultas en 1896 Carrollaseguró que en su versión original laadivinanza no tenía respuesta, aunqueconsideraba que era posible imaginaruna: el cuervo se parece a un escritorioporque los dos producen pocas notas,sumamente chatas, y a ninguno de ellosse lo debe poner al revés. <<

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[31] De este modo queda establecido eldía de la aventura como el 4 de mayo,cumpleaños de Alice Liddell. <<

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[32] En inglés, You wouldn’t talk aboutwasting it. It’s him, sutileza que permitela existencia del pronombre personalneutro. (N. de la T.) <<

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[33] En inglés beat time significa«marcar el ritmo» y también «apalear eltiempo». (N. de la T.). <<

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[34] El reloj que posee el profesor enSilvia y Bruno es aún más extraño: si sehacen girar sus agujas en sentidocontrario también el tiempo retrocede yes posible volver a vivir losacontecimientos. <<

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[35] Carroll está parodiando una poesíade Jane Taylor cuya

traducción transcribimos:

Brilla, brilla, estrellita,

¡me pregunto cómo serás!

Allá muy arriba del mundo,

como un diamante en el cielo.

Cuando el sol ardiente se haido,

cuando ya no brilla más,

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muestras tú tu lucecita,

brilla, brilla, toda la noche.

Es entonces que el viajero de lanoche

te agradece tu chispita:

no sabría hacia dónde ir

si tú no brillaras así.

En la profunda noche azulestás,

y a menudo espías por miscortinas,

ya que nunca cierras tu ojo

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hasta que el sol no vuelve alcielo.

Ya que tu chispita refulgente

alumbra al viajero en laoscuridad,

aunque no sepa cómo eres

brilla, brilla, estrellita.

<<

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[36] En inglés, he’s murdering time(«está asesinando el tiempo») aprovechala doble connotación de time como«tiempo» y también «ritmo musical». (N.de la T.) <<

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[37] En inglés hay un juego, imposible detraducir, entre los parónimos little (littlesisters = «hermanitas») y Liddell, elapellido de Alice y sus hermanas. (N. dela T.) <<

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[38] Las tres little sisters («hermanitas»)son las tres Liddell sisters («hermanasLiddel l»): Elsie = L. C. (LorinaCharlotte); Tillie = Edith, a la quellamaban Matilda, y Lacie es anagramade Alice. <<

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[39] En época de Carroll se llamabantreacle wells («pozos de melaza») a losque contenían aguas de valor medicinaly había uno de esos pozos en Bensey,cerca de Oxford. <<

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[40] En inglés se juega con el doblesignificado de draw (extraer) y draw(dibujar). (N. de la T.) <<

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[41] En inglés in the well (en el pozo) ywell in (bien adentro), aprovechando ladoble acepción de well (N. de la T.) <<

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[42] En inglés: such as mousetraps(ratoneras), and the moon (la luna), andmemory (la memoria) and muchness.(N. de la T.) <<

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[43] Much of a muchness es expresióncoloquial que significa «más o menos lomismo», «muy parecidos», etc. (N. de laT.). <<

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[44] En Alice on the stage Carroll diceque se imaginaba a la Reina deCorazones como «una especie deencarnación de la pasióndesenfrenada…, una Furia ciega ydesatinada». <<

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[45] Carroll sentía una especialinclinación por los juegos y solíainventar modos nuevos de jugar a losjuegos tradicionales. Fue inventor, entreotros, de un «castle croquet» que solíajugar con las Liddell, y de un billarcircular. <<

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[46] Hay un proverbio inglés que dice Acat may look at a king («Un gato puedemirar a un rey»). <<

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[47] En inglés la fórmula Take care ofthe sense that the sounds will take careof themselves parodia el proverbio Takecare of the pence that the pounds willtake care of themselves. (Cuida elcentavo que los pesos se cuidan solos).(N. de la T.) <<

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[48] El proverbio inglés dice Birds of afeather flock together («Los pájaros deigual plumaje vuelan en bandada»), loque permite luego la reflexión de Aliciaacerca de que la mostaza no es unpájaro. (N. de la T.) <<

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[49] En inglés, The more there is of minethe less there is of yours. (N. de la T.)<<

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[50] La símil sopa de tortuga era unaimitación de la sopa de tortuga que sehacía por lo general con ternera, lo queexplica ciertas peculiaridades deldibujo de Tenniel. <<

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[51] El símbolo del Grifo figura en elescudo del Trinity College de Oxford.<<

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[52] En inglés se utilizan turtle (tortugade mar) y tortoise (tortuga). El últimotérmino permite el juego: We called himTortoise because he taught us debido aque la pronunciación de tortoise ytaught us es similar. (N. de la T.) <<

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[53] En los recibos de las escuelas solíadeci r : French, music and washing:extra («Francés, música y lavado:extra»), que significaba que las dosasignaturas y la lavandería no estabanincluidas en la tarifa ordinaria. <<

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[54] En inglés Reeling (bamboleo), quejuega con Reading (lectura), Writhing(contorsión), que juega con Writing(escritura), Ambition (ambición), quejuega con Addition (suma), Distraction(distracción), que juega conSubstraction (resta), Uglification(feificación), que juega conMultiplication (multiplicación) yDerision (burla), que juega con División(división). Sigue luego el juego conuglify (feificar). (N. de la T.) <<

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[55] En inglés Mystery (misterio), quejuega con History (historia); Seography(mareografía), que juega con Geography(geografía); Drawling (arrastrado), quejuega con Drawing (dibujo); Stretching(estirado), que juega con Sketching(bocetado), y Fainting in Coils(desmayado en espirales), que juega conPainting in Oils (pintura al óleo). (N. dela T.) <<

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[56] Se juega con las dos connotacionesde crab: «cangrejo» y «gruñón». (N. dela T.) <<

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[57] En inglés Laughing (risa), que juegac o n Latín (latín) y Grief (pena), quejuega con Greek (griego). (N. de la T.)<<

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[58] Se juega con less (menos) y lessons(lecciones). (N. de la T.) <<

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[59] La cuadrilla era un baile de salónmuy complejo que estaba en boga en laépoca en que Carroll escribió estahistoria. <<

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[60] La canción que en inglés comienzacon el verso Will you walk a littlefaster, parodia The Spider and the Fly,de Mary Howitt:

«¿No quieres pasar a mivestíbulo?»,

le preguntó a la mosca laaraña.

«Es el vestibulito más bonito

que hayas visto jamás.

Para llegar a mi vestíbulo

hay que subir una escalera

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caracol,

y tengo mucho que mostrarte

cuando llegues hasta él».

«Oh, no, no —dijo la mosquita—

insistes en vano,

el que sube tu escalera

no baja nunca más».

<<

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[61] Esta poesía es parodia de otra, unapieza de moralina de Isaac Watts: TheSluggard:

Es la voz del perezoso,

escuché que se quejaba:

«Me despertaron muytemprano,

tengo que remolonear».

Como la puerta en sus goznes

se queda él en su cama,

y vuelve sus flancos, sushombros

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y su pesada cabeza.

«Un sueñito más, un poco depereza».

Y así gasta la mitad de sus días

y sus innumerables horas,

y cuando se levanta se sienta

con las manos cruzadas,

o vaga sin objeto,

o se queda de pie perdiendo eltiempo.

Pasé por su jardín y vi que laszarzas,

ortigas y abrojos lo invaden;

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las ropas que lo cubren

están hechas harapos,

y gasta su dinero hasta pasarhambre

o pedir limosna.

Le hice otra visita

esperando encontrar

que hubiese cambiado

su modo de pensar.

Me habló de sus sueños,

de comida y bebida,

pero casi nunca lee la Biblia,

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y no le gusta pensar.

Entonces le dije a mi corazón:

«He aquí una lección para mí,

este hombre es un retrato

de lo que podría ser yo,

si no fuera por mis amigos

que cuidaron mi educación,

y me enseñaron siempre

a apreciar el trabajo y lalectura».

No menos revelador del mundoVictoriano resulta el hecho de que un

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vicario de Essex en una carta públicaacusara a Carroll de irreverencia porquela frase inicial del poema pareceremedar la frase bíblica: «Es la voz dela tortuga». <<

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[62] La canción es parodia de Star of theevening, de James Sayles, canción que,según puede leerse en el diario deCarroll, cantaban las hermanas Liddell:

Hermosa estrella, brillante enel cielo,

tu suave luz de plata derramas

mientras te alejas de la tierra,

estrella de la noche, hermosaestrella.

CORO

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Hermosa estrella,

hermosa estrella,

estrella de la noche, hermosaestrella.

A la Imaginación pareces decir,

sígueme, aléjate conmigo de latierra.

Eleva tu espíritu, despliega susalas,

a reinos de amor más allá deeste cielo.

Sigue brillando, estrella de

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amor divino,

y ojalá nuestra alma te abracecon su afecto

mientras te alejas cada vez más,

estrella del crepúsculo,hermosa estrella.

<<

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[63] Se trata de una nursery rhyme, queoriginalmente era la primera estrofa deuna poesía de cuatro, muy popular entrelos niños ingleses. <<

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[64] La primera versión de esta poesíadel nonsense, publicada en The ComicTimes en 1855, comenzaba con elprimer verso de Alice Gray, una canciónsentimental de William Mee, en la queel autor declaraba su secreto amor porla joven de ese nombre. <<

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[65] En inglés el juego de palabras sedesarrolla entre fit (acceso, ataque) y fit(caber, corresponder). (N. de la T.) <<

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[66] En inglés el término whiting(merluza) permite el juego con white(blanco). (N. de la T.) <<

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[67] En inglés blacking (betún) permiteel juego con whiting (merluza). (N. de laT.) <<

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[70] En inglés las fórmulas stand down(bajar) y sit down (sentarse) dan lugar aljuego de palabras. (N. de la T.) <<

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[68] En inglés: soles («lenguado» y«suelas») and eels («anguila», parónimode heels, «tacos»). (N. de la T.) <<

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[69] En inglés porpoise (delfín) ypurpose (propósito), que se pronunciande manera muy semejante. (N. de la T.)<<