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1 EL PRINCIPIO SUPREMO DEL DERECHO: ÁNGEL SANZ BRIZ, UNA RADICAL EXCEPCIONALIDAD Manuel González Riquelme Radical Radical significa ir a la raíz de las cosas. Ángel Sanz Briz supo ir a la raíz. ¿Cómo llegar a establecer un criterio definitivo de lo que sería un juicio moral en cualquier tiempo y lugar? Es la pregunta que se plantea Immanuel Kant en la Fundamentación Metafísica de las costumbres. La respuesta: “Ni en ninguna parte del mundo, ni en general, inclusive fuera de él mundo es posible pensar algo que se pueda considerar sin restricción como bueno, excepto una buena voluntad”. Una buena voluntad es buena sin restricción, es decir, no está condicionada por ningún fin ni ninguna meta, es buena por sí misma. Sanz Briz estaba solo. Los múltiples telegramas, cartas, envíos al Ministerio de Asuntos Exteriores en Madrid obtuvieron el silencio por respuesta. El diplomático estaba abandonado a su suerte en un momento crucial de la Segunda Guerra Mundial, antes de la implosión del Reich de los mil años. Brilló con luz propia a través del infierno. Supo cuál era su deber: combatir la injustica y la impiedad. Es por esto que ha sido llamado “El ángel de Budapest”. Una especie de arcángel “Luzbel”, luz bella, en los braseros del infierno. Los alemanes En 1944, España no contaba con un embajador en Hungría. La Legación española en Budapest estaba dirigida por Miguel Ángel Muguiro Representante de Negocios y su joven ayudante Ángel Sanz Briz. En diciembre de 1943, en un informe de Veesenmayer, plenipotenciario del Reich, dirigido al Ministerio de Asuntos Exteriores, expresaba que la “liquidación” comportaba evacuar a ochocientos mil judíos, más un grupo de ciento o ciento cincuenta mil de judíos convertidos. En marzo llega a Budapest Adolf Eichmann en compañía de su plana mayor completa. Llamó a Wisliceny y a Bruner, que se encontraban en Eslovaquia y Grecia, a Abromeit, que se hallaba en Yugoslavia, a Dannecker, que

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EL PRINCIPIO SUPREMO DEL DERECHO: ÁNGEL SANZ BRIZ, UNA RADICAL EXCEPCIONALIDAD

Manuel González Riquelme

Radical

Radical significa ir a la raíz de las cosas. Ángel Sanz Briz supo ir a la raíz. ¿Cómo llegar a establecer un criterio definitivo de lo que sería un juicio moral en cualquier tiempo y lugar? Es la pregunta que se plantea Immanuel Kant en la Fundamentación Metafísica de las costumbres. La respuesta: “Ni en ninguna parte del mundo, ni en general, inclusive fuera de él mundo es posible pensar algo que se pueda considerar sin restricción como bueno, excepto una buena voluntad”. Una buena voluntad es buena sin restricción, es decir, no está condicionada por ningún fin ni ninguna meta, es buena por sí misma. Sanz Briz estaba solo. Los múltiples telegramas, cartas, envíos al Ministerio de Asuntos Exteriores en Madrid obtuvieron el silencio por respuesta. El diplomático estaba abandonado a su suerte en un momento crucial de la Segunda Guerra Mundial, antes de la implosión del Reich de los mil años. Brilló con luz propia a través del infierno. Supo cuál era su deber: combatir la injustica y la impiedad. Es por esto que ha sido llamado “El ángel de Budapest”. Una especie de arcángel “Luzbel”, luz bella, en los braseros del infierno.

Los alemanes

En 1944, España no contaba con un embajador en Hungría. La Legación española en Budapest estaba dirigida por Miguel Ángel Muguiro Representante de Negocios y su joven ayudante Ángel Sanz Briz. En diciembre de 1943, en un informe de Veesenmayer, plenipotenciario del Reich, dirigido al Ministerio de Asuntos Exteriores, expresaba que la “liquidación” comportaba evacuar a ochocientos mil judíos, más un grupo de ciento o ciento cincuenta mil de judíos convertidos. En marzo llega a Budapest Adolf Eichmann en compañía de su plana mayor completa. Llamó a Wisliceny y a Bruner, que se encontraban en Eslovaquia y Grecia, a Abromeit, que se hallaba en Yugoslavia, a Dannecker, que había trabajado en París y Bulgaria, a Siegfried Seidl, que ocupaba el cargo de comandante de Theresienstadt y de Viena llegó Hermann Krumey para ocupar el cargo de lugarteniente de Eichmann. Llevó consigo también a los más importantes miembros de su oficina de Berlín: a Rolf Günther, que había sido su lugarteniente; a Franz Novak, oficial de deportaciones y a Otto Hunsche, asesor jurídico. Así vemos que el Sondereinsatzkommando Eichman (Unidad Eichmann de Operaciones Especiales) estaba integrado por unos diez hombres, más unos cuantos oficinistas. El Ejército Rojo se aproxima por los Cárpatos pero esto no impide poner solucionar el problema judío.

El mayor éxito que tuvo Eichmann en Hungría fue el de poder establecer contactos por sí mismo. Tres fueron los hombres con quien entabló relación: Lászlo Endre, quien por su antisemitismo, el mismo Horthy calificaba de extremista, había sido nombrado recientemente secretario de Estado encargado de Asuntos Políticos (judíos) en el Ministerio del Interior; Lászlo Baky, también secretario del Ministerio del Interior, que estaba al frente de la Gendarmerie, o sea, la policía húngara; y el teniente coronel de la policía Ferenczy, que estaba directamente encargado de las deportaciones. Con su ayuda, la promulgación de los Decretos y la concentración de los judíos en las provincias húngaras, sería llevado a cabo “con la velocidad del rayo”.

Nuevo ramal a Auschwitz

En Viena, se celebró una conferencia especial con los representantes de los Ferrocarriles del Estado Alemán, por cuanto la tarea comportaba el transporte de casi medio millón de individuos. Miss fue informado de estos planes por su superior, Richard Glücks, de la WVHA, y ordenó que se tendiera un nuevo ramal del ferrocarril a fin de que los vagones pudieran llegar hasta las

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inmediaciones de los hornos crematorios. El número de comandos de la muerte encargados de operar las cámaras de gas fue aumentando desde 224 a 860 y todo quedó dispuesto para matar entre seis mil y doce mil personas al día. Cuando los trenes comenzaron a llegar, en mayo de 1944, fueron seleccionados muy pocos hombres en condiciones de trabajar y estos pocos se destinaron a la fábrica de espoletas Krupp, en Auschwitz.

Paul Steinberg, joven judío deportado de Francia, describía la situación desde su perspectiva, la de un interno de Buna: “Llegan los húngaros, vagones enteros llenos de húngaros, dos o tres al día. (…) Casi todos los transportes acaban en la cámara de gas: hombres, mujeres y niños. Los campos de trabajo están repletos hasta reventar; no sabrían qué hacer con más trabajadores. (…) Los crematorios funcionan a toda máquina todo el día. Nos enteramos de que en Birkenau han quemado 3000, luego 3500, y la última semana hasta 4000 cuerpos al día. Habían doblado el nuevo sonderkommando para mantener todo funcionando sin parar en las cámaras de gas y los hornos día y noche. Desde las chimeneas, las llamas surgen diez metros por el aire, visibles por la noche en kilómetros a la redonda, y el hedor opresivo de la carne quemada se huele hasta en Buna” (Paul Steinberg, Speak You Also: A survivor´s Reckoning, Nueva York, 2000, pp. 97-98).

El mismo Höss, comandante de Auschwitz describía la cremación en las fosas abiertas: “Hay que atizar los fuegos de las fosas, extraer la grasa que rebosa y dar la vuelta constantemente a la montaña de cadáveres para que la corriente haga prender las llamas”, Rudolf Höss, Kommandant in Auschwitz: Autobiographische Aufzeichnungen, Martin Broszat (ed.), Stuttgart, 1958, p. 152.

A finales de junio, la intervención internacional reforzó la oposición interna húngara a continuar las deportaciones: el rey de Suecia, el Papa, el presidente americano… todos intervinieron ante el regente. El 2 de julio un intenso bombardeo americano sobre Budapest subrayó el mensaje de Roosevelt: “El destino de Hungría no será el mismo que el de las demás naciones civilizadas… si las deportaciones no son suspendidas” (Véase la vacilación de Horthy durante estas semanas en Randolph L. Braham, The Politics of Genocide: The Holocaust in Hungary, 2 vols., Nueva York, 1981, vol. 2, pp. 743 y ss.). Horthy vaciló. Finalmente, el 8 de julio se interrumpieron oficialmente las deportaciones. Sin embargo, Eichmann consiguió llevarse del país dos transportes más a Auschwitz, el primero desde el campo de Kistarcsa el 19 de julio y el segundo de Starvar el 24 de julio (sobre el intercambio de documentos de estas últimas deportaciones en Jenö Lévay, Eichmann in Hungary: Documents, Budapest, 1961, pp. 128 y ss.). El 9 de julio, cuando se detuvieron las deportaciones de las provincias húngaras, 438.000 judíos habían sido enviados a Asuchwitz y 394.000 fueron exterminados de inmediato. De los seleccionados para el trabajo, muy pocos seguían vivos al final de la guerra (Randolph L. Braham, “Hungarian Jews”, en Yisrael Gutman y Michael Berenbaum (eds.), Anatomy of the Auschwitz Death Camp, Bloomington, 1994, p. 466). En Budapest unos 250.000 judíos esperaban todavía su turno.

El Decreto de Miguel Primo de Rivera

Miguel Ángel Muguiro y Sanz Briz asisten escandalizados a estos hechos, recuperan un Decreto del 21 de diciembre de 1924 y lo reinterpretan para adaptarlo a los judíos sefardíes: “Los individuos de origen español que vienen siendo protegidos como si fuesen españoles por los Agentes de España en el Extranjero, podrán promover hasta el término del plazo, el expediente en la forma acostumbrada para la petición de Carta de naturaleza”. La comunidad sefardí podrá, de este modo, solicitar la nacionalidad española.

Al frente de la Legación

La oposición de Muguiro al régimen progermánico de Horthy acabó con su destitución. Ángel Sanz Briz queda al frente de la Legación con solo 32 años. Estaba casado con Adela Quijano y

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tenía una hija recién nacida Adelita. Para protegerlas de los bombardeos y el caos de la ciudad decide enviarlas a Madrid. Se queda solo en la capital del Danubio e informa al Ministerio de Asuntos Exteriores: “Los atropellos y crueldades de que vienen siendo víctimas los judíos residentes en este país. (…) La raza semita soporta con resignación y pasividad que le son propios los vejámenes que en todos los órdenes de la vida le han sido impuestos por el nuevo gobierno. (…) Entre los 500.000 personas deportadas había un gran número de mujeres, ancianos y niños perfectamente ineptos para el trabajo y sobre cuya suerte corren en este país los rumores más pesimistas”.

Reunión de las potencias neutrales

Con este escenario, Sanz Briz encuentra un apoyo en Monseñor Rotta, Nuncio del Vaticano. Convocan una reunión a la que asisten los países neutrales: “Asistimos, además del señor Nuncio, el señor Ministro de Suecia, el señor Encargado de Negocios de Portugal, el señor Encargado de Negocios de Suiza y el que tiene el honor de suscribir, en representación de España”. De esta reunión saldrá la estrategia para emitir salvoconductos que salvarán la vida de miles de judíos húngaros.

El procedimiento

El diplomático no quería enfadar al régimen franquista oponiéndose manifiestamente a los nazis. Decidió informar a Madrid. Mandó cartas, telegramas, mensajes cifrados incluso los Protocolos de Auschwitz en agosto de 1944, obtuvo siempre el silencio por respuesta.

Sanz Briz hace uso del Decreto de Primo de Rivera. Una genialidad, si consideramos que la comunidad sefardí en Hungría no superaba el centenar. Consiguió que el gobierno húngaro le autorizase a emitir 200 pasaportes para los sefardíes que quisieran la nacionalidad española. Una amistad casual con un dirigente de la Cruz Flechada, gobernador de Budapest, más un sobre con dinero hicieron el resto.

Pero 200 pasaportes no eran suficientes. Los sefardíes, como decimos, no superaban el centenar, sin embargo, Sanz Briz pretendía salvar a todo aquel que solicitara su ayuda. Sanz Briz amplió los salvoconductos de pasaportes individuales a pasaportes colectivos. De forma que cada pasaporte protegía a varios miembros de una misma familia. Además se le ocurre otra fórmula, emitir cartas de protección a aquellos que tuvieran un familiar en España. “Conseguí que el Gobierno húngaro autorizase la protección por parte de España de 200 judíos sefardíes. Después la labor fue relativamente fácil, las doscientas unidades que me habían sido concedidas, las convertí en 200 familias y las familias se multiplicaron indefinidamente, con el simple procedimiento de no expedir salvoconducto o pasaporte alguno a favor de los judíos que llevase un número superior a 200”. Los pasaportes tenían la forma sencilla: “Certifico que Mor Manheim, nacido en 1907, residente en Budapest, calle de Katona Jozsef, 41, ha solicitado a través de sus pariente en España, la adquisición de la nacionalidad española. La Legación española ha sido autorizada a extenderle un visado de entrada en España, antes de que se concluyan los trámites que dicha solicitud debe seguir”.

¿Qué ocurriría si un oficial de la Gestapo pedía el pasaporte, el mismo día, a varios miembros de la familia? Quedaría al descubierto la trama. La solución fue dividirlos números en series utilizando las letras del alfabeto: 1a, 1b, 1c, 154a, 154b, 154c. La condición no emitir un pasaporte por encima de 200. No obstante, de esta forma, las familias se multiplicaban indefinidamente.

Nuevo Gobierno

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A mediados de octubre de 1944, la situación cambió súbitamente en Hungría. Con los rusos a poco más de cien millas de Budapest, los nazis consiguieron derribar el régimen de Horthy y nombraron como Jefe del Estado al líder del partido de las Cruces y Flechas, Ferenc Szálasi. No pudieron mandar más expediciones a Auschwitz, debido a que las instalaciones de exterminio estaban a punto de ser desmanteladas. Ahora fue Veesenmayer quien negoció con el Ministerio del Interior húngaro la obtención del permiso para embarcar a cincuenta mil judíos –hombres entre los dieciséis y sesenta años, y mujeres de menos de cuarenta- con destino al Reich. En su informe, el plenipotenciario añadía que Eichmann pensaba poder enviar cincuenta mil judíos más. Como fuere que los servicios ferroviarios habían dejado de funcionar, fue preciso organizar las marchas a pie de noviembre de 1944. Los judíos que fueron obligados a emprender estas marchas eran aquellos a quienes la policía húngara había detenido, sin guiarse por criterio alguno, prescindiendo de las normas de excepción y prescindiendo de los límites de edad. Los judíos que tomaron parte en estas marchas fueron escoltados por miembros del partido de la Cruz Flechada, quienes no sólo les robaron, sino que también les trataron cruelmente.

Salvar a cuantos pueda

Sanz Briz comenzó por su equipo, las personas que trabajaban en la Legación. Un abogado judío llamado Soltán Farkas, él y su familia quedarían protegidos con el pasaporte nº 14. Su secretaria Madame Tourné, y su hijo. Recorrió Budapest buscando judíos que salvar. La actividad fue frenética entre septiembre y diciembre de 1944. Llegó a liberar a muchos que se encontraban en las estaciones, hacinados en camiones o en marchas de la muerte que se dirigían a los campos de exterminio. El telegrama del 21 de noviembre de 1944, a las 29,19 horas, del Secretario de la Embajada de España al Ministro de Asuntos Exteriores, con referencia al telegrama 149, “gracias a la intervención especial de este Ministerio de Negocios Extranjeros se ha podido poner en libertad y hacer regresar a Budapest unos 30 judíos protegidos de España de los que, a pie, eran conducidos a Alemania”. Firmado: Sanz Briz.

2ª fase del procedimiento

Los nazis y la policía de la Cruz Flechada aprovechaban la mínima para saltarse la protección española. Puso en marcha la 2ª fase de su plan. Alquiló siete casas en las que los protegidos por la Legación española permanecerían a salvo de los nazis. Para protegerlos colocó carteles en húngaro y en alemán en los que se leía: “Edificio anejo a la Legación Española”. Esto suponía una extensión de la Embajada Española que la policía respetó.

Dos casas a orillas del Danubio desde donde se divisaba el color rojo del río resultado de las ejecuciones. Pisos de 35 metros cuadrados. Una sala de estar, dos habitaciones y un baño, donde se hacinaban 50 personas como mínimo. Sin cristales, sin gas, sin electricidad. Soportando los bombardeos. Algunos dormían en el suelo, otros en el baño. El miedo a las epidemias y a las bombas era continuo. Iván Harsányi, protegido de Sanz Briz describe la vivienda: “En la casa había 400 personas. Pero en la vivienda 38 y 8 en mí cuarto. Era un pequeño cuarto sin cristales porque una bomba cayó en el edificio de enfrente. Sustituyeron las ventanas por telas y papel de periódico”. Soportaban el invierno del 44. Jaime Vandor, protegido de Sanz Briz se expresa en los mismos términos: “No había cristales. Infectados de piojos de la ropa, con el miedo a las epidemias y el hambre. El miedo a las bombas. Vivían 51 personas en dos habitaciones y media. Dormían en el suelo, otros en el baño. Sin agua, sin gas ni electricidad”.

Las Legaciones extranjeras habían habilitado el sistema de casas protegidas donde 33.000 pudieron alojarse en casas especiales. En algunas de las casas había hospital, maternidad, escuelas. Había que dar educación a los niños el tiempo que durara la estancia. Los desafortunados que no conseguían una carta de protección pedían refugio a sus compatriotas en los edificios de Sanz Briz. Esto estaba en conocimiento de las autoridades alemanas. Las

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redadas en el barrio eran frecuentes. Es de nuevo Jaime Vandor quién afirma: “Vivíamos constantemente atemorizados, en ocasiones, les hacían formar en la calle, de noche, para llevarnos al gueto. En esas ocasiones se avisaba, el portero, que es el único que tenía teléfono, avisaba a la legación de España y alguien venía a parlamentar con los nazis y, en el último momento, siempre conseguían que nos dejaran regresar a casa”. Sanz Briz se enfrentaba personalmente a las autoridades o bien mandaba a alguien de la embajada. Muchos no lograban sobreponerse al miedo de ser deportado o exterminado y tomaban decisiones desesperadas como el suicidio. Jaime Vandor describe una de estas experiencias: “una mujer se suicidó arrojándose al vacío desde uno de los pisos superiores”.

Informe

Ángel Sanz Briz abandona Hungría a finales de 1944 ante la inminente entrada del ejército soviético en la capital. Con la satisfacción de haber salvado a miles de personas pero con la preocupación de si el régimen franquista apoyaría su labor, el 14 de diciembre de 1944 escribe desde Berna al Ministerio de Asuntos Exteriores un informe detallado sobre la gestión de la Legación Española en Budapest durante los últimos meses. En él, Sanz Briz hace recuento exhaustivo de los judíos salvados hasta aquella fecha: “235 pasaportes (de dicha clase) expedidos, han quedado protegidos 352 personas. (…) 1898 Cartas de Protección y 15 pasaportes ordinarios que incluían a 45 personas (judíos sefardíes). Según su propio testimonio salvó a 2295 personas.

Los Niylas (paramilitares de la Cruz Flechada) fueron implacables hasta el final. Cuando las tropas soviéticas luchaban en la ciudad, los asesinatos prosiguieron. Un teniente húngaro describía unos acontecimientos que probablemente tuvieron lugar a mediados de enero de 1945: “Me asomé a la esquina de la Sala de Conciertos Vigadó y vi a las víctimas de pie en las vías de la línea del tranvías número 2, en una fila muy larga, completamente resignados a su destino. Los que estaban cerca del Danubio ya iban desnudos; los otros iban andando lentamente y se iban desnudando. Todo ocurría en un silencio absoluto, sólo roto por el ocasional sonido de un disparo o una ráfaga de metralleta. Por la tarde, cuando no quedaba ya nadie, volvimos a mirar. Los muertos yacían sobre su propia sangre sobre el hielo o flotando en el Danubio. Entre ellos había mujeres, niños, judíos, gentiles, soldados y oficiales” (citado por Ungváry, The Siege of Budapest, p. 302). La última palabra quedó para Ferenc Orsós, profesor de medicina húngaro que había pertenecido a la comisión internacional que investigó la masacre de Katyn: “Arrojad a los judíos muertos al Danubio, no queremos otros Katyn” (citado por Ungváry, The Siege of Budapest, ibíd.).

El corto Tell Your Children de 2012 dirigido por András Salamon resume esta historia en cinco minutos terribles cuando nos traslada a Budapest durante el invierno de 1944, a orillas del Danubio, una columna de mujeres, niños, bebés, ancianos, avanzan por la orilla del Danubio escoltados por la policía húngara de la Cruz Flechada. La Cámara avanza rápida, parece rodada en superocho, pretende subrayar el carácter documental, los brazos en alto, algunos rezan. Bajo la nieve, les obligan a desvestirse. Una niña llorando se aferra a las faldas de su madre con una mano, con la otra, un osito de peluche. La madre le susurra unas palabras al oído, podría sugerirle, “Escapa, corre”. Nadie habla. Todos parecen seguir un esquema fijo. Nadie pregunta nada. No hay quejas. Sólo el llanto de los niños y las plegarias de algunos hombres. Una patada al cochecillo que se sumerge en las aguas heladas mientras comienzan a atarles las manos, todos a una misma cuerda de alambre. Se descalzan. La madre ordena a la niña que corra a través de la fila. Un policía avanza detrás de ellos disparando en la nuca a cada paso. Suenan las ametralladoras. La cámara no enfoca a los actores, sólo escuchamos el sonido y las pisadas de la muerte de los Niylas en un compás maldito. Uno de los policías trae a la niña arrastrando para colocarla en un lugar determinado pero ésta escapa lanzándose al Danubio. Desde los apartamentos alquilados de la Legación española podían divisarse estos acontecimientos que

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aterrorizaban a los inquilinos, forzando alguno a tomar decisiones desafortunadas. Seguro que Sanz Briz conocía estos hechos.

El 13 de febrero de 1945, el Ejército rojo ocupó todo Budapest.

Perlasca

El heredero de la labor de Sanz Briz. Perlasca había luchado en la Guerra Civil Española en el Ejército Nacional, en la Corpo di trupe (CTV) y tras desertar del ejército italiano tras un viaje a Budapest, pidió pasaporte español al Encargado de Negocios. A partir de este momento se convertirá en fiel colaborador de San Briz. Cuando éste último se vio obligado a abandonar Hungría, Perlasca le suplantó como Cónsul Español en Budapest. El caos de esos primeros meses del 45 permitió a Perlasca seguir emitiendo documentos de identidad falsos hasta llegar a los 5.200. Documentos a los que ponía el sello de su predecesor y a los que ponía fecha previa a la salida de Sanz Briz de Budapest. Una labor que remató Giorgio Perlasca. Durante años, el mundo reconoció la labor de Perlasca y no la de Sanz Briz. Durante décadas, todos los honores se los llevó el italiano.

Traición o encubrimiento

¿Traicionó Perlasca a su fiel amigo y protector? No. Perlasca sólo intentó proteger a Sanz Briz. Al finalizar la contienda mundial, tras la derrota de Alemania, el gobierno franquista decide apuntarse el tanto de la gesta de su embajador, pese a que durante todo el tiempo había permanecido en silencio. Franco, a quien las potencias fascistas, Hitler y Mussolini habían ayudado en el conflicto fratricida español, supo jugar sus cartas para no ser condenado por las potencias vencedoras, “su Guerra” había sido una lucha contra el comunismo, no tanto una guerra fascista. El ambiente anticomunista y de Guerra Fría que siguió al término de la Guerra Mundial favoreció al dictador que siguió en el poder 38 años más, hasta su muerte. La verdad es que el régimen de Franco se mostró más que pasivo ante el exterminio nazi.

En una nota del Ministerio de Asuntos Exteriores de 1961 se expresa que: “El Estado español pecó, en algún caso por excesiva `prudencia y es evidente que una acción más rápida y decidida hubiera salvado vidas”. El gobierno había pedido a Sanz Briz que dijera que había actuado con el consentimiento del régimen.

Así contestó Sanz Briz a este requerimiento desde Nueva York en Noviembre de 1963: “Excmo. Sr, D. Fernando María Castiella. Ministro de Asuntos Exteriores. Madrid. Recabar enteramente para España y S. E. el Jefe del Estado el mérito de nuestra actuación, omitiendo para ello cualquier mención de la actividad que, en el campo humanitario, mantuvimos los escasos representantes de países neutrales (Suecia, Suiza, Turquía) bajo la acertada y vigorosa dirección del entonces Nuncio de su Santidad Monseñor Angelo Rotta”.

Pero mucho antes, en 1946, Sanz Briz escribía desde San Francisco a Perlasca y apelaba a su discreción: “No olvide usted que la decisión de meter gente en los locales de la Legación fue de mi propia iniciativa. Sin previo permiso de Madrid y motivada por el terror que entonces reinaba en la capital húngara. Acepte mi más sincero agradecimiento y no espere usted nada de nadie. Ni su gobierno ni ningún otro reconocerán sus méritos. Confórmese usted con la satisfacción de haber hecho una buena obra”.

El silencio

Sanz Briz había prometido que no hablaría y lo cumplió a rajatabla hasta el final de su vida. No fue sólo una promesa. No le gustaba ser considerado un héroe. Un busto y una plaza en

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Zaragoza y otro busto en el Ministerio de Asuntos Exteriores son el único recuerdo a la labor del diplomático.

Fuera de nuestras fronteras sí ha sido reconocido: el Museo Yad Vashem, el nombramiento el 18 de octubre de 1966 de “Justo de las Naciones”, la Cruz de la Orden del Mérito de la República Húngara o los homenajes que la ciudad de Budapest le dedica cada cierto tiempo son sólo una muestra.

Murió el 11 de junio de 1980. En las necrológicas de aquel día no hubo ni una sola mención a su trabajo en Budapest. Ni una sola referencia a su lucha contra el genocidio nazi.

Los rescatadores

“Quién salva una vida, salva a toda la humanidad”. Frase del Talmud es la referencia perfecta para Sanz Briz. En el “Jardín de los Justos” de Yad Vashem está inscrito su nombre junto a 2211 personas de 41 países.

¿Quién es el rescatador? El imperativo categórico kantiano afirma que: “Obra sólo según la máxima tal que puedas querer al mismo tiempo se torne en ley universal” Esto quiere decir, que tu acción sea ejemplarizante. Kant lo denomina “principio supremo del derecho”. Nos exige respetar el derecho de cada cual a obrar conforme a la ley moral, autónomamente, sin ningún tipo de coerción. Si la acción se representa como buena en sí, conforme en una voluntad que obra de acuerdo a la razón, evita la contradicción. Sin duda, el rescatador se deja llevar por esta máxima como también por aquella otra formulación: “Obra de tal modo que uses a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin, al mismo tiempo, y nunca solamente como un medio”. El fin no justifica los medios. La humanidad es un fin en sí mismo. El rescatador tiene en cuenta estos principios y actúa de acuerdo con ellos. La respuesta ante el horror y la injusticia no puede ser otra que la toma de partido en favor del bien y la humanidad.

Sanz Briz es un caso excepcional. Brilla por sí mismo. La España de Franco era una España oscura, triste, amarga, infeliz, bajo la represión del caudillo. Las cárceles estaban llenas de presos políticos. A las víctimas de la contienda hay que sumar las víctimas de la represión. En el país gobernaba un dictador asesino que el 19 de mayo de 1939, en el desfile de la Victoria había afirmado que: “No nos hagamos ilusiones: el espíritu judaico que permitía la alianza del gran capital con el marxismo, que sabe tanto de los pactos con la revolución antiespañola, no se extirpa en un día, y aletea en el fondo de muchas conciencias” (Francisco Franco Bahamonde, Palabras del Caudillo de 1937-7 de diciembre de 1942, Ediciones de la Vicesecretaría de Educación Popular, Madrid, 1943, p. 102).

La Guerra que se había librado contra la conspiración judeomasónica y bolchevique se reiteró en su mensaje de Fin de Año, el 31 de diciembre de 1939. Franco expresó su aprobación a la legislación alemana antisemita, declarando que la política hacia los judíos adoptada en el siglo XV por los Reyes Católicos había mostrado el camino a los nazis: “Ahora comprenderéis los motivos que han llevado a distintas naciones a combatir y alejar de sus actividades a aquellas razas en que la codicia y el interés es el estigma que les caracteriza, ya que su predominio en la sociedad es causa de perturbación y peligro para el logro de su destino histórico. Nosotros, que por la gracia de Dios y la clara visión de los Reyes Católicos hace siglos nos liberamos de tan pesada carga, no podemos permanecer indiferentes ante esta nueva floración de espíritus codiciosos y egoístas, tan apegados a los bienes terrenos, que con más gusto sacrifican los hijos que sus turbios intereses”. En el mismo discurso rechazó cualquier amnistía o reconciliación con los vencidos: “Es preciso liquidar los odios y las pasiones de nuestra pesada guerra, pero no al estilo liberal, con sus monstruosas y suicidas amnistías, que encierran más de estafa que de perdón, sino por la redención de la pena por el trabajo, con el arrepentimiento y con la

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penitencia; quien otra cosa piense, o peca de inconsciencia o de traición. Son tantos los daños ocasionados a la Patria, tan graves los estragos causados a las familias y en la moral, tantas las víctimas que demandan justicia, que ningún español honrado, ningún ser consciente puede apartarse de estos penosos deberes” (ABC (1 de enero de 1940). Omitido en compilaciones posteriores de los discursos de Franco, el texto íntegro se publicó entonces con el título Mensaje del Caudillo a los españoles: discurso pronunciado por S. E. el Jefe del Estado la noche del 31 de diciembre de 1939, Madrid, 1940, pp. 16 y 19-20).

La distancia que separaba Madrid de Budapest era una distancia no sólo geográfica. ¿Sabía Sanz Briz lo que ocurría en su país? ¿Compartía las tesis franquistas sobre los vencidos? ¿Hubiera demostrado igual humanitarismo en las cárceles franquistas? ¿Cómo entendía al nuevo régimen? La distancia que separaba Madrid de Budapest no sólo era una distancia geográfica, estas preguntas quedan sin respuesta por los pasillos de la historia. Cada cual juzgue por sí mismo. Los hechos delatan a las personas. Su labor en Budapest salvó a 5.200 personas de una muerte horrenda. Esto es un hecho. La categoría de “Justo de las Naciones” sirve para honrar a una categoría de hombres especiales que arriesgaron su vida por salvar otras. La cara y la cruz de una misma moneda. Mientras que Sanz Briz salvaba vidas en Budapest, el régimen franquista se mostraba despiadado y cruel con sus compatriotas vencidos. La luz y la oscuridad. El demonio de Franco frente al ángel de Budapest, desde luego dos actitudes contrapuestas. Dos realidades contrarias. ¿Cómo fue posible Sanz Briz en la España de Franco? Esta es la pregunta y, de ahí, su excepcionalidad.