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Egon Schiele en prisión

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EGON SCHIELE

EGON SCHIELEEN PRISIÓN

Traducción:Jorge SEGOVIA

MALDOROR ediciones

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La reproducción total o parcial de este libro, no autorizadapor los editores, viola derechos de copyright.

Cualquier utilización debe ser previamente solicitada.

Título de la edición original en lengua francesa:

Egon Schiele en prisonÉditions La fosse aux ours, 2003

©Primera edición: abril 2004

© Traducción: Jorge Segovia

Depósito legal: VG-138-2004ISBN: 84-933639-1-X

MALDOROR ediciones, [email protected]

www.maldororediciones.eu

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Pr ólogo

El 9 de mayo de 1912, cuando Egon Schiele me escribe desdeViena a Torbole –en el lago di Garda– sufre un profundo senti -miento de deterioro interior: “… como le digo, estoy acabado, ¡mesiento tan miserable! He pasado 24 días en prisión –¿estabausted al corriente?–. He sufrido de todo y en los próximos días leescribiré sobre lo que me ha ocurrido”.Las páginas que siguen traducen en palabras y en imágenes loque ha padecido durante esos 24 días. El tiempo transcurrido yla muerte del artista han creado la distancia que permite esclare -cer lo que aquel encierro de Schiele fue siempre en realidad: unmal golpe que no consiguió su objetivo, cuyo origen fue el excesi -vo celo de los guardianes de la moral, y el martirio doloroso deun artista incomprendido en vida.Schiele se vio obligado a moverse por caminos orillados de espe -sa maleza donde los prejuicios proliferaban como la mala hier -ba. Cuando disminuyó el riesgo, pronto aprendió, a sus expen -sas, que había otros paisajes equívocos, que tapices de flores pue -den cubrir muchas ciénagas. A la vida que Egon Schiele debiócompartir como ser humano con sus congéneres puede aplicarseesta dura sentencia de la hermana Hedwige: “Como ser human oque eres, conte mpla su vida de profunda miseria”.

Arthur Roessler

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Prisión de Neulengbach, 16 de abril de 1912

¡Al fin! ¡Al fin! ¡Al fin! ¡He aquí lo que aliviará un poco mis sufri-mientos! Al fin papel, lápices, pinceles, colores, para escribir ydibujar. ¡Qué tortura esas horas grises–grises, monótonas, infor-mes, que se parecen todas, anodinas, confusas y vacías, conmina-do a pasarlas desnudo, despojado de todo, como un animal, entreestos muros desolados y fríos! Alguien más débil interiormente se hubiese vuelto loco aquí, y –ala larga– también yo, a fuerza de permanecer anonadado día trasdía; por eso, cuando fui arrancado con violencia de mi ámbitocreativo, para tratar de no caer en la verdadera locura, me puse apintar –con mi dedo tembloroso mojado en mi amarga saliva–,paisajes y rostros en las paredes de la celda, sirviéndome de lasmanchas de la argamasa; después observaba cómo secaban pocoa poco, se difuminaban y desaparecían en el fondo de las paredes,como borrados por una mano invisible, poderosa y mágica.Ahora, felizmente, dispongo de nuevo de material de dibujo y conqué escribir; me han devuelto incluso la peligrosa navaja. Puedotrabajar y soportar así lo que de otra manera sería insoportable.Para conseguirlo, tuve que doblar la cerviz, me rebajé, hice unapetición, supliqué, mendigué y hubiese llorado si tuviera quepagar ese precio. ¡Oh, Arte todopoderoso, qué no sería yo capazde soportar por ti!

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17 de abril de 1912

El 13. El 13. El 13. ¡Trece veces el trece de abril! Anteriormente,el trece no me inspiraba ninguna aprensión supersticiosa, perohe aquí que ahora el día decimotercero del mes se ha converti-do en un día funesto. Fue el trece de abril de 1912 cuando mearrestaron y pusieron entre rejas por decisión del tribunal deldistrito de Neulengbach.¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?No lo sé; mi pregunta no ha obtenido respuesta.Las calles de Viena no retumban de gritos estridentes contra miencarcelamiento, porque nadie sabe aún que me han infligidoviolencia, hecho desaparecer como a través de una trampilla. Porlo demás, ¿gritaría alguien si se supiera? ¿Vendrían en miayuda? Sí, quizá G.K., y A.R., pero los demás se esconderíanmezquinamente; en cuanto a T.F., se comportaría como unjesuita, pondría un semblante impasible, alzaría los hombros yse sentiría moralmente superior a ese otro que soy yo, y liberadoen su fuero interno de alguien que para él es un obstáculo.¡En el infierno! No. No el Infierno con una gran “i” mayúscula.En un infierno muy preciso, vil, abyecto, sucio, miserable yhumillante al que se me ha arrojado con presteza.

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Polvo, telarañas, escupitajos,vaharadas de sudor, y tambiénde lágrimas, han manchado laargamasa sarnosa que se res-quebraja. En el lugar donde elcatre toca el muro, las man-chas son más numerosas y lacal está abrasada; trozos deladrillos rojo sangre sobresa-len allí completamente lisos yb rillan con un color gra s o ,como pulidos. Ahora sé lo quees una fosa; todo recuerda aquí

a las mazmorras. La visión de esa puerta espesa, brutal, maciza,con su enorme y sólida cerradura, que ni golpeándola con loshombros o el pie podría hacer vacilar, la mirilla con la válvula, loque se llama el banco o catre armado a partir de toscas vigasescuadradas, las viejas mantas hechas jirones –un caballo seestremecería de horror si con ellas le cubriesen los lomos– queextrañamente huelen a fenol o lisol y a sudor de hombres conhedor a moho y lanas animales; cuando se toma conciencia detodo eso, vivimos y revivimos todas las fosas de todos los tiem-pos, esos pozos de horror cavados en el suelo de las antiguas for-talezas, de los antiguos ayuntamientos, en los que se arrojaba ose dejaba pudrir a los prisioneros.

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Sólo el botón del timbre eléctrico sobre la cabecera del camas-tro desentona aquí, y hace alusión a los tiempos modernos. Ypor eso sé que no sueño, que no soy presa de visiones. No, nosueño, vivo, sufro; a menos que la vida sólo sea un sueño dondese castigan severamente las pesadillas.

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18 de abril de 1912

Estoy obligado a vivir entre mis propios excrementos, respiran-do un aire sofocante, deletéreo.Estoy sin afeitar, incluso no puedo lavarme como es debido. ¡Sinembargo soy un ser humano!, y sigo siéndolo aunque sea un pri-sionero: ¿nadie lo ha pensado?

El carc e l e ro ha entrado con su tintineo de llaves, hadejado un balde, una escoba y un cepillo en mi celda yme ordenó fre gar el suelo. ¿Está eso permitido? Infa m eex i gencia. Y a pesar de todo me he aleg rado: el simp l eh e cho de estar activo es una bendición. Froté y fre g u é ,l a vé y sequé con todas mis fuerzas.

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Las rodillas, la columna vertebral y los brazosaún están doloridos y los dedos magullados, lasuñas rotas. Esperaba el regreso del carcelero,casi orgulloso de lo que había hecho, y penséque iría a felicitarme. Cuando apareció, obser-vó el suelo, y, después, inmisericorde, lanzónauseabundos escupitajos en distintos lugares,y gruñó: “¿Tú llamas a eso fregar? Está peorque una porqueriza. Volverás a limpiarlo ahoramismo, ¡pero esta vez más te conviene dejarlocomo una patena!” De nuevo fui a llenar unbalde de agua, grande y pesado, me puse derodillas y froté y froté. ¿Cómo puede un hom-bre encontrar placer (¡ placer! – ¡destello divi-no!) en humillar tanto a los otros? ¿De dóndeviene esa maldad? ¿Cómo puede ser posible talinfamia? ¡Yo aún no estoy condenado! ¿Quéderecho tienen entonces a castigarme? Aquínadie sabe si aún no seré inocente, y si lo soy¿qué derecho les asiste para maltratarme? ¿Seprocede así con todos los preventivos? Estaríabien meter en chirona un día a todos los dipu-tados, así, visto y no visto, a f in de que esoslegisladores descerebrados sientan en su pro-pia carne –puesto que carecen de alma– lo quesignifica estar encarcelado.

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19 de abril de 1912

Acabo de pintar el sitio donde duermo. En medio del grismugroso de las mantas, una naranja radiante que me trajo V., laúnica emanación de luz en este espacio. Esa pequeña mancha decolor me procura una indecible sensación de bienestar.

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20 de abril de 1912

He dibujado el corredor que pasa ante las celdas, con el barati-llo que se ve tirado en los rincones, con los utensilios que utili-zan los prisioneros para limpiar su celda. Bien. Eso me hadevuelto un poco de equilibrio. Me siento purificado más quecastigado.

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21 de abril de 1912

Desde que puedo trabajar, el encierro se ha hecho un poco mássoportable. He dibujado el movimiento orgánico del cántaro deagua y la rudimentaria silla, y he realzado el dibujo con algunasmanchas de color.

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Igualmente, he pintado dos de mis pañuelos del mismo colorque la silla.

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22 de abril de 1912

Dios es eterno, y poco importa que el hombre le llame Buda,Zoroastro, Osiris, Zeus o Cristo; e intemporal como Dios es loque hay de más divino después de él: el Arte. El Arte no puedeser moderno; el Arte es eternal.

23 de abril de 1912

Echa tu mirada sobre mí, Padre Todopoderoso, Todopoderosohacedor, Altivo de ojos solares, Tú que estás aquí y en todas par-tes a la vez, y piensa si Tú quieres tolerar esos tormentos abru-madores y vergonzosos que se disponen a hacerme sufrir. Tusrayos X han radiografiado mi alma, Tú lo sabes todo de mí, estoydesnudo ante Ti, Tú me reconoces enteramente como Tu cria-tura. En consecuencia: si yo tropiezo, es en Tus caminos, a causade Tu voluntad; pero ¿sufrir por Tu voluntad? ¿Estar encerradopor Tu voluntad? ¿Es eso lo que me ocurre? ¿Tal vez durante uninstante has bajado los párpados y has cerrado los ojos, Tus ojosazules mar y cielo llenos de bondad, ante el destello plateado deTus mundos y astros orbitales o ante la rueda luminosa de Tu solde oro fundido, olvidándome así en ese instante? Pudo habersido así, y por eso Te imploro: ¡escúchame, confíame Tu oídoque no está cerrado a nada!

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24 de abril de 1912

No demasiado lejos de mí, lo bastante cerca para queescuchara mi voz si yo gritase, instalado en su sala deaudiencias, está un hombre que es juez o quién sabequé, un hombre, pues, que se considera mejor que losdemás, que tiene estudios, que ha vivido en la ciudad,ha frecuentado iglesias y museos, teatros y conciertos,e incluso sin ninguna duda exposiciones de arte, quecuenta, pues, entre las personas cultivadas, que ha leídoo cuando menos ha oído hablar de biografías de artistas¡y ese hombre puede asumir que yo esté encerrado enuna jaula! Ha dejado que me pudra aquí durante horas,durante días, y no se ocupa de mí en absoluto. ¿En quépiensa? ¿Qué conciencia tiene ese hombre?Quizá te n ga preocupaciones, quizá sea dist ra í d o ,¿quizá me ha olvidado? Deberé tal vez permanecermuchos meses en prisión; sí, quizá caiga enfermo aquí yme muera antes de que sea aclarada mi inocencia.Ninguna perspectiva de ayuda, ningún amigo está loca-lizable. No puedo informar a nadie de mi situación. K.,está en Attersee, R., está en el lago di Garda, y quiénsabe dónde se encuentran los demás.Pero aunque incluso estuviesen en Viena, ninguno deellos podría venir a liberarme de inmediato en vista deque me está prohibido escribir a quienquiera que sea.

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25 de abril de 1912

Ayer: súplicas –en voz baja, desalentadas, quejumbrosas–; gri-tos –altos y fuertes, insistentes, suplicantes–; sollozos, gemi-dos, desesperación, angustia, desesperación; para acabar, tum-bado a lo largo, aplastado, con los miembros congelados, enmedio de trances mortales, inundado de sudores fríos: ¡perseve-raré de buena gana por el Arte y por mi bienamada!

27 de abril de 1912

¿Qué haría en estos momentos si no tuviese el Arte? Qué terri-bles han sido esas horas incomprendidas, brutalmente arranca-do de sueños infinitos en los que no existe nada feo, solamentecosas sorprendentes, y sentirse arrastrado con violencia a unprimitivismo brutal y absurdo al que le falta todo lo que puedeembellecerlo, pues podría ser energía y fuerza. Amo la vida. Me gusta sumirme en las profundidades de todoslos seres vivos; pero aborrezco ese “tú debes” compulsivo, hos-til, que me tiene cautivo y quiere forzarme a llevar una vida queno es la mía, una vida empobrecida, funcional, útil, sin Arte y sinDios.

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28 de abril de 1912

De todas mis amistades, la de A.R., es la más fuer-te, la más pura, porque él me comp rende hasta lomás profundo, con su corazón. Comp re n d e m o scuando amamos, y siemp re deberíamos amarcuando comp re n d e m o s .

29 de abril de 1912

Si al menos yo supiese por qué me han met i d oen este luga r. Desde luego no a causa deldibujo. Au n que... Todo es posible en Au st ri a ,el país en el que Waldmüller se vio forzado ae s c ribir una súplica al fisco, en el que Ro m a kofue empujado al suicidio por ignora n te sc u rrelas, envidiosos y celosos, en el que pro-fe s o res de unive rsidad abandonaron escanda-l o s a m e n te un acto burlándose de Klimt.¿ Pe ro para qué todo esto? Pri s i o n e ro, estoyp ri s i o n e ro, estoy encerrado, no puedom ove rme, no tengo dere cho a hacer nada; ¡yen el ex te rior es ya pri m a ve ra, la tierra som-bría y húmeda exhala sus aromas, las saviasascienden, brotan las pri m e ras f l o re s !Q u i s i e ra pasear, ir hacia esas pra d e ras dei n n u m e rables f l o res, espiar al abrigo de losb rotes en f lor el canto de los pequeños pája-ros enamorados, de ojos bri l l a n tes, comog otas de color de esmalte o como enga stes dep i e d ras pre c i o s a s .

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1 de mayo de 1912

Soñé con Trieste, con el mar, con los mares abiertos. ¡Oh nos-talgia! Para consolarme he dibujado una embarcación ventrudade colores abigarrados, como las que vemos balancearse en elAdriático. Gracias a ella la nostalgia y la imaginación puedenizar las velas y navegar largo tiempo hacia islas lejanas, dondepájaros fantásticos se mueven y cantan en árboles increíbles.¡Oh, mar!

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¿Qué día? – ?! ?! –

Interrupción, cambio. He sido transferido a la prisión de SanPölten. El ge n d a rme se ha most rado muy amable. Un buen hombre .No me ha encadenado. Incluso me permitió fumar, con tal deque no me viesen.Aunque lo más agradable fue el viaje en tren. Me imaginé queestaba de vacaciones. Contemplaba por la ventanilla y veía loscampos verdeantes a medida que el tren avanzaba. Era un trenque se desplazaba lentamente, lo que en esta ocasión me alegróporque quería mirarlo todo, y despacio. Vi cosas hermosas: elcielo, las nubes, pájaros volando, árboles desgreñados y casastranquilas de tejados confortables y sólidos.

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Un día cualquiera

¿ C u á n to tiempo hace que estoy ya calcifi c a-do entre estos muros que la miseria de losh o m b res ha vuelto lepro s o s ?¿ C u á n to tiempo hace que no oigo los vien-tos blancos y mecedores sobre los ve r d e so n d u l a n te s ?¿Cuánto tiempo hace que no veo las nubes deblando algodón, los rocíos matinales, los atar-deceres de azur crepuscular? Sólo veo nubesnegras y negras.¿Todavía el sol, en su altivo vuelo, hace rodarsu gigantesco disco de oro incandescente porencima de la tierra temblorosa?En torno a mí todos los colores son apagados.Es espantoso. Sin colores: así es como debe deser el mundo de los condenados. ¡Un infiernoabrasador y rojo, pleno de ardiente fuego seríabello! Y como toda belleza nos hace feliz, ynos maravilla, ese infierno en llamas no seríaun castigo; únicamente la infinita monotoníagris–gris y el aburrimiento son el verdadero,terrible y satánico castigo. ¿Cuanto tiempo hat ra n s c u rrido desde que estoy encarc e l a d o ?Yo, que soy uno de los seres más libres pornaturaleza, atado únicamente a esta ley que noes la del mayor número.

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Mucho, mucho tiempo: ha pasado una eterni-dad. La duración del tiempo varía. El tiempopuede durar o precipitarse; se trata de unanoción real de diferentes niveles, según lo per-cibamos.

¡Un día más, un día de mayo!

Paseo por el patio de la cárcel. CiertamenteRoller es un gran artista, pero su patio de laprisión en Fidelio no es más que teatro, mien-tras que la pintura Patio de prisión de VanGogh es una verdad de las más sobrecogedo-ras: es arte grande.Tap-tap, trotar en círculo. Como dementes,siempre uno detrás de otro. Durante una hora.Ese anillo de hombres al trote me causa unaimpresión menos trágica de lo que esperaba eneste nauseabundo presente.Sentía sobre mí las miradas curiosas de losotros presos, y, yo, a mi vez, los miraba a elloscon asombro. Desde aquí y allá se dirigían amí. Al principio no comprendí sus palabrasmusitadas, cuchicheadas, gargoteadas, ventri-locuadas; se trataba de expresiones susurradasdel argot de los ladrones y chulos. Poco a pocoacabé por comprender lo que aquellos tiposquerían saber: por qué yo había “caído”, es

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decir por qué había sido arrestado. Respondíque ignoraba la razón. Ante lo cual sus rasgosse deformaron, volviéndose maliciosos, conmuecas de desprecio. Verdaderamente, inclu-so aquellos seres depra vados aún podíanhacer demostración de desprecio hacia otros.La mayoría también me preguntó si no teníauna “mascada” para ellos, una colilla o tabacopara mascar. Yo no tenía nada de eso. Uno deellos –un tipo robusto y pelirrojo, de ojos ver-diglaucos–, escupió sobre mis zapatos ameri-canos; insistía con encono en que se los diese,que se los cambiase por alguna de sus cosas.Un hombre ya mayor, el auténtico Schigolch,se movía hábilmente buscando mi proximi-dad. Se deslizaba sin parar y sin llamar la aten-ción delante del hombre que le precedía, hastaque justa m e n te se encontró det rás de mí,arrastrando los pies cerca de mis talones. Mehizo preguntas a las que no respondí porqueno las comprendía. También me preguntó porqué estaba allí. Se lo dije. Entonces se echó areir con una voz ronca y se lo susurró al queiba detrás de él, que también se echó a reir.Aquella risa reprimida, en sordina, se propa-gó a través de toda la formación de hombresque caminaban en círculo, hasta el que meprecedía. Se retorcía de risa. Después volvióla cabeza hacia mí, mostrando los dientes, se

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lamió los morros violáceos con su enorme len-gua hinchada y dijo: “Tú te has tirado a unamenor, ¿eh?”Me estremecí, como golpeado por el rayo: loque él sospecha podría muy bien ser lo quesospecha el tribunal. Hay tal vez una relaciónentre el secuestro imaginario de esa joven, a laque yo no conozco, y que ha vuelto hace tiem-po con sus padres o abuela, y mi arresto. Unavez que este pensamiento atravesó mi alma mesentí aliviado, tranquilo. Pues sé bien que ahíno puede ocurrirme nada, que ese “secues-tro” es fruto necesariamente de un malenten-dido, toda vez que nunca hubo un secuestro.En lo que concierne a esa desconocida, lascosas más bien han ocurrido así: En Neulengbach, cuando el tiempo lo permi-te, me pongo a trabajar en el exterior, al airelibre; primero en el jardín de mi casa, despuésmás lejos, también fuera, al azar de lo que meinteresa. Fue en esa ocasión cuando la joven,que acostumbraba a pasear por allí, me vio.Parecía tímida y al principio sólo me miraba delejos; un día sin embargo se aproximó y sedetuvo para mirarme trabajar. Llevaba en sumano el catálogo de la “Casa de los artistas”, yde manera bastante ostensible. No me preocu-pé. Me preguntó entonces si yo también iba aexponer en la “Casa de los artistas”. Era una

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pregunta tonta, pero yo no quise ofenderla; mecontenté con responderle que yo era un adver-sario implacable de la “Casa de los artistas”,porque allí sólo había funcionarios de la pintu-ra, etc. Ella me escuchó sin decir nada, des-pués me dio las gracias por mis explicaciones yse marchó. Volvió en otras ocasiones, ponién-dose a mi lado cuando yo pintaba en el exte-rior, entre la naturaleza; como hacía preguntasmuy simples y no demostraba ningún sentidopara el arte y la creación artística, su conversa-ción no me procuraba ningún placer, así queyo no decía entonces gran cosa. Después dejéde ve rla dura n te un cierto tiempo. Casi lahabía olvidado, cuando repentinamente unatarde de mal tiempo, de lluvia y tempestad, lla-maron en la puerta de entrada a la casa. V.,estaba conmigo, y nos preguntamos sorpren-didos quién con aquel tiempo de perros podíavenir tan tarde desde Viena, pues enNeulengbach no conocíamos a nadie. Abrí lapuerta y vi a la joven completamente empapaday manchada por el barro de aquellos caminosenfangados. Estaba pálida y muy excitada. Lallevé a la habitación donde habíamos encendi-do el fuego, pues yo estaba allí dibujando des-nudos, y se la presenté a V., que no pareciómuy contenta. Sin que yo le hubiese pregunta-do, la joven comenzó a contar que venía a refu-

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giarse en mi casa porque se le había hechoimposible vivir por más tiempo en casa de suspadres. Se echó a llorar y dijo que se sentíaincomprendida, atormentada, confinada porsu familia, en una palabra que la sometían atoda clase de agravios imaginables, hasta elpunto de que era incapaz de seguir sufriendoaquello y prefería partir a la aventura y refu-giarse en casa de los extraños antes que per-manecer con sus padres. Yo me sentía muyincómodo, sin embargo no pude decir nada,porque no podía ni quería rechazarla y ape-narla más. Entonces, V., vino en mi ayuda, explicándole ala joven que era imposible que permaneciesecon nosotros, no porque no deseáramos ayu-darla, cobijarla en nuestra casa, sino porqueno podríamos ayudarla, porque en uno o dosdías sus padres vendrían a sacarla a la fuerzade nuestra casa y que todo eso conduciría, eneste rincón perdido donde todo se sabe, a unenorme escándalo.

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Al principio, continuó llorando y sacudiendo su cabeza sinparar; después, cuando consiguió arrinconar las sospechas quealimentaba acerca de V., pareció reafirmarse en sus argumentos.Dijo que esperaba ir al día siguiente por la mañana a casa de suabuela –a Viena–, y nos rogó que la acogiésemos al menos aque-lla noche entre nosotros, pues en modo alguno regresaría a casade sus padres.

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¿Qué podía hacer yo? Afuera, el tiempo había empeorado; latempestad bramaba en torno a la casa aislada. Pesados golpes delluvia se abatían contra los cristales que tintineaban, el conduc-to de la chimenea gemía y aullaba, fuera la noche era negra y fría. Por eso le dije a aquella joven que tiritaba penosamente dentrode sus ropas mojadas que podía quedarse y dormir aquí con V.Quiso agradecérmelo besándome la mano, lo que por supuestoyo no toleré. V., se dirigió con ella a otra habitación para que sepusiera ropas secas. Cenamos juntos, bebimos cerveza y fuma-mos, y de esa manera permanecimos sentados durante algúntiempo charlando un poco de todas las cosas, después las dosjóvenes se fueron a dormir juntas. Yo me quedé solo, sumido enmis pensamientos. Al día siguiente por la mañana, nos encaminamos los tres aViena. Me despedí de ellas en Westbahnhof. V., siguió con la descono-cida para acompañarla a casa de su abuela, a donde a pesar detodo no se atrevía a ir sola. Yo había quedado con V., para el díasiguiente en Westbahnhof a una hora precisa, porque quería lle-varla a N., para que posara de nuevo para mí. Cuando fui a laestación y me dirigía hacia el tren, no daba crédito a lo que veíacuando descubrí a la joven esperando al lado de V. Dijo que apesar de todo no se había atrevido a presentarse en casa de suabuela, y que consecuentemente había dormido en el hotel conV., y que ahora regresaba a N. No encontré nada que decir aaquello, pues creía, qué duda cabe, que ella pensaba regresar acasa de sus padres. Y tampoco me sorprendí cuando en N., ellasiguió con nosotros hasta la casa y se quedo allí, pensando queno se decidía a regresar a su casa antes de que se hiciese de

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noche; no me convenía que ella permaneciesemucho tiempo en mi casa, pero no dije nada,no sé por qué. Así que permaneció hasta lacaída de la noche y volvió a pasar la noche enmi casa: entonces decidí hablar de ello con V.,una vez que la joven estuviese acosta d a .Convine, pues, con V., que le haría compren-der al día siguiente por la mañana a la desco-nocida que le era imposible permanecer mástiempo, y que tenía que llevarla a casa de susp a d res. Pe ro las cosas sucedieron de ot ramanera.A la mañana siguiente, yo estaba pintandoante mi caballete, cuando de súbito la joven sepuso a gritar “¡Dios mío, ahí viene mi padre!”Efectivamente: miré hacia fuera y vi a un hom-bre de cierta edad atravesando el jardín y acer-cándose hacia la casa. Sin esperar a que llama-ra, fui a su encuentro. Nos saludamos educa-damente bajo el umbral de la puerta, despuésdijo que sabía que su hija estaba en mi casa–personas que la habían visto le habían infor-mado de ello–, y que yo debía entregarle sindemora a la joven, pues si no me las vería enlos tribunales por corrupción de menores, yahabía puesto una denuncia, etc. A lo que lecontesté con tranquilidad que en primer lugarno podía ser cuestión de corrupción de meno-res, puesto que su joven hija, a la que yo ape-nas conocía y que no me interesaba en modoalguno, se había escapado por propia volun-tad de la casa paterna para entrar en mi casa

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una noche de tempestad y suplicarme que leofreciese cobijo esa noche, etc. Que nada lehabía ocurrido en mi casa, que había dormidocon V., la cual también había estado presenteen todo momento. “Bien. ¿Dónde está mihija?” preguntó el padre. Le dije: “Ahí, en lapieza de al lado” y le señalé la puerta. En esemomento se oyó un grito, después siguió unruido apagado. Nos precipitamos en la pieza ydescubrimos a la joven caída en el suelo, conmis grandes tijeras de cortar papel en la mano.Aquella pequeña idiota había intentado cor-tarse las venas por temor a su padre, pero nolo había conseguido, felizmente. O bien lastijeras estaban muy desafiladas, o bien ella nohabía sido lo bastante fuerte, o quizá la jovenfue to rpe o solamente fingía. Después dehaber discutido aún un poco, el padre y la hija,reconciliados –me pareció–, se march a ro njuntos. Yo me sentía dichoso, y di el asuntopor terminado.Parece que me equivoqué. En su alegría porhaber encontrado a su hija, probablemente elpadre olvidó retirar su denuncia por corrup-ción de menores, y he aquí que debo expiaruna falta que yo no he cometido. Voy a exigirser presentado ante un juez de instrucción, esnecesario que sea alguien bien situado, quec o mp renda las situaciones ex t ra o r d i n a ri a s ,para que yo pueda explicarle esta equivoca-ción.

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¡Mi arresto no es una equivocación!Yo no he sido arrestado a causa de la joven histérica sino másbien –como supongo tras las consultas con mi tutor– porquesospechan de mí actos de pedofilia con las jovencitas, a causa dela realización de dibujos eróticos, es decir obscenos, que yohabría mostrado a los niños o dejado llevar por inadvertencia.¡Ahora sé al fin por qué estoy “en chirona”!¡Es un escándalo!¡De una brutalidad casi inconcebible! ¡Una infamia! ¡Y unagran, gran estupidez! Es una vergüenza para la cultura, una ver-guenza para Austria que algo parecido pueda ocurrirle a unartista en su país. Yo nunca lo he ocultado: he realizado dibujos y acuarelas queson eróticos. Pero son obras de arte, puedo afirmarlo alto y fuer-te, y las personas que comprenden algo de eso lo confirmarán debuena gana. ¿No han concebido otros artistas imágenes eróti-cas? Rops, por ejemplo, no hizo otra cosa. Pero el artista no fueencerrado por eso. Ninguna obra de arte erótico es una porque-ría cuando vale por sus cualidades artísticas; la misma se trans-forma en porquería únicamente cuando el espectador es uncerdo. Cuántos nombres de artistas podría citar aquí, compren-dido el de Klimt; pero yo no quiero disculparme en modo algu-no de esta forma, eso sería indigno de mí. No niego, pues, nada.Declaro no obstante como falsas las alegaciones que me acusande haber mostrado conscientemente dibujos de ese tipo a losniños, a niños que yo habría pervertido. ¡Es falso! Sin embargoyo sé pertinentemente que existen muchos niños perversos. ¿Yqué significa de hecho “perverso”? ¿Han olvidado los adultoscómo fueron perversos, es decir cuánto las pulsiones sexualeslos animaban y excitaban cuando eran niños? Yo no lo he olvida-do, pues eso lo he sufrido atro z m e n te.

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Y estoy convencido de que el ser humano deberá sufrir tantotiempo los tormentos ligados a la juventud como sea capaz deexperimentar sensaciones sexuales.

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¡Ah! ¡De golpe todo se aclaraba! ¡La investi-gación en la casa! ¡El secuestro de mis dibu-jos! ¡Qué estúpido he sido, qué ciega confian-za! Eran dos. Tenían una apariencia humana.Vestían ropas abigarradas, de botoneras bri-llantes. Se acercaron más a mí, hablaron, seña-laron; yo no veía sus rostros, tropezaba conmáscaras. La avidez y la maldad animal, lapereza mental y la alegría maliciosa miraban aescondidas por detrás de los agujeros en formade mirilla que les servía de ojos. Y sus vocescomo de un disco rayado de gramófono, des-provistas de cualquier temblor que hubieseseñalado la presencia de un alma. Productos deun origen impuro, sin voluntad de corregirse,enteramente bajo el yugo de las pulsiones y elcaporalismo, no se pertenecían. Criaturas demalignos demonios. Un estremecimiento dehorror me heló el espinazo al contacto de esosefluvios animales. Un eclipse de sol ensombre-ció mi alma, y me sentí mal, agotado de ante-mano, ante la idea de tener que explicarme conesos dos emisarios de la policía. Re p e n t i -n a m e n te, se expandió en to rno un olor ahongo, a moho y fondo de cueva. Los dos policías –un gendarme y un munici-pal– se introdujeron subrepticiamente en mitaller para preguntar por lo que yo hacía. Lospadres de algunos niños que yo había dibujadose habían mostrado inquietos. Alguien debió

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soplarles aquella “inquietud” al oído. Los dosespías no encontraron nada de indecente en eltaller, pero creyeron que debían confiscarmeun dibujo que yo había clavado en la pared demi dorm i to rio –una acuarela realizada enK rumau–, que les pareció “escabro s a ” .Aquello era una solemne necedad y me pusenervioso. Les dije que no había nada de incon-veniente en ese dibujo y que había presentadootros –mucho más eróticos– en una exposi-ción de arte en Pra ga, solamente dura n tealgún tiempo, es verdad, ya que poco despuésfueron retirados por orden de la policía. Elge n d a rme me pre g u n tó si aún conserva b aesos dibujos de Praga; respondí que sí. Conuna expresión pueblerina y sonrisa de enten-dido, aquel instalador de trampas me invitó amostrárselos: “Vamos, no se preocupe, déje-nos ver esos chismes.” Y caí en la trampa.Saqué los dibujos del cajón en donde los guar-daba, y, como un imbécil, los pasé a los dedosamorcillados de aquellos dos tipos. Despuésde que examinaron todo el fajo, dibujo trasdibujo, el ge n d a rme dijo con voz seve ra :“ E stos dibujos son indecentes, tengo qu edepositarlos en el tribunal. Por lo demás, notardará en tener noticias.”No tuve noticias; pero esos cabrones me hanencerrado.

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Pueden, entonces –sí, comprendo ahora que se “puede”, ¡perono comprendo que tengan derecho a hacerlo!– privar a un hom-bre de su libertad, encerrar a un artista independiente, del queincluso no saben si ha cometido eso de que lo acusan. Por unasimple sospecha, o aún peor, por una denuncia de alguienmalintencionado o simplemente de alguien despistado. Eso esun rapto. Sí, la privación de libertad es aquí de hecho un atenta-do contra la libertad. No puedo comprender de ninguna maneraque haya podido ser encerrado, que haya podido serlo más quealgunas horas. No comprendo que esto haya podido ocurrir ytampoco comprendo por qué eso ha podido ocurrir. Ningúnniño ha sido pervertido por mí, por la sencilla razón de que yonunca les mostré esos dibujos; en cuanto a los mayores, lo cono-cían todo con detalles. Entonces ¿por qué? ¡Yo no soy sinembargo un malhechor! No violé, ni robé, ni asesiné, ni incen-dié; y si he pecado contra la muy delicada “sociedad” de loshombres, es únicamente porque existo.

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A mí no me falta buena voluntad, pero ¿cuál es la voluntad quemueve a los otros? Habrá que verlo. Nos incumbe, ni qué decirtiene, estar siempre preparados para sufrir todo aquello que lavida nos inflige. Lo que importa es evaluar y transmutar de otromodo lo que se ha vivido. Resuelto a no llevar la peor parte.

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Interrogatorios. Muy curioso. Muy turbador. A veces angustio-so. Preguntas cuya coherencia se me escapa. Una amabilidad dela que desconfío.

El “enjuiciamiento” concerniente al “secuestro de menor” estáparalizado desde hace tiempo, pero la instrucción del caso de los“dibujos pornográficos” prosigue. ¿Necesitan encerrarme poreso? ¿Teme el tribunal que me fugué? ¡Qué estupidez! El tribu-nal debe celebrar sesión próximamente. Bueno, sin embargo nollegarán tan lejos como para castrarme, no pueden, como nopueden castrar el Arte. ¿Qué es lo que todavía puede ocurrir-me? (Además de que lo que me ocurre es malo y tot almenteinjusto).

Viena, 8 de mayo de 1912

¡24 días de encarcelamiento! ¡Veinticuatro días o quinientassetenta y seis horas! ¡Una eternidad! La instrucción se desarro-lló de una manera lamentable, y he sufrido una indecible desgra-cia. Se me castiga terriblemente sin haber sido condenado.Durante la sesión del tribunal, uno de mis dibujos confiscados,el que colgaba en mi dormitorio, ¡fue quemado solemnementebajo la llama de una vela por el juez togado! ¡Auto de fe!¡Savonarola! ¡Inquisición! ¡Edad Media! Sí, corred a los muse-os y destrozar las mejores obras de arte. Quien desaprueba elsexo es una basura que mancilla, de la manera más vil, a los pro-pios padres que lo han engendrado.¡Todo aquel que no haya sufrido como yo deberá en adelanteavergonzarse ante mí!

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Una oscura histo ria deatentado contra las bue-nas costumbres llevará alp i n tor Egon Schiele asufrir la cárcel.En esta obra, bajo formade diario, se nos ofrece elrelato de esa detención.Ve i n t i c u a t ro días en elinfierno de un artista quese adelantó a su tiempo.

ISBN: 84-933639-1-X

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