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HOMBRE EN MEDIUM SHOT Luis Alberto Marín 1. Lo miro atemporal y solo, arrinconado en su propio muro como un árbol: el espacio que ocu- pa es inversamente proporcional a su presencia diluida en la penumbra apenas amarillenta. Su rostro tiene el tono magro y macilento de la ic- tericia. Si no fuera por el haz de luz a su izquier- da, diría que apenas lo conozco de lejos o de al- gún lado. Su imagen está en el centro, de medio cuerpo, vestido como paisano, pero no se ad- vierte ninguna intención de resaltar parte algu- na. En realidad, parece una instantánea mal he- cha. Una de esas selfies poco afortunadas de pi- xeles baratos. De hecho, el marco y la silueta conforman una imagen plana. Su nombre, sin embargo, en medio de otros nombres, es ya al menos una referencia, su nombre y su sonrisa forzada a lo ‘Gioconda’. Lo conozco de alguna forma, es cierto, y los otros nombres vinculados a él como algo aleatorio, completan “el todo que es posible” con sus partes: su pasado incomple- to y parte del presente. Lo que sé de él “ahora” es sólo lo que va dejando de sí mismo en las pa- labras, en la sombra que ahora es, o en otras sombras: sus mujeres, sus hijos, sus delirios su- marios; y también en su intento de llegar a ser virtual cada mañana en un mundo real que no da tregua, y que no permite la nostalgia. Lo que sé de él “de antes”, ya no importa tanto. Su vida fue un extrañamiento sin puntos álgidos. El tiempo se ha encargado de pasarlo todo a “tabla

Hombre en medium shot (c. y a.)

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HOMBRE EN MEDIUM SHOT

Luis Alberto Marín 1. Lo miro atemporal y solo, arrinconado en su propio muro como un árbol: el espacio que ocu-pa es inversamente proporcional a su presencia diluida en la penumbra apenas amarillenta. Su rostro tiene el tono magro y macilento de la ic-tericia. Si no fuera por el haz de luz a su izquier-da, diría que apenas lo conozco de lejos o de al-gún lado. Su imagen está en el centro, de medio cuerpo, vestido como paisano, pero no se ad-vierte ninguna intención de resaltar parte algu-na. En realidad, parece una instantánea mal he-cha. Una de esas selfies poco afortunadas de pi-xeles baratos. De hecho, el marco y la silueta conforman una imagen plana. Su nombre, sin embargo, en medio de otros nombres, es ya al menos una referencia, su nombre y su sonrisa forzada a lo ‘Gioconda’. Lo conozco de alguna forma, es cierto, y los otros nombres vinculados a él como algo aleatorio, completan “el todo que es posible” con sus partes: su pasado incomple-to y parte del presente. Lo que sé de él “ahora” es sólo lo que va dejando de sí mismo en las pa-labras, en la sombra que ahora es, o en otras sombras: sus mujeres, sus hijos, sus delirios su-marios; y también en su intento de llegar a ser virtual cada mañana en un mundo real que no da tregua, y que no permite la nostalgia. Lo que sé de él “de antes”, ya no importa tanto. Su vida fue un extrañamiento sin puntos álgidos. El tiempo se ha encargado de pasarlo todo a “tabla

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rasa”. Contra la pared, la sombra minimiza aquellos rasgos suyos que de alguna forma me parecen familiares. Está fijo como la sombra fi-ja. Casi es uno con la sombra. Y digo casi, por-que sus ojos no pueden esconder ese desgaste de lucecitas híbridas que oscila en sus pupilas, lo cual es suficiente para darme cuenta que, aunque lejos de esta hora y de este tiempo, de este aquí y ahora, está vivo como siempre. Algo me dice que ese hombre podría ser mi hermano. 2. Mientras lo miro sobre el pálido muro raso, trato de explicarme el arcaico gesto de su rostro, y el vulnerable punto medio que gesta en su na-riz la inconfundible mácula aguileña. Aún ahora me parecen enigmáticos -no obstante la mirada simple-, sin resabios de ninguna clase, que muestra a través de la penumbra. A simple vista parece como un hombre en el exilio. No ese exi-lio de conciencia, de los perseguidos, sino el exi-lio prosaico y pedestre de la vida hecha sin sen-tido. Podría estar equivocado. Podría mirarlo en ese muro, en ese instante fijo todo el día y estar equivocado. Asumir, así fuera desde lejos, lo que él dice: que tener el mismo padre sólo fue uno de esos accidentes demográficos, un capri-cho de la vida, un defecto del hombre irreflexivo que nos dio la vida en madres separadas. De otros hechos que se encuentren o se di-gan, no me hago responsable.

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