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1 EL ÚLTIMO DE LOS INJUSTOS Manuel González Riquelme DIRECCIÓN: Claude Lanzmann. GUIÓN: Claude Lanzmann. AÑO: 2013. NACIONALIDAD: Francia, Austria. DISTRIBUCIÓN: Avalon. PRODUCCIÓN: David Frenkel, Jean Labadie, Danny Krausz. FOTOGRAFÍA: William Lubtchansky, Caroline Campetier A. F. C. MONTAJE: Chantal Hymans. SONIDO: Antoine Bonfanti, Manuel Grandpierre, Alexander Koller. PUESTA EN ESCENA: Laura Koeppel. Desarrollado con el apoyo de: CINEMAGE 7 DEVELOPPMENT. PRODUCTORAS: SYNEDOCHE: David Frenkel, Arno Moria; LE PACTE: Jean Labadie, Anne-Laure Labadie; DOR FILM: Danny Krausz, Kurt Stocker; LES FILMS ALEPH: Claude Lanzmann. En coproducción con France 3 Cinéma. Con la participación de: Canal , Ciné , France Télévisions, ORF (Film/Fernseh-Abkomen), Centre National du Cinéma et de l´Image Animée. Con el apoyo de la Région Ile-de-France en colaboración con la CNC, Österreichsches Filminstitut, Filmfonds Wien, La Fondation pour la Mémoire de la Shoah. Murmelschwein Wolf Murmelstein declara en una entrevista con Filomena Rodríguez: “En el gueto de Terezin, muchos llamaban ‘cerdo’ a mi padre. Gritaban ¡Murmelschwein, Murmelschwein! ‘Schwein’ significa ‘cerdo’ en alemán. Transformaron el apellido Murmelstein en Murmelschwein. Ese fue el primer insulto que oí hacia mi padre”, Wolf Murmelstein contaba 7 años.

Le Dernier des Injustes Claude Lanzmann

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Benjamin Murmelstein el último Presidente del Consejo Judío de Theresienstadt es entrevistado por Claude Lanzmann en el año 1975 en su apartamento de Roma.

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EL ÚLTIMO DE LOS INJUSTOS

Manuel González Riquelme

DIRECCIÓN: Claude Lanzmann.GUIÓN: Claude Lanzmann.AÑO: 2013.NACIONALIDAD: Francia, Austria.DISTRIBUCIÓN: Avalon.PRODUCCIÓN: David Frenkel, Jean Labadie, Danny Krausz.FOTOGRAFÍA: William Lubtchansky, Caroline Campetier A. F. C.MONTAJE: Chantal Hymans.SONIDO: Antoine Bonfanti, Manuel Grandpierre, Alexander Koller.PUESTA EN ESCENA: Laura Koeppel.

Desarrollado con el apoyo de: CINEMAGE 7 DEVELOPPMENT.

PRODUCTORAS: SYNEDOCHE: David Frenkel, Arno Moria; LE PACTE: Jean Labadie, Anne-Laure Labadie; DOR FILM: Danny Krausz, Kurt Stocker; LES FILMS ALEPH: Claude Lanzmann.

En coproducción con France 3 Cinéma.

Con la participación de: Canal , Ciné , France Télévisions, ORF (Film/Fernseh-Abkomen), Centre National du Cinéma et de l´Image Animée.

Con el apoyo de la Région Ile-de-France en colaboración con la CNC, Österreichsches Filminstitut, Filmfonds Wien, La Fondation pour la Mémoire de la Shoah.

Murmelschwein

Wolf Murmelstein declara en una entrevista con Filomena Rodríguez: “En el gueto de Terezin, muchos llamaban ‘cerdo’ a mi padre. Gritaban ¡Murmelschwein, Murmelschwein! ‘Schwein’ significa ‘cerdo’ en alemán. Transformaron el apellido Murmelstein en Murmelschwein. Ese fue el primer insulto que oí hacia mi padre”, Wolf Murmelstein contaba 7 años.

¿El último justo?

Claude Lanzmann anuncia en los créditos que: “El rabino Benjamin Murmelstein fue el último presidente del Judenrat de Theresienstadt. Lo grabé durante una semana entera, en Roma en 1975”. Han transcurrido 39 años desde entonces. Durante la cinta, Lanzmann no se comporta como un periodista o un cinematógrafo a quien le interese la verdad. No le interesa saber ¿por qué? ¿Qué ocurrió? ¿Por qué Benjamin Murmelstein es el último de los injustos? Fue el último Presidente del Judenrat de Theresienstadt. A 60 kilómetros al noroeste de Praga, Theresienstadt, ciudad fortaleza fundada en 1780 entre los ríos Elba y Ohre, había sido elegida por los nazis para la creación de un “gueto modelo”. Entre noviembre de 1941 y la primavera de 1945 tuvo tres presidentes el Consejo Judío. El primero fue Jacob Edelstein de Praga, los nazis le arrestaron en noviembre de 1943, acusado de falsificar las listas de deportados, lo enviaron a Auschwitz y lo asesinaron seis meses más tarde de un tiro en la nuca tras haber presenciado el asesinato, de idéntica forma, de su mujer y de su hijo. El segundo presidente fue Paul Eppstein de Berlín, también murió de un tiro en la nuca en la misma Theresienstadt el 27 de septiembre de 1944, acusado de fomentar una revuelta apoyado por la resistencia local. De septiembre a octubre de 1944, salieron de allí transportes continuos con destino a Auschwitz con 18.400 judíos. Prácticamente todo el Judenrat de Theresienstadt se encontraba entre las víctimas. La víspera de su deportación, el 27 de septiembre, el rabino de Viena Benjamin Murmelstein asumió

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el cargo. El 3 de mayo de 1945, los nazis entregaron Theresienstadt a la Cruz Roja; el gueto fue liberado el 8 de mayo por tropas soviéticas. De los 141.184 judíos que fueron llevados a Terezin, quedaron el 9 de mayo 16.832. La cifra de deportados alcanzó los 88.202 y los muertos 33.456. El último judío abandonó Theresienstadt el 17 de agosto. Murmelstein fue detenido por los checos. Permaneció en prisión 18 meses antes de ser absuelto de todos los cargos. Se exilió en Roma. El título de este film documental se debe a la obra de André Schwarz-Bard El último justo. Fue Murmelstein quien dio el título a esta película. Benjamin Murmelstein escribió un libro titulado Terezin, il ghetto modelo di Eichmann que publicó en 1961. El 11 de abril de 1961 se inició la vista en Jerusalén contra Adolf Eichmann. Hannah Arendt publicó Eichmann en Jerusalén en 1963. Según Murmelstein se tergiversó la imagen del teniente coronel durante el juicio: “la teoría de Hannah Arendt del carácter banal de Eichmann… era de risa… Eichmann banal. Por ejemplo, la historia del Eichmann corrupto no surgió en absoluto” pero esto es otra historia.

Flavio Josefo, el superviviente

Flavio Josefo tenía 30 años cuando los romanos comandados por Vespasiano tomaron la fortaleza de Jotapata el primer día del mes de Panemo, 20 de julio del año 67, en el decimotercero de Nerón. Acompañaba a Vespasiano su hijo Tito de la misma edad. Cuarenta y siete días duró el asedio. Hicieron mil doscientos prisioneros y la toma de la ciudad costó cuarenta mil vidas. Josefo logró escapar saltando al interior de una profunda cisterna comunicada por uno de sus lados con una amplia cueva que no era visible desde fuera. Allí encontró cuarenta destacados personajes con una provisión de víveres suficiente para bastantes jornadas. Dos días oculto, fue traicionado, al ser capturada una de las mujeres que estaba con ellos. Vespasiano envió a dos tribunos, Paulino y Galicano con la orden de ponerlo en libertad si abandonaba la ciudad. Josefo sospechaba de los tribunos, hasta que Vespasiano envió a Nicanor, amigo suyo. El ejército se dispuso a prender fuego a la cueva. La suerte estaba echada. Flavio Josefo que conocía bien las profecías de los libros sagrados, recordó las visiones de los sueños, dirigió a Dios una plegaria secreta: “Ya que toda la Fortuna se ha puesto del lado de los romanos y has elegido mi alma para revelar el futuro, me rindo voluntariamente y conservo la vida, te pongo a ti como testigo que no lo hago como traidor sino como servidor tuyo”. Sus hombres no podían admitirlo: “¡A cuánta gente convenciste para morir en defensa de la libertad! Tienes una falsa fama de valiente. Si la Fortuna de los romanos ha hecho que tú te olvides incluso de ti mismo, te daremos una espada. Si mueres voluntariamente, lo harás como general de los judíos, pero si lo haces obligado morirás como un traidor”. Josefo que temía ser atacado por sus compatriotas, respondió: “¿Cuál es el terror que nos impide ir ante los romanos? El suicidio es contrario a la naturaleza y un acto de impiedad contra Dios. De Dios hemos recibido la existencia y depende de él que dejemos de existir. El alma es siempre inmortal y es como una parte de Dios que habita en nuestro cuerpo. Ojalá los romanos me estén tendiendo una trampa porque si me matan, después de la negociación, moriré con alegría y me llevaré la traición de los que me han engañado como consuelo más importante que una victoria”. De nada sirvió, sus hombres deseaban la muerte. ¿Cómo actuar?, de nuevo, contestó: “Dado que hemos de morir, dejemos que la suerte decida. Con un sorteo. El primero elegido caerá en manos del segundo, el destino pasará por todos y nadie perecerá por sí mismo”. Les convenció. Sus soldados pensaban que la muerte con Josefo sería más dulce que la vida. Josefo no describe el juego, es difícil no pensar en un engaño, mas de nuevo, jugó a su favor. Quedó el último con otro. El engaño fue total. Se negó a cumplir la regla y le convenció. Uno es más fácil de persuadir que cuarenta. Nicanor condujo a Josefo ante Vespasiano. Su firmeza ante las adversidades llamó la atención de Tito, al recordar, al líder enemigo que ahora estaba a su merced por un capricho del destino. Tito influyó decisivamente en su salvación. Vespasiano ordenó custodiarle pues tenía la intención de enviarlo a Roma. El envío de prisioneros destacados era un hecho habitual en Palestina. Josefo sabía que Nerón despreciaba a Vespasiano. Cuando oyó esto último, pidió audiencia a solas. Vespasiano ordenó salir a todos excepto a Tito y a dos amigos suyos: “Crees que sólo soy un prisionero de guerra pero yo vengo ante ti como mensajero. Después de Nerón

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no quedará ningún sucesor hasta llegar a ti. Tú, Vespasiano, serás César y emperador y también lo será tu hijo que aquí está presente. Te pido que me castigues, si me equivoco” (Flavio Josefo, La guerra de los judíos Libros I-III. Introducción, traducción y notas de Jesús Mª Nieto Ibáñez. Libro III, Biblioteca Clásica Gredos 247, 1ª reimpresión, Madrid, 2007, pp. 449-463). Descubierta la pantomima, uno de los amigos advirtió que Josefo no profetizara la destrucción de Jotapata ni su propia captura. Pero Josefo respondió que había anunciado que Jotapata caería después de cuarenta y siete días y que él mismo sería atrapado vivo por los romanos. Vespasiano corroboró estas afirmaciones interrogando individualmente a los prisioneros. No obstante, no liberó a Josefo ni de la vigilancia ni de las cadenas pero le regaló ropa y otros objetos de valor. Tito colaboraba con él en estas consideraciones. La pregunta es: ¿por qué un personaje procedente de la alta nobleza llamado Josef Ben Matthias, un sacerdote que pretendió ser fariseo, se convierte en un miembro de la corte imperial y adopta los tria nomina de la ciudadanía romana? Por tal hecho, fue merecedor de “tránsfuga” y “traidor”. La pregunta es: ¿por qué un erudito, rabino del segundo mayor distrito de Viena, el distrito 20, director de la oficina de emigración de la Kultusgemeinde de Viena, negocia con el enemigo, intima con Eichmann, cuando puede marcharse, no lo hace y ocupa un destino sentenciado a muerte? Murmelstein es un superviviente. La supervivencia da un poder, el poder de no ser uno mismo el vencido. Vencer y sobrevivir son la misma cosa. Elías Canetti comprende muy bien este concepto: “A veces, las batallas se desarrollan de tal manera que ya no resulta posible separar a los muertos de uno y otro bando: una sola fosa común podrá entonces reunir los restos de todos” (Elías Canetti, Masa y poder, Obras Completas I, Galaxia Gutenberg, Círculo de lectores. Edición dirigida por Juan José del Solar, traducción de Juan José del Solar, Barcelona, 2002, p. 288). El superviviente es un hombre privilegiado. Su vida se cifra en el instante de la victoria. Ese momento de la afirmación es vital. Uno ha sido elegido. Quién consigue sobrevivir muchas veces es un héroe. ¿Es un héroe Flavio Josefo? Lanzmann califica de héroe a Murmelstein: “Es cierto que hice cosas que otros no hicieron pero no por ello soy un héroe. No estoy loco. Mire, en el circo, el funámbulo tiene debajo una red de seguridad que el público no ve. Caminé por una cuerda peligrosa pero debajo siempre tuve una red de seguridad. Cuando el 5 de octubre de 1944 dije: ‘yo no organizo convoyes. Si queréis hacedlo vosotros mismos’. Debían preparar las listas. Sabía perfectamente que no podían hacerme nada. Por entonces, no era el último de los injustos era el último de la guardia. Liquidaron a Eppstein, Edelstein, Zucker… ya no quedaba nadie, si me hubieran liquidado, no habrían sabido qué hacer con el gueto. No habrían tenido ni idea de qué hacer. Tuvieron que aguantarme porque si no… aunque, lógicamente, siempre había un riesgo. Tenían que haber destruido Theresienstadt pero aún no se habían decidido. Theresienstadt seguía siendo el hilo de la historia que contar y siempre conté con eso. En cuanto al gueto, voy a contarle un secreto sólo por tratarse de usted. Un par de días antes había terminado un trabajo. El borrador de un discurso que podría darse durante la visita de la Cruz Roja Internacional. Me dijeron que había que presentarle el texto a Himmler para que lo aprobara. Así que imagínese, a un Presidente del Consejo al que han preparado, por así decirlo, para una visita de la Cruz Roja Internacional, no se le puede matar así, sin más. Claro que había un cierto riesgo, el título de Presidente del Consejo entrañaba peligro. Pero yo contaba con que, cuando tuvieran que elegir, tendrían dos posibilidades: gasearme o llevarme ante la Cruz Roja. Tendrían que elegir entre una cosa y otra. No se puede jugar a dos bandas: una u otra. Y entonces, no pudieron decidir, se rindieron”.

Bohusovice

Claude Lanzmann pregunta: “¿Quién en el mundo, a día de hoy, conoce el nombre de Bohusovice y su estación en la línea de tráfico de Praga a Dresde y al final, Berlín? Sin embargo, entre noviembre de 1941 y la primavera de 1945, 140.000 judíos desembarcaron en este mismo andén, o más bien, ‘fueron desembarcados’ para ser conducidos en las peores condiciones a 3 kilómetros de aquí, a Theresienstadt o como aún lo llaman los checos ‘Terezin’. La ciudad que Hitler le había regalado a los judíos. Toda la prensa nazi se hizo eco de ello: ‘El Führer regala una ciudad a los judíos’ y qué regalo”. Benjamin Murmelstein registra este acontecimiento en su

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libro sobre el gueto modelo: “En Alemania corre el rumor de que se ha concedido una ciudad a los judíos con aguas termales, con hoteles y pensiones. Dicho lugar idílico acogería a cualquiera que por su edad o por haber resultado inválido en la guerra, no estuviera capacitado para trabajar. Las autoridades judías estaban autorizadas a redactar contratos para conceder alojamiento vitalicio en ese spa de Terezin a cambio de renunciar a todas sus propiedades y dirigirlas al fondo de Eichmann. En Viena, los viejos, los enfermos, los ciegos y los dementes metidos a patadas en vagones de ganado, seguían teniendo las marcas de clavos de sus botas al llegar. Los de Hamburgo, sin embargo, tenían la ocasión de admirar la generosa manera de tratar a los enemigos del Reich: vagones de segunda clase, asientos acolchados para todos, maletas llenas de comida, de medicamentos destinados a hacerle más agradable la estancia en el spa de Terezin. Cuando el tren entraba en la estación de Bohusovice, el viaje había terminado y las ilusiones también. El comité de bienvenida lo componían militares de las SS, jóvenes judíos nerviosos y algún policía checo. Faltaban las flores. Por las ventanas del vagón, las cabezas canosas se asomaban en busca de un botones. Rápidamente, sus expresiones pasaban de la curiosidad a la duda y después al terror. Gritos de orden. Los viejos tratan de bajar del tren con sus mejores galas para presentarse apropiadamente en la pensión donde han reservado habitación con vistas al lago y terraza panorámica. Nadie les echa una mano a los recién llegados. Algunos se caen, bombines ruedan por el suelo, empujones bofetadas, golpes, gritos, llantos de mujer, una mezcla de cuerpos, muletas y maletas. Una visión apocalíptica. Hicieron falta varias horas para dominar el caos. Los viejos que aún seguían en pie tomaron la carretera de Terezin en fila india, los demás les seguían tirados en camiones como troncos. Sólo entonces aparecen en escena los botones judíos supervisados por las SS para cargar con las maletas que quedaban oficialmente pendientes de inspección, pero realmente todo quedaba confiscado”. Benjamin Murmelstein tiene 38 años cuando llega a Theresienstadt en enero de 1943. Su tono es irónico, satírico, patético. Una composición entre Quevedo y Lope mistificados. Continúa: “En Berlín todo muy rápido, los judíos se peleaban por firmar sus contratos vitalicios. La compañía ferroviaria daba prioridad absoluta a los transportes organizados por Eichmann. En unas semanas, 40.000 ancianos habían llegado al gueto. Buscando una solución, la administración descubre grandes áticos bajo los techos rojos de los cuarteles. Una vez instalados bajo un suelo de ladrillo, los viejos no se volvían a levantar. Para encontrar un grifo, un lavabo o un váter había que bajar y subir un número infinito de escaleras, una misión imposible. En la atmósfera abrasadora del verano, invadidos por los piojos y saturados por un hedor sofocante, uno podía encontrar en el suelo sobre sus propios excrementos a profesores universitarios, inválidos, condecorados de guerra, conocidos industriales y otros muchos que se habían llevado su documentación para probar que habían fundado escuelas, financiado hospitales, creado becas de estudio y ocupado funciones honorables en una sociedad que aún estaba dispuesta a sufrir la invasión judía. Los pocos afortunados que habían conseguido sitio en una de las casas evacuadas intentaban explorar la ciudad, salían y, algunas veces, no volvían jamás. Confusos y aturdidos, los viejos deambulaban por las calles con dificultad para reconocer la puerta de la casa en la que habían dormido. Se creó un servicio de orientación con la tarea expresa de recoger a los judíos errantes y verificar su identidad”.

El gueto modelo era una gran mentira

El gueto modelo de Eichmann era un cementerio. Murmelstein confiesa a Lanzmann: “Donde empieza Theresienstadt, empieza la mentira. La gente no puede librarse de la mentira. Es una maldición. Toda la ciudad funcionaba ‘como si’. El judío no vivía, eso no era vida. El judío no vivía, eso no era una vivienda. Se convencía de que trabajaba pero no trabajaba. Se convencía de que por la mañana le daban café, pero era agua de color negro. Se convencía de que le daban una rodaja de carne pero dentro no había carne. Todo era mentira. Todo era mentira de pies a cabeza. Un ingenioso cabaretero [Kurt Gerron] escribió una canción ‘La ciudad como si’, como en el famoso sistema filosófico del ‘como si’. La ciudad ‘como si’. Uno actúa ‘como si’. Como si hubiera café, almuerzo, trabajo. Pero uno no comía, no trabajaba ni nada. Era todo embuste”. El Departamento Técnico dependiente de Benjamin Murmelstein se empleó a fondo

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para la visita de la Cruz Roja Internacional prevista para el 23 de junio de 1944. En el café los “Ghetto Swinger” de Martin Roman tocaban música de Jazz prohibida en todo el Reich. Incluso tocaron el Bei mir bistu Schein, comenta Coco Schumann, el batería de la banda. El precio fue alto. “El embellecimiento de la ciudad supuso un convoy en el que se deportó a los mutilados, los lisiado. Gente desagradable y no me responsabilizo. Yo sólo me encargué de la parte técnica, como las obras, los trabajos técnicos ¿sabe? Y de eso, debo decir, de lo que se hizo, sigo asumiendo la completa responsabilidad a día de hoy. Y debo decirle que, en lo que a mí respecta, lo de la primera visita fue todo un numerito. La pastora que se acercaba con las ovejas, la descarga de pan con guantes blancos y cosas así”. Murmelstein olvida que formó parte del numerito. Asumió la Dirección Artística de esta escenografía que costó la vida de 7.503 personas que fueron enviadas a morir a Auschwitz por el embellecimiento de la ciudad. Maurice Rossel, el representante de la Cruz Roja mordió el anzuelo. La institución humanitaria creyó la mentira. Cuando la Cruz Roja visitó la ciudad fortaleza de Theresienstadt, el gueto de Varsovia había sido reducido a cenizas. Su población gaseada en Treblinka. El joven Maurice Rossel, representante de la Cruz Roja, fue vilmente engañado. La kultusgemeinde europea estaba siendo exterminada. Nadie hacía nada por evitarlo. El barón de Münchhausen aseguraba haber viajado sobre la bala de un cañón pero nadie creería esta patochada. Algunos miembros del Departamento Técnico dependiente de Benjamin Murmelstein: Ferdinand Bloch, Bedrich Fritta, Otto Ungar, Leo Haas subvirtieron el discurso oficial. Desmantelaron con sus trabajos todo el encerado. Bajo la cubierta de áticos o entre la multitud, dibujaron hasta la extenuación jugándose la vida. Herederos de una cultura expresionista plasmaron la realidad entre bastidores: los deportados, la muerte, el hambre, el hacinamiento, la farsa, el esperpento, los ancianos, los niños. Terezin fue mostrada en su cruda realidad. Víspera de la visita de la Cruz Roja, las SS iniciaron sus redadas en el Departamento Técnico. Con el fin de asegurarse de que la verdad no sería revelada iniciaron la caza de los trabajos de estos héroes desconocidos del Departamento Técnico. Fotos de Fritta fueron enterradas bajo tierra en una caja de metal. Ungar ocultó sus dibujos en un nicho que había excavado en la pared. Haas escondió sus obras en el ático. Algunas instantáneas de Ferdinand Bloch se recuperaron: “Para los muertos no basta un coche fúnebre, pues se trasladan a la vez 30 cadáveres en un remolque grande”. Bloch fue asesinado el 31 de octubre de 1944 en la “pequeña fortaleza”, la Kleine Festung, de Theresienstadt. Igualmente, poseemos instantáneas de Bedrich Fritta: “El rito fúnebre siempre colectivo para 30 o 40 cadáveres, se celebra cuatro veces al día, en una cabaña cercana a la barrera”. “Delante del coche fúnebre dos siluetas encorvadas simulan tirar y alrededor del coche, 10, 15, incluso 20 personas, hombres y mujeres que no podemos saber si empujan el coche o si se agarran a él para no caerse. Y, sin embargo, avanza… En esos coches se transporta el pan para distribuir, el carbón para calentarse, la ropa sucia para la lavandería y pequeños ancianos inmóviles que van despiojándose. Construidos para los muertos, los coches fúnebres sirven a los vivos pero ¿seguimos estando vivos? Un tan señor Korbohf me dijo: ‘estamos a bordo de un navío fantasma, estamos todos muertos aunque no lo sepamos aún’. En un coche fúnebre, aparece escrito ‘cocina para niños’. El ritmo excesivamente lento de los coches fúnebres domina toda la ciudad… Aquí la muerte no ataca a las víctimas por sorpresa, sino más bien de forma ralentizada, como una fiera decrépita y desdentada: no hiere, araña, deja pudrir. El coche de los muertos sirve a los vivos, es el mundo al revés”. Fritta Murió al poco de llegar a Auschwitz, exhausto, en octubre de 1944. Su hijo Thomas de tres años, fue adoptado por Leo Haas. Otras fotos de Otto Ungar reflejan la realidad cotidiana de la muerte: “Los ataúdes no se cierran. Su fabricación permite reutilizar la tapa y los paneles laterales… para otro muerto, mientras que la base acompaña al cadáver al horno y contribuye a alimentar el fuego. La organización de la muerte progresa, cada vez más perfecta. Para los vivos, lo peor está a punto de llegar. En todas partes, se requisan los coches fúnebres a las comunidades judías de Bohemia, donde no queda nadie por trasladar al cementerio”. Ungar, deportado en 1944 a Auschwitz y después a Buchenwald, murió en 1945 por los efectos de la deportación; Robert Vas dedicó su film The Survivors a los dibujos y trabajos artísticos de Theresienstadt. El Claude Lanzmann de 88 años revoca al anciano de 70 en Roma. Pero el Lanzmann de 38 años no interroga al rabino, de la misma edad que llegó a Theresienstadt y contribuyó a la farsa, por estos temas. Los viajes en el

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tiempo son caprichosos. La memoria es plástica y tiende a elaborar bypass mnésicos para suplantar el horror, la mentira y la implicación.

Judenrat

Hannah Arendt afirma que: “Allí donde había judíos había asimismo dirigentes judíos, y estos dirigentes sin excepción, colaboraron con los nazis, de un modo u otro, por una u otra razón. La verdad es que si el pueblo judío hubiera carecido de toda organización y de toda jefatura, se habría producido el caos, y grandes males hubieran sobrevenido a los judíos pero el número total de víctimas difícilmente se hubiera elevado a una suma que oscila entre los cuatro millones y medio y los seis millones” (Hannah Arendt, Eichmann en Jerusalén. Traducción de Carlos Ribalta, Lumen, Barcelona, 2012, p.182). El objetivo del genocidio se consigue cuando: primero, el volumen de violencia es lo suficientemente grande como para destruir la voluntad y la resistencia de quienes la padecen y aterrorizarlos hasta que se rindan ante el poder superior y el orden que les ha sido impuesto y, segundo, cuando se priva al grupo marcado de los recursos necesarios para que continúe la lucha. Para Isaiah Trunk “La participación judía en las deportaciones no tuvo ninguna influencia ni en un sentido ni en otro, sobre el resultado final del Holocausto en la Europa Oriental” (Zigmunt Bauman, Holocausto y Modernidad. Traducción de Ana Mendoza y Francisco Ochoa de Michelena, Sequitur, sexta edición, Madrid, 2011, p. 145). Quienes se negaron a colaborar fueron sustituidos por otros, incluso, prescindiendo del eslabón judío. La cuestión es si la desobediencia habría sido más efectiva si hubiera sido más universal. No obstante, sin todas estas ayudas, posiblemente el Holocausto se habría producido igual pero habría pasado a la historia bajo otra forma menos aterradora. Los Presidentes de los Consejos Judíos se consideraban a sí mismos como capitanes “cuyos buques se hubieran hundido si ellos no hubiesen sido capaces de llevarlos a puerto seguro, gracias a lanzar por la borda gran parte de su preciosa carga. Con el sacrificio de cien hombres, salvan a mil, con el sacrificio de mil, a diez mil”. Hannah Arendt apunta: “La verdad era mucho más terrible. Por ejemplo, en Hungría, el doctor Kastner salvó exactamente a 1.684 judíos gracias al sacrificio de 476.000 víctimas aproximadamente”. En la publicidad nazi se hablaba de la colaboración. Desde el principio, los Consejos sabían cuál era el auténtico propósito de las selecciones que les mandaban hacer. La primera proclama del Consejo de Budapest decía: “Al Consejo Judío Central le ha sido concedido el total derecho de disposición sobre los bienes espirituales de todos los judíos de su jurisdicción”. Los judíos formaron parte del orden social que los iba a destruir. Una cosa está clara: la mera obediencia no es suficiente para explicar este asunto. La ley judía prohíbe condenar a unos para que otros sobrevivan ¿Qué ocurrió entonces? La racionalización se impuso. La inclusión en una lista que significaba una condena a muerte se transformaba en una noble defensa de la vida. Está claro que sin la colaboración de las víctimas hubiera sido imposible que unos pocos miles liquidaran a cientos de miles. ¿Cómo pudo pasar? “Si los miembros de los gobiernos ‘Quisling’ procedían de los partidos de la oposición, los integrantes de los Consejos Judíos eran por lo general los más destacados dirigentes judíos del país que se tratara” (Hannah Arendt, op. cit., pp. 171-172). El propio Murmelstein pertenecía a esta categoría. Se creía a sí mismo Moisés, esto es, un salvador. En enero de 1943, Murmelstein llega a Terezin. “Me asignaron a los prominentes A, la categoría A, con todos los grandes profesores, universitarios, generales, ministros, etc… y así nos mandaron a Theresienstadt. Estaba la categoría A y luego Eppstein introdujo una categoría B para los ciudadanos alemanes, para los funcionarios judíos alemanes de la Unión del Reich de la provincia para que tuvieran también un poco de koved, un favor. La categoría B era sólo un título. No servía de nada. La categoría A tenía ciertos derechos, estaban protegidos de los convoyes y no tenían obligación de trabajar”. Los propios nazis jamás tomaron en serio las categorías. Las diferencias de clase adquirieron una cualidad asesina. Un judío siempre era un judío. Todos los que aceptaban que se les aplicara una norma excepcional, reconocían la norma general. Al aceptar el statu quo, las deportaciones, las clasificaciones, las distinciones “judíos del este” y “judíos del oeste” ¿no habían los asesinos convencido a sus oponentes de la “legalidad” de sus actos? A los Judenrat se les asignó el papel de corredores del negocio de la supervivencia. Para que el

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comportamiento de sus víctimas fuera predecible, los nazis tuvieron que inducirlos a que actuaran ‘de forma racional’. Hacer creer que su conducta sí importaba. Cuando Dios quería destruir a alguien no le volvía loco, le volvía racional. La racionalidad de los dominados se convirtió en el arma de los dominadores. Al tener los nazis el pleno dominio de los medios de coacción, la racionalidad significaba cooperación (Zygmunt Bauman op. cit., p 157 y p. 163). Un ejemplo fue Theresienstadt, el mayor espectáculo circense del Tercer Reich. ¿No fue Terezin un gueto destinado a categorías privilegiadas? “Sabemos gracias a una orden dictada por Ernst Kaltenbrunner, jefe de la RSHA, que se ‘tenía especial cuidado en no deportar a los judíos con relaciones y amistades importantes en el mundo exterior’. No era preciso que las amistades vivieran fuera de Alemania. Según Himmler había ochenta millones de buenos alemanes, y cada uno de ellos tenía su judío decente” (Hannah Arendt, op. cit., p. 194). Los Judenrat no tuvieron la culpa de que no hubiera solución. La guerra estaba perdida para los judíos antes de que empezara. El mundo de los valores se redujo a uno: permanecer con vida. Mas cada cual interpretaba a su manera lo que significaba “vida”. La supervivencia era un juego de suma cero. “Los Presidentes de los Consejos decidieron hacerlo, destinarlos y deportarlos porque así se limpiaban la conciencia. Y claro, la cosa degeneró y desembocó en corrupción. Se dispensaba por amistad, parentesco, dinero, dependencia sexual… por cualquier motivo. Hay un libro de Bashevis Singer, una novela Die Freunden. En ella se dice: ‘Cuando dentro de cien años, se diga que los residentes del gueto eran unos santos, será la mayor mentira’. Porque añado: eran mártires, pero no todos los mártires eran unos santos”. Para Benjamin Murmelstein, el sistema concentracionario es un martirologio no un lugar de santidad. Habría que responder que ni una cosa ni otra. En condiciones excepcionales, la conducta es por definición excepcional. Excepcional es su forma visible, en sus consecuencias de muerte pero no en los principios de elección ni en los motivos que la guían. Por ejemplo, Czerniakow, el Presidente del Judenrat del Gueto de Varsovia, horas antes de su suicidio, escribe: “Son las 3.00 PM, 4.000 están listos para partir. 9.000 deben estarlo a las 9.00 PM”. El primer transporte para Treblinka tiene lugar el 22 de julio de 1942. Y Czerniakow se suicida al día siguiente. El 22 se presenta el SS Höfle responsable del “traslado”, encargado expresamente de toda la operación. Czerniakow está tan perturbado que se equivoca en la fecha, en vez de “22 de julio de 1942”, escribe “22 de julio de 1940”. Höfle entra en su oficina a las 10.00 AM, corta el teléfono, hace evacuar a unos niños que juegan frente al edificio del Judenrat y le dice: “Todos los judíos sin distinción de edad ni sexo, salvo algunas exenciones, serán deportados al este. Desde hoy a las 4,00 PM, 6.000 deben ser enviados. Ese será el mínimo cotidiano”. Czerniakow pide otras exenciones de los miembros del Consejo Judío, los organismos de asistencia, pero su máxima preocupación son los niños del orfanato y aboga por ellos. El 23 todavía no hay garantía de que saldrán exentos. Si no puede hacer nada por ellos, habrá perdido su guerra, perdido su batalla. Según Raul Hilberg entrevistado por Claude Lanzmann en Shoah, el film de 1985: “Cuentan que después de haber cerrado su diario, dejó su última nota en la que escribió: ‘Ellos quieren que yo mate a los niños con mis propias manos’”. Algunos días más tarde, el 5 de agosto, el médico y educador Janusz Korczak, marcha cantando con sus 200 niños hacia el Umschlagplatz, punto de transporte, hacia Treblinka. En contraste, Benjamin Murmelstein observa que en Theresienstadt cada miembro del Judenrat tenía su lista de protegidos y cada uno votaba por su propio interés. “No podía decir nada porque no tenía autoridad, porque era el malo ¿sabe? El odiado, el temido. No podía hacer nada. Lo único que pude conseguir es que la gente que me odiaba y me temía durante el despacho de las primeras 5.000 personas en octubre de 1944, no se atreviera a hacer sus canalladas habituales, los llamé y les dije: ‘Quien saque a alguien, lo sustituirá personalmente. Pueden hacerlo. Puedes sacar a uno, pero entonces entrarás tú. Si no, no se quita a nadie. Sólo si entras tú mismo’. Y la verdad es que el amor al prójimo no llega tan lejos”. Indudablemente, hablaba por él mismo.

Sherezade

Lanzmann no revela nada que Murmelstein no quiera revelar. Ni nada que no supiéramos. Benjamin Murmelstein es un maestro en la técnica del dejar hablar para confirmar. A los 70 años,

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la fantasía sustituye a la crónica. La memoria construye narraciones alternativas, sustituye y repara los lapsus y fallos que la conciencia persiste en ocultar. La palabra griega alezeia significa “desocultamiento”, correr el velo, destapar. No encontramos la verdad en el argumento central sino en los márgenes, entrelíneas, en el extravío del propio Murmelstein. Observamos avances y retrocesos, contradicciones y mezquindades. El paso del tiempo asegura la impunidad, no la inocencia. Desde esta aureola, Murmelstein, se presenta seguro. Primeros planos, planos detalle, Lanzmann induce al espectador a que juzgue. Se califica a sí mismo como un dinosaurio en una autopista. ¿Un dinosaurio de sangre fría? Sólo el cálculo y la sangre fría son aliados de la supervivencia. Él mismo revela: “¿Conoce la historia de Las mil y una noches? Había una princesa y un sultán. El sultán mató a todas las mujeres. Una sobrevivió porque tenía que contar un cuento y tardó tanto en contar el cuento que se salvó. Yo sobreviví porque tenía que contar un cuento. Tenía que contar el cuento del ‘paraíso’ de los judíos, Theresienstadt. Imaginaron que contaría que existía un gueto en el que los judíos vivían como en el Paraíso y el momento llegó el 5 de mayo de 1945 con la presencia de la Cruz Roja Internacional en Theresienstadt pero cometieron un pequeño error. Siguiendo con los cuentos, conocerá la historia de Caperucita Roja, la del lobo que se pone el gorro de la abuela y se mete en la cama disfrazado como ella. Cuando por accidente se le cae el gorro, aparece la bestia y vemos que no es la abuela. Eso es más o menos lo que ocurrió el 5 de mayo de 1945 y así se liberó el gueto. Pero yo no sé cómo, me rezagué. Ese es el misterio de la supervivencia. Pero no podía decir eso, no lo habrían entendido”. Sherezade y Caperucita Roja, dos referencias claramente relacionadas con la supervivencia. Sherezade no miente al sultán Shariar, el hilo de Ariadna, en este caso es el relato que construye Sherezade cada noche para salvarse. Al fin lo consigue, pero el sultán que escucha atentamente el primer cuento no es el mismo personaje al final. Sherezade lo ha transformado en un hombre nuevo, mejor que se casa con ella por amor. Benjamin Murmelstein negocia con los nazis desde el principio. Conoce en Viena a Eichmann flirtea con su amistad. Promociona su carrera, ingresa en Theresienstadt como Presidente Suplente del Judenrat, en lugar de Josef Löwenherz a quien correspondía, participa con Rham, prepara la farsa para el embellecimiento de la ciudad, colabora en la deportación de al menos 18.400 personas. Murmelstein no es Sherezade. La historia que tiene que contar nada tiene que ver con la moral, la ética o la formación de un Príncipe. Theresienstadt es un gueto de muerte a 350 kilómetros de Berlín, antesala de Treblinka o Auschwitz. En cuanto a Caperucita Roja ¿Quién es el lobo? Benjamin confiesa a Lanzmann que “en determinadas cuestiones debía identificarme con el gueto. Debía salvarme yo, el gueto, etc… Prácticamente lo mismo. Una cuestión de reciprocidad. Mientras les interesara conservar el gueto, les interesaría conservarme a mí. Entonces tenía que enseñar el gueto”. “¿Lo hizo para salvar el gueto o para salvarse usted?” –pregunta Lanzmann. “Por Dios, no hace falta que lo ponga así. Por supuesto, salvar el gueto. Había momentos en los que me decían que me quedaría allí de momento, en los que sabía perfectamente que, tras la visita, me iría, o eso parecía. No voy a pintarme como una víctima que no pensaba en sí misma. Que nunca pensaba en sí misma. Eso sería mentir. Usted me ha preguntado ¿por qué es el único Presidente del Consejo que sobrevivió? Al igual que Sherezade, que tenía cuentos que contar. Yo tenía un cuento que contar. Había que levantar el gueto para poder seguir contándolo. El hilo de la historia lo cortaron los convoyes de octubre, tras el primer embellecimiento. Había que volver a unirlo. Aunque ello supusiera trabajar 70 horas a la semana: el segundo embellecimiento de la ciudad”.

La joven del número 671

Lanzmann pregunta a Murmelstein por la foto de una joven muy guapa que encuentra en su libro. “Una típica checa, Una joven checa”. La respuesta es racial. La joven encaja dentro de una tipología que cuadra con el ser físico checo o checa. El rabino de Viena víctima del prejuicio racial, utiliza él mismo esta categoría para referirse a otra persona. “Y esto significa, [el número 671] que estaba lista para el convoy de Auschwitz” –observa Lanzmann. “Al este” –corrige Murmelstein. “Al este. Sí. Al este vale. Pero hoy sabemos que era para Auschwitz” –observa el cineasta. “Sí, hoy lo sabemos, hoy lo sabemos… hoy lo sabemos”. Esta reiteración no es sino la

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confirmación de una certeza por todos sabida: el este significaba la muerte, el no retorno, la desaparición. Lanzmann insiste: “¿Pero no sabían nada de nada, de Chelmno, Sobibor…?” “Sobre Chelmno, Sobibor, nada de nada. Sobre Auschwitz, conocíamos Birkenau. Sabíamos de Birkenau como gueto familiar. Ya se lo he dicho. Eso es todo. Y todo lo que se diga más allá de esto, se elaboró luego”. La memoria, como facultad orgánica, elabora constantemente. Muchas de sus producciones son a posteriori. La amnesia retrógrada es un trastorno de la memoria para recordar acontecimientos previos a la lesión cerebral. Lo que no se puede construir se reconstruye, se inventa o se fabula. La unidad de la historia del yo tiene que quedar a salvo con una presentación, un nudo y un desenlace, esto se llama biografía. La identidad personal es un puzle de muchas piezas. Leucipo y Demócrito redujeron la realidad a un mínimo indivisible que llamaban átomo. Los átomos se diferencian en número, forma, tamaño y lugar. La identidad personal se compone de átomos. Todos encajan o deben encajar como un tetris. El peligro son los lapsus o lagunas mnésicas. Todo el edificio, la gran opera que constituye el yo corre el peligro de derrumbarse si no se asegura la base. Murmelstein fabula constantemente. Él mismo declara: “En 1943 había un proyecto para enviar niños judíos de Polonia a Inglaterra y Palestina e intercambiarlos por internados civiles alemanes. Llegaron. Nadie nos dijo quiénes eran ni de dónde venían. Había que alojarlos. No podíamos entrar en contacto con ellos. A quienes lo hicieran, lo aislarían del gueto. Un médico, una enfermera, los cocineros… aislados del gueto. Después resultó que había que bañarlos. Por higiene. Así con problemas, se consiguió un permiso para el baño. En una ocasión, un niño perdió su tarjeta de identidad. Entonces se vio que decía ‘Bialystock’ y durante el baño ocurrió algo que hoy podemos interpretar. Por aquel entonces, nadie se fijó. Cuando los niños vieron las duchas, gritaron: ‘¡Gas!’ Parece que en Bialystock se sabía algo. Fue en 1943 [agosto de 1943]. Se despiojó a los niños y volvieron a los barracones. Un grupo de niños contrajo una enfermedad infecciosa. A día de hoy, aún no sé de qué se trataba. Se aisló a los niños en una sala de enfermería con un médico y una enfermera. Pero se hizo mal. Tenían que haber levantado el aislamiento. Nuestros médicos tenían que haber hecho pruebas y análisis y haber detectado de qué se trataba. En lugar de eso, había un médico que no sabía lo que hacía. Burger era muy estricto. Eppstein se aseguró de que se acataran las normas de Burger. Y Burger resolvió el problema a su manera. Un buen día, la sala estaba vacía. Sin niños enfermos, sin enfermera ni médico. En el crematorio aparecieron al día siguiente unos ataúdes y el número coincidía con los desaparecidos. Burger había solucionado el problema de la enfermedad infecciosa a su manera. Los niños que quedaban, los niños sanos, se irían al extranjero. Debían llevar acompañantes. Entonces, Eppstein no quiso asignarlos directamente sino que pidió gente para que se ofreciera voluntaria. Se ofreció un activista de la juventud de Viena, Aron Menczer y también la hermana de Kafka. Ottla Kafka. Más voluntarios acompañaron a los niños. Se supone que el convoy iba hacia el oeste. Hoy sabemos que no fue hacia el oeste, sino hacia el este. Y así se acaba la historia. En cuanto se fueron los niños llegaron los daneses [medio millar, en octubre de 1943] y, curiosamente, llegaron a un barracón que se acababa de desinfectar. Los daneses también se alarmaron. Gritaron: ‘¡Gas!’ Así que parece que en 1943, los daneses también sabían algo”. Y más adelante: “Era el este, eso es lo que se sabía… y se sabía que Theresienstadt era malo pero que el este era peor que Theresienstadt. Eso es lo que se sabía. Pero todas esas historias que se han contado luego de que todo el mundo lo sabía todo y se enteró de todo de una forma más o menos romántica… le afirmo bajo mi responsabilidad que supimos la verdad sobre Auschwitz por boca de los eslovacos porque en 1944, en el verano de 1944, refugiados de Auschwitz llegaron a Eslovaquia, a la libertad. Se supo entonces quién había sobrevivido. Había indicios pero entonces no nos lo tomamos en serio”. Murmelstein se confunde, en abril de 1945, los alemanes llevaron a Theresienstadt a miles de prisioneros que habían sido evacuados de los campos de concentración. En abril del 45, Eslovaquia, la libertad, es demasiado pretencioso.

El arco de Tito

Erigido en el año 81, Situado en la Vía Sacra, el Arco de Tito, al sureste del Foro, recuerda la victoria contra los judíos. Tito salva la vida de Flavio Josefo. Murmelstein está a salvo ante la

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cámara de Lanzmann. El joven camarógrafo de 38 años es seducido por el anciano rabino de 70. El cineasta adopta la actitud del lutier ante un viejo violín pero el sonido que extrae es dodecafónico. ¿Cuál es el motivo de no incluir estas conversaciones en Shoah? El realizador post-interview se da cuenta de la trampa. Por eso, decide no incluirlo en Shoah. Los tres protagonistas del film se contestan mutuamente. Benjamin Murmelstein es un gran personaje. Areté es la antigua diosa de la virtud griega. Aristóteles le dedica un poema: “Areté, procuradora de esfuerzo a la raza de los mortales, la cantera más hermosa de la vida, por tu belleza virginal la muerte misma es un destino apreciado en la Hélade. Inculca en tu mente una recompensa tan imperecedera que supere al oro o al linaje, o al sueño de ojos suaves”. La joven de ojos suaves con el número 671 afirma con su verdad la falsedad de Murmelstein. Geoffrey Macnab recuerda el final de Casablanca recortado por el Arco de Tito. La cámara se detiene. El colaboracionista Louis Renault y el antifascista Rick Blaine de espaldas por el empedrado de la Vía Sacra, se alejan. Blaine, extiende su brazo sobre el hombro del vienés, frágil, débil, vulnerable… es Flavio Josefo, Louis Renault, el Barón de Münchhausen, Benjamin Murmelstein… una misma persona.