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Europa y la amenaza de las minorías culturales Una recusación a La sociedad multiétnica de Giovanni Sartori Carlos Arturo Caballero La fragmentación de los Estados-nación Cuando Hernán Fuentes declaró que la región Puno debía constituirse en una nación independiente, Santa Cruz y otros departamentos del oriente boliviano decretaban unilateralmente su autonomía frente al centralismo paceño, hecho que reforzó la postura separatista del presidente regional de Puno. Amparado en la existencia de una nación aymara —discurso apoyado por el partido nacionalista de Ollanta Humala y seguramente, con fines más estratégicos que ideológicos, por el bolivarianismo chavista — además de la postergación histórica en la que el Estado ha mantenido a las zonas altoandinas y en los recursos logísticos que le permiten su calidad de presidente regional, Fuentes pretendió sacar provecho de la crisis boliviana. Estas declaraciones motivan, en primer lugar, una reflexión sobre el matiz ideológico detrás del discurso separatista; en segundo lugar, acerca de lo referente a los límites del pluralismo y la tolerancia; y, finalmente, en torno a la interpretación de los medios de comunicación sobre el particular. Toda reivindicación de la identidad lleva implícita una lucha por el equilibrio del poder, es decir, en la medida que busca contrarrestar la hegemonía que la oprime. El problema surge cuando, en aras del pluralismo y la tolerancia, se distorsiona el sentido de la convivencia multicultural, lo cual da lugar a que las minorías recurran a la intolerancia y a la negación del pluralismo para aquellos que no comparten sus valores culturales. Visto así, un proyecto confrontacional de las minorías es tan perjudicial como la aplastante hegemonía cultural que las sojuzga, pues solo traslada el conflicto hacia el otro lado, si es que no lo multiplica en todas direcciones: la aspiración de reconocimiento, el pluralismo y la tolerancia no deben entrar en conflicto con el respeto mutuo que cada cultura requiere para que la convivencia intercultural no derive en enfrentamiento multicultural. En otras palabras, nadie desea una balcanización de los andes. 1

Europa Y La Amenaza De Las Minorias Culturales

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Europa y la amenaza de las minorías culturales Una recusación a La sociedad multiétnica de Giovanni Sartori

Carlos Arturo Caballero

La fragmentación de los Estados-nación

Cuando Hernán Fuentes declaró que la región Puno debía constituirse en una nación

independiente, Santa Cruz y otros departamentos del oriente boliviano decretaban

unilateralmente su autonomía frente al centralismo paceño, hecho que reforzó la postura

separatista del presidente regional de Puno. Amparado en la existencia de una nación

aymara —discurso apoyado por el partido nacionalista de Ollanta Humala y

seguramente, con fines más estratégicos que ideológicos, por el bolivarianismo chavista

— además de la postergación histórica en la que el Estado ha mantenido a las zonas

altoandinas y en los recursos logísticos que le permiten su calidad de presidente

regional, Fuentes pretendió sacar provecho de la crisis boliviana.

Estas declaraciones motivan, en primer lugar, una reflexión sobre el matiz ideológico

detrás del discurso separatista; en segundo lugar, acerca de lo referente a los límites del

pluralismo y la tolerancia; y, finalmente, en torno a la interpretación de los medios de

comunicación sobre el particular. Toda reivindicación de la identidad lleva implícita

una lucha por el equilibrio del poder, es decir, en la medida que busca contrarrestar la

hegemonía que la oprime. El problema surge cuando, en aras del pluralismo y la

tolerancia, se distorsiona el sentido de la convivencia multicultural, lo cual da lugar a

que las minorías recurran a la intolerancia y a la negación del pluralismo para aquellos

que no comparten sus valores culturales. Visto así, un proyecto confrontacional de las

minorías es tan perjudicial como la aplastante hegemonía cultural que las sojuzga, pues

solo traslada el conflicto hacia el otro lado, si es que no lo multiplica en todas

direcciones: la aspiración de reconocimiento, el pluralismo y la tolerancia no deben

entrar en conflicto con el respeto mutuo que cada cultura requiere para que la

convivencia intercultural no derive en enfrentamiento multicultural. En otras palabras,

nadie desea una balcanización de los andes.

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Para ciertos analistas políticos, si la desintegración del Estado-nación está teñida de un

tinte neoliberal, como efectivamente ocurre en Santa Cruz, es positiva; pero si aquella

posee un sesgo “izquierdista”, debe combatírsele sin cuartel. La efervescencia mediática

y el beneplácito con que fue recibida la noticia del referéndum por las autonomías en

Bolivia, en determinados sectores del periodismo político ultraneoliberal, y, por otro

lado, la andanada de críticas a la propuesta de Fuentes, merecen un análisis detenido

para otro momento, ya que tal optimismo y censura, respectivamente, no son casuales

ni espontáneos, sino que obedecen a un reflejo sintomático de los medios de

comunicación que cierran filas en defensa de una ideología dominante: medir el

progreso de una nación por el grado de apertura económica de sus mercados, la

inversión privada y la cantidad, mas no calidad, de trabajo. Por supuesto, ningún

analista político desea que el presidente lo llame “perro del hortelano”.

Lo acontecido en Bolivia y las pretensiones de Hernán Fuentes podrían ser el preámbulo

de un proceso de desintegración de los Estados-nación latinoamericanos. En Europa,

dicho proceso se ha ido acentuando progresivamente en los últimos 20 años; luego de la

caída del muro de Berlín y del colapso de las repúblicas socialistas de Europa Oriental,

el mapa del viejo continente ha cambiado mucho: nuevas repúblicas se erigen allí donde

antes existía una confederación o una nación aparentemente integrada. Es el caso de la

naciente república de Kosovo, escenario de una cruenta guerra de carácter étnico-

religioso, la cual ha tenido que enfrentar el rechazo de un sector de la población serbia

que no admite su soberanía.

¿Cuándo el multiculturalismo alienta la desintegración?

En este sentido, cabe preguntarnos ¿Cuándo el multiculturalismo alienta la

desintegración? Giovanni Sartori elabora una respuesta en La sociedad multiétnica

(2001). Sartori es reconocido internacionalmente como un experto en los problemas de

la democracia occidental. Entre sus trabajos más importantes se encuentran Ingeniería

constitucional comparada (1994), ¿Qué es la democracia? (1997), Homo videns: La

sociedad teledirigida (1998) y Política: lógica y método en las ciencias sociales (2007).

De otra parte, alterna la investigación política con la docencia universitaria.

Actualmente, es profesor emérito de la Columbia University de Nueva York, donde ha

enseñado durante los últimos veinte años.

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En La sociedad multiétnica, Sartori aborda el tema del pluralismo y el

multiculturalismo, afirmando al inicio que la comprensión de ambos términos está

sumergida en un profundo malentendido cuyo desenlace deriva en la acentuación de los

conflictos culturales. El objetivo del ensayo consiste en definir y, a la vez, diferenciar

ambos conceptos para que quede claro el riesgo que implica, en primer lugar,

confundirlos, y en segundo lugar, exaltar el multiculturalismo. La primera parte,

“Pluralismo y sociedad libre” trata sobre los límites que debe establecer una sociedad

abierta para no verse socavada a sí misma debido a las excesivas concesiones otorgadas

a las minorías en favor de un pluralismo ilimitado. La segunda parte,

“Multiculturalismo y sociedad desmembrada” desarrolla el concepto de

multiculturalidad en directa oposición al de pluralismo con el objeto de diferenciarlos

para luego destacar los peligros que entraña una sociedad multicultural: su

desintegración.

Si bien la noción de pluralismo es difícil de precisar, ya que, a través del tiempo ha

adquirido diversos significados, ello no debe ser pretexto para evadir su explicación. Es

por ello que Sartori pretende reconstruir el justo valor de este concepto. Considera que

el pluralismo no consiste simplemente en la existencia de variedad o diversidad, sino,

además, de reconocimiento de los derechos propios como extensivos a los otros.

También implica interacción entre los elementos diversos mediante la discrepancia. En

relación con esto último, destaca que la democracia liberal se ha construido sobre la

base del reconocimiento de la diversidad, en la cual se practica el disenso en oposición a

las ideologías del pensamiento único.

A través del rastreo histórico que hace del término pluralismo, el autor resalta que este

concepto perdió su sentido original cuando se lo redujo a una teoría de la sociedad

multigrupo y a una teoría política de los grupos de interés. En ambos casos, subsiste la

idea de que la sola existencia de la variedad asegura el pluralismo, lo cual es errado

porque, afirma, pluralismo no es sinónimo de plural. Sartori entiende el pluralismo

como una cualidad de las sociedades en las que la diversidad de sus miembros no es

obstáculo para la interrelación, el consenso ni las concesiones recíprocas. En cambio, lo

plural (pluralidad) enfatiza la multiplicidad de lo diverso, mas no la interrelación de los

elementos constituyentes de la diversidad.

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Tal precisión es requisito para explicar el multiculturalismo, debido a que este, según

Sartori, distorsiona el recto sentido del pluralismo al convertirlo en pluralidad. Y es que

el multiculturalismo equivale a una fragmentación en cadena en la que cada grupo

enarbola la bandera de su propia identidad confrontándola con las que la rodean. Al

inicio de la segunda parte, aclara que pluralismo y multiculturalismo no son en sí

mismas nociones opuestas. Si el multiculturalismo se entendiera como multiplicidad de

culturas, no representa problema alguno para una sociedad pluralista; sin embargo, si se

considera como un valor prioritario, surge el problema, ya que entran en pugna

pluralismo y multiculturalismo cuando se fuerza lo multicultural allí donde una

sociedad es heterogénea.

La diferencia entre pluralismo y multiculturalismo radica en la espontaneidad presente

en aquel y ausente en este. El pluralismo no se siente obligado a diversificar la

pluralidad si esta no es espontánea y si es que no se desenvuelve mediante asociaciones

voluntarias. El primer problema con el multiculturalismo, en la acepción de Sartori, es

que divide a una sociedad más allá de los límites razonables (tolerancia y reciprocidad)

porque cada grupo buscaría afianzarse al margen de los otros, sin establecer vínculos

solidarios con los demás. Según Sartori, esta autoreivindicación tiene su origen en el

marxismo (que reemplazó la lucha de clases por la lucha cultural), en Foucault (las

redes de poder a nivel de microgrupos) y en los estudios culturales (hegemonía,

dominación, subalternidad). A estas tres las considera como los pilares del

multiculturalismo estadounidense de sesgo antipluralista. El segundo problema, para el

autor, es que la noción de multiculturalismo lleva una carga ideológica, algo así como el

caballito de batalla de las minorías raciales, sexuales, religiosas, etc., y aquí es donde

surgen mis discrepancias con las ideas de Sartori. ¿Acaso no es inevitable que todo

discurso esté impregnado de ideología? ¿Es por ello descalificable todo proyecto

reivindicatorio por la identidad? En lo que Sartori no indaga es que las identidades,

contrariamente a lo que piensa, no son esencias fijas, sino relaciones que se definen

mutuamente mediante entramados de poder. Es el otro quien afianza la identidad del

sujeto, debido a que lo individual no puede existir sin lo colectivo. Cada identidad

particular adquiere sentido dentro de un sistema de diferencias. Se es peruano en tanto

existen diferencias respecto a los mexicanos, ecuatorianos, chilenos y demás. Sin la

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presencia del otro, es decir, sin un elemento diferenciador, es inviable definir la

identidad.

Por ello, la aspiración al reconocimiento, si bien como lo explica Sartori puede derivar

en la confrontación multicultural, debe canalizarse por otros medios, pero, de ninguna

manera, debe renunciar a su realización. Es necesaria porque el solo hecho de buscar ser

reconocido significa que la relación identidad/diferencia no está funcionando en la

medida que alguno de los componentes ignora al otro y lo anula. Siempre existirán

diferencias culturales; no obstante, la distancia entre la convivencia armónica y la

confrontación cultural pasa por comprender que mi identidad existe a la vez que

reconozco y respeto la diferencia. Las consecuencias de negar estas condiciones las

podemos apreciar en África, en los Balcanes y cada vez más notoriamente en

Latinoamérica.

De otra parte, Sartori sostiene que el reconocimiento no debe entenderse como respeto

por igual a todas las culturas y es en este punto que critica a Charles Taylor.”Atribuir a

todas las culturas ‘igual valor’ equivale a adoptar un relativismo absoluto que destruye

la noción misma de valor” (79-80). También lo critica en lo referente a la noción de

reconocimiento. Sartori está convencido de que la falta de reconocimiento o el

desconocimiento hacia las identidades culturales minoritarias no genera daño ni puede

ser una forma de opresión. Es decir, a su entender, la indiferencia del Estado y de cierto

sector de la población peruana hacia las víctimas del conflicto armado interno en el Perú

no sería un factor determinante para comprender por qué durante veinte años dimos la

espalda a nuestros connacionales y permitimos que se vulneren los derechos humanos

de los más desprotegidos. Por otro lado, afirma que no todas las culturas merecen el

mismo respeto porque si partimos de la premisa de que toda civilización atraviesa

periodos de decadencia, es lícito afirmar que en algún momento existirán culturas

superiores a otras, por lo tanto, no podrían ser valoradas ni respetadas por igual. Sartori

apoya estas ideas mediante la distinción que Michael Walzer establece entre un

liberalismo neutral ante la diversidad cultural y un liberalismo comprometido con los

derechos particulares de todas las culturas. La segunda versión de liberalismo es

deleznable para él porque favorece a ciertos grupos que antes no recibieron un trato

preferencial.

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Para demostrar los efectos devastadores de esta última versión de liberalismo, elabora

una distinción entre trato preferencial (affirmative action) y política de reconocimiento.

El trato preferencial brinda igualdad de oportunidades a través de la eliminación de las

diferencias y su objetivo es obtener un ciudadano indiferenciado, o sea, asegurar un

mejor trato para los desiguales con el fin de que no se le diferencie del resto que antes le

llevaban cierta ventaja. En cambio, la política de reconocimiento considera que las

diferencias no se deben eliminar, sino resaltar y valorar. El objeto es lograr un

ciudadano diferenciado y un Estado sensible a las diferencias, es decir, que no solo

asegure preferencias para nivelar a los desiguales con los demás, sino que facilite

mayores ventajas por encima de los demás. En ambos casos se discrimina, sin embargo,

en el trato preferencial, se discrimina para borrar las discriminaciones, mientras en la

política de reconocimiento se discrimina para diferenciar/acentuar diferencias. Sartori

evalúa que las consecuencias de ambas políticas son graves, ya que los discriminados

reclamarán por las ventajas concedidas a los otros o que los favorecidos exijan más

privilegios en perjuicio de los no favorecidos. Por lo tanto, la identidad atacada se

resiente y reafirma su identidad. La responsabilidad de esto la atribuye a los

multiculturalistas porque fomentan las diferencias culturales allí donde no había

conflicto, lo cual, si bien es cierto, no es exclusividad de ellos, sino, también, de los

nacionalistas y de buena parte de ciertos liberales recalcitrantes partidarios de un

liberalismo avasallador más que integrador.

Otro defecto que Sartori halla en el multiculturalismo, y que se desprende de lo anterior,

es que distorsiona la noción de ciudadanía al negar los tres principios básicos del

constitucionalismo liberal. Los multiculturalistas no respetan la neutralidad de la ley, ya

que exigen la protección del Estado para determinados grupos minoritarios. Esto, a su

modo de ver, atenta contra la noción de igualdad ante la ley que deben tener los

ciudadanos, debido a que se crean privilegios para unos en perjuicio de otros. Añade

que tanto el trato preferencial como la política de reconocimiento provocan esta

distorsión. Sin embargo, admite que solo se puede establecer un trato desigual dentro de

ciertos límite, pero no explica exactamente en qué circunstancias podría ocurrir esto.

Asimismo, el autor plantea la siguiente cuestión: ¿si todos somos diferentes por qué la

diferencia se torna un problema? Concluye que algunas diferencias adquieren mayor

importancia que otras y ello, a su vez, ocurre porque ciertos grupos reclaman por sus

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derechos de identidad hasta lograr que su reconocimiento se imponga. Sartori considera

que ciertas diferencias no fueron siempre importantes, sino que adquieren relevancia en

ciertas circunstancias, reforzada por cuestiones ideológicas. “Estas consideraciones nos

hacen redescubrir la ya conocida verdad de que las diferencias son opiniones que están

en nuestra mente, y que de vez en cuando se perciben como ‘diferencias importantes’

porque así se nos dice y nos lo meten en la cabeza” (87). En su perspectiva, el trasfondo

ideológico del multiculturalismo radica en que convence a los miembros de un grupo de

que sus diferencias con los otros son más reales que virtuales, cuando, según el autor, es

todo lo contrario.

¿Con ello Sartori pretende desbaratar la legitimidad de los movimientos por el

reconocimiento de las minorías? Sí, ya que afirma que la lucha por el reconocimiento es

producto de una elaboración mental, ideológica y, por consiguiente, que no tiene

vínculo con la realidad, o al menos no un correlato que la justifique. O sea, lo que nos

quiere decir es algo así como que la lucha de los mártires de Chicago por la jornada

laboral de las ocho horas (reclamo de un sector social) era más ideológica, o solo

ideológica, que real: la denuncia de una situación injusta de explotación laboral. Sartori,

a mi modo de ver, falla al entender las reivindicaciones de la identidad solo como

productos ideológicos porque a nadie en sus cabales se le ocurriría afirmar que

alrededor de las luchas por los derechos civiles de la población negra en Sudáfrica no

existía un contexto real de opresión y que tan solo reclamaban por combatir o defender

una ideología segregacionista o de reconocimiento respectivamente.

Migrantes, extraños y desintegrados

Pero el punto más cuestionable de la tesis de Sartori tiene que ver con los inmigrantes a

los que califica como “extraños”: “El inmigrante es, pues, distinto respecto a los

distintos de casa, a los distintos a los que estamos acostumbrados, porque es un extraño

distinto (…) En resumen, que el inmigrado posee (…) un plus de diversidad, un extra o

un exceso de alteridad” (107). De entrada, sitúa a los inmigrantes en una posición de

amenaza potencial per se contra la sociedad que los acoge. Tal extrañeza la atribuye a

determinadas diferencias radicales (religión y etnia) respecto a otras superables (lengua

y costumbres). Entonces, habría algunos más y otros menos distintos. Curiosa distinción

la de Sartori: “una política de inmigración (…) que no sabe o que no quiere distinguir

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entre las distintas extrañezas es una política equivocada destinada al fracaso”. Pero

¿acaso no existe extrañeza entre europeos y, sin ir muy lejos, al interior de sus

naciones? El ex candidato a la presidencia en Francia, Jean Marie Le Pen, manifestó no

sentirse representado por su selección de fútbol en alusión a la cantidad de jugadores de

raza negra. Antes del partido por la final de la Eurocopa 2008, catalanes y vascos

hinchaban por el equipo rival de España. Los migrantes de Europa Oriental son un poco

más reconocidos que los africanos, árabes o latinoamericanos, pero solo un poco porque

también representan una buena parte de la mano de obra barata que realiza los trabajos

que la mayoría de europeos occidentales no quiere realizar. Antes del milagro

económico español, era común el adagio “África comienza al otro lado de los Pirineos”,

lo cual evidencia que la aceptación de que España y Portugal son tan europeas, como el

resto de naciones, es reciente.

Cuando evalúa las causas de la migración europea hacia América, las justifica en tanto

Europa exportaba migrantes hacia tierras despobladas y acogedoras en momentos que la

explosión demográfica generaba una gran crisis. A ello cabría agregar las oleadas de

refugiados por las guerras mundiales y la persecución a los judíos; sin embargo al

analizar la migración hacia Europa concluye que las causas principales radican en la

riqueza de las naciones europeas —es decir, los migrantes del Tercer Mundo llegan a

Europa “como moscas a la miel” seducidos por la bonanza económica— y por la

desidia de los europeos ante trabajos de menor jerarquía, los cuales son asumidos en

gran parte por los migrantes. De esto se desprende que los europeos llegaron a un

continente americano pobre, pero abundante en oportunidades, mientras que los

migrantes actuales llegan a un continente rico, pero escaso de oportunidades. Lo que

Sartori olvida mencionar es el estado de devastación en que las antiguas potencias

dejaron a sus colonias. Salvo las naciones integrantes de la Commonwealth, después de

obtener la independencia, las naciones descolonizadas se debatieron en luchas intestinas

por el poder entre caudillos que eran alentados según los intereses de la antigua

metrópoli colonialista. Tampoco dice que las empresas transnacionales instaladas en los

países subdesarrollados difícilmente aseguran el bienestar económico de la población

local. (Las empresas europeas que extraen pescado del lago Victoria en África

centroriental proveen ingentes cantidades de este alimento a los mercados europeos; sin

embargo, el panorama alrededor de ellas es desolador: miseria, hambre y explotación).

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Ni de los regímenes totalitarios apoyados por gobiernos que perpetúan su influencia a

través del dictador de turno.

Dentro de este panorama nada auspicioso, es lógico que la migración no solo sea una

vía para lograr una calidad de vida mejor, sino, sobre todo, una lucha por la

supervivencia; en este caso, el término “migración” se convierte en un eufemismo de

“huida” o “salvación”. En resumidas cuentas, tanto los europeos como los africanos y

latinoamericanos migraron porque en sus tierras de origen no existían posibilidades de

desarrollo: muy aparte de que el lugar de destino fuera próspero o miserable, la invasión

del paraíso ajeno resultaba mejor que la conservación del infierno propio.

Respecto a la cesión de ciudadanía a los inmigrantes, opina que no garantiza en absoluto

su integración a la sociedad que los acoge. Y en vista que los conflictos culturales

tienden a agravarse en Europa debido a que los inmigrantes insisten en conservar sus

costumbres, muchas de las cuales entran en conflicto con la sociedad occidental,

propone que se restrinja la ciudadanía europea a los inmigrantes a condición de que se

integren. Aunque no lo dice abiertamente, de este planteamiento se deduce que la

integración de los inmigrantes pasa por renunciar a manifestaciones culturales

consideradas conflictivas: “… el hecho es que la integración se produce sólo a

condición de que los que se integran la acepten y la consideren deseable. Si no, no. La

verdad banal es, entonces, que la integración se produce entre integrables y, por

consiguiente, que la ciudadanía concedida a inmigrantes inintegrables no lleva a

integración sino a desintegración” (114). El temor de Sartori es que los inmigrantes se

conviertan en ciudadanos diferenciados debido a que no se sienten obligados a

integrarse pese a que fueron beneficiados por la ciudadanía. Cita como ejemplo a los

latinos que prefieren votar por sus similares durante las elecciones e interpreta esto

como una señal de resistencia a la integración, en contraste a sus compatriotas italianos

que “se integraron a la perfección” (115).

A continuación, mis observaciones. En primer lugar, define la integrabilidad según el

grado de retribución del inmigrado para con la sociedad que le otorga ciudadanía; de

ello se implica que esta es para Sartori una especie de bendición para el inmigrante o

letra en blanco mediante la cual empeña su identidad a cambio de determinadas ventajas

administrativas, civiles, políticas pero no culturales. Con ello, contradice su

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argumentación a favor de los derechos del ciudadano frente a la sujeción de los súbditos

y los privilegios de las élites. Tal como lo expone en sus ejemplos, la ciudadanía no

aparece como un derecho consustancial al ser humano, sino como un favor que

determinados estados-nación otorgan a los migrantes, a los “extraños” para que sean

menos raros a los ojos de los locales. Los migrantes deberían entonces sentirse

agradecidos y no pecar de ingratos, puesto que adquirieron el privilegio de “ser

europeos”. El error en su razonamiento es que, paradójicamente, convierte a la

ciudadanía en un privilegio que los europeos otorgan a los migrantes, deslegitimando su

propia argumentación de la ciudadanía como derecho.

Sin embargo, en segundo lugar, lo más grave es que siendo un intelectual de la

izquierda liberal no contemple en absoluto la noción de ciudadanía universal, un

proyecto que la izquierda democrática contemporánea no debe soslayar y que, de hecho,

diversos académicos, intelectuales y activistas sociales están esforzándose por

consolidar para sacar del marasmo a aquella izquierda anquilosada en el nacionalismo

confrontacional, en la teoría cultural o en las excesivas concesiones a la globalización

de tinte neoliberal1.

En tercer lugar, los ejemplos que utiliza para fustigar la resistencia a la integración son

bastante cuestionables. Si bien la adquisición de la ciudadanía no garantiza la

integración del migrante, tampoco garantiza su reconocimiento de parte de la sociedad

muy aparte de formalidades administrativas como poseer una cédula de identidad o un

pasaporte. ¿Acaso la libre asociación por afinidades espontáneas no es un postulado del

liberalismo político? A gran parte de los inmigrantes latinos, africanos o árabes no les

queda otra opción que asociarse entre sus similares al interior de una sociedad que los

discrimina con o sin ciudadanía y frente a un gobierno como el actual en los Estados

Unidos que pretende solucionar la inmigración ilegal con un muro de contención. El

error consecuente de la apreciación que expone sobre los latinos es la generalización

con la que los trata, es decir, como un bloque que rechaza la integración a la sociedad

norteamericana y no como la estrategia de un sector de los inmigrantes que no ha

obtenido la ciudadanía cultural a pesar que sus documentos digan que es estadounidense

o ciudadano comunitario. Por otro lado, Sartori pierde de vista la responsabilidad de las

erradas políticas gubernamentales para enfrentar el problema migratorio. El gobierno de

1 Iglesias 2004:15

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los Estados Unidos bajo la administración Bush ha promovido la paranoia entre los

ciudadanos por el tema de la seguridad nacional después del 11 de septiembre, a tal

punto que los extranjeros más “extraños” por la raza, lengua, costumbres y religión son

considerados una potencial amenaza. Esta situación diluye la dicotomía entre extrañezas

superables y radicales expuestas por el autor: al final el extraño será siempre una

amenaza si se lo aprecia con los ojos de quien ve a un alien. ¿Cómo espera entonces

Sartori que reaccione un latinoamericano si en Estados Unidos o en Europa lo tratan

como ciudadano de segunda clase?

El cuarto error, en relación con lo anterior, es que el connotado politólogo italiano

confunde ciudadanía con nacionalidad. Por ello, no me extrañaría que los

parlamentarios europeos hayan leído a Sartori antes de aprobar la criminalización de la

inmigración, ya que plantear que Europa cierre la inmigración y exija a los inmigrantes

que se integren sí o sí —sin tomar en cuenta los obstáculos existentes desde la sociedad

occidental que se ve a sí misma como el único centro— es una medida tan arbitraria

como la resolución del parlamento europeo. Esta propuesta que salvaguarda los

intereses europeos sí es realmente arbitraria porque exige como condición para otorgar

ciudadanía la renuncia a la identidad cultural propia sí esta es conflictiva (¿podemos

meter en un mismo saco el velo islámico y la muerte por apedreamiento a las

adúlteras?). Lo otorgado en el análisis de Sartori no es la ciudadanía, sino la

nacionalidad, es decir, la documentación necesaria que sustenta la pertenencia a

determinado estado-nación con los consecuentes deberes y derechos contemplados para

tales ciudadanos. En cambio, la ciudadanía es una categoría mucho más amplia que la

nacionalidad, sobre todo en un contexto de globalización como el actual en el que los

estados-nación se encuentran en crisis y las fronteras económicas y culturales se

derrumban. Tal amplitud provee al ser humano de una ciudadanía global cuyos

antecedentes más importantes son la Declaración de los derechos del hombre y del

ciudadano en 1789 en el marco de la Revolución Francesa y la Declaración universal

de los derechos humanos aprobada por las Naciones Unidas en 1948. Por lo tanto, la

ciudadanía no se puede otorgar como quien emite un pasaporte porque ya es un derecho

humano universal. No obstante, sorprende que un liberal de izquierda como dice ser

Sartori desconozca que la universalidad de los derechos humanos fue una reivindicación

liberal.

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Si su análisis sobre el problema migratorio en Europa era en mucho censurable, su

explicación sobre las causales del racismo se llevan el premio mayor. Luego de concluir

que de la ciudadanía no se deriva la integración, afirma que si se concede el derecho de

voto a los más extraños “este servirá, con toda probabilidad, para hacerles intocables en

las aceras, para imponer sus fiestas religiosas (el viernes) e, incluso (son problemas en

ebullición en Francia), el chador a las mujeres, la poligamia y la ablación del clítoris”

(118). Sartori teme que los inmigrantes islámicos adquieran las libertades políticas y

civiles que les permitan amurallarse contra cualquier acción en contra de sus costumbres

a pesar de que estas sean conflictivas para los europeos. Tiene la certeza de que los

problemas sociales generados por los inmigrantes vienen de los ilegales y de los

legalmente instalados, pero no dice un ápice sobre los skin heads neonazis y los partidos

de ultraderecha que alientan una confrontación directa contra los inmigrantes. ¿Acaso

los cientos de casos de ataques contra inmigrantes fueron precedidos por la pregunta

acerca de la situación legal de la víctima? Los racistas y xenófobos no distinguen

documentos, sino colores de piel y afinidades culturales (lengua, religión, costumbres,

etc.) Gozar de la ciudadanía francesa o comunitaria no le garantiza inmunidad a un

africano, latinoamericano o árabe contra agresiones vedadas o directas. De esta manera,

pierde de vista la agresión proveniente desde los sectores más radicales de la sociedad

europea, pero a la vez, resalta solo los perjuicios —justificados muchos de ellos—

generados por los inmigrantes ilegales, lo cual es muestra de un pensamiento jerárquico

imperante que se autoconsidera central sin contemplar la posibilidad de que en otros

contextos es periférico.

De las afirmaciones de Sartori, se infiere que las víctimas del racismo son quienes lo

provocan porque habrían excedido los límites cuantitativos requeridos para una

convivencia armónica. “Una población foránea del 10 por ciento resulta una cantidad

que se puede acoger; del 20 por ciento, probablemente no; y si fuera del 30 por ciento es

casi seguro que habría una fuerte resistencia frente a ella. ¿Resistirla sería “racismo”?

Admitido (pero no concedido) que lo sea, pero entonces la culpa de este racismo es del

que lo ha creado” (121).

Y más adelante agrega: “el verdadero racismo es el de quien provoca el racismo” (122).

Nuevamente, Sartori deja algunos vacíos sin explicar. ¿Qué se entiende por resistencia?

¿Cómo resistir? ¿Contra quién? Indignarse por la delincuencia generada por los

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inmigrantes ilegales y, por lo tanto, resistirse a su permanencia no es el mismo tipo de

resistencia que oponen ciertas discotecas limeñas para evitar el ingreso de algunas

personas o la de aquel desadaptado que golpeó a patadas a una inmigrante ecuatoriana

en el metro de Madrid o la de los skin heads contra estudiantes turcos en Alemania.

Existen, pues resistencias y resistencias. Y aunque expresa que se refiere a la

inmigración ilegal, su argumentación falla en el sentido de que en la práctica —como lo

señalé líneas arriba— los discriminadores actúan sin tomar en cuenta la documentación

del migrante. El rechazo hacia la delincuencia sectorizada en los inmigrantes ilegales

tiene como agravante el que sean “extraños” racial o culturalmente. Lo que Sartori no

analiza es que el desprecio racial o cultural hacia los inmigrantes legales se extiende en

España, Francia, Alemania y Rusia. Entonces, siguiendo su razonamiento ¿Estos

inmigrantes formales también tienen la culpa del racismo?

El resto es silencio…

A lo largo de todo el ensayo, no hay alusión alguna a la interculturalidad como posible

vía de solución a los conflictos derivados del multiculturalismo. Sartori entiende la

integración como absorción y abandono, mas no como mutuo enriquecimiento entre las

partes antagónicas. El autor de La sociedad multiétnica se encuentra en las antípodas

del multiculturalismo, pero sus planteamientos no resuelven el problema, ya que

sataniza a todas las reivindicaciones culturales por igual y agrupa a todos los

inmigrantes en una misma categoría: los “extraños”.

Cuando el Parlamento Europeo (y Sartori) acepten que la ciudadanía no es (o no debería

ser) un privilegio otorgado mediante un pasaporte, sino un derecho humano global,

cambiará su perspectiva respecto a los “extraños” que llegan al Viejo Mundo. La libre

circulación no debe restringirse solo al comercio de productos, sino, también, a los seres

humanos, por supuesto, respetando las normas internacionales vigentes. En este punto,

Evo Morales estuvo muy acertado al declarar, en la reciente cumbre ALC-UE, que la

prioridad era discutir el libre tránsito de seres humanos por el mundo antes que la

premura por firmar tratados de libre comercio. Y el tiempo le dio la razón: Europa

propinó un cachetazo a Latinoamérica al criminalizar la inmigración ilegal mediante la

“directiva de retorno”, es decir, convertir una infracción administrativa en un delito

penal.

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Page 14: Europa Y La Amenaza De Las Minorias Culturales

Finalmente, con este ensayo, Sartori nos deja un análisis bien sustentado de los

perjuicios del multiculturalismo fragmentario, pero muchas ideas sueltas y

cuestionables en torno a la inmigración y el racismo. Por mi parte, encuentro mayores

respuestas a estas interrogantes en los planteamientos de la ética intercultural, la cual

puede servir de mucho al liberalismo para establecer nexos con aquellas culturas que

poseen una visión distinta de la libertad y del progreso, pero sin verse a sí mismo como

la ideología del saber superior y reconociendo que cada cultura tiene el derecho de

construir su propio liberalismo.

BIBLIOGRAFÍA

IGLESIAS, Fernando A. (2004) ¿Qué significa hoy ser de izquierda? Reflexiones sobre la democracia en los tiempos de la globalización. Buenos Aires: Sudamericana.

SARTORI, Giovanni (2001) Pluralismo, multiculturalismo y extranjeros. Barcelona:

Taurus.

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