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La Ilustración en España Bien sabéis, queridos amigos, que el siglo XVIII en Europa entera se distinguió por ser el de la Ilustración. Con ello se hace referencia a un afán, que surge por todas partes pero sobre todo en la Europa Occidental, por elevar la cultura y hacer más racional la existencia. Fue un siglo y un empuje cultural formidable, no solo en las Letras y en las Artes, sino también en las Ciencias y la Filosofía, de modo que en ese siglo llevarían a acabo su gran obra tanto un inglés como Newton, el descubridor de la gravitación universal, y como un alemán de la talla de Kant, que sería uno de los grandes filósofos de todos los tiempos. Y también un siglo de músicos fantásticos, sobre todo en tierras germánicas: Sebastian Bach, Amadeus Mozart e incluso, ya entre siglo y siglo, el genial Beethoven. Y en un movimiento ilustrado tan espectacular, ¿qué hizo España? ¿Con qué figura nos encontramos? No demasiadas, esta es la verdad. Diríase que el agotamiento de la nación, a fines del siglo XVII y aumentado con la guerra de Sucesión a principios del siglo XVIII, había dejado a España postrada y sin fuerzas. Y que, quizá por ello, lo primero que se pensó fue en rehacer el país. Las maravillas de las Artes y las Letras tenían que quedar aplazadas, porque primero había que sobrevivir. Pues con la Ilustración había venido también un sentido crítico de la existencia. Todo se había puesto bajo el examen de la razón, rechazándose lo que no pareciera lógico y aceptable, por mucho que hubiera sido venerado por los tiempos anteriores. Y en ese espíritu crítico sí que destacó una figura española, un fraile benedictino que llegó a ser profesor de la Universidad de Oviedo: el padre Feijoo. Y ese fraile, desde su celda monacal ovetense, escribiría tales libros que le harían famoso en España entera, ayudando a pensar sobre todas las cosas y a luchar contra la ignorancia de las gentes. También fue en aquel siglo cuando escribió sus divertidas fábulas Samaniego, que tantas veces habréis oído contar a vuestros padres, como la de la zorra que al no poder alcanzar, salto tras salto, las uvas que colgaban de un parral, se consoló diciendo: «No las quiero comer. No están maduras». Ahora bien, nuestros creadores, tanto en la Poesía como en la Novela o en el Teatro, no lograron obras magistrales. Así, Meléndez Valdés en la Poesía, como Moratín en el Teatro, no pasaron de ser unas figuras secundarias, si las comparamos con lo que España hizo en esos campos tanto en el Siglo de Oro como en la posterior Edad de Plata, como ya veremos.

La ilustración

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La Ilustración en España

Bien sabéis, queridos amigos, que el siglo XVIII en Europa entera se distinguió por ser

el de la Ilustración. Con ello se hace referencia a un afán, que surge por todas partes

pero sobre todo en la Europa Occidental, por elevar la cultura y hacer más racional la

existencia.

Fue un siglo y un empuje cultural formidable, no solo en las Letras y en las Artes, sino

también en las Ciencias y la Filosofía, de modo que en ese siglo llevarían a acabo su gran

obra tanto un inglés como Newton, el descubridor de la gravitación universal, y como un

alemán de la talla de Kant, que sería uno de los grandes filósofos de todos los tiempos.

Y también un siglo de músicos fantásticos, sobre todo en tierras germánicas: Sebastian

Bach, Amadeus Mozart e incluso, ya entre siglo y siglo, el genial Beethoven.

Y en un movimiento ilustrado tan espectacular, ¿qué hizo España? ¿Con qué figura nos

encontramos? No demasiadas, esta es la verdad. Diríase que el agotamiento de la nación,

a fines del siglo XVII y aumentado con la guerra de Sucesión a principios del siglo

XVIII, había dejado a España postrada y sin fuerzas. Y que, quizá por ello, lo primero

que se pensó fue en rehacer el país. Las maravillas de las Artes y las Letras tenían que

quedar aplazadas, porque primero había que sobrevivir.

Pues con la Ilustración había venido también un sentido crítico de la existencia. Todo

se había puesto bajo el examen de la razón, rechazándose lo que no pareciera lógico y

aceptable, por mucho que hubiera sido venerado por los tiempos anteriores.

Y en ese espíritu crítico sí que destacó una figura española, un fraile benedictino que

llegó a ser profesor de la Universidad de Oviedo: el padre Feijoo. Y ese fraile, desde

su celda monacal ovetense, escribiría tales libros que le harían famoso en España entera,

ayudando a pensar sobre todas las cosas y a luchar contra la ignorancia de las gentes.

También fue en aquel siglo cuando escribió sus divertidas fábulas Samaniego, que tantas

veces habréis oído contar a vuestros padres, como la de la zorra que al no poder

alcanzar, salto tras salto, las uvas que colgaban de un parral, se consoló diciendo: «No

las quiero comer. No están maduras».

Ahora bien, nuestros creadores, tanto en la Poesía como en la Novela o en el Teatro, no

lograron obras magistrales. Así, Meléndez Valdés en la Poesía, como Moratín en el

Teatro, no pasaron de ser unas figuras secundarias, si las comparamos con lo que España

hizo en esos campos tanto en el Siglo de Oro como en la posterior Edad de Plata, como

ya veremos.

Pero hubo un sector, un campo, un territorio siempre abonado para que brillara el genio

español: el de las Artes. Ya en la Escultura alguien como el murciano Salzillo dio

muestras de su grandeza. Yo os aconsejo que cuando vayáis a Murcia visitéis el museo

de su nombre, que es verdaderamente precioso.

Sería en la Pintura donde España, a fines del siglo XVIII y entrando con fuerza en el

siglo XIX, daría un pintor de talla universal: Francisco de Goya. Y aunque su obra más

impresionante haya que situarla en el siglo XIX, al hilo de los terribles acontecimientos

desencadenados con motivo de la invasión napoleónica, también podemos recordar al

Goya del siglo XVIII por sus cuadros luminosos, tanto recogiendo estampas populares

como escenas de la Corte. Porque la fama de Goya fue tan grande que enseguida se

convirtió no solo en el pintor del pueblo, sino también en el pintor de la Corte. Y si vais

al Museo del Prado, que claro que debéis de ir y claro que seguro que lo haréis más de

una vez, podréis ver allí cuadros tan fantásticos como La familia de Carlos IV, en el que

están el Rey y la Reina con todos sus hijos. O bien el de un político tan notable como

Jovellanos, cuadro en el que Goya volcó toda su inspiración haciendo una verdadera obra

maestra. Pero también, como antes os he dicho, con cuadros como las dos majas, la

desnuda y la vestida, o como aquellos en los que recoge escenas populares: El vuelo de

la cometa, El cacharrero o La boda del mulato.

En fin, con Goya apuntando ya todo su genio a finales del siglo XVIII, España vuelve a

decir al mundo que si ha perdido su gran fuerza política y militar, sigue teniendo un

impresionante protagonismo en el mundo de la cultura.

Por decirlo con otras palabras: España seguirá siendo potencia de primer orden tanto

en las Artes como en las Letras.

Y ese podría ser, queridos amigos, el resumen sobre aquel siglo XVIII en el que parece

que la consigna general del pueblo español fue:

«¡Todos a trabajar, que somos ilustrados!»

Es verdad que aquella España que alzaron con tanta ilusión, y que levantaba otra vez

orgullosa su cabeza para reclamar el protagonismo que le correspondía en Europa, se iba

a ver metida en una aventura tan tremenda que sería como una terrible hoguera que

todo lo consumiría, la guerra de la Independencia contra el ejército de Napoleón.

Pequeña historia de España

Manuel Fernández Álvarez