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La lectura como derecho y placer

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Ponencias “La lectura como derecho y placer”. I Congreso Internacional “Literatura infantil, la lectura como derecho y placer” (II Maratón del Cuento de Ecuador). Quito, 24 y 26 de abril de 2007.

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1 La lectura como derecho y placer

Quito, 24 de abril de 2007

Les confieso que cuando me invitaron a participar con una ponencia en este

Congreso, a mi alegría por venir aquí se unió un sentimiento de desbordamiento por

el tema que debía tratar: La lectura como derecho y placer. Y es que ¡resulta tan

difícil abordar un tema tan amplio e interesante en un espacio de tiempo tan breve!

Así que pongámonos, cuanto antes, manos a la obra.

En 2003 entré a formar parte del Centro Internacional del Libro Infantil y Juvenil

de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez en Salamanca, un centro que tiene

como objetivo fundamental fomentar la lectura entre los niños y jóvenes, y desde

esta perspectiva de mediadora entre el libro y el niño o joven en este contexto es

desde la que voy a hacer hoy una reflexión sobre la lectura como derecho y placer,

para la cual partiré de una revisión del concepto de infancia.

Hoy día, la consideración de la infancia como un sujeto social diferenciado así

como la existencia de un sólido mercado de libros dirigidos a este sector de público

son una realidad tan obvia que es fácil olvidar que estos dos fenómenos son

bastante recientes y que se han desarrollado de forma interrelacionada. Se podría

incluso afirmar que el cambio social en relación con el concepto de infancia es

responsable de los cambios que se han producido en los libros para niños y niñas.

En el siglo XVII surgió la noción de infancia. En primer lugar, se reconocieron y

se legitimaron unas necesidades infantiles diferenciadas de las de los adultos; y, en

segundo término, se asumió la idea de que el adulto es el responsable de los

aprendizajes de niños y niñas. A partir del siglo XVIII, comenzó a crearse una

literatura específica para las primeras edades y se tuvo conciencia social explícita de

la función educativa de este tipo de obras, lo cual puede relacionarse con la

evolución del concepto de infancia.

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2 Esta función educativa de los libros para niños fue precisamente la que

favoreció la aceptación social del nuevo “producto”, aunque la industria del libro

infantil y juvenil no comenzara a florecer hasta la segunda mitad del siglo XIX y su

expansión definitiva no se produjese hasta la segunda mitad del siglo XX.

A lo largo de estos años, se ha asistido a la extensión del consenso social en

favor de la importancia del bienestar físico y mental de los niños y niñas. La infancia

ha acabado considerándose el periodo más decisivo de la vida del hombre desde

diferentes perspectivas, y esta visión de la infancia como un tiempo de aprendizaje

está íntimamente relacionada con el surgimiento de un sistema educativo

progresivamente generalizado a toda la población y ampliado en el período de edad

que debe abarcar. En este proceso de ampliación, la literatura infantil y juvenil se ha

consolidado como un instrumento socializador de nuestra cultura.

Ahora bien, a parte de que la función educativa se adapte a los cambios

sociales, lo que es evidente es que la importancia otorgada a esta función de los

libros infantiles ha cambiado a lo largo de la historia. El peso de este requisito

disminuyó durante el siglo XIX y principios del XX a favor de una serie de funciones

de entretenimiento y ocio que han forzado el reconocimiento de la función literaria

de este tipo de obras, han hecho explícita la doble función de los libros destinados a

niños, niñas y adolescentes e, incluso, han acabado consolidando el predominio del

aspecto literario.

En cualquier caso, al margen de que el énfasis en una u otra función haya

sufrido variaciones, la literatura infantil siempre se ha mantenido a caballo entre

ambas. Los libros para niños y jóvenes que cumplan ambos objetivos, el educativo y

el literario, pueden ser valorados por los adultos como literatura infantil y juvenil de

calidad, en tanto en cuanto contribuyen de forma acertada a la formación y el

aprendizaje de sus destinatarios (lo cual hace “obligatorio” el derecho de acceso a

los mismos) y, además, desarrollan, entre otras cosas, la imaginación y la

creatividad (lo que los convierte en un placer).

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3 A día de hoy, la generalización de los nuevos sistemas de información y

comunicación ha sido uno de los factores principales en el proceso de

transformación del mundo contemporáneo. Se ha producido un cambio radical en los

procesos de acceso, apropiación y uso de la información que ha modificado los

comportamientos de aprendizaje e instrumentalización del conocimiento. De ahí que,

a diario, escuchemos (e, incluso, hablemos de) que la sociedad actual es la

“sociedad de la información”, y, en otras ocasiones, que es la “sociedad del conocimiento”.

Sin embargo, antes de nada, debemos ser conscientes de que información no

es lo mismo que conocimiento. La información es algo externo que se puede

acumular rápidamente, y no sirve de nada si no se procesa, discriminando o

asimilando la información en función de su pertinencia. Es entonces cuando la

información puede llegar a formar parte de los conocimientos de una persona porque

el conocimiento es algo interno, estructurado, relacionado con el entendimiento y

con la inteligencia, que crece lentamente y que puede conducir a una acción. Este

proceso, absolutamente imprescindible en un momento en el que cada día

disponemos de más información, no es posible sin competencia lectora.

Teniendo claras esta ideas, que consideran al libro para niños y jóvenes como

instrumento socializador de nuestra cultura (al que se han unido los materiales en

otros soportes en estos últimos años) y que sitúan a la competencia lectora en un

paso intermedio entre la información y el conocimiento, podemos afirmar que

cualquier iniciativa que se ponga en marcha dentro del mundo del libro que no tenga

como objetivo el compromiso de fomentar la lectura será inconsistente, pasajera e

incapaz de afrontar los retos que nos plantea la sociedad actual. O apostamos por la

lectura o cualquier intento de desarrollo cultural será inalcanzable.

Desafortunadamente, esta no ha sido la situación vivida en España a lo largo

de su historia. Por razones de distinta índole (políticas, económicas, sociales e,

incluso, religiosas), leer en España fue, durante demasiado tiempo, un deseo

inalcanzable, un territorio prohibido, una injusta e impuesta privación para la gran

mayoría. A principios del siglo XX, España sufría una de las tasas de analfabetismo

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4 más altas del mundo occidental. No será finales de los años 60 y principios de los 70

cuando la situación comience a cambiar, hasta llegar a los años 80 que son para el

mundo de la lectura años de especial efervescencia y creatividad. Además, a finales

de esta década de los 80 comenzaron a aparecer los primeros estudios sobre

hábitos culturales, donde se hizo referencia a los hábitos de lectura de los

españoles. En 1986 se manifestó que en torno al 28% de la población leía con cierta

asiduidad (es decir, al menos, un libro al trimestre) y que un 19% leía con cierta

frecuencia (al menos un libro al mes). Por fortuna, los estudios posteriores reflejan

un lento pero constante crecimiento de los índices lectores.

En el estudio realizado por Precisa Research para la Federación de Gremios

de Editores de España, los datos correspondientes a 2006 no ofrecen dudas. Si a

finales de los 80, la población que declaraba leer era un 28%, hoy la cifra se eleva

hasta el 55,5%, lo que significa que se ha duplicado en veintiséis años nuestro

coeficiente de lectores, un crecimiento realmente esperanzador en tan breve espacio

de tiempo (muy por encima de la media anual de crecimiento lector en países como

Reino Unido o Finlandia). Más significativo es el dato referente a los lectores

frecuentes (es decir, aquellos que leen todos o casi todos los días), hemos pasado

de un 22,2% en 2002 (año de publicación del primer Barómetro de hábitos de lectura

y compra de libros) a un 39,6% de la población en 2006, una subida realmente

extraordinaria.

Todos estos datos nos permiten afirmar que hoy leemos más que nunca; es

decir, que estamos en la vía correcta de configuración de una sociedad lectora, y

este hecho, al margen de lo ya comentado, se ha producido, entre otras cosas, por

la calidad y la diversidad de lo aportado por nuestros autores, ilustradores, traductores y editores (lo cual ha favorecido la creación de una extensa red de

librerías); la transformación cuantitativa y cualitativa de las bibliotecas públicas; la puesta en marcha, por parte de las distintas Administraciones Públicas, de Planes de Fomento de la Lectura o iniciativas similares; y,

finalmente, la contribución de la escuela.

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5 La labor de esta última, sin embargo, se ha visto entorpecida por la casi

permanente desatención a la imprescindible formación del profesorado y por una

absoluta carencia de infraestructuras y recursos como para que la lectura impregne

los centros escolares. Destaca el hecho de que los alumnos y alumnas españolas

sufran un llamativo retroceso en cuanto a actitudes y aptitudes lectoras a lo largo de

su desarrollo escolar; dicho de otro modo, los niños y niñas de 7 años tienen, en

función de su edad, mayor capacidad de comprender lo que leen y mayor afición por

la lectura que los jóvenes de 16 años. Esta realidad supone un verdadero desafío

para la sociedad española que ha de apostar definitivamente por el valor y la

posición de la lectura en la escuela, convirtiendo a la lectura en tarea común de

todos: administraciones, padres, profesores y alumnos. Dotándola de su tiempo y de

su espacio, lo que nos obligaría a plantear la necesaria revitalización de nuestras

bibliotecas escolares, en tan lamentable estado según las conclusiones del Estudio

sobre las Bibliotecas Escolares en España elaborado por la Fundación Germán

Sánchez Ruipérez en colaboración con el Instituto IDEA que se publicó a finales de

2005. Y advirtiendo que esta nueva posición de la lectura dentro del sistema

educativo no depende sólo de las inversiones y de las regulaciones legislativas,

aunque ambos factores sean importantes; es imprescindible definir el carácter

estratégico de la lectura como instrumento indispensable para la educación

individual y colectiva y llave que abre las puertas de todos los conocimientos, dotar

al profesorado de una formación continua, y apostar de forma continuada por las

bibliotecas escolares, que deberían configurarse como el epicentro de la información

de cada escuela. A esto se debe unir el apoyo de la familia y de la biblioteca.

El fomento de la lectura debe entenderse como un compromiso social, y

como tal debe ser asumido de forma conjunta por las instituciones e individuos que,

en mayor o menor medida, están involucrados en proyectos de promoción cultural o

acciones educativas, si bien su articulación debería realizarse de forma prioritaria

por aquellos que cuentan con mayores capacidades de acometerlo: la familia, que

tiene unas posibilidades inigualables para contribuir a ese proceso; la escuela,

responsable de enseñar las destrezas de decodificación, comprensión e

interpretación necesarias para el desarrollo de los hábitos lectores, de promover la

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6 lectura como actividad lúdica y formativa y de recomendar libros de calidad; y la

biblioteca, que se ofrece como un espacio de ocio y lugar de encuentro con la

lectura, y que dispone de medios adecuados para formar a sus usuarios en una

lectura crítica y selectiva. Otros espacios, como por ejemplo las librerías, deben ser

también parte activa en este proceso, al fin y al cabo, son el mejor escaparate de la

edición más reciente además de ofrecer orientación y recomendaciones. De los

cuatro intermediarios señalados, corresponde a la escuela el papel principal en la

promoción de la lectura. No es una asignación de responsabilidad gratuita, sino

fundada en el potencial que, por encima de los otros, tienen los docentes para poder

asumirla, dándole la imprescindible continuidad, verificando los progresos y

corrigiendo los desajustes. El ejercicio de esta responsabilidad deberá apoyarse,

además, en la cooperación con los otros espacios.

Unido a todos estos requisitos que hemos mencionado como “imprescindibles”

para consolidar los hábitos lectores de la población, no podemos olvidar que la

lectura ha sufrido, está sufriendo, cambios importantes que están íntimamente

relacionados con la revolución tecnológica de la que hablamos al principio de esta

exposición. El auge de los medios audiovisuales y la irrupción de las nuevas

tecnologías de la comunicación han favorecido un cierto cambio de modelo cultural,

ya que hemos pasado de la supremacía de una cultura alfabética, textual e impresa

a la de otra que se construye mediante imágenes audiovisuales; este cambio implica

ciertas modificaciones en el uso del lenguaje y, sobre todo, en las capacidades de

razonamiento, lo que podemos comprobar en los hábitos lectores de los más

jóvenes, así como en sus habilidades para la lectura comprensiva.

La alfabetización es algo más que saber leer y escribir hoy, en el siglo de las

nuevas tecnologías, estamos obligados a facilitar el acceso de los ciudadanos al

mundo globalizado de la información, pero también a prepararlos para manejarse,

libre y críticamente, en él; y esto no es posible sin competencia lectora. La lectura no

es solo reconocer unos sonidos, unas sílabas o unas palabras dentro de un texto;

las palabras pueden significar cosas muy diferentes, que sólo un lector competente

sabrá interpretar en cada momento.

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7 Al fin y al cabo, leer es una actividad cognitiva y comprensiva enormemente

compleja, en la que intervienen el pensamiento y la memoria; y leer siempre debe

ser una opción personal, a la que se acude en libertad; que exige esfuerzo,

concentración y silencio; y que no hay que abandonar si queremos que arraigue

para ir consiguiendo, paulatinamente, intereses lectores que nos eduquen el gusto y

el placer de leer hasta convertir la lectura en un hábito cotidiano, buscado, deseado

y en una auténtica necesidad vital. Este debería ser nuestro fundamental objetivo:

hacer nuevos lectores que no solo dominen la técnica de la lectura sino que

“sientan” y “disfruten” con ella. Debemos plantear la lectura como un derecho.

Facilitar el acceso libre y pleno del ciudadano a los libros es, a su vez, garantía para

que la sociedad progrese, sin lectura es difícil que exista un pensamiento crítico y

divergente.

El lector no nace, se hace; pero el no lector también: nos hacemos lectores o

no lectores con el paso del tiempo, a lo largo de un proceso formativo en el que

interviene el desarrollo de la personalidad y en el que vivimos experiencias lectoras

motivadoras y desmotivadotas, casi siempre, en tres únicos contextos: el familiar, el

escolar y el bibliotecario, y en relación con distintos tipos de mediadores desde los

padres hasta los bibliotecarios, pasando por la figura del docente.

En la promoción de la lectura, sobre todo cuando los destinatarios son niños o

adolescentes, es muy importante esta figura del mediador, en tanto en cuanto es,

casi siempre, el primer receptor de la obra, quien facilitará ideas y caminos para

realizar las lecturas, también para elegirlas, porque el destinatario de la misma es

todavía un ser en desarrollo, con poca experiencia de contacto consciente con los

textos literarios, así como con una pequeña competencia enciclopédica.

Aunque la decisión final en la elección de un libro la debe tener siempre el

lector, creo que es oportuna una intervención mediadora que, con conocimiento de

causa, aporte soluciones ante las dudas y facilite, en lo posible, la decisión en la

elección de la lectura adecuada. Como afirmada Genviève Patte en su estudio

¡Dejadles leer! Los niños y las bibliotecas: “Seleccionar no quiere decir restringir,

sino todo lo contrario. Seleccionar significa valorar”. El mediador debe, por tanto,

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8 poner al niño o niña en contacto con buenos y variados materiales, próximos a su

mundo afectivo y a sus intereses, y con diferentes contenidos y estilos que le ayuden

a desarrollar el gusto personal, y acompañarlo en su recorrido como lector durante la

infancia; crear y fomentar hábitos lectores estables; orientar y favorecer la lectura

voluntaria en todos los sentidos, entre los que se incluye facilitar la selección de

lecturas según la edad y los intereses de sus destinatarios; y organizar, desarrollar y

evaluar actividades de animación a la lectura.

La sociedad del conocimiento debe exigir, en primer lugar, la competencia

lectora de todos sus ciudadanos porque, hoy día, es más necesario que nunca un

ciudadano lector competente y crítico, que pueda acceder de forma autónoma a

distintos tipos de textos en diferentes formatos y discriminar la abundante

información que recibe cada día. Si la lectura fue, en el pasado, una actividad

minoritaria y discriminatoria, hoy debemos considerarla un bien al que debe tener

acceso todo el conjunto de la sociedad. La lectura es una de las mejores

expresiones de nuestras ansias de crecimiento, de transformación y de libertad, que

se escribe con ele de libro y de lectura, como proclama nuestro apreciado y

admirado Antonio Basanta, Vicepresidente ejecutivo y Director general de la

Fundación Germán Sánchez Ruipérez. La lectura, antes que un deber, debe ser un

derecho universal del que es justo que disfrutemos todos y todas en auténtica

igualdad de oportunidades.

Elisa Yuste

Coordinadora del Área de Promoción de la Lectura

Centro Internacional del Libro Infantil y Juvenil

Fundación Germán Sánchez Ruipérez

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9 BIBLIOGRAFÍA

− Basanta, Antonio. Fomento de la lectura. En: Perspectivas de la edición en el siglo XXI. Madrid, 2006. 14 p.

− Cerrillo, Pedro C. Nuevos tiempos, ¿nuevos lectores? En: Ocnos. Cuenca, 2005, nº 1, p. 19-33.

− Cerrillo, Pedro C. El papel del mediador en la formación lectora. En: Nuevas hojas de lectura. Bogotá, 2005, nº 8, p. 14-24.

− Colomer, Teresa. La formación del lector literario. Madrid: Fundación Germán Sánchez Ruipérez, 1998. 367 p. ISBN 84 89384 17 7

− Enseñanza y promoción de la lectura. [Valladolid]: Junta de Castilla y León, Consejería de Educación, 2005. 32 p.