Jorge Luis Borges: El inmortal

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  • 1. Jorge Luis Borges El inmortal

2. El inmortal Solomon saith: There is no new thing upon the earth. So that as Plato had an imagination, that all knowledge was but remembrance; so Solomon giveth his sentence, that all novelty is but obtivion.FRANCIS BACON, Essays, LVIIIEn Londres, a principios del mes de junio de 1929, el anticuario Joseph Cartaphilus,de Esmirna, ofreci a la princesa de Lucinge los seis volmenes en cuarto menor (1715-1720)de la Ilada de Pope. La princesa los adquiri; al recibirlos, cambi unas palabras con l. Era,nos dice, un hombre consumido y terroso, de ojos grises y barba gris, de rasgos singularmentevagos. Se manejaba con fluidez e ignorancia en diversas lenguas; en muy pocos minutos pasdel francs al ingls y del ingls a una conjuncin enigmtica de espaol de Salnica y deportugus de Macao. En octubre, la princesa oy por un pasajero del Zeus que Cartaphilushaba muerto en el mar, al regresar a Esmirna, y que lo haban enterrado en la isla de Ios. Enel ltimo tomo de la Ilada hall este manuscrito.El original est redactado en ingls y abunda en latinismos. La versin que ofrecemoses literal.I Que yo recuerde, mis trabajos empezaron en un jardin de Tebas Hekatmpylos,cuando Diocleciano era emperador. Yo haba militado (sin gloria) en las recientes guerrasegipcias, yo era tribuno de una legin que estuvo acuartelada en Berenice, frente al Mar Rojo:la fiebre y la magia consumieron a muchos hombres que codiciaban magnnimos el acero. Losmauritanos fueron vencidos; la tierra que antes ocuparon las ciudades rebeldes fue dedicada-2- 3. eternamente a los dioses plutnicos; Alejandra, debelada, implor en vano la misericordia delCsar; antes de un ao las legiones reportaron el triunfo, pero yo logr apenas divisar el rostrode Marte. Esa privacin me doli y fue tal vez la causa de que yo me arrojara a descubrir,por temerosos y difusos desiertos, la secreta Ciudad de los Inmortales. Mis trabajos empezaron, he referido, en un jardin de Tebas. Toda esa noche no dorm,pues algo estaba combatiendo en mi corazn. Me levant poco antes del alba; mis esclavosdorman, la luna tena el mismo color de la infinita arena. Un jinete rendido y ensangrentadovena del oriente. A unos pasos de m, rod del caballo. Con una tenue voz insaciable mepregunt en latn el nombre del ro que baaba los muros de la ciudad. Le respond que erael Egipto, que alimentan las lluvias. Otro es el ro que persigo -replic tristemente-, el rosecreto que purifica de la muerte a los hombres. Oscura sangre le manaba del pecho. Medijo que su patria era una montaa que est del otro lado del Ganges y que en esa montaaera fama que si alguien caminara hasta el occidente, donde se acaba el mundo, llegara al rocuyas aguas dan la inmortalidad. Agreg que en la margen ulterior se eleva la Ciudad de losInmortales, rica en baluartes y anfiteatros y templos. Antes de la aurora muri, pero yodetermin descubrir la ciudad y su ro. Interrogados por el verdugo, algunos prisionerosmauritanos confirmaron la relacin del viajero; alguien record la llanura elsea, en el trminode la tierra, donde la vida de los hombres es perdurable; alguien, las cumbres donde nace elPactolo, cuyos moradores viven un siglo. En Roma, convers con filsofos que sintieron quedilatar la vida de los hombres era dilatar su agona y multiplicar el nmero de sus muertes.Ignoro si cre alguna vez en la Ciudad de los Inmortales: pienso que entonces me bast latarea de buscarla. Flavio, procnsul de Getulia, me entreg doscientos soldados para la em-presa. Tambin reclut mercenarios, que se dijeron conocedores de los caminos y que fueronlos primeros en desertar. Los hechos ulteriores han deformado hasta lo inextricable el recuerdo de nuestrasprimeras jornadas. Partimos de Arsinoe y entramos en el abrasado desierto. Atravesamos elpas de los trogloditas, que devoran serpientes y carecen del comercio de la palabra; el de losgaramantas, que tienen las mujeres en comn y se nutren de leones; el de los augilas, que sloveneran el Trtaro. Fatigamos otros desiertos, donde es negra la arena, donde el viajero debeusurpar las horas de la noche, pues el fervor del da es intolerable. De lejos divis la montaaque dio nombre al Ocano: en sus laderas crece el euforbio, que anula los venenos; en lacumbre habitan los stiros, nacin de hombres ferales y rsticos, inclinados a la lujuria. Queesas regiones brbaras, donde la tierra es madre de monstruos, pudieran albergar en su senouna ciudad famosa, a todos nos pareci inconcebible. Proseguimos la marcha, pues hubierasido una afrenta retroceder. Algunos temerarios durmieron con la cara expuesta a la luna; lafiebre los ardi; en el agua depravada de las cisternas otros bebieron la locura y la muerte.-3- 4. Entonces comenzaron las deserciones; muy poco despus, los motines. Para reprimirlos, novacil ante el ejercicio de la severidad. Proced rectamente, pero un centurin me advirti quelos sediciosos (vidos de vengar la crucifixin de uno de ellos) maquinaban mi muerte. Hu delcampamento con los pocos soldados que me eran fieles. En el desierto los perd, entre losremolinos de arena y la vasta noche. Una flecha cretense me lacer. Varios das err sinencontrar agua, o un solo enorme da multiplicado por el sol, por la sed y por el temor de lased. Dej el camino al arbitrio de mi caballo. En el alba, la lejana se eriz de pirmides y detorres. Insoportablemente so con un exiguo y ntido laberinto: en el centro haba un cntaro;mis manos casi lo tocaban, mis ojos lo vean, pero tan intrincadas y perplejas eran las curvasque yo sabia que iba a morir antes de alcanzarlo.II Al desenredarme por fin de esa pesadilla, me vi tirado y maniatado en un oblongo nichode piedra, no mayor que una sepultura comn, superficialmente excavado en el agrio declivede una montaa. Los lados eran hmedos, antes pulidos por el tiempo que por la industria.Sent en el pecho un doloroso latido, sent que me abrasaba la sed. Me asom y gritdbilmente. Al pie de la montaa se dilataba sin rumor un arroyo impuro, entorpecido porescombros y arena; en la opuesta margen resplandeca (bajo el ltimo sol o bajo el primero)la evidente Ciudad de los Inmortales. Vi muros, arcos, frontispicios y foros: el fundamento erauna meseta de piedra. Un centenar de nichos irregulares, anlogos al mo, surcaban la monta-a y el valle. En la arena haba pozos de poca hondura; de esos mezquinos agujeros (y de losnichos) emergan hombres de piel gris, de barba negligente, desnudos. Cre reconocerlos:pertenecan a la estirpe bestial de los trogloditas, que infestan las riberas del Golfo Arbigoy las grutas etipicas; no me maravill de que no hablaran y de que devoraran serpientes. La urgencia de la sed me hizo temerario. Consider que estaba a unos treinta pies dela arena; me tir, cerrados los ojos, atadas a la espalda las manos, montaa abajo. Hund lacara ensangrentada en el agua oscura. Beb como se abrevan los animales. Antes de perdermeotra vez en el sueo y en los delirios, inexplicablemente repet unas palabras griegas: Losricos teucros de Zelea que beben el agua negra del Esepo.... No se cuantos das y noches rodaron sobre m. Doloroso, incapaz de recuperar elabrigo de las cavernas, desnudo en la ignorada arena, dej que la luna y el sol jugaran con miaciago destino. Los trogloditas, infantiles en la barbarie, no me ayudaron a sobrevivir o amorir. En vano les rogu que me dieran muerte. Un da, con el filo de un pedernal romp misligaduras. Otro, me levant y pude mendigar o robar -yo, Marco Flaminio Rufo, tribuno militarde una de las legiones de Roma- mi primera detestada racin de carne de serpiente.-4- 5. La codicia de ver a los Inmortales, de tocar la sobrehumana Ciudad, casi me vedabadormir. Como si penetraran mi propsito, no dorman tampoco los trogloditas: al principioinfer que me vigilaban; luego, que se haban contagiado de mi inquietud, como podrancontagiarse los perros. Para alejarme de la brbara aldea eleg la ms pblica de las horas,la declinacin de la tarde, cuando casi todos los hombres emergen de las grietas y de lospozos y miran el poniente, sin verlo. Or en voz alta, menos para suplicar el favor divino quepara intimidar a la tribu con palabras articuladas. Atraves el arroyo que los mdanosentorpecen y me dirig a la Ciudad. Confusamente me siguieron dos o tres hombres. Eran(como los otros de ese linaje) de menguada estatura; no inspiraban temor, sino repulsin. Debrodear algunas hondonadas irregulares que me parecieron canteras; ofuscado por la grandezade la Ciudad, yo la haba credo cercana. Hacia la medianoche, pis, erizada de formasidoltricas en la arena amarilla, la negra sombra de sus muros. Me detuvo una especie dehorror sagrado. Tan abominadas del hombre son la novedad y el desierto que me alegr deque uno de los trogloditas me hubiera acompaado hasta el fin. Cerr los ojos y aguard (sindormir) que relumbrara el da.He dicho que la Ciudad estaba fundada sobre una meseta de piedra. Esta mesetacomparable a un acantilado no era menos ardua que los muros. En vano fatigu mis pasos: elnegro basamento no descubra la menor irregularidad, los muros invariables no parecanconsentir una sola puerta. La fuerza del da hizo que yo me refugiara en una caverna; en elfondo habla un pozo, en el pozo una escalera que se abismaba hacia la tiniebla inferior. Baj;por un caos de srdidas galeras llegu a una vasta cmara circular, apenas visible. Hablanueve puertas en aquel stano; ocho daban a un laberinto que falazmente desembocaba enla misma cmara; la novena (a travs de otro laberinto) daba a una segunda cmara circular,igual a la primera. Ignoro el nmero total, de las cmaras; mi desventura y mi ansiedad lasmultiplicaron. El silencio era hostil y casi perfecto; otro rumor no haba en esas profundasredes de piedra que un viento subterrneo, cuya causa no descubr; sin ruido se perdan entrelas grietas hilos de agua herrumbrada. Horriblemente me habitu a ese dudoso mundo;consider increble que pudiera existir otra cosa que stanos provistos de nueve puertas y questanos largos que se bifurcan. Ignoro el tiempo que deb caminar bajo tierra; s que algunavez confunda en la misma nostalgia, la atroz aldea de los brbaros y mi ciudad natal, entre losracimos.En el fondo de un corredor, un no previsto muro me cerr el paso, una remota luz caysobre mi. Alc los ofuscados ojos: en lo vertiginoso, en lo altsimo, vi un circulo de cielo tanazul que pudo parecerme de prpura. Unos peldaos de metal escalaban el muro. La fatigame relajaba, pero sub, slo detenindome a veces para torpemente sollozar de felicidad. Fuidivisando capiteles y astrgalos, frontones triangulares y bvedas, confusas pompas del-5- 6. granito y del mrmol. As me fue deparado ascender de la ciega regin de negros laberintosentretejidos a la resplandeciente Ciudad.Emerg a una suerte de plazoleta; mejor dicho, de patio. Lo rodeaba un solo edificio deforma irregular y altura variable; a ese edificio heterogneo pertenecan las diversas cpulasy columnas. Antes que ningn otro rasgo de ese monumento increble, me suspendi loantiqusimo de su fbrica. Sent que era anterior a los hombres, anterior a la tierra. Esa notoriaantigedad (aunque terrible de algn modo para los ojos) me pareci adecuada al trabajo deobreros inmortales. Cautelosamente al principio, con indiferencia despus, con desesperacinal fin, err por escaleras y pavimentos del inextricable palacio. (Despus averig que eraninconstantes la extensin y la altura de los peldaos, hecho que me hizo comprender la singularfatiga que me infundieron.) Este palacio es fbrica de los dioses, pens primeramente.Explor los inhabitados recintos y correg: Los dioses que lo edificaron han muerto. Notsus peculiaridades y dije: Los dioses que lo edificaron estaban locos. Lo dije, bien lo s,con una incomprensible reprobacin que era casi un remordimiento, con ms horror intelectualque miedo sensible. A la impresin de enorme antigedad se agregaron otras: la de lointerminable, la de lo atroz, la de lo complejamente insensato. Yo haba cruzado un laberinto,pero la ntida Ciudad de los Inmortales me atemoriz y repugn. Un laberinto es una casalabrada para confundir a los hombres; su arquitectura, prdiga en simetras, est subordinadaa ese fin. En el palacio que imperfectamente explor, la arquitectura careca de fin. Abundabanel corredor sin salida, la alta ventana inalcanzable, la aparatosa puerta que daba a una celdao a un pozo, las increbles escaleras inversas, con los peldaos y la balaustrada hacia abajo.Otras, adheridas areamente al costado de un muro monumental, moran sin llegar a ningunaparte, al cabo de dos o tres giros, en la tiniebla superior de las cpulas. Ignoro si todos losejemplos que he enumerado son literales; s que durante muchos aos infestaron mispesadillas; no puedo ya saber si tal o cual rasgo es una transcripcin de la realidad o de lasformas que desatinaron mis noches. Esta Ciudad -pens- es tan horrible que su meraexistencia y perduracin, aunque en el centro de un desierto secreto, contamina el pasado yel porvenir y de algn modo compromete a los astros. Mientras perdure, nadie en el mundopodr ser valeroso o feliz. No quiero describirla: un caos de palabras heterogneas, uncuerpo de tigre o de toro, en el que pulularan monstruosamente, conjugados y odindose,dientes, rganos y, cabezas, pueden (tal vez) ser imgenes aproximativas.No recuerdo las etapas de mi regreso, entre los polvorientos y hmedos hipogeos.nicamente s que no me abandonaba el temor de que, al salir del ltimo laberinto, merodeara otra vez la nefanda Ciudad de los Inmortales. Nada ms puedo recordar. Ese olvido,ahora insuperable, fue quiz voluntario; quiz las circunstancias de mi evasin fueron taningratas que, en algn da no menos olvidado tambin, he jurado olvidarlas. -6- 7. III Quienes hayan leido con atencin el relato de mis trabajos recordarn que un hombrede la tribu me sigui como un perro podra seguirme, hasta la sombra irregular de los muros.Cuando sal del ltimo stano, lo encontr en la boca de la cavena. Estaba tirado en la arena,donde trazaba torpemente y borraba una hilera de signos, que eran como las letras de lossueos, que uno est a punto de entender y luego se juntan. Al principio, cre que se tratabade una escritura brbara; despus vi que es absurdo imaginar que hombres que no llegarona la palabra lleguen a la escritura. Adems, ninguna de las formas era igual a otra, lo cualexclua o alejaba la posibilidad de que fueran simblicas. El hombre las trazaba, las miraba ylas correga. De golpe, como si le fastidiara ese juego, las borr con la palma y el antebrazo.Me mir, no pareci reconocerme. Sin embargo, tan grande era el alivio que me inundaba (otan grande y medrosa mi soledad) que di en pensar que ese rudimental troglodita, que memiraba desde el suelo de la caverna, haba estado esperndome. El sol caldeaba la llanura;cuando emprendimos el regreso a la aldea, bajo las primeras estrellas, la arena era ardorosabajo los pies. El troglodita me precedi; esa noche conceb el propsito de ensearle areconocer, y acaso a repetir, algunas palabras. El perro y el caballo (reflexion) son capacesde lo primero; muchas aves, como el ruiseor de los Csares, de lo ltimo. Por muy basto quefuera el entendimiento de un hombre, siempre sera superior al de los irracionales. La humildad y miseria del troglodita me trajeron a la memoria la imagen de Argos, elviejo perro moribundo de la Odsea, y as le puse el nombre de Argos y trat de enserselo.Fracas y volv a fracasar. Los arbitrios, el rigor y la obstinacin fueron del todo vanos.Inmvil, con los ojos inertes, no pareca percibir los sonidos que yo procuraba inculcarle. Aunos pasos de m, era como si estuviera muy lejos. Echado en la arena, como una pequeay ruinosa esfinge de lava, dejaba que sobre l giraran los cielos, desde el crepsculo del dahasta el de la noche. Juzgu imposible que no se percatara de mi propsito. Record que esfama entre los etopes que los monos deliberadamente no hablan para que no los obliguen atrabajar y atribu a suspicacia o a temor el silencio de Argos. De esa imaginacin pas a otras,aun ms extravagantes. Pens que Argos y yo participbamos de universos distintos; pensque nuestras percepciones eran iguales, pero que Argos las combinaba de otra manera yconstrua con ellas otros objetos; pens que acaso no haba objetos para l, sino unvertiginoso y continuo juego de impresiones brevsimas. Pens en un mundo sin memoria, sintiempo; consider la posibilidad de un lenguaje que ignoraba los sustantivos, un lenguaje deverbos impersonales o de indeclinables eptetos. As fueron muriendo los das y con los daslos aos, pero algo parecido a la felicidad ocurri una maana. Llovi, con lentitud poderosa.-7- 8. Las noches del desierto pueden ser fras, pero aqulla haba sido un fuego. So queun ro de Tesalia (a cuyas aguas yo haba restituido un pez de oro) vena a rescatarme; sobrela roja arena y la negra piedra yo lo oa acercarse; la frescura del aire y el rumor atareado dela lluvia me despertaron. Corr desnudo a recibirla. Declinaba la noche; bajo las nubesamarillas la tribu, no menos dichosa que yo, se ofreca a los vvidos aguaceros en una especiede xtasis. Parecan coribantes a quienes posee la divinidad. Argos, puestos los ojos en laesfera, gema; raudales le rodaban por la cara; no slo de agua, sino (despus lo supe) delgrimas. Argos -le grit-, Argos. Entonces, con mansa admiracin, como si descubriera una cosa perdida y olvidadahace mucho tiempo, Argos balbuce estas palabras: Argos, perro de Ulises. Y despus,tambin sin mirarme: Este perro tirado en el estircol. Fcilmente aceptamos la realidad, acaso porque intuimos que nada es real. Le preguntqu sabia de la Odisea. La prctica del griego le era penosa; tuve que repetir la pregunta. Muy poco -dijo-. Menos que el rapsoda ms pobre. Ya habrn pasado mil cien aosdesde que la invent. IVTodo me fue dilucidado, aquel da. Los trogloditas eran los Inmortales; el riacho deaguas arenosas, el Ro que buscaba el jinete. En cuanto a la ciudad cuyo renombre se habadilatado hasta el Ganges, nueve siglos hara que los Inmortales la haban asolado. Con lasreliquias de su ruina erigieron, en el mismo lugar, la desatinada ciudad que yo recorr: suertede parodia o reverso y tambin templo de los dioses irracionales que manejan el mundo y delos que nada sabemos, salvo que no se parecen al hombre. Aquella fundacin fue el ltimosmbolo a que condescendieron los Inmortales; marca una etapa en que, juzgando que todaempresa es vana, determinaron vivir en el pensamiento, en la pura especulacin. Erigieron lafbrica, la olvidaron y fueron a morar en las cuevas. Absortos, casi no perciban el mundofsico.Esas cosas Homero las refiri, como quien habla con un nio. Tambin me refiri suvejez y el postrer viaje que emprendi, movido, como Ulises, por el propsito de llegar a loshombres que no saben lo que es el mar ni comen carne sazonada con sal ni sospechan lo quees un remo. Habit un siglo en la Ciudad de los Inmortales. Cuando la derribaron, aconsejla fundacin de la otra. Ello no debe sorprendemos; es fama que despus de cantar la guerrade Ilin, cant la guerra de las ranas y los ratones. Fue como un dios que creara el cosmosy luego el caos.Ser inmortal es balad; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran lamuerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal. He notado que, pese a-8- 9. las religiones, esa conviccin es rarsima. Israelitas, cristianos y musulmanes profesan lainmortalidad, pero la veneracin que tributan al primer siglo prueba que slo creen en l, yaque destinan todos los dems, en nmero infinito, a premiarlo o a castigarlo. Ms razonableme parece la rueda de ciertas religiones del Indostn; en esa rueda, que no tiene principio nifin, cada vida es efecto de la anterior y engendra la siguiente, pero ninguna determina elconjunto... Adoctrinada por un ejercicio de siglos, la repblica de hombres inmortales habalogrado la perfeccin de la tolerancia y casi del desdn. Saba que en un plazo infinito leocurren a todo hombre todas las cosas. Por sus pasadas o futuras virtudes, todo hombre esacreedor a toda bondad, pero tambin a toda traicin, por sus infamias del pasado o del por-venir. As como en los juegos de azar las cifras pares y las cifras impares tienden al equilibrio,as tambin se anulan y se corrigen el ingenio y la estolidez, y acaso el rstico Poema del Cides el contrapeso exigido por un solo epteto de las glogas o por una sentencia de Herclito.El pensamiento ms fugaz obedece a un dibujo invisible y puede coronar, o inaugurar, unaforma secreta. S de quienes obraban el mal para que en los siglos futuros resultara el bien,o hubiera resultado en los ya pretritos... Encarados as, todos nuestros actos son justos, perotambin son indiferentes. No hay mritos morales o intelectuales. Homero compuso laOdisea; postulado un plazo infinito, con infinitas circunstancias y cambios, lo imposible es nocomponer, siquiera una vez, la Odisea. Nadie es alguien, un solo hombre inmortal es todoslos hombres. Como Cornelio Agrippa, soy dios, soy hroe, soy filsofo, soy demonio y soymundo, lo cual es una fatigosa manera de decir que no soy. El concepto del mundo como sistema de precisas compensaciones influy vastamenteen los Inmortales. En primer trmino, los hizo invulnerables a la piedad. He mencionado lasantiguas canteras que rompan los campos de la otra margen; un hombre se despe en la mshonda; no poda lastimarse ni morir, pero lo abrasaba la sed; antes que le arrojaran unacuerda pasaron setenta aos. Tampoco interesaba el propio destino. El cuerpo es un sumisoanimal domstico y le bastaba, cada mes, la limosna de unas horas de sueo, de un poco deagua y de una piltrafa de carne. Que nadie quiera rebajamos a ascetas. No hay placer mscomplejo que el pensamiento y a l nos entregbamos. A veces, un estmulo extraordinarionos restitua al mundo fsico. Por ejemplo, aquella maana, el viejo goce elemental de la lluvia.Esos lapsos eran rarsimos; todos los Inmortales eran capaces de perfecta quietud; recuerdoalguno a quien jams he visto de pie: un pjaro anidaba en su pecho. Entre los corolarios de la doctrina de que no hay cosa que no est compensada porotra, hay uno de muy poca importancia terica, pero que nos indujo, a fines o a principios delsiglo x, a dispersamos por la faz de la tierra. Cabe en estas palabras: Existe un ro cuyasaguas dan la inmortalidad; en alguna regin habr otro ro cuyas aguas la borren. El -9- 10. nmero de ros no es infinito; un viajero inmortal que recorra el mundo acabar, algn da, porhaber bebido de todos. Nos propusimos descubrir ese ro. La muerte (o su alusin) hace precisos y patticos a los hombres. stos conmueven porsu condicin de fantasmas; cada acto que ejecutan puede ser ltimo; no hay rostro que noest por desdibujarse como el rostro de un sueo. Todo, entre los mortales, tiene el valor delo irrecuperable y de lo azaroso. Entre los Inmortales, en cambio, cada acto (y cadapensamiento) es el eco de otros que en el pasado lo antecedieron, sin principio visible, o elfiel presagio de otros que en el futuro lo repetirn hasta el vrtigo. No hay cosa que no estcomo perdida entre infatigables espejos. Nada puede ocurrir una sola vez, nada esprecisamente precario. Lo elegaco, lo grave, lo ceremonial, no rigen para los Inmortales.Homero y yo nos separamos en las puertas de Tnger; creo que no nos dijimos adis.V Recorr nuevos reinos, nuevos imperios. En el otoo de 1066 milit en el puente deStamford, ya no recuerdo si en las filas de Harold, que no tard en hallar su destino, o en lasde aquel infausto Harald Hardrada que conquist seis pies de tierra inglesa, o un poco ms.En el sptimo siglo de la Hgira, en el arrabal de Bulaq, transcrib con pausada caligrafa, enun idioma que he olvidado, en un alfabeto que ignoro, los siete viajes de Simbad y la historiade la Ciudad de Bronce. En un patio de la crcel de Samarcanda he jugado muchsimo alajedrez. En Bikanir he profesado la astrologa y tambin en Bohemia. En 1638 estuve enKolozsvr y despus en Leipzig. En Aberdeen, en 1714, me suscrib a los seis volmenes dela Ilada de Pope; s que los frecuent con deleite. Hacia 1729 discut el origen de ese poemacon un profesor de retrica, llamado, creo, Giambattista; sus razones me parecieronirrefutables. El 4 de octubre de 1921, el Patna, que me conduca a Bombay, tuvo quefondear en un puerto de la costa eritrea1. Baj; record otras maanas muy antiguas, tambinfrente al Mar Rojo; cuando yo era tribuno de Roma y la fiebre y la magia y la inaccinconsuman a los soldados. En las afueras vi un caudal de, agua clara; la prob, movido porla costumbre. Al repechar la margen, un rbol espinoso me lacer el dorso de la mano. Elinusitado dolor me pareci muy vivo. Incrdulo, silencioso y feliz, contempl la preciosaformacin de una lenta gota de sangre. De nuevo soy mortal, me repet, de nuevo me parezcoa todos los hombres. Esa noche, dormi hasta el amanecer.1Hay una tachadura en el manuscrito; tal vez el nombre del puerto ha sido borrado. -10- 11. ... He revisado, al cabo de un ao, estas pginas. Me consta que se ajustan a la verdad,pero en los primeros captulos, y aun en ciertos prrafos de los otros, creo percibir algo falso.Ello es obra, tal vez, del abuso de rasgos circunstanciales, procedimiento que aprendi en lospoetas y que todo lo contamina de falsedad, ya que esos rasgos pueden abundar en loshechos, pero no en su memoria... Creo, sin embargo, haber descubierto una razn ms intima.La escribir; no importa que me juzguen fantstico.La historia que he narrado parece irreal porque en ella se mezclan los sucesos dedos hombres distintos. En el primer captulo, el jinete quiere saber el nombre del ro quebaa las murallas de Tebas; Flaminio Rufo, que antes ha dado a la ciudad el epteto deHekatmpylos, dice que el no es el Egipto; ninguna de esas locuciones es adecuada a l, sinoa Homero, que hace mencin expresa, en la Ilada, de Tebas Hekatmpylos, y en la Odisea,por boca de Proteo y de Ulises, dice invariablemente Egipto por Nilo. En el captulo segundo,el romano, al beber el agua inmortal, pronuncia unas palabras en griego; esas palabras sonhomricas y pueden buscarse en el fin del famoso catlogo de las naves. Despus, en elvertiginoso palacio, habla de una reprobacin que era casi un remordimiento; esas palabrascorresponden a Homero, que haba proyectado ese horror. Tales anomalas me inquietaron;otras, de orden esttico, me permitieron descubrir la verdad. El ltimo captulo las incluye; ahest escrito que milit en el puente de Stamford, que transcribi, en Bulaq, los viajes de Simbadel Marino y que me suscrib, en Aberdeen, a la Ilada inglesa de Pope. Se lee, inter ala: EnBikanir he profesado la astrologa y tambin en Bohemia. Ninguno de esos testimonios esfalso; lo significativo es el hecho de haberlos destacado. El primero de todos parece convenira un hombre de guerra, pero luego se advierte que el narrador no repara en lo blico y si enla suerte de los hombres. Los que siguen son ms curiosos. Una oscura razn elemental meoblig a registrarlos; lo hice porque saba que eran patticos. No lo son, dichos por el romanoFlaminio Rufo. Lo son, dichos por Homero; es raro que ste copie, en el siglo XIII, las aven-turas de Simbad, de otro Ulises, y descubra, a la vuelta de muchos siglos, en un reino borealy un idioma brbaro, las formas de su Ilada. En cuanto a la oracin que recoge el nombrede Bikanir, se ve que la ha fabricado un hombre de letras, ganoso (como el autor del catlogode las naves) de mostrar vocablos esplndidos2.Cuando se acerca el fin, ya no quedan imgenes del recuerdo; slo quedan palabras.No es extrao que el tiempo haya confundido las que alguna vez me representaron con las que 2Ernesto Sbato sugiere que el Giambattista que discuti la formacin de la Ilada con elanticuario Cartaphilus es Giambattista Vico, ese italiano defenda que Homero es un personaje simblico, a lamanera de Plutn o de Aquiles-11- 12. fueron smbolos de la suerte de quien me acompa tantos siglos. Yo he sido Homero; enbreve, ser Nadie, como Ulises; en breve, ser todos: estar muerto. Postdata de 1950. Entre los comentarios que ha despertado la publicacin anterior,el ms curioso, ya que no el ms urbano, bblicamente se titula A Coat of Many Colours(Manchester, 1948) y es obra de la tenacsima pluma del doctor Nahua Corcoveo. Abarcaunas cien pginas. Habla de los centones griegos, de los centones de la baja latinidad, de BenJonson, que defini a sus contemporneos con retazos de Sneca, del Virgilus evangelizansde Alexander Ross, de los artificios de George Moore y de Eliot y, finalmente, de la na-rracin atribuida al anticuario Joseph Cartaphilus. Denuncia, en el primer captulo, brevesinterpolaciones de Plinio (Histora naturalis, V, 8); en el segundo, de Thomas de Quincey(Writings, III, 439); en el tercero, de una epstola de Descartes al embajador Pierre Chanut;en el cuarto, de Bemard Shaw (Back to Methuselah, V). Infiere de esas intrusiones, o hurtos,que todo el documento es apcrifo. A mi entender, la conclusin es inadmisible. Cuando se acerca el fin -escribiCartaphilus- ya no quedan imgenes del recuerdo; slo quedan palabras. Palabras, palabrasdesplazadas y mutiladas, palabras de otros, fue la pobre limosna que le dejaron las horas ylos siglos.A Cecilia Ingenieros.-12-