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Instinto

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El instinto de estar informado.

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�  Lunes, 31 de Mayo de 2010.

�  Escrito por Javier Cremades.- Abogado y reconocido experto en libertad de expresión y medios de comunicación, doctor en Derecho por la Universidad de Regensburg (Alemania) y ha sido profesor de Derecho Constitucional durante más de diez años en distintas universidades españolas y norteamericanas.

�  Muchas veces —sobre todo al principio de su existencia como forma de comunicación— se ha comparado Internet con un mar en el que las personas navegan: de ahí que se hable de navegadores, navegar e incluso, dando una sensación de comunicación más superficial, de surfear en la red. La red es, en efecto, originariamente un modo para que muchas personas, conectando sus ordenadores, puedan compartir información. El provecho que cada persona pueda obtener de tal navegación depende en buena medida, lógicamente, de que uno tenga un fin para el que tal forma de comunicación pueda serle útil. Hay una gran diferencia entre navegar con un rumbo determinado y navegar sin rumbo o al pairo.

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�  La información puede causar, en quien navega sin rumbo determinado, un efecto semejante al que, en la leyenda, causaba el canto de las sirenas. Es conocido cómo superó este obstáculo Ulises, tapando los oídos de sus marineros y haciéndose atar él mismo —que sí oía—, para que el hechizo no le arrastrara: como en este caso hay cierta interacción con las sirenas, quizá convenga mejor el caso de Orfeo, que cantó más fuerte que las sirenas, consiguiendo que no distrajeran a sus marineros. En el caso del navegante distraído, el desorden, la falta de rumbo, está en el sujeto de la acción. Ninguna de estas dos opciones —el navegante que no acepta modificar su rumbo (Orfeo) y el que no tiene rumbo— parecen aceptables en un mundo en que hemos optado por la colaboración. La auténtica interacción permite que descubramos mundos cuya existencia no sospechábamos. Otra cosa es que el fruto de la interacción sea distinto en los distintos navegantes, como el encuentro con el mundo maya y mexicano fue distinto en Cortés, Guerrero y Fray Gerónimo.

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�  El navegante —el de entonces, como el de hoy en Internet— tiene que saber dónde se mete, incluyendo el saber que uno no sabe exactamente con qué se puede encontrar. Tiene que saber qué busca, aunque no tan exactamente como para no necesitar buscar. Tiene que saber, sobre todo, quién es, si quiere saber cómo asimilar los signos con los que se encuentre y cómo comunicar con otras personas. Navegar en Internet no es una aventura loca y, si incluye riesgos, éstos son proporcionales a las oportunidades que ofrece. Y quien no sabe cómo puede evitar unos o sacar partidos de ellas, se parece, en el primer caso, al navegante sin rumbo y, en el segundo, a Orfeo. De algún modo, en el equipaje para la navegación en la red de las tres uves dobles, no debe faltar la reflexión acerca de si el navegante se parece más a Cortés, Guerrero o Fray Gerónimo, y de hasta dónde le interesa o está dispuesto a llegar al embarcarse.