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EL RATONCITO “GRIS PERLA” Érase una vez que se era un ratoncillo de poca edad, bonito, lindo y de brillante pelo, rabito proporcionado y muy atractivo. Aunque era gris como la mayoría de sus semejantes, su gris era más sereno y delicado; de ahí, su nombre: Gris Perla. Gris Perla había tenido mucha suerte en la vida, porque además de nacer en una ratonera agradable, en terreno fácil para excavar, con galerías subterráneas -y situada muy próxima a unos grandes almacenes, de donde conseguía alimentos que roer con facilidad-, también tenía la dicha de ser un ratoncito muy querido por donde quiera que iba. Cuando Gris Perla nació, los demás ratones lo acogieron con gran alegría y cariño, dando una gran fiesta en la que no faltó de nada: música, baile, juegos, disfraces y, especialmente para esta ocasión, hubo un enorme queso entero, que había caído desde un camión durante la descarga en el supermercado más cercano. Gris Perla salía a menudo de su ratonera para pasear solito por los alrededores. En uno de sus paseos, su corazoncillo comenzó a latir aceleradamente al ver por primera vez a unos animalitos que, para su asombro, se parecían mucho a él y a los ratones que conocía hasta entonces. Tenían grandes ojos, miradas huidizas, pelaje de color negruzco. Eran también regordetes, con dientes grandes y afilados, y de cola larga. Otros eran más delgados, con unas patas más largas con las que se movían rápidamente. Gris Perla se asustó mucho y corrió hasta su ratonera, donde se tranquilizó mientras olvidaba lo que habías visto… Pero… cada vez que salía, volvía a encontrarse cada vez más con estos extraños animales… Gris Perla sentía un miedo inexplicable que le impedía acercarse a ellos, a pesar de que ellos no parecían querer hacerle daño. Así, un día Gris Perla se sintió capaz de aproximarse y… ¡Sorpresa! ¡ERAN RATONES! ¡Eran ratones igual que él, pero de distinto color y diferentes costumbres! Al tener la boca y los ojos más grandes que él, Gris Perla se había impresionado tanto que el miedo no le dejaba pensar; pero ahora con más tranquilidad, sabiendo ya la verdad, empezó a acercarse cada vez más a ellos a medida que su miedo desaparecía. A estos nuevos ratones parecía gustarles otros quesos, y construían sus ratoneras de forma diferente…en fin, nada que motivara el miedo que había sentido Gris Perla. Llegó el momento de apuntarse al colegio y Gris Perla se sorprendió al ver que los nuevos ratoncillos eran mucho más espabilados y vivos que él en el arte de escapar de los gatos del barrio. ¡Claro, habían sufrido y superado tantas contrariedades hasta llegar a este lugar!

El ratoncito gris perla

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EL RATONCITO “GRIS PERLA”

Érase una vez que se era un ratoncillo de poca edad, bonito, lindo y de brillante pelo, rabito

proporcionado y muy atractivo. Aunque era gris como la mayoría de sus semejantes, su gris era más

sereno y delicado; de ahí, su nombre: Gris Perla.

Gris Perla había tenido mucha suerte en la vida, porque además de nacer en una ratonera

agradable, en terreno fácil para excavar, con galerías subterráneas -y situada muy próxima a unos

grandes almacenes, de donde conseguía alimentos que roer con facilidad-, también tenía la dicha de

ser un ratoncito muy querido por donde quiera que iba.

Cuando Gris Perla nació, los demás ratones lo acogieron con gran alegría y cariño, dando una gran

fiesta en la que no faltó de nada: música, baile, juegos, disfraces y, especialmente para esta ocasión,

hubo un enorme queso entero, que había caído desde un camión durante la descarga en el

supermercado más cercano.

Gris Perla salía a menudo de su ratonera para pasear solito por los alrededores.

En uno de sus paseos, su corazoncillo comenzó a latir aceleradamente al ver por primera vez a

unos animalitos que, para su asombro, se parecían mucho a él y a los ratones que conocía hasta

entonces. Tenían grandes ojos, miradas huidizas, pelaje de color negruzco. Eran también regordetes,

con dientes grandes y afilados, y de cola larga. Otros eran más delgados, con unas patas más largas

con las que se movían rápidamente.

Gris Perla se asustó mucho y corrió hasta su ratonera, donde se tranquilizó mientras olvidaba lo

que habías visto… Pero… cada vez que salía, volvía a encontrarse cada vez más con estos extraños

animales…

Gris Perla sentía un miedo inexplicable que le impedía acercarse a ellos, a pesar de que ellos no

parecían querer hacerle daño. Así, un día Gris Perla se sintió capaz de aproximarse y… ¡Sorpresa!

¡ERAN RATONES! ¡Eran ratones igual que él, pero de distinto color y diferentes costumbres! Al tener

la boca y los ojos más grandes que él, Gris Perla se había impresionado tanto que el miedo no le

dejaba pensar; pero ahora con más tranquilidad, sabiendo ya la verdad, empezó a acercarse cada vez

más a ellos a medida que su miedo desaparecía.

A estos nuevos ratones parecía gustarles otros quesos, y construían sus ratoneras de forma

diferente…en fin, nada que motivara el miedo que había sentido Gris Perla.

Llegó el momento de apuntarse al colegio y Gris Perla se sorprendió al ver que los nuevos

ratoncillos eran mucho más espabilados y vivos que él en el arte de escapar de los gatos del barrio.

¡Claro, habían sufrido y superado tantas contrariedades hasta llegar a este lugar!

Además, los nuevos ratones parecían soportar muy bien el frío y el calor, así como el

hambre…¡Habían cambiado tanto de ratonera…!

Gris Perla había sido criado por sus padres con libertad y respeto, y comprendió el valor de

aprender y respetar a los demás, por diferentes que fueran, así que a partir de ese día procuró

fomentar un área ratonil donde reinara la convivencia y el respeto entre todos los ratones.

Autora:

Ana Luque Ruiz.