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CRÓNICA DE UN DESPILFARRO Por: Andrés Cabal Godoy (Docente de filosofía y pensamiento pedagógico NSSC) La pretendida revolución educativa del señor presidente Santos quiso ser demasiado tecnológica sin ser suficientemente sistemática; he ahí su error. Olvidando que, en la educación escolar, la tecnología en sí misma es inútil sino va acompañada de otra serie de procesos y aditamentos. Inútil en el mejor de los casos, porque en el peor, la tecnología por sí sola resulta restrictiva al pensamiento crítico y la curiosidad de los estudiantes. Ya Bernard Shaw lo había expresado en un epigrama perfecto: «La regla de oro es que no hay regla de oro». Pero ignorando esto, el gobierno y todos sus funcionarios educadísimos en términos universitarios, pero sumamente ignaros en materia de los distintos contextos del aula, las instituciones educativas y la calle en general, creyeron descubrir una regla de oro al pensar que el primer paso para disminuir la brecha entre la educación privada y lo que queda de la educación pública, era dotar irresponsablemente de artefactos tecnológicos a cada una de las caducas aulas e instalaciones físicas de nuestras actuales instituciones educativas. Quizás pensaron que el simple contacto directo con una Tablet, o un portátil, traería intrínseco la cultura ciudadana del cuidado de lo público y producirían por sí solas las reformas administrativas que cada colegio requeriría para hacer de esta tecnología algo útil en el ámbito educativo. Pero no siendo suficiente esta omisión, pues hasta la fecha la inteligencia artificial no se ha desarrollado suficientemente para educar por sí sola a un niño o a un adolescente, olvidaron detalles tan simples como la conectividad 1 , los nuevos requerimientos de electricidad 2 , la seguridad en cada una de las instituciones y, lo que es peor, la adquisición de un software educativo pertinente y debidamente licenciado. Aquí empezó mi frustración. En 2013 y 2014, mientras pertenecía al Consejo Directivo de mi institución, me informaba de las transformaciones que traería el proyecto TITA a la comunidad educativa. Se decía que por fin nuestras aulas de clases dejarían de hacerle honor a su historia centenaria, al modernizarse con equipos portátiles, proyectores y conexión a internet, y que los profesores seríamos capacitados para hacer un uso eficaz de todos esos nuevos recursos dentro del aula. Entonces esperaba con impaciente expectativa que llegara por fin el afamado proyecto TITA con todas sus influencias y renovaciones. Aguardaba con optimismo casi con ingenuidada un ingente equipo de técnicos e ingenieros que nos enseñarían nuevos programas y nuevos trucos tecnológicos para agregarlos al buen repertorio del manejo de las TIC que yo ya había desarrollado por mis propios medios, siguiendo no mi curiosidad, sino mi simple instinto de sobrevivencia pedagógica. Al fin llegaron (o empezaron a llegar, si es que todavía no han llegado del todo) un grupo de personas (no ingenieros) a mostrarnos una plataforma diseñada con Moodle, que aún se encontraba, o se encuentra, en construcción. Estaba llena de imperfectos, pero ya servía para realizarnos a los docentes una simulación de evaluación sobre nuestros conocimientos previos en TIC. Ahora no recuerdo la palabrita de la jerga tecnológica que le dan a eso, lo cierto es que o pensé: ¡Así que Moodle y conocimientos previos!, ¡Qué interesante pues nos vamos a poner construccionistas!”. Como ya me había instruido suficientemente construccionismo después de tres años de enseñar en la Normal y de tres años de presentar evaluación de competencias para los respectivos ascensos, me puse en la tarea de 1 Para la conectividad de 500 equipos se requiere no banda ancha sino una conexión dedicada con asimetría 1:1, mínimo de 6 gigas. 2 Para tener 500 equipos de cómputo en simultáneo se requiere un transformador de 150 KVA con una acometida trifásica de media o alta tensión.

Crónica de un despilfarro versión final 2

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CRÓNICA DE UN DESPILFARRO

Por: Andrés Cabal Godoy

(Docente de filosofía y pensamiento pedagógico NSSC)

La pretendida revolución educativa del señor presidente Santos quiso ser demasiado tecnológica sin ser

suficientemente sistemática; he ahí su error. Olvidando que, en la educación escolar, la tecnología en sí

misma es inútil sino va acompañada de otra serie de procesos y aditamentos. Inútil en el mejor de los

casos, porque en el peor, la tecnología por sí sola resulta restrictiva al pensamiento crítico y la

curiosidad de los estudiantes.

Ya Bernard Shaw lo había expresado en un epigrama perfecto: «La regla de oro es que no hay regla de

oro». Pero ignorando esto, el gobierno y todos sus funcionarios educadísimos en términos

universitarios, pero sumamente ignaros en materia de los distintos contextos del aula, las instituciones

educativas y la calle en general, creyeron descubrir una regla de oro al pensar que el primer paso para

disminuir la brecha entre la educación privada y lo que queda de la educación pública, era

dotar irresponsablemente de artefactos tecnológicos a cada una de las caducas aulas e instalaciones

físicas de nuestras actuales instituciones educativas. Quizás pensaron que el simple contacto directo

con una Tablet, o un portátil, traería intrínseco la cultura ciudadana del cuidado de lo público y

producirían por sí solas las reformas administrativas que cada colegio requeriría para hacer de esta

tecnología algo útil en el ámbito educativo. Pero no siendo suficiente esta omisión, pues hasta la fecha

la inteligencia artificial no se ha desarrollado suficientemente para educar por sí sola a un niño o a un

adolescente, olvidaron detalles tan simples como la conectividad1, los nuevos requerimientos de

electricidad2, la seguridad en cada una de las instituciones y, lo que es peor, la adquisición de un

software educativo pertinente y debidamente licenciado. Aquí empezó mi frustración.

En 2013 y 2014, mientras pertenecía al Consejo Directivo de mi institución, me informaba de las

transformaciones que traería el proyecto TITA a la comunidad educativa. Se decía que por fin nuestras

aulas de clases dejarían de hacerle honor a su historia centenaria, al modernizarse con equipos

portátiles, proyectores y conexión a internet, y que los profesores seríamos capacitados para hacer un

uso eficaz de todos esos nuevos recursos dentro del aula. Entonces esperaba con impaciente expectativa

que llegara por fin el afamado proyecto TITA con todas sus influencias y renovaciones. Aguardaba con

optimismo –casi con ingenuidad– a un ingente equipo de técnicos e ingenieros que nos enseñarían

nuevos programas y nuevos trucos tecnológicos para agregarlos al buen repertorio del manejo de

las TIC que yo ya había desarrollado por mis propios medios, siguiendo no mi curiosidad, sino mi

simple instinto de sobrevivencia pedagógica.

Al fin llegaron (o empezaron a llegar, si es que todavía no han llegado del todo) un grupo de personas

(no ingenieros) a mostrarnos una plataforma diseñada con Moodle, que aún se encontraba, o se

encuentra, en construcción. Estaba llena de imperfectos, pero ya servía para realizarnos a los docentes

una simulación de evaluación sobre nuestros conocimientos previos en TIC. Ahora no recuerdo la

palabrita de la jerga tecnológica que le dan a eso, lo cierto es que o pensé: “¡Así que Moodle y

conocimientos previos!, ¡Qué interesante pues nos vamos a poner construccionistas!”. Como ya me

había instruido suficientemente construccionismo después de tres años de enseñar en la Normal y de tres

años de presentar evaluación de competencias para los respectivos ascensos, me puse en la tarea de

1 Para la conectividad de 500 equipos se requiere no banda ancha sino una conexión dedicada con asimetría 1:1, mínimo de 6

gigas. 2 Para tener 500 equipos de cómputo en simultáneo se requiere un transformador de 150 KVA con una acometida trifásica de

media o alta tensión.

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resolver con seriedad todas esas preguntas. Quería obtener una alta puntuación, ya que pensaba que

habría algún tipo de división por grados y quería quedar en el más avanzado. Vaya sorpresa: era sólo

una simulación pueril e inútil (primer despilfarro de tiempo), puesto que todo el proyecto TITA se

basaba en una errónea premisa: “los docentes no saben nada de tecnología, si mucho los más

actualizados manejan bien el correo electrónico, el mouse y Word”. Entonces no habría grupos de

acuerdo a la pericia de cada cual (segundo despilfarro de tiempo) sino que cortarían por lo bajito, así

como se hace en el aula tradicional. Después comprendí que a un alto costo se nos quería enseñar una

gran lección: “en tu asignatura no hagas eso a tus alumnos más avanzados, porque puede ser un proceso

muy tedioso y estresante”. Lo sufrí y lo aprendí. Pero eso no era todo. Además, dentro de la

metodología del curso, habían montado una serie de actividades obligatorias que no te permitían avanzar

ni individualizar tu aprendizaje sino que te obligaba a recorrer un único sendero permitido. Eso era tan

aburrido que a no ser por la gran persistencia de mi tutora y su habilidad persuasiva, habría abandonado

esta formación de inmediato. Enseguida vino la siguiente sorpresa. Este curso te formaría para

enfrentar el contexto tecnológico real que te encontrarías en el aula: unos equipos sin conectividad y sin

software suficiente, ni licenciado (tercer despilfarro). De este modo se nos empezaron a presentar una

cantidad de aplicaciones gratuitas llenas de restricciones, muchas de las cuales ya caducaron en su

“versión free”, y me di cuenta de que no valía la pena invertir mucho tiempo en adquirir pericia en ello,

pues nunca tendría dinero para pagar las versiones completas y empecé a aplicar la ley del menor

esfuerzo, ya que no quería aficionarme a programas que luego no me darían. Así fue: al mes, varias de

las aplicaciones utilizadas en el primer momento ya no estaban disponibles en el segundo momento

TITA.

Pero no siendo suficiente con esto, había que hacer un proyecto, que probaría nuestro compañerismo y

nuestra capacidad para trabajar en equipo, así como hacemos en clases cuando la evaluación de trabajos

individuales nos desborda. Esto si fue algo muy valioso: aprendí que la capacidad de adaptación de los

docentes no tiene límites y que siempre estaremos allí, adaptándonos a lo que los tecnócratas de turno

que manejan el presupuesto y el sistema decidan hacer con nuestro trabajo.

Pero hubo otros despilfarros (no he terminado), buena parte de las sesiones se desarrollaban sin

conectividad y tocaba terminar las cosas en la casa (cuarto despilfarro), agregando más trabajo al que ya

nos entregaban los acompañantes pedagógicos los viernes (quinto despilfarro): Talleres y talleres y más

talleres. Mientras tanto, los equipos sin usarse guardados en las aulas sin conectividad. Las mesas

nuevas rayadas por la incultura de los estudiantes3 y ya desvencijadas por los requerimientos diarios de

las escobas (sexto despilfarro), los equipos bloqueados o con el Windows y el office sin licencia, el

colegio (o los colegios) abandonados por la SEM que siguen sin realizar ninguna reforma en sus

procedimientos para convertir a estos equipos en algo útil (séptimo despilfarro)… y mis conocimientos

en tecnología que siguen avanzando por su propia cuenta.

Finalmente me pregunto: ¿ha servido de algo este esfuerzo? Y la respuesta es sí. He aprendido que los

problemas de la educación no se solucionarán por este camino, y que en pocos años, sino meses, todos

esos equipos (como los laboratorios de ciencias) estarán obsoletos y la culpa será de nuevo de nosotros

los profesores. Entonces, sólo entonces, el gobierno descubrirá que fue un error haber despilfarrado

todo ese dinero que había podido invertir en la creación, por ejemplo, de muchos puntos VIVE

DIGITAL, con consolas de juegos y todo, dentro de los colegios. Hubo muchos despilfarros y faltan

más…

3 Esto, también, por culpa de los profesores.

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