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EL CUENTO DE LA PLAZA DE ARMAS Digamos que, este cuento que ahora te cuento no es tan cuento que digamos. Lino gozó de inmunidad, casi casi parlamentaria, hasta que ya no había consejo por estrenar para él y la paciencia del jefe se agotó en una explosión estentórea que hasta ahora remece los tímpanos del churre: - ¡Carajo, te me vas a tu casa, ya no te aguanto imbécil; solo jodes, jodes y jodes!. Fue la breve y suficiente reprimenda oficial. Papeleta en mano, a su casa, sin murmuraciones ni derecho a réplica. Él, por primera vez cabizbajo y con improvisada solemnidad, cruzó las rejas, el portón, abandonó el colegio y enrumbó titubeante, dubitativo el largo camino a su hogar. La verdad es que Lino era el clásico pendenciero de la época. Era un asiduo cliente de OBE (Orientación y Bienestar del Educando) en el turno diurno de la Gran Unidad Escolar Carlos Augusto Salaverry, él era hartamente conocido por los auxiliares disciplinarios que se paseaban con sus gestos adustos y palo en mano por las aulas, patios, talleres, gallineros, pampón y cuantos espacios ofrecía la gloriosa institución, Alma Mater de casi la mitad de sullaneros de esa noble y casi ingenua generación. Él era el autor, a veces anónimo, de cuanta jarana y conato de disturbio generó su promoción. Lo quejaba El Negro, Vitamina, sus promos y hasta las respetables cevicheras y refresqueras de los triciclos destartalados apostados en cada salida. Así que la sanción lindaba con lo justo y lo razonable de los tiempos. Como era de esperar en casa no hubo absolución de pecado ni de culpa. Don Romel, su padre, con locura de amor e indignación paternal hacía silbar la correa por los aires y junto a un látigo que deshilachaba media docena de lenguas imprimió en la piel del hijo la lección que hace tiempo debió aprender. El llanto agudo y tartamudeante de Lino junto al jadeo, reprimendas y ojos vidriosos de su padre parecían entonar una lúgubre y sacra melodía que la madre remató con una sabia sentencia:

El cuento de la plaza de armas

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Page 1: El cuento de la plaza de armas

EL CUENTO DE LA PLAZA DE ARMAS

Digamos que, este cuento que ahora te cuento no es tan cuento que digamos.

Lino gozó de inmunidad, casi casi

parlamentaria, hasta que ya no había

consejo por estrenar para él y la

paciencia del jefe se agotó en una

explosión estentórea que hasta ahora

remece los tímpanos del churre:

- ¡Carajo, te me vas a tu casa, ya no

te aguanto imbécil; solo jodes, jodes y

jodes!.

Fue la breve y suficiente reprimenda

oficial. Papeleta en mano, a su casa,

sin murmuraciones ni derecho a

réplica.

Él, por primera vez cabizbajo y con improvisada solemnidad, cruzó las rejas, el portón,

abandonó el colegio y enrumbó titubeante, dubitativo el largo camino a su hogar.

La verdad es que Lino era el clásico pendenciero de la época. Era un asiduo cliente de OBE

(Orientación y Bienestar del Educando) en el turno diurno de la Gran Unidad Escolar “Carlos

Augusto Salaverry”, él era hartamente conocido por los auxiliares disciplinarios que se

paseaban con sus gestos adustos y palo en mano por las aulas, patios, talleres, gallineros,

pampón y cuantos espacios ofrecía la gloriosa institución, Alma Mater de casi la mitad de

sullaneros de esa noble y casi ingenua generación. Él era el autor, a veces anónimo, de cuanta

jarana y conato de disturbio generó su promoción. Lo quejaba El Negro, Vitamina, sus promos

y hasta las respetables cevicheras y refresqueras de los triciclos destartalados apostados en

cada salida. Así que la sanción lindaba con lo justo y lo razonable de los tiempos.

Como era de esperar en casa no hubo absolución de pecado ni de culpa. Don Romel, su

padre, con locura de amor e indignación paternal hacía silbar la correa por los aires y junto a un

látigo que deshilachaba media docena de lenguas imprimió en la piel del hijo la lección que

hace tiempo debió aprender. El llanto agudo y tartamudeante de Lino junto al jadeo,

reprimendas y ojos vidriosos de su padre parecían entonar una lúgubre y sacra melodía que la

madre remató con una sabia sentencia:

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- Yo no mantengo vagos; mañana se me va de ayudante de su padre. ¡¿Entendió?!.

Dicho y hecho. Apenas se hizo el día se vistió de albañil igual que su padre y escuchó entre

tierno y autoritario:

- Vamos, la Plaza de Armas de Sullana nos espera.

Había que colocar losetas y construir la pileta. Ese primer día la tarea para Lino y otros

ayudantes fue excavar terreno para hacer un hueco de 3 m de ancho por 3 m de largo hasta

que se les diga basta. Así que excave y excave; lampa, pico, barreta y chicha. Contaba los

metros con angustia: uno, uno y medio, dos. Se sentía en el purgatorio por la mezcla de sol,

calor, sudor, rabia, cansancio, fatiga y dolores musculares. Chicha, inspiración profunda y a

seguir excavando. Hasta que repentina e instintivamente pega un brinco inusual y sale gritando

de su hoyo:

- ¡Pa! … ¡pa!… ¡Corre papá!...... ¡Apúrate, ven, mira!.

Don Romel angustiado y con presagio de mal agüero se impulsa a ritmo de velocista olímpico:

- ¿Qué pasó hijo?... ¿Qué te pasó?...

- ¡Ven!; ¡Mira!... La barreta se me hundió solita como a Manco Cápac en el cerro Huanacaure.

¡Mira!.

Sin que la calma se apropie de

sus emociones ingresan

violentamente al hoyo,

desempolvan rápidamente y se

encuentran con palmeras

trabajadas y muy bien

reforzadas.

- Es un techo hijo. ¡Pa su

diantre!.

Con enorme esfuerzo separan

un grupo de palmas hasta que

sus manos sintieron el vacío y

sus ojos fueron testigos de lo inesperado:

- Pa, es un cuarto, una habitación… Tengo miedo.

- Tranquilo hijo... Mira, los adobes son grandazos, de esos no hay por acá… ¿Qué hacemos?,

nos vayan a suspender “la peguita”, nosotros necesitamos trabajar… Ah, ya sé, deja un rato

hijo, no hagas nada, voy a dar cuenta al Concejo.

Page 3: El cuento de la plaza de armas

Y don Romel se fue. A la media hora llegó un funcionario municipal a paso apurado, la

brillantina en su copete era imponente, sus ojos agrandados, sus orejas enrojecidas y su voz

trémula y apurada eran la exteriorización de preocupación, temor y rabia. Dijo:

- No hagan bulla, tapen todo, este es un hallazgo cultural, si los periodistas se enteran no nos

dejan trabajar y ustedes tendrán que ser despedidos. Así que hagan lo que les digo.

Padre e hijo obedecieron fielmente al funcionario.

Ahora Lino ha superado el medio siglo de vida y también ha superado la sanción colegial,

maneja redes sociales y sirve al pueblo como profesional. Afirma que este recuerdo lo hace

sentir en deuda con la cultura de su comunidad y como hechizo asalta su existencia para

retornarlo hacia esta vivencia de la adolescencia.

Cuando Lino se enteró que la Plaza de Armas entró en demolición la angustia aceleró su

corazón, pero también avivó la ilusión de volver a encontrarse con el techo de palma, el adobe

y la oscura habitación.

Por “inbox” me escribió: “En superior el profesor Cándido me había desaprobado en historia,

pero cuando le conté y fundamenté esta experiencia dio pasos agigantados de la incredulidad

hacia la fe. Ojalá esa actitud tuvieran los responsables del proyecto Plaza de Armas para

explorar como hace más de cuatro décadas el mismo cuadrante y no sepulten, como

entonces, la evidencia”.

Tranquilo Lino,

si la evidencia matan tú no eres el asesino.

Ten esperanza Lino,

vendrán tiempos de pensamiento más fino.

No te incomodes Lino,

si se mofan los que no entienden un pepino.

Ya verás Lino,

la sullaneridad es nuestro camino.

He cumplido contigo Lino,

por el ayer, el hoy y nuestro destino.

Sé que sonríes Lino,

no necesito ser adivino.

Bueno, me llamas o escribes Lino,

apenas leas el cuento que aquí termino.

SIGIFREDO SÁNCHEZ CRISANTO

Sullanero