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Este capítulo del libro Historia de la literatura Española comenta sobre la vida de Cervantes.
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Damaris González
Siglo de Oro II
Proyecto CRECE 21
Prof. V. Serrano
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CERVANTES Y EL QUIJOTE
La vida
Miguel de Cervantes Saavedra, cuarto hijo de los siete que tuvieron el cirujano Rodríguez
Cervantes y Leonor de Cortinas, nació en Alcalá de Henares (1547). No se sabe a ciencia cierta
donde transcurrió su infancia y adolescencia (¿Sevilla, Alcalá?), pues las primeras noticias se
refieren a sus estudios en Madrid.
A los veintidós años se embarca para Italia acompañando al cardenal Acquaviva y en
1571 interviene heroicamente e la batalla de Lepanto recibiendo heridas en el pecho y la mano
izquierda, de las que se enorgullecerá hasta su vejez. Su condición de soldado le lleva a tomar
parte en otras expediciones, militares, hasta que, regresando a España, es apresado, junto con un
hermano suyo, por los piratas Berberiscos. Comienza así un periodo de duro cautiverio en Argel,
que habrá de prolongarse más de cinco años. Cervantes intenta evadirse cuatro veces,
poniéndose en peligro por salvar a sus compañeros, y al fin es rescatado por los padres
Trinitarios, cuando estaba a punto de ser conducido a Constantinopla. Tiene entonces treinta y
tres años. Hasta Aquí su época heroica; de ahora en adelante una vida gris, llena de sin sabores y
privaciones.
Se instala en Madrid y al cabo de algún tiempo se casa con una joven de Esquivas-
Catalina de Salazar y Palacios-. Publica su primera obra-la Galatea-y, abandonando el pueblo de
su mujer, se dedica a recoger víveres para la Invencible. Viaja por diversas ciudades de
Andalucía en el desempeño de su cargo y encarcelado dos veces en Sevilla, una de ellas al
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quebrar el banquero en cuyas manos había depositado Cervantes los impuestos que cobraba para
la Hacienda, otra al no poder pagar a ésta ciertos atrasos.
Por fin lo hemos vemos visto en Valladolid. Tiene ahora cincuenta y siete años. Ha
terminado su afanoso ir y venir por las ciudades españolas, pero no sus infortunios. El asesinato
de un caballero, cometido frente a su casa, da lugar a un nuevo proceso, aunque nada puede
probarse contra él. Los últimos años de vida los pasará en Madrid. Acaba de publicar la primera
parte del Quijote y escribe incansablemente. Todavía pretende volver a Italia acompañando al
conde de Lemos, pero no lo consigue y, desvanecida su última ilusión, va dando rápidamente a la
imprenta sus últimas obras: Las Novelas Ejemplares, El Viaje del Parnaso, el teatro, la segunda
parte del Quijote. La muerte le sorprende el veintitrés de abril de 1616, pocos días después de
haber escrito la dedicatoria del Persiles.
Semblanza física y moral
Todavía se discute la autenticidad del retrato, firmado por Juan de Jáuregui, que conservamos
de Cervantes, pero sus rasgos coinciden con los descritos por el propio autor del Quijote en el
prólogo de las Novelas Ejemplares:
“Este que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de
alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada; las barbas de plata que no ha veinte
años que fueron de oro; los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos,
porque no tiene sino seis y eso mal acondicionados y peor puesto, porque no tienen
correspondencia los unos con los otros; el cuerpo entre dos extremos, ni grande ni pequeño; la
color viva, antes blanca que morera, algo cargado de espaldas y no muy ligero de pies; éste digo
que es el rostro del autor de la Galatea y de Don Quijote de la Mancha”.
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En cuanto a su semblanza moral, hay que destacar la dignidad y entereza con que supo
hacer frente a la adversidad. Su vida, si la comparamos con las de otras brillantes figuras de la
época-Lope, Quevedo, Calderón-nos causa impresión dolorosa, más por la oscura miseria de su
madurez que por los difíciles trances de su juventud, recordados más tarde con orgullo por el
propio Cervantes. Es cierto que la publicación del Quijote le proporcionó una gran fama, pero
este éxito tardío no consiguió aliviar sus estrecheces económicas ni quizá le elevó al lugar que le
correspondía en el ambiente literario de la época. Basta recordar una frase de Lope de Vega-“de
poetas…ninguno hay tan malo como Cervantes ni tan necio que alabe a Don Quijote”- y la
afirmación de un extranjero, según el cual, si Cervantes escribía para ganar el sustento, valía la
pena que continuase siendo pobre.
No obstante, el autor del Quijote superó todas las dificultades gracias a su extraordinaria
nobleza de ánimo, a su fe en los valores del espíritu y a su inquebrantable optimismo.
Formación cultural
Cervantes no fue un escritor inculto. Un estudio atento de sus obras ha demostrado que
conocía a fondo lo más importante de las doctrinas renacentistas y a los autores-italianos y
españoles-más importantes de su tiempo. Aparte de que su ideología se halla en todo de acuerdo
con la del siglo XVI, basta tener en cuenta las constantes alusiones a Aristóteles, Platón,
Horacio, Ariosto, León Hebreo, etc., o a los escritores españoles contemporáneo, para poder
afirmar que, aunque no fuese un sabio erudito, tampoco ignoraba lo esencial del pensamiento
humanístico. “No construye ciencia como Galileo o Descartes- dice un crítico de nuestro días
(1)-, porque su genio es de otra índole; pero conscientemente lleva a su obra, como elementos
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creadores, los supuestos primarios de la cultura de su tiempo. “No hay olvidar que pasó seis años
en Italia, donde aprendió la lengua del país, adquiriendo, de paso, una sólida formación literaria.
Las poesías
Cervantes mostró siempre una gran afición a escribir versos, pero los que compuso no se
hallan, ni con mucho, a la altura de la prosa. Él mismo tenía conciencia de ello y exclamaba:
Yo que siempre trabajo y me desvelo
Por parecer que tengo de poeta
la gracia que no quiso darme el cielo…
El valor de su producción poética deriva, más que de la habilidad técnica del autor, del
reflejo que en ella alcanza su rica personalidad y su aguda visión de las cosas. No constituye un
conjunto esencialmente lírico, pero abunda en matices de ironía, de gracia o de emoción
autobiográfica.
Gran parte de sus versos se hallan intercalados en las obras en prosa.
En la Galatea encontramos, además de insulsas canciones, el Canto de Calíope, donde elogia a
diversos poetas contemporáneos; en “La Gitanilla el bello soneto a Preciosa o el gracioso romance
Hermosita, hermosita; en el Quijote y el Persiles, varias composiciones en las que a veces se advierte la
influencia de Garcilaso, uno de sus poetas preferidos, etc. También el teatro contiene muestras líricas de
tipo popular.
Entre las poesías sueltas hay que citar el intencionado e irónico soneto Al túmulo de
Felipe II-uno de sus mejores acierto -, la Epístola a Mateo Vázquez, escrita durante su cautiverio
en Argel, y dos canciones a la Invencible, antes y después del desastres.
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El poema más largo es el Viaje del Parnaso, donde se pasa revista, con tono elogioso, a
los principales poetas de la época, reunidos antes Apolo. Fue publicados años antes de su muerte
y su mayor interés está en algunos fragmentos que, al aludir al propio Cervantes, revelan la
tristeza del último período de su vida.
El teatro
COMEDIAS EN VERSO.- La producción teatral de Cervantes –muy superior a la
poética-corresponde a dos épocas distintas. De la primera sólo ha llegado hasta nosotros un par
de obras, de las cuales la más importante es El cerco Numancia, vibrante apología del heroísmo
español, en la que intervienen personajes alegóricos –la Guerra, el Duero, la Fama…-.
Esta y otras obras perdidas-que según su autor se representaron con gran éxito-se hallan
dentro del tipo de teatro humanístico del siglo XVI. Todavía en la primera parte del Quijote,
Cervantes se burla del teatro popular de Lope de Vega ajeno a toda norma clasicista, v. g., la de
las tres unidades, pero pasados los años, y viendo el éxito que alcanzaba la técnica de Lope,
aceptó su reforma, porque “los tiempos mudan las cosas y perfeccionan las artes”. Resultado de
este cambio de orientación fueron las “Ocho comedias” que publicó junto con los “Ocho
entremeses” (en 1615) y que nunca vio representados.
Entre ellas destacan Los baños de Argel, el rufián dichoso y Pedro de Urdemalas. La
primera es una comedia de cautivo, donde evoca con gran fuerza dramática e intenso colorido su
cautiverio en Argel. El rufián dichoso pone en escena la vida pecadora, la conversión y la muerte
de Fray Cristóbal de Lugo. Pedro de Urdemalas, la mejor pieza del teatro cervantino, se
desenvuelve en un ambiente de picaros y gitanos. El protagonista, tipo pintoresco y simpático, se
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ve obligado al fin a renunciar al amor de Belica, al descubrirse el origen de ésta. Escenas
cómicas y motivos liricos populares dan interés a la obra.
Las comedias restantes son “de cautivos” -El gallardo español, La gran sultana -, “de capa y
espada” - La entretenida – y “caballerescas”- La casa de los celos y El laberinto de amor-.
En general, las comedias de Cervantes, aun las de la segunda época, difieren del teatro de
Lope en que insisten más en lo psicológico en la intriga novelesca. El desarrollo de la acción es
todavía algo tosco e inhábil, pero personajes adquieren a veces un gran relieve. Por estas razones,
su teatro no ha de considerarse como el de un discípulo de Lope, sino como el más importante de
la producción escénica anterior a éste, a pesar de las limitaciones de su técnica.
Los ENTREMESES: -Ofrecen un interés mayor que el de la comedia y son los más
logrados de todo el teatro español. Sus modelos fueron seguramente los Pasos de Lope de Rueda;
como ellos, son breves cuadro popular, escritos casi todos en prosa, pero resultan infinitamente
superiores por su vivacidad, su gracia desenvuelta y su maliciosa ironía. En conjunto constituyen
un repertorio de pequeñas obras maestras que acreditan a Cervantes como el mejor entremesista
del teatro español.
Los dos mejores in dudablemente El retablo de las maravillas y La guarda cuidadosa. El
primero es una aguda sátira, dotada de gran fuerza cómica, contra las conveniencias e hipocresías
sociales; su asunto coincide con el cuento de don Juan Manuel sobre los tejedores que hicieron el
paño mágico; sólo que aquí el ambiente es popular y “el paño” aparece substituido por un
“retablo”, o teatrillo, de figuras invisibles. La guarda cuidadosa nos presenta las rivalidades
amorosas de un soldado y un sacristán, que terminan con el triunfo del último. También abundan
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en situaciones divertidas Las cueva de Salamanca y El viejo celoso; ambas giran en torno al tema
del marido burlado.
Dignos de mención son, asimismo, El juez de los divorcios, en el que después de de
desfilar una serie de matrimonio mal avenidos, se afirma que “más vale el peor concierto, que no
el divorcio mejor”, y La elección de los alcaldes de Daganzo, visión humorística de unas
elecciones pueblerinas. Menor interés alcanzan El rufián viudo y El vizcaíno fingido. Entre los
atribuidos a Cervantes destaca el graciosísimo de Los dos habladores, en el que se intenta curar a
una mujer del vicio de charlatanería, enfrentándola con un sempiterno “hablador”
“La Galatea”, novela pastoril
Cervantes comenzó su carrera literaria con La Galatea (1585), novela pastoril al estilo de
la Montemayor. En ella su autor se limitó a seguir un género en boga, sin añadir nada sustancial.
La acción es lánguida, los versos intercalado-v. gr. el canto Calíope –bastante mediocres, y el
estilo muy cuidado, pero desprovisto de la vivacidad y soltura de las novelas posteriores. No
falta ninguno de los elementos esenciales de género: la idealización –a veces muy bella-del
paisaje, las desventuras sentimentales de los pastores –tras los cuales se ocultan personaje de la
época -, las disquisiciones sobre el amor platónico, siguiendo a León Hebreo, etc.
El mérito de la obra es escaso. Sin embargo, “La Galatea “nos revela aspectos
interesantes de la personalidad de su autor, por ejemplo, su devoción por los géneros literario e
ideas del Renacimiento (platónico, exaltación de la Naturaleza, idealización del mundo
pastoril)…; devoción que había de mantener hasta su vejez, prometiéndonos una segunda parte
de la novela, a pesar de que se daba perfecta cuenta de lo convencional del género y reconocía –
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irónicamente- que los pastores de la realidad pasan el día “espulgándose o remendando sus
abarcas”. Fue precisamente esta resistencia a abandonar los ideales de su juventud lo que hizo
posible el Quijote, en el que pugnan dramáticamente el optimismo y la visión desengañada de la
vida.
Referencia
García López, José. (1970). Historia de la literatura Española. Barcelona, Editorial Vicens-
Vives, S. A.