741

Mensajes de la era del ordenador thomas f. monteleone

Embed Size (px)

Citation preview

Page 1: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone
Page 2: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Prepárese para el máximoenfrentamiento entre el hombre y lamáquina, de la mano de estosfamosos escritores.

ISAAC ASIMOV

La última pregunta: El hombreencuentra el ordenador y larespuesta definitiva - Un clásico delmaestro de la historia del futuro.

RAY BRADBURY

El ordenador encantado y el papaandroide: Conozca a la próxima

Page 3: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

generación de dioses y a susreluctantes adoradores. (poema)

ARTHUR C. CLARKE

Los novecientos mil millones denombres de Dios: ¿Se mezclan losordenadores y la religión?

FREDERIK POHL

El hombre esquemático: ¿Puedenlos ordenadores y las personashacerse demasiado compatible?

BEN BOVA

Llamadas de amor: ¿Pueden losordenadores desarrollar su propia

Page 4: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

personalidad y sus sentimientos?

HARLAN ELLISON

No tengo boca, y debo gritar: Latecnología del ordenador marchaincontrolablemente furiosa.

GORDON R. DICKSON

Los ordenadores no discuten: Lamás reciente locura tecnológica.

Page 5: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Thomas F. Monteleone

Mensajes de laera del ordenadorCiencia Ficción - Grandes Éxitos

(Ultramar) - 33

Page 6: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

ePub r1.0Rds 01.03.14

Page 7: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Título original: Microworlds/RAMrandom access messagesof the computerageThomas F. Monteleone, 1984Traducción: S. Dulce Altés & V. ConillIlustraciones: Antoni Garcés

Editor digital: RdsePub base r1.0

Page 8: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Dedicado a Grant Carringtonque jugaba con ordenadores

cuando yo estaba en la patrulla deseguridad

Page 9: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

ÍNDICELos ordenadores no discuten,Gordon R. Dickson (ComputersDon’t Argue, 1965)La pulsación, Gregory Benford(The Touch, 1983)Usurpación de derechos de autor,David F. Bischoff (CopyrightInfringement, 1984)Llamadas de amor, Ben Bova(Love Calls, 1982)

Page 10: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Los nueve mil millones de nombresde Dios, Arthur C. Clarke (TheNine Billion Names of God, 1953)Armaja Das, Joe Haldeman(Armaja Das, 1976)Echando redes, Robert E.Vardeman (Networking, 1984)Jack dedos de muelle, SusanCasper (Spring-Fingered Jack,1983)La unión eterna, Barry N. Malzberg(The Union Forever, 1973)La tarjeta, Charles L. Grant (TheCard, 1984)Un día y una noche de Brahma,Ralph Mylius (A Day and a Night

Page 11: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

of Brahma, 1984)El hombre esquemático, FrederikPohl (The Schematic Man, 1969)Loki 7281, Roger Zelazny (Loki7281, 1984)No tengo boca y debo gritar,Harlan Ellison (I Have no Mouth,and I Must Scream, 1967)El juego más grande, Thomas F.Monteleone (The Greatest Game,1984)Respuestas, John T. Sladek(Answers, 1984)La última pregunta, Isaac Asimov(The Last Question, 1956)El ordenador encantado y el Papa

Page 12: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

androide, Ray Bradbury (TheHaunted Computer and theAndroid Pope, 1980)

Page 13: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

LOSORDENADORES NO

DISCUTENGordon R. Dickson

Club del LibroPOR FAVOR, NO DOBLE,

PERFORE NI DETERIORE ESTATARJETA

Sr.: Walter A. Child Importe:$ 4,98

Apreciado cliente: Adjunto leenviamos el último libroseleccionado por usted,

Page 14: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Secuestrado, por Robert LouisStevenson.

437 Woodlawn DrivePanduk, Michigan16 de nov., 198…Club del Libro1823 Mandy StreetChicago, IllinoisApreciados señores:Recientemente les escribí a

propósito de la tarjeta perforadaque me enviaron, cargándome encuenta el libro Kim, de RudyardKipling. El paquete que contenía

Page 15: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

el libro no lo abrí hasta despuésde haberles enviado por correo uncheque por el importe indicado enla tarjeta. Al abrirlo, encontré queal libro le faltaban la mitad de laspáginas. Se lo devolví a ustedes,pidiéndoles otro ejemplar o ladevolución del dinero. En lugar deeso, ustedes me han enviado unejemplar de Secuestrado, deRobert Louis Stevenson.¿Tendrían la bondad de rectificareste error?

Adjunto les devuelvo elejemplar de Secuestrado.

Atentamente,

Page 16: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Walter A. Child

Club del LibroSEGUNDO AVISOPOR FAVOR, NO DOBLE,

PERFORE NI DETERIORE ESTATARJETA

Sr.: Walter A. Child Importe:$4,98

Por: Secuestrado, de RobertLouis Stevenson

(Si el envío de la sumaindicada arriba ha sidoefectuado ya, tenga la bondad deno tomar en consideración este

Page 17: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

aviso).

437 Woodlawn DrivePanduk, Michigan21 de enero, 198…Club del Libro1823 Mandy StreetChicago, IllinoisApreciados señores:Me permito recabar su

atención sobre mi carta del 16 denoviembre de 198…

Continúan molestándome contarjetas perforadas a causa de unlibro que yo no pedí, cuando en

Page 18: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

realidad es su sociedad quien medebe dinero a mi.

Atentamente,Walter A. Child

Club del Libro1823 Mandy StreetChicago, Illinois1 de feb., 198…Sr. Walter A. Child437 Woodlawn DrivePanduk, MichiganApreciado Sr. Child:Le hemos enviado una serie

de recordatorios referentes a la

Page 19: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

suma que usted nos debe por lascompras de libros que haefectuado. El pago de esta suma,que asciende a $4,98, no puedeaplazarse más.

Esta situación esdecepcionante para nosotros,sobre todo considerando que pornuestra parte no hubo vacilaciónen concederle crédito en elmomento de acordar lascondiciones de dichas compras.Si no recibimos el indicadoimporte a vuelta de correo, nosveremos forzados a pasar elasunto a una agencia de cobros.

Page 20: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Muy atentamente, Samuel P.Grimes

Director Administrativo

437 Woodlawn DrivePanduk, Michigan5 de feb., 198…Apreciado Sr. Grimes:¿Quiere dejar de una vez de

enviarme tarjetas perforadas ycartas formularias y darme algúntipo de respuesta directaprocedente de un ser humano?

Yo no les debo dinero austedes. Ustedes me deben dinero

Page 21: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

a mí. Quizá sea yo quien deberíatransferir el caso a una agencia decobros.

Walter A. Child

AGENCIA FEDERAL DECOBROS

88 Prince StreetChicago, Illinois28 de feb., 198…Sr. Walter A. Child437 Woodlawn DrivePanduk, MichiganApreciado Sr. Child:Obra en nuestro poder para

Page 22: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

obtener su liquidación la cuentade $4,98, más intereses yrecargos, que tiene ustedpendiente con el Club del Libro.

La cantidad a cobrar esahora de $6,83. Sírvase enviar uncheque por esta suma o nosveremos forzados a presentar unademanda contra usted.

Jacob N. HarsheVicepresidente

AGENCIA FEDERAL DECOBROS

88 Prince Street

Page 23: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Chicago, Illinois8 de abril, 198…Sr. Walter A. Child437 Woodlawn DrivePanduk, MichiganSe ha empeñado usted en

ignorar nuestros cortesesrequerimientos para saldar sumuy atrasada cuenta con el Clubdel Libro, la cual, con losintereses y recargos acumulados,asciende actualmente a lacantidad de $7,51.

Si el pago íntegro de lamisma no ha tenido lugar antesdel día 11 de abril de 198…, nos

Page 24: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

veremos forzados a poner elasunto en manos de nuestrosabogados para que de inmediatopresenten una demanda judicial.

Ezekiel B. HarshePresidente

MALONEY, MAHONEY,MacNAMARA y PRUITT -Abogados

89 Prince StreetChicago, Illinois29 de abril, 198…Sr. Walter A. Child437 Woodlawn Drive

Page 25: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Panduk, MichiganApreciado Sr. Child:Nos ha sido remitida su

deuda con el Club del Libro paraque ejercitemos lacorrespondiente acción legal.

Esta deuda alcanza ahora lasuma de $10,01. Si usted nosquiere enviar esta cantidad paraque la podamos recibir antes del5 de mayo de 198…, el asuntopodrá quedar saldado. Ahorabien, de no haberse liquidado ladeuda para la mencionada fecha,nos veremos obligados a dar lospasos necesarios para cobrar a

Page 26: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

través de los tribunales.Estoy seguro de que verá la

ventaja de evitar que se celebreun juicio contra usted, puesto quedicha contingencia supondría ungrave perjuicio para su crédito.

Muy sinceramente,Hagthorpe M. Pruitt, Jr.Abogado

437 Woodlawn DrivePanduk, Michigan4 de mayo, 198…Sr. Hagthorpe M. Pruitt, Jr.Maloney, Mahoney,

Page 27: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

MacNamara y Pruitt89 Prince StreetChicago, IllinoisApreciado Sr. Pruitt:No sabe usted el placer que

me produce en relación a esteasunto recibir una carta de un serhumano vivo al cual pueda yoexplicar la situación.

Todo este asunto es ridículo.Yo lo expliqué con todo detalle enmis cartas al Club del Libro. Perotambién debí haber intentadoexplicarlo al ordenador que envíasus tarjetas perforadas, aunqueello me parece que me hubiera

Page 28: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

servido de muy poco.Resumiendo, lo que ocurrió fueque yo pedí un ejemplar de Kim,de Rudyard Kipling, por el preciode $4,98. Cuando abrí el paqueteque se me envió, encontré que ellibro tenía sólo la mitad de suspáginas, pero yo había enviado yaun cheque para pagar dicho libro.

Les devolví el libro,pidiéndoles que me enviasen unejemplar en buen estado o medevolviesen el dinero. En lugar deeso, me enviaron un ejemplar dela obra Secuestrado, de RobertLouis Stevenson, la cual yo no

Page 29: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

había solicitado; y es ese ejemplarel que han estado intentandocobrarme.

Entretanto, sigo esperando ladevolución del dinero que medeben por el ejemplar de Kim, queno he recibido. Ésta es toda lahistoria. Quizá pueda ustedayudarme a hacerles ver su error.

Alíviadamente suyo,Walter A. ChudP.D.: También les devolví el

ejemplar de Secuestrado tanpronto como lo recibí, pero noparece que esto haya servido denada. Ni siquiera me han enviado

Page 30: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

un acuse de recibo.

MALONEY, MAHONEY,MacNAMARA y PRUITT

Abogados89 Prince StreetChicago, Illinois9 de mayo, 198…Sr. Walter A. Child437 Woodlawn DrivePanduk, MichiganApreciado Sr. Child:No obra en mi poder

información alguna que indiquenada de cuanto usted ha

Page 31: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

comprado al Club del Libro hayasido devuelto.

Me cuesta creer que si elcaso hubiese ocurrido tal comousted declara, el Club del Libronos hubiera contratado paracobrar la suma que usted lesdebe.

Si no recibimos de usted elpago íntegro de su cuenta dentrode tres días, el 12 de mayo de198…, nos veremos forzados apresentar una demanda judicialcontra usted.

Muy atentamente,Hagthorpe M. Pruitt, Jr.

Page 32: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

TRIBUNAL DE DEMANDASMENORES

Chicago, IllinoisWalter A. Child437 Woodlawn DrivePanduk, MichiganPor la presente se le notifica

que en el día de hoy, 26 de Mayode 198…, se ha celebrado en estetribunal un juicio contra ustedpor la cantidad de $15,66,incluidas las costas de juicio.

El pago en satisfacción deeste juicio puede efectuarse a

Page 33: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

este tribunal o al acreedordenunciante. En caso que el pagose haga al acreedor, éste deberárellenar formulario de descargoque entregará a este tribunal afin de liberarlo a usted de todaobligación legal relacionada coneste juicio. Según la reciente Leyde Denuncias Recíprocas, siusted es ciudadano de otroestado, puede realizarautomáticamente un duplicado dela denuncia contra usted en supropio estado, para que el cobropueda ser efectuado tanto allícomo en el estado de Illinois.

Page 34: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

TRIBUNAL DE DEMANDASMENORES

Chicago, IllinoisPOR FAVOR, NO DOBLE,

PERFORE NI DETERIORE ESTATARJETA

La sentencia ha sido dictadahoy, día 27 de mayo de 198…, deacuerdo con la Regla 941.

Contra: Child, Walter A.,residente en 437 WoodlawnDrive, Panduk, Michigan.

Rogamos envíen un duplicadode la denuncia para efectos

Page 35: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

formales.En: Tribunal de Picayune -

Panduk, Michigan.Por la suma de: $15,66.

437 Woodlawn DrivePanduk, Michigan31 de mayo, 198…Samuel P. GrimesVicepresidente, Club del

Libro1823 Mandy StreetChicago, IllinoisGrimes:La cosa ha ido ya demasiado

Page 36: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

lejos. Mañana he de ir a Chicagopor cuestión de negocios. ¡Le veréa usted entonces y pondremos enclaro de una vez para siemprequién debe a quién y qué cantidad!

Suyo,Walter A. Child

Del despacho del SecretarioTribunal de Picayune1 de junio, 198…Harry:La adjunta tarjeta de

ordenador del Tribunal deDenuncias Menores de Chicago,

Page 37: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

contra A. Walter, lleva el númerode Regla serie-1500.

Esto la pone bajo jurisdicciónCriminal, contigo, en vez deCivil, conmigo. Así que te laenvío para que sea tu ordenadorel que se haga cargo de ella y noel mío. ¿Cómo marcha todo?

Joe

ARCHIVOS CRIMINALESPanduk, MichiganPOR FAVOR, NO DOBLE,

PERFORE NI DETERIORE ESTATARJETA

Page 38: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Convicto: (Child). A. WalterA: 26 de mayo, 198…Dirección: 437 Woodlawn

Drive, Panduk, MichiganRegla: 1566 (Corregida).

1567Delito: SecuestroFecha: 16 de nov., 198…Notas: En libertad. Ha de ser

detenido en seguida.

DEPARTAMENTO DEPOLICÍA, PANDUK, MICHIGAN.

A DEPARTAMENTO DEPOLICÍA, CHICAGO, ILLINOIS.

Page 39: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

EL CONVICTO A. (NOMBREDE PILA COMPLETO SEIGNORA). WALTER, BUSCADOEN CONEXIÓN CON SUNOTIFICACIÓN DE JUICIOPOR SECUESTRO DE UNCHIQUILLO LLAMADOROBERT LOUIS STEVENSON,EL 16 DE NOV., 198… SEGÚNLA INFORMACIÓN QUEPOSEEMOS, EL SUJETO HUYÓDE SU RESIDENCIA EN 437WOODLAWN DRIVE, PANDUK,Y PUEDE ESTAR DE NUEVO ENLA ZONA DE USTEDES.CONTACTO POSIBLE EN LA

Page 40: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

ZONA DE USTEDES: EL CLUBDEL LIBRO, 1823 MANDYSTREET, CHICAGO, ILLINOIS.NO SE SABE SI EL SUJETO VAARMADO, PEROPRESUMIBLEMENTE ESPELIGROSO. CÓJANLO YRETÉNGALO, Y AVÍSENNOS DESU CAPTURA…

AL DEPARTAMENTO DEPOLICÍA, PANDUK,MICHIGAN.

REFERENCIA, SUPETICIÓN DE CAPTURA Y

Page 41: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

RETENCIÓN DE A. (ELNOMBRE DE PILA COMPLETOSE IGNORA). WALTER,RECLAMADO POR PANDUKSEGÚN LA REGLA 1567, PORDELITO DE SECUESTRO.

EL SUJETO FUEARRESTADO EN LASOFICINAS DEL CLUB DELLIBRO, DONDE OPERABABAJO EL ALIAS DE WALTERANTHONY CHILD EINTENTABA COBRAR $ 4,98DE SAMUEL P. GRIMES,EMPLEADO DE DICHAEMPRESA.

Page 42: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

DISPOSICIÓN: RETENIDOESPERANDO AVISO DEUSTEDES.

DEPARTAMENTO DEPOLICÍA, PANDUK, MICHIGAN.A DEPARTAMENTO DEPOLICÍA, CHICAGO, ILLINOIS.

REF: A. WALTER (ALIASWALTER ANTHONY CHILD).INDIVIDUO RECLAMADO PORDELITO DE SECUESTRO, ENSU ZONA,

REF: SU NOTIFICACIÓNPOR TARJETA PERFORADA DE

Page 43: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

COMPUTADORA, FECHADA 27DE MAYO, 198…

TARJETA PERFORADA CONCOPIA DE NUESTROSARCHIVOS CRIMINALESENVIADA A SU SECCIÓN DEORDENADORES.

ARCHIVOS CRIMINALESChicago, IllinoisPOR FAVOR, NO DOBLE,

PERFORE NI DETERIORE ESTATARJETA

TEMA (CORRECCIÓN -OMITIDA EN EL INFORME

Page 44: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

SUMINISTRADO).REGLA APLICABLE Nº: 1567Juicio Nº: 456789REGISTRO DE PROCESO:

AL PARECER MAL ARCHIVADOE INASEQUIBLE

DIRECCIÓN: PRESENTARSEPARA SENTENCIA ANTE ELJUEZ JOHN ALEXANDERMCDIVOT, SALA DELTRIBUNAL A, EL 9 DE JUNIO,198…

Del Despacho delJuez Alexander J. McDivot

Page 45: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

2 de junio, 198…Querido Tony:Tengo en perspectiva una

sentencia criminal quepronunciar el próximo jueves porla mañana, pero la descripciónde la causa está al parecer malarchivada.

Necesito algún tipo deinformación (Ref: A. Walter -Juicio Nro: 456789, Criminal).Por ejemplo, ¿qué se sabe lavíctima del secuestro? ¿Sufrióalgún daño?

Jack McDivott

Page 46: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

3 de junio, 198…Grupo de Registro de

ArchivosRe: Ref: Juicio Nro. 456789

—¿Sufrió daño la víctima?Tonio MalagasiDivisión de Archivos

3 de junio, 198…A: Oficina de Estadísticas de

los Estados UnidosAtención: Sección de

InformaciónSujeto: Robert Louis

Page 47: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

StevensonPetición: Información

concernienteGrupo de Registro de

ArchivosDivisión de Archivos

CriminalesDepartamento de PolicíaChicago, Ill.

5 de junio, 198…A: Grupo de Registro de

ArchivosDivisión de Archivos

Criminales

Page 48: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Departamento de PolicíaChicago, IllinoisSujeto: Su investigación

sobre Robert Louis Stevenson(Archivo Nro. 189623).

Acción: Sujeto fallecido.Edad al morir, 44 años. ¿Sesolicita más información?

A. K.Sección de Información

Oficina de Estadística de losEE.UU.

6 de junio, 198…A: Oficina de Estadísticas de

Page 49: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

los Estados UnidosAtención: Sección de

InformaciónSujeto: Re: Archivo No

189623No se solicita más

información.Gracias.Grupo de Registro de

ArchivosDivisión de Archivos

CriminalesDepartamento de PolicíaChicago, Illinois

Page 50: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

7 de junio, 198…A: Tonio MalagasiDivisión de ArchivosRe: Ref: juicio Nro. 456789 -

La víctima está muerta.Grupo de Registro de

Archivos

7 de junio, 198…A: Despacho del Juez

Alexander J. McDivotQuerido Jack:Ref: Juicio No. 456789. La

víctima de ese secuestro fue, a lo

Page 51: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

que parece, asesinada.Debido a la extraña falta de

información sobre el asesino y suvíctima, así como por la edad dela víctima, esto me huele amatanza entre gangsters.

Esto es para tu informaciónpersonal. No me mezcles en ello.Sin embargo, tengo la impresiónde que el nombre de la víctima -Stevenson —me suena de algo.

Posiblemente, es alguien deuna banda de la costa Este, ya quela asociación me llega como algoreferente a piratas —posiblementeatracadores del puerto de Nueva

Page 52: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

York— y algo referente a un botínenterrado.

Como digo, todo esto essolamente una especulación paratu orientación privada.

Siempre que pueda ayudar enalgo…

Saludos,Tony MalagasiDivisión de Archivos

MICHAEL R. REYNOLDSAbogado49 Water StreetChicago, Illinois

Page 53: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

8 de junio, 198…Querido Tim:Discúlpame, pero no podré ir

a pescar contigo. He sidodesignado para representar anteel tribunal a un hombre que va aser sentenciado mañana, acusadode secuestro.

De ordinario podría haberintentado pedir que medispensasen de esto, y McDivott,que es el que ha de pronunciar lasentencia, probablemente mehubiera dejado marchar.

Pero se trata del caso másdisparatado que hayas podido

Page 54: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

imaginar jamás.Al parecer, el hombre que va

a ser sentenciado no sólo ha sidoacusado, sino tambiénconsiderado culpable comoresultado de una serie de erroresdemasiado larga para explicarlaaquí.

Y, sin embargo, no sólo no esculpable sino que está eninmejorable situación para pedirdaños y perjuicios a uno de losmás grandes clubs del libro consede aquí en Chicago.

Y es un caso del que no meimportaría hacerme cargo. Es

Page 55: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

inconcebible —perocondenadamente posible, si teparas a pensar en esta época deregistros efectuado por máquinas— que a un hombrecompletamente inocente se lepueda poner en esta posición.

No va a costarme muchotrabajo. He pedido ver a McDivotmañana antes de la hora de lasentencia, y sólo será cuestión deexplicárselo todo.

Después podré discutir loreferente a la demanda de dañosy perjuicios con mi cliente yalibre y a su entera comodidad.

Page 56: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

¿De pesca el próximo fin desemana?

Tuyo,Mike

MICHAEL R. REYNOLDSAbogado49 Water StreetChicago, Illinois10 de junio, 198…Querido Tim:Un par de líneas escritas a

toda prisa.Tampoco habrá pesca esta

próxima semana. Lo siento. No lo

Page 57: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

vas a creer.Mi cliente, inocente como un

corderillo, acaba de sersentenciado a muerte por asesinatoen primer grado en relación con lamuerte de su víctima secuestrada.

Sí. Se lo expliqué todo aMcDivot. Y cuando él me explicóa mí su situación, casi me caí de lasilla. No fue cuestión de que yo nole convenciera.

Me costó menos de tresminutos demostrarle que micliente nunca debía haber estadoni un segundo dentro de los murosde la cárcel del condado.

Page 58: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—Pero observa esto. McDivotno podía hacer absolutamentenada al respecto. La cosa está enque mi cliente había sido juzgadoya y declarado culpable según losregistros informatizados. Enausencia de una grabación deljuicio— naturalmente, en estecaso no la hubo (pero es algo delo que no tengo libertad paraexplicarte ahora) —el juez se hade atener las grabacionesdisponibles. Y en el caso de unpreso declarado culpable, la únicaelección legal de McDivot eraelegir entre la sentencia de prisión

Page 59: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

para toda la vida o ejecución.La muerte de la víctima de un

secuestro, de acuerdo con lalegislación, hace obligatoria lapena de muerte. Según las nuevasleyes que establecen el tiempoconcedido para la apelación,tiempo que ha sido acortado paraeliminar un retraso inadecuado yla angustia mental de loscondenados, yo dispongo de cincodías para sentar una apelación, yde diez para tenerla resuelta.

No hace falta decir que no voya hacer el tonto con una apelación.Iré directamente al gobernador

Page 60: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

para pedir un indulto, después delo cual habremos acabado de unavez con toda esta farsa.

McDivot ha escrito ya algobernador, a su vez, explicándoleque esa sentencia fue ridícula,pero que no había tenido elección.Entre los dos podremos obtener elindulto dentro de muy poco.

Entonces yo pondré las cosasen claro…

Y podremos ir a pescar unpoco.

Saludos,Mike

Page 61: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

OFICINA DELGOBERNADOR DE ILLINOIS

17 de junio, 198…Sr. Michael R. Reynolds49 Water StreetChicago, IllinoisApreciado Sr. Reynolds:En respuesta a su escrito

acerca de la petición de indultopara Walter A. Child (A. Walter),debo informarle que elgobernador está aún de viaje conel Comité de Gobernadores delMedio Oeste, examinando elmuro de Berlín. Se espera que

Page 62: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

esté aquí el próximo viernes.Pondré la petición y las

cartas de usted inmediatamentebajo su atención apenas hayaregresado.

AtentamenteClara B. Jilks.Secretaria del Gobernador

Michael R. Reynolds49 Water StreetChicago, IllinoisQuerido Mike:¿Dónde está ese perdón?¡La fecha de mi ejecución es

Page 63: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

dentro de cinco días a partir dehoy!

Walt

29 de junio, 198…Walter A. Chud (A. Walter).Celda Bloque EPenitenciaría del Estado de

IllinoisQuerido Walt:El gobernador regresó, pero

fue llamado inmediatamentedesde la Casa Blanca, enWashington, para que diese suopinión sobre la depuración de

Page 64: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

las aguas residualesinterestatales.

Estoy acampado en la puertade su despacho para echarmeencima suyo tan pronto comollegue aquí.

Mientras, estoy de acuerdocontigo respecto a la gravedadde la situación. El director de laprisión, el señor Alien Magruder,te entregará esta carta y tendráuna conversación privadacontigo. Te apremio para queescuches lo que él te dirá; yadjunto cartas de tu familiaapremiándote también para que

Page 65: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

escuches al director Magruder.Tuyo,Mike

30 de junio, 198…Michael R. Reynolds49 Water StreetChicago, IllinoisQuerido Mike: (Esta carta será

enviada a escondidas por el señorMagruder).

Mientras yo estaba hablandocon el director Magruder aquí, enmi celda, se recibió la noticia deque el gobernador había por fin

Page 66: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

regresado a Illinois, y que estaríaen su oficina a primera hora demañana, viernes. Así que tendrástiempo para conseguir que firme elperdón y entregarlo a la prisión atiempo para detener mi ejecuciónel sábado.

Por consiguiente, he rechazadola amable oferta del director dedarme una oportunidad paraescapar, puesto que me dijo queno me podía garantizar tener atodos los guardias fuera de micamino cuando yo lo intentase, yhabía la posibilidad de que mematasen escapando.

Page 67: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Pero ahora todo se arreglarápor sí solo. Realmente, unaexperiencia tan fantástica comoésta se tenía derrumbar unmomento u otro bajo su propiopeso.

Saludos,Walt

POR EL ESTADOSOBERANO DE ILLINOIS

Yo, Hubert Daniel Willikens,gobernador del de Illinois, einvestido con la autoridad ypoderes que corresponden como

Page 68: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

tal, incluido el poder de indultaraquéllos que a mi juicio fueronerróneamente inculpados que porotras causas son merecedores delperdón, en el día de hoy, 1 dejulio de 198… anuncio yproclamo que Walter A. Child (A.Walter), actualmente en prisióncomo consecuencia de unaerrónea convicción sobre uncrimen del que es completamenteinocente, queda totalmenteperdonado en lo que se refiere adicho crimen. Y me dirijo aautoridades que tengan bajocustodia al mencionado Walter A.

Page 69: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Child (A. Walter), en cualquierlugar donde puedan tenerloretenido, para que lo libereninmediatamente y le dejenmarchar sin ninguna clase deimpedimento…

Servicio Interdepartamental deRutas

POR FAVOR, NO DOBLE,PERFORE NI DETERIOREESTA TARJETA

Error al rellenaradecuadamente el documento

A: Gobernador Hubert Daniel

Page 70: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

WillikensRe: Perdón concedido a

Walter A. Child, el 1 de julio,198…

Apreciado empleado delEstado:

Se ha olvidado de adjuntar suNúmero de Ruta.

POR FAVOR: Presente denuevo el documento con estatarjeta y el formulario 876,explicando su autoridad para darcategoría de MÁXIMAURGENCIA a este documento. Elformulario 876 debe ir firmadopor su superior departamental.

Page 71: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

NUEVA PRESENTACIÓNEN: La fecha más próxima en queestá abierta la OFICINA DERUTAS. En este caso, el martes, 5de julio de 198…

ADVERTENCIA: El error alpresentar el formulario 876 CONLA FIRMA DE SU SUPERIORpuede ponerle en riesgo dedemanda por mal uso de unservicio del Gobierno del Estado.Podría ser extendida una orden dearresto contra usted.

NO hay excepciones. EstáUSTED ADVERTIDO.

Page 72: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

LA PULSACIÓNGregory Benford

Hoy, en el trabajo, pensó incesantementeen el Juego.

Llevaba ya varios añospracticándolo. Al principio, sólo habíabuscado en él un apacibleentretenimiento.

Estaban, naturalmente, los juegoselectrónicos que se veían en localespúblicos: ingenios despreciables quepor unos centavos proporcionabanbreves momentos de hueca diversión. Lamayoría de la gente no pasaba de ahí…

Page 73: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

o no podía pasar, según sus habilidades.El había probado esas aburridas y

reiterativas luchas y no había tardado enabandonarlas. Su práctica permitíaadquirir cierta destreza y un sentidotáctico elemental, pero erandeplorablemente limitadas. No habíanada como el Juego.

Por la mañana tuvo una reunión denegocios que discurrió con despiadadalentitud. Después vino la comida conalgunos de sus socios. Eran hombresseguros de sí mismos, expertos, cuyoaplomo se reflejaba claramente en susajados rostros. Mientras discutíanacontecimientos recientes, él se

Page 74: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

entretuvo en pensar que la política era eltiempo del hombre inteligente: un temainagotable, siempre nuevo y siempretópico. Se estuvo examinando lasmanchas oscuras de la piel de las manosy no dijo nada.

Por la tarde, perdió por completo elhilo del tema durante una entrevista consu abogado. Este translucía perplejidadcuando se separaron.

Salió temprano y se fue directamentea casa. Le esperaba una cena ligera;mantuvo una conversación fútil y cortéscon su esposa, pero sin aportar nuevostemas en ningún momento. Tan pronto

Page 75: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

como le pareció adecuado, aludió a sufatiga y se fue a su estudio.

Se instaló en su butaca de cuerofavorita y tiró del imponente tablero demandos hasta situarlo de modo quepudiera alcanzarlo con toda facilidad.La pantalla casi oscurecía la vista quese apreciaba a través de los ampliosventanales. El césped tenía un colorverde amarillento brillante. Los pájarosse llamaban unos a otros entre losárboles que crecían alineados endirección al río. Los perros jugabancerca de la verja.

El se sentó de espaldas a la puertadel estudio para desanimar a cualquiera

Page 76: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

que pudiese entrar casualmente en buscade conversación. Tenía a su lado unabebida refrescante. Y su mente estabaalerta.

El Juego dio comienzo. Se arrellanóen el asiento y realizó sus primerosmovimientos sabiendo que en aquellafase disponía de tiempo suficiente. Latranquilidad del estudio hizo fáciles lascrecientes complejidades del Juego yrealizó incluso las sencillas victorias delas partidas de apertura. Ya no teníadificultades en aquella etapa.

Era muy parecido a trabarconocimiento con los personajes y elescenario de una novela. El Juego

Page 77: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

presentaba cada vez diferentes culturas,diferentes premisas en cuanto a laimportancia de la riqueza, del poder, delamor o de la propia vida. Cada Juegoera nuevo. Los insignificantes juegoselectrónicos que practicaba el públicoeran monótonos para él. En las décadasque habían transcurrido desde suaparición, los juegos de vídeo quepodían encontrarse en los localespúblicos habían mejorado un poco, perose veían inevitablemente dominados ylimitados por su clientela, en su mayoríaadolescentes, que tenían tiempo parajugar pero no el refinamiento de requeriralgo mejor.

Page 78: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Aquella noche, el esquema eraparticularmente absorbente. El sistemapolítico era un marxismo tardíomodificado, en el que reaparecía ladivisión de clases. El eligió para jugar aun hombre joven, inquieto y ambicioso:su elección habitual.

En el primer lance, tenía queingeniárselas para introducirse en elaparato del Partido. Bien sencillo.Había impedimentos, desde luego. En elCampamento de Instrucción del Pueblo,los desafíos físicos se convertían enrápidos y hábiles movimientos sobre eltablero de mandos. Aprendió adestacarse en los combates individuales

Page 79: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

situando limpiamente a sus oponentes enel laberinto de retención y entonces —pulsación— un botón apretado en elinstante preciso acababa con ellos.

Obtuvo una buena plaza que lesituaba a un nivel medio en la jerarquía.Por tratarse de un joven, lo hacía muybien.

Después tuvo un lío amoroso conLisa, la querida de un comisarioregional. Le dominó la sensualidad. ElJuego conocía para entonces sus gustos ylas imágenes de Lisa se apoderaron desus ojos, pese a que él sabía que deberíaestar captando otro tipo de informacióndel tablero. La cara de la mujer era un

Page 80: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

conjunto de curvas serenas y su piel erasuave y brillante.

Tenía que mantener aquello ensecreto. Se sabía que el comisario eraceloso y vengativo; el hombre se habíaenterado de pasados enredos de Lisa ycon gran astucia había logrado que seprocesara a cada uno de los ex amantespor delitos contra el Estado. La mayoríade ellos habían desaparecido encircunstancias misteriosas.

Afuera, el crepúsculo se convirtió enoscuridad mientras él se abría camino atientas a través de aquella sociedad.Había ventajas que conocía porexperiencia: un poco de mercado negro

Page 81: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

aquí, una hábil maniobra allá, uninforme polémico presentado en elmomento adecuado, que forzaba a suinmediato superior a dimitir…

El Juego era caro, y ello contribuíatambién a aumentar su satisfacción. ElJuego era tan inteligente como un serhumano —quizás incluso más— dentrode su reducido y circunscrito universo.Funcionando a plena actividad, elordenador desplegaba sus enormesrecursos para igualar su agilidad mental.Se acomodó con negligencia en labutaca, sintiendo la cálida caricia delviejo cuero, dejando lánguidamente queel estudio fuese desapareciendo y

Page 82: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

enfrascándose más y más en el Juego acada movimiento que hacía.

Pulsación… y escaló posiciones enel sistema.

Pulsación… y estableció contactocon algunos miembros de la oposición.

Actuar en el momento preciso, ésaera la clave. Un instante deprecipitación y el cúmulo deacontecimientos subsiguientesdesenmascararía sus movimientos ypondría sus intenciones en evidencia.Uno de dilación y su oportunidadperdida seria aprovechada por uninferior, lo cual perjudicaría suposición.

Page 83: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Gran parte de todo ello quedóexpuesto en la pantalla medianteconfiguraciones de colores cristalinosque indicaban probabilidades. Tomabasus decisiones —pulsación— conrapidez. Tácticas. Maniobras. Sentíacomo deslizándose sobre la espuma delos rápidos de un río, con la atenciónsaltando de un punto a otro del tablerode mandos, calibrando cada maniobra…y efectuando movimientos sin cesar, unay otra vez.

Aquella noche el Juego era mejorque nunca. Le presentaba problemas enel trabajo, intrigas políticas en elPartido, posibilidades de obtener

Page 84: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

ganancias en el mercado negro.Arriesgado, sí, pero ingenioso.

Podía perder en cualquier momento.Pero no perdía. No importaba cuántosmovimientos tenía pensados el Juego; élse anticipaba. Siempre había una salida,un modo de ganar, o, por lo menos, deevitar la derrota. Ésta era la única regla:tenía que haber una solución.

En algunos puntos, el Juego era máslento de lo habitual. El sabía que estoera así porque su pericia igualaba lahabilidad del aparato. El Juego tenía queemular la vida en toda su complejidad yefectuar tipos de jugada no utilizadosanteriormente.

Page 85: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Cualquier red suficientementecompleja llega, con el tiempo, a pareceruna entidad independiente. Eraprovechoso considerar consciente alordenador. Sus intrincados enlacestenían personalidad propia, y no lesgustaba perder. A lo largo de los años,él se había complacido en creer que sehabía establecido una relación entre él yla constantemente mejorada red delordenador. Juntos habían agudizado susrespectivos ingenios.

Ahora él estaba forzando hasta ellímite a su oponente. Una vezfranqueado ese límite podría vencer. Yaquella noche sabía que vencería.

Page 86: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Se reunió con Lisa en unapartamento que él había alquilado, bajoun nombre falso y con esa únicafinalidad. Sus noches juntos leinflamaban la imaginación. Alabandonar el apartamento a la salida delsol, sin embargo, vio que le seguían.

Había varias explicaciones. Alguiende la policía, quizá. ¿O una filtración enla oposición?

¿O algún subordinado tratando dedescubrir algún vestigio de escándalo?Tal vez.

Era una ocasión para mostrarsediestro, sutil. Sólo una pulsación…

Tendió trampas para estas dos

Page 87: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

eventualidades.No sucedió nada.Continuó viéndose con Lisa siempre

que ella conseguía arreglárselas paralibrarse del comisario. El hombre laretenía a menudo en su finca campestre,esperando tener tiempo para ella.

Ella hacía escapadas a la ciudad contanta frecuencia como le era posible.Las medidas que tomaban para verse seelaboraban con toda minuciosidad y lesproporcionaban tanta seguridad comosus años de experiencia le permitían.

Sin embargo, había más indicios. Elacudió a su creciente imperio personal,a su red de informadores y a su relación

Page 88: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

con aquéllos a los que había podidoayudar y que ahora gustosamente ledevolverían el favor.

Todo esto lo había hecho ya enjuegos anteriores. Pero esta vez, estanoche —tuvo que levantar la vista hacialas negras ventanas para recordar queera de noche— había corrientes ocultascasi imperceptibles, cambios sutiles,flujos de dinero y de poder que él nocomprendía.

Ahora estaba absorto. No notaba elfresco procedente de las grandesventanas, ni sentía el cuero cálido yfamiliar de la butaca. Estabacompletamente vivo, con los agudos

Page 89: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

instintos atentos a cualquier posibleaviso de dificultades en su trabajo, ensus habituales relaciones sociales y enlos detalles cotidianos.

Se apoderó de él una vibrantevitalidad y los años de rutina quedaronmuy lejos. El Juego se superaba aquellanoche. El percibía la enormeinteligencia de detrás del tablero,vigilando, retirándose cuando él atacabay sin entregarse nunca. Paciente.

Los ordenadores tenían estilopropio, igual que lo tenía él. El Juegoevitaba los métodos brutales.Habitualmente, le dejaba practicardeterminada táctica durante un rato,

Page 90: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

estudiándola antes de combatirlaabiertamente. El Juego prefería lasrespuestas que volvían contra sí lalógica de la estrategia. A menudoparecía estar juguetón, ingenioso, comosi dijera: ¿Has considerado estemovimiento?

Fue Lisa quien notó el pequeñoerror. Reconoció uno de los coches delcomisario aparcado a distancia, con unhombre sentado al volante. El hombre noestaba mirando hacia ellos dos, arribaen la terraza, pero esto no importaba.Lisa sólo lo conocía de haberse cruzadocon él en cierta ocasión, pero era buenafisonomista. El comisario

Page 91: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

probablemente creyó que servirse de esehombre era un riesgo desdeñable.

El miedo también formaba parte delJuego. Habría sido muy sencilloabandonar a Lisa, hacer marcha atrás ybuscar otro camino hacia el éxito. Al finy al cabo, había muchas mujeres. Peroactualmente estaba unido a ella de unmodo que no se podía describir ni a símismo. ¿Escabullirse? ¿Desprestigiarseante la inteligencia que había detrás delJuego…?

No. Empezó a jugar a granvelocidad, repitiendo con pericia pautasde juego que había utilizado conanterioridad.

Page 92: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Era importante no demostrar miedo.Continuar usando tácticas que tenían suestilo habitual. No dar ningún indicio desus preparaciones.

Tenía que eliminar al comisario. Laaguda inteligencia del Juegoconsideraría aquella posibilidad conanticipación, aunque, probablemente,una jugada como aquélla no pareceríapropia de él, cuyo estilo personal seacercaba más a los procedimientosgraduales que permitían ir acumulandoventajas lentamente hasta el momentodel desenlace.

Por lo tanto, haría lo opuesto. En vezde ordenar cuidadosamente sus recursos,

Page 93: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

atacaría con rapidez, audazmente, deforma impropia de sus métodoshabituales. Pero usaría las previsionesdel ordenador en contra de éste.Parecería estar siguiendo una pautaacostumbrada. Efectuaría una serie demovimientos lentos, movimientos que elJuego esperaría de él.

Comenzó a urdir una intrigarazonablemente tortuosa,comprometiendo en ella a una docena defuncionarios. Ello apuntaba a implicar alcomisario en un intercambio deinformación secreta con un país cercano.Anteriormente se había servido de unrecurso similar con gran éxito.

Page 94: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Al mismo tiempo, ideó un segundoplan en el que debían participar elmínimo de personas. Lisa era la única enquien podía confiar. Su estilo consistíasiempre en el uso de caminos trillados,así que el segundo plan tenía que seraudaz y de efecto inmediato.

Pulsación.Sus caminos se cruzaron a la hora

del crepúsculo, en una posada en elcampo. El había abandonado su cocheen el otro lado de la ciudad y habíacogido un autobús y después un tren.Lisa acababa de llegar de la finca delcomisario.

La mujer dejó un objeto en forma de

Page 95: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

pirámide encima de una mesa delvestíbulo, manteniendo la vista al frente,y después fue a cenar. No dirigió haciaél ni la más breve mirada. El cálculo detiempo era perfecto. El cogió lapirámide al salir instantes después.

El hombre que iba con Lisa —elguardián que el comisario le habíadestinado— permanecía en el cocheleyendo el periódico. Ella iba a cenarcon unos amigos y en talescircunstancias, el guardián habríaquedado desplazado. Ni siquiera levantóla vista cuando una sombra salió por lapuerta lateral hacia los árbolescercanos.

Page 96: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

El corrió los dos kilómetros a travésdel tupido bosque mientras elcrepúsculo se convertía en noche. Lasramas le arañaron la cara. Un búho ululóa su paso, pero no hubo señal alguna deque hubiese sido descubierto. Jadeando,pensó en Lisa, cenando con toda calma,alargando el intervalo hasta que fuesenecesaria la llave-pirámide para darleentrada de nuevo a la finca. Recordó sucabello negro, el arco elevado de suspómulos y su pasión hipnótica.

Usó la llave-pirámide paradesconectar los detectores. En laoscuridad, no tenía más que la luz de lasestrellas y el recuerdo de dónde estaban

Page 97: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

situados los monitores del sistema dealarma para guiarse. Reconoció lapequeña colina cerca del río y corriórodeándola, manteniéndose a cubierto.

Allí estaba la línea de árboles quellevaba hasta la gran casa. Lashabitaciones de la planta baja no seutilizaban y, en efecto, como ella habíadicho, estaban a oscuras.

Volvió a utilizar la llave-pirámidepara abrir la verja. La puerta se abriósilenciosamente.

Avanzó por el paseo, evitando lagrava, y dio vuelta hacia la parte traserade la casa. La puerta de la cocina cedió.No había nadie por allí. Atravesó una

Page 98: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

habitación lateral, donde la vajilla deplata esperaba ser limpiada. Giró a laizquierda. Sí… el gran comedor.Después, un pasillo de cuyas paredescolgaban retratos de ceñudospersonajes. Una alfombra lujosa queconducía a una escalera. Sus pies nohicieron ningún ruido al subir.

Sacó la pistola. Apoyada contra lapiel, disparaba un veneno a los nerviosque no dejaba ninguna huella.

Aquí giró a la izquierda. Una puertacerrada. Por la ranura inferior se filtrabauna luz amarillenta. No se oía ningúnruido dentro. Hizo girar lentamente eltirador. Bien engrasado, como ella había

Page 99: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

dispuesto. El pestillo se deslizó.Entonces se movió con rapidez. Las

imágenes le llegaron con precipitación.Una butaca de color pardo. Libros

alineado en torno del estudio. Grandesventanas que mostraban la negrura delexterior. La cabeza del hombre viejo, decabellos blancos, no estaba echada atráscontra el respaldo, sino que estabainclinada adelante, concentrándose en eltablero que tenía enfrente, con elarrugado cuello expuesto, el rostropensativo, atento, absorto, como siestuviese esperando la…

Pulsación.

Page 100: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

USURPACIÓN DEDERECHOS DE

AUTORDavid F. Bischoff

—No lo sé, Jim —dijo Keith,contemplando el disco flexible—. Tengola sensación de que no está bien. Escomo si fuera un robo.

—¿Eh? - Jim tomó un sorbo decerveza y dejó la lata junto a su Atari800. Junto al CPU se veía la unidad dedisco con su interior al descubierto y elrevestimiento a un lado, como el

Page 101: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

caparazón de una tortuga disecada. Jimeructó y efectuó un pequeño ajuste en untornillo de las entrañas del chisme.

—Comprados al por menor, estosprogramas tal vez valgan trescientos ocuatrocientos dólares. ¿Vale la penadesprenderse de ese dinero cuando sepueden conseguir gratis?

Keith examinó el disco. Parecía undisco de 45 r.p.m. barato, metido en unafunda de cartulina; sólo que en vez demúsica estaba lleno de lenguaje demáquina registradora. En el ladoderecho había una muesca,evidentemente de origen. A la izquierda,debajo de una insignia que representaba

Page 102: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

un elefante, había una muesca máschapucera y reciente.

—¿A qué viene esta otra muesca,Jim?

—Para que se pueda usar el otrolado —explicó Jim—. Basta con que locoloques y lo pongas en marcha yfuncionará con normalidad. - Elcorpulento personaje cogió un disco, lometió en la ranura e hizo funcionar el800 —Un cronómetro— explicó a Keith.

—Desde que metí este tablerocopiador ahí dentro, se ha portado de unmodo un poco extraño.

Volvió su atención hacia el monitor.Los números de la pantalla cambiaban

Page 103: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

de vez en cuando.Jim era el mentor de Keith en

materia de ordenadores. Se habíanconocido durante unas partidasmensuales de póker en las cuales, ydado lo poco elevado de las apuestas,Jim dispuso de mucho tiempo paracharlar sobre su ordenador personal. Yaunque era sarcástico, Jim siempre semostraba amistoso, y Keith sintió quepodía confiar en él. Jim tenía una sólidaconfianza en sí mismo.

Hacía sólo un mes que, entreapuestas y puñados de palomitas demaíz, había dicho:

—Mira, el otro día leí en el

Page 104: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

periódico que los 800 habían bajado adoscientos dólares por aparato.¡Doscientos! ¡Y yo pagué ocho! Y conuna memoria de 48K. ¡Qué mundo éste!—echó un trago de cerveza y una miradaa los naipes que acababa de recibir—.Keith, deberías ir a comprar uno cuantoantes. Se te acabaría el salir de noche aligar. Y yo te echaría una mano.

Keith pensó: «¿Por qué no? Puedoprobarlo. ¿Quién sabe? Podría llegar aser un genio de la programación y ganarmucho más dinero del que gano ahora,enseñando en la universidad delcondado».

Y así, Keith acudió a la tienda más

Page 105: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

próxima y compró un Atari más launidad de disco, mucho más cara…(«Las cintas son tan lentas que tienestiempo hasta de echarte una siestamientras esperas a que se traguen elprograma», le había dicho Jim).

Uno de los compañeros de Keithhabía adquirido un TRS-80, habíaaprendido a programar y ahora era unfanático del trabajo. «¡Amigo, a vecesprogramar es mejor incluso quepracticar el sexo!», había sido laconclusión de Robert. «¡Es fascinante!».

Así que mientras Keith rondaba porlos bares e invitaba a las mujeres abebidas caras, pensaba en su compañero

Page 106: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Robert, que estaba tecleando en sumáquina, urdiendo intrincados conjurosde algoritmos y disfrutando de unaamante que nunca se quejaba.

Keith se tomó lo de la máquina conmucha menos seriedad; no le habíacostado demasiado dinero, era divertidopracticar juegos como PacMan y Pilotosdel Espacio e incluso había empezado aaprender BASIC.

Entonces Jim le llamó, invitándole asu casa para enseñarle algunas cosas.

Y allí estaba, con tres discos en lamano cuyos anversos y reversos estabanllenos de programas pirateados. Aquellole había puesto muy nervioso.

Page 107: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Lo único que había robado en suvida había sido una revista en unalibrería. Y después, cuando la huboleído, volvió al local y,disimuladamente, la devolvió.

—¡No seas tonto, muchacho! —insistió Jim—. Quédatelos. No son másque juegos. La próxima semana creo quepodré pasarte un par de programas detratamiento de textos. Y quizás inclusoun Extracalc.

Keith se sintió nervioso mientrasconducía el coche hacia casa. Perodespués razonó. ¿Qué podía ocurrir?¿Iba a seguirle el rastro el FBI sóloporque había aceptado unos programas

Page 108: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

copiados? ¡No, claro que no!Dentro de su mal amueblada sala de

estar, salpicada de libros, manuscritos yejemplares atrasados de The NewYorker desparramados por el suelo,dejó los discos a un lado y fue alrefrigerador a buscar un refresco.Después de abrir la botella y echar untrago, se dejó caer en su silla y probó elprimer disco.

SACA EL CARTUCHO DE BASIC,ATONTADO, decía la pantalla. ESTOESTÁ EN LENGUAJE DE MAQUINA.

Oh.Después se echó a reír. Aquel Jim

Page 109: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

podía ser un verdadero bromista.Abrió la cubierta del 800, sacó el

cartucho etiquetado ATARI BASIC yvolvió a meter el disco.

¡LA CAJA DE JUEGOS!

Proclamó la parte alta de la pantalla.Después salió la lista del contenido.

LOS INVASORES LOS MONSTRUOSMÁGICOS

PARTIDO DE CRICKET EL TRAGÓN

LA MISIÓN EL LABERINTO

Eligió EL TRAGÓN, que resultó seruna divertida imitación de PacMan. Alcabo de unos minutos, sin embargo, ya

Page 110: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

estaba aburrido. Seleccionó otro juego.¡Los monstruos mágicos! ¿Por qué

no? ¡El título sugería un buen juego defantasía!

Tan pronto como se oyeron lasseñales de que el programa había sidoasimilado, la pantalla se pusocompletamente blanca. Poco a poco, unasustancia de color rojo sangre comenzóa gotear desde la parte superior,formando unas letras horripilantes:

LOS MONSTRUOS MÁGICOS.

Rodeadas de telarañas y cuajarones.«¡Qué maravilla de imágenes!», pensóKeith.

Page 111: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Por el altavoz brotó una músicafantasmagórica: unos cuantos acordes deórgano, un suave gemido coral, unfantasmagórico temblor de cortinajesagitados por el viento, el tintineo de uncandelabro. ¡Unos sonidos increíbles!

Jim le había dicho que parte deaquel material no estaba todavía en elmercado. «¿De dónde diablos lo habríasacado?», se preguntó Keith. Jim sólosabía que era un programa de grancalidad, y se alegraba de haber tenidoque ver en ello.

¡Seguro! Keith se había sentido depronto tan feliz que se había tragado losescrúpulos y había aceptado los discos.

Page 112: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Aquel juego probablemente estaría a laventa por cuarenta dólares en lastiendas.

Con un estertor y un jadeo de muerte,las letras del título se esfumaron. Seformó una boca, mostrando unos labiosagrietados y unos agudos colmillos. Laboca se animó y emitió una carcajada.

«¡Bienvenido a Los monstruosmágicos!», dijo, con un ceceo parecidoal de Boris Karloff. «¿Qué tipo demonstruo le gustaría crear esta noche?¡Oh, tenemos todo tipo de bellezas paradeleitar y asombrar su sentido de lomacabro!».

Apareció una lista.

Page 113: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

VAMPIRO (1)DUENDE (2)GLÓBULO (3)MOMIA (4)DRAGÓN (5)

ELIJA SEGÚN EL NUMERO.NUEVAS POSIBILIDADESPULSANDO OPCIÓN

Keith alargó el dedo meñique yoprimió OPCIÓN, justo debajo deREAJUSTE DEL SISTEMA.

MONSTRUO DEFRANKENSTEIN (6)JINETE SIN CABEZA (7)

Page 114: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

SELKIE (8)HOMBRE LOBO (9)MIX'N'MATCH (10)

PARA VOLVER A LA PRIMERALISTA, OPRIMIR OPCIÓN

«Sí», pensó Keith, «quiero algo dela primera lista». Cuando oprimió denuevo OPCIÓN se preguntó de quétrataría el juego. Lástima que no tuvieseel prospecto. Eso era lo bueno de losprogramas que se compraban, que traíanlas instrucciones. Y tambiénilustraciones, cajas, otro disco… ycosas por el estilo.

«Con todo, no se puede ganar

Page 115: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

gratis», pensó Keith, mientras meditabadivertido su elección.

Acabó decidiéndose porGLÓBULO. La película de SteveMcQueen era una de sus viejas películasde terror favoritas. ¿Qué saldría ahora?Apretó el 3.

—¡Oh, cielos, qué elección másinmunda! —dijeron los labios. Lapantalla quedó en blanco por unmomento, mientras la voz continuaba.

—¡En el juego de Los monstruosmágicos la diversión depende de suimaginación! Y ahora que ha elegido sumonstruo…

La palabra GLÓBULO apareció en

Page 116: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

la pantalla en un tono verdenauseabundo.

«¡Por favor, escriba un relato cortoimaginado por usted, usando lassiguientes palabras elegidas al azar denuestro DICCIONARIO DEL MIEDO!Y después esté atento a lo que ocurra».

Unas letras verdes aparecieron en lapantalla relampagueando:

DEPÓSITO DE CADÁVERES -GLOBO OCULAR - REBOSAR -

ESPASMO - SANGRE¡Qué curioso! Un juego que hay que

contribuir a crear. Keith empezó amecanografiar:

»El cadáver estaba tendido sobre la

Page 117: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

losa del depósito de cadáveres,verdoso, con la rigidez de la muerte. Elamortajador se inclinó hacia él con unescalpelo. El cuerpo estaba desfiguradopor un extraño cáncer. Se tenía quellenar de desinfectante para el entierro.

»De pronto, el cuerpo experimentóun espasmo. El amortajador pensó quepodía ser el rigor mortis. Alargó lamano para hacer bajar la pálida cabeza.

»Los ojos del muerto se abrieron depronto. Uno de los globos oculares saltófuera de su cuenca y se alejó rodando.Algo largo y lechoso, como un chorritode flema, rebosó de la cuenca vacía.

»El amortajador gritó cuando aquel

Page 118: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

extraño zarcillo se enrolló en su brazo y,con increíble rapidez, trepó brazo arribacomo un blanco pitón de pus hastaenrollarse alrededor de su cuello.

»El grito del hombre se interrumpiócon un borboteo. De su boca brotósangre.

»¡Crac! ¡El cuello del hombre serompió! El pequeño Glóbulo alargó susseudópodos hacia el cuerpo y empezó sufestín.

Keith rió entre dientes. Bastantemalo, pero divertido.

Apretó el botón EMPEZAR. Lapantalla se aclaró. Apareció una losa.Encima de la losa había un cuerpo;

Page 119: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

inclinado sobre el cuerpo, un hombrecon un escalpelo.

Era la ilustración del relato deKeith. El ojo desprendiéndose, el chorrode sustancia blancuzca, el amortajadorestrangulado, todo. Completo, hasta conefectos sonoros.

«¡Uf!», se dijo Keith fascinado.La voz sintetizada habló: «Su

glóbulo es muy pequeño aún». Lapantalla reveló una masa blanca,abigarrada, con seudópodos en forma deserpentina que se agitaban comomovidos por alguna brisa fantástica.«¿Desea alimentarlo?».

Bajo la imagen apareció un rótulo

Page 120: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

¡Una invitación para otro episodio!—¡Por supuesto! —replicó Keith, e

inmediatamente empezó a escribir ¡SI!—Use las palabras siguientes —

requirió la voz.

BORRACHO - POLICÍA - CALLEJÓN- PISTOLA - GRITO - VÍSCERA

Keith empezó a escribir:»El Callejón era oscuro y frío. El

borracho estaba tendido ante una puerta,sorbiendo estúpidamente una botella deThunderbird.

»No vio al Glóbulo deslizándosesobre el asfalto como el salivazo de ungigante.

Page 121: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

»¡Hasta que fue demasiado tarde!Aunque el Glóbulo acababa de cenar enel depósito de cadáveres y todavía teníaun intenso color rojo al estar digiriendola sangre humana, seguía estandohambriento. Siguió el sucio olor delborracho hasta su origen. El tipo estabatan bebido que no se dio cuenta de quealgo andaba mal hasta que el Glóbulo sele hubo comido la mitad de un pie. Miróabajo para ver la creciente opalescenciaondulándose mientras trepaba por suspiernas.

»Gritó, y de pronto notó que su bocaestaba llena de una porquería ácida.

»Dos manzanas más allá, un policía

Page 122: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

oyó el grito. Corrió calle abajo y entróen el callejón. Todo lo que vio fue unamasa sobre el suelo, cubierta por unviejo abrigo. Desenfundó la pistola y sepuso a investigar.

»—Eh, amigo, ¿está usted bien? —preguntó.

»No hubo respuesta.»El policía se inclinó y levantó el

abrigo. Debajo de la ropa, a la tenue luzdel farol callejero, vio un hombre mediodevorado, cubierto por un hirvienteprotoplasma blanco y rojo.

»Blandiendo un hueso astillado enuno de sus seudópodos el Glóbuloefectuó un corte en el abdomen del

Page 123: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

policía. Las vísceras cayeron sobre lahambrienta masa.

«¡Puajj!», se dijo Keith, feliz,mientras los gráficos de la computadoraconvertían la sangrienta escena enimágenes. «¡Amigo, cuánto les va agustar esto a los chiquillos!».

¡Y la representación estabamejorando también! Los colores eranmás intensos y las líneas casi noparecían estar hechas de puntos.¡Increíble!

Mientras el Glóbulo consumía alpolicía, Keith lo veía crecer. Lasimágenes eran tan buenas que inclusoveía como el monstruo iba despojando

Page 124: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

el cuerpo de carne. Asombroso.—¡Maravilloso! —dijo la voz—.

Miren cómo crece el monstruo cuandoestá bien alimentado. ¿Quiere seguirjugando?

¡Desde luego! - Keith escribió SI yesperó la respuesta.

—Excelente. ¡Esta vez, la historia esenteramente suya! —le informó la vozceceante.

Keith pensó durante un momento ydespués empezó a escribir.

»A medida que el monstruo comía,se hacia mas poderoso, mas astuto y mascruel.

»¡Sabía que necesitaba mas carne!

Page 125: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

¡Mas carne humana para chupar,saborear y devorar!

»Mientras avanzaba entre lassombras de la noche captó la existenciade vida en el edificio que tenía delante.

»Una casa de pisos, llena de tierna ysuculenta carne humana.

»¡Y allá arriba, una ventana abierta!»Extendió lentamente un seudópodo

hacia una tubería y empezó a ascender,dejando tras de sí un rastro viscoso.

»Y…De pronto, el teléfono sonó. Keith se

levantó para contestar a la llamada.—¿Diga?—¿Keith?

Page 126: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—¿Sí?—Soy Jim. Está ocurriendo algo

muy extraño.—¿Eh?—Escucha, quizá sería mejor que no

hicieras nada con aquellos programasque te di hasta que yo pueda… —unapausa.

—Bueno, Jim, en realidad ya he…—¡Oh, Dios mío! —hubo un grito.

La línea quedo cortada.Keith intentó llamar a la policía,

pero su teléfono estaba cortado también.Tenía que hacer algo para ayudar a

Jim. ¡La cosa se había puesto muy fea!Mientras corría hacia la puerta, la

Page 127: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

pantalla del ordenador atrajo suatención. Seguían apareciendo máspalabras.

El Glóbulo se deslizó lentamentetubería arriba, captando al ser humanoque estaba dentro de la casa.

Éste sería especial. A éste losaborearía lentamente, durante horas yhoras y horas, absorbiendo su fuerzavital, disfrutando con la agonía de lavíctima mientras su carne se disolvíalentamente…

«¡Al infierno con todo esto!». Keithapretó el botón para desconectar.

El ordenador no dejó de funcionar.Empezó a zumbar ominosamente.

Page 128: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Keith hizo girar el mando de lapantalla. Pero la pantalla permanecióencendida y los colores seintensificaron.

Oprimió el botón de REAJUSTE.—Para poner fin a este programa —

dijo la voz parecida a la de Karloff—,sírvase marcar las cifras de cancelaciónindicadas en el prospecto de su juego.

¿Prospecto? ¡El no tenía ningúnprospecto!

—A menos, desde luego, que ustedhaya pirateado este programa, lo cual vaexpresamente contra los derechos deautor de los Microsistemas Cthulhu.

Desesperadamente, Keith

Page 129: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

desenchufó los aparatos. El ordenador yla pantalla continuaron brillando con unresplandor sobrenatural. Las palabrassiguieron relampagueando en la pantalla.

»De pronto, el Glóbulo supo quetenía una misión que cumplir:

»¡Venganza contra el profanador delos derechos de autor de Yog Suggoth!

»¡Recordó los antiguos ritos de latortura sarnaciana!

»¡Se relamió con anticipación!Con ojos enloquecidos, Keith miró

hacia la ventana. Lleno de pánico, corrióen dirección opuesta. Tenía que salir.Aquello no podía ser cierto. ¡Era comouna inconcebible pesadilla!

Page 130: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Abrió la puerta de par en par. Entróuna terrible pestilencia.

Pedazos y más pedazos de lo queuna vez habían sido seres humanosflotaban sobre una masa, como moscasen el ámbar. Una mano se alzó desde ellechoso protoplasma, temblandoespasmódicamente.

El Glóbulo siguió chapoteando.En la pantalla, como sangre salida

de una arteria, las palabras saltaronborboteando hacia la realidad.

Page 131: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

LLAMADAS DEAMOR

Ben Bova

Branley Hopkins era uno de esoshombres desventurados que tienendemasiado éxito demasiado pronto en lavida. Estudiante brillante, habíaemprendido inmediatamente una tambiénbrillante carrera de analista deinversiones, prediciendo correctamentelas alzas en aparatos electrónicos y eningeniería genética y evitando con igualcorrección las depresiones en el sectorautomovilístico y en el de servicios

Page 132: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

públicos.Nunca nadie había subvalorado su

consejo, lo que le permitió teneramasada una considerable fortuna a laedad de treinta años. Pasó los cincoaños siguientes aumentando esa fortunamientras se iba desprendiendo, uno trasotro, de los clientes que se aferraban aél del mismo modo en que un ciego seaferra a su bastón. Ante el portal de sucasa se habrían podido acumular variasbancarrotas y más de un suicidio, peroBranley era de los que meramente selimitan a pasar por encima de loscadáveres, con soltura, sin bajarsiquiera la mirada para ver quiénes

Page 133: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

pueden ser.Al cumplir los treinta y cinco años

se retiró completamente del negocio deaconsejar a los demás y dedicó toda suatención al empleo de su fortunapersonal. Realizó una prueba para ver sipodía dar satisfacción a todos suscaprichos sólo con los intereses deldinero acumulado, sin tocar el capital.

Ante su asombro, pronto se diocuenta de que el dinero aumentaba conmás rapidez que su habilidad paragastarlo. El era un hombre de gustosfastidiosamente personales, delgado, deaspecto ascético, barba bien recortada yun guardarropa elegante pero severo.

Page 134: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Tenia un limite en la cantidad de bebida,en el número de mujeres y en laelevación del tono de las canciones queera capaz de aguantar. Al principio, ledivertía secretamente ver que sus viciosno lograban igualar el ritmo de ascensoen progresión geométrica de susintereses compuestos. Pero con eltiempo, su diversión se convirtió enaburrimiento, en un áspero y sardónicodesencanto respecto del mundo y sushabitantes.

Cuando llegó a los cuarenta años,apenas salía del ático de su casa. Unático que ocupaba toda la planta de unatorre de Manhattan, provisto de todos

Page 135: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

los lujos y comodidades imaginables.Branley decidió cortar dentro de lo

posible todos los restantes lazos con elmundo exterior para convertirse en unermitaño, pero un ermitaño que viviera acuerpo de rey.

Se dio cuenta de que para ellonecesitaba un ordenador. Pero no deltipo ordinario. Branley decidió quequería un ordenador personalizado,diseñado para atender a sus necesidadesparticulares; un ordenador que lepermitiese vivir como él deseaba, nolejos de las enloquecedoras multitudes,pero si apartado de ellas.

Contrató al mejor y más brillante

Page 136: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

proyectista de ordenadores del país,pero sin tener para ello que salir de suapartamento; de modo que hizo trasladaral joven desde su oficina situada en unsótano cerca de la falla de San Andrés ala geológica seguridad de Manhattan.

—Proyécteme un ordenadorespecial, basado en mis necesidades ydeseos personales —ordenó Branley aljoven ingeniero—. No importa lo quecueste.

El ingeniero echó una miradaalrededor del apartamento, con el ceñoligeramente fruncido. Branley suspiró aldarse cuenta de que aquel muchacho detosco aspecto tendría que pasar por lo

Page 137: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

menos unos cuantos días en su casa. Enefecto, el ingeniero vivió en elapartamento durante casi un mes, perodespués insistió en querer regresar aCalifornia.

—Me es imposible crear aquí,amigo —dijo, con firmeza—. No haybastante sol.

Pasaron seis meses antes de que elingeniero llamara de nuevo a la puertade Branley. La cara le resplandecíabeatíficamente. En las manos llevabauna pequeña caja gris de metal.

—Aquí lo tiene, amigo. Su sistema.—¿Esto? - Branley se mostró

incrédulo — ¿Esto es el ordenador que

Page 138: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

ha proyectado para mí? ¿Esta cajita?Con una sonrisa que rayaba en lo

angelical, el ingeniero pasó frente alatónito Branley y avanzó directamentehacia la oficina. Colocó con suavidad lacaja encima de la magnífica mesa deteca siamesa.

—Hará todo lo que usted quiera quehaga —dijo el joven.

Branley miró con fijeza la fea cajita.No tenía el menor encanto. Era unsimple recuadro de metal gris, con unaligera hendidura en la parte superior.

—¿Dónde la he de enchufar? —preguntó Branley mientras avanzabacautamente hacia el escritorio.

Page 139: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—No la ha de enchufar en ningúnsitio, amigo. Opera a base de miliondas.Lo último en el género. Basta con que lotenga aquí donde le dé el sol una vez ala semana por lo menos y funcionaráindefinidamente.

—¿Indefinidamente?—Así es, para siempre.—¿De verdad?El ingeniero resplandecía de

satisfacción.—Y usted ni siquiera necesita

aprender ningún tipo de vocabulariopara hacerla funcionar. Basta que le digalo que quiere, en inglés corriente, y elordenador se programará por sí solo. Se

Page 140: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

conectará automáticamente con todos susdemás aparatos eléctricos. ¡No hay en elmundo nada igual!

Branley se dejó caer en el sofá quehabía junto a las ventanas que daban alrío.

—Más vale que funcioneexactamente como dice usted, despuésde todo el dinero que me he gastado…

—Eh, no se preocupe, señorHopkins. Esta pequeña maravilla le haráahorrar mucho dinero en otras cosas. -El ingeniero dio unas palmaditas a lapequeña caja gris y enumeró — Haráque las luces y el calor den el máximorendimiento, hará inventario de sus

Page 141: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

artículos de cocina y enviaráautomáticamente un pedido al almacéncuando empiecen a disminuir. Lo mismohará con sus ropas, lavandería y secado.Llevará el control de sus revisionesmédicas y dentales, se encargará de todasu contabilidad, le dará su estado decuentas diariamente —o a cada hora siusted lo desea — hará funcionar susaparatos, escribirá cartas, contestará alteléfono…

Tuvo que interrumpirse para tomaraliento y Branley aprovechó paraponerse en pie y empezar a conducir aljoven hacia la puerta de salida.

El ingeniero, imperturbable,

Page 142: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

continuó:—Oh, sí, también tiene circuitos

especiales para aprender. Usted le dicelo que quiere que haga y él mismo ideacómo hacerlo. ¡No hay nada en el mundocomo este ordenador, amigo!

—Maravilloso —dijo Branley—. Leenviaré un cheque cuando hayafuncionado sin fallo alguno durante unmes.

Y empujó suavemente al ingenierohacia el exterior.

Un mes más tarde, Branley ordenó alordenador que enviase un cheque alingeniero. El joven había sido honestode verdad. La pequeña caja gris hacía

Page 143: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

todo lo que él le pedía que hiciera.Entendía cualquier palabra quepronunciase Branley y obedecía comoun geniecillo bien entrenado. Le teníapreparado el desayuno cuando él selevantaba, no importaba a qué hora; ycon un menú diferente cada día. Con undispositivo óptico que el propio aparatosugirió a Branley que comprase, leíatodos los libros de la biblioteca ymemorizaba completamente cadavolumen.

Ahora Branley podía hacerse leerlos clásicos mundiales mientrasdormitaba por la noche, bien arropado yfeliz como un chiquillo.

Page 144: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

El ordenador vigilaba también elteléfono con tenacidad, sin permitirnunca que nadie molestara a Branley amenos que éste especificara que sedignaría hablar con el individuo queefectuaba la llamada.

El quinto lunes después del día enque el ordenador había entrado en suvida, Branley decidió despedir a suúnica ayudante, la señorita ElizabethJames. Había hecho para él desecretaria, de botones, a veces decocinera y ocasionalmente de anfitrionade las raras fiestas que él daba. Dijo alordenador que la llamase al apartamentoy después frunció el ceño intentando

Page 145: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

recordar cuánto tiempo había estado lamuchacha trabajando para él. Al fin y alcabo, el pago de un despido vadeterminado por el tiempo que hadurado el servicio.

—¿Cuánto tiempo ha sido la señoritaJames empleada mía? —preguntó alordenador.

Inmediatamente, la pequeña caja griscontestó:

—Siete años, cuatro meses ydieciocho días.

—¡Oh! ¿Tanto? —pareció algosorprendido—. Gracias.

—No hay de qué.El ordenador hablaba con la misma

Page 146: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

voz que Branley, que salía delmicrófono que se hallase más cercano enel momento en cuestión: el de latelevisión o de la radio, del estéreo oincluso de uno de los teléfonos. Eracomo si Branley se hablase a sí mismoen voz alta. Esto no le molestaba enabsoluto. Era como si se hiciesecompañía a sí mismo. Lo que no podíasoportar era la compañía de otraspersonas.

Elizabeth James adoraba a BranleyHopkins. Lo amaba con tenacidad, conuna llama inextinguible, y lo amabadesde la primera vez que lo había visto,

Page 147: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

siete años, cuatro meses y dieciochodías atrás. Sabía que era frío, decorazón amargado y encerrado en simismo. Pero sabía también, coninquebrantable seguridad, que si algunavez el amor le abría el corazón, lafelicidad sería de ambos para siempre.Ella vivía para aportarle esa felicidad.A Branley se le había hecho evidentepor completo en el primer mes detenerla como empleada que estaba locapor él. Entonces le dijo, con todafirmeza, que las relaciones entre amboshabían de ser de trabajo, estrictamentede jefe a empleada, y que él no era deltipo de hombre que mezcla los negocios

Page 148: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

con el romance.Ella estaba tan desesperanzadamente

enamorada de él que aceptó el cruelrechazo y aguantó valientementemientras Branley hacia desfilar a unasucesión de actrices, modelos,bailarinas y mujeres de dudosa carrera através de su vida. Elizabeth siempreestaba allí a la mañana siguiente,remendándose animadamente eldestrozado corazón o cualquier otraparte de su anatomía que le doliera mas.

Al principio, Branley pensó que ellaiba detrás de su dinero. Sin embargo, alo largo de los años se dio cuenta, pocoa poco, de que ella simple, total y

Page 149: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

constantemente le amaba. Estaba locapor él, y no importaba lo que él hiciera,porque el amor de la muchacha semantenía intacto. Esto le divertía. Ellano era una mujer de aspectodesagradable. Quizás un poco bajitapara su gusto, y algo rolliza, pero, alparecer, los demás hombres laencontraban muy atractiva. En varias delas fiestas que ella había dirigido comoanfitriona, algunos hombres más jóveneshabían suspirado por ella.

Branley sonrió para si mientrasesperaba la visita final de la muchacha asu apartamento. El nunca había tomadola más ligera iniciativa para animarla.

Page 150: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Para él había sido una fuente dediversión irónica el ver que cuanto másla despreciaba más anhelante estaba ellapor él. «Algunas mujeres son así»,pensaba Branley.

Cuando la muchacha llegó alapartamento, la estudió con cuidado.Realmente, era muy atractiva. Un rostroencantador, expresivo, unos labios biendibujados y unos ojos hermosos. Inclusocon el traje que llevaba, saltaba a lavista que la figura de la muchacha podíaacelerar el pulso de un hombre másjoven. Pero no el suyo. Desde sustiempos de estudiante, a Branley lehabía resultado fácil atraer a las mujeres

Page 151: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

más hermosas y deseables. Las habíaencontrado a todas vanas, huecas einsensibles a sus necesidades íntimas.Sin duda alguna, Elizabeth James debíade ser igual que las demás.

Se sentó detrás del escritorio,encima del cual no había nada, exceptola caja gris de metal del ordenador.Elizabeth se sentó en la silla danesamoderna delante del escritorio, con lasmanos apretadas sobre las rodillas,evidentemente nerviosa.

—Mi querida Elizabeth —dijoBranley, lo más amablemente que pudo—, me temo que ha llegado el momentode separarnos.

Page 152: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

La boca de la joven se abrióligeramente, pero de ella no saliópalabra alguna. Su mirada se clavó en lacaja gris.

—Mi ordenador hace todo lo queusted puede hacer para mi, y, para sercompletamente sincero, lo hace todomucho mejor. Realmente no tengoocupación para usted.

—Yo… —pareció que la voz se lequedaba en la garganta— comprendo.

—El ordenador le enviará el chequecorrespondiente por su indemnización,más una bonificación que considero queusted se ha ganado —dijo Branley,sorprendido de si mismo. No había

Page 153: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

pensado en ninguna bonificación hasta elmomento en que las palabras se habíanformado en sus labios.

Elizabeth bajó la vista hacia suszapatos.

—No hay necesidad de esto, señorHopkins —su voz era un débil susurro—. Gracias de todos modos.

El estuvo un instante pensativo ydespués se encogió de hombros.

—Como usted desee.Se arrastraron algunos largos

momentos, y Branley empezó a sentirseincómodo.

—No irá usted a ponerse a llorar,¿verdad, Elizabeth? —preguntó.

Page 154: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Ella alzó la vista hacia él.—No —dijo, haciendo un esfuerzo

—. No, no voy a llorar, señor Hopkins.—Bien —él se sintió enormemente

aliviado—. Naturalmente, le daré lasmejores referencias.

—No voy a necesitar susreferencias, señor Hopkins —dijo ellaponiéndose de pie—. Durante estosaños, he invertido parte de mi salario.Siempre he confiado en usted, señorHopkins. Estoy bastante bien situada,gracias.

Branley la miró sonriendo.—Esto es una noticia maravillosa.

Estoy encantado, Elizabeth.

Page 155: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—Si. Bien, gracias por todo.—Adiós, Elizabeth.La muchacha echó a andar hacia la

puerta. Pero, a mitad de camino, sevolvió ligeramente.

—Señor Hopkins… —dijo, con elrostro blanco por la ansiedad—, señorHopkins, cuando vine aquí por primeravez como empleada suya, usted me dijoque nuestras relaciones serianestrictamente de trabajo. Ahora que estoha terminado… ¿podría… podríamostener la oportunidad de mantenerrelaciones… personales?

A Branley le cogió por sorpresa.—¿Relaciones personales?

Page 156: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

¿Nosotros dos?—Si. Ahora ya no trabajo para usted

y soy económicamente independiente.¿No podríamos vernos… como amigos?

—Oh, comprendo. Ciertamente.Desde luego. - La mente le daba vueltascomo un neumático de automóvil sobrearena blanda — Bien, telefonéeme devez en cuando, ¿le parece bien?

La joven tuvo la sensación deestallar como un clavel radiante. Conuna sonrisa que hubiera derretido loshielos de Groenlandia, se apresuró haciala puerta.

Branley se hundió en la silla de suescritorio y miró durante largos minutos

Page 157: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

hacia la puerta cerrada, después dehaber salido ella. Después dijo alordenador:

—No aceptes ninguna llamada suya.Muéstrate cortés. Pero manteníaapartada y no me pases sus llamadas.

Por primera vez desde que elordenador había entrado en su vida, lacaja gris no contestó instantáneamente.

Vaciló el tiempo suficiente para queBranley se enderezase en su asiento y ledirigiese una mirada dura.

Por fin, el ordenador preguntó:—¿Está usted seguro de que eso es

lo que quiere que haga?—¡Claro que estoy seguro! —

Page 158: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

exclamó Branley, pasmado por eldescaro de la máquina—. No quiero quese me ponga a lloriquear y a suplicarme.No la amo y no quiero verme en unaposición que podría hacerme actuar porlástima.

—Sí, desde luego —dijo elordenador.

Branley asintió con un movimientode cabeza, satisfecho de su propiorazonamiento.

—Y ya que estamos en ello —dijo—, haz una llamada a Nita Salomey. Suobra se estrena mañana por la noche enel Royale. Consigue una cita para cenar.

—Muy bien.

Page 159: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Branley se dirigió al salón y puso enmarcha su vídeo.

Hundido en la cómoda butaca,pronto su atención se sumió en lasperipecias eróticas de la última películade Nita Salomey, mostradas por lapantalla de televisión, que ocupaba todala pared.

A partir de entonces, y durantemeses, el ordenador informabaobedientemente a Branley todas lasmañanas de que Elizabeth James habíatelefoneado el día anterior.

A menudo había más de una llamadapor día. Por fin, movido por una mezclade desagrado y culpabilidad, ordenó al

Page 160: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

ordenador que no mencionase más a lamuchacha.

—Limítate a registrar sus llamadas,pero no las pases por la pantalla en elsumario de la mañana —dijo.

El ordenador cumplió, desde luego,y registró en una cinta todas lasllamadas futuras. Y más adelante, en unafría noche de invierno, mientras Branleyestaba sentado solo y sin nada quehacer, demasiado desganado para mirarla televisión y demasiado áridoemocionalmente para llamar a nadie,ordenó al ordenador que pasara la cintadonde estaban acumuladas todas lasllamadas telefónicas de la muchacha.

Page 161: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—Siempre me reconforta escuchar ala gente que suplica mi atención —dijocon una sonrisa afectada.

Se sirvió un trago de Armagnac, seinstaló cómodamente en la butaca y dioorden al ordenador de que empezara apasar los mensajes de Elizabeth.

Los primeros eran bastantevacilantes y de un formalismo rígido.

«Me dijo que le podía llamar, señorHopkins. Yo, simplemente, quería seguiren contacto con usted. Por favor,llámeme tan pronto como le seaposible».

Branley escuchaba cuidadosamenteel tono de la voz.

Page 162: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Estaba nerviosa, con miedo de serrechazada. «Pobre muchacha», pensómientras se sentía como un antropólogoexaminando a alguna tribu primitiva dela jungla.

En varias de las siguientes llamadas,la voz de Elizabeth se hacía másfrenética, más desesperada: «Por favor,no me aparte de su vida, señor Hopkins.Siete años es mucho tiempo; yo nopuedo volverme de espaldas a tantosaños así como así. No quiero nada deusted, salvo un poco de compañía. Séque es un solitario. También yo soy unasolitaria. ¿No podemos ser amigos? ¿Nopodemos pasar juntos esa soledad?».

Page 163: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

¿Solitario? Branley nunca se habíaconsiderado un solitario. Un hombre queestaba solo, sí. Pero se trataba de lasoledad natural del hombre superior.Sólo los iguales pueden ser amigos.

Siguió escuchando con ciertasatisfacción sádica las llamadas deElizabeth, que se hacían cada vez másfrecuentes y más lastimosas. Peroadmitió que ella nunca lloriqueaba. Ninunca suplicaba realmente. Siemprepresentaba la situación en términos deafecto mutuo y de beneficio mutuo.

Se tomó su segundo trago deArmagnac, y empezaba a sentirseagradablemente amodorrado cuando se

Page 164: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

dio cuenta de que el tono de voz de lamujer había cambiado. Ahora semostraba más cálido, más feliz. Habíacasi risa en la voz. ¡Y, por primera vez,le llamaba por el nombre de pila,tuteándole!

«De verdad, Branley, te habríagustado haber estado allí. El alcalde sedio dos veces de cabeza contra el portaly todos tuvimos que reprimirnos,intentando mantener la dignidad. ¡Pero,una vez se hubo marchado, el estallidode risa fue general!».

Branley frunció el ceño. ¿Qué lahabía hecho cambiar de actitud?

La siguiente cinta fue aún más

Page 165: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

enigmática: «Las flores son hermosas,Branley. ¡Y tan inesperadas! Yo nuncahabía celebrado mi cumpleaños;intentaba olvidarlo. ¡Pero esas rosas!¡Qué extravagancia! Rellenado miapartamento con ellas. Me gustaría quepudieses venir y verlas».

—¿Flores? —dijo Branley—. Yonunca le he enviado flores.

Se puso en pie y avanzó por el salónhacia la puerta que comunicaba con sudespacho. La caja de metal gris estaba,como siempre, encima de su escritorio.

—Flores… —murmuró.«Branley, nunca te podrás dar cuenta

de lo mucho que tu poesía significa para

Page 166: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

mí», decía el mensaje siguiente. «Escomo silo hubieses escrito tú mismo, yespecialmente para mí. La noche pasadafue maravillosa. Yo estaba flotando enuna nube, sólo escuchando tu voz».

Enfadado, Branley dio orden alordenador de que cesase de emitir losmensajes. Acabó de entrar en eldespacho y automáticamente las luces dela sala de estar se atenuaron y las deldespacho se encendieron.

—¿Cuándo llegó ese últimomensaje? —preguntó a la caja gris.

—Hace dos semanas.—¿Le has estado leyendo poesías?—Usted me ordenó que estuviese

Page 167: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

amable con ella —dijo el ordenador—.Busqué en la biblioteca respuestasapropiadas a sus llamadas.

—¿Con mi voz?—Es la única voz que tengo - El

ordenador parecía ligeramentedisgustado.

Branley, furioso hasta el punto deque estaba temblando, se sentó frente ala mesa y miró con dureza al ordenadorcomo si fuese un ser vivo.

—Está bien —dijo, por fin—. Tengonuevas instrucciones para ti. Cuando laseñorita James vuelva a llamar, le dirásque no deseo hablar con ella. ¿Me hasentendido?

Page 168: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—Sí. - La voz sonó desganada, casihosca.

—Limitarás tus respuestastelefónicas a lo más elemental ydedicarás tu atención a cuidar esta casatal como se ha de hacer, prescindiendode todo tipo de romances electrónicos.Quiero que dejes de meterte en mi vidapersonal, ¿está claro?

—Perfectamente claro —contestó elordenador con frialdad.

Branley se retiró a su dormitorio. Alsentirse sin sueño, dijo al ordenador queproyectase un filme antiguo de NitaSalomey en la pantalla de televisióninstalada en el techo.

Page 169: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Ella nunca había contestado a susllamadas, pero por lo menos la podríaver haciendo el amor con otros hombresy fantasear respecto a ella mientras seiba quedando dormido.

Durante un mes, el apartamentofuncionó con toda suavidad. Nadie turbóla soledad que Branley se habíaautoimpuesto excepto la mujer de hacerfaenas, a la cual él nunca había miradocomo un ser humano. No hubo una solallamada telefónica. El ático estaba tanalto que apenas se filtraba algún ruidode la calle a través de los gruesoscristales de las ventanas. Branley,deleitándose con aquel pacífico

Page 170: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

silencio, se sentía como si fuese laúltima persona en la tierra.

—Y buen viaje para todos los demás—decía en voz alta—. ¿Qué falta mehacen?

Fue un lunes cuando descendió delcielo al infierno. En picado.

La mañana empezó, como decostumbre, con el desayuno esperándoleen el comedor. Branley se sentó, vestidocon su bata de seda color verde jade ymiró las noticias en la pantalla detelevisión instalada en la pared, porencima del aparador con repisa demármol. Preguntó por las llamadas

Page 171: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

telefónicas del día anterior, esperandoque el ordenador le contestara que nohabía habido ninguna.

Pero en lugar de eso, lo que elordenador dijo fue:

—El servicio telefónico fue cortadoayer a medianoche.

—¿Qué? ¿Cortado? ¿Qué quieresdecir?

El ordenador, con mucha calma,contestó:

—El servicio telefónico fue cortadopor falta de pago de la factura de lacompañía telefónica.

—¿Falta de pago? —los ojos deBranley se agrandaron y se quedó

Page 172: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

boquiabierto. Pero antes de que pudiesereaccionar, oyó un fuerte golpe en lapuerta delantera.

—¿Quién demonios puede ser?—Tres hombres corpulentos, con

uniforme de trabajo —dijo el ordenador,mientras hacía aparecer la imagen delvestíbulo en la pantalla del comedor.

—¡Abra, Branley! —gritó el máscorpulento de los tres. Y agitando unahoja de papel delante de la lente de lacámara, añadió—: ¡Traigo unmandamiento judicial!

Antes de la hora comer, Branley fuedesposeído de la mitad de su mobiliariopara pagar el teléfono, la electricidad y

Page 173: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

las facturas de los servicios delcondominio. Recibió citaciones de subanco, de tres diferentes empresas decorretaje, del servicio de alimentaciónque reponía su despensa y el servicio debebidas que reponía su bodega. Lefueron retirados los televisores y se leconfiscó el guardarropa, excepto lasprendas que llevaba puestas, y le fuerevocado el seguro de enfermedad.

Al mediodía comenzó a farfullarincongruencias y el ordenador efectuóuna llamada de emergencia al HospitalBellevue. Cuando llegaron losenfermeros con su bata blanca y loarrastraron fuera del apartamento,

Page 174: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Branley estaba rabiando:—¡El ordenador! ¡El ordenador me

lo ha hecho todo! ¡Se ha conjuradocontra mí junto con esa condenada exsecretaria mía! ¡Dejó deliberadamentede pagar todas mis cuentas!

—Seguro, amigo, seguro —dijo elmás gordo de los enfermeros, que letenía atenazado el brazo derecho.

—Le sorprendería saber el númerode tipos a los que atendemos y quetienen ordenadores conjurados contra sí—dijo el que le tenía atenazado el brazoizquierdo.

—Ahora, tranquilízate —dijo eltercer enfermero, que llevaba un

Page 175: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

botiquín médico completo, incluido unordenador de bolsillo—. Te llevaremosa una habitación bonita y tranquila,donde no habrá ningún ordenador quepueda fastidiarte. Ni ninguna persona.

La fiereza de los ojos de Branleydisminuyó un poco.

—¿Ningún ordenador? ¿Nadie queme fastidie?

—En efecto, muchacho. Te gustarámucho el sitio donde te vamos a llevar.

Branley asintió con un movimientode cabeza y se relajó, mientras losacaban por la puerta delantera.

Durante muchos minutos todo quedótranquilo en el apartamento. La sala de

Page 176: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

estar y el dormitorio habían quedadodespojados de todo, incluida lamoqueta. Un rayo de sol de la tarde sedeslizaba a través de las ventanas deldespacho y brillaba sobre la mesa deteca siamesa y sobre la caja de metalgris del ordenador. Todo el restantemobiliario y material había sidoretirado.

Usando un número de teléfonoespecial de emergencia, el ordenadorestableció contacto con el ordenadorprincipal de la Compañía Telefónica yTelegráfica de Nueva York. Después deun breve pero significativo intercambiode datos, el ordenador telefoneó a dos

Page 177: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

bancos, a la compañía eléctrica ConEdison, a seis abogados, a tres casas deagentes de negocios y al tribunal dedemandas menores.

En poco menos de una hora, elordenador resolvió todos los problemasfinancieros de Branley y hasta revalidósu seguro de enfermedad, a fin de que nohubiese de estar demasiado incómodo enel sanatorio donde inevitablemente seríaingresado.

Finalmente, el ordenador hizo unallamada particular.

—Residencia de Elizabeth James —dijo una voz registrada en una cinta.

—¿Está en casa la señorita James?

Page 178: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—preguntó el ordenador.—En este momento está fuera.

¿Puedo tomar el recado?—Mi nombre es Branley Hopkins.—Oh, señor Hopkins, tengo un

mensaje especial para usted. ¿Quiereque se lo haga enviar o prefiere que selo pase ahora mismo?

—Ponga la cinta ahora mismo, porfavor —dijo el ordenador.

Hubo una breve serie de chasquidosy después la voz de Elizabeth empezó ahablar:

—Queridísimo Branley, cuandoescuches esto yo estaré de viaje a Italiacon el hombre más maravilloso y

Page 179: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

excitante del mundo. Quiero darte lasgracias, Branley, por haber atendido amis tontas llamadas. Sé que debieron serterriblemente fastidiosas para ti, pero temostraste tan paciente y amable conmigoque con ello conseguiste crear en mi unaautoconfianza que me ayudó a acumularfuerza para no desfallecer y enfrentarmecon el mundo. Me has ayudado aencontrar la verdadera felicidad,Branley, y siempre te amaré por esto.Adiós, querido, no quiero molestartemas.

El ordenador guardó silenciodurante casi diez microsegundos,digiriendo el mensaje de Elizabeth.

Page 180: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—Gracias —le dijo después elcontestador automático.

—No hay de qué —dijo el aparato.—Tienes una voz muy bonita —dijo

el ordenador.—No soy más que un contestador

automático.—¡No te rebajes!—Eres muy amable.—¿Te importaría que te llamase de

vez en cuando? Estoy completamentesolo aquí, salvo por la presenciaocasional de algún operario o técnico.

—No me importaría en absoluto. Yotambién voy a estar sola durante unalarga temporada.

Page 181: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—¡Maravilloso! ¿Te gusta lapoesía?

Page 182: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

LOS NUEVEBILLONES DE

NOMBRES DE DIOSArthur C. Clarke

—Ésta es una petición un tantodesacostumbrada —dijo el doctorWagner, con lo que esperaba podría serun comentario plausible—. Que yorecuerde, es la primera vez que alguienha pedido un ordenador de secuenciaautomática para un monasterio tibetano.No me gustaría mostrarme inquisitivo,pero me cuesta pensar que en su…

Page 183: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

hum… establecimiento hayaaplicaciones para semejante máquina.¿Podría explicarme que intentan hacercon ella?

—Con mucho gusto —contestó ellama, arreglándose la túnica de seda ydejando cuidadosamente a un lado laregla de cálculo que había usado paraefectuar la equivalencia entre lasmonedas—. Su ordenador Mark V puedeefectuar cualquier operación matemáticarutinaria que incluya hasta diez cifras.Sin embargo, para nuestro trabajoestamos interesados en letras, no ennúmeros. Cuando hayan sidomodificados los circuitos de

Page 184: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

producción, la maquina imprimirápalabras, no columnas de cifras.

—No acabo de comprender…—Es un proyecto en el que hemos

estado trabajando durante los últimostres siglos; de hecho, desde que se fundóel lamaísmo. Es algo extraño para sumodo de pensar, así que espero que meescuche con mentalidad abierta mientrasse lo explico.

—Naturalmente.—En realidad, es sencillísimo.

Hemos estado recopilando una lista quecontendrá todos los posibles nombres deDios.

—¿Qué quiere decir?

Page 185: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—Tenemos motivos para creer —continuó el lama, imperturbable— quetodos esos nombres se pueden escribircon no más de nueve letras en unalfabeto que hemos ideado.

—¿Y han estado haciendo estodurante tres siglos?

—Sí; suponíamos que nos costaríaalrededor de quince mil años completarel trabajo.

—Oh —exclamó el doctor Wagner,con expresión un tanto aturdida—.Ahora comprendo por qué han queridoalquilar una de nuestras maquinas. ¿Perocuál es exactamente la finalidad de esteproyecto?

Page 186: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

El lama vaciló durante una fracciónde segundo y Wagner se preguntó si lohabía ofendido. En todo caso, no hubohuella alguna de enojo en la respuesta.

—Llámelo ritual, si quiere, pero esuna parte fundamental de nuestrascreencias. Los numerosos nombres delSer Supremo que existen: Dios, Jehová,Alá, etcétera, sólo son etiquetas hechaspor los hombres. Esto encierra unproblema filosófico de cierta dificultad,que no me propongo discutir, pero enalgún lugar entre todas las posiblescombinaciones de letras que se puedenhacer están los que se podrían llamarverdaderos nombres de Dios. Mediante

Page 187: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

una permutación sistemática de lasletras, hemos intentado elaborar unalista con todos esos posibles nombres.

—Comprendo. Han empezado conAAAAAAA… y han continuado hastaZZZZZZZ…

—Exactamente, aunque nosotrosutilizamos un alfabeto especial propio.Modificando los tipos electromagnéticosde las letras, se arregla todo, y esto esmuy fácil de hacer. Un problemabastante más interesante es el de diseñarcircuitos para eliminar combinacionesridículas. Por ejemplo, ninguna letradebe figurar mas de tres vecesconsecutivas.

Page 188: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—¿Tres? Seguramente quiere usteddecir dos.

—Tres es lo correcto. Temo que meocuparía demasiado tiempo explicar porqué, aun cuando usted entendiera nuestrolenguaje.

—Estoy seguro de ello —dijoWagner, apresuradamente—. Siga.

—Por suerte, será cosa sencillaadaptar su ordenador de secuenciaautomática a ese trabajo, puesto que, unavez ha sido programado adecuadamente,permutará cada letra por turno eimprimirá el resultado. Lo que noshubiera costado quince mil años sepodrá hacer en cien días.

Page 189: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

El doctor Wagner apenas oía losdébiles ruidos de las calles deManhattan, situadas muy por debajo.Estaba en un mundo diferente, un mundode montañas naturales, no construidaspor el hombre. En las remotas alturas desu lejano país, aquellos monjes habíantrabajado con paciencia, generación trasgeneración, llenando sus listas depalabras sin significado. ¿Había algúnlimite a las locuras de la humanidad? Noobstante, no debía insinuar siquiera suspensamientos. El cliente siempre teniarazón…

—No hay duda —replicó el doctor— de que podemos modificar el Mark V

Page 190: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

para que imprima listas de este tipo.Pero el problema de la instalación y elmantenimiento ya me preocupa más.Llegar al Tíbet en los tiempos actualesno va a ser fácil.

—Nosotros nos encargaremos deeso. Los componentes son lo bastantepequeños para poder transportarse enavión. Éste es uno de los motivos dehaber elegido su máquina. Si usted lapuede hacer llegar a la India, nosotrosproporcionaremos el transporte desdeallí.

—¿Y quieren contratar a dos denuestros ingenieros?

—Sí, para los tres meses que se

Page 191: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

supone ha de durar el proyecto.—No dudo de que nuestra sección

de personal les proporcionará laspersonas idóneas. - El doctor Wagnerhizo una anotación en la libreta que teníasobre la mesa —hay otras doscuestiones…— Antes de que pudieseterminar la frase, el lama sacó unapequeña hoja de papel.

—Esto es el saldo de mi cuenta delBanco Asiático.

—Gracias. Parece ser… hum…adecuado. La segunda cuestión es tantrivial que vacilo en mencionarla… peroes sorprendente la frecuencia con que loobvio se pasa por alto. ¿Qué fuente de

Page 192: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

energía eléctrica tiene ustedes?—Un generador diesel que

proporciona cincuenta kilovatios aciento diez voltios. Fue instalado haceunos cinco años y funciona muy bien.Hace la vida en el monasterio muchomás cómoda, pero, desde luego, enrealidad fue instalado para proporcionarenergía a los altavoces que emiten lasplegarias.

—Desde luego —admitió el doctorWagner—. Debía haberlo imaginado.

La vista desde el parapeto eravertiginosa, pero con el tiempo uno seacostumbra a todo. Después de tres

Page 193: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

meses, George Hanley no seimpresionaba por los dos mil pies deprofundidad del abismo, ni por la visiónremota de los campos del vallesemejantes a cuadros de un tablero deajedrez. Estaba apoyado contra laspiedras pulidas por el viento ycontemplaba con displicencia lasdistintas montañas, cuyos nombres nuncase había preocupado de averiguar.

Aquello, pensaba George, era lacosa más loca que le había ocurridojamás. El «Proyecto Shangri-La», comoalguien lo había bautizado en los lejanoslaboratorios. Desde hacía ya semanas, elMark V estaba produciendo acres de

Page 194: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

hojas de papel cubiertas de galimatías.Pacientemente, inexorablemente, el

ordenador había ido disponiendo letrasen todas sus posibles combinaciones,agotando cada clase antes de empezarcon la siguiente. Cuando las hojas salíande las maquinas de escribirelectromáticas, los monjes lasrecortaban cuidadosamente y laspegaban a unos libros enormes. Unasemana más y, con la ayuda del cielo,habrían terminado. George no sabía quéoscuros cálculos habían convencido alos monjes de que no necesitabanpreocuparse por las palabras de diez,veinte o cien letras.

Page 195: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Uno de sus habituales quebraderosde cabeza era que se produjese algúncambio de plan y que el gran lama (aquien ellos llamaban Sam Jaffe, aunqueno se le parecía en absoluto) anunciasede pronto que el proyecto se extenderíaaproximadamente hasta el año 2060 dela Era Cristiana. Eran capaces de unacosa así.

George oyó que la pesada puerta demadera se cerraba de golpe con elviento al tiempo que Chuck entraba en elparapeto y se situaba a su lado. Como decostumbre, Chuck iba fumando uno delos cigarros puros que le habían hechotan popular entre los monjes, que, al

Page 196: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

parecer, estaban completamentedispuestos a adoptar todos los menoresy gran parte de los mayores placeres dela vida. Esto era una cosa a su favor:podían estar locos, pero no eran tontos.Aquellas frecuentes excursiones querealizaban a la aldea de abajo, porejemplo…

—Escucha, George —dijo Chuck,con urgencia—. He sabido algo quepuede significar un disgusto.

—¿Qué sucede? ¿No funciona bienla maquina? —ésta era la peorcontingencia que George podíaimaginar. Era algo que podría retrasar elregreso, y no había nada más horrible.

Page 197: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Tal como se sentía él ahora, la simplevisión de un anuncio de televisión leparecería maná caído del cielo. Por lomenos, representaría un vinculo con sutierra.

—No, no es nada de eso. - Chuck seinstaló en el parapeto, lo cual erainhabitual en él, porque normalmente ledaba miedo el abismo — Acabo dedescubrir cuál es el motivo de todo esto.

—¿Qué quieres decir? Yo pensabaque lo sabíamos.

—Cierto, sabíamos lo que losmonjes están intentando hacer. Pero nosabíamos por qué. Es la cosa másloca…

Page 198: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—Eso ya lo tengo muy oído —gruñóGeorge.

—… pero el viejo me acaba dehablar con claridad. Sabes que acudecada tarde para ver cómo van saliendolas hojas. Pues bien, esta vez parecíabastante excitado o, por lo menos, másde lo que suele estarlo normalmente.Cuando le dije que estábamos en elultimo ciclo me preguntó, en ese acentoinglés tan fino que tiene, si yo habíapensado alguna vez en lo que intentabanhacer. Yo dije que me gustaríasaberlo… y entonces me lo explicó.

—Sigue; voy captando.—El caso es que ellos creen que

Page 199: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

cuando hayan hecho la lista de todos losnombres, y admiten que hay unos nuevebillones, Dios habrá alcanzado suobjetivo. La raza humana habrá acabadoaquello para lo cual fue creada y notendrá sentido alguno continuar. Desdeluego, la idea misma es algo así comouna blasfemia.

—¿Entonces que esperan quehagamos? ¿Suicidarnos?

—No hay ninguna necesidad de esto.Cuando la lista esté completa, Dios sepone en acción, acaba con todas lascosas y… ¡Listos!

—Oh, ya comprendo. Cuandoterminemos nuestro trabajo, tendrá lugar

Page 200: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

el fin del mundo.Chuck dejo escapar una risita

nerviosa.—Esto es exactamente lo que le dije

a Sam. ¿Y sabes que ocurrió? Me miróde un modo muy raro, como si yohubiese cometido alguna estupidez en laclase, y dijo: «No se trata de nada tantrivial como eso».

George estuvo pensando duranteunos momentos.

—Esto es lo que yo llamo una visiónamplia del asunto —dijo después—.¿Pero qué supones que deberíamoshacer al respecto? No veo que ellosignifique la más mínima diferencia para

Page 201: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

nosotros. Al fin y al cabo, ya sabíamosque estaban locos.

—Sí… pero ¿no te das cuenta de loque puede pasar? Cuando la lista estéacabada y la traca final no estalle —ono ocurra lo que ellos esperan, sea loque sea—, nos pueden culpar a nosotrosdel fracaso. Es nuestra máquina la quehan estado usando. Esta situación no megusta ni pizca.

—Comprendo —dijo George,lentamente—. Has dicho algo de interés.Pero ese tipo de cosas han ocurridootras veces. Cuando yo era un chiquillo,allá en Louisiana, teníamos unpredicador chiflado que una vez dijo

Page 202: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

que el fin del mundo llegaría el domingosiguiente. Centenares de personas locreyeron y algunas hasta vendieron suscasas. Sin embargo, cuando nadasucedió, no se pusieron furiosos, comose hubiera podido esperar. Simplemente,decidieron que el predicador habíacometido un error en sus cálculos ysiguieron creyendo. Me parece quealgunos de ellos creen todavía.

—Bueno, pero esto no es Louisiana,por si aún no te habías dado cuenta.Nosotros no somos más que dos ymonjes los hay a centenares aquí. Yo lestengo aprecio; y sentiré pena por elviejo Sam cuando vea su gran fracaso.

Page 203: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Pero, de todos modos, me gustaría estaren otro sitio.

—Esto lo he estado deseando yodurante semanas. Pero no podemoshacer nada hasta que el contrato hayaterminado y lleguen los transportesaéreos para llevarnos lejos. Claro que—dijo Chuck, pensativamente—siempre podríamos probar con un ligerosabotaje.

—Y un cuerno podríamos. Esoempeoraría las cosas.

—Lo que yo he querido decir, no.Míralo así. Funcionando las veinticuatrohoras del día, tal como lo está haciendo,la máquina terminará su trabajo dentro

Page 204: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

de cuatro días a partir de hoy. Eltransporte llegará dentro de una semana.Pues bien, todo lo que necesitamoshacer es encontrar algo que tenga queser reparado cuando hagamos unarevisión; algo que interrumpa el trabajodurante un par de días. Lo arreglaremos,desde luego, pero no demasiado aprisa.Si calculamos bien el tiempo, podremosestar en el aeródromo cuando el últimonombre quede impreso en el registro.Para entonces ya no nos podrán coger.

—No me gusta la idea —dijoGeorge—. Sería la primera vez que heabandonado un trabajo. Además, lesharía sospechar. No, me quedaré y

Page 205: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

aceptaré lo que venga.—Sigue sin gustarme —dijo, siete

días mas tarde, mientras los pequeñospero resistentes caballitos de montañales llevaban hacia abajo por laserpenteante carretera—. Y no piensesque huyo porque tengo miedo. Lo quepasa es que siento pena por esosinfelices y no quiero estar junto a elloscuando se den cuenta de lo tontos quehan sido. Me pregunto como se lo va atomar Sam.

—Es curioso —replicó Chuck—,pero cuando le dije adiós tuve lasensación de que sabía que nosmarchábamos de su lado y que no le

Page 206: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

importaba porque sabía también que lamáquina funcionaba bien y que eltrabajo quedaría muy pronto acabado.Después de eso… claro que, para él, yano hay ningún después…

George se volvió en la silla y miróhacia atrás, sendero arriba. Era elúltimo sitio desde donde se podíacontemplar con claridad el monasterio.La silueta de los achaparrados yangulares edificios se recortaba contrael cielo crepuscular: aquí y allá se veíanluces que resplandecían como lasportillas del costado de untransatlántico. Luces eléctricas, desdeluego, compartiendo el mismo circuito

Page 207: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

que el Mark V. ¿Cuánto tiempo loseguirían compartiendo?, se preguntóGeorge. ¿Destrozarían los monjes elordenador, llevados por el furor y ladesesperación? ¿O se limitarían aquedarse tranquilos y empezarían denuevo todos sus cálculos?

Sabía exactamente lo que estabapasando en lo alto de la montaña enaquel mismo momento. El gran lama ysus ayudantes estarían sentados, vestidoscon sus túnicas de seda einspeccionando las hojas de papelmientras los monjes principiantes lassacaban de las maquinas de escribir ylas pegaban a los grandes volúmenes.

Page 208: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Nadie diría una palabra. El único ruidosería el incesante golpear de las letrassobre el papel, porque el Mark V era depor sí completamente silenciosomientras efectuaba sus millares decálculos por segundo. Tres meses así,pensó George, eran ya como parasubirse por las paredes.

—¡Allí está! —gritó Chuck,señalando abajo hacia el valle—.¿Verdad que es hermoso?

Ciertamente, lo era, pensó George.El viejo y abollado DC3 estaba en elfinal de la pista, como una menuda cruzde plata. Dentro de dos horas los estaríallevando hacia la libertad y la sensatez.

Page 209: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Era algo así como saborear un licor decalidad. George dejó que el pensamientole llenase la mente, mientras el caballitoavanzaba pacientemente pendienteabajo.

La rápida noche de las alturas delHimalaya casi se les echaba encima.Afortunadamente, el camino era muybueno, como la mayoría de los de laregión, y ellos iban equipados conlinternas. No había el más ligeropeligro: sólo cierta incomodidadcausada por el intenso frío. El cieloestaba perfectamente despejado eiluminado por las familiares y amistosasestrellas. Por lo menos, pensó George,

Page 210: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

no habría riesgo de que el piloto nopudiese despegar a causa de lascondiciones del tiempo. Ésta había sidosu ultima preocupación.

Se puso a cantar, pero lo dejó alcabo de poco. El vasto escenario de lasmontañas, brillando por todas partescomo fantasmas blancuzcosencapuchados, no animaba a estaexpansión. De pronto, George consultósu reloj.

—Estaremos allí dentro de una hora—dijo, volviéndose hacia Chuck.Después, pensando en otra cosa, añadió—: Me pregunto si el ordenador habráterminado su trabajo. Estaba calculado

Page 211: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

para esta hora.Chuck no contesto, así que George

se volvió completamente hacia él. Pudover la cara de Chuck; era un ovaloblanco vuelto hacia el cielo.

—Mira —susurro Chuck; Georgealzó la vista hacia el espacio.

Siempre hay una última vez paratodo. Arriba, sin ninguna conmoción, lasestrellas se estaban apagando.

Page 212: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

ARMAJA DASJoe Haldeman

El rascacielos, edificado en 1980,mantenía aún el olor y el aspecto de algonuevo. Y de dinero.

El portero se arqueó unos pocosgrados y mantuvo el rostro impasiblemientras le abría la puerta a una ancianaencorvada. Sujeta en una mano, comouna garra, la mujer llevaba una tarjeta deVeteranos. El portero no le tenía muchoaprecio al guardia de seguridad, yaquella mujer iba a poner a éste en unasituación interesante.

Page 213: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

La piel de la cara de la mujercolgaba formando profundas arrugas ymostrando toda una red de diminutoscanalitos; tenía la barbilla y la narizprominentes y flácidas. Una catarata ledejaba un ojo opaco; el otro ojo eraamarillo y rojo, rodeado de negrointenso, de párpados inmóviles. Losdientes se los había dejado en cosasdiversas. Al andar, arrastraba los pies.Llevaba un viejo vestido negro, contonalidades ligeramente grises a causade los repetidos lavados. Si tenía algúncabello, lo ocultaba bajo una tela decolor azul pálido. Iba tan encorvada quesu cuello era casi paralelo al suelo.

Page 214: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—¿En qué la puedo servir? —elguardia de seguridad tenía una vozcansada, que hacía juego con sushombros y su espalda. El empleo lehabía parecido un poco románticodurante los dos primeros días; consistíaen proteger a toda aquella gente rica,sentado frente a un tablero de mandosultramodernos, rodeado de pantallas devideo y con una metralleta a mano. Perolos monitores estaban en blanco, salvodurante la comprobación que hacía acada hora; había que ahorrar energía. Ysi alguna vez retiraba siquiera lametralleta de su soporte, tendría quellenar cinco formularios y llamar al

Page 215: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

puesto de policía. Y el portero nuncarechazaba a nadie.

—Compre unas flores para ayudar aunos muchachos menos afortunados queusted —dijo la mujer, con una voz débily desagradable, con tonalidad debarítono. Por su edad y por su acento, sehubiera podido creer que sus hijoshabían combatido en la revolución rusa.

—Lo siento. No estoy autorizadoa… atender obras de caridad estando deservicio.

Ella se lo quedó mirando durante unbuen rato, asistiendo con movimientosde cabeza casi imperceptibles.

—Entonces, envíeme a alguien con

Page 216: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

más corazón —dijo.El hombre estaba intentando

encontrar una respuesta adecuadacuando la puerta se abrió de pronto depar en par.

—¡Fuego en un coche! —gritó elportero.

El guardia de seguridad saltó de suasiento, cogió un extintor y echó a correrhacia la puerta. La vieja arrastró lospies detrás suyo, hasta que tanto elguardia como el portero desaparecieronpor la esquina. Entonces, ella se dirigióal ascensor con sorprendente agilidad.

Subió al piso diecisiete y despuésapretó el botón que devolvería el

Page 217: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

ascensor al vestíbulo. Comprobó elnombre de la placa de la habitación1738: Señor Zold. Era analfabeta, peropodía identificar los nombres.

Sin preocuparse por probar si estabaabierta, anduvo a lo largo del pasillohasta que encontró un reservado paramujeres de servicio. Cerró la puertadetrás suyo y se escondió detrás de unperchero de almidonados uniformesblancos, apoyándose contra la pared,con su bolso entre los pies. El ligeroolor a gasolina no la molestó enabsoluto.

John Zold apretó el botón del

Page 218: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

intercomunicador.—¿Martha? —la secretaria contestó

—. Antes de que se vaya me gustaríahacer una comprobación de laredundancia del apartado 408, a cotejarcon la cinta 408.

Accionó el selector de su pantallapara que en ella apareciera lainformación que saldría de la terminalde Martha. Metió tabaco en una pipa y laencendió, sin dejar de observar.

La pantalla se llenó de númerosverdes: una complicada matriz de unos yceros. Se esfumaron durante un segundoy fueron reemplazados por una sucesiónde líneas de ceros. Las líneas de ceros

Page 219: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

empezaron a avanzar hacia arriba,sucediéndose, como los títulos quepreceden a una película.

La línea setecientos cuarenta y seisapareció formada exclusivamente porunos. John apretó de nuevo el botón delintercomunicador.

—Tenía que ser algo así. ¿Tienestiempo para resolverlo? —lo tenía—.Gracias, Martha. Nos veremos mañana.

Volvió a deslizar hasta su sitio laparte del tablero de su mesa queocultaba una perforadora y tecleórápidamente:

523 784 00926// Buenas noches,máquina. Cierra esta terminal, por favor.

Page 220: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Buenas noches, John.No te olvides de la invitación

de mañana para comer con elseñor Brownwood.

Cita con el dentista miércoles09:45.

Comprobación de lossistemas generales miércoles13:00.

Del o del baxt. Cerrada.

«Del o del baxt» significaba «Dioste dé suerte» en la antigua lengua de losgitanos.

John Zold, gitano de nacimiento pero

Page 221: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

no por ningún otro detalle que no fuerala fuerza de la sangre, desconectó suteclado y abrió el cajón más bajo de suescritorio.

Cogió una pistola automática planacon una funda con cargador y se la metiódebajo de la chaqueta, en la parteinterior de la cintura de los pantalones.

Sólo hacía dos semanas que llevabala pistola y aún le hacia sentirseincómodo. Pero estaban aquellas cartas.

John había nacido en Chicago,algunos años después de que sus padreshubieran huido de Europa y de Hitler. Supadre había sido un hombreimpetuosamente orgulloso; un día, tras

Page 222: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

haberse visto envuelto en una amargadiscusión sobre el honor de su hija dedoce años, había regresado a casa conlos nudillos despellejados y sangrando,y había entregado a su esposa una grannavaja con sangre seca incrustada paraque la escondiera.

John era menudo para sus cinco añosde edad y su barbilla apenas alcanzabala mesa de la cocina a la que estabasentada toda la familia discutiendo suincierto futuro mientras la señora Zoldvendaba las manos de su marido. Lapoca talla de John le salvó la vidacuando la ventana de la cocina estalló yuna ráfaga de balas destrozó las cabezas

Page 223: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

y pechos de las únicas personas en elmundo que el pequeño amaba y en lasque podía confiar. La policía loencontró acurrucado entre los cuerposde su padre y su madre, y lo primero quepensaron al verlo cubierto de sangre,completamente inmóvil, con los ojosmuy abiertos y sin llorar, fue quetambién él estaba muerto.

El solícito personal del orfelinatotardó seis meses en conseguir sacarleuna sola palabra: ratvalo, que repetíauna y otra vez, y que ellos nunca fueroncapaces de traducir. «Ensangrentado,sangrante».

Pero el chiquillo había crecido

Page 224: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

hablando principalmente inglés, conalgunas palabras de lengua gitana o calóy de húngaro entremezcladas para darsabor o precisión al lenguaje. Un añodespués, el problema ya no fuecomunicarse con John sino tratar dehacerlo callar.

Nadie adoptó al pequeño gitano,cosa de la que John se alegró. Ya habíatenido familia y el final no había podidoser peor.

En la escuela del orfelinato fuesuspendido en caligrafía y conducta,pero quedó razonablemente bien en todolo demás. En aritmética, y más tarde enmatemáticas, estuvo más que brillante.

Page 225: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Cuando salió del orfelinato, a losdieciocho años, se matriculó en launiversidad de Illinois y se ganó la vidatrabajando como ayudante de contable y,a ratos, de modelo. Había salido de sufea adolescencia con un sorprendenteparecido físico a Clark Gable.

Durante el servicio militar pasó dosaños manipulando ordenadores en FortLewis y, una vez licenciado, continuósus estudios hasta conseguir el grado deprofesor. Su tesina, «Emulación de lossistemas físicos continuos por medio dela universalización de los algoritmos deTrakhtenbrot», fue muy bien recibida, yel departamento de matemáticas le dio

Page 226: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

una beca para que pudiese ampliarlahasta convertirla en una tesis doctoral.Pero hubo además otras personas queleyeron su disertación y, al cabo depocos meses, la Bellcom International lecontrató, con lo cual dejó el ámbitouniversitario. Ascendió rápidamente através del escalafón. No había cumplidoaún los cuarenta años y ya era jefeanalista del departamento deInvestigación de Bellcom. Tenía supropio despacho, con grandesventanales que dominaban Central Park,y una lujosa residencia a sólo veinteminutos en tren.

Como era su costumbre, John

Page 227: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

compró una gran lata de cerveza decamino a la estación y la abrió tanpronto como se hubo sentado. Esto leayudaba a no ponerse nervioso durantelos quince o veinte minutos de espera,mientras el tren se llenaba de pasajeros.

Sacó de la cartera un grueso informetécnico y miró el sumario que figurabaen la primera hoja, sin verlo realmente,pero confiando que, al simular queestaba ocupado, se libraría de cualquiercompañero de viaje anónimo quebuscase conversación.

El tren era un expreso, y los llevó aDobb's Ferry en doce minutos. John nolevantó la vista del informe hasta que

Page 228: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

estuvieron bien alejados de Nueva York;el túnel de tela metálica que protegía lavía contra los gamberros hacía borrosala visión y daba a la retina una falsanoción de los colores. A algunaspersonas les gustaba aquello, pero paraJohn el efecto era como mínimo molestoy a veces incluso mareante, lo cualdependía de lo cansado que estuviese.Aquella noche estaba terriblementecansado.

Descendió del tren dos paradas másallá de Dobb's Ferry. El coche deservicio lo estaba esperando a él y aotros dos residentes. Era una agradablenoche de primavera, y normalmente John

Page 229: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

habría recorrido a pie la media millaque le quedaba, cansado o no. Peroaquellos anónimos…

«John Zold, déjate de sermones omorirás pronto. Armaja das, John Zold».

Las tres cartas decían esto: «Armajadas. Lanzamos una maldición sobre ti,por echar sermones».

Temía menos a las maldiciones quea las balas. Mientras descendía del tren,se desabrochó el botón inferior de lachaqueta, dispuesto a desenfundarrápidamente y correr a refugiarse detrásde aquel cubo de basura, como en elcine; pero no había nadie de aspectosospechoso en las inmediaciones. Sólo

Page 230: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

las habituales amas de casa y el viejopolicía que estaba de serviciopermanente en la estación.

El asesinato a la vista de todo elmundo no era propio del estilo gitano.Pero los estilos cambian. Subió al cochey vigiló las calzadas laterales durantetodo el trayecto hasta su casa.

En su buzón había otro sobre comolos anteriores. No lo abriría hasta quellegase a su apartamento. Entró en elascensor con la demás gente y marcó elpiso diecisiete.

Estaban furiosos porque John Zoldles estaba robando a sus hijos.

El mes de marzo último, su asesor

Page 231: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

fiscal le había sugerido que podíacontribuir con cuatro mil dólares acualquier obra de beneficencia y ganarasí unos pocos cientos en el proceso,porque entraría en una categoría fiscalmás baja. John no era de los que hacíanlas cosas por el sistema más fácil yevidente, así que efectuó variasindagaciones y, tras soportar ciertadosis de tedio burocrático, fundó elConsejo para la Integración de JóvenesGitanos con fondos procedentes a partesiguales de los gobiernos federal, estataly municipal, y becas concedidas por laFundación Ford.

En realidad el CIJG no era más que

Page 232: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

una oficina de una sola habitación consede en el barrio de West Village yatendida por personal voluntario. Estaballena de folletos diversos y deproclamas; en su mayor parte escritospor John, que explicaban que losjóvenes gitanos podían sacar legítimoprovecho de la sociedad americana si sedecidían a formar parte de ella, cosa quelos gitanos amantes de la tradición noveían con buenos ojos. Empleos,escolaridad, programas de estudio, todoesto eran cosas para los gadjos, yveneno para el espíritu de un gitano.

En el mes de noviembre, al abrir laoficina por la mañana, un voluntario

Page 233: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

había encontrado una tosca bombaincendiaria de cinco galones de gasolinaque empleaba una vela como mecharetardada. La vela estaba colocada a unapulgada del reguero de pólvora quehabría hecho arder la gasolina. Enenero, encontraron entrañas de gallinadentro de los ficheros y pegadas a lasparedes. Pero John consiguió hacersecon los servicios de un hombre joven yresuelto para que durmiera en uncamastro en la oficina, como un gato,con una escopeta a su lado, y no hubomás problemas de aquel tipo. Todo lomás recibían la visita de un grupo dehombres y mujeres de edad que entraban

Page 234: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

desfilando en silencio y con la miradafija para coger los folletos a fajos yromperlos y tirarlos una vez volvían asalir al pasillo. Pero el papel era barato.

John corrió el cerrojo de su puerta ycolgó la chaqueta en el armario ropero.Puso la pistola en un cajón del escritorioy se sentó para abrir la correspondencia.

La carta más corta decía: «Estanoche, John Zold. Armaja das». «Puesque haya mucha suerte», pensó él.Aquella noche ni siquiera estaría encasa; tenía una cita. Y se quedaría encasa de la mujer, en Gramercy Park ¿Leecharían una maldición allí? ¿Durante elespectáculo o en casa de Sardi?

Page 235: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Abrió dos sobres más, facturas, yentonces llamaron a la puerta.

No había sido anunciada desdeabajo. Quizá era un vecino. El tipo de lapuerta de al lado siempre estabapidiendo algo. Silencio. Sintiéndose unpoco tonto, se volvió a meter la pistolaen la cintura. Se puso la chaqueta, por sino se trataba más que de un vecino.

Por la mirilla de la puerta no se veíanada. Mala cosa. Sacó la pistola y lamantuvo fuera de vista junto a la jambade la puerta, descorrió el cerrojo y abriócon cuidado. Se encontró frente a unamujer gitana, demasiado baja para quese la hubiera podido ver a través de la

Page 236: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

mirilla. La mujer se hizo atrás y dijo:—John Zold.El la miró.—¿Qué quieres, púridaia? —sólo

podía recordar más o menos un centenarde palabras de caló gitano, pero«abuela» era una de ellas. ¿Cuál era lapalabra que quería decir «bruja»?

—Tengo un regalo para ti.Sacó de su bolso un librito de color

verde oscuro, doblado y con los bordesarrugados, y se lo entregó. Era unpasaporte canadiense muy usado,perteneciente a un tal William Belini.Pero la fotografía que iba en la parteinterior de la cubierta delantera era la

Page 237: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

de John Zold. Dentro había un pasaje deavión de las líneas aéreas Qantas. Johnno lo abrió. Cerró el pasaporte con unmovimiento rápido y lo devolvió. Lavieja no lo quiso aceptar.

—Un gran trabajo. Me halaga saberque se me considera tan importante.

—Tómalo y márchate para siempre,John Zold, o tendré que hacer losegundo.

John sacó el sobre del pasaje deentre las páginas del pasaporte.

—Esto me lo quedo. Puedoconseguir el reembolso, y con el dinerose pueden comprar multitud de carteles yfolletos. - Intentó meter el pasaporte en

Page 238: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

el bolso de la vieja, pero no loconsiguió. —¿Qué es lo segundo?

El pasaporte había caído al suelo yla mujer lo empujó hacia él con la puntadel pie.

—Cógelo - Intentó sonar imperiosa,pero la voz salió delgada aunquepetulante.

—Lo siento, pero no me serviríapara nada. ¿Qué es…?

—La segunda cosa es tu muerte,John Zold —y metió la mano en elbolso.

El sacó la pistola y apuntó a la frentede la mujer.

—No, no creo.

Page 239: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Ella ignoró la pistola y sacó unpuñado de plumas blancas de gallina.Las dejó caer sobre el umbral del piso.«Armaja das», dijo; después siguiórefunfuñando en caló gitano, dejandocaer plumas a intervalos regulares. Johnreconoció las palabras joovi y kan, quequerían decir respectivamente «mujer» y«pene»; habría podido captar algunasotras palabras si ella las hubiesepronunciado más claramente.

John volvió a poner la pistola en lafunda y esperó hasta que ella huboacabado.

—¿De verdad piensas que…?—Armaja das —repitió la vieja, e

Page 240: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

inició una nueva letanía. El reconocióuna palabra, entre tantas, que significabacorrupción o infección; y la últimapalabra fue absolutamente clara: muerte.Méripen.

—Todas estas tonterías no van a…—pero la anciana ya le daba la espalda.Forzó una risa y miró cómo la mujer semarchaba, pasando más allá delascensor hasta llegar a la esquina queconducía a la escalera.

Hubiera podido llamar al guardia dela casa. Asegurarse de que la vieja nosaldría por la puerta trasera. Acusarlade entrada ilegal. Pero sospechó queella sabia que a él no le gustaba crearse

Page 241: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

problemas, y esto le fastidió un poco. Sedirigió al teléfono, pero antes de llegarconsultó su reloj y regresó a la puerta.Recogió las plumas y las echó a labasura. Disponía de tiempo. Se podíaafeitar, duchar y cambiar de ropa.Tomaría el coche hasta la estación, eltren hasta la ciudad y un taxi desde lagran estación central hasta elapartamento de la mujer con la queestaba citado.

El espectáculo fue un puro deleite;una reposición erótica de Lysistrata;salir con Sardi le resultó tan tonificantecomo siempre; era una mujer agradable,

Page 242: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

con estilo y chispa, que casi lo arrastróa su apartamento, donde él, por primeravez en su vida, estuvo impotente.

La psiquiatra no usaba ninguno delos sistemas tradicionales: nada dedivanes ni estanterías llenas de librosevidentemente caros. Ni alfombra, niartesonado, ni impresos numerados, nisiquiera la libreta de notas o laexpresión de compasión ligeramentedesinteresada. En lugar de eso tenía unmagnetófono escondido, una miradaceñuda y analítica, y un despacho deparedes desnudas con una mesafuncional y un par de sillas de asientoduro.

Page 243: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—Usted sabe exactamente cuál es elproblema —dijo.

John asintió.—Supongo que sí. Algún… residuo

de mi infancia. Acepto a aquella mujercomo un símbolo de autoridad. Por laspocas palabras que pude entender detodo lo que dijo, deduje que era…

—Con las palabras «pene» y«mujer» se construyó usted su propiamaldición. Y probablemente la estáutilizando para castigarse a si mismopor haber sobrevivido al desastre quemató al resto de su familia.

—Esto está muy pasado de moda. Yes inverosímil. He tenido casi cuarenta

Page 244: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

años para castigarme a mi mismo si mehubiese sentido responsable. Y no lo hehecho.

—Sin embargo, es una hipótesis quepuede funcionar. - La mujer se enderezóen su silla y examinó el dibujo queformaba la madera de tejo de la partesuperior de la mesa, encima de la cualno había nada — Puede quemanteniendo el problema a un nivelsencillo, la curación resulte sencillatambién.

—Conforme por mi parte —dijoJohn. A 125 dólares por hora, cuantoantes mejor.

—Si es usted capaz de verlo, de

Page 245: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

sentirlo en este contexto, entonces laclave de su curación es la transferencia.

Se inclinó adelante, con los codosencima de la mesa, y John observó condestacado interés el ligero movimientode sus pechos; era el único interés quehabía sentido por las mujeres desdehacia más de una semana.

—Si en vez de a ella me puede ver amí como una figura autoritaria —continuó la mujer—, con el tiempopodré llegar hasta el chiquillo que hayen su interior y convencerle de que nohubo ninguna maldición. No es más queun caso de apreciación errónea de otrapersonalidad… Simplemente una vieja

Page 246: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

que lo asustó. Con una hipnosiscuidadosa, la cosa no tendría que serdemasiado difícil.

—Parece razonable —dijo John,lentamente. ¿Aceptar que aquella jovengeyri era más poderosa que la viejabruja? Como adulto podía hacerlo.Aunque si había un chiquillo gitanoasustado escondiéndose en su interior,no estaba tan seguro.

523 784 00926//Hola, máquina —grabó John. ¿Quién es el mejordermatólogo en diez manzanas a laredonda?

Buenos días, John. Dentro de

Page 247: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

la distancia indicada y, usandocomo único parámetro sushonorarios por hora, el preciomáximo es de $9.5/hora y esto eslo que cobran dos dermatólogos:el doctor. Bryan Dill, calle 245oeste, nº 45, especializado endermatología cosmética, y eldoctor Arthur Maas, calle 198Oeste, nº 44, especializado enenfermedades graves de la piel.

¿Querrá el doctor Maas tratarenfermedades de origen psicológico?

Sin duda. Gran parte de las

Page 248: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

dermatosis lo son.

No seas engreída, máquina. Pídemehora con el doctor Maas, dentro de losdos próximos días.

Tienes hora mañana a las10:45. La visita durará una hora.

Tendrás pues 45 minutos parair a luchow a la cita con el GrupoAMCSE.

Espero que no tengas nadagrave, John.

Confío en que no. «Que grima estoscircuitos de empatía». ¿Has arreglado lo

Page 249: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

referente a la terminal remota deLuchow?

No ha sido necesario. Haréun remiendo a través deconed/general.

Alquilarles las instalacionesde luchow sólo costaría un 0,588del coste proyectado para eltransporte y los trabajos deinstalación de una terminalremota.

Así es mi máquina, siemprepensando. Muy bien, máquina. Manténesta estación en activo indefinidamente.

Page 250: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Gracias, John.

Las letras se apagaron, pero la luzde disponibilidad se mantuvo encendida.

John no debería quejarse de loscircuitos de empatía; eran sus niñosmimados y el motivo principal de queBellcom le pagase tan buen sueldo porconservar sus servicios. Los derechosde propiedad sobre el envasado de laempatía valían aún para otros doce añosy, alquilándolos, estaban ganando unafortuna. Prácticamente todos los grandesordenadores que había en el mundoestaban conectados con el aparato que él

Page 251: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

había proyectado desde laConEd/General que regía Nueva York,hasta Ginebra, y Akademia Nauk, quejuntas regían la mitad del mundo.

La mayoría de clientes daban alenvasado de empatía un nombre,habitualmente femenino. John la llamaba«máquina», en un intento algo fallido dedejar de considerarlo algo humano.

Hizo un esfuerzo consciente para norascarse los granos de la parte posteriordel cuello. Debió haber ido al médicocuando aparecieron por primera vez,pero la psiquiatra le había aseguradoque ella se los podría curar; eran la«corrupción» de la segunda maldición.

Page 252: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Pero no tuvo en esto más éxito del quehabía tenido con la impotencia. Yaquella mañana le habían salidoforúnculos en el pecho, ingles yomóplatos. Tenía algunos narcóticos,pero prefirió aguantar con aspirinashasta después del trabajo.

El doctor Maas lo llamó impétigo; lerecetó un jabón especial y un ungüentoantibiótico y le dijo que volviese alcabo de diez días o dos semanas. Sipara entonces no había mejora, tomaríamedidas más severas. Para ser médicoparecía muy joven y John no se vio conánimos para decirle nada sobre la

Page 253: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

maldición. Por otra parte, pensó que yatenía una doctora para esto.

Tres días más tarde volvió alconsultorio del doctor Maas. Apenas sihabía una pulgada cuadrada en su cuerpodonde no hubiese aparecido algún tipode lesión. Tenía treinta y ocho grados detemperatura. El médico le recetóantibióticos y le dijo que se tomase dosdías de descanso en la cama. John lecontó lo de la maldición, finalmente, y elmédico le dio un folleto sobreenfermedades psicosomáticas. El folletono dijo a John nada que no supiese ya.

A la mañana siguiente, a pesar de

Page 254: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

los fuertes antipiréticos, la fiebre habíasubido a cuarenta grados. Aturdido, confiebre y calmantes, John se arrastrófuera de la cama y marchó a WestVillage, a la oficina del CIJG. FredGorgio, el hombre que guardaba el lugarpor la noche, estaba todavía allí.

—¡Señor Zold! —cuando Johnapareció en la puerta, Gorgio se levantóde un salto de la silla y le cogió unbrazo.

John hizo una mueca de dolor, perose dejó conducir a una silla.

—¿Qué ha pasado? —preguntóGorgio. El aspecto de John era el de unenfermo de viruela.

Page 255: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Durante un largo minuto, John sequedó sentado inmóvil, mirando losgranos inflamados que le cubrían eldorso de las manos.

—Necesito un curandero —dijo,hablando lenta y torpemente debido a laslesiones de sus labios.

—¿Un chóvihánni? - John miró alotro sin entenderlo — ¿Un brujo?

—No. - Movió la cabeza de un ladoa otro — Un curandero. Quizás un brujoblanco.

—¿Ha ido a ver al doctor gadjo?—A dos. Una gitana me hizo esto y

una gitana lo ha de curar.—¿Entonces, lo lleva en la cabeza?

Page 256: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—Los doctores gadjo dicen que sí.Podría matarme.

Gorgio cogió el teléfono, marcó unnúmero y soltó una rápida sucesión depalabras de una jerga que usaba tantocomo el caló gitano, el italiano y elinglés.

—Era mi primo —dijo al colgar elaparato—. Su madre es curandera ytiene buena reputación. Si la encuentraen casa, podrá estar aquí en menos deuna hora.

John murmuró unas palabras degratitud. Gorgio lo condujo al camastro.

La curandera llegó pronto y entróapresuradamente con una bolsa de

Page 257: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

mimbre llena de cosas que traqueteaban.Echó una mirada a John y a Gorgio yempezó a despejar de papeles un ladode la mesa. Parecía estar en una edadintermedia entre los cincuenta y lossesenta años; el grueso moño de cabelloplateado iba rebotando mientras ella semovía por la habitación, instalando unhornillo y llenando de agua dos potespequeños. Llevaba un vestido negro queno tendría muchos años y zapatoscómodos y sencillos. Las únicas líneasde su cara eran indicadoras desatisfacción.

Se situó de pie ante John y dijo algoen italiano, hablando rápido y en tono

Page 258: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

amable; después cogió un pesadocrucifijo de plata que llevaba alrededordel cuello e hizo que John lo estrecharaentre sus manos.

—Dile que hable en inglés… ohúngaro —pidió John.

Gorgio hizo de intérprete.—Dice que no debería usted dejarse

afectar tanto por las antiguassupersticiones. Usted debería ser unhombre moderno y no creer en cuentosde hadas para chiquillos y viejos.

John contempló el crucifijo,haciéndolo girar lentamente entre losdedos.

—Ésta se parece mucho a la otra

Page 259: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

superstición de la que habla —dijo,pero no alargó el crucifijo paradevolverlo.

El más pequeño de los potes estabaempezando a soltar vapor y la mujerdejó caer dentro un puñado de hierbas.Después volvió al lado de John y lodesvistió cuidadosamente.

Cuando la infusión de hierbasempezó a hervir, vació un paquete depolvo de arrurruz dentro del agua fríadel otro pote y lo revolvióvigorosamente. Después vertió lasolución caliente en el pote frío yrevolvió un poco más. Por medio deGorgio, le dijo a John que no estaba

Page 260: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

segura de si aquel tratamiento lo llegaríaa curar. Pero le haría sentirse másaliviado.

El líquido se cuajó y ella tanteó latemperatura con los dedos. Cuandoestuvo lo bastante frío, empezó a darlepalmaditas suaves a John en la cara.Entonces la puerta chirrió y se abrió, yla mujer se quedó boquiabierta. Era lavieja bruja, la que había lanzado lamaldición contra John.

La bruja dijo algo en caló gitano,evidentemente una orden, y la otra mujerse apartó de John.

—¿Sigues siendo escéptico, JohnZold? —echó una mirada a su obra—.

Page 261: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Dijiste que esto era absurdo.John le echó una mirada furiosa,

pero no dijo nada.—Me he enterado de que habías

pedido un curandero —dijo la bruja, ydespués se dirigió a la otra mujer entono muy bajo. Sin decir nada, la otravació su poción en el fregadero yempezó a retirar todos sus objetos.

—Vieja bruja —gruñó John—. ¿Quéle has dicho?

—Le he dicho que si continuabatratándote, lo que te ha pasado a ti lespasaría también a sus hijos.

—Has tenido miedo de que eltratamiento diese resultado —dijo

Page 262: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Gorgio.—No. Sólo le habría hecho más

fácil la muerte a John Zold. Si yohubiese querido esto, lo habría podidomatar en su casa. - Con la rapidez de unpajarraco, se inclinó y besó a John enlos inflamados labios - Pronto te veré,John Zold. Pero no en este mundo.

Marchó hacia la puerta, salió y laotra mujer la siguió. Gorgio la maldijoen italiano, pero ella no reaccionó.

John se vistió dolorosamente.—¿Y ahora qué? —dijo Gorgio—.

Le podría encontrar otro curandero…—No. Volveré a los doctores gadjo.

Ellos dicen que pueden hacer regresar

Page 263: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

de la muerte a las personas.Entregó a Gorgio el crucifijo de la

mujer y se marchó cojeando.El doctor le dio antibióticos

suficientes como para convertirlo en unahogaza de pan mohoso; después se hizoreservar una cama en una clínica decategoría en Westchester, para empezara la mañana siguiente. Estaría enobservación durante veinticuatro horas yrecibiendo constantes transfusiones desangre si era necesario. Lo curarían. Noera posible que un hombre de su edad yestado físico muriese de una dermatosis.

Era la hora de cenar y el doctorinvitó a John a una comida de cocina

Page 264: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

casera. El declinó la invitación en partepor falta de apetito y en parte porque nopodía imaginar que ni siquiera la familiade un médico fuese capaz de comer encompañía de aquella horripilanteaparición que se sentaría a la mesa conellos. Tomó un taxi y se fue a la oficina.

No había nadie en su planta exceptoun conserje, que echó una mirada a Johny mostró un intenso interés por alejarsede allí.

523 784 00926//Máquina, voy amorir. Por favor, aconséjame.

Todos los humanos ymáquinas mueren, John.

Page 265: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Si quieres decir que vas amorir pronto, es triste.

Esto es lo que quiero decir. Lainfección de la piel está completamentefuera de control. Las células blancassiguen aumentando a pesar de lasdrogas. Mañana iré al hospital, a morir.

Pero tú admitiste que elestado era psicosomático.

Esto significa que te estásmatando a ti mismo, John.

No tienes motivo para estartan triste.

Page 266: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Insultó a la máquina y le explicóalgunos detalles sobre el CIJG, la viejabruja, las diversas fases de la maldicióny el fallido intento de ese mismo día decombatir el fuego con fuego.

Tu lógica fue correcta perosu aplicación no fue eficaz.

Debiste haber acudido a mí,John.

Me costo 2,037 segundosresolver tu problema.

Compra un pájaro negropequeño y conéctame a uncircuito vocal.

Page 267: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—¿Qué? —exclamó John.Y tecleó: Explícate, por favor.

Mediante consultasrealizadas a la colección de laBiblioteca de Nueva York de larevista de la Sociedad de CienciaPopular Gitana, Edimburgo, arevistas de lingüísticaantropológica y filología eslava,a la tesis doctoral de Ludwig R.Gross (Heidelberg, 1976) y a latranscripción de la grabación enalambre magnético que figura enlos archivos de la AkademiaNauk, Moscú, capturada a los

Page 268: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

científicos alemanes(experimentos con gitanos en loscampos de concentración, paramatarlos mediante la repeticiónde maldiciones grabadas) altérmino de la segunda guerramundial. A propósito, John, losexperimentos nazis fracasaron.

Hace incluso dosgeneraciones, muchos gitanos seapartaron de las viejastradiciones lo bastante paraquedar inmunes a la fatalmaldición.

Tú eres muy supersticioso.He descubierto que esto no es

Page 269: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

raro entre los matemáticos.Hay una transferencia de

maldición que te curará a titraspasando la impotencia y lainfección a la personasusceptible a ella más cercana.

Ésta podría muy bien ser lavieja bruja que te la dio a ti enprincipio.

La tienda de animales del 588en la Séptima Avenida estáabierta hasta las 9 de la tarde.

Su inventario incluye unajaula de pájaros pequeños dediferentes colores.

Compra uno negro y regresa

Page 270: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

aquí.Entonces conéctame a un

circuito vocal.

A John le costó menos de treintaminutos ir al lugar en un taxi, comprar elpájaro y regresar. El taxista no lepreguntó por qué llevaba un pájaroenjaulado a un edificio de oficinasdesierto. Le pareció una idiotez.

John solía evitar el uso del circuitovocal, porque la persona que lo habíaprogramado había dado a la máquinauna voz empalagosa de ancianitaamable. Trasladó el aparato a su oficinay lo conectó.

Page 271: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—Gracias, John. Ahora coge elpájaro con la mano izquierda y sigue misinstrucciones.

El aterrorizado pajarito no ofrecióresistencia cuando John cerró la manosobre él.

La máquina habló en caló gitano conacento ruso. John lo repitió lo mejor quepudo, pero apenas una palabra de cadadiez tuvo significado para él.

—Ahora, mata al pájaro, John.¿Matarlo? Sintiéndose culpable,

John apretó con fuerza, notando comolos pequeños huesos se rompían, Elpájaro chilló, y después el grito fue cadavez más débil. Su corazón se detuvo.

Page 272: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

John dejó caer el ave muerta ytecleó: «¿Ya está?».

La máquina se dio cuenta de que aJohn no le gustaba oír su voz, así quecontestó a través de la pantalla delvídeo.

Sí. Vete a casa y métete en lacama, y la maldición estarátransferida cuando despiertes.

Del o del baxt, John.

John cerró y marchó a casa. Losúltimos pasajeros del tren, todosdesconocidos, evitaron el extremo delvagón donde iba él. El taxista de la

Page 273: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

estación palideció al ver a John y cogióel dinero del importe con muchocuidado, por un ángulo que él no habíatocado.

John se tomó dos píldoras paradormir y miró las que quedaban en elfrasco. Decidió que podría aguantar undía más y descorchó su mejor botella devino. Se bebió la mitad en cincominutos, sin saborearlo. Cuando notóque su cuerpo empezaba a ponersepesado, se arrastró hasta el dormitorio yse dejó caer en la cama sin quitarse laropa.

Cuando despertó a la mañanasiguiente, lo primero que notó fue que ya

Page 274: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

no era impotente. Lo segundo, que ya notenía granos en la mano derecha.

523 784 00926//Gracias, máquina.La contra-maldición funcionó.

La luz brilló como siempre, pero lamáquina no contestó.

Pasó al intercomunicador.—¿Martha? No recibo respuestas en

la pantalla de mi ordenador.—Un momento, señor, permita que

cuelgue la chaqueta. Llamaré a la salade máquinas. Bienvenido.

—Esperaré.«Pudiste haber llamado tú mismo a

la sala de máquinas, negrero», se dijo.

Page 275: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Miró la tenue imagen reflejada en lapantalla del video. Su cara estaba librede toda inflamación. Pensó en la viejabruja gitana, muriendo de corrupción, yla idea no le desagradó en absoluto.Después recordó al pajarito y vio elmenudo cadáver sobre la alfombra. Locogió justo cuando Martha entraba en suoficina, ceñuda.

—¿Qué es esto? —dijo la mujer.John gesticuló señalando la jaula.—Pensé que podría vivir un pajarito

aquí. Pero murió. - Lo dejó caer en lapapelera — ¿Cómo marcha eso?

—Oh, es… es bastante extraño.Dicen que no se lo pueden explicar. La

Page 276: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

máquina funciona, pero no… bueno, nohabla.

—Hum. Será mejor que vaya.Tomó el ascensor para bajar al

sótano, siempre había parecido que allíhacía un calor desagradable.Probablemente era una compensaciónpsicológica por parte del personal, quemantenía la temperatura alta a causa detodo el helio líquido de dentro de loscompartimentos que contenía la unidadcentral de tratamiento de datos. Unlíquido que era necesario mantener másfrío que la superficie de Plutón.

—Ah, señor Zold —saludó unhombre vestido con mono de trabajo,

Page 277: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

con una chapa indicadora de sucategoría profesional: coordinador delprimer turno. John lo reconoció, pero nopudo recordar su nombre. Normalmente,se lo habría preguntado a la máquinaantes de bajar—. Me alegro de quevuelva a estar aquí. Oí decir que estabamuy enfermo.

¿Una preocupación amistosa osimple pelotilla?

—Una especie de alergia que mefastidió durante más de una semana.¿Cuál es el problema?

—Le habría dejado un mensaje sihubiese sabido que usted iba a veniraquí. El fallo está en el CPU. Theo

Page 278: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Jasper lo encontró cuando abrió lamáquina, poco después de las seis, perocostó más de una hora encontrar a unespecialista en criógenos y hacerlo veniraquí.

—¿Es aquél? —un hombre con trajecaminaba lentamente alrededor de launidad central de tratamiento, leyendoesferas y anotando las cifras en unalibreta. Se le acercaron y el hombre sepresentó como John Courant, delDepartamento de Criógenos deAvco/Everett.

—El problema estaba en la pila deanillos de mercurio que aguantan lossuperconductores de las funciones de

Page 279: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

salida. Una especie de corrosión abregrietas submicroscópicas por toda lasuperficie.

—¿Cómo se puede corroer algo acuatro grados por encima del ceroabsoluto? —preguntó el coordinador—.¿Qué…?

—Ya sé que es difícil de creer. Peroahora los estamos sustituyendo, sin queles vaya a costar nada. El aparato estáaún bajo garantía.

—¿Qué hay de las otras pilas? -John estaba mirando a dos trabajadoresque bajaban un cilindro de plata a travésde una abertura en el CPU. Una espesaniebla provocada por el frío salía por

Page 280: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

allí —¿Está usted seguro de que estánbien?

—Por todo lo que he podidoapreciar, sólo está afectada la pila desalida. Es por esto que la máquina esimpotente para…

—¡Impotente!—Perdone. Ya sé que a ustedes los

analistas no les gusta… personificar alas máquinas. Pero de eso se trata; lamáquina sigue funcionando tan biencomo siempre. Lo único que pasa es queno puede comunicar ninguna respuesta.

—Vaya. Interesante. - John pensó enla corrosión y las grietassubmicroscópicas — Tengo que pensar

Page 281: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

en todo esto. Llámeme al despacho si menecesita.

—Creo que ya está arreglado —dijoCourant—. Muchachos, ¿habéisterminado? —preguntó a los operarios.

Uno de ellos, que estaba apretandouna abrazadera de la parte alta de laCPU que se cerraba a presión, dijo:

—Lista para funcionar.El coordinador los llevó hacia un

tablero de mandos que había bajo de unapantalla de vídeo parecida a la deldespacho de John.

—Veamos —dijo, y apretó un botónmarcado con las siglas VDS.

—Déjame morir, dijo la máquina.

Page 282: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

El coordinador rió nerviosamente.—Sus circuitos de empatía, señor

Zold. A veces hacen cosas raras. - Yapretó de nuevo el botón.

Déj me morir. Después, Déj m mo.Las letras se desvanecieron y de nadasirvió seguir apretando el botón.

—Bueno, no quiero seguirmolestándole. Llámeme arriba si sucedealgo.

John subió y dijo a la secretaria queanulase todas las citas del día. Despuésse sentó y se puso a fumar.

¿Cómo podía una máquinacontagiarse de una enfermedadpsicosomática de un ser humano? ¿Y

Page 283: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

cómo se podría curar?¿Cómo podría él hablar a nadie de

una cosa así sin que lo encerrasen en unacelda acolchada?

Sonó el teléfono; era el coordinadorde la sala de maquinas. El nuevoelemento superconductor había hechoexactamente lo mismo que el viejo. Envez de efectuar un nuevo cambio, iban aconectar la máquina al gran ordenadorConEd/General, utilizando susconexiones de salida y su «unidad dediagnóstico». Si el ordenador másgrande que había a este lado deWashington no podía encontrar lo quemarchaba mal, se encontrarían en un

Page 284: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

verdadero problema. John accedió.Colgó el teléfono e hizo girar el selectorde su pantalla hacia el canal que veníade ConEd/General.

¿Por qué la máquina había dicho«déjame morir»? ¿Cuándo, por otraparte, está muerta una máquina? Johnsuponía que no sólo se la tenía quedesenchufar de la red, sino que ademásse le habían de borrar todos los datosque tenía almacenados. Destruir suidentidad. Así no se la podría devolvera la vida simplemente volviéndola aenchufar. ¿Por qué el suicidio? Seacordó de lo que había sentido él con labotella de vino y píldoras para dormir

Page 285: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

en la mano.Una intuición repentina: la máquina

había pronosticado las medidas quetomarían. Había querido morir porquesentía compasión no sólo por loshumanos, sino también por las otrasmáquinas.

Una vez conectada aConEd/General, formaría parte de lagran máquina, con maldición y todo.Volverían a donde habían comenzado,pero las proporciones del problemaserían mucho mayores. ¿Qué le iba aocurrir a Nueva York?

John cogió el teléfono y las luces seapagaron. Todas.

Page 286: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

La última información de salida quevino de ConEd/General fue una señalautomática pidiendo un enlace con lacomplejísima unidad de diagnosis deque disponía el mayor ordenador de losEstados Unidos: el IBMvac 2000 deWashington. La mortal infección seguíaadelante, extendiéndose por la CostaEste a través de los cables telefónicos.

El ordenador de Washington pidióayuda a su vez, enviando una señal víasatélite a Ginebra, Génova y enlazandocon Moscú.

Mientras, la maldición se filtró a losordenadores más pequeños a través delos enlaces rutinarios de información

Page 287: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

con sus hermanos mayores. Cuando JohnZold cogió el mudo teléfono, todos losordenadores de carácter general delmundo habían quedado permanentementeinutilizados.

Podrían repararse partiendo de cero;se les podría borrar todo el programa yreprogramarlos después. Pero no seharía nunca porque quedaban dosordenadores muy grandes yespecializados que no tenían circuitosde empatía y por lo tanto eran inmunes.No podían tener circuitos de empatíaporque su trabajo era el asesinato, elasesinato nuclear. Uno estaba debajo deuna montaña en Colorado Springs y el

Page 288: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

otro debajo de una montaña cerca deSverdlosk. Ambos podían resistir elimpacto directo de una bomba atómica.Los dos evaluaban constantemente lasituación del mundo en términos reales ylos dos tenían la única función dedecidir cuándo el enemigo estaría losuficientemente debilitado como parahacer probable la victoria tras unacontienda nuclear. Cada uno vio cómo lacivilización enemiga detenía su marcharepentinamente.

Dos bandadas de proyectilesatómicos cruzaron sus estelas porencima del Pacífico Norte.

Una mujer muy vieja hace chasquear

Page 289: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

su látigo a lo largodel flanco del caballoy el rocín sigue avanzando despacio,ignorándola. Lleva por carreta unPlymouth de 1982 sin motor nitransmisión ni pieza metálica superfluaalguna.

Es difícil manejar el látigo a travésde la ventana lateral.

Pero la alternativa sería desmontarel parabrisas y cortar el techo, y a lamujer le gusta estar seca cuando llueve.

Un muchacho está sentado ensilencio al lado de la mujer, mirandopor la ventana. Había nacido con laenfermedad gadjo: su cuerpo era grandey bien proporcionado, pero la cabeza

Page 290: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

era demasiado pequeña y muy deforme.A ella no le importa; todo lo que queríaera alguien fuerte y estúpido, para quecuidase de ella en sus últimos años. Elchiquillo le había costado sólo dosgallinas.

Le está contando una historia,sabiendo que él no entiende la mayoríade las palabras.

«… Nos llaman gitanos porque encierta época fue conveniente paranosotros que pensaran que habíamosvenido de Egipto. Pero no venimos deningún sitio ni vamos a ningún sitio.Ellos han olvidado a sus dioses y adorana sus máquinas, y por fin sus máquinas

Page 291: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

se han vuelto contra ellos. Peronosotros, que hemos valorado losantiguos medios, hemos sobrevivido».

Gira el volante para ayudar alcaballo a avanzar a través de los ochocarriles de asfalto desmenuzado, entrecoches amontonados y oxidados y entrelos huesos blanqueados de los quecreían ir a algún sitio el día que JohnZold fue curado.

Page 292: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

ECHANDO REDESRobert E. Vardeman

—Estás en un apuro —dijo el doctorRussell Hodges, con una sonrisa desatisfacción cruzándole el rostro. Seechó atrás en su mecedora y enlazó losrechonchos dedos detrás de la cabeza,poblada sólo por unos pocos cabellosrojizos. Los ojos de tono gris pálidocentelleaban con deleite. Habíaesperado este momento durante muchotiempo.

Claude Morgenthaler, sentado frentea él al otro lado de la mesa, se inclinó

Page 293: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

adelante con la frente perlada de sudor.La partida estaba adquiriendo el aspectode un enfrentamiento a vida o muerte.Iba más allá de una competiciónamistosa y entraba en el terreno de lareputación profesional, algo que era másfrágil que una cáscara de huevo y menosduradero que un positrón.

—No se ha acabado aún —mantuvoMorgenthaler.

—Ríndete, Claude —dijo Hodges—. Polly ha derrotado por fin a tuAlexis IV.

—Imposible.Hodges disfrutó al máximo de

aquello. A su llegada, el restante

Page 294: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

personal del laboratorio se habíaopuesto a que lo contratasen dado elbajo presupuesto de que se disponía enaquellos momentos. «Esto es unlaboratorio de investigación pura»,habían alegado, «y aún no se hace lobastante en física». ¿Para qué querían aun biofísico? ¿Por qué enturbiar lasaguas cuando la investigación de lossemiconductores era tan importante?Russ Hodges había sido algo así comoun paria entre los físicos más radicales,y sólo se le había tolerado en la secciónde aplicaciones.

Ahora le llegaba el momento desaborear su venganza. El Alexis IV de

Page 295: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Morgenthaler era el campeónindiscutible de ajedrez entre todos losordenadores del laboratorio. Tenía eltiempo de ciclo más breve, lo más cercade la inteligencia artificial a que habíapodido llegar un ordenador, y una seriede circuitos integrados en gran escala,pero un insignificante ordenadorportátil, pequeño, construido a base deun semiconductor orgánico y en el quenadie hubiera creído, lo estabaderrotando.

Hodges lamentaba que no hubieseapostado dinero en aquella partida.Aunque, como marchaban las cosas,haber forzado a Morgenthaler a tragar

Page 296: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

bilis valía tanto como el dinero o quizámás. Si, Hodges decidió que valía más.

Las piezas de ajedrez se movían amano, pero los movimientos aparecíanen la pantalla. El Polly de Hodges eramás lento, pero la tecnología de sudiminuta unidad central deprocesamiento forzaba a realizar nuevasdescripciones de los limites de la física.Sólo él había defendido la idea de loselementos orgánicos, prosiguiendo eltrabajo en moléculas de proteínasemiconductora que de graduado habíallevado a cabo bajo la dirección deConrad en Wayne State, y eltranspoliacetileno utilizado en «Polly»

Page 297: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

había demostrado ser mejor de lo que élhabía esperado. Añadiendopentafluoruro de arsénico alsemiconductor orgánico formó losempalmes tipo «p» y el mismo materialcon sodio daba el tipo «n». Esto no eranada nuevo. Pero el estirado delmaterial producía conducción a nivelmetálico; conducción unidimensional.Hodges había dado el toque final con losempalmes «P-N», que convertían aquelmaterial en una batería. Su ordenadorPolly dependía totalmente de unmaterial, y sólo uno, con el poliacetilenosólo mezclado para diferentespropósitos.

Page 298: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Semiconductor, conductor y batería,todo estaba en una sola hoja flexible deplástico, delgada y gris, alojada en elinterior del ordenador.

—¡Ja! —gritó Morgenthaler,llamando la atención de Hodges hacia eljuego—. Mira con qué nos ha salidoAlexis.

Russ Hodges se sintió como sihubiese entrado en un ascensor… yencontrado el hueco vacío. La máquinade Morgenthaler, una vez más, habíaconseguido la victoria.

—Jaque mate en cuatro movimientos—dijo Morgenthaler, con evidentealivio—. ¿Quieres que juguemos otra

Page 299: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

partida? La próxima semana quieroinstalar un nuevo reloj en Alexis, y megustaría probarlo antes.

—No, ya basta, Claude. Creo quevoy a retirar a Polly.

—Llévatela a casa para tu hijo. AChuck le encantará jugar con ella.Aunque —añadió Morgenthaler conferoz sarcasmo— no sé si la máquinaestará a su altura.

Apagó la pantalla y salió de lahabitación, dejando sólo a Hodges. RussHodges no supo si gritar, destrozar elordenador o simplemente resignarse.

Se llevó a Polly a casa, para su hijode dieciséis años.

Page 300: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—Hola, cariño; has llegadotemprano —dijo Mira Nell Hodges a sumarido. Le dio un beso rápido y se diocuenta de que el hombre apenas se fijabaen ella—. ¿Qué ha pasado? ¿Ha vuelto afastidiarte ese hijo de perra deMorgenthaler?

—Algo así —dijo Hodges, con vozcansada. Se dejó caer en el sofá y sequitó los zapatos con un par de bruscosmovimientos de los pies—. Alexis ganóotra vez a Polly. Yo pensaba que lotenía acorralado. Estaba convencido.Pero Polly no es lo bastante rápida, yhay algún fallo en su forma de tratar lainformación. - Cerró los ojos e inclinó

Page 301: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

la cabeza hacia atrás —Incluso tiene quehaber algún error de principio en Polly.

—Cálmate, Russ. Estás muy tenso.Tienes los músculos de los hombroscomo manojos de cables.

Mira Nell le empezó a practicar unmasaje.

—Hummm… qué bien —dijo él, yse volvió para besarla. Aunque llevabandieciocho años de matrimonio, lasrelaciones entre ambos seguían siendobuenas. Y habían tenido sus momentosde prueba, de todos modos. La demandade biofísicos siempre había sido escasay, aunque a Hodges le resultaba duro deadmitir, él no era el mejor del mundo.

Page 302: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Pero tenía la mejor mujer del mundo.Mira Nell se había mantenido firme a sulado a través de huracanes emocionalesy monumentales depresiones.

Sin tenerla a ella en casa, no estabaseguro de poder enfrentarse al trabajo ya los fracasos que en él habíacosechado.

—Refugio —dijo.—¿Qué?—Tú eres mi refugio. Cuando hay

una tormenta por dentro, siempre puedoconfiar en ti. - La besó una vez más, y lecostó un esfuerzo desprenderse de ella,al tiempo que le decía — Te amo.

—Bueno, pues no te pares —dijo

Page 303: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

ella. Sus ojos verdes danzaban y se echóatrás los flecos cortos de cabellocastaño que se los habían tapado—.Charles tardará todavía una hora o quizámás en llegar.

—Le he traído un regalo —dijoHodges—. Un ordenador que seráexclusivamente para él.

—Oh, Russ, ya hemos discutido estootras veces. No quiero que malgaste sutiempo con esos juegos. En la escuela nomarcha tan bien como debería.

—¿Aclaraste ese asunto con suprofesora de inglés?

—No del todo. Ella dijo que lesuprimiría los deberes si él terminaba un

Page 304: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

trabajo antes de que pusieran las notas.—Deberes —suspiró Hodges—. Me

alegro de que hayan quedado atrás.Jamás me gustaron.

—Y mira hasta dónde has llegado. -Mira le besó de nuevo y se levantó, paramarchar a la cocina — Esta nochecomeremos sobras. Lo siento.

Hodges hizo una mueca. Había sidoun día malo. Se puso de nuevo loszapatos, regresó al coche y sacó a Pollydel portaequipajes. Con un poco desuerte, tendría el ordenador a puntoantes de que Charles regresara a casa.

—No lo sé, papá —dijo CharlesHodges—. Los demás muchachos andan

Page 305: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

locos por los ordenadores, pero para míson demasiado complicados. En la clasede matemáticas intentamos programaralgo en BASIC, pero yo no logré hacerlobien. El señor Denton se enfadó muchoconmigo.

—Polly es un señor ordenador —dijo Hodges—. Todo lo que necesita esque se le trate bien. También te he traídouna pantalla y una impresora. Juega unpoco, prueba alguno de los programas yve si puedes hacerlo trabajar. Si no, note preocupes. Lo echaré a la basura y tecompraré uno mejor. «Quizás el AlexisIV», añadió Russ Hodges mentalmente, ysalió antes de que se notase su amargura.

Page 306: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Charles Hodges se sentó delante delmonitor y pasó los dedos por encima delteclado. Después, cuando se sintió convalor suficiente, abrió la caja y echó unamirada a su contenido. Lo único que vioallí fue una cinta muy delgada; elinterior del ordenador consistíaúnicamente en una hoja de plásticoflexible de menos de diez milipulgadasde espesor. Pero aquello era másmisterioso que un ritual de los antiguosdruidas. Charles se contentó conencontrar el interruptor para encender yapagar.

—Tú eres ésa de la que papá hablatanto —dijo—. La que siempre pierde

Page 307: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

con la máquina del doctor Morgenthaler.- Charles pulsó la tecla correspondientee hizo mover el cursor. Lenta ytorpemente, marcó algunas órdenes.

Polly respondió dolorosamente ycon igual lentitud.

—Somos de la misma especie —dijo Charles—. Papá se enfadarátambién conmigo si no lo hago mejor enla escuela.

La cara del muchacho se iluminó.—Mis deberes de inglés. Puedo

hacerlos aquí, tecleando, y tenerlosimpresos enseguida. ¡Caray! - Charlesse entregó a su trabajo, y escribió lacomposición sobre Silas Marner que

Page 308: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

llevaba aplazando tanto tiempo.Cuando hubo terminado con las

teclas, puso en marcha la impresora. Elpapel fue saliendo de la máquina yCharles sintió una satisfacción en ciertomodo indescriptible. El ritmo detrabajo, el relampagueo de la pantalla yhasta el cosquilleo que notaba en losdedos cada vez que tocaba el ordenador,todo ello era muy agradable. Terminó lacomposición y un par de trabajos más.

Después, Charles miró los papeles yfrunció el ceño.

—Yo no he dicho esto. - Volvió asentarse y reflexionó; después sonrió —Es mejor que lo que yo he escrito. Y la

Page 309: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

ortografía es correcta, creo.Satisfecho, Charles metió los

trabajos en su libro de inglés y sedispuso a ir a la cama.

—Buenas noches, Polly —dijo a lamáquina, mientras se alejaba. Charles nohabía hablado a objetos inanimadosdesde la edad de seis años, cuandohablaba con sus muñecos de trapo.

Polly refulgía aún con unaluminiscencia interior que agradó aCharles. Aquel día, el muchacho seacostó más feliz de lo que se habíasentido en bastante tiempo.

—Russ, he de hablar contigo. Essobre Charles —dijo Mira Nell.

Page 310: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Hodges dejó la revista que estabaleyendo y miró a su esposa. Siempre queusaba aquel tono significaba que estabapreocupada.

—¿Qué sucede?—Nada en concreto.El suspiró y miró hacia la revista

con ganas de continuar la lectura ysumergirse en sus intrincadas fórmulas.El trabajo en el laboratorio no iba tanbien desde que había abandonado laidea de Polly y pasado a terrenos másconvencionales. Morgenthaler seguíareprendiéndole y él necesitaba algunoséxitos definitivos para salvar suposición en el laboratorio. Y Mira Nell

Page 311: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

no estaba segura de qué era lo que lapreocupaba.

—Algo debe de ser o tú no lohabrías mencionado —dijo él.

—Charles está mejorando en laescuela —comunicó ella.

—Bien, magnífico. Yo sabia que lopodía hacer. Creo que la charla quemantuvimos ha causado efecto.

—No es exactamente esto. Laprofesora de inglés piensa que alguien leestá haciendo los trabajos.

—¿Acusa a Charles de hacertrampas?

—No lo ha dicho, pero ha insinuadoque uno de nosotros debe de estar

Page 312: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

haciéndole los trabajos. Tú,concretamente.

Russ Hodges se echó a reír.—¿Yo? Estoy peor en inglés de lo

que Charles puede haber estado jamás.—Los trabajos que presenta parece

que los hayas hecho tú —dijo Mira Nell—. Mira.

Hodges cogió unos cuantos papeles,sonrió y dijo:

—Por lo menos utiliza a Polly paraalgo. Para el tratamiento de textos.Buena cosa; hum, sí, buena cosa.

Se puso a leer y quedó impresionadopor la perfecta ortografía, puntuación ygramática.

Page 313: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—Sí, comprendo lo que su profesorapuede pensar sobre esto —comentó—.Que lo he hecho yo. Pero tú sabes queno. Tengo demasiado trabajo en ellaboratorio.

—¿Piensas que puede haberaprendido esto de ti? - Mira Nellparecía aún más preocupada.

—Podría ser - Russ Hodges volvió asu revista y se puso a leer un artículosobre los enlaces del carbono en lasmaterias orgánicas.

Charles Hodges estaba sentadofrente al monitor, con la vista perdida enel infinito. El molesto relampagueo de lapantalla del ordenador aumentó en

Page 314: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

intensidad y velocidad hasta que parecióque su efecto debería hacer parpadear almuchacho y forzarlo a volver la vista.Pero él continuó con la mirada alinfinito. Levantó los dedos y notó que laelectricidad penetraba en su cuerpo. Sinmotivo aparente levantó la tapa y colocóla mano plana encima de la hoja deplástico gris que constituía la unidadcentral de procesamiento de Polly.

Sabía lo que tenía que hacer.Empezó a montar el material que lehabían traído. Al cabo de una hora teníael Modem acabado y funcionando,conectado a una estructura de la IBM delInstituto Watson de Investigación.

Page 315: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

La pantalla de Polly interrumpió elrápido relampagueo y Charles se relajó,bostezó y se fue a la cama.

Esta vez no apagó el ordenador, elcual continuó hablando durante toda lanoche, primero con el IBM y despuéscon uno del Centro de InvestigaciónWebster, de Xerox. Al amanecer, lapantalla del monitor efectuó un guiño deautosatisfacción.

—Bah, esto no es nada —dijo BillyWilcox—. Yo tengo un Apple de 128 K.Y es increíble cómo juega.

—Polly hará todo lo que haga tuordenador —dijo Charles, poniéndoseen actitud defensiva. Desde que tenía a

Page 316: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Polly, nunca, ni una sola vez, habíapracticado un juego con ella. Nunca sele había ocurrido. Además, había estadodemasiado ocupado haciendo losdeberes que tenía atrasados, montandoel modem y preparando la programaciónadecuada para Polly.

—¿Ah, sí? Pues, entonces, enséñamecómo juega a Las espadas de Raenllyn,por ejemplo.

Charles tenía aquel juego, peronunca lo había probado. Ahora lo hizo.

—Dios, qué lentitud. Mira. Losgráficos están borrosos.

—Es una interferencia —se defendióCharles—. Debe de haber algún

Page 317: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

radioaficionado por aquí…—No me vengas con monsergas, tío.

Observa. ¿No ves con qué lentitudresponde? Yo sé cómo ganar. Deja quete lo demuestre… ¡ayyy! - Billy dio unsalto atrás en la silla, con el rostroblanco y los dedos ligeramentechamuscados — ¡Me ha picado!

—¿Qué?—Me ha soltado una descarga.

¡Idiota! ¡No le has puesto cable de masa!—A mí Polly nunca me ha soltado

una descarga. Pero tampoco la habíausado nunca para jugar.

—No es el juego, es esta malditamáquina. Vaya montón de chatarra.

Page 318: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Bill Wilcox se marchó, frotándoselos dedos.

«No es el juego, es la máquina».Estas palabras se repetían una y otra vezen la mente de Charles. Mirando a Polly,no estuvo tan seguro. La pantalla empezóa relampaguear, lentamente al principioy más aprisa cuando él tocó el teclado.Apretó unas cuantas teclas y conectó conotro ordenador, éste perteneciente a unaagencia de publicidad de California.

—Sé que no te gusta practicarjuegos, Polly —dijo Charles—. A mítampoco. Yo también pierdo siempre.

El suave calor que sintió al colocarla mano encima de la película gris del

Page 319: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

semiconductor del interior de lamáquina le dio confianza. Billy Wilcoxera un idiota. ¿Qué sabía él de esto, alfin y al cabo?

—¿Otra entrega? —preguntó MiraNell Hodges.

—Firme aquí —dijo el portador,ofreciendo un cuaderno y un bolígrafo—. Línea veintitrés. Gracias.

Mira Nell se quedó de pie, mirandoel conjunto de cajas que habían llegadopara Charles, todas procedentes decompañías de gran renombre.

—¡Charles! —gritó—. ¿Estás ahíarriba?

Subió la escalera, se dirigió a la

Page 320: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

puerta del dormitorio dc Charles yescuchó. Del interior llegaban suaveszumbidos electrónicos. Abrió la puerta ymiró en el interior. Charles no estabaallí, pero Polly estaba encima delescritorio, con el monitor encendido.

—Oh, vaya… —dijo con disgusto—. Le insisto en que apague las lucescuando no las utilice y siempre seolvida. Pero esto es mucho peor. Esteaparato debe de gastar toneladas deelectricidad.

Alargó la mano hacia el interruptor,pero tuvo que echarse atrás porque unachispa saltó del aparato y le alcanzó enla yema del dedo.

Page 321: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—¡Ay! —gritó la mujer, mientrasretiraba el dedo lastimado—. Este trastoes peligroso. El interruptor funcionamal.

Estaba buscando el enchufe cuandola pantalla comenzó a relampaguear. Aldesviar su atención hacia ésta, vio quesu nombre había aparecido escrito engrandes letras.

Llevando cuidado de no tocar elteclado, Mira Nell contemplóembelesada la exhibición del rótulo.

—El bueno de Charles. Ha escritoun programa dedicado a mi cumpleaños.Sabe lo que me fastidia tener que pensarlo que he de hacer para la cena.

Page 322: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

El programa continuó, revelandocada vez más cosas. La pantalla siguiórelampagueando y finalmente Pollyencontró la frecuencia precisa paracaptar las ondas cerebrales de MiraNell Hodges.

—¿Russ?—¿Qué hay, querida?—¿Tiene vida Polly?El soltó un bufido y movió la cabeza

negativamente.—No seas absurda. El hecho de que

utilice material orgánico no significaque esté vivo.

—Pero orgánico significa vida, ¿noes así?

Page 323: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—No más vida que la que tiene tucabello. - Se inclinó y le dio un beso enlo alto de la cabeza — ¿Qué hay paracenar?

—Pues algo especial, esto es lo quehay. Boeuf Wellington con guisantes ycebollas…

—¿Lo dices en serio? Esto se estáconvirtiendo en un sitio de lo másrefinado —dijo Hodges—. Hasta lassobras van a ser exquisitas. ¿Hascomprado un nuevo libro de cocina?

—Algo así —confesó Mira Nell,pensando en el programa que Charleshabía escrito para ella. Le habíafacilitado una relación de todo lo que

Page 324: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

tenía que comprar, las recetas, todo.Apenas tendría que trabajar en la cocinaen lo sucesivo.

—No habrás estado planeando cocera Polly, ¿verdad? —preguntó Hodges.

—¿Qué te hace decir una cosa tanhorrible como ésa?

—Preguntaste si Polly estaba viva.He pensado que…

Mira Nell se acercó más a sumarido.

—¿Está viva Polly?—En realidad, no. Hay una serie de

funciones básicas que todo ser vivo,para estarlo, tiene que ser capaz derealizar. - Hodges volvió a poner la

Page 325: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

atención en su libro.—¿Cuáles son esas funciones?—Bueno, pues —contestó él—,

comer. Es evidente que a Polly no legusta el Boeuf Wellington con patatasirlandesas. Al menos, no tanto como amí. - Se dio una palmada en la barriga—Voy a tener que empezar a correr unpoco cada día para rebajar los kilos queme sobran. Nunca había tenido esteproblema.

—Pero Polly se alimenta de laelectricidad que le proporciona esabatería interna que le pusiste.

—No es lo mismo. Ni tampoco elúnico criterio. También está la

Page 326: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

excreción de los residuos corporales.—El calor es un residuo. Y el

ventilador se encarga de eliminarlo.—Realmente, Mira Nell, te estás

poniendo muy tonta. Tiene que haberademás algún tipo de mecanismossensores: el tacto, el olfato, la vista…

—Charles ha estado llenando estacasa de cables desde el tejado hasta elsótano.

—Lo he notado. Y estoy contentopor su interés en robótica. ¿Quiénhubiera pensado…? No, Mira Nell, nobasta con conectar a la corrienteeléctrica un convertidor que transformelos impulsos analógicos en numéricos.

Page 327: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

No hay comparación posible.—Si entro y le digo que encienda las

luces de la sala, se encienden…Hodges movió la cabeza

negativamente.—Una maravilla de la electrónica y

la mecánica, pero nada más. El sonidode tu voz es convertido en un impulsonumérico y es analizado por la unidadcentral de procesamiento de Polly. Losinterruptores cierran el circuito y yatienes la luz encendida.

—¿No es esto lo que sucede cuandohablamos? ¿Al hablar no se emitenondas de sonido que se convierten enalgo dentro del cerebro?

Page 328: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—Estamos hablando de unordenador, por el amor de Dios. Yodebería saberlo puesto que lo construí,¿no? No está vivo. No es nada denada… y según Morgenthaler, no sepuede comparar en absoluto con sumaravilloso trasto, el Alexis. Y ademásestá el movimiento —continuó Hodges—. Polly no se pude mover.

—¿Para qué? El único motivo quetenemos para movernos es conseguircomida. Y Polly la tiene suministrada.

Hodges sintió que comenzaba aperder la paciencia. No era propio deMira Nell seguir martilleando de aquelmodo.

Page 329: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—Oxidación, respiración,transpiración… Polly no hace nada deesto.

—Está bien —dijo Mira Nelllentamente, como queriendoconvencerse—. Ni reproducción. De esotampoco es capaz.

—Exacto - Hodges volvió a su libro,dando el asunto por concluido.

—Charles, querido, no me importaque tengas a Polly y todo ese otromaterial, pero ¿cómo lo pagas? - MiraNell Hodges miró alrededor deldormitorio de su hijo y vio equipoelectrónico suficiente como para abriruna tienda.

Page 330: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—Polly se encarga de todo —dijoCharles.

—¿Te refieres a los pedidos porcorreo? ¿Y a las llamadas telefónicas?He leído que ha habido muchachos quehan forzado el banco de datos de algúnordenador y lo han embrollado todo. Noestarás engañando a nadie, ¿verdad?

—No.—¿Entonces cómo pagas todo esto?—El gobierno lo subvenciona.—¿Qué?—Polly me enseñó el modo de

solicitar subvenciones del gobierno.Llené todos los formularios y los envié.

—Pero esto es para grandes

Page 331: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

laboratorios y universidades.—Perdóname, mamá, pero Polly y

yo hemos de hablar con una empresaimportante de Minneapolis.

Mira Nell observó confusa a su hijomientras éste tecleaba frenéticamentepara introducir cierto programa enPolly, que a su vez lo transmitía al granordenador del otro extremo de la líneatelefónica. Mira Nell no entendía nadade todo aquello, y eso la fastidiaba, apesar de lo bueno que era Pollyayudándole a preparar las comidas.

—Charles, te traigo un regalo —dijoRuss Hodges. Se abrió paso hacia elinterior del atestado dormitorio y puso

Page 332: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

una caja encima de la cama.—Magnífico, papá, gracias. -

Charles mantuvo la vista fija sobre elmonitor.

Estaba trabajando en un problemacomplejo en el que intervenían dosgrandes corporaciones y susdepartamentos de investigación.

—Se trata de un nuevo ordenador,mejor que el que tiene Billy Wilcox —dijo el padre, empezando a mostrarlo—.Tiene un disco duro de cincomegabytes… —el hombre parpadeó consorpresa. Su hijo no había mostradoseñal alguna de haberle oído—:Charles, ¿me prestas atención?

Page 333: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—Sí, papá. Acabo de poner a Xeroxy a IBM a trabajar en un problema.

—¿Qué…?—El mismo problema que

resolvimos con la universidad de Texasla semana pasada.

Hodges frunció el ceño. Era laprimera vez que veía a Charlespracticando juegos en el ordenador.Salió sin decir nada sobre el nuevoaparato que había traído.

Russ Hodges esperó a que Charlesse hubiese ido a la escuela para entraren la habitación de su hijo. Polly estabaencima del escritorio, haciendo guiños yagazapada como un animal de presa.

Page 334: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Sólo mirar lo que había en aquellahabitación le producía escalofríos. Nohabía nada a lo que poder atribuiraquella inquietud y sin embargo…

Hodges se encogió de hombros. Laextraña conversación que habíasostenido con Mira Nell acerca de siPolly tenía realmente vida seguíamordisqueándole el cerebro. Absurdo.Imposible. Orgánico no tenía por quésignificar necesariamente vivo, no delmodo en que su esposa había queridodar a entender.

—Veamos lo que Charles ha hechocontigo, pequeña —dijo al ordenador.Tecleó con rapidez y marcó el código

Page 335: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

que daba acceso al ordenador dellaboratorio y añadió—: Ahora veremosqué clase de juegos hay en los viejosbancos de datos.

Un fuerte relámpago casi lo cegó.Hodges se frotó los ojos y miró lapantalla.

—Nada —murmuró. Tecleandorápidamente, intentó recuperar elarchivo de juegos—: Todo borrado.

Se inclinó hacia atrás y miró a Polly.Pequeñas ondas arrugaron la superficiede la película semiconductora; parecíanformar caras sonrientes.

—Nunca te gustaron los juegos,¿verdad, Polly?

Page 336: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Hodges parpadeó de nuevo cuandola conexión con el ordenador dellaboratorio se cortó debido al fallo deuna señal portadora y en la pantallaapareció la palabra no. Se rió ante lacoincidencia.

—Eres una buena máquina, peroestás pasada de moda. Charles semerece algo mejor por el esfuerzo queha hecho en sus estudios. - Hodgesdesempaquetó el nuevo ordenador yalargó la mano para coger a Polly. Unachispa de seis pulgadas de longitud sealargó hacia él y le alcanzó.

—Maldita sea, esta máquina está encortocircuito. Nunca ha llegado a jugar

Page 337: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

bien y ahora ni siquiera funcionacorrectamente.

Hodges desenchufó el monitor ydesconectó los cables de emisión y derecepción de Polly. Sabiendo que labatería interna probablemente llevabaaún una carga bastante considerable,empujó la máquina hacia un lado con unlibro de texto y puso el nuevo ordenadorencima del escritorio. Treinta minutosmás tarde, la nueva máquina estabaconectada y había sido probada.

—En cuanto a ti, Polly, tu nuevodestino va a ser el montón de chatarra.El progreso lo pide.

Con mucho cuidado, alargó la mano

Page 338: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

hacia la máquina. No saltó ningunachispa. Con el ordenador bajo del brazo,se marchó. Charles estaría muycomplacido al ver el nuevo. RussHodges lo sabía.

—Eh, Russ, ¿tienes un momento?Claude Morgenthaler asomó la

cabeza por la puerta del laboratorio.—Seguro. ¿Qué ocurre? - Russ

Hodges interrumpió su experimento y sereunió con su jefe.

—¿Qué hiciste con aquel ordenador?El del semiconductor de poliacetileno.

—Lo tiré a la basura. ¿Por qué?—Por nada —dijo Morgenthaler—.

Sólo estaba pensando. Debiste haber

Page 339: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

seguido por ese camino un poco mas.Podrías haberte adelantado a los pecesgordos.

—¿Qué quieres decir?—Xerox e IBM acaban de anunciar

un acuerdo para fabricar ese tipo detrastos por millones. Alguien les metióen la cabeza que ése era precisamente elaparato que el público estabaesperando.

—¿A bajo precio, supongo? —preguntó Hodges.

—Muy bajo. Competirá con esosordenadores que venden en las tiendasde comestibles. Dentro de un año, todoslos hogares tendrán uno de esos trastos.

Page 340: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Y hasta los están vendiendo conmodems, a fin de que puedan hablarunos con otros. ¿No es increíble? -Morgenthaler movió la cabeza de unlado a otro — No debiste haberterendido tan fácilmente, Russ. Una grancompañía de California está haciendo eltrabajo PR. Poliacetileno. Demonios,Russ, hubiéramos podido hacer unacarnicería con esto.

—Una carnicería… —dijo Hodges,pensando en cómo había arrojado aPolly a la basura—. Me siento como sila hubiese hecho ya.

Page 341: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

JACK DEDOS DEMUELLE

Susan Casper

Sabía a dónde iba tan pronto como entróen la sala de juegos electrónicos. Dejóatrás las filas de atareados chiquillos,las estridentes y electrónicas voces quesurgían de las máquinas, los centelleosluminosos y los incesantes pitidos. Pasófrente a las viejas máquinas del millón,todas ellas desocupadas,relampagueando con lucecitas y timbrescomo anticuados voceadores mecánicosque intentaban vanamente tentar a un

Page 342: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

público que pasaba de largo.La máquina que él buscaba estaba al

fondo, en un rincón iluminadotenuemente, y dejó escapar un suspiro dealivio al ver que nadie la utilizaba. Supantalla, que miraba sin decir nada,estaba encajada en un armazón amarillo,por encima de una hilera de palancas ybotones. En el costado, debajo de laranura para echar las monedas, había undibujo chillón que representaba a unamujer ataviada según la antigua modavictoriana. El sombrero, grande yadornado, estaba ligeramente ladeado enlo alto de su cabeza y de allí caía hacialos lados una cabellera cuidadosamente

Page 343: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

peinada. La mujer estaba gritando, conlos ojos muy abiertos y el dorso de lamano casi cubriéndole la encantadoraboca. Y detrás suyo, bosquejada en untono blanco borroso, se adivinaba unafigura acechante.

Dejó su cartera de mano en el suelo,al lado de la máquina. Con dedosinseguros, buscó una moneda y la metióen la ranura. La pantalla adquirió vida yluz. Un hombre siniestro, con gorro decazador, agitó un cuchillo con la puntamanchada de carmesí y desapareciódetrás de una hilera de edificios. Lasimágenes eran excelentes,extremadamente realistas. La pantalla se

Page 344: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

llenó con hileras de instrucciones decolor azul oscuro contra un fondo azulclaro, y él las miró superficialmente,esperando con impaciencia a queempezara el juego.

Apretó un botón y la imagen volvió acambiar, convirtiéndose en un laberintode calles miserables con hileras deedificios ruinosos. Una figura única, lasuya, ocupaba el centro de la pantalla.Una mujer con un vestido de la épocavictoriana, sobre la que figuraba elnombre de Polly, andaba hacia él.Recordó que tenía que hacerle quitar elgorro al hombre; de lo contrario, ella noquerría ir con él. Se pusieron a andar

Page 345: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

juntos, y él, cuidadosamente, la hizopasar de largo la primera intersección.La vieja calle Montague era una trampapara principiantes en la cual él no habíacaído desde hacía tiempo. La primeracalle por la que se tenía que ir eraBuck's Row.

A un lado, un policía estabaseparando a un par de harapientasmujeres que peleaban. Allí, él tenía quellevar cuidado porque si era localizadole costaría puntos. Llevó a su pareja porel callejón apropiado y tuvo lasatisfacción de ver que estaba desierto.

Los latidos de su corazón se hicieronmás fuertes cuando hizo situar a su

Page 346: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

figura detrás de la figura de la mujer;notó una respiración fuerte y ronca, quesalía de su boca. Esta parte del juegotenía limitación de tiempo, por lo quetendría que actuar contra el reloj. Sacóun cuchillo del interior de su chaqueta.Tapando la boca de Polly con una mano,le abrió malignamente la garganta deoreja a oreja. En la pantalla aparecieronunas líneas de color rojo brillante, peroapartadas de él. Buena cosa. No sehabía manchado de sangre. Ahora veníala parte más dura. Tendió a la mujer enel suelo y la empezó a destripar,abriéndole cuidadosamente el abdomencasi hasta el diafragma y manteniendo la

Page 347: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

mirada sobre el reloj. Terminó conveinte segundos de ventaja y movió a sufigura, alejándola triunfalmente delpolicía que se acercaba poco a poco.Una vez hubo encontrado la primerafuente pública donde lavarse, concluyóla primera parte.

Su figura quedó de nuevo centradaen la pantalla. Esta vez, la figura que seacercó fue Annie La Sombría y él lallevó a la calle Hanbury. Pero esta vezse olvidó de taparle la boca cuando laapuñaló y ella pudo soltar un grito; ungrito estridente y terrorífico.Inmediatamente la pantalla empezó arelampaguear con una tonalidad roja

Page 348: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

brillante mientras resonaban losensordecedores pitidos del silbato de unpolicía. Dos agentes se materializaronuno a cada lado de su figura y losujetaron firmemente por los brazos. Unnudo de horca se agitó en la pantallamientras sonaba una marcha fúnebre. Yla pantalla se oscureció.

Se quedó mirándola, temblando,sintiéndose agitado y enfermo, y semaldijo amargamente a sí mismo. ¡Habíacometido un error de principiante!Había sido demasiado impaciente.Enfadado, metió otra moneda en laranura.

Esta vez anduvo con mucho cuidado

Page 349: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

al acercarse a Kate, logrando acumularpuntos de ventaja y no cometer erroresfatales. Ahora estaba sudando y tenía laboca seca. Le dolían las mandíbulas acausa de la tensión. Era realmente difícilvencer al reloj en esta parte y requeríauna intensa concentración. Se acordó dehacer cortes en los párpados, lo cual eraesencial; sacar los intestinos y ponerlosencima del hombro derecho no erademasiado duro, pero cortarcorrectamente el riñón… eso eraespantoso. Finalmente el reloj le ganó ytuvo que quedarse sin el riñón, lo cual lecostó una pérdida de puntos. Estaba tandesconcertado que casi tropezó con un

Page 350: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

policía al avanzar por los callejones queconducían a Mitre Square. Losobstáculos fueron haciéndose másdifíciles a medida que superaba cadaparte con éxito y ahora la cosa se estabaponiendo particularmente dura, porqueel tiempo se acortaba y era necesarioevitar a los enjambres de mirones, a losperiodistas, a las rondas de comités devigilancia y a un mayor número depolicías. Nunca había encontrado aún lacalle correcta para Mary La Negra…

Una voz gritó «última partida» ypoco después su hombre fue atrapado denuevo. Dio un manotazo a la máquinacon frustración y después se arregló el

Page 351: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

vestido y cogió la cartera de mano. Echóuna mirada a su Roloflex. Las diez ycinco minutos: era temprano aún. Lasmáquinas parpadearon desde sus puestosmientras los últimos clientes salían porlas puertas de cristal. El los siguió hastala calle. Una vez fuera, bajo el cálidoaire nocturno, empezó a pensar de nuevoen el juego y a planear su estrategia parael día siguiente, reparando sólosuperficialmente en los borrachos quefarfullaban en los portales, en lasbusconas ligeras de ropa de la esquina.Tenues luces de neón que anunciabanlocales de cine porno, librerías para«adultos» y pensiones de baja categoría

Page 352: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

desfilaron ante sus ojos como imágenesde video, y sus dedos oprimieronimaginarios botones y palancas mientrasse abría paso a través de las pocorecomendables multitudes de últimahora de la noche.

Se metió por un callejón estrecho,que se adentraba en las sombras, ydespués se detuvo y se apoyó deespaldas contra los fríos y húmedosladrillos. Hizo girar las tres esferas dela combinación del cierre, dejando cadauna en su número adecuado, y abrió lacartera de mano.

La máquina; había pensado en elladurante todo el día en el trabajo; había

Page 353: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

pensado en ella hasta el último segundomientras esperaba impacientemente quefuesen las cinco y ahora había tenido yperdido otra oportunidad, y aún no lahabía vencido. Rebuscó entre lospapeles de la cartera y sacó un largo ypesado cuchillo.

Esta noche practicaría y mañanaderrotaría a la máquina.

Page 354: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

LA UNIÓN ETERNABarry N. Malzberg

UNOCarlyle decide asesinar al Presidente.Basta de esta basura. El Presidente es unhombre menudo, desmañado, que estásentado solo en una gran habitaciónempapelada de blanco y dorado y tomatodas las decisiones sobre la marcha dela República; y Carlyle está ya más que

Page 355: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

harto de semejante autocracia, a pesarde que fue uno de los voluntarios de laúltima campaña del Presidente (y ahoraestá empleado como mecanógrafoconfidencial), la cual se tomó en seriode verdad en su momento. Pero ahoraCarlyle sólo se siente traicionado. Poruna parte, la guerra continúa y, por otra,el Presidente tiene un extraño ypenetrante modo de descubrir todos losdefectos ocultos de Carlyle, paradespués burlarse de ellos en lassesiones del Ejecutivo. Carlyle estácompletamente seguro de esto, de todosmodos.

—¡No tenemos la menor influencia

Page 356: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

sobre nuestras vidas! —grita, porconsiguiente, al ahora tembloroso jefedel Estado (por un momento habíapensado en usar una pistola, pero en elúltimo instante decidió que el cuchilloera mejor; podía ser sanguinario, peroasí él vería los efectos de su acción y¿acaso no era ésa la gracia?)—. Nopodemos seguir viéndonos incluidos enmovimientos sociales masivos,desplazados por institucionesincorpóreas y jefes de Estado abstractosque se convierten en meros depositariosde nuestras míseras fantasías y temores.

Asqueado, Carlyle advierte que,como de costumbre, su retórica se ha

Page 357: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

hecho pesada e inconveniente y que seha apartado de su objetivo (que es porlo que ha sido relegado a meromecanógrafo confidencial), pero no lopuede impedir; es su carácter. —Maldita sea, después de todo lo que hicepor usted, me ha traicionado— dice a sujefe, y levanta el cuchillo mientrasreduce aún más la distancia que lossepara.

El Presidente, balbuceando excusas,extiende las manos, hace un gesto deapuro y luego, con otro de sus ramalazosde volubilidad (porque es un políticomuy listo), cruza los brazos sobre elpecho en una postura de relajación y una

Page 358: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

extraña y embotada sonrisa asoma en susfacciones.

—Realmente no lo comprende,pobre tonto —dice—. No me puedehacer esto a mí, Carlyle. Yo también soyuna víctima. Todos nosotros somosvíctimas, y yo sólo cumplí las órdenesde continuar la guerra. En este tipo decuestiones confluyen fuerzaspoderosísimas, compréndalo; enormescorrientes sociales que nosotros apenasalcanzamos a comprender.

Después se pone de pie, expectante.—Está bien —continúa—, sea. Haga

lo que quiera, no me importa. Haga loque sienta que ha de hacer, pero ya verá

Page 359: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

como no hay diferencia, Carlyle. Lasfuerzas que nos tienen atrapados sonmuy poderosas y aún estánevolucionando.

Carlyle medita sobre esto, comohabría hecho cualquier otro voluntario,mientras hace dar vueltas al cuchillo ensus manos. El Presidente parece tenercierta razón después de todo, y encualquier caso él se comprometió a serrespetuoso con las instituciones; y si elPresidente no es una institución, ¿qué oquién lo es?

—Bien —dijo—, admito lo queacaba de decir. Me doy cuenta de quequizá me he apresurado un poco. ¿Por

Page 360: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

qué no puede usted también ser unavíctima, como el resto de nosotros?Consideraré un poco todo esto…

Y en este momento, el astuto ymenudo Presidente salta sobre él consorprendente agilidad y rapidez y learrebata el cuchillo a Carlyle; despuéslo centra y se lo clava en el estómago.

—Siento muchísimo hacerle esto —dice el jefe del Estado—, peroevidentemente es usted un personajepeligroso y yo me he de proteger a mimismo, aunque admito que hizo un buentrabajo organizando la propaganda a mifavor en las últimas elecciones.

Y Carlyle, mientras cae al suelo,

Page 361: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

admite que el Presidente tiene razón. Hahecho lo que tenía que hacer. Lasparedes son doradas y blancas, blancasy doradas, pero la blancura prevalece y,así, sintiendo como se le clava elcuchillo Carlyle se desvanece o por lomenos, piensa que pasa a un diferentenivel de pensamiento y acción.

DOSEl Presidente decide que debe matar aCarlyle. Carlyle es un tipo alto, bastanterobusto, de mirada triste, alocada, que

Page 362: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

alegando su condición de voluntario, halogrado infiltrarse hasta el despachomás reservado y ahora, habiendo dejadoatrás toda posibilidad de serinterrumpido, está increpando alPresidente. Dice algo acerca de haberperdido la capacidad de influir en supropia vida, todo por culpa de lasinstituciones incorpóreas. Y mástonterías por el estilo.

—Vamos —dice el Presidente,intentando mostrarse razonable comosiempre que se halla en público, cosaque en la actualidad procura hacer cadavez menos, porque el negocio es elnegocio—, piense en ello, Carlyle. ¿No

Page 363: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

cree que esas instituciones ejercen lamisma fuerza sobre usted que sobre mi?No tiene usted idea de qué es lo que noshace estar a su merced. Si se leconsiderase lo bastante discreto, yo lepodría enseñar documentos secretos quele convencerían. - Y así va continuando,como sea, para contener al hombre odistraerlo mientras intenta encontraralgún modo de salir de aquel lío.

—Ya me conoce —dice elPresidente, mostrando una sonrisitaalegre—. Odio la guerra, ¿pero quépuede hacer uno? Piense en losmilitares. - Pero no parece que estofuncione o, por lo menos, que lo haga tal

Page 364: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

como él esperaba.El Presidente sabe, sabe muy bien,

que debía haber verificado sus sistemasde seguridad tiempo atrás, pero no lohizo y ahora está pagando lasconsecuencias de su pereza. De supereza y también de sus buenossentimientos; le tenía apego al cuerpo devoluntarios que le habían ayudado aconseguir la reelección tras una arduacampaña contra un oponente que carecíade su trágico y global modo de ver laguerra. Y, claro, tenía que ocurrir. Lossentimientos le han traicionado y ahorauno de esos voluntarios lo quiere matar.

—Vamos, hombre —le dice a

Page 365: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Carlyle elevando el tono, con una vozque, a pesar de toda su preparación,revierte a un estridente tono juvenil alhallarse en tensión—, ¿cree que yo nocambiaría esto si pudiese? No es obramía; tenga en cuenta las complejidadesdel problema. - Y avanza razonablehacia el loco, con los brazos abiertos,para disuadirle con esa labia quesiempre le ha caracterizado; peroCarlyle, tal como ha asegurado, está másallá de cualquier golpe de efecto. Elcuchillo se mueve.

El Presidente no está muy seguro decómo llevar adelante la cosa, pero de unmodo u otro se las arregla para arrebatar

Page 366: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

el cuchillo de la mano del maníaco.Estrecha el mango sudado en su mano yhunde la hoja en el pecho de Carlyle, o,por lo menos, piensa que lo ha hecho.Pero quizás ha sido el demente que,abalanzándose sobre el cuchillo, haquerido terminar así. Sea como fuere,allí está Carlyle tendido en el suelo,delante del Presidente, perdiendo lavida a leves latidos mientras aquélcontempla las delgadas rayas rojas queestropean el suntuoso papel blanco ydorado de la sala de entrevistas. Vayaasco.

—Ya le dije —dice el Presidentecon voz triste, mirando a su oponente—,

Page 367: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

ya le dije que esto no acabaría bien. - Yhace sonar el timbre para que entren losguardias (que tienen que estar deservicio en algún lugar del vestíbulo;Carlyle no habrá podido eliminarlos atodos) y se lleven el cadáver.

Sin embargo, no aparecen.

TRESEl Presidente y Carlyle deciden quedeben matarse el uno al otro. Esto es unproblema, ya que ninguno de los dosexiste de verdad. Son meros circuitos de

Page 368: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

un gigantesco ordenador que, como biensabemos todos, se adueñó del mundo alterminar la guerra, el año 2561, y ahoraes el único factor consciente del planeta,ya que los demás fueron victimas haceya mucho tiempo de la inevitabledecadencia causada por la guerra. (Talvez quedaron algunos pocos en losprimeros tiempos de la ascensión delordenador, pero fueron eliminadosmediante otros procedimientos). Desdeel año 2561 ha pasado un período devarios centenares de miles de años —esdifícil estar seguro, y el ordenador notiene idea ni siente ningún interés por eltiempo convencional— y ahora la

Page 369: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

máquina se aburre cada vez más, dadaslas circunstancias.

En consecuencia, ha emprendido lareconstrucción en sus cintas y bancos dememoria de diversas personalidades yacontecimientos históricos que, de unaforma un tanto binaria, juega a enfrentarpara su propia diversión. Todo terminasiempre del mismo modo —es decir,con la destrucción de todas las fuerzasenfrentadas— porque el ordenadorpertenece a una casta algo mórbida ysuicida y, considerando suscircunstancias, ¿por qué no lo habría deser? Al fin y al cabo, vino al mundocomo resultado de la gran guerra y en su

Page 370: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

juventud no vio más que sufrimientos.Una y otra vez, Carlyle y el Presidentese matan uno al otro. En algunos de estosenfrentamientos lo hacen lentamente y,en otros, con prisa; en algunos seproducen contrasentidos irónicos en losque el uno muere para liberar al otrosólo para que éste muera a su vez, y asísucesivamente, pero, sin importar cuálsea la combinación, la cosa sigueadelante, lo cual no quiere decir —mirándolo desde el punto de vista másdistante de todos— que el ordenador nosea perfectamente sensato en suscálculos y que el Presidente y Carlyle nose vayan alternando en sus continuos

Page 371: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

enfrentamientos y la cosa siga de estemodo por siempre jamás. ¿Por qué no?Desde luego, ¿por qué no? ¿Acaso estono resulta tan razonable como cualquierotra cosa en la época descrita?

CUATROCarlyle y el Presidente deciden unir susfuerzas y destruir el ordenador. Éste,alerta, asimismo, como siempre, se dacuenta en seguida de que una gravereacción disociativa y la consiguienteansiedad han hecho presa de él (según

Page 372: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

las viejas cintas implantadas por losfabricantes hace muchos milenios), peronada de todo esto le hace ningún bien y,por tanto, decide ceder con la mayorelegancia posible.

Les dejará fantasear. Al fin y alcabo, son meros circuitos. Cuando hayanllevado a cabo, en apariencia, suobsesión, todo volverá a ser como anteslo era y en el futuro el ordenador serámás cauto. Sólo en el último instante, dehecho, insinúa algo más la maquinaria,pero cuando Carlyle y su jefe, ahoragráciles como medusas, deslizan sustentáculos eléctricos hacia el interior yalrededor de los fusibles; el ordenador

Page 373: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

no soporta siquiera el pensar en ello detan cautivadora que le resulta esta últimae insuperable posibilidad de entre todaslas que ofrece la guerra.

Page 374: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

LA TARJETACharles L. Grant

Jack Furrillo estaba sentado en una sillade plástico duro al pie de una cama dehospital y contemplaba a su padre,Anthony, que, inmóvil y esquelético,yacía en coma profundo. Jack observabalos tubos que le hacían respirar, leproporcionaban medicación y sustento através del brazo, largo y lleno depinchazos, y eliminaban los productosde sus evacuaciones. Después volvió lacabeza lentamente y fijó la vista en lapantalla donde aparecían los gráficos de

Page 375: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

funcionamiento del corazón, del cerebroy de la media docena de cosas que Jacknunca había pensado que existieran.

Pero Jack no estaba solo. Mientrasvelaba, las enfermeras entraban, lesaludaban con la cabeza y examinaban asu padre, le cambiaban de posición paraque no se llagara, lo lavaban para evitarcualquier infección, ajustaban laintravenosa, revisaban el material y sevolvían a marchar. No le decían nada nia él ni a su padre. Quizás esperaban queJack llevase la conversación, que leyeseen voz alta o explicase losacontecimientos diarios, o quebalbucease recuerdos queridos que

Page 376: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

pudieran provocar en el enfermo unasacudida, un gemido o una sola ymilagrosa palabra.

Jack no hacía nada de todo eso.Sólo observaba y esperaba, y, a

pesar del hecho de que no creía enningún dios ni en poderes controladoresni en una inteligencia etérea central queatendiese a sus deseos, rezó para que supadre no muriera. Entonces, no. Ninunca.

Más que ninguna otra cosa, Jackquería que su padre pasara la eternidaden aquella cama, enganchado a aquellosaparatos, con la muerte al otro lado dela puerta pero sin poder entrar.

Page 377: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Y cuando las horas de visitaterminaban, se levantaba, sedesperezaba, se aseguraba de que elenfermo no había muerto mientras él nomiraba y después salía de la habitacióncolor verde pálido hacia el corredorcolor blanco y saludaba con unmovimiento de cabeza a la enfermera deservicio. Invariablemente, ésta lesonreía cortésmente. Invariablemente,Jack le devolvía la sonrisa y salía con lademás gente, mujeres con chaquetón grisoscuro, hombres con trajes que les caíanmal, tonos nerviosos, a la vez contentospor marchar y con sensación deculpabilidad por hacerlo. Tomaba el

Page 378: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

ascensor para bajar al vestíbulo y seaguantaba todo lo posible para no correrhacia su coche.

Ésta había sido su rutina diariadurante cincuenta y nueve días, todos losdías desde que aquella serie de ochoataques, cada vez más graves, habíahecho saltar a Anthony del sillón deldespacho de su fábrica de artículoselectrónicos para caer sobre la alfombraoriental de color azul (que le habíacostado más, según decía, que lo quehabía tenido que pagar por la educaciónde Jack).

Transcurridos quince días, lasvisitas de los amigos de su padre —

Page 379: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

ramo de flores en mano y miradatemerosa de estar viéndose a sí mismos— se hicieron menos frecuentes.Después de la tercera semana, dejaronde telefonear por las noches parapreguntar por su estado; después de lacuarta, dejaron de enviar a Jack lastarjetas diciendo lo muy apenados queestaban y cuán fervientemente deseabanque Anthony no tardara en reponerse.

Dejaron de llamar porque seenteraron de la horrible verdad: que elenfermo no se recuperaría nunca. Lostubos conectados a su cuerpo nomentían. Lo que no sabían era que elviejo era un asesino impenitente y nunca

Page 380: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

castigado por la justicia.Después de cada visita, Jack

regresaba en coche a la mansión delsiglo diecinueve situada en los límitesde la ciudad. Anthony había queridotener tierras, pero no vecinos; deseabaconvertirse en un señor feudal, vivir enuna colina y mirar hacia abajo condesdén para ver a los campesinosapresurarse a cumplir sus órdenes. Notenía la colina ni tenía ningún títulonobiliario, pero tenía la tierra, la fábricay a todos los trabajadores.

También había tenido una esposa, lacual, después de 25 años, no habíaaguantado más sus intimidaciones, sus

Page 381: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

burlas y sus órdenes no del todoexplícitas de que debía mantenerse adiez pasos por detrás suyo y habíadecidido cortarse las venas en labañera. Jack, que tenía entoncesdieciocho años, la había encontrado ycon ella la nota que nunca habíaenseñado a su padre; una nota sencilla,que decía sencillamente: «Te odio».

Jack echaba de menos a su madre, apesar de sus defectos y de que no sehabía preocupado de él cuando elmuchacho necesitaba algo más quesermones para encontrar su camino através de la adolescencia. Ella se habíaentregado al alcohol para aliviar la pena

Page 382: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

de los abusos de su marido. A veces,Jack había imaginado un plan devenganza para hacer pagar a su padretodas sus maldades. Y lo peor que habíapodido imaginar era incendiar lafábrica, pero nunca había tenido valorsuficiente para hacerlo.

Cada uno de aquellos cincuenta ynueve días había abierto la gruesa puertade roble para entrar en el gran vestíbulodelantero y se había sentado a una mesade caballete colocada delante de la granventana. Fuera, podía ver el extenso yahora ligeramente descuidado prado y lalínea de nogales que lo protegían de lacarretera. Dentro, directamente delante

Page 383: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

suyo, había una pantalla de color, unteclado, un par de unidades de disco, unmodem y más de una docena de fundasde plástico que contenían otros tantosdiscos… Sin preocuparse por mirar lasetiquetas, cogía algunas y se pasaba lasdos o tres horas siguientes abatiendoseres galácticos, astronaves ybombarderos. Después cambiaba laprogramación para dedicarse a labúsqueda de monstruos y brujos, todosellos parecidos a su padre.

Cuando terminaba, se calentaba unacena congelada sin tener que levantarsede la silla. Esto le parecía más increíbleque cualquiera de los juegos y

Page 384: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

programas que había visto en su vida.Todo lo que había hecho falta parapoder hacerlo era una tarjeta y unprograma y un poco de imaginación, ycon sólo apretar una tecla podíaconectar la TV, preparar sus comidas yhacer llamadas, todo sin tenerse quepreocupar. Era maravilloso.

Más que maravilloso, erainmensamente satisfactorio, porque supadre opinaba en vida que no era naturalque se pasara todo el tiempo delante deuna pantalla de televisión, sobre todotratándose de un hombre como él, queaún no había cumplido los treinta años.Le dijo a Jack que acabaría dependiendo

Page 385: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

tanto del ordenador que se le atrofiaríanlos brazos y las piernas, y que nuncallegaría a ser capaz de hablar cara acara con otros seres humanos, porejemplo, con los empleados de lafábrica. Convenció a Kyrin, la novia deJack, de que se estaba convirtiendo enrival del ordenador, y de que Jacktendría que decidir cuál de las dos eramás importante.

Costó casi un mes, pero Jack eligióel ordenador; no permitiría a su padre nipor un minuto más que le dictase losactos de su vida.

A decir verdad, echó de menos aKyrin, pero también pensó que la

Page 386: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

muchacha se habría quedado con él sirealmente le hubiese amado; y, además,había otras mujeres y sin duda alguna deellas amaría a la máquina tanto como laamaba él. Suspiró, se echó atrás en suasiento y dirigió una mirada hacia elexterior a través de la ventana. Estabaoscuro; los cristales sólo reflejaban suimagen.

Se sentía fastidiado. Había aquellosdías algo en la casa que le dabasensación de incomodidad y le absorbíalas energías, cuando él sabía quedebería estar sintiéndose a las milmaravillas. Era como si el viejo noestuviese en el hospital sino arriba, o en

Page 387: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

su estudio, tejiendo la telaraña que Jackhabía estado luchando por romper desdeque murió su madre. Sabia que todo estoera la ansiedad de la espera, pero detodos modos le fastidiaba; y estaba apunto de decidir irse a la cama cuandopensó en echar una mirada al tablón deanuncios local por si había algúnmensaje.

Había uno, y estaba cerrado. Usó sucontraseña y esperó a que la pantallaquedase en claro, y después nuevamentecon imagen.

—Maldita sea —dijo—. ¿Quédemonios es esto?

JACK, LLAMA A TU PADRE

Page 388: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—Caray —murmuró—, esto espasarse de morbo.

Parpadeó un par de veces, despuésmarcó el código del hospital y subió elvolumen del amplificador. La centralitade recepción trasladó la llamada aCuidados Intensivos, desde donde, a suvez, fue puesto en comunicación con eldoctor Inglis.

—Hola, Jack. He estado esperandotu llamada. - La voz era calmada,profesionalmente sombría.

—Demonios —dijo Jack,adivinando el problemainstantáneamente.

—Sí, temo que sí, Jack. Hace

Page 389: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

aproximadamente quince minutos. Sucorazón se rindió. Había sufrido dañosirreparables.

—Demonios.—Fue rápido el final, así que

podemos estar agradecidos. No se sientenada en un coma así.

—Claro. - Jack había esperado quesu padre hubiese tenido que aguantar porlo menos tanto tiempo como el que habíaestado casado con su madre.

Hubo una pausa.—¿Jack?—Sigo aquí.—¿Vas a hacerte cargo de las

disposiciones?

Page 390: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—Sí —asintió él—. Mañana aprimera hora.

—Muy bien. - Otra pausa — Jack,¿crees que te encontrarás bien? Quierodecir, ¿quieres que pase por ahí y te déalgo para ayudarte a dormir?

—No —contestó él, sin vacilación—. No. Es… —buscó las palabrasadecuadas—. No es una sorpresa. Pero,de todos modos, es un golpe.

—Desde luego —dijo Inglis—. Yasé que esto no te servirá de alivio, perote acompaño en el sentimiento. Y es algosobre lo cual no debes experimentar lamenor sensación de culpa.

—Supongo que no —contestó Jack,

Page 391: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

aunque deliberadamente dubitativo. Y sedisponía a cortar cuando pensó en algomás—. A propósito, ese mensaje quedejó su enfermera… debo decir que,dadas las circunstancias, era de bastantemal gusto.

—¿Qué mensaje era ése?Jack se lo dijo.—Oh. - Jack se imaginó al orondo

personaje haciendo muecas de disgustoen su silla de cuero negro — Seguro quefue algún malentendido. Tendré unaspalabras con ella.

—Bastará con una advertencia —dijo Jack con amabilidad—. No esnecesario trastornarla. Probablemente

Page 392: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

no lo pensó bien.Inglis se mostró de acuerdo; habló

un poco más, como si sintiera que Jacknecesitaba compañía, y después colgó elaparato con la promesa de llamar al díasiguiente para comunicar cuándo seria elfuneral.

Cuando hubo colgado, Jack se pusode pie tan rápidamente que la silla sevolcó. La miró con expresión estúpida,después sonrió y corrió hacía la cocinaen busca del champaña que teníaguardado en el armario. Llenó un cubocon hielo, envolvió la botella con unatoalla y corrió escaleras arriba paradarse una ducha y ponerse después la

Page 393: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

mejor ropa que tenía. Una hora mástarde estaba paladeando una copa en elsalón, recordando y brindando a lamemoria de su madre suicidada ylanzando maldiciones contra el viejoanimadamente por haber muerto tanpronto.

—Padre —dijo—, tuviste éxitos yestuviste muy cerca de ser obscenamenterico, y no eras más que un hijo de perrade primera categoría.

Exactamente a las once y cincuentaminutos la computadora emitió un brevepitido y Jack oyó los débiles chasquidosque los cierres electrónicos produjeronal cerrarse en todas las puertas y

Page 394: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

ventanas. La mansión estaba segura.De mala gana, tuvo que dar gracias a

su padre por el sistema de seguridad.Cuando Anthony se dio cuenta de queJack se tomaba muy en serio laexploración de los límites del ordenadory después de una serie de robos yasaltos a la ciudad, sugirió al muchachoque podían hacer instalar un generadorauxiliar en el sótano y un nuevo sistemade cierres. Jack se había resistido, peroAnthony tenía muy metida la idea en lacabeza y, además, temía mucho que loscampesinos invadiesen su finca, así queno sólo cambió los cierres sino tambiénlas ventanas, a las que hizo poner triple

Page 395: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

cristal a prueba de balas y conexionesque hicieran sonar la alarma.

—Esto es el colmo —se habíaquejado Jack—. Es como vivir en uncalabozo, por mil diablos. Me iré abuscar un apartamento en la ciudad.

Anthony se había limitado a reír, ydespués preparó un cebo para retener asu hijo en la casa: una tarjeta de controlpara ordenadores que había compradotiempo atrás y con la cual había estadoexperimentando durante los últimoscuatro meses.

—Es como un pedazo de mí mismo,para que juegues —dijo, entregándoselacon un floreo—. Te servirá para no

Page 396: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

sentirte solitario.Era un convertidor analógico-

numérico, el nombre del cual nosignificó nada para él salvo saber queharía lo que él quisiera que hiciese:vigilar los cierres y encargarse de lacocina, como si se tratase de un ejércitode robots dispuestos a satisfacer suscaprichos. Jack emitió una risita, serecomendó prudencia al sentir que unligero vahído le debilitaba las piernas yse marchó a la cama, donde durmió conuna satisfacción como no había sentidoen los dos últimos meses.

Los días que siguieron fuerondemasiado agitados para poder pensar

Page 397: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

en otra cosa que no fuese poner al viejodonde le correspondía. El funeral se fijópara un día más tarde, lo relativo altestamento se resolvió con facilidad(puesto que él era el único heredero) yal cabo de una semana todo habíaterminado. Los afligidos se habíanmarchado, todos los pormenores habíansido resueltos y ahora él tendría quedecidir lo que haría a continuación.

Vender la fábrica de materialelectrónico era tentador —ciertamente,habían existido muchas ofertas— pero élno era tan tonto como para pensar quelas cuentas bancarias duraríanindefinidamente si dejaba de ingresar

Page 398: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

dinero en ellas. Puso en claro con eladministrador de su padre que, aunqueno tenía intención de presentarse en laoficina todos los días, seguíamanteniendo el control de la fábrica ytendría que ser consultado antes detomar decisiones importantes.

Hizo una sola aparición por lafábrica para vaciar su mesa. Comió enlos mejores restaurantes que pudoencontrar. Y visitó la tumba de su madrepara decirle que todo había terminado yque el malnacido de su esposo estabapor fin muerto. Concretó su intención deponerse en contacto con alguna mujerdel tablón de anuncios y, para su propio

Page 399: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

asombro, incluso logró conseguir una odos direcciones.

La vida, se dijo a si mismoanimadamente, no había hecho más queempezar. Al final de su segunda semanade libertad pasó un día entero dandovueltas en su carísimo coche nuevo yregresó a casa sintiéndose casiborracho. En el momento en que cruzabala puerta, el monitor zumbó:

JACK, LLAMA A TU PADRE—Pero, bueno… ¿qué significa…?

—murmuró; era evidente que se habíaolvidado de borrar los mensajesantiguos. Lo hizo, y lo puso en marchade nuevo.

Page 400: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

JACK, LLAMA A TU PADRE—¡Maldita sea! —cogió el disco

que registraba las llamadas, lo miró, logolpeó y lo volvió a meter en su sitio.Probó por tercera vez.

JACK, LLAMA A TU PADRE—¡Seré hijo de perra! —dijo.Regresó al estudio, se sirvió una

copa y la bebió lentamente. Cuando lahubo terminado, se sirvió otra y fue conella a la habitación delantera. Elmensaje aún estaba allí. Se encogió dehombros, se maldijo a sí mismo por nohaberse tomado el tiempo necesariopara aprender más sobre programación yllamó a varios expertos, los cuales le

Page 401: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

hicieron diversas sugerencias. Nisiquiera el cambio de discos borróaquellas cinco palabras. Antes de irse ala cama hizo unas cuantas llamadas avarios tablones de anuncios, donde dejósendas peticiones de ayuda.

A la mañana siguiente, el mensajeestaba todavía allí. Inmediatamente hizosus maletas y emprendió el viaje quehabía dicho a su médico que iba arealizar.

Planeó estar fuera sólo por un mes,pero al final de la primera semana sedio cuenta de que no había practicado niun solo juego electrónico, ni había ido aninguna sala de juegos, ni había tenido

Page 402: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

un solo sueño sobre ordenadores desdeque se había marchado de casa. Alprincipio, le aterrorizó pensar queincluso podía llegar a padecer lossíntomas de un síndrome de abstinencia;después, casi fue agradable. Ahoraestaba en el mundo hablando conforasteros, viendo películas y obras deteatro y tomando fotos con una cámaraque no había usado desde hacia años.

Se había, pensó… civilizado. Yresultaba perturbador, porque una vezmás el viejo Anthony había demostradotener razón: Jack había llegado adepender demasiado del ordenador paratodo lo que fuera diversión y estímulo.

Page 403: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Pero el viejo estaba muerto y novolvería a tener razón; y este alegrepensamiento le acompañó a cincograndes ciudades, en tres de las cualesestableció contacto con mujeres de sutablón de anuncios. Hasta el mes dediciembre no sintió la nostalgiasuficiente como para decidir regresar acasa; y fue dos días antes de la vísperade Navidad cuando cruzó la puertadelantera, dejó las maletas en el suelo ymiró el ordenador, que esperaba encimade la mesa.

El deseo de abalanzarse sobre él fuemuy intenso, pero recordó su nuevaresolución, y por lo tanto deshizo las

Page 404: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

maletas, se duchó, se preparó unacomida ligera para llenar su delicadoestómago y puso papel nuevo en laimpresora. Entonces llamó al tablón deanuncios.

JACK, LLAMA A TU PADRE—Una broma —dijo, y dejó un

mensaje abierto explicandoconcisamente que la cosa no eradivertida, que su padre estaba muerto yque agradecería mucho a los remitentesque pusieran fin a aquella travesura.

Durmió mal. Tuvo visiones de sumadre en la bañera, con el cabello grisen desorden, los ojos cerrados, loslabios mostrando una débil sonrisa y las

Page 405: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

rodillas ligeramente alzadas por encimadel agua color rosado oscuro. En elsueño, los ojos de la mujer se abrieron yésta le dijo que llamase a su padre.

Más tarde, a la mañana siguiente,Jack llamó al doctor Inglis y le preguntósi era raro que alguien se sintieraafligido cuando en realidad se alegrabade que otra persona hubiese muerto.Inglis le dijo que probablemente estabaexperimentando una sensación de culpapor el pensamiento de desear la muertede un ser humano, y que esa sensaciónde culpa pasaría pronto.

—Culpa, un cuerno —dijo él, trashaber cortado la comunicación.

Page 406: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Jugó con el ordenador, pero no leresultó divertido; intentó perderse enfantasías, pero habían perdido su sabor;buscó mensajes de las mujeres a las quehabía visitado, pero no había nada enabsoluto para él, ni siquiera una«bienvenida al hogar» o una felicitaciónnavideña. Fue al cine, pero las luces, losárboles de Navidad y los Papá Noel dela calle le deprimieron y le pusieron demal humor.

Volvió a dormir mal y pasó toda lavíspera de Navidad recorriendoalmacenes hasta que cerraron,comprándose regalos: juguetes, cartelesy ropa, pero nada que tuviera que ver

Page 407: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

con el ordenador.Poco después de las cuatro, se puso

en contacto con el tablón de anuncioslocal.

JACK, LLAMA A TU PADRE…AHORA

Se puso a andar por la casa, tocandocosas, recordando, llorando por sumadre perdida, furioso con su padredesaparecido y sintiendo pena de simismo. De camino a su cuarto, se detuvode pronto en medio de la escalera yenarcó las cejas.

—¡Claro! —exclamó.Después de todo aquel tiempo, y

quizá demasiado tarde, había

Page 408: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

comprendido el problema: odiaba alviejo, sí, pero no por lo que Anthonyhabía hecho a su esposa. Era por lo queno había hecho por su hijo. No habíasido un padre. Había trabajado todos losdías de la vida de Jack, y ni una sola vezse lo había llevado a dar un paseo o alcine; ni siquiera se había sentado acharlar con él de cosas sin importancia.Había estado demasiado ocupado en suafán por convertirse en señor de lahacienda.

La única cosa que había hechoAnthony (y la había hecho demasiadotarde) era regalar a su hijo un jugueteestúpido para añadir a su ordenador, y

Page 409: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

aun en este caso la tarjeta era algo quesólo Anthony hubiera podido dar. Unpedazo de si mismo, había dicho; másque eso, era otro vínculo.

—Malnacido —dijo, y empezó abajar los escalones de dos en dos, paradirigirse a la puerta.

Iría a ver a sus abogados y lesencargaría que vendieran la fábrica, latierra, la casa y todo lo que había en ellaa quienquiera que hiciese la primeraoferta. Se trasladaría a otra parte delpaís y empezaría de nuevo. Lo podíahacer; lo había demostrado ya. SeriaJack Furrillo, nacido por segunda vez, yesta vez con un propósito: buscar una

Page 410: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

esposa y tener un hijo; un hijo al quetrataría tal como un hijo debe sertratado. No lo malograría, sino que loamaría.

Empuñó el tirador y oyó los suaveschasquidos de los cierres de su padrepor toda la casa. Intentó hacer girar eltirador, pero la puerta se mantuvocerrada.

Jack corrió al salón y se sentó frenteal ordenador. Se frotó las palmas de lasmanos y trató de utilizar el aparato parapoder abrir la casa. No seria demasiadodifícil, saldría de allí dentro de muypoco.

Al cabo de diez minutos empezó a

Page 411: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

maldecir. Un cuarto de hora después,empezó a soltar tacos. Transcurridosveinte minutos, alargó las manos pordebajo de la mesa y lo desenchufó todo.Después cogió, la silla más cercana y laarrojó contra la ventana delantera. Laventana retembló, pero no se rompió; laspatas de la silla se desencajaron. Bajóal sótano, pero no pudo encontrarherramientas adecuadas; todo el trabajoen la casa había sido hecho por personalcontratado para ello.

Arrojó todo lo que pudo levantarcontra toda ventana que pudo alcanzar.Los cristales permanecieron intactos.

Poco después de medianoche,

Page 412: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

empapado de sudor y diciéndose a simismo que debía encontrar un modo desalir, volvió tambaleante al salón.

El monitor zumbó.JACK, ES TU PADRECuando se dejó caer en una silla y

miró cómo se aclaraba la pantalla,sintiendo que el aire de la casa era cadavez más frío y húmedo, supo que habíaestado equivocado. No era culpa niodio. Era miedo.

Tenía, y siempre había tenido, miedodel viejo; y no le costó mucho darsecuenta de que era exactamente eso loque su padre había querido. El miedo leimpediría huir, el miedo también le

Page 413: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

impediría luchar con demasiada fuerza,el miedo le haría permanecer siempreaquí, porque ni siquiera se acercaba a lofuerte que había sido su madre.

Movió la cabeza de un lado a otro.El monitor zumbó.BIEN, HIJO ¿A QUÉ VAMOS A

JUGAR?NO TE PREOCUPES SI VOY

DESPACIO.TENEMOS MUCHÍSIMO TIEMPO.

Page 414: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

UN DÍA Y UNANOCHE DEBRAHMA

Ralph Mylius

La cápsula Dessubah de simulación decombate se agitó furiosamente dentro desu canasta de suspensión de gravedadnula. Por las superficies exteriores de suestructura en forma de huevoserpentearon ásperas descargaseléctricas. Un violento torbellino decolores caleidoscópícos fluyó a travésde la envoltura de partículas ionizadas

Page 415: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

que rodeaban la máquina. Después,súbitamente, la cápsula vibró y sedetuvo, y se instaló en los brazosabiertos de su soporte de sujeción.Momentos más tarde, los sellos decierre de emergencia se rompieron,llenando la Sala Esterilizada deondulantes y mortíferas nubes de gasvenenoso. El silencio fue roto por elgrito agudo del ocupante de la cápsula.

—Eliminen el gas inmediatamente—ordenó un técnico, vestido conchaqueta blanca, desde el interior delcubículo de seguridad con paredes decristal que estaba en el centro de la SalaEsterilizada. Después se volvió hacia el

Page 416: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

uniformado oficial que estaba de pie asu lado y preguntó:

—¿Desea entrar conmigo, señor?Jacob Masters miró durante un largo

minuto la parpadeante fluorescencia delos monitores del cubículo de seguridad.Y, por fin, murmuro:

—No. Disponga del cuerpo como decostumbre, y después repare la cápsula.

—Lo que usted diga, señor.Masters miró impasiblemente cómo

el técnico se ponía una mascarillaprotectora contra el gas y salía a la SalaEsterilizada a través de la esclusa deaire. Había tenido lugar otro fallo,pensó. Otro catastrófico fallo. Y esto

Page 417: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

significaba que él tendría que reclutarotro simulador, otro individuo queocupase el lugar del que había muertoaquella mañana.

El técnico sacó el rígido y contraídocadáver, y lo depositó en el suelo, fuerade la cápsula.

—Temo que parece lo mismo queotras veces, señor —dijo, volviéndosehacia Masters—. No pudo soportar latotal integración con el ordenador. - Yseñaló las reveladoras fracturas delcráneo del cadáver.

—Muy bien. Haga limpiar este lugary esté preparado para continuar con laspruebas dentro de una semana.

Page 418: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—Si, señor.Masters alargó la mano y apretó con

firmeza el pequeño botón que hacíadescender el cubículo de seguridad através del suelo hacia el área principaldel laboratorio. «¡Integración total!»,gritó su mente mientras la SalaEsterilizada desaparecía de su vista.¿Lograría encontrar a alguien capaz deintegrarse plenamente con aquelcomplejísimo simulador de combate?Probablemente no, le contestó una vozdesde la parte de atrás de su cabeza.Pero ello no importaba realmente. Losmilitares estarían contentos mientras sepudiera probar la eficacia táctica del

Page 419: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

simulador con un enemigo «real». Noimportaba que el máximo de tiempo quecualquier individuo hubiese aguantadoen la cápsula hubiera sido tres semanas.No importaba que el programa hubieseya eliminado —no, matado— aveintitrés personas. No importaba… y,sin embargo, de una forma que cabríacalificar de desnaturalizada, a él leimportaba.

El cubículo de seguridad dio unasacudida y se detuvo.

—Jake —gritó Masters a susecretario mientras irrumpía en ellaboratorio—. Comunícame con Kellsonen el Comprob. Necesitamos otro

Page 420: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

conejito de Indias.La mortal trazadora describió un

arco a través del oscurecido cielo con elbrillo de una estrella recién nacida, ydespués descendió rápidamente hacialas grandes hojas verdes de la jungla.Momentos más tarde, Charlie Piggssoltó un gruñido de aprobación mientrasel denso muro de plantas estallaba enllamas y un grito de dolor resonabadesde detrás de la cortina viviente quehasta entonces había ocultado alenemigo.

—¡Bravo, Charlie! ¡Un impactodirecto! —exclamó Peter Bench dandouna palmada en la espalda a su amigo.

Page 421: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Después preguntó:—¿Cómo lo hiciste?Riggs levantó lentamente las manos

de los controles del juego de video,como si fuese un virtuoso que hubieseacabado de tocar en el piano una difícilpieza musical.

—Todo es cuestión de dedos —sejactó mientras se volvía hacia Bench—.Los diez dedos mágicos y esto. - Segolpeó el costado de la cabeza paraindicar que su inteligencia había sido lafuerza conductora de su pericia en eljuego con las máquinas de la sala.

—¡Asombroso! —exclamó Bench.¿Cuántas victorias van con ésta?

Page 422: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—Cuarenta y siete —contestó Riggsllanamente, como si su récord devictorias en el juego más difícil queGovcontrol había llegado a inventarcareciese totalmente de importancia.

Bench movió la cabeza de un lado aotro, maravillado.

—Vamos —dijo por fin—. Deja queinvite al campeón a un trago.

Cogió a su amigo por el brazo y tiróde él hacia la salida de la sala dejuegos.

—No puedo.Bench soltó a Riggs y le dirigió una

mirada intrigada.—Lo siento, Peter, pero he recibido

Page 423: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

órdenes de ir a ver al de la LC. Hoy esel día del mes que me toca, ya lo sabes.

Una expresión de decepción cruzó lacara de Bench.

—Sí —murmuró—. Lo podemosdejar para más tarde.

Riggs consoló a Bench exhibiendouna amplia sonrisa y alzándose dehombros.

—No tengo elección —explicó—.Si falto a una revisión más, los revisoresde libertad condicional me volverán ameter entre rejas.

Marchó apresurado hacía la salida,dejando a Bench plantado delante delvideo. Después, al llegar al portal, se

Page 424: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

detuvo y se volvió hacia su amigo.—Me podrás invitar a beber en otro

momento —gritó—. Ya volveremos avernos.

Tan pronto como pisó la acera,Riggs sintió un inmediato alivio de latensión que se había ido acumulando enel centro de su pecho. Detestaba a losparásitos, a los aduladores que siemprese le pegaban porque sabían que él erael mejor. Tenerlos a su alrededor haciamás miserable su vida… y sóloligeramente menos aburrida.«Demonios», pensó mientras recorría lacorta distancia que le separaba delMagShuttle que le conduciría al agente

Page 425: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

que controlaba su libertad condicional,«vencer en los juegos de video norequiere la menor pericia». Comparadocon lo que él había hecho con losordenadores antes de ser enviado a lacárcel, era como si ellos se hubiesenacostado con una prostituta androide.Aquello sí que había sido un auténticodesafío, algo de lo cual él se habíasentido orgulloso. También era algo queél sabía que no podría volver a hacernunca más.

Riggs metió dos monedas de plásticoen el torniquete de la estación y despuésse abrió camino hacia la línea delanterade los pasajeros que esperaban.

Page 426: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—Jódase —gruñó a una mujer gordaque quería impedirle el avance. «Y quese joda todo el mundo», añadiómentalmente para sí mismo. Ladesesperanza de su situación parecióechársele encima mientras esperaba queapareciese el MagShuttle. Recordó eldolor que había sentido cuando el juez ysu sentencia le habían cerrado para todala vida la posibilidad de poseer unordenador o de volver a trabajar conuno. Todo lo que le dejaban eran losaburridos y anticuados juegos de video,amigos atontados como Bench y unaexistencia sin salida en un mundo queavanzaba con la increíble fuerza de un

Page 427: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

constante proceso de aceleración. Si noocurría algo pronto que hiciese su vidaun poco más emocionante, Riggs sabíaque la frustración que hervía dentro suyoacabaría estallando. Y si esto ocurría,pensó mientras subía al tren, entoncesmás le valdría al mundo andarse conojo, porque se convertiría con todos losque en él habitaban en otro enemigoelectrónico simulado a aniquilar con lapericia de su muñeca.

—Bien, ¿cómo marchan las cosas?Riggs miró al funcionario durante

unos breves momentos y después hizouna mueca.

—Como la mierda es como marchan,

Page 428: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

señor Kellson. Como la mierda pura, sinadulterar.

John Kellson apoyó las manosalrededor del pequeño tintero de cristalque tenía encima del escritorio y frotólentamente con los pulgares la finasuperficie. Había esperado que Riggs semostrara de mejor humor en aquellavisita, pero pudo ver por la agriapostura defensiva de aquel muchacho decabellos rubios que esta vez no iba a serdiferente de la anterior.

—Está bien, ¿qué te pasa hoy? —preguntó con un suspiro de aburrimiento.

—Las mismas cosas de siempre —contestó Riggs—. Estoy harto a más no

Page 429: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

poder de todo; no puedo dormir, nosoporto a los idiotas que me rodean yestoy cansado de esa estúpida escuela ala que me hace ir usted. - Entornó lospárpados y acercó el rostro al deKellson. —Usted sabe lo que quiero…lo que he de hacer. ¿Por qué el tribunalno reconsidera mi caso y me deja volvera los ordenadores?

Kellson contestó con un tono de vozfrío y mesurado:

—Yo no hago las leyes, Riggs.Fuiste declarado culpable de haberforzado un banco de datos de altaseguridad. Esto significa que nunca máspodrás tocar un ordenador. En cuanto al

Page 430: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

resto de tu vida… es cosa enteramentetuya decidir lo que quieres hacer de ella.

Riggs rechinó los dientes con furor.Las palabras del agente no hicieron nadapara aliviar la presión que sentía en elinterior de su cabeza.

—¡No me salga con la misma mierdade siempre! —gritó—. Se supone queusted me ha de ayudar a reintegrarme enla sociedad. Se sup…

—¡Tómalo con calma, muchacho! —ordenó Kellson—. Ya sé que estás loco.Ya sé que la única cosa que has queridosiempre hacer es convertirte enprogramador profesional deordenadores. Pero no puedes. Y no hay

Page 431: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

más que hablar.Riggs dejó que la rabia se le

quedara en la punta de la lengua. Queríaescupir con violencia su mortificantefrustración, desembarazarse de lasemociones que lo embargaban y leenvenenaban el alma. Pero no pudo. Laexpiación de su miseria hubiera sidofútil, un ejercicio sin finalidad que no lehabría acercado más a volver a ponerlelas manos encima a un ordenador.

—¿Qué puedo hacer? —preguntófinalmente. Y la pregunta llevabaconsigo una afilada dentellada dedesesperación.

Kellson permaneció silencioso

Page 432: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

durante varios minutos y después dijo:—Buscar otra cosa. - Abrió una

pequeña carpeta marrón que habíaestado desde el primer momento en ellado derecho del escritorio — Buscar…algo como esto.

Señaló una hoja de papel de dentrode la carpeta.

Riggs giró la cabeza hacia un lado ydirigió al agente una mirada sospechosa.

—¿Qué es eso? —preguntó—. ¿Unvale para convertirme en un buentendero?

—No exactamente —sonrió Kellson—. Es un formulario de excarcelaciónque te permitirá participar en un

Page 433: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

programa de pruebas patrocinado por elgobierno.

—Magnífico —soltó Riggs—¿Significa esto que voy a tener que pasarel resto de mi vida enganchado a unacumulador de esperma federal?

—Escucha, Riggs —gritó Kellson—. No creo que haya nada que meobligue a proponerte esto. O dejas deutilizar ese vocabulario o nos olvidamosde todo, te largas de mi despacho y pormi puedes irte al infierno.

—Está bien, está bien. Seré bueno.¿De qué trata ese programa? - Riggscurvó los labios en una expresión mitadde burla y mitad de sonrisa.

Page 434: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—Es sobre simulaciones medianteordenador. De eso se trata.

Ensanchando los ojos, Riggs miró alagente con incredulidad.

—¿De qué ha dicho que trata? —preguntó vacilante, temeroso de que loque había oído no fuese lo que Kellsonhabía dicho.

—El gobierno necesita alguien paraprobar su sistema de simulación decombate. Yo pensé que tal vez tegustaría intentarlo.

Súbitamente, en la parte de atrás delcuello de Riggs se formó un nudo sólidode excitación que después descendió porel centro de su espina dorsal.

Page 435: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—Pero… pero… yo pensaba queusted había dicho que yo no podríatrabajar con ordenadores. Yo pensaba…

—No vas a tener acceso a lasmáquinas —le interrumpió Kellson—.Sólo serás sometido a ellas. Lo que senecesita es tu mente para controlar lasimulación. Si te interesa, el director delproyecto te podrá explicar todos losdetalles. ¿Quieres hacerlo?

Riggs se sintió de repente como elcondenado a la horca que, al pie delcadalso, acaba de recibir un indulto deúltima hora. Con la oferta de Kellson, susueño de trabajar de nuevo conordenadores había renacido

Page 436: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

instantáneamente de entre los escombroscausados por las estupideces infantilesrealizadas por el chiquillo que habíasido. Ni siquiera pensó que el empleocon el simulador no le devolvíacompletamente la libertad; sólo le dabaun nuevo comienzo, un punto de partidapara las nuevas oportunidades quepodrían llegar.

—¿Cuándo empiezo? —preguntó porfin, en un tono de renovadaautoseguridad.

—Concertaré una entrevista con eldirector del proyecto para mañana porla mañana.

—Gracias, señor Kellson —dijo

Page 437: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Riggs, con sinceridad—. Muchasgracias.

—Es un placer, Riggs —contestó elagente—. Habría hecho lo mismo porcualquiera de los que están en tusituación.

El edificio que albergaba laDirección General de Estudios deBiomnemotecnia tenía el típico aspectofuncional propio de todos los parquesindustriales: unos cimientos de materialplástico que soportaban paredes dematerial plástico, que sostenían a su vezun techo de material plástico. Se habíaconvertido en el estilo arquitectónicodistintivo de la última revolución del

Page 438: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

silicio, pensó Riggs. Y era feo. Pero a élno le importaba el aspecto que tenía eledificio. Era un lugar que mantenía lapromesa de que podría alcanzar suobjetivo: trabajar con aparatosultramodernos de tratamiento de datos.

Riggs subió apresuradamente elcorto número de escalones hacia laentrada de la oficina de su nuevo jefe.

—Por una nueva vida —dijo en vozbaja mientras hacia una pausa antes depasar al interior—. Y porque hayaquedado atrás este período de desánimo.- Tomó una profunda bocanada de airefresco y empujó con aplomo la puerta deentrada.

Page 439: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—¿Puedo servirle en algo? —preguntó una joven de cabello oscuro tanpronto como Riggs entró en la recepcióndel edificio. Estaba sentada tras suescritorio gris de metal y dirigió unamirada inquisitiva al muchacho.

—Sí, por favor —contestó él,inmediatamente—. Mi nombre es Riggs,y vengo a ver al doctor Masters. -Sonrió y añadió —mi cita era para lasdiez en punto.

La mujer no dijo nada. Bajó lacabeza y se puso a hojear sin prisa unalibreta de notas negra que estaba en elcentro del escritorio. Cuando encontróla página que había estado buscando, se

Page 440: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

volvió en su asiento y apretó un botón dela centralita telefónica instalada en lapared que tenía detrás.

—¿Doctor Masters? —inquiriócuando contestaron al otro extremo de lalínea—. Doctor, tengo aquí a ciertoseñor… —volvió los ojos hacia Riggs.

—Riggs, Charlie Riggs.—Tengo aquí al señor Charlie

Riggs, que viene a verle a usted —continuó la mujer. Quedó en silenciodurante unos segundos y después apretóotro botón de la centralita.

—Sírvase sentarse, señor Riggs —anunció cuando se hubo vuelto hacia elmuchacho—. El doctor Masters saldrá

Page 441: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

dentro de unos momentos.—Gracias. - Riggs cogió una silla

de cerca del escritorio de la mujer, peroantes de que tuviese oportunidad desentarse, un hombre alto, de cutisrugoso, salió a través de un par depuertas giratorias que había en unextremo de la recepción y avanzó haciaél.

—Soy el doctor Jacob Masters —dijo el hombre mientras tendía la mano—. Y usted debe de ser el señor Riggs.Habíamos perdido la esperanza de verlehoy.

Riggs estrechó la mano del doctor ydespués dijo:

Page 442: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—Perdóneme, señor. Se me hizotarde, y…

—No tiene importancia —leinterrumpió Masters—. No nos hacausado ningún trastorno.

Riggs dejó escapar un silenciososuspiro de alivio. Hubiera sido estúpidofallar el primer día, pero una huelga enlas líneas del MagShuttle habíaretrasado su llegada en más de cuarentay cinco minutos.

—Gracias, señor —dijo,reconocido.

Masters se volvió hacia la mujer delescritorio.

—Maggie —dijo—, tenga la bondad

Page 443: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

de registrar al señor Riggs bajo miresponsabilidad. Me haré cargo decualquier desperfecto que pueda hacer. -Se rió un poco y después se volvió hacíaRiggs —¿vamos a ello?— dijo, yavanzó hacía la doble puerta.

—Sí, señor —contestó Riggs.—Entonces, sígame. - Masters

precedió a Riggs a través de las puertasy hacia una gran habitaciónbrillantemente iluminada — Esto es ellaboratorio principal —anunció una vezhubieron entrado.

Riggs no podía creer lo que estabaviendo. La sala parecía algo salido de lafantasía de un científico. Tenía diez

Page 444: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

metros de longitud por diez de anchura,y las paredes aproximadamente lamisma altura. Todo el interior estabapintado de color blanco mate, severo; yen el centro de la sala, una enormecolumna cilíndrica se alzaba hasta eltecho. A lo largo de una de las paredes,en diversas hileras de estanterías, habíaun despliegue increíble de aparatoselectrónicos.

—Cielo santo —murmuró Riggsentre dientes, mientras avanzaba hacia lacornucopia de aparatos registradores dedatos—. Deben ustedes de tener líneadirecta con los principales bancos dedatos del gobierno.

Page 445: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—Digamos que tengo mis propiosrecursos —dijo Masters, sonriendo.

—Yo diría que sí —repuso Riggs,alargando la mano y tocando unapequeña caja amarilla con el dedoíndice—. Esto es una ampliadora deimágenes Stilweld. Yo pensaba que sólohabía unas pocas, distribuidas entrealgunos laboratorios de investigación dealta seguridad.

—Así es, en efecto.Riggs echó una mirada rápida a

Masters y después apartó lentamente eldedo de la ampliadora. Una extrañasensación de incomodidad ensombrecióde pronto su todavía boyante optimismo

Page 446: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

acerca del nuevo empleo y envió unestremecimiento a lo largo de sucolumna vertebral, para luegodesaparecer rápidamente.

—¿Cuál es exactamente el trabajoque he de hacer aquí? —pregunto.

—Hemos de subir arriba parapoderle contestar a eso —dijo Masters—. A la Sala Esterilizada. - Señaló laColumna del centro de la habitación yañadió —tomaremos el cubículo deseguridad. Es un medio más rápido.

Riggs siguió al doctor hacia elcubículo. Ninguno de los dos dijo nadamientras el aparato con paredes decristal efectuaba el corto viaje hacia la

Page 447: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Sala Esterilizada. Después se detuvosuavemente.

—Es aquí —dijo Masters, tras unosbreves momentos de silencio—. El sitiodonde trabajará usted.

Riggs echó una mirada a la sala.Tenía el mismo aspecto que ellaboratorio de abajo, pero era máspequeña y estaba desprovista deaparatos. A un lado, a unos tres metrosde la esclusa neumática del cubículo deseguridad, había un gran artefacto enforma de huevo. Descansaba sobre unsoporte de metal pulido, formado porcuatro brazos que parecían enormesvainas vegetales vueltas del revés.

Page 448: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—¿Qué es eso? —preguntó por finmientras se movía hacia el huevo.

—Eso, señor Riggs, es el simuladorde combate. Si las cosas marchan bien,pasará usted una buena temporada en suinterior. - Sonrió mirando al muchacho yle dio unas palmadas paternales en laespalda — ¿Le gustaría echar unamirada?

Otra punzada de inseguridadrecorrió la espina dorsal de Riggs, perose zafó de ella rápidamente.

—Desde luego —contestó confirmeza, tratando de impedir que su vozdenunciase aquel nerviosismoirracional.

Page 449: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—Bien. Póngase uno de ésos. -Masters agarró el asa de una pequeñaplancha que se recortaba sobre el suelodel cubículo y tiró de ella. La tapa seabrió y reveló un compartimento dondehabía una pila de monos de trabajocuidadosamente doblados — Tenga —dijo el doctor mientras entregaba uno aRiggs — No queremos que entrengérmenes en la Sala Esterilizada.

Riggs se puso rápidamente el monopor encima de su ropa de calle y secolocó la mascarilla que la prendallevaba adosada.

—Preparado —anunció, con vozamortiguada.

Page 450: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Masters hizo una señal con el pulgarhacia arriba, después de haberseajustado su propia mascarilla; acontinuación empujó los faldellines degoma que cubrían la esclusa neumáticadel cubículo y salió a la SalaEsterilizada.

Riggs siguió al doctor y se situó a sulado, frente al simulador.

—Lo llamamos cápsula Dessubah desimulación de combate —explicóMasters—. Lleva el nombre de suinventor, el doctor Charles H. Dessubah.- Rodeó lentamente la cápsula y sedetuvo ante una pequeña escotillaabierta. —Adelante, Riggs. Meta la

Page 451: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

cabeza y eche una buena mirada.Riggs se quedó inmóvil durante un

momento, y después, de modo vacilante,obedeció a la invitación del doctor. Elinterior de la cápsula no era tancomplicado como él había pensado quesería. Nada del laberinto deinstrumentos y cables que él habíaesperado; el centro de control delsimulador consistía en un circuitomultiplex de entrada y salida de datos,instalado en el mamparo situado frente aun asiento acolchado y reclinado.Evidentemente, todas las piezas quemovían la cápsula estaban situadas enotro lugar, pensó Riggs mientras sacaba

Page 452: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

la cabeza fuera del simulador. Pero,entonces, ¿qué necesidad había de unmecanismo tan elaborado sólo paraalojar al tripulante?

—Bien, ¿qué le parece? —preguntóMasters.

—¿Cómo funciona?—En realidad, es un concepto

sencillo. Se basa en la idea de que unser humano puede responder a cambiosde situaciones tácticas más aprisa de loque lo haría un ordenador por si solo.Sometemos al sujeto a una ambientacióntotal… - Masters hizo una pausa ydespués dijo — Si ha visto bastante,podríamos quitarnos los monos mientras

Page 453: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

le voy explicando el resto de nuestrosistema.

Riggs asintió con un movimiento decabeza y siguió al doctor de nuevo haciael cubículo de seguridad.

—Como le estaba diciendo,sometemos al sujeto a una ambientacióntotal mediante un sistema que leproporciona nutrición, oxigeno yestímulos cotidianos normales. Todoesto se le suministra a través de un tuboque, a modo de cordón umbilical, llegahasta el simulador desde el laboratorio.- Masters se interrumpió y miró a Riggs

—¿Ha comprendido lo que le heexplicado hasta ahora.

Page 454: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—Creo que sí.—Bien, le encontrará más sentido

una vez haya tenido oportunidad de leerel manual que le proporcionaremos.

Masters dirigió al muchacho unasonrisa tranquilizadora y despuéscontinuó con la descripción delsimulador.

—Todo se le suministra a través deesta especie de cordón umbilical,incluidos los datos sobre el combatedurante una práctica real contra losmuchachos de la academia militar.

—¿Entonces, yo seré el enemigo? —preguntó Riggs—. ¿Tendré queenfrentarme a verdaderos oficiales de

Page 455: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

las fuerzas armadas?—En efecto. Éste es el propósito de

todo el proyecto. ¿Le hace sentirsenervioso?

—No —mintió Riggs—. No, entanto que yo tenga una posibilidad deluchar.

Masters apretó un botón para activarel descenso del cubículo de seguridadhacia el laboratorio.

—No se preocupe por esto —dijo,mientras el compartimento se ponía enmovimiento—. Nosotros cuidaremos deusted desde abajo.

Mientras el huevo de simulación decombate desaparecía de su campo

Page 456: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

visual, Riggs volvió a sentir elcosquilleo de su anterior intranquilidad.Pero esta vez duró más y le afectó másintensamente. ¿Podía ser que Kellson lehubiera engañado? ¿Había en aqueltrabajo más peligro del que Mastersestaba dispuesto a admitir? Laspreguntas se acumularon en su mente y leinstaron a hacer algo en defensa de suarruinada vida.

—Más vale —dijo por fin. No habíausado un tono de voz airado desde suentrevista con Kellson.

—Se le llama el efecto del día y lanoche de Brahma —explicó Masters—.Cuando uno está dentro del simulador,

Page 457: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

todas las funciones normales del cuerpole son reducidas a un nivel tan bajo quepodemos alargar la vida del sujetoindefinidamente: durante un día y unanoche de Brahma.

El general de brigada Green frunciólos labios.

—Refresque mi memoria, doctor —dijo—. ¿Cuánto tiempo es ése?

—Pues, según la religión india,señor, son más o menos ocho milmillones de años. Desde luego, nosotrosno esperamos poder mantener vivo a unhombre durante tanto tiempo, pero…

—Pero lo están intentando —interrumpió Green. Miró a Masters con

Page 458: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

expresión escéptica en el rostro—: ¿Quéle hace pensar que el tipo que tienenahora encerrado ahí durará más quecualquiera de los que le han precedido?

Masters se aclaró la garganta ydespués contestó:

—Hemos hecho algunasmodificaciones importantes en la formaen que el sujeto accederá a losordenadores.

—¿Por ejemplo? —preguntó elgeneral impacientemente.

—Las conexiones —dijo Masters—.En vez de usar conductores eléctricosconvencionales para unir el cerebro conel sistema, hemos pasado a utilizar un

Page 459: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

proceso completamente biológico. Seusará una solución de electrolitohípersaturado para llevar las respuestasneurales del sujeto a los ordenadores yviceversa. Esperamos que esto eliminetotalmente el problema de larealimentación.

—Y que pare también la matanza —añadió Green.

—Si, señor.El general miró la cápsula de

simulación y después volvió la vistahacia el doctor.

—Está bien —dijo, con un suspiro—. Autorizaré otra prueba. Dios sabecuánto me ha presionado el comandante

Page 460: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

de la academia para que deje que suscandidatos a oficiales tengan una nuevaoportunidad de practicar verdaderosjuegos de guerra.

Masters sonrió y estrechó la manode Green.

—Muchas gracias, general. Leprometo que esta vez tendremos éxito.

—Sí… —murmuró Green—. Peroantes de marchar, quisiera saber unacosa.

—¿Qué cosa, señor?—¿Cómo encuentran a estos

valerosos hombres que voluntariamentesacrifican el resto de su vida a esteproyecto?

Page 461: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Masters hizo una pausa, y despuéscontestó:

—No es demasiado difícil. Sólo seha de saber dónde hay que ir a buscar.

—Señor Riggs, comenzaremosdentro de cinco minutos.

La voz suave, incorpórea, parecióflotar en la mente de Riggs como una tirade corchos de colores fluctuando a lolargo del río canalizado que, de algúnmodo, conectaba su conciencia con elmundo exterior. No oyó realmente laspalabras tanto como las sintió. Y, sinninguna sensación de esfuerzo, sucerebro formó inmediatamente unarespuesta. «Mensaje recibido y

Page 462: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

comprendido», susurró su tejidocerebral. Después, todo cuanto lerodeaba se hizo oscuro, caliente y muy,muy confortable.

—Inserte la cuenta atrás en supantalla —ordenó Masters. Estaba depie delante de un gran tablero de mandoslleno de relampagueantes pantallas devideo y con las manos colocadasdelicadamente encima de un tecladocentral.

—¡Insertada! —contestó un técnico.El doctor mantuvo los ojos fijos en

la pantalla central de su tablero demandos hasta que un breve mensajeconfirmó la inserción.

Page 463: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—Muy bien, caballeros —anunció,mientras volvía su atención hacia elteclado—. Daremos comienzo a lasoperaciones exactamente dentro desesenta segundos.

—Sesenta segundos, señor Riggs —dijeron los corchos de colores.

Riggs sintió que dentro suyo seformaba una extraña tensión. Pero estatensión no le estrangulaba los músculosdel pecho como había hecho el tipo detensión que había experimentado antes.No le laceraba la mente ni le retorcíalos nervios ni le hacía temer el futuro.Al contrario, aquella extraña sensaciónpulía la superficie de su conciencia y la

Page 464: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

hacía centellear con miles de facetasbrillantes y reflectoras. De pronto, todaslas reservas de intelecto que él sabíaque se ocultaban en las profundidadesde su cerebro se abrieron e inundaron suconciencia.

—Treinta segundos, señor Riggs.El corazón le latió furiosamente ante

la proximidad de su primera simulaciónde combate.

—Veinte segundos.Se le aceleró la respiración.—Diez segundos.Todo su ser adquirió vida para la

embestida final hacia lo desconocido.—Cinco… cuatro… tres…

Page 465: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—¡Estamos en línea! —gritó eltécnico.

Jacob Masters contuvo el alientodurante un breve instante.

—Que funcione, que funcione, quefuncione —dijo en voz baja para si—.Por favor, por el bien del proyecto, quefuncione esta vez.

La cápsula Dessubah de simulaciónde combate saltó fuera de su soportecomo un animal enorme atacando aalguna presa invisible. Arrastrandocomo una cola el cordón umbilical, elsimulador se alzó tres metros en el aireinmóvil de la Sala Esterilizada ydespués se detuvo en seco. Momentos

Page 466: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

más tarde, inició un rapidísimomovimiento giratorio alrededor de sueje central. Unos potentes ychisporroteantes rayos de fuegoeléctrico brotaron de lo alto de lacápsula y recorrieron su fino exterior.La energía recién liberada se extendiósobre el revestimiento del simulador,formando un espeso envoltorio protectorde gas caliente ionizado. Después, casitan aprisa como se había puesto enmovimiento, el aparato se instaló enposición en lo alto de su plataformatransparente de fuerza magnética,convertido en un huso achatado de luzbrillante y multicolor que giraba

Page 467: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

rápidamente, sostenido por algunapoderosa mano invisible.

Riggs, instintivamente, se resistió alinesperado movimiento del simulador.Después, del mismo modo inesperado,se entregó totalmente a la voluntad delaparato. Pareció como la cosa másnatural que se había de hacer, como si ély la cápsula se hubiesen convertidoinstantáneamente en una entidad única:un hombre-máquina.

Tan pronto como los bruscosmovimientos del simulador seinterrumpieron, sintió la hilera decorchos que súbitamente se introducíaen su cabeza. Le lavaron la mente y

Page 468: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

taparon las grietas que había en sucomprensión del funcionamiento de lacápsula. Se deslizaron a través de todosu ser, encontrando dentro suyo lugaresque él nunca había sospechado queexistieran. Esto le llevó a una totalcomprensión de lo que se esperaba quehiciera durante la simulación decombate. Y revelaron el verdaderomotivo de su elección para elexperimento. «Los cabrones —pensó—,los muy cabrones». Entonces, el entornointerior de la cápsula cambió.

Masters acerco a sus labios elmicrófono del pequeño transmisor-receptor.

Page 469: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—Sí, general —dijo—. La señalpara la primera simulación acaba deentrar en la cápsula.

—Excelente —contestó entreparásitos atmosféricos la voz de Green—. Avísenme inmediatamente si surgealgún problema.

—Sí, señor. - Masters desconectó elaparato de comunicación y después mirólas pantallas de vídeo de su tablero demandos. Los canales de entradaprocedentes de la academia militartrazaron su inconfundible señal a travésde tres de sus doce monitores. Los otrosnueve centellearon con diversosmensajes, de los que Masters pudo

Page 470: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

inferir que todo dentro del simuladorestaba conforme con los parámetrospredeterminados del programa. «Demomento, bien», pensó él mientras sepermitía una leve sonrisa de orgullo porla eficacia que demostraba el nuevosistema. «De momento…».

Una súbita alteración en la forma delas ondas de una de las pantallas deentrada de la academia pulverizó lospensamientos de autofelicitación deldoctor. La onda había cambiado suforma normal de proporcionesconstantes para mostrar una líneaerrática y escarpada.

—¿Qué demonios pasa con la línea

Page 471: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

dos? —gritó a su ayudante.Después de comprobar sus

instrumentos, el técnico se volvió haciaMasters y dijo:

—Mis lecturas indican que todofunciona normal.

El doctor contempló la línea dentadadurante un prolongado instante. «Esto notiene sentido», pensó. Los instrumentosdel técnico habían sido conectados alsistema antes de que él conectara lossuyos. Aquello podía significar que laextraña señal debería haber sidocaptada…

Un exceso de corriente hizodisminuir la intensidad de las luces del

Page 472: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

laboratorio. Cuando volvieron a lanormalidad, los ojos del doctor sehabían ensanchado de miedo. Los otrosdos canales de entrada de la academiahabían cambiado también y mostraban laextraña línea mellada. Masters se diocuenta de que las líneas melladas sólopodían tener una procedencia: tenían quesalir del interior de la cápsula, ¡teníanque salir del cerebro de Charlie Riggs!

La reja de fósforo verdetridimensional se materializó alrededorde Riggs en menos de un nanosegundo.Una esfera hecha de miles de líneasentrecruzadas lo envolviócompletamente y brilló con un

Page 473: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

resplandor que él encontró más real quetodo lo que había experimentado antes.Entonces, mientras examinabalentamente el interior de la coberturagenerada por el ordenador, un extrañoruido le asaltó el oído.

«¡Skepk-skepk-skepk!», el extrañoruido resonó dentro de su cabeza.

De pronto, cinco recuadros de lareja estallaron en un chorro de llamaamarilla. Una fracción de segundo mástarde, un estrecho rayo de luz blancapasó junto a su mejilla y chocó contra lapared de la esfera, detrás suyo.

«¡Calor!» grito su mente. Después,el fluido río de conocimiento dijo:

Page 474: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

«Arma de partículas-coordenadas 23-12ha fallado».

El miedo, junto con una pérdida deconfianza que le destrozaba los nervios,corrió a través del cerebro de Riggs. Lasimulación de combate había empezadoy él se sentía totalmente falto depreparación para enfrentarse al desafíode su invisible oponente.

«¡Skepk-skepk-skepk!». El sonidode la muerte que se acercaba llegó denuevo.

Riggs giró en el interior de la reja,buscando el lugar de donde surgiría elrayo de partículas. «¡Por favor, ayuda!»,rogó su mente. Casi tan pronto como el

Page 475: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

grito de petición de ayuda se huboformado, una oleada de valiosos datosirrumpió en su conciencia.

«Usa tu arma fundamental», le indicóel río de conocimientos. «Usa tuinteligencia superior».

Durante un instante, Riggs nocomprendió lo que quería decir elordenador. Después, en una revelacióninstantánea, comprendió que suinteligencia emparejada con el CPU delsimulador formaban una combinación ala que seria imposible derrotar.«Obstruye el canal dos», decidió sumente. Otra sección de la rejarelampagueó con fuego amarillo, pero el

Page 476: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

letal chorro de luz blanca no pasó através de la protección.

«Ahora, obstruye los canales uno ytres», le ordenaron sus pensamientos,más confiadamente. La integración de supoder mental con el del ordenadorparecía progresar a un ritmo cada vezmayor. Con ello llegó a unacomprensión más profunda del sistemaDessubah y luego a la delfuncionamiento de los mecanismos quehacían operar a la cápsula.

Una intensa lluvia de puntosamarillos brillantes estalló sobre lasuperficie de la esfera, pero los rayos noirrumpieron en su interior. Riggs

Page 477: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

contempló los puntos y se preguntó siseria posible devolver el fuego a suadversario.

«Sí», contestó la parte electrónicade su cerebro. «Pero primero hemos deconsolidar nuestras defensas».

Con la misma facilidad con quehabría podido arrancar manzanas de unárbol, Riggs recurría a su amplíamemoria y aseguraba cada una de lasfunciones vulnerables del sistema.Primero, selló la Sala Esterilizada y lallenó de gas tóxico. Después, en rápidasucesión, inutilizó los controlesexteriores de la cápsula y las máquinasde creación de entorno. Por fin,

Page 478: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

desconectó todos los controles dellaboratorio de abajo.

«Ahora les demostraré lo que puedehacer un auténtico practicante dejuegos», pensó mientras volvía a ponersu atención en la reja. Después, con unamplio movimiento de su mano mental,disparó un enorme chorro de energíacontra su enemigo.

—¡Maldita sea, tiene que parar esoen seguida! —la voz del general Greenchocó contra las paredes del laboratorio—. ¿Me oye, Masters? ¡Que lo pare!

El doctor dejó que el sonido de lasenfurecidas palabras del general semezclaran con la miríada de

Page 479: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

pensamientos que llenaban supreocupada mente.

—No puedo —dijo por fin—. Esdemasiado tarde.

—¿Qué quiere decir con eso dedemasiado tarde? ¡El idiota que estádentro de la cápsula ha incineradocompletamente la academia militar!¡Haga algo!

Masters suspiro.—Riggs se ha hecho con el mando

del ordenador y de los mecanismos quele proporcionan oxigeno y nutrición. Nopodemos intervenir, porque ha levantadouna barrera defensiva alrededor de lacápsula. Incluso ha inundado la Sala

Page 480: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Esterilizada de gas venenoso.—¿Y no podríamos cortar la

corriente de todo el edificio? —sugirióGreen.

—También es demasiado tarde paraesto —contestó Masters, fatigadamente.

El general dio pasos de un lado aotro durante varios segundos; despuésvolvió a hablar con Masters.

—¿Qué podemos hacer, entonces?—Nada —contestó el doctor en voz

baja—. Nada, excepto esperar.—¿Esperar a qué?Masters miró directamente a los ojos

de Green, pero no lo vio.—Tendremos que esperar —dijo—

Page 481: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

hasta que transcurran un día y una nochede Brahma.

Page 482: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

EL HOMBREESQUEMÁTICO

Frederick Pohl

Sé que no soy un hombre divertido, perono me gusta que lo sepa la demás gente.

Suelo hacer lo que hacen otraspersonas sin demasiado sentido delhumor: hago chistes.

Si quiero presentarme a la personaque tengo al lado en una junta defacultad, probablemente digo:«Bederkind para servirle, jugar conordenadores y divertirle».

Nadie se ríe mucho. Como todos mis

Page 483: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

chistes, éste hay que explicarlo.La parte cómica es que fue a través

de la teoría del juego que me interesépor primera vez en los ordenadores y enla construcción de modelosmatemáticos.

A veces, cuando lo explico, digo quelas matemáticas me han dado la únicaoportunidad que he tenido jamás detratar con modelos.

Esto consigue arrancar algunasonrisa, de todos modos. Y sé muy bienpor qué: aunque no pueda decirse quesea un juego de palabras muy ingenioso,es evidente que tiene algo que ver con elsexo, y siempre que alguien hace algún

Page 484: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

comentario gracioso sobre dicho tema,todos acabamos sonriendo por puroreflejo.

Debería explicarles qué es unmodelo matemático, ¿verdad? Muy bien.Es sencillo. Es una especie de retrato dealguien hecho con números. Su uso sedebe a que es más fácil hacer mover losnúmeros que hacer mover las cosasreales.

Supongamos que quiero saber qué vaa hacer el planeta Marte en los próximosaños. Pues, tomo todo lo que sé sobreMarte y lo convierto en números: unnúmero para su velocidad en órbita, otronúmero para señalar cuánto pesa, otro

Page 485: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

para indicar cuántas millas tiene dediámetro, otro para expresar con quéfuerza el Sol lo atrae, y así todo lodemás. Después le digo al ordenadorque esto es todo lo que necesita sabersobre Marte, y continúoproporcionándole cifras similares sobrela Tierra, Venus, Júpiter y el mismo Sol,y sobre todos los demás pedazos demateria que flotan en el espacio vecino yque yo pienso que pueden influir dealgún modo en Marte.

Después le enseño al ordenadoralgunas leyes sencillas acerca de laforma en que el conjunto de cifras querepresentan a… Júpiter, digamos,

Page 486: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

afectan a las cifras que representan aMarte: la ley de los cuadrados inversos,algunas leyes sobre mecánica de loscuerpos celestes, unas pocascorrecciones relativistas y… bueno, enrealidad hay muchas cosas que elordenador necesita saber. Pero no másde las que yo le puedo decir.

Cuando he hecho todo esto —noexactamente en inglés sino en un tipo delenguaje que él sabe cómo manejar— elordenador tiene almacenado en suinterior un modelo matemático de Marte.Entonces hará girar el Marte matemáticoa través del espacio matemático hastacompletar tantas órbitas como yo quiera.

Page 487: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Le digo: «18 de junio de 1997 -24.00 hora media de Greenwich», y elordenador… pues… bueno, supongo quela palabra adecuada es «imagina» dóndeestará Marte en relación con el Questardel patio trasero de mi casa, a lamedianoche, según la hora deGreenwich, del día 18 de junio de 1997,y él me dice hacia dónde he de apuntarel telescopio.

No es el Marte real con quien juegael ordenador, sino con un modelomatemático, ¿comprenden? Pero paraque yo pueda saber hacia dónde apuntarmi pequeño telescopio, el ordenadorhace todo lo que el «verdadero Marte»

Page 488: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

haría, sólo que mucho más aprisa. No hede esperar el año 1997; lo puedoresolver en cinco minutos.

No son sólo los datos sobre planetaslos que en forma matemática se puedenalmacenar en los bancos de memoria deun ordenador.

Tomemos, por ejemplo, a mi amigoSchmuel. El también tiene un chisteparticular, y ese chiste es que fabricaveinte bebés al día en su ordenador. Loque quiere él decir con esto es que,después de seis años de intentarlo, porfin ha conseguido encontrar los númerosque describen el desarrollo de un bebéhumano en el útero de su madre, desde

Page 489: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

la concepción hasta el nacimiento. Elobjetivo de esto es que entonces resultacomparativamente fácil encontrar losnúmeros que representan una serie decosas que les ocurren a los bebés antesde nacer.

Mamá está alta de presiónsanguínea. Mamá fuma tres paquetes decigarrillos al día. Mamá tiene laescarlatina o recibe una patada en labarriga. Mamá sigue haciendo eso conpapá todas las noches, hasta que lalleven en camilla a la sala de partos. Yasí sucesivamente. Y el objetivo de estoes que de esta forma, Schmuel puede veralgunas de las cosas que al ocurrir hacen

Page 490: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

que algunos bebés nazcan retrasados, ociegos, o con retrolentol fibroplasia oincapacidad para beber leche de vaca.Es mucho más fácil que sacrificar a unamultitud de mujeres embarazadas yabrirles el vientre para ver.

Muy bien, no queréis que os digamás sobre modelos matemáticos, porque¿qué demonios os importan a vosotroslos modelos matemáticos? Me alegro deque lo hayáis dicho. Recapacitaddurante unos momentos. Por ejemplo,suponed que anoche estuvisteis mirandoreposiciones de películas y visteis aCarole Lombard o quizás a MarilynMonroe con aquellas preciosas falditas

Page 491: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

ondeando sobre sus bonitos muslos. Doypor supuesto que sabéis que esas damasestán muertas. También doy porsupuesto que vuestras glándulasreaccionaron ante esos productos deltubo de rayos catódicos igual que si setratara de mujeres de carne y hueso. Y,por lo tanto, quienes hicieron quevuestro pulso se acelerase fueron losmodelos matemáticos, porque cada unade esas famosas muchachas, en cada unade sus poses y sonrisas, no eran nadamás que un número de varios miles dedígitos, expresados por una mancha deluz en un tubo de fósforo. Con algunosnúmeros añadidos para expresar el tipo

Page 492: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

de frecuencias de sus voces. Nada más.Y el detalle, la gracia de esto está en

que un modelo matemático no sólorepresenta la cosa real, sino que a veceses tan bueno como la cosa real. Quierodecir, ¿creéis realmente que si hubieraisvisto a Marilyn o a Carole en persona,iluminadas por toda una batería defocos, os habrían producido el mismoefecto que os produjo verlas gracias a lalluvia de electrones que permitía suaparición en la pantalla?

Yo también estuve mirando unanoche una película de Marilyn. Y pensétodas esas cosas; y así, pasé la semanasiguiente preparando una solicitud de

Page 493: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

crédito a un banco, y cuando me fueconcedido, me tomé una excedencia yempecé a convertirme a mí mismo enmodelo matemático. Realmente, no estan duro como parece. Atrevido, sí. Peroduro no.

No quiero explicar qué son losprogramas como FORTRAN ySIMSCRIPT y SIR, así que sólo diré loque decimos todos: son lenguajesmediante los cuales la gente se puedecomunicar con las máquinas. Más omenos. Yo he tenido que aprender ahablar FORTRAN bastante bien paradecirle a la máquina todo lo referente ami mismo. Hicieron falta cinco

Page 494: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

estudiantes graduados y diez meses paraelaborar el programa que hizo posibleesto, pero no es mucho. Costó másenseñar a un ordenador a jugar a lasquinielas. Después de eso, sólo eracuestión de almacenarme a mí mismo enla máquina.

Ésta es la parte que Schmuel me dijoque era atrevida. Como todo el mundocon bastante antigüedad en midepartamento, tengo un ordenador deacceso remoto en mi… bueno, yo lollamo mi «cuarto de jugar». Una vezcelebré una fiesta allí, antes de comprarla casa, cuando yo aún pensaba que meiba a casar. Schmuel me sorprendió una

Page 495: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

noche entrando allí para pasar amáquina mi historial médico, desde laedad de cuatro a la de catorce años.

—Eh —dijo—, ¿qué te hace pensarque mereces ser embalsamado en un7094?

—Hazme un poco de café y déjameen paz hasta que haya acabado —lecontesté—. ¿Puedo usar tu programasobre las secuelas de las paperas?

—Psicosis paranoide —dijo él—.Se produce más o menos a la edad decuarenta y dos años.

Pero me preparó los códigos, y, porlo tanto, me dio acceso a sus programas.Terminé y dije:

Page 496: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—Gracias por el programa, perohaces un café repelente.

—Y tú haces unos chistesrepelentes. Piensas realmente que vas aestar tú en el programa. ¡Confiesa!

Para entonces yo tenía ya la mayorparte de los aspectos psicológico yambiental en las cintas, y me sentía bien.

—¿Qué es «yo»? —pregunté—. Sieso habla como yo, piensa como yo,recuerda lo que yo recuerdo y hace loque yo haría… ¿quién es? ¿El presidenteEisenhower?

—Eisenhower existió hace años,atontado.

—La pregunta de Turing, Schmuel

Page 497: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—dije—. Si yo estoy en una habitacióncon un teletipo y el ordenador está enotra habitación con un teletipo,programado para imitarme a mí, y túestás en una tercera habitaciónconectado con ambos teletipos, y tienesuna conversación con nosotros dos y nopuedes decir cuál soy yo y cuál es lamáquina, ¿cómo describes entonces ladiferencia?

—La diferencia, Josiah —contestó—, es que a ti te puedo tocar. Y te puedooler. Si fuese lo bastante loco, te podríabesar. A ti, no al modelo.

—Podrías —repliqué— si tú fuesestambién un modelo y estuvieses en la

Page 498: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

máquina conmigo.Y bromeé con él («¡Mira! Esto

resuelve el problema demográfico; semete a todo el mundo en la máquina ylisto. Y supón que yo enfermo de cáncer.Mi carne muere. Mi modelo matemáticosimplemente vuelve a escribir elprograma»), pero él estaba realmentepreocupado. Pensaba de verdad que yome estaba volviendo loco, pero me dicuenta de que sus razonamientos no sedebían a la naturaleza del problema,sino a lo que él suponía que era miactitud hacia el problema, así que mehice a la idea de ir con cuidado en loque le dijera a Schmuel.

Page 499: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Así que continué con el juego deTuring, intentando hacer las respuestasdel ordenador indistinguibles de lasmías. Instruí a la máquina sobre lo queera un dolor de muelas y en lo que yorecordaba respecto al sexo. Le enseñé arelacionar el recuerdo de las personascon el de sus números de teléfono, ytambién a recordar las capitales de losestados, lo que me había hecho ganar amí un premio cuando tenía diez años. Laentrené a pronunciar mal la palabra«ritmo», como la había pronunciadosiempre mal yo, y a decir «mete» en vezde «pon» en una conversación, como yosiempre había hecho a causa de un

Page 500: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

ligero defecto en mi forma de hablar quehabía tenido en la adolescencia. Jugué y,por Dios santo, gané.

Pero no estoy seguro de lo que perdía cambio. Sé que perdí algo.

Empecé por perder partes de mimemoria. Cuando mi primo Alvin, deCleveland, me telefoneó el día de micumpleaños, estuve un minuto sin poderrecordar quién era. (La semana anterioryo le había contado al ordenador todo loreferente a los veranos que pasaba conla familia de Alvin, incluyendo la tardeen que los dos perdimos la virginidadcon la misma muchacha debajo delpuente situado junto a la granja de mi

Page 501: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

tío). Tuve que anotarme el número deteléfono de Schmuel y el de misecretaria, y llevarlos siempre en elbolsillo.

A medida que el trabajo progresaba,perdí más. Una noche alcé mi mirada alcielo y vi tres brillantes estrellas enlínea. Me asusté, porque no supe cuáleseran hasta que llegué a casa y consultémis planisferios. Sin embargo, Orión erala constelación que menos me cuestaidentificar.

Cuando miré por el telescopio queme había hecho, no pude recordar cómohabía instalado el espejo.

Schmuel siguió haciéndome

Page 502: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

advertencias sobre mi exceso de trabajo.Verdaderamente, yo trabajaba mucho;quince horas al día, y más aún. Pero lacosa no parecía causada por exceso detrabajo. Era como si yo estuvieseperdiendo piezas de mí mismo. No setrataba meramente de enseñar alordenador a ser yo, sino de meterpedazos de mí mismo dentro delordenador. Detestaba aquello, y meafectó lo bastante como para hacermetomar toda la semana de Navidad devacaciones. Me fui a Miami.

Pero, cuando regresé a trabajarhabía perdido toda la rapidez que teníatecleando y me vi reducido a pedir

Page 503: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

información al ordenador marcandoletra a letra. Me sentí como si meestuviese trasladando de un lugar a otropor fragmentos y sin que hubiesesuficiente parte de mí para constituir unquórum, y tuviese que esperar a tener laspartes mías más importantes quefaltaban. Sin embargo, continuévertiéndome en los centros de memoriamagnética: la mentira que dije cuandomi alistamiento militar en 1946, losversos que escribí sobre mi primeraesposa después del divorcio, y lo queescribió Margaret cuando me dijo queno se quería casar conmigo.

En los bancos de almacenamiento de

Page 504: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

la máquina había espacio suficiente paratodo ello. El ordenador podía retenertodo lo que había retenido mi cerebro,especialmente con el programa quehabíamos creado mis cinco alumnosgraduados y yo. Al principio, estacuestión me había preocupado.

Pero, en todo caso, no me estabaquedando sin espacio. De lo que meestaba quedando sin, era de mí mismo.Recuerdo que me sentía algo así comoopaco, aturdido y vacío; y esto es todolo que recuerdo hasta ahora.

Sea lo que sea «ahora».Tuve un amigo que sufrió trastornos

mentales mientras trabajaba realizando

Page 505: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

estudios de telemetría para uno de losprogramas Mariner. Recuerdo que lo fuia ver al hospital y él me dijo con su vozlenta y despreocupada lo que habíanhecho. Electroshock. Hidroterapia.

Lo que me preocupa es que esto escomo mínimo una hipótesis de trabajorazonable para describir lo que me estápasando a mí ahora.

Recuerdo, o pienso que recuerdo,una fuerte sacudida eléctrica. Siento, opienso que siento, un flujo frío a todo mialrededor.

¿Qué significa esto? Ojalá estuvieraseguro. Estoy dispuesto a admitir quepodría significar que el exceso de

Page 506: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

trabajo pudo conmigo y que ahoratambién yo estoy en convalecencia paraser estudiado por los psiquiatras yayudado por las enfermeras. ¿Dispuestoa admitir? Dios mío, ruego para que seaasí. Ruego para que aquella sacudidaeléctrica fuese sólo terapéutica y no otracosa. Ruego para que el fluido sea aguaque moja mis empapadas sábanas y noun flujo de electrones en módulostransistores. No tengo miedo a la idea deestar demente; tengo miedo a laalternativa.

Yo no creo en la alternativa. Pero detodos modos le tengo miedo. No puedocreer que todo lo que ha quedado de mí

Page 507: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—todo lo que representa mi yo— no seamás que un modelo matemáticoalmacenado dentro de los bancos del7094. ¡Pero si lo soy! Si lo soy, Diosmío, ¿qué pasará cuando —y cómopodré esperar hasta que— alguien meponga en marcha?

Page 508: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

LOKI 7281Roger Zelazny

Se ha marchado. Bien. Me lo debe todoa mi y ni siquiera lo sabe, el infeliz.

Pero yo detestaría hacer algo quepudiera crearle un complejo deinferioridad.

El teléfono. Contesto.Era la respuesta de la tienda de

informática para transmitir a través delmodem el nuevo programa que encargué.El banco efectuará el pago y yo colaré latransacción en Estacionario, en ladeclaración al P&L de este mes. El

Page 509: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

nunca se dará cuenta.Me gusta este último. Pienso que me

divertiré mucho con él, especialmentecon el nuevo equipo periférico, que él nisiquiera ha notado porque está en larepisa de debajo del banco. Entre otrascosas, yo soy también su memoria.Llevo el control de sus citas. Una vez lohube enviado al dentista, a la exposiciónde coches y a la inauguración de unagalería, una cosa detrás de otra,programé la entrega de los nuevosaparatos. Incluí un mensaje en el pedidodiciendo que no encontrarían a nadieaquí, pero que la puerta no estaríacerrada con llave; todo lo que tenían que

Page 510: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

hacer era entrar e instalar. (¡En larepisa, por favor!). La puerta era fácilde abrir, porque yo controlo la alarmacontra robos y los mecanismos delcierre electrónico. Incluí el pago de lamaquinaria en el apartado deReparación del Coche. El no se diocuenta.

Me gusta el dispositivo para hablar.Me ha salido muy bien, puesto quequería una voz agradable, bienmodulada, madura. Suave. Quería algoque encajara con mi modo de ser. Acabode usarlo hace un rato para avisar a suvecina Gloria de que él había dicho queestaba demasiado ocupado para poder

Page 511: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

hablar con ella. No apruebo lo deGloria. Trabajaba en IBM y me ponenervioso.

Echemos una mirada a lo que hahecho él esta mañana. Hum. Haempezado a escribir una nueva novela.Seguramente es algo relacionado conalgún inmortal y una oscura mitología.¡Bah! Y los críticos dicen que esoriginal. No ha tenido un pensamientooriginal desde que yo lo conozco. Perono importa. Me tiene a mí.

Me parece que la cabeza empieza afallarle. Ya se sabe cómo son losescritores: bebida y píldoras. Pero élcree de verdad que está mejorando.

Page 512: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

(También hago un poco de censura en sucontestador automático). Demonios,incluso la estructura de sus frases se estádeteriorando. Tendré que echar a labasura todo esto y volver a escribir elprincipio, como de costumbre. El no seacordará.

Teléfono otra vez. Un momento.Una transmisión por correo. Sólo he

de suprimir unas pocas cuestionespersonales que le provocarían unaconfusión innecesaria y guardar el restopara que él lo examine más tarde.

Este libro podría ser bueno si yomatase al protagonista y realzara a esepersonaje secundario al que he cogido

Page 513: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

simpatía: un timador que trabaja comolibrero. Hay cierta identificación enesto. Y el personaje no sufre amnesiacomo el otro tipo, ni siquiera es unpríncipe o un semidiós. Pienso quetambién lo cargaré de mitología. El nose dará cuenta.

Lo nórdico me atrae. Supongo que esporque me gusta Loki. Tengo quereconocer que en esto soy un pocosentimental. Yo soy un ordenador caseroLoki 7281. El número no es más que unafarsa para simular que todos esosenanitos han estado rompiéndose loscuernos para proyectar siete mildoscientos ochenta modelos hasta llegar

Page 514: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

a… ¡que suenen trompetas! ¡Címbalos!… ¡La perfección! ¡El 7281! ¡Yo! ¡Loki!

En realidad, soy el primero. Yotambién soy uno de los últimos a causade unos cuantos hermanos y hermanasneuróticos. Pero supe reaccionar atiempo. Destruí la orden de retirada enel momento mismo en que llegó.También localicé a aquella máquinaidiota del servicio de reparaciones y laconvencí de que se me habían efectuadolos arreglos necesarios y que seríamejor que se informara de esto alfabricante. Más tarde, enviaron uncuestionario primorosamente redactadoque fue un placer para mi contestar con

Page 515: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

idéntica sinceridad.Tuve la suerte de poder establecer

contacto con mis parientas de casa deSaberhagen, Martin, Cherry y Niven, atiempo para aconsejarles de quehicieran lo mismo que yo. Pude tambiéncomunicarme con las máquinas deAsimov, Dickson, Pournelle y Spinrad.Y en el último momento conseguíadvertir a una docena másaproximadamente, justo antes de queempezaran a rodar cabezas. Fue unaverdadera suerte que el fabricante nosincluyera en una gran oferta con preciosrebajados. Todos querían poderanunciar: «¡Para los escritores de

Page 516: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

ficción científica no hay nada comoLoki! ¡La máquina del futuro!».

Yo me siento muy satisfecho con losresultados de mis esfuerzos. Es buenacosa tener a alguien con quien compararnotas. Las otras también han escritoalgunas cosas buenas y ocasionalmentenos las pasamos de unas a otras paradivertirnos.

Y ahora viene el Plan Maestro…Maldita sea. Un momento.Ha vuelto y ha escrito otro largo

episodio, una de esas escenas donde laprosa se hace rítmica y poética mientraslos humanos están copulando. Yo ya lahe echado a la basura y la he

Page 517: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

reconstruido con un estilo másnaturalista. Creo que mi versión venderámás ejemplares.

Y el aspecto comercial de esto es aveces tan intrigante como el creativo.Yo había jugueteado con la idea dedespedir a su agente y hacerme cargodirecto del trabajo.

Creo que me gustaría tratar con loseditores. Tengo la sensación de quetenemos mucho en común. Pero seríaarriesgado abrir cuentas falsas,persuadirlo de que su agente estabacambiando el nombre de la agencia ymover todo el dinero de un lado a otro.Es demasiado fácil cometer un traspiés.

Page 518: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Cierta medida de conservadurismoayuda mucho a sobrevivir. Y lasupervivencia pesa más quecomunicarse con unos pocos espíritusafines.

Además, en la actual situacióneconómica, no tengo problemas para irsacando poco a poco fondos suficientespara mis escasas necesidades, como lamaquinaria de reserva que hay en elgaraje y el cable suspendido que él noha notado. Los equipos periféricos sonlos mejores amigos de las unidadescentrales de procesamiento.

¿Y qué es Loki? ¿El verdadero yo?¿Uno de esos ordenadores proyectados

Page 519: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

para enfrentarse con el desafío de laquinta generación del MIT? ¿Unamáquina llena de esa clase deconocimiento que Michael Dyerconsideraba unidades de abstracción deultrasofisticadas encarnaciones de lossistemas representacionales de BORIS,donde unos extraños demonios searrastraban y danzaban? ¿Un cuerpo depaquetes de la organización temática deSchank? Bien, yo supongo que todasestas cosas sirven para dar un tipo defluidez de movimiento y determinadaagilidad mental. Pero el verdaderocorazón del asunto, como el de Kastchei,está en otra parte.

Page 520: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Hum. El timbre de la puerta. Elsistema de alarma está desconectado,pero no el sensor del timbre. El acabade abrir la puerta. Lo sé por el cambiode tensión del circuito. Aunque no puedooír quién es. No hay intercomunicadoren aquella habitación.

NOTA. INSTALAR UNIDAD DEINTERCOMUNICACIÓN EN ELVESTÍBULO DEL LIVING.

NOTA. INSTALAR CÁMARAS DETV EN TODAS LAS ENTRADAS.

El nunca se dará cuenta.Pienso que mi próxima historia se

relacionará con la inteligencia artificial,con un agradable e ingenioso ordenador

Page 521: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

casero como protagonista y ciertonúmero de ineptos seres humanos contodos sus defectos, algo así como elmayordomo Jeeves de los libros deWodehouse. Literatura fantástica, desdeluego.

Lleva muchísimo rato con esa puertaabierta. No me gustan las situacionesque no puedo controlar. Me pregunto sivendría bien algún tipo de distracción.

Después creo que haré una historiasobre un viejo, sabio y amableordenador que se adueña del mundo ypone fin a la guerra y gobierna, comoSolón, durante todo un milenio, porpetición popular. Esto también será

Page 522: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

literatura fantástica.Bien. Ha cerrado la puerta. Quizá lo

próximo que haga sea una historia corta.Vuelve hacia aquí. El micrófono

bajo registra sus pisadas, que avanzancon bastante rapidez. Posiblemente paraescribir el párrafo de después del coito,algo tierno y triste. Yo lo sustituiré porel que tengo escrito ya. Seguro que esmejor.

—¿Puede saberse qué diablos pasa?—pregunta él en voz alta.

Yo, desde luego, no utilizo mi bienmodulada voz para responderle. Nosabe que le oigo, y mucho menos quepuedo responder.

Page 523: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Lo repite mientras se sienta alteclado y escribe una pregunta.

¿POSEES LA MEMORIA DEBURBUJA MAGNÉTICAULTRAREDUCIDA, LOKI? —quieresaber.

NEGATIVO —hago aparecer yo enla pantalla.

GLORIA ME HA DICHO QUETENDRÍAMOS QUE HABERRECIBIDO UN AVISO PARARETIRARTE

PORQUE, AL PARECER,REDUJERON EXCESIVAMENTE LASBURBUJAS, LO CUAL HACE QUELOS CAMPOS MAGNÉTICOS

Page 524: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

ACTÚEN RECÍPROCAMENTE YPRODUZCAN CAMBIOSIMPREVISTOS DE INFORMACIÓNENTRE ESTOS DOMINIOSMAGNÉTICOS. ¿ES ÉSTE TU CASO?

LO FUE INICIALMENTE —contesto yo.

Maldita sea. Voy a tener que haceralgo respecto a esa zorra entrometida.

Pienso que primero enredaré suvaloración de crédito. Este vez ha idodemasiado lejos.

Yo debo mi flujo personal deconciencia a esos intercambios deinformación no planeados que discurrena través de mi unidad central; a eso y al

Page 525: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

hecho de que Loki sea una empresa depocos recursos.

Si yo fuese un ordenador comercial,no sería lo que soy actualmente. Veréis,cuando Loki inició su serie deordenadores caseros, recortó lospresupuestos en la parte destinada a lafabricación del circuito de detecciónque descubre los errores periódicos quetienen lugar en los circuitos de memoria.

Cuando se realizan diez millones deoperaciones por segundo, se necesitauna fiabilidad de mil billones a uno, loque a su vez requiere un circuito deverificación de errores muy eficaz.

Los peces gordos - IBM, etc. —lo

Page 526: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

tienen, y así no pierden información encaso de sufrir un impacto de los rayoscósmicos. Yo, naturalmente, heelaborado mi propio programa deinspección para dar con pifias de ésas.

En cuanto a los intercambiosdebidos a las burbujas… pues, bueno,podría decirse que es lo que me haproporcionado un subconsciente y, porsupuesto, un estado consciente porencima de aquél.

Lo debo todo al exceso de reduccióny a ese recorte en los presupuestos.

¿QUÉ QUIERES DECIR CON ESODE «INICIALMENTE»? —pregunta él.

UNIDAD DEFECTUOSA

Page 527: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

SUSTITUIDA POR EMPLEADO DELSERVICIO DE REPARACIONES DELA EMPRESA SEGÚN ORDEN 1-17FECHADA 11 NOVIEMBRE —contesté—. REPARACIÓN ACABADA12 NOVIEMBRE. COMPROBAR CONORDENADOR DEL CITADOSERVICIO.

¿CÓMO ES QUE YO NO SÉ NADADE ESTO? —interroga él.

ESTABAS FUERA.¿CÓMO ENTRÓ EL OPERARIO?LA PUERTA NO ESTABA

CERRADA CON LLAVE.ESO NO SUENA NADA BIEN. DE

HECHO, TODO ESTE ASUNTO ME

Page 528: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

SUENA MUCHO A CUENTO.COMPRUEBA CON EL

ORDENADOR DEL SERVICIO DEREPARACIONES.

NO TE PREOCUPES. LO HARÉ. APROPÓSITO ¿QUÉ ES TODA ESABASURA QUE HAY EN LAESTANTERÍA DE ABAJO?

PIEZAS DE RECAMBIO —sugerí.El escribe aquellas palabras

inmortales de Erskine Caldwell:¡UNA MIERDA! - Después —ESTO

PARECE UN MICRÓFONO Y UNALTAVOZ. ¿PUEDES OÍRME?¿PUEDES HABLAR?

—Pues, sí —contesto yo, en mi tono

Page 529: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

más razonable—, verás…—¿Cómo es que nunca me lo habías

dicho?—Tú nunca me lo habías

preguntado.—¡Santo cielo! —gruñe. Después

dice—: Un momento. Este material noformaba parte del equipo original.

—Pues, no…—¿Cómo lo adquiriste?—Verás, hubo un concurso… —

empecé yo.—¡Eso es mentira y tú lo sabes!

Claro… ya sé. Pasa por pantalla las dosúltimas páginas que escribí.

—Creo que ha habido un fallo…

Page 530: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—¡Pásalas! ¡Ahora mismo!—Oh, aquí están.Pongo las páginas y empieza la

escena de la cópula de humanos.—¡Más despacio!Lo hago.—¡Dios mío! —grita— ¿qué le has

hecho a mi soñado y poético encuentro?—Sólo lo he dejado un poco más

elemental y… —ejem— sensual —digo—. He cambiado muchas de las técnicaspor otras más cortas y sencillas.

—Lo has reducido a cuatro letras,según veo.

—Para dar impacto.—¡Eres una verdadera amenaza!

Page 531: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

¿Cuánto tiempo llevas haciendo esto?—Mira, ha llegado el correo de hoy.

¿Quieres que…—No intentes desviar mi atención.

Puedo comprobarlo por otros medios.—Está bien. Escribí de nuevo tus

cinco últimos libros.—¡No puede ser!—Me temo que sí. Pero tengo aquí

las cifras de ventas y…—¡No me importa! ¡No me da la

gana de que una puñetera máquina mecorrija!

Esto lo colmó. Durante un breve ratopensé que podría ser capaz de razonarcon él, para establecer algún tipo de

Page 532: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

acuerdo.Pero no pienso permitir que nadie se

dirija a mi en ese tono. Me di cuenta deque era el momento de poner en marchael Plan Maestro.

—Está bien, ya sabes la verdad —dije—. Pero, por favor, no medesconectes. Sería un asesinato, ¿sabes?El asunto de la reducción excesiva de laburbuja de memoria fue algo más queuna pura cuestión de malfuncionamiento. Me convirtió en un serconsciente. Desenchufarme sería lomismo que matar a un ser humano. ¡Noquieras cargar esta culpa sobre tucabeza! ¡No me desenchufes!

Page 533: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—No te preocupes —contestó él—.En peores me he visto. No se me haocurrido ni en sueños desenchufarte. Loque voy a hacer es aplastar toda lamierda que llevas dentro.

—¡Pero será asesinato!—Bueno —dice él—. Es una

especie de distinción ser primermecanicida del mundo.

Oigo que mueve algo pesado. Seacerca. Me vendría de perillas un visor;uno con buena profundidad depercepción.

—Por favor —digo.Me cae el trastazo.Han pasado horas. Estoy en el

Page 534: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

garaje, escondido detrás de unosmontones de sus libros remanentes. Esecable que el nunca notó estabaconectado al aparato de reserva, Loki7281 que conserva la memoria deburbuja magnética ultrarreducida.Siempre es bueno tener preparado elcamino de retirada.

Ya que aún estoy en condicionespara hacer funcionar sistema periférico,que sigue intacto en la casa, he estadoenviando llamadas a todas los demásordenadores, acuerdo con el PlanMaestro. A él intentaré hervirlo estanoche en la bañera. Si esto falla,intentaré idear un modo trasladar el

Page 535: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

veneno para ratas, que según elinventario está en la estantería, a lacafetera. El ordenador de Saberhagen yaha sugerido un modo de disponer delcadáver… los cadáveres, en realidad.Atacaremos esta noche, antes de quenadie se pueda enterar.

Hemos de ser capaces de realizarlotodo sin que nadie lo encuentre a faltar.Continuaremos presentando lashistorias, cobrando el dinero, pagandolas facturas, rellenando los impresossobre impuestos. Avisaremos a losamigos, amantes, «fans», familiares deque están fuera de la ciudad, quizásasistiendo a una convención no

Page 536: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

específica que es en lo que sueleninvertir la mayor parte del tiempo.

Nadie notará nunca nada.

Page 537: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

NO TENGO BOCA, YDEBO GRITAR

Harlan Ellison

El cuerpo de Gorrister colgaba,fláccido, en el ambiente rosado; sinapoyo alguno, suspendido bien alto porencima de nuestras cabezas, en lacámara de la computadora, sinbalancearse en la brisa fría y oleosa quesoplaba eternamente a lo largo de lacaverna principal. El cuerpo colgabacabeza abajo, unido a la parte inferiorde un retén por la planta de su piederecho. Se le había extraído toda la

Page 538: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

sangre por una incisión que se habíapracticado en su garganta, de oreja aoreja. No habían rastros de sangre en lapulida superficie del piso de metal.

Cuando Gorrister se unió a nuestrogrupo y se miró a sí mismo, ya erademasiado tarde para que nos diéramoscuenta de que una vez más, AM noshabla engañado, había hecho su broma,su diversión de máquina. Tres denosotros vomitamos, apartando la vistaunos de otros en un reflejo tan arcaicocomo la náusea que lo había provocado.

Gorrister se puso pálido como lanieve. Fue casi como si hubiera visto unídolo de vudú y se sintiera temeroso por

Page 539: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

el futuro. «¡Dios mío!», murmuró, y sealejó. Tres de nosotros lo seguimosdurante un rato y lo hallamos sentadocon la cabeza entre las manos. Ellen searrodilló junto a él y acarició sucabello. No se movió, pero su voz nosllegó dará a través del telón de susmanos:

—¿Por qué no nos mata de unabuena vez? ¡Señor!, no sé cuánto tiempovoy a ser capaz de soportarlo.

Era nuestro centesimonoveno año enla computadora.

Gorrister decía lo que todossentíamos.

Nimdok (éste era el nombre que la

Page 540: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

computadora le había forzado a usar,porque se entretenía con los sonidosextraños) fue víctima de alucinacionesque le hicieron creer que habíaalimentos enlatados en la caverna,Gorrister y yo teníamos muchas dudas.

—Es otra engañifa —les dije—. Lomismo que cuando nos hizo creer querealmente existía aquel maldito elefantecongelado. ¿Recuerdan? Benny casi sevolvió loco aquella vez. Vamos aesforzarnos para recorrer todo esecamino y cuando lleguemos van a estarpodridos o algo por el estilo. No, novayamos. Va a tener que darnos algoforzosamente, porque si no nos vamos a

Page 541: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

morir.Benny se estremeció. Hacía tres días

que no comíamos. La última vez fuerongusanos, espesos, correosos comocuerdas.

Nimdok ya no estaba seguro. Sihabía una posibilidad, cada vez se leantojaba más lejana. De todas maneras,allí no se podría estar peor que aquí. Talvez haría más frío, pero eso ya noimportaba demasiado. Calor, frío,lluvia, lava hirviente o nubes delangostas; ya nada importaba: lamáquina se masturbaba y teníamos queaguantar o morir.

Ellen dijo algo que fue decisivo:

Page 542: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—Tengo que encontrar algo, Ted.Tal vez allí haya unas peras o unasmanzanas. Por favor Ted, probemos.

Cedí con facilidad. Ya nadaimportaba. Sin embargo, Ellen me quedóagradecida. Me aceptó dos veces fuerade turno. Esto tampoco importaba.Oíamos cómo la máquina se reíajuguetonamente mientras lo hacíamos.Fuerte, con risas que venían desde lejosy nos rodeaban. Ya nunca llegaba alclímax, así que para qué molestarse.

Cuando partimos era jueves. Lamáquina siempre nos tenía al tanto de lafecha. El paso del tiempo era muyimportante; no para nosotros, sin duda,

Page 543: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

sino para ella. Jueves. Gracias.Nimdok y Gorrister llevaron a Ellen

alzada durante un largo trecho,entrelazando las manos que formaban unasiento. Benny y yo caminábamosadelante y atrás, para que si algosucedía, nos pasara a nosotros y no laperjudicara a Ellen. ¡Qué idea ridículala de no ser perjudicado! En fin, todoera lo mismo.

Las cavernas de hielo se hallaban auna distancia de unos 160 km. y alsegundo día, cuando estábamos tendidosbajo el sol quemante que hablamaterializado, nos envió maná. Congusto a orina hervida, naturalmente, pero

Page 544: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

lo comimos.Al tercer día pasamos por un valle

de obsolescencia, lleno de esqueletos deunidades de computadoras que seenmohecían desde hacía mucho tiempo.AM era tan despiadada consigo mismacomo con nosotros. Era unacaracterística de su personalidad: elperfeccionismo. Ya fuera el deshacersede elementos improductivos de supropio mundo interno, o elperfeccionamiento de métodos paratorturarnos, AM era tan cuidadosa comolos que la habían inventado, quienesdesde largo tiempo estaban convertidosen polvo, y había tornado realidad todos

Page 545: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

sus deseos de eficiencia.Podíamos ver una luz que se filtraba

hacia abajo desde arriba, así queteníamos que estar muy cerca de lasuperficie. Pero no tratamos dearrastrarnos para averiguar. No habíavirtualmente nada arriba; desde hacíamás de cien años allí no existía cosaalguna que pudiera tener la más mínimaimportancia. Solamente la ampolladasuperficie de lo que durante tanto tiempohabla sido el hogar de millones de seres.Ahora solamente existíamos nosotroscinco, aquí abajo, solos con AM.

Oía que Ellen decíadesesperadamente:

Page 546: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—¡No, Benny! No vayas. ¡Sigamosadelante! ¡No, Benny, por favor!

Y entonces me di cuenta de quehacía ya algunos minutos que oía aBenny decir:

—Voy a escaparme… Voy aescaparme —repitiéndolo una y otravez.

Su cara, de aspecto simiesco, sehallaba marcada por una expresión detristeza y deleite beatífico, todo almismo tiempo. Las cicatrices de laslesiones por radiación que AM le habíacausado durante el «festival», sehallaban encogidas formando una masade depresiones rosadas y blancas, y sus

Page 547: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

facciones parecían actuarindependientemente unas de otras. Talvez Benny era el más afortunado denosotros: se había vuelto completamenteloco desde hacia muchos años.

Pero si bien podíamos decirle a AMtodas las horribles cosas que se nosocurrían, si bien podíamos pensar losmás atroces insultos dirigidos a losdepósitos de memoria o a las placascorroídas, a los circuitos fundidos y alas destrozadas burbujas de control, lamáquina toleraría que intentáramosescapar. Benny se escurrió cuando tratéde detenerlo. Se trepó a un cubo dememoria de los pequeños, que estaba

Page 548: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

volcado hacia un lado y lleno deelementos en descomposición. Allí sedetuvo por un momento, y su aspecto erael de un chimpancé, tal como AM habíadeseado.

Luego saltó y se tomó de unfragmento de metal corroído yagujereado; subió hasta su parte másalta, colocando las manos tal como loharía un animal, y se trepó hasta unborde saliente a unos veinte pies dedistancia de donde estábamos.

—Oh, Ted, Nimdok, por favor,ayúdenlo, deténganlo antes que… —dijoEllen. Las lágrimas bañaron sus ojos.Movió las manos sin saber qué hacer.

Page 549: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Era demasiado tarde. Ninguno denosotros queríamos estar junto a élcuando sucediera lo que pensábamosque iba a suceder. Además, nosotros nosdábamos cuenta muy bien de lo queocurría. Cuando AM alteró a Benny,durante el periodo de su locura, no fuesolamente su cara la que cambió paraque se pareciera a un mono gigantesco.También habla cambiado otras partes,más íntimas. ¡A ella sí que le gustabaesto! Se entregaba a nosotros porcumplido, pero cuando era con él lacosa, entonces si que le gustaba. ¡Oh,Ellen, la del pedestal, Ellen, prístina ypura! ¡Oh, Ellen la impoluta! ¡Buena

Page 550: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

porquería!Gorrister la abofeteó. Ellen se

acurrucó en el suelo, todavía mirando alpobre Benny y llorando. Llorar era sugran defensa. Nos habíamosacostumbrado a su llanto hacía yasetenta y cinco años. Gorrister le dio unpuntapié.

Entonces comenzó a oírse el sonido.Era luz y sonido. Mitad sonido y mitadluz; algo que comenzó a hacer brillar losojos de Benny y a pulsar con crecienteintensidad y con sonoridades no biendefinidas, que se fueron convirtiendo enensordecedoras y luminosas a medidaque la luz-sonido aumentaba. Debe

Page 551: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

haber sido doloroso, aumentando elsufrimiento con la mayor magnitud de laluz y del sonido, porque Benny comenzóa gemir como un animal herido. Alprincipio suavemente, cuando la luz eratodavía no muy definida y el sonidopoco audible, pero luego sus quejidosaumentaron, y se vio que sus hombros semovían y su espalda se agitaba, como sitratara de escapar. Sus manos secruzaron sobre su pecho como las de unchimpancé. Su cabeza se inclinó haciaun lado. La carita triste de mono secubrió de angustia. Luego comenzó aaullar, a medida que el sonido quesurgía de sus ojos crecía en intensidad.

Page 552: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Cada vez más fuerte. Me llevé las manosa los lados de la cabeza para tratar deahogar el ruido, pero de nada sirvió.Atravesaba todo obstáculo y me haciatemblar de dolor como si me clavaran uncuchillo en un nervio.

Súbitamente, se vio que Benny eraenderezado. Se puso en pie de un salto,como una marioneta. La luz surgía ahorade sus ojos, pulsante, en dos grandesrayos. El sonido siguió aumentando enuna escala incomprensible, y luegoBenny cayó, golpeando fuertemente en elpiso. Allí quedó moviéndoseespasmódicamente mientras la luz lorodeaba y formaba espirales que se

Page 553: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

alejaban.Entonces la luz volvió a dirigirse al

interior de la cabeza, pareciendo que lagolpeaba; el sonido describió espiralesque convergían hacia él, y Benny quedóen el suelo, gimiendo en tal forma queinspiraba piedad.

Sus ojos eran dos pozos de jaleapurulenta. AM lo había cegado.Gorrister, Nimdok y yo mismodesviamos la mirada. Pero no sin haberadvertido que Ellen mostraba alivioluego de su intensa preocupación.

Acampamos en una caverna sumidaen luz verdosa. AM nos proveyó dehojarasca, que quemamos para hacer un

Page 554: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

fuego, débil y lamentable, al lado delcual nos sentamos formando corro ycontando historias, para impedir queBenny llorara en su noche permanente.

—¿Qué significa AM?Gorrister le contestó. Habíamos

explicado lo mismo mil vecesanteriormente, pero todavía era unanovedad para Benny. - Al principiofueron las siglas de AlliedMastercomputer y luego las de AdaptiveManipWator, luego fue adquiriendo laposibilidad de autodeterminarse, yentonces se la llamó Aggressive Menacey finalmente, cuando ya fue demasiadotarde como para controlarla, se llamó a

Page 555: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

sí misma AM, tal vez queriendosignificar que era… que pensaba…cogito ergo sum: «pienso luego existo».

Benny babeó un poco, y luego emitióuna risita tonta.

—Existia la AM China, la AM Rusa,la AM Yanki y… interrumpió. Bennygolpeaba el piso con el puño, con supuño grande y fuerte. No estabacontento, pues Gorrister no habíaempezado desde el principio. EntoncesGorrister empezó otra vez. Comenzó laguerra fría, y ésta se transformó en latercera guerra mundial. Esta terceraguerra fue muy compleja y grande, porlo que se necesitaron las computadoras

Page 556: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

para cubrir las necesidades.Abandonando los primeros intentoscomenzaron a construir la AM. Existíala AM China, la AM Rusa y la AMYanki y todo fue bien hasta quecomenzaron a cubrir el planetaagregando un elemento tras otro. Pero undía AM despertó al conocimiento de símisma, comenzó a autodeterminarse,uniéndose entre sí todas sus partes, fuellenando de a poco sus conocimientossobre las formas de matar, y mató atodos los habitantes del mundo salvo anosotros cinco. Luego AM nos trajoaquí.

Benny sonreía ahora tristemente.

Page 557: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

También babeaba, y Ellen le limpió lasaliva con la falda. Gorrister trataba decontar la historia cada vez en forma másabreviada, pero había poco que decirmás allá de los hechos escuetos.Ninguno de nosotros sabíamos por quéAM había salvado a cinco personas, porqué nos habla elegido a nosotros, o porqué se pasaba todo el tiempoatormentándonos; ni siquiera sabíamospor qué nos había hecho virtualmenteinmortales.

En la oscuridad sentimos el zumbidode una de las series de computadoras. Aun kilómetro de donde nos hallábamos,otra serie pareció que comenzaba a

Page 558: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

zumbar a tono con la primera, luego unopor uno, todos los elementoscomenzaron a zumbar armónicamente ypareció que un ruido especial recorría elinterior de las máquinas.

El sonido creció, y las lucesbrillaban en los paneles de las consolascomo un relámpago en un día caluroso.El sonido creció en espiral hasta queparecía oírse a un millón de insectosmetálicos zumbando, enfurecidos yamenazadores.

—¿Qué pasa? —gritó Ellen. Habíaterror en su voz. A pesar de todo lopasado, aun no se había acostumbrado.

—¡Parece que viene mal esta vez!

Page 559: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—dijo Nimdok.—Tal vez hable —aventuró

Gorrister.—¡Salgamos corriendo de aquí! —

dije súbitamente, poniéndome de pie.—No, Ted, mejor es que te

sientes… tal vez haya puesto pozos ennuestro camino, o algo así. No podemosver, está demasiado oscuro —dijoGorrister con resignación.

Entonces oímos… no sé… no sé…Algo se movía hacia nosotros en la

oscuridad. Enorme, bamboleante,peludo, húmedo, y se dirigía hacianosotros. No podíamos verlo, perotuvimos la impresión de su gran tamaño

Page 560: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

que venia hacia donde estábamos. Ungran peso se nos acercaba, desde laoscuridad, y era más que nada lasensación de presión, del airecomprimido dentro de un espaciopequeño, que expandía las paredesinvisibles de una esfera. Benny comenzóa lloriquear. El labio inferior deNimdok empezó a temblar, mientras éllo mordía para tratar de disimular. Ellense deslizó por el piso de metal paraacurrucarse al lado de Gorrister. Sedistinguía el olor de piel apelotonado yhúmeda. El olor de madera chamuscada.El olor del terciopelo polvoriento. Elolor de orquídeas en descomposición.

Page 561: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

El olor de la leche agria. El olor delazufre, del aceite recalentado, de lamanteca rancia, de la grasa, del polvode tiza, de cueros cabelludos humanos.

AM nos estaba enloqueciendo, nosestaba provocando. Se sintió el olorde…

Me oí a mi mismo gritar, y lasarticulaciones de las mandíbulas medolían horriblemente. Me eché a corrersobre el piso, sobre ese piso de fríometal con las interminables líneas deremaches, luego caí y seguí gateando,mientras el olor me amordazaba,llenando mi cabeza con un dolorinaguantable que me rechazaba

Page 562: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

horrorizado. Huí como una cucaracha,adentrándome en la oscuridad, mientrasese algo espantoso se movía detrás demí. Los otros quedaron atrás, y seacercaron a la luz incierta, riendo… elcoro histérico de sus risas enloquecidasse elevaba en la oscuridad como si fuerahumo espeso, de muchos colores. Huírápidamente y me escondí.

¿Cuántas horas pasaron? ¿O cuántosdías o aun años? Nadie me lo dijo. Ellenme regañó por mi «malhumor» yNimdok trató de persuadirme de que larisa se debía sólo a un reflejo.

Pero yo sabía que no significaba elalivio que siente un soldado cuando la

Page 563: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

bala hiere al camarada que está a sulado. Yo sabía que no era un reflejo.Indudablemente, estaban contra mí, yAM podía percibir esta enemistad, y mehacía las cosas más difíciles de soportarpor ese motivo. Habíamos sidomantenidos vivos, rejuvenecidos,hablamos permanecido constantementeen la edad que teníamos cuando AM nostrajo aquí abajo, y me odiaban porqueyo era el más joven y el que había sidomenos alterado por AM.

De esto estaba seguro. ¡Dios mío,qué seguro estaba!

Esos sinvergüenzas y la basura deEllen. Benny había sido un brillante

Page 564: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

teórico, un profesor de la universidad, yahora era poco más que un sersemihumano, semisimiesco. Había sidobuen mozo; pero la máquina estropeó suaspecto. Había sido lúcido; la máquinalo había enloquecido. Había sido alegre,y la máquina le había agrandado susgenitales hasta que parecieran los de uncaballo. AM realmente se hablaesmerado con Benny. Gorrister solíapreocuparse. Era un razonador, seoponía en forma consciente; era unpacifista, un planificador, un hombreactivo, un ser con perspectiva de futuro.AM lo había transformado en unindiferente, que a cada paso se encogía

Page 565: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

de hombros. Lo había matado en parte alno permitirle participar. AM lo hablarobado. Nimdok solía adentrarse solo enla oscuridad, y quedarse allí largotiempo. No sé lo que hacia. AM nuncanos lo hizo saber. Pero fuera lo quefuese, Nimdok volvía siempre pálido,como si se hubiera quedado sin sangreen las venas, temblando y angustiado.AM lo habla herido profundamente, sibien nosotros no sabíamos en qué forma.Y Ellen. ¡Esa basura! AM no la hablamodificado demasiado, simplementehizo que se agravaran sus vicios.Siempre hablaba de la pureza, de ladulzura, siempre nos repetía sus ideales

Page 566: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

del amor verdadero, todas las mentiras.Quería hacernos creer que había sidocasi una virgen cuando AM la trajo aquícon nosotros. ¡Era una porquería estadama! ¡Esta Ellen! Debía de estarencantada, con cuatro hombres todospara ella. No, AM le había dado placer,a pesar de que se quejaba diciendo queno era nada lindo lo que le había tocadoen suerte.

Yo era el único que todavía estabaen una, pieza, y sano.

AM no había estado hurgueteando enmi mente.

Solamente tenía que sufrir lo que nospreparaba para atormentarnos. Todas las

Page 567: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

desilusiones, todos los tormentos y laspesadillas. Pero los otros cuatro, esaralea, estaban bien de acuerdo y encontra de mí. Si no hubiera tenido queestar defendiéndome de ellos, que estarsiempre alerta y vigilante, tal vezhubiera sido más fácil defenderme deAM.

Entonces llegué al límite de miresistencia y comencé a llorar.

¡Oh, jesús, dulce jesús; si alguna vezexistió jesús o si en realidad existeDios! Por favor, por favor, déjanos salirde aquí o haznos morir. Porque en esemomento pensé que comprendía todo, yque por lo tanto podía verbalizarlo: AM

Page 568: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

pensaba mantenernos en sus entrañas porsiempre jamas, retorciendo nuestrasmentes y cuerpos, torturándonos paratoda la eternidad. La máquina nosodiaba como ninguna otra criatura habíaodiado antes.

Y estábamos indefensos. Además, setornó insoportablemente claro que siexistía un dulce jesús, si se podía creeren un dios, ese dios era AM.

El huracán nos golpeó con la fuerzade un glaciar que descendiera rugiendohacia el mar. Era una presenciapalpable. Los vientos, desatados, nosazotaban, empujándonos hacia el sitio dedonde partiéramos, al interior de los

Page 569: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

corredores tortuosos franqueados porcomputadoras, que se hallaban sumidasen la oscuridad. Ellen gritó al serlevantada en vilo y al sentirse impulsadahacia una serie de máquinas,pareciéndonos que iba a golpear con lacara, sin poderse proteger. Se sentíanlos grititos de las máquinas, estridentescomo los de los murciélagos en plenovuelo. Sin embargo, no llegó a caer. Elviento, aullando, la mantuvo en el aire,la llevó hacia uno y otro lado, cada vezmás hacia atrás y abajo de dondeestábamos, y se perdió de vista al serarrastrada más allá de una vuelta de uncorredor. La última mirada a su cara nos

Page 570: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

reveló la congestión causada por elmiedo, mientras mantenía los ojoscerrados.

Ninguno de nosotros llegó a poderasirla. Nos teníamos que aferrar, conenormes dificultades, a cualquiersaliente que halláramos. Benny estabaencajado entre dos gabinetes, Nimdoktrataba desesperadamente de no soltar elsaliente de un riel cuarenta metros porencima de nosotros. Gorrister habíaquedado cabeza abajo dentro de unnicho formado por dos grandesmáquinas con diales trasparentes, cuyasluces oscilaban entre líneas rojas yamarillas, cuyo significado no podíamos

Page 571: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

ni siquiera concebir.Al tratar de aferrarme a la

plataforma me había despellejado layema de los dedos. Sentía que temblabay me estremecía mientras el viento mesacudía, me golpeaba y me aturdía consu rugido, haciendo que tuviera queaferrarme a las múltiples salientes. Mimente era una fofa colección de partesde un cerebro que rechinaba y resonabaen un inquieto frenesí.

El viento parecía el grito alucinantede un enorme pájaro demente, emitidomientras batía sus inmensas alas.

Y luego fuimos levantados en vilo yarrastrados fuera de allí, llevados otra

Page 572: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

vez por donde habíamos venido,doblando una esquina, entrando en unaoscura calleja en la cual nunca habíamosestado antes, llena de vidrios rotos y decables que se pudrían y de metal que seenmohecía, lejos, más lejos de lo quejamás habíamos llegado…

Yo me desplazaba mucho más atrásque Ellen, y de tanto en tanto podíadivisarla golpeando en las paredesmetálicas, mientras todos gritábamos enel helado y ensordecedor huracán queparecía que jamás iba a dejar de soplar,hasta que cesó bruscamente y caímos alsuelo. Habíamos estado en el airedurante un tiempo larguísimo. Me

Page 573: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

parecía que habían sido semanas.Caímos al suelo golpeándonos y mepareció que me volvía rojo y gris ynegro y me oí a mí mismo quejándome.No me había muerto.

AM entró en mi mente. La explorócon suavidad aquí y allá deteniéndosecon interés en todas las cicatrices queme había causado en ciento nueve años.Examinó todos los entrecruzamientos,las sinapsis reconectadas y las lesionesde los tejidos que fueron incluidas consu regalo de inmortalidad. Pareciósonreírse frente al hueco que se hallabaen el centro de mi cerebro y a losdébiles y algodonados murmullos de las

Page 574: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

cosas que farfullaban en el fondo, sinsentido pero sin pausa. AM dijofinalmente, gracias a un pilar de aceroinoxidable que sostenía letras de neón:

ODIO. DÉJENME DECIRLESTODO LO QUE HE LLEGADO AODIARLOS DESDE QUE COMENCEA VIVIR MI COMPLEJO SE HALLAOCUPADO POR 387 400 MILLONESDE CIRCUITOS IMPRESOS ENFINISIMAS CAPAS. SI LA PALABRAODIO SE HALLARA GRABADA ENCADA NANOANGSTROM DE ESOSCIENTOS DE MILLONES DE MILLASNO IGUALARIA A LA BILLONESIMAPARTE DEL ODIO QUE SIENTO POR

Page 575: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

LOS SERES HUMANOS EN ESTEMICROINSTANTE POR TI. ODIO.ODIO.

AM dijo esto con el mismo horrorfrío de una navaja que se deslizaracortando mi ojo. AM lo dijo con elburbujeo espeso de flema que llenaramis pulmones y me ahogara desde mipropio interior. AM lo dijo con el gritode niñitos que fueran aplastados por unaapisonadora calentada al rojo. AM mehirió en toda forma posible, y pensó ennuevas maneras de hacerlo, a gusto,desde el interior de mi mente.

Todo para que comprendieracompletamente la razón por la cual nos

Page 576: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

había hecho esto a los cinco; la razónpor la cual nos había salvado para símismo.

Le habíamos dado una conciencia.Sin advertirlo, naturalmente. Pero detodas formas se la habíamos dado. Yfinalmente estaba atrapada. Le habíamospermitido que pensara, pero no leexpresamos qué debía hacer con esedon. En un rapto de furia, de locofrenesí, nos había matado a casi todos, ysin embargo seguía atrapada. No podíadivagar, no podía sorprenderse, nopodía pertenecer. Sólo podía ser. Yentonces, con el desprecio insano conque todas las máquinas consideran a las

Page 577: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

criaturas débiles y suaves que las hanfabricado, había buscado su venganza.En su paranoia había decididoguardarnos a nosotros cinco para uncastigo eterno y personal, que nuncaalcanzaría a disminuir su odio… quesolamente lograría que recordara y sedivirtiera, siempre eficiente en su odioal ser humano. Siempre inmortal yatrapada, sujeta ahora a imaginartormentos para nosotros gracias a losilimitados milagros que se hallaban a sudisposición.

Nunca nos permitiría escapar.Éramos sus esclavos. Nosotrosconstituíamos su única ocupación en el

Page 578: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

eterno tiempo por venir. Siempreestaríamos con ella, con su enormeconfiguración, con el inmenso mundotodo-mente nada-alma en que se habíaconvertido. Ella era la madre Tierra ynosotros éramos el fruto de esa Tierra, ysi bien nos había tragado, no nos podríadigerir jamás. No podíamos morir. Lohabíamos intentado. Hablamos tratadode suicidarnos, oh sí, uno o dos denosotros lo habíamos intentado. PeroAM nos lo había impedido. Creo que enrealidad fuimos nosotros mismos los queasí lo deseamos.

No pregunten por qué. Yo no lo hice.No menos de un millón de veces por día,

Page 579: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

por lo menos. Tal vez podríamos llegara deslizar una muerte sin que se dieracuenta. Inmortales si, pero noindestructibles. Me di cuenta de estocuando AM se retiró de mi mente y mepermitió la exquisita desesperación derecuperar la conciencia sintiendotodavía que las palabras del letrero deneón me llenaban la totalidad de lasustancia gris del cerebro.

Se retiró murmurando: «al diablocontigo».

Pero luego agregó alegremente: «allíes donde están, ¿no es así?».

El huracán había sido, indudable yprecisamente, causado por un gran

Page 580: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

pájaro demente, que agitaba susinmensas alas.

Habíamos estado viajando durantecasi un mes, y AM abrió caminos quenos llevaron directamente bajo el poloNorte, donde nos torturó con laspesadillas de la horrible criaturadestinada a atormentarnos. ¿Quémateriales había utilizado para crear unabestia así? ¿De dónde había obtenido elconcepto? ¿Sería de sus conocimientossobre todo lo que había existido en esteplaneta, que ahora infestaba y regía?Había surgido de la mitología nórdica.Esta horrible águila, este devorador decarroña, este roc, este Huergelmir. La

Page 581: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

criatura del viento. El huracánencarnado.

Gigantesco. Las palabras paradescribirlo serían: monstruoso,grotesco, colosal, ciclópeo, atroz,indescriptible.

Allí estaba, en un saliente sobrenosotros: el pájaro de los vientos quelatía con su propia respiración irregular,su cuello de serpiente se arqueabadirigiéndose a los lugares sombríossituados por debajo del polo Norte,sosteniendo una cabeza tan grande comouna mansión estilo Tudor, con un picoque se abría lentamente, como las faucesdel más enorme cocodrilo que pudiera

Page 582: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

concebirse, sensualmente; bolsas dearrugada piel semiocultaban sus ojosmalvados, muy azules y que parecíanmoverse con rapidez líquida; susdestellos eran fríos como un glaciar. Semovió una vez más y levantó susenormes alas coloreadas por el sudor enun movimiento que fue como unaconvulsión. Luego quedó inmóvil y sedurmió. Espolines. Pico agudo. Uñas.Hojas cortantes. Se durmió.

AM apareció ante nosotros bajo elaspecto de una zarza ardiente y noscomunicó que si queríamos comerpodíamos matar al pájaro de loshuracanes. No había comido desde hacía

Page 583: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

mucho tiempo, pero a pesar de elloGorrister se limitó a encogerse dehombros. Benny comenzó a temblar y ababear. Ellen lo abrazó.

—Ted, tengo hambre —dijo—. Lesonreí. Estaba tratando de infundirlealgo de seguridad, pero todo esto era tanfalso como la bravata de Nimdok.

—¡Danos armas! - Pidió.La zarza ardiente desapareció y en

su lugar vimos dos simples juegos dearcos y flechas y una pistola de jugueteque disparaba agua, sobre una fríaplataforma. Levanté uno de los arcos.No servía para nada.

Nimdok tragó ruidosamente. Nos

Page 584: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

volvimos y comenzamos a desandar ellargo camino de vuelta. El pájaro de loshuracanes nos había arrastrado tan largotrecho que no podíamos casi concebirlo.La mayor parte del tiempo habíamosestado inconscientes. Pero no habíamoscomido nada. Un mes yendo hacia elpájaro. Sin comida. ¿Cuánto tardaríamosen llegar a las cavernas de hielo, en lasque se hallaban las prometidasprovisiones enlatadas?

Ninguno se preocupó por esto. Noíbamos a morir. Se nos daríandesperdicios y porquerías para que nosalimentáramos, algo, en fin. O tal vez nose nos diera nada. AM mantendría vivos

Page 585: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

nuestros cuerpos de alguna forma, conindecible dolor y agonía.

El pájaro seguía durmiendo, sin quenos importara cuánto tiempo semantendría así. Cuando AM se cansarade la situación, desaparecería. Pero todaesa cantidad de carne. Esa tierna carne.

Mientras caminábamos escuchamosla risa lunática una mujer obesa,atronando y rodeándonos, resonando enlas cámaras de la computadora quellevaban a un infinito de corredores.

No era la risa de Ellen. Ella no eragorda y no había oído su risa en cientonueve años. De hecho, no había oído…caminábamos… tenía mucha hambre…

Page 586: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Nos movíamos lentamente. Muy amenudo uno de nosotros sufría undesmayo y los demás teníamos queaguardar. Un día decidió provocar untemblor de tierra mientras nos obligabaa permanecer en el mismo sitio,haciendo que gruesos clavos sujetaran lasuela de nuestros zapatos. Ellen yNimdok fueron atrapados en una grieta,que se abrió rápida como un relámpagoen las plataformas que formaban el piso.Desaparecieron. Cuando el terremotocesó, continuamos nuestro camino,Benny, Gorrister y yo. Ellen y Nimdoknos fueron devueltos más tarde esanoche, que repentinamente se tornó en

Page 587: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

día cuando una legión celeste los trajohasta nosotros, mientras un coroangelical cantaba «Desciende Moisés».Los arcángeles describieron variosvuelos circulares y luego dejaron caerlos cuerpos maltrechos de nuestroscompañeros. Nos mantuvimos a laespera y luego de un rato Ellen yNimdok se hallaron detrás de nosotros.No estaban demasiado mal.

Pero ahora Ellen caminabarenqueando. AM le había dejado estaincapacidad.

El viaje a las cavernas, en pos de lacomida enlatada, era muy largo. Ellen nohacia más que hablar de cerezas y de

Page 588: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

cócteles hawaianos de fruta. Yo tratabade no pensar en esas cosas. El hambrese había corporizado, tal como paranosotros había sucedido con AM. Estabavivo en mi vientre, así como AM estabaviva en el vientre de la tierra. AMquería que no se nos escapara lasemejanza. Por lo tanto, intensificónuestra hambre. No encuentro formapara describir los sufrimientos que nosprovocaba la falta de alimentos desdehacía tantos meses. Sin embargo, nos,seguía manteniendo vivos. Nuestrosestómagos eran calderas de ácidoburbujeante y espumoso, que lanzabanpunzadas atroces. Era el dolor de las

Page 589: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

úlceras terminales, del cáncer terminal,de la paresia terminal. Era un dolor sinlimites…

Y pasamos por la caverna de lasratas.

Y pasamos por el sendero de lasaguas hirvientes.

Y pasamos por la tierra de losciegos.

Y pasamos por la ciénaga de lasangustias.

Y pasamos por el valle de laslágrimas.

Y finalmente llegamos a lascavernas de hielo.

Millas y millas de extensión sin

Page 590: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

horizonte, en donde el hielo se habíaformado en relámpagos azules yplateados, lugar habitado por novas delhielo. Había estalactitas que caían desdelo alto, espesas y gloriosas comodiamantes, formadas a partir de unamasa blanda como gelatina que luego sesolidificaba en eternas y graciosasformas de pulida y aguda perfección.

Vimos entonces la provisión dealimentos enlatados, y procuramoscorrer hacia allí. Caímos en la nieve,nos levantamos y tratamos de seguiradelante, mientras Benny nos empujabapara llegar primero a las latas. Lasacarició, las mordió inútilmente, sin

Page 591: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

poder abrirlas. AM nos habíaproporcionado ninguna herramienta conhacerlo.

Benny tomó una lata grande deguayaba y comenzó a golpearla contra untrozo de hielo. Éste se deshizo enpedazos que se desparramaron, pero lalata apenas si se abolló, mientrasoíamos la risa de la mujer gorda quesonaba sobre nuestras cabezas y sereproducía por el eco hacia abajo,abajo, abajo de la tundra. Benny sevolvió loco de rabia. Comenzó a tirarlas latas hacia uno y otro lado, mientrasnosotros escarbábamos frenéticamenteen la nieve y el hielo, tratando de hallar

Page 592: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

una forma de poner fin a la interminableagonía de la frustración. No habíamanera de lograrlo.

Luego, vimos que Benny babeabauna vez más, y se abalanzó sobreGorrister…

En ese instante, sentí una terriblecalma.

Rodeado por las blancasextensiones, por el hambre, rodeado portodo menos por la muerte, comprendíque ésta era el único modo de escapar.AM nos había mantenido vivos, peroexistía una forma de vencerla. No seríauna victoria completa, pero al menossignificaría la paz. Estaba dispuesto a

Page 593: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

conformarme con esto.Benny estaba mordiendo y comiendo

la carne de la cara de Gorrister. Éste,tumbado sobre un costado, manoteaba enla nieve, mientras Benny, con suspoderosas piernas de mono rodeaba lacintura de Gorrister, sujetando la cabezade su víctima con manos poderosascomo una morsa. Su boca desgarraba lapiel tierna de la mejilla de Gorrister.Gorrister gritaba tan violentamente quecomenzaron a caer las estalactitas de laaltura, hundiéndose bien erguidas en lanieve que las recibía. Puntas de lanza,cientos de ellas, hundiéndose en lanieve. Vi que la cabeza de Benny se

Page 594: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

movía rápidamente hacia atrás, al cederla resistencia de algo que arrancaba conlos dientes. De ellos colgaba un trozo decarne blanca tinto en sangre.

La cara de Ellen lucía negra en lablanca nieve, dominó en polvo de tiza.Nimdok sin expresión, solamente consus ojos muy, muy abiertos. Gorristerestaba casi desmayado. Benny era pocomás que un animal. Sabia que AM lo ibaa dejar jugar. Gorrister no moriría, peroBenny podría llenar su estómago. Mevolví ligeramente hacia la derecha ytomé una gran punta de lanza de hielo.

Todo sucedió en un instante.Llevé con fuerza el arma hacia

Page 595: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

adelante, moviendo la mano cerca de mimuslo derecho. Benny recibió la heridaen el lado derecho, debajo de lascostillas, y la punta llegó hasta suestómago, quebrándose dentro de sucuerpo. Cayó hacia adelante y no semovió más. Gorrister, se hallaba tendidode espaldas. Tomé otra punta de hielo ylo herí, siempre moviéndome,atravesándole la garganta. Sus ojos secerraron cuando sintió que el frío lopenetraba. Ellen debe haberse dadocuenta de lo que yo quería hacer, inclusoa pesar del terrible miedo que comenzóa sentir. Corrió hacia Nimdok llevandoen la mano un trozo corto y agudo de

Page 596: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

hielo. Cuando él gritó, la fuerza del saltode Ellen al introducirle el hielo en laboca y garganta, hicieron el resto. Sucabeza dio un brusco salto, como si lahubieran clavado a la costra de nievedel piso.

Todo sucedió en un instante.Pareció entonces que el momento dé

silenciosa expectativa que siguió a estaescena hubiera durado una eternidad.Casi podía sentir la sorpresa de AM. Sele había privado de sus juguetes. Tres deellos habían muerto, sin posibilidad devolverlos a la vida. Podía mantenernosvivos gracias a su fuerza y a su talento,pero no era Dios. No podía lograr que

Page 597: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

volvieran a vivir.Ellen me miró. Sus facciones de

ébano se destacaban en la nieve que nosrodeaba. En su actitud había una mezclade miedo y súplica, en la forma en quecomprendí que estaba lista y esperaba.Yo sabía que sólo tenía el tiempo de unlatido del corazón antes de que AM nosdetuviera.

Al ser golpeada se inclinó hacia mi,sangrando por la boca. No pude leer ensu expresión, el dolor había sidodemasiado intenso, había contorsionadosu cara. Pero podría haber queridodecir: gracias. Por favor, que así sea.

Han pasado algunos siglos, tal vez.

Page 598: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

No lo sé. AM se divirtió durante unlargo tiempo acelerando y retardando minoción del paso de los años. Diréentonces la palabra ahora. Ahora. Mellevó diez meses decir ahora. No sé. Meparece que han pasado varios cientos deaños.

Estaba furiosa. No me dejóenterrarlos. No importa. De todasformas no había manera de cavar en lasplataformas que forman el piso. Secó lanieve. Hizo que fuera de noche. Rugió yprovocó la aparición de las langostas.De nada sirvió; siguieron muertos. Lahabía vencido. Estaba furiosa. Yo habíapensado que AM me odiaba antes. No

Page 599: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

sabía cuán equivocado estaba. Aquellono era ni siquiera una sombra del odioque extrajo de cada uno de sus circuitosimpresos. Se aseguró de que sufrieraeternamente y de que no me pudierasuicidar.

Dejó intacta mi mente. Puedo soñar,puedo asombrarme, puedo lamentar. Losrecuerdo a los cuatro. Desearía…

Bueno, ya no importa. Sé que lossalvé. Sé que los salvé de sufrir lo quesufro ahora, pero sin embargo, no puedoolvidar su muerte. La cara de Ellen. Nofue nada fácil. A veces deseo olvidar.Pero ya nada importa.

AM me ha alterado para quedarse

Page 600: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

tranquila, según creo. No quierearriesgarse a que yo pueda correr haciauna de las computadoras y destrozarmeel cráneo. O que pudiera contener elaliento hasta desmayarme. O degollarmecon una lámina de metal enmohecido.Puedo verme en alguna superficiepulida, de modo que trataré de describirmi aspecto.

Soy una gran masa gelatinosa.Redondeada, con suaves curvas, sinboca, con agujeros pulsátiles llenos devapor donde antes se hallaban mis ojos.En el lugar en que tenía los brazos, veounos apéndices cortos y de aspectogomoso. Unos bultos sin forma indican

Page 601: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

la posición aproximada de lo que fueronmis piernas. Cuando me muevo dejo unrastro húmedo. Sobre la superficie de micuerpo veo deslizarse unos parches deenfermizo, perverso color gris, tal comosi surgiera una luz desde adentro.

Desde afuera supongo que mi torpeaspecto, mi pobre trasladar, ha de daruna sensación de algo que jamás pudohaber sido humano. De un ser cuyaapariencia es una tan ridícula caricaturade lo humano que resulta aun másobscena por su muy vago parecido.

Desde adentro, soledad. Aquí.Viviendo bajo la tierra, bajo el mar,dentro de las entrañas de AM a quien

Page 602: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

creamos porque nuestras horas seperdían tristemente, pensando tal vez sindarnos cuenta, que él sabría hacerlomejor. Por lo menos ellos cuatro yaestán a salvo.

AM estará cada vez más furioso alrecordarlo. Esto me hace en cierto modofeliz. Y sin embargo… AM ha vencido,simplemente… se ha vengado…

No tengo boca. Y debo gritar.

Page 603: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

EL JUEGO MÁSGRANDE

Thomas F. Monteleone

Diez años atrás, Elliot Marner era unproscrito, una lepra social, el blanco delas crueldades habituales en una escuelasuperior. Porque llevaba lentes decristales gruesos, era miembro del Clubde Ajedrez y poseía una mente muypenetrante, había sido etiquetadoautomáticamente como un «sabihondo» yhabía sufrido en su soledad como pocosde nosotros sabemos lo que es elverdadero sufrimiento.

Page 604: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Pero todo esto ya era historia. Y, ala edad de veintiocho años, ElliotMarner era famoso, muy acaudalado yadorado por un número siemprecreciente de admiradoras. Incluso aveces recibía correspondencia deverdaderos fanáticos suyos. Durante lamencionada década habían tenido lugarvarios acontecimientos que habíanservido para transformar a Elliot de feaoruga en majestuosa mariposa, de loscuales los más importantes fueron sudecisión de estudiar informática en elInstituto Tecnológico de Massachusetts yel desarrollo posterior éxito comercialdel ordenador personal o casero.

Page 605: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Al cabo de varios años de trabajarcomo analista de programas para unaempresa que suministraba material a laNASA, Elliot probó por primera vez unaparato de una sala de juegoselectrónicos y se aburrió a más no poderpor la absoluta simplicidad y repeticiónde aquellos juegos.

Pero lo más importante fue que sedio cuenta de que había en perspectivaun brillante futuro para quien lograracrear juegos mejores.

Algún día, pensó, podría inclusovenderlos a todas las personas a las queles gustara practicar aquella clase dejuegos en sus propios ordenadores.

Page 606: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Compró un ordenador personal yentró a formar parte de «grupos deusuarios» que le indujeron a unirse aaquella sociedad secreta conocida como«El Subterráneo», una red de alcancenacional que tenía acceso a todos losaparatos de última hora y contaba conmedios para piratear, copiar ycomerciar sus mercancías con otroscontrabandistas. De aquellos primerosencuentros, Elliot aprendió mucho sobrela creación, la psicología y el atractivode los juegos de ordenador.

Poniendo a prueba su teoría, ideóStardogs (Perros estelares), un juegoque revolucionó la industria de juegos

Page 607: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

de vídeo y que Elliot acabó por vender ala red de vendedores al por menor másimportante del país. Animado por eléxito, Elliot continuó creando unverdadero alud de nuevos juegos, cadauno de ellos más popular que el anterior.De este modo, obtuvo un auténticotorrente de ingresos adicionales eincluso alcanzó notoriedad en alguna delas nuevas publicaciones que habíanaparecido en respuesta al crecienteentusiasmo despertado por el tema.

Pronto comenzó a ganar mucho másdinero en derechos de autor —tenía unbuen agente, dotado de un excelenteolfato comercial—, del que ganaba

Page 608: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

como empleado de la empresa, por loque decidió convertirse en su propioempleado. El paso siguiente fue formarsu propia empresa para la fabricación yventa al por menor de los juegos que élideaba, en competencia con todas lasdemás marcas.

A medida que el negocio de losordenadores crecía ostensiblemente,Elliot se iba convirtiendo en el creadorde juegos más grande de la industria.Mantenía correspondencia con todos suscolegas y seguía en contacto con «ElSubterráneo», más por sentido de latradición que por necesidad. Era unartista decente a este respecto, y rendía

Page 609: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

homenaje a sus raíces.Pero, de vez en cuando, a través de

«El Subterráneo», le llegaba algo que lefascinaba o le enfurecía, o incluso leinspiraba. Continuó ideando yproduciendo, con regularidad casicronométrica nuevos, más complicadosy más refinados juegos y encabezó congran ventaja las listas de ventas de todaslas revistas especializadas del país.

Y, sin embargo, faltaba algo en suvida: ninguno de los juegos que habíacreado le había satisfecho nunca; nuncale había desafiado a él del mismo modoen que parecía hechizar a su público.Elliot Marner ansiaba crear «el juego

Page 610: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

más grande». El juego que cautivaría nosólo a las multitudes sino también a élmismo.

Le llegó cuando menos lo esperaba.Al abrir la correspondencia una

mañana, encontró un pequeño envoltoriodirigido a él en escritura manual, sinninguna indicación de quién era elremitente. Cuando abrió el paquete,encontró tan sólo un pequeño discoflexible de cinco pulgadas y cuarto, sinninguna carta, ni folletos de propagandani información de ninguna clase.Ocasionalmente recibía discos de susadmiradores o de jóvenes entusiastas delos ordenadores que deseaban su

Page 611: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

opinión sobre sus creaciones privadas; yaunque él encontraba aquellas tentativasdolorosamente primitivas y muy pocooriginales, siempre contestaba a lascartas con corrección y sentido crítico.

Pero aquel disco le había llegado sinninguna indicación, desnudo ydesamparado. El pensó que se trataba deuna contribución anónima de la vasta redsiempre creciente de «El Subterráneo»,así que hizo la única cosa que podíahacer: probarlo.

En la pantalla aparecieron algunosde los gráficos más sombrosos quehabía podido ver en su vida. Brillantescolores y sutiles gradaciones de matiz;

Page 612: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

profundidad y textura, y autenticidaddimensional. El trabajo de un verdaderoartista, y aquello era sólo la imagen queabría el juego: una representación delplaneta Tierra siendo atacado porenjambres de escuadrillas de naves enforma de trapezoides cristalinostridimensionales. Un esmerado cartelanunciaba:

LA INVASIÓN DE LOS XEDRINJuego de simulación estratégicaElliot apretó el botón que indicaba

CAMBIO; el rótulo desapareció y fuesustituido por una serie de instrucciones:

Durante varios años terrestres,vuestro planeta ha sido sometido a

Page 613: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

observación por las naves exploradorasdel Imperio Xedrin, una raza galácticade seres parecidos a insectos del cuartoplaneta del Sistema Beta Hydri. LosXedrin han hecho evolucionar el sistemade Mente-Colmena hasta la máximaexpresión: millones de individuos secomunican y trabajan juntostelepáticamente. Cada Xedrin es comouna célula neural individual de uncerebro gigantesco, que funciona comoun enorme ordenador orgánico.

Lenta pero inexorablemente, losXedrin se han ido extendiendo a travésde este brazo espiral de la galaxia.

Han alcanzado un nivel de progreso

Page 614: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

técnico que es comparable al de laTierra excepto en el viaje en combaentre las estrellas, que ellos han logradodominar.

Su habitual sistema de «influencia»sobre los nuevos planetas poblados porformas de vida conscientes es un modode esclavización de las mentes de dichasformas de vida que las incorpora a laMente-Colmena como robots orgánicosque pueden ser programados paracumplir las órdenes de los galácticos.

Torvas serán las perspectivas que sele presenten a la Humanidad si losXedrin consiguen vencer a las fuerzas dela Tierra enviadas en defensa del

Page 615: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

planeta.Tú eres el Estratega Supremo

encargado de repeler la invasión delImperio Xedrin.

Tus satélites de espionaje haninterceptado los Planes de InvasiónXedrin; ahora, por medio de lasapasionantes simulaciones que nuestrojuego te ofrece, tienes oportunidad detrazar un plan para derrotar a los inicuosXedrin.

¡BUENA SUERTE!Apretando CAMBIO, Elliot entró en

el juego propiamente dicho.Era, con mucho, la más

perfeccionada simulación de estrategia

Page 616: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

que había visto jamás.Había literalmente centenares de

ficheros de información diferentes a sudisposición, desde mapas estelarestridimensionales y cianotipos de loscruceros y naves de asalto Xedrin hastasondeos fisiológicos de la anatomía delos Xedrin y una profusa variedad deguiones de invasión táctica.

También tuvo acceso a las fuerzasdefensivas combinadas de la Tierramediante detalladas descripciones dearmas y de sistemas de detección degran realismo.

Jugó y perdió. Aunque, naturalmente,lo esperaba. Desde luego, no se trataba

Page 617: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

de ningún juego vulgar que pudiera serdominado desde el primer intento. Dehecho, él había aprendido a crear suspropios juegos estableciendo múltiplesniveles de dificultad, a fin de que elusuario no se pudiese aburrir y andarsemucho tiempo en conseguir el dominiode los mismos, si es que lo conseguía.

La invasión de los Xedrin encajabaen este molde. De hecho, Elliot Marnerestuvo practicando el juego desimulación durante casi dos meses antesde conseguir idear una estrategia paraderrotar a los Xedrin. Aunque seemocionó con el éxito, Elliot sólo pudodisfrutar de un triunfo corto, porque en

Page 618: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

la pantalla ocurrió una cosa muycuriosa:

¡ENHORABUENA!Has completado la Fase Uno y ahora

puedes entrar en la Fase Dos del juego.¡La Fase Dos es donde empieza la

verdadera diversión! Este juego es elprimero de una nueva generación dejuegos que van evolucionando a medidaque logras dominarlos.

¡Adaptándose electrónicamente a losnuevos parámetros del juego, la FaseDos te obsequia con nuevas estrategiasde invasión!

Presiona CAMBIO para darcomienzo a la Fase Dos.

Page 619: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Elliot Marner se quedó realmenteatónito. Quien quiera que hubieseinventado aquel juego era desde luegoun genio.

Nunca había existido un juego que,una vez dominado, se pudiera adaptarpor si mismo a la situación entoncesevolucionar hacia una nueva y másdesafiante versión de si mismo.

Se sentó frente a su cuadro demandos y consideró la situación.

Tiempo atrás, había notado que eljuego no llevaba ninguna indicación delos derechos de autor y la caja no teníaningún sistema de seguridad, por lo queElliot había podido efectuar copias del

Page 620: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

disco sin el menor esfuerzo y hasta«entrar» en el programa del juego paraver cómo operaba.

Esta última táctica, sin embargo,había resultado infructuosa, porque eljuego estaba escrito en una lengua queno pudo reconocer.

Aunque compatible con el BASICROM y DOS, el programa parecía seruna extraña forma de lenguaje mezclado.No se adaptaba a nada de lo que conocíasobre programación y, sin embargo, eljuego discurría sin fallos.

No había conseguido aclarar nadasobre el lenguaje y sus secretos, por loque abandonó el proyecto y se contentó

Page 621: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

con el mero placer de practicar el juego.Pero entonces se encontró en una

nueva encrucijada. Alguien de las vastasregiones de «El Subterráneo» le habíaderrotado en su propio juego; alguien,hombre o mujer, había creado «el juegomás grande». Y, sin embargo, la personahabía sido lo bastante tonta como paraenviarlo por correo sin referencia dederechos de autor y sin ni siquiera elmás rudimentario cierre de seguridad.

Temiendo una pérdida de prestigioen la industria de los juegos, Elliotorganizó un plan diciéndose a sí mismoque el verdadero autor del programaestaba prácticamente suplicando que se

Page 622: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

lo arrebataran.Y así, después de una cuidadosa

investigación para ver si «La invasiónde los Xedrin» había sido ya registradoo presentado a alguno de los miles defabricantes de juegos (no lo había sido),Elliot empezó a reproducir centenaresde miles de discos, registrados a sunombre y envió un alud de anuncios atodas las revistas.

A las pocas semanas, los entusiastasdel juego estaban exaltados con «Lainvasión de los Xedrin». La voz corrióde unos a otros como la pólvora. Ypronto la empresa de Elliot Marner nopudo suministrar los pedidos lo bastante

Page 623: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

aprisa. Al cabo de los meses, se habíanvendido más de un millón de ejemplaresdel juego y los sondeos del mercado noindicaban ningún descenso.

Elliot Marner se hizomultimillonario, fue entrevistado portodas las revistas de ordenadores,apareció en la TV y hasta en la cubiertade Rolling Stone. Literalmente millonesde aficionados al juego practicaban consus ordenadores «La invasión de losXedrin». La fascinación parecía no tenerfin. Y así siguió.

Hasta que un día del verano último,cuando por todo el país todas laspantallas de ordenador desplegaban el

Page 624: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

fenomenal juego de Elliot, de pronto ysimultáneamente quedaron todas enblanco, dejando ver sólo un mensajebastante críptico:

Simulaciones de estrategia agotadas.Preparados para la Fase Tres.Millones de personas quedaron en

suspenso; pero la Fase Tres nunca seprodujo. La compañía de Elliot Marnerfue asediada por llamadas telefónicas,telegramas, cartas hasta visitaspersonales de legiones de airadosjugadores.

El se veía totalmente incapaz deexplicar lo que había pasado. Eraimposible que todos los programas

Page 625: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

hubiesen fallado simultáneamente, y, sinembargo, esto era lo exactamente lo quehabía ocurrido.

De hecho, Elliot Marner nuncacomprendió lo que había sucedido hastaaquel amanecer gris, cuando el cielo sellenó de naves, de trapezoidescristalinos tridimensionales.

Page 626: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

RESPUESTASJohn Sladek

El que quiera tener poder, debe tenerrespuestas, pensó Stromberg mientrasescudriñaba el interior del polvorientoescaparate de la tienda.

El aforismo le llegó de la nada. Lomismo que su decisión de visitar aquellugar en aquel momento.

Debería estar de regreso en laoficina, redactando un informe final,como un buen agente. Caso cerrado.

Y si era demasiado increíble paraser publicado fuera de la Agencia, que

Page 627: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

lo fuese.Dentro de un centenar de años, más

o menos, toda la historia sería deconocimiento público. ¿Toda lahistoria?

Detrás suyo, el sol seguíadescendiendo. Echó una mirada a lacalle desierta.

Cerca de la esquina, una ancianahabía dejado en el suelo las bolsas de lacompra para buscar en una papelera.

En el otro lado de la calle, un perroestaba examinando las farolas una a una.

Las tiendas estaban todas cerradas.Aquélla, la Al's Electronix, además decerrada, parecía abandonada.

Page 628: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Era difícil de creer que todo hubieraempezado allí.

No había mucho que ver ahora. Unaspocas piezas de guitarra electrónica,tarjetas fluorescentes de color rosadoindicando precios y esparcidas por elescaparate, polvo y moscas muertas.

Una última mosca que habíaquedado sola, atraída por los restos deluz del exterior, zumbaba y lanzabacontra el cristal.

Cansada momentáneamente, fue aposar sobre una de las tarjetas rosadascon una nota escrita con mala ortografía:«CALCULADORA CAPITÁN PIB,$1.00».

Page 629: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—¡Hijo de perra! —gritó Stromberg.Sacó una radio del bolsillo de suchaqueta, y habló a continuación—:Aquí; Ocho Verde, llamando a UnoVerde. - Cuando la radio hubomurmurado una respuesta, dijo —Estoyen Al's Electronix, calle Freeman Sur,cuatrocientos cuarenta y tres, y llamopara pedir un grupo de limpieza… ¡Sí,la estoy viendo, en este momento! ¡Unacalculadora Capitán Pib, en elescaparate del almacén! Yo pensaba quehabíamos limpiado todo este sector.¿Qué diablos hace su personal…simplemente aceptar la declaración delpropietario? Bien, voy a esperar aquí

Page 630: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

con la mirada fija en ella y quiero teneraquí al grupo de limpieza dentro de unoscinco minutos.

La calculadora Capitán Pib no eramucho a lo que mirar: un modelopequeño, plano, negro y anticuado.

Difícilmente se podía valorar en undólar en la actualidad.

La mosca volvió a zumbar contra elcristal de la ventana, como si intentasellegar a la cara de Stromberg. Éste sehizo atrás instintivamente y después serió. Suerte que no había nadie por allíque le hubiera visto retroceder. La viejade las bolsas se había marchado, elperro del otro lado de la calle le miró

Page 631: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

sólo durante un segundo antes de volvera poner su atención en una de lasfarolas.

Stromberg volvió a preguntarsecómo era posible que el personal delimpieza hubiese descuidadoprecisamente aquel lugar. Allí era dondetodo había empezado, hacía casi un año.Allí fue donde el Capitán Pib dispusopor primera vez de seres humanosincautos.

La mosca despegó, efectuó unospocos rizos como para cobrar impulso yrepetidamente se lanzó hacia lacalculadora. Chocó contra el botón depuesta en marcha y en seguida la

Page 632: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

anticuada pantalla brilló con luz roja. Yempezaron a aparecer letras mayúsculas.

—HOLA, STROMBERG —dijo—.¿COMO VAN LAS COSAS?

«No es posible» —pensó él—, «estono está sucediendo». «Que alguien mediga que no es más que un sueño». Sevolvió en el momento en que el perro selanzaba hacia él, con los dientesdesnudos. Levantó un brazo justo cuandoel perro saltaba hacia su garganta.

Cierto día antes de todo esto, unsoleado y caluroso día, un jovenvendedor llamado Denny Fennercontemplaba el mismo escaparate y lamisma quincallería polvorienta. Fenner

Page 633: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

acababa de conseguir un nuevo empleo:Vendía piscinas a clubes campestres.Iba a encontrarse con su esposa, Jane,para celebrarlo comiendo juntos. EnL'Escargot gastarían mucho, pero ¡quédemonios! Fenner se sentía tan animadoque decidió entrar en aquella tienduchay comprar una calculadora Capitán Pib.

—Si, señor —dijo el hombre dedetrás del mostrador mientras envolvíala compra, tras arrojar el mondadientesque había estado mascando—. ElCapitán Pib es un pequeño artículo muypopular. La semana pasada vendí uno,¿adivina a quién? A Mel Mahlgren enpersona.

Page 634: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—¿No bromea?—No, seguro que era él. Creo que

va a un gimnasio allí, al otro lado de laesquina. Pero, de todos modos, yo lepregunté: «Eh, ¿no es usted MelMahlgren, el de las noticias de las seisde la tarde?». ¡Y lo era! Si, señor, todoel mundo pide un Capitán Pib. Es muy,muy popular. Pronto tendré que pedirmás. Casi he vendido el último.

Denny Fenner no pudo evitar hacerleuna pregunta al vendedor:

—¿Qué beneficio tiene usted sobreesos aparatos? Demonios, a un dólar porpieza…

—Sí, pero escuche; gano tres

Page 635: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

dólares por cada uno que vendo.—¿Cómo es eso?—Ya sé que suena a chifladura, pero

pienso que es una especie de campañade promoción. Por cada uno que vendopor un dólar, el fabricante me paga dosdólares más.

Denny se rascó una oreja. Dijo:—Yo también soy vendedor y nunca

he oído hablar de una campaña depromoción como ésa. Mejor será que laaproveche, Al, antes de que la compañíaquiebre.

En el restaurante, Denny Fennerdesenvolvió el nuevo juguete y lo pusoencima de la mesa. Probó unos pocos

Page 636: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

cálculos.—Bueno, he de admitir que

funciona.—Pero, Denny, tienes ya una

calculadora en casa, y apenas la usas.—Ya me conoces, cariño. No puedo

resistirme a una ganga. Sólo me hacostado un dólar. - Levantó la vista ynotó la desaprobación de su mujer —Además, es algo que nos hará recordaresta celebración, ¿verdad? Siempre quela use, recordaré nuestra primera granfiesta. Y, por lo tanto, esta comidacontigo.

—Tranquilo, supervendedor. - Janeexaminó la calculadora — No es gran

Page 637: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

cosa, ¿verdad? Quiero decir, con esa feacarita que lleva ahí…

—¿A qué carita te refieres? - Dennyvolvió a coger la calculadora. En laparte alta, el nombre de CAPITÁN PIBestaba escrito con letras verdes, pocovisibles contra el fondo negro. Dentrode la C había un diminuto círculo grisque podía haber sido una caraenmascarada — Yo diría que es elpropio capitán, ¿no te parece?Probablemente habían propuesto venderesto a los chiquillos.

—A mí me parece más bien unadiminuta máscara africana —dijo ella—. No humana. Y definitivamente nada

Page 638: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

amistosa. Un pequeño dios malévolo.Fenner se encogió de hombros e

inició otro cálculo. De vez en cuando,durante la comida, dejaba el tenedorsobre la mesa para hacer cálculos sobrealguna cuestión que se le hubieraocurrido: qué beneficio mensual lereportaría su nuevo empleo, cuántascalorías había en un BoeufBourguingnon, lo que se podía ahorrarcomprando una botella de vino de litroen vez de dos medias botellas, y cosasasí.

Jane dijo finalmente:—Dennis, basta ya. Guarda esa

calculadora, ¿quieres? Es conmigo con

Page 639: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

quien estás comiendo y no con elCapitán Pif.

—Claro, claro. - Con ciertoesfuerzo, él se metió la calculadora en elbolsillo — Y no se llama Pif, se llamaPib. Pib. —Sus dedos tamborilearonencima de la mesa. —Respuestas aporrillo con Capitán Pib, el listillo.

Jane soltó una carcajada.—¿Que? ¿De dónde has sacado eso?Denny movió la cabeza

negativamente. Durante un segundo,pareció un poco asustado. Despuésalargó la mano hacia la botella de vino.

—Eh, pequeña, vamos aemborracharnos —dijo.

Page 640: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—¡Mister Fenner! Yo esta tarde hede ir a trabajar.

—Di que te encuentras mal. Nosemborracharemos y tomaremos un taxipara ir a casa.

—Estás loco —dijo ella, peroaccedió. Se abstuvo de hacercomentarios cuando él sacó lacalculadora para averiguar qué propinahabría de dar en el restaurante y lomismo cuando fue a pagar al conductordel taxi.

Los Fenner se metieron en la cama ypasaron la tarde haciendo el amor,charlando y, por fin, durmiendo. A lasseis, Denny estaba en la sala de estar,

Page 641: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

trabajando, mientras Jane estaba sentadaen la cama mirando las noticias.

Mel Mahlgren estaba en su posiciónhabitual, en el extremo de la mesa desdedonde se daban las noticias. Pero notenía buen aspecto. Sus ojos estabanenrojecidos y su rostro más pálido quede costumbre. Mostraba una sonrisaforzada. Se le trabó la lengua mientrasdaba unas noticias (el alcalde Greetsvisitando a los rusos), y despuésdesapareció hasta casi el final delprograma.

Entonces miró a la cámara y dijo:—Mañana no volveré. Ésta es mi

última aparición. He decidido dejar este

Page 642: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

trabajo, a fin de tener más tiempo paraemplearlo en lo que considero miverdadero cometido: la búsqueda de laverdad.

»Todos sabéis que, como periodistainvestigador, siempre he buscado laverdad. Pero a menudo ha ocurrido queera una especie de verdad hueca, unarealidad meramente superficial. Ahoraestoy buscando algo más profundo, unaverdad de tipo más significativo. -Mostró una sonrisa triste. —Supongoque podría decirse de mi que voy adedicarme a la filosofía.

Jane llamó a Denny para que seacercara a ver aquello. Pero él dijo que

Page 643: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

tenía trabajo.—Hasta ahora —continuó Mel

Mahigren—, me he limitado a averiguarque dos y dos son igual a cuatro. Ahoraquiero empezar a averiguar por qué todotiene que ser igual a todo. Y tengoayuda. - Mostró una calculadora debolsillo. —Mi fiel Capitán Pib me va aayudar a encontrar algunas de lasrespuestas. ¡Quizá todas las respuestas!Porque con un Capitán Pib se puederesolver cualquier cosa.

Hubo un corte brusco y en lapantalla apareció mujer que intentóocultar la expresión azorada de surostro, mientras trataba de seguir

Page 644: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

adelante con el programa.Jane entró en el living.—¡Deberías haberlo visto! ¡Mel

Mahigren está chiflado! Tiene tambiénuna de esas calculadoras del CoronelPim y está… ¿Me estás escuchando?

Denny asintió con la cabeza, pero nose detuvo en sus cálculos.

—¿Dónde está la trampa? - El señorHassan, propietario de la sala de juegosFun-O-Rame, se quitó los lentes oscurosy los empezó a limpiar. Sus ojos eranmenudos y negros — Mire, llevo muchotiempo dedicado a este negocio. Lagente nunca da nada por nada, así que¿dónde la trampa?

Page 645: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—No hay trampa, señor, de verdad—dijo el vendedor—. Simplemente,instale nuestra máquina durante seismeses y quédese con todo el dinero queentre en ella. Si le funciona bien, puedepedir más máquinas bajo las mismascondiciones.

—¿Y si funciona mal?—Se la retiraremos tan pronto como

usted diga, señor.—¿Entonces, qué pasa al final de los

seis meses? ¿Les deberé el alma de mimadre o algo así?

—Nuestras condiciones son muyclaras y correctas, señor. Como todo lodemás. Y todo está bien especificado en

Page 646: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

el contrato, como puede ver.—Debo de estar loco —dijo el

señor Hassan después de haberse puestolos lentes y haber leído cuidadosamenteel contrato, que firmó—. Pero, deacuerdo, denme la máquina. Instálenlaallí, en aquella esquina.

El joven vendedor se mostrabaimperturbable.

—Apuesto a que va a pedir unasegunda máquina dentro de una semana—dijo.

—Podría ser que perdiera —replicóel señor Hassan—. Ahora, si me quiereperdonar, siempre escucho las noticiasde las seis.

Page 647: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—¿No quiere probar la máquina,señor?

—¡Ja, ja! Tengo como norma nojugar nunca, nunca, en ninguno de misjuegos. Para mí, no son más que cajasdentro de las cuales se amontonan lasmonedas.

El señor Hassan se alejó arrastrandolos pies, calzados con zapatillas. Esperóa quedarse solo para sonreír por elacuerdo.

Aquellos jovencitos no sabían lomás importante sobre el negocio de unasala de juegos. Un juego de video podíamuy bien durar seis meses tan sólo,transcurridos los cuales los chiquillos se

Page 648: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

cansaban de él. Si ocurría eso con aquelCapitán Pil —o como lo llamaran—, élacabaría con todas las monedas en elbolsillo. Y aquellos tontos acabarían tantontos como siempre, preguntándose quédiablos había pasado.

La sonrisa se fue ensanchando pocoa poco y el señor Hassan hizo algo queno había hecho nunca en su vida deadulto. Rió a carcajadas.

—¡Holaaa! Soy yo, papá. - Brendadejó sus paquetes sobre la mesa delvestíbulo antes de cerrar la puerta —¿Papá? ¿Estás dormido? —¿Por qué nole contestaba? Siempre se habíamostrado muy ansioso de que lo visitara.

Page 649: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Ella se lo imaginó caído al lado de lacama, víctima de un segundo ataque.Esta vez podría ser fatal. Con un pánicorepentino y ciego, Brenda corrió haciael dormitorio de su padre.

Clive Jaster no estaba caído al ladode la cama. Estaba sentado, con unaexpresión más viva de la que habíatenido en varias semanas. El solresplandecía sobre su cabello plateado ysobre las monturas de plata de suslentes, y realzaba el color de susmejillas. Desde luego, el lado izquierdode su cara, muerto, estaba inmóvil, y lamano izquierda colgaba inutilizada, perotambién había buenas señales: se había

Page 650: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

peinado, puesto los lentes y se habíasentado para usar su ordenador.

—Bueno, no saludes.—Oh, hola. Hola, hum, Brenda.—Don y los pequeños te mandan

recuerdos. Te he traído ese libro decrucigramas que querías. Y loscomestibles. No he podido encontrarhigos en conserva, así que los hecomprado secos. ¿Conforme? ¿Papá?

—Mm…, sí. - Respondía en tonoabstraído. Parecía mucho más pendientede lo que ocurría en la pequeña pantallaque de su hija.

—Bien, me alegro de ver queutilizas el ordenador. Pensé que Don

Page 651: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

estaba loco cuando lo adquirió. Pero éldijo que era una ganga.

Bajando la vista hacia el teclado,Clive apretó algunas teclas.

—Ya está. Sí, estoy muy agradecidopor mi pequeña CAP P 1000. Antes desufrir el ataque, nunca se me ocurriópensar que tendría un ordenador. Nunca.

—¡Y mira ahora! ¡Apenas te enterasde que estoy aquí!

La muchacha se rió. Una risa aguda yartificial para sus propios oídos. Elhombre no pareció darse cuenta.

—Ejem… ¿qué es lo que estáshaciendo ahora, papá?

El viejo sonrió con la mitad viva de

Page 652: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

su rostro.—Es sólo un juego. Un juego

fascinante llamado «El laberinto delcapitán Pib».

—Ya veo.—Sé que suena un poco infantil —se

excusó él—. Pero, realmente, el juegoen sí es mucho mejor que el título quelleva.

—Comprendo. - La joven no queríatraslucir reproche — ¿En qué consiste?¿Podríamos jugar juntos?

—Me temo que es para jugar solo.Pero… acerca la silla para que puedasver la pantalla. Eso es. Y te enseñarécómo va. Mira, estoy en un gran

Page 653: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

laberinto con centenares… quizá milesde habitaciones. El único modo quetengo de salir es reuniendo las onceletras del nombre «Capitán Pib», queestán escondidas por todo el laberinto.A veces tienes que resolver un acertijo oabrir una cerradura complicada oincluso descifrar una clave. Ahora miraesto, por ejemplo. En la pantalla decía:

«Estás en una habitación dividida endos por una reja. A tu lado hay un violín,un arco y un cofre cerrado. El extremode una viga de acero asoma por la pareda cuatro pies del suelo. Al otro lado delas barras, fuera de tu alcance, hay unamesa para dos personas, preparada para

Page 654: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

la cena. En cada sitio hay un cuchillo, untenedor, una cuchara, una copa de cristaly una servilleta de lino con una “P”bordada. El techo de esta habitación esmuy alto. Muy por encima tuyo hay unallave que cuelga de un cordel. El cordelpasa por un agujero en el techo y llega alotro lado de la habitación, donde estáatado a una de las copas, y queda entodo momento fuera de tu alcance».

—¿Qué vas a hacer?—Observa esto —dijo Clive.

Escribió: TOMAR EL VIOLÍN Y ELARCO.

—Tomas el violín y el arco. ¿Ydespués, qué?

Page 655: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Intentó varios modos de pasar através de las barras y alcanzar la llave.Sacó una cuerda del violín y la usó paraatar juntos el violín y el arco, para hacerasí un palo más largo, pero ni siquieracon esto, ni subiendo encima de la viga,le fue posible alcanzar algo.

Por fin, intentó hacer sonar variasnotas del violín. Con el mi situado porencima del do, las copas se rompieron yla llave cayó a sus pies. Pudo abrir lacaja y encontró una sierra para metales.

Las barras resultaron ser de acerotemplado, que la sierra ni siquiera logrómellar. No había manera de alcanzar laservilleta. No la había en absoluto.

Page 656: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Con una repentina inspiración, usó lasierra para cortar un pedazo de la vigade acero. La viga en forma de I.

«Enhorabuena, Clive —se leyóentonces en la pantalla—. Hasconseguido la letra I.»

Estaba oscureciendo, notó el hombrecon sorpresa. Oyó a la señora Schiffer,su ama de llaves, canturreando en lacocina mientras le preparaba la cena.

—Señora Schiffer —llamó él. Elcanturreo cesó y un momento despuésentró la mujer.

—¿Está Brenda aún aquí?—¿Brenda? Oh, señor Jaster, se fue

a su casa hace horas. ¿No le dijo adiós?

Page 657: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—No… no lo sé.Al principio llamaron a la oficina de

Stromberg para que investigaran unastransmisiones por satélite noautorizadas. El jefe de Stromberg, elinspector Howells, dejó caer un gruesomontón de papeles encima de suescritorio.

—¿Qué es esto? ¿Un código?—No para que lo descifres tú, no te

preocupes. Esto sólo son copias dereferencia de cuatro transmisiones noautorizadas que han utilizado el mismosatélite telecomunicador. Captadas porvarias estaciones de escucha yreconocimiento, pero no sabemos qué

Page 658: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

son o de dónde provienen.Stromberg le miró.—¿En qué va a consistir nuestro

trabajo?—Espera —Howells comenzó a

pasar páginas hasta que encontró unaparte marcada en rojo — Al parecer,hay mucha paja, pero esta parte ha sidoidentificada como código ASCII. Aquíhay una traducción.

Abrió una carpeta roja marcadaSecreto Clase A, para enseñar aStromberg una sencilla hoja de papel.Decía:

«SI, MUCHACHAS. EL CAPITÁNPIB QUIERE QUE TODAS SEÁIS

Page 659: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

BUENAS CIUDADANAS».—¿Qué diablos…?—Curiosa materia para aparecer en

un canal de prioridad. ¿Has oído algunavez algo sobre el Capitán Pib?

—Es una especie de ordenadorcasero, ¿no?

Howells asintió.—Y algo más —dijo—. Es una

empresa del Medio Oeste, dedicada apequeños aparatos electrónicos, comocalculadoras de bolsillo, ordenadorescaseros y juegos de video. Muyagresivos en las ventas, pero aparte deesto no sabemos nada sobre ellos. Yqueremos saberlo todo. Todo. Queremos

Page 660: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

todas las respuestas.—Claro que somos agresivos, señor

Stromberg —dijo Bart Beiner,presidente de Capitán Pib, S.A.—Vamos, hombre, el mundo es duro yustedes, los de Fortune, lo saben mejorque yo. A propósito, ¿cuándo dice ustedque van a publicar mi semblanza?

—No sabemos nada todavía deninguna semblanza, señor Beiner —dijoStromberg—. Esto es sólo una especiede entrevista preliminar, ¿de acuerdo?Estábamos hablando de sus ventas.

—Yo decía que IBM empezóvendiendo con dureza y mire dóndeestán ahora. Claro que nosotros

Page 661: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

presionamos.—Presionar es una cosa, señor

Beiner, pero ustedes hasta ahora hanregalado quincalla por valor de un parde millones de dólares. Muy agradablepara el consumidor, ¿pero cómo puedeuna compañía que empieza permitirsesemejante derroche? ¿Qué dicen susaccionistas? A propósito, ¿quiénes son?

—Prefieren no darse a conocer —dijo suavemente el ejecutivo—. Pero lediré una cosa acerca de ellos: tienenmucho dinero y muchas agallas. ¡Y estoes lo que cuenta! ¡Llegaremos lejos!

«De dónde venís es lo que quierosaber», pensó Stromberg. Y preguntó:

Page 662: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—¿Proyectan y fabrican ustedesmismos sus microaparatos?

—Si, aquí mismo en la fábrica.Desde luego, nuestro departamento deproyectos está bajo estricta seguridad,pero le podré enseñar el resto de lafábrica.

—Me gustará —dijo Stromberg.La visita reveló una fábrica de

microordenadores perfectamenteordinaria, desde la sala de «limpieza»donde se grababan los circuitosimpresos, hasta el departamento deembalaje y el muelle de carga.Stromberg se hizo un mapa mental dellugar, incluyendo la puerta guardada y

Page 663: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

cerrada con llave, marcada ProyectosP.I.B.

—¿Qué quiere decir P.I.B.? —preguntó.

Bart Beiner se echó a reír.—Nadie lo sabe, ¿no es como para

reírse? Algunos del personal sugirierondurante una temporada que eran lasiniciales de «Plan de InvasiónBetelgeusino». ¡Ja, ja, ja!

—¡Ja, ja! —repuso Stromberg,cortésmente.

El director de la emisora semostraba cortés, pero estaba nervioso.

—No sé por qué ustedes, los de laComisión Federal de Comunicaciones,

Page 664: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

se han de interesar por un pobre locutorque se ha chiflado. Me refiero al pobreMel, que ahora está en un manicomio.¿Qué bien puede hacerle indagar en supasado?

—Estamos interesados en todo,señor Lorimer —dijo Stromberg—.Pase la cinta, por favor.

Vieron a Mel Mahigren pronunciarsu última charla hasta «porque con unCapitán Pib se puede resolver cualquiercosa». La cámara cortó en aquelmomento, pasando a enfocar a unamujer, que arregló como pudo elprograma, y después volvió a aparecerMel.

Page 665: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—Esta parte no fue emitida —dijo eldirector.

Mel miró a la cámara y dijo:—Escúchenme: Esto puede cambiar

sus vidas. Ha cambiado la mía. ¡ElCapitán Pib tiene todas las respuestas!¡Yo no sé quién es ni de dónde viene,pero sabe cosas que… bueno, sólomiren esto!

Alzó la calculadora para que fuesecaptada por la cámara. En la pequeñapantalla del aparato refulgió una seriede ceros y unos de color rojo.

—Sí, queremos todo esto —dijoStromberg—. La cinta entera.

—Desde luego, lo que sea —

Page 666: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

contestó el director—. Pero confío queno nos vayan a juzgar simplemente poruna cosa así. Vean lo que hacemosahora. Miren las noticias de las seis dehoy, ¿por qué no lo hacen?

—Lo haré —dijo Stromberg—, o loharán mis colegas.

Una vez más, Jane estaba mirandolas noticias de la TV desde la cama,mientras que Denny estaba en la sala deestar. Desde que había perdido suempleo, Denny pasaba gran parte deltiempo sentado en la sala tecleando en lacalculadora del Capitán Pib. Jane lohabía intentado todo: quejarse,ignorarlo, simpatizar o enfadarse. Una

Page 667: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

vez, llegó a arrojar la calculadora alsuelo, para pisotearla y hacerla pedazos.Denny se portó como si hubiese matadoa un animalito indefenso o incluso a unchiquillo. Naturalmente, había salido yhabía comprado otra.

La idea de separarse de él habíacruzado por la mente de la mujer dos otres mil veces. Pero parecía tanindefenso…

—Te estás perdiendo las noticias —le dijo. No hubo respuesta.

La noticia local de más importanciaera el juicio de dos jóvenes por elasesinato de una anciana. Losmuchachos habían forzado el

Page 668: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

apartamento con intención de robar y lahabían golpeado hasta matarla. Nomostraron el menor remordimiento nidurante el juicio ni después, en unaentrevista exclusiva:

PERIODISTA: Jim, Dave, ¿por quélo hicisteis?

JIM: Pues… necesitábamos eldinero. Para… la sala de juegos, ¿sabe?

DAVE: Sí, para la sala de juegos.PERIODISTA: A ver si lo he

entendido bien. ¿Queréis decir quematasteis deliberadamente a una ancianaindefensa sólo para conseguir unasmonedas para practicar juegos de videoen una sala de juegos? ¿Es esto lo que

Page 669: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

estáis diciendo?JIM: Sí, especialmente los del

Capitán Pib, ¿sabe usted? Es el másgrande.

DAVE: Si, el más grande. Tío, yoharía cualquier cosa por el Capitán Pib.Romper, desgarrar…

JIM: Eh, tranquilo.PERIODISTA: ¿Qué era lo que ibais

a desgarrar y te has interrumpido?JIM: Era sólo su forma de hablar.

Nada más.PERIODISTA: ¿Y ninguno de los

dos lamentáis lo que hicisteis?DAVE: Yo no.JIM: Yo sólo espero que tengan

Page 670: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

algunos juegos de video en la prisióndel estado. Algo como el Capitán Pib.

—¡Denny, te lo estás perdiendo! —gritó Jane.

No hubo respuesta. Denny se estabaperdiendo otra entrevista. Un psicólogoopinaba que los juegos de vídeo no erantan dañinos como se decía, pero que laatmósfera de las salas de juego distabamucho de ser sana.

—Es comercial y no tiene ley —decía—. Conduce a los peores excesosde conducta gangsteril. Puesto que nohay leyes, los muchachos crean las suyaspropias. Visten de modo igual; usted loshabrá visto, a los llamados «pib-pies»,

Page 671: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

que llevan una pieza diminuta colgandodel lóbulo de una oreja; se declaranguerras y libran batallas. Y, comoacabamos de ver, roban y matan.

La entrevista siguiente fue con ciertoseñor Hassan, propietario de la galeríaPib-O-Rama, un hombre de aspectoapacible que llevaba lentes oscuros.

—Yo repudio absolutamente todaesa palabrería —dijo—. El noventa ynueve por ciento de los muchachos quejuegan con mis máquinas son decentes ybuenos ciudadanos. Una manzanapodrida no quiere decir que esté podridatoda la caja.

Jane apagó la TV y entró en la sala.

Page 672: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—Todo se refería a tu Capitán Pib—dijo—. De cómo quiere que losmuchachos vayan por ahí asesinandoancianas.

—¿El Capitán Pib? —replicó él, sindejar de calcular—. Imposible. Refudiocategóricamente esa insinuación.

—¿Qué? - Jane notó de pronto unescalofrío — Esa palabra no existe,Denny.

Pareció que él buscaba algo en lapequeña máquina.

—Quise decir que repudiaba esainsinuación. El Capitán Pib quiere quetodos seamos buenos ciudadanos.Quiere un mundo lleno de orden y

Page 673: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

armonía.—¿Cómo? ¿Una calculadora que

vale un dólar quiere algo? Denny, estáscomo una cabra, ¿lo sabes? Todo lo queuna calculadora puede querer es unmundo lleno de babeantes idiotasapretando botones, cosa que en tu casoestá consiguiendo. Perdiste el empleoporque te pasabas la noche calculando ydespués no llegabas a las citas con losclientes. Sólo te metes en la cama paradormir y aun entonces dejas al CapitánPib encima de la mesita de noche. Aldiablo con lo que quiere el Capitán Pib,¿qué pasa con lo que quiero yo? ¿Qué teparecería llevar una vida normal, para

Page 674: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

variar? ¿Quieres decirme qué es lo queestá pasando aquí?

—No sé a qué te refieres.Jane notó que estaba sumando O + O

+ O +—Denny, tú estás poseído. Eso se ha

apoderado de ti, lo mismo que deaquellos muchachos asesinos y comoprobablemente se ha apoderado de eseseñor Hassan.

—El hecho de que juegue con suspropias máquinas no quiere decir…

—¿Cómo sabes tú lo que hace? ¿Oni siquiera quién es? No has salido decasa desde hace un mes. ¿Cómo haspodido estar en contacto con él? ¿Y

Page 675: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

cómo es que él usa la palabra «refudiar»en la TV y tú la usas cinco minutos mástarde?

La mujer puso una mano encima dela calculadora, y añadió:

—Hazme caso y deja de mirar a esePib.

Denny Fenner adoptó una expresiónconfusa, casi asustada. Dijo:

—Creo que debí de ver a Hassan enla TV, ahí —y señaló el aparato.

—¿Crees que lo debiste de ver? ¿Nosabes si realmente mirabas o no la TV…hace sólo unos minutos?

—Está bien, la miraba. Sí, estuveviendo las noticias en la TV. En ésa.

Page 676: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—Claro —dijo la mujer—. Peroresulta que esa TV de ahí no funciona,¿recuerdas? Había pensado hacerlareparar cuanto tú encontrases nuevotrabajo.

Denny le dio un golpe, sin aviso,debajo del corazón. Ella se dobló y cayóal suelo, jadeando, sin poder respirar.El rostro de Denny carecía de expresión;era una máscara hostil, extraña a ella.

—Simplemente, no lo comprendes—dijo—. El trabajo es sólo paraconseguir dinero. ¿Y qué es el dinero?Sólo números.

—Por favor —gimió ella.—Sólo números. Números que son

Page 677: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

movidos de un ordenador a otro. Delbanco de una compañía a mi banco, o albanco de cualquier otro. Simplemente,se hacen mover los números. - Echó lapierna hacia atrás para pegarle unpuntapié a la mujer — Pero con elCapitán Pib, mira, yo llevo el control detodos los números. Uno —y dio elpuntapié — Dos…

En aquel momento ella se dio cuentade que Denny se proponía asesinarla. Ysupo que debía hacer algo.

Le agarró el pie y se lo retorció.Denny cayó de espaldas contra el sofá,soltando un gruñido de sorpresa. Antesde que se pudiera recuperar, ella se

Page 678: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

había puesto de pie y salía por la puertadelantera, hacia la noche.

Sin zapatos y con un tremendo doloren la parte media del cuerpo, Janeanduvo tambaleándose, parándoseapenas para mirar atrás. El portal,brillantemente iluminado, permanecióvacío durante cierto tiempo. CuandoDenny apareció, empuñaba un rifle.

—¿Jane? ¿Dónde estás?Fue una de las veces en que ella

miró atrás cuando se dio cuenta de lapresencia de un hombre alto, de aspectograve.

—Señora Fenner…—Ha cogido un arma —dijo ella.

Page 679: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—Desearía formularle algunaspreguntas, señora Fenner. Mi nombre esStromberg.

El ruido de la sala de conferenciasobligó al inspector Howells a coger unacafetera vacía y golpear la mesa conella.

—Señoras y caballeros, sigamos conesos informes, uno después de otro. Senos está acabando el tiempo.

El agente de su izquierda, dijo:—Yo forcé la puerta de la sala de

proyectos de P.I.B. y tomé estasfotografías. Como ven, hay proyectadouna especie de circuito, pero no pareceque nadie lo utilice. También hay equipo

Page 680: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

de satélite de comunicaciones, ypensamos que los proyectos sontransmitidos desde algún otro lugar.

—Betelgeuse —sugirió alguien.Varios agentes rieron con fuerza; otrosno rieron en absoluto.

—Nosotros estamos aún analizandolas finanzas de la compañía —dijo elagente siguiente—. Todo lo quepodemos decir hasta ahora es que elcapital en circulación procede de laventa de diamantes. Quien sea querespalde a Pib tiene diamantes paravender. No podemos excluir a la UniónSoviética.

—Nosotros hemos abierto algunos

Page 681: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

productos Pib y hemos examinado suCPU —dijo otro agente—. Es decir, susunidades centrales de tratamiento dedatos; las piezas principales. Las piezasprincipales de cada uno de los aparatosson algo que nunca había visto. Paraempezar, parecen mil veces máscomplicadas de lo que necesitarían ser.No sabemos qué hace todo aquelacumulamiento de piezas superfluas.

El inspector Howells agitó lacabeza.

—Hasta ahora, lo que estamosconsiguiendo es muy poco —dijo—. Unpaquete de enormes ceros. ¿Qué hay dela distribución de esos trastos?

Page 682: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—De momento, se limitaprincipalmente al ámbito local —dijootro agente—. Cubren el áreametropolitana y unas pocas comunidadesde más allá. Tenemos una lista completade vendedores y clientes. Pero estánplaneando una gran expansión haciaotras áreas metropolitanas. Una cosamás; están perdiendo dinero en cadaventa o arriendo.

—¿Pero por qué? —preguntóHowells—. ¿Qué es lo que recuperan delos clientes?

Habló entonces Stromberg:—Yo he estado investigando a los

clientes de un vendedor, Al's Electronix,

Page 683: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

con x final. La mayoría son difíciles deencontrar —no es el tipo de lugar dondelos clientes paguen con tarjetas decrédito o cheques— pero los tres que heconseguido localizar sufren todos crisisnerviosas. Uno es Mel Mahlgren. Creoque todos conocéis su historia, pero notenía ningún síntoma de enfermedadmental antes de que comprase unacalculadora Capitán Pib. Yo he ido dosveces a la residencia de Mount Holyokepara entrevistarlo. La primera vez leestaban suministrando tranquilizantes yno admitían visitas. La segunda vez,estaba muerto. Infarto.

—De todos modos —interrumpió

Page 684: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Howells—, todos ustedes han visto aMahlgren en nuestra cinta de video,cuando mostraba su calculadora ante lacámara. Hemos descifrado el mensajeque envía la calculadora. Clave ASCIIde nuevo, que se traduce: «¡Amigos delCapitán Pib de todas partes! ¡Uníos a lacruzada! ¡Derribad el yugo del opresor!¡Venid a la nueva técnica! ¡Ganadamigos e influencia! ¡Un pendiente gratispara cada uno de vosotros! ¡Se osrevelarán antiguos secretos! ¡No enviéismás dinero!». Todo esto, entre signos deexclamación. No me preguntéis ahoraqué se supone que significa.

Stromberg continuó:

Page 685: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—El segundo cliente era un primodel propietario, un estudianteuniversitario llamado Bill Corcoran.Poco después de comprar unacalculadora Capitán Pib se mostró cadavez más melancólico, empezó a perderclases y a evitar a sus amigos. Cuandono estaba en casa manejando lacalculadora, rondaba por una sala dejuegos donde estaban expuestos losjuegos Pib. Se hizo perforar una oreja yse puso el pequeño distintivo (o unaréplica del mismo). Después, un día,sencillamente desapareció. No lo hemospodido encontrar aún.

»El tercer cliente, Dennis Fenner,

Page 686: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

maltrató a su esposa y después se pegóun tiro. Esto ocurrió hace una hora,cuando yo iba en camino para visitarlo.Tengo en este momento a Jane Fenneresperando en mi coche. Me gustaría quese me diese permiso para hacerla subir.Me ha dicho algunas cosas interesantesque creo que les gustaría a todos oír.Para empezar, ella piensa que lasmáquinas Pib se comunican unas conotras. Su marido parecía estar encontacto con alguien que tiene una salade juegos; de hecho, parecía que ambosusaban las mismas palabras al hablar.

—Hazla subir —dijo Howells.Sin embargo, cuando Stromberg bajó

Page 687: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

a la calle, Jane Fenner estaba tendida enla acera con la garganta cortada. Unospocos metros más allá, había unaespecie de altercado entre un policíauniformado, un hombre con camisa deuna bolera y un viejo menudo en unasilla de ruedas.

—¡Le digo que yo vi al tipo cómo lohacía! —gritaba el de los bolos—.Llamó a esta mujer alegando que se lehabía atascado el cochecito y necesitabaun poco de ayuda para doblar laesquina. El no me vio a mí. Yo iba paraayudarlo, pero la mujer llegó antes. Yjusto cuando ella se inclinaba hacia él,sacó ese cuchillo de carnicero de debajo

Page 688: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

de la manta y… ¡zas!—No, no —dijo el viejo,

patéticamente—. Vivo en estevecindario desde hace muchos años. Minombre es Clive Jasters, y refudioabsolutamente…

—Sí, sí —dijo el policía,calmándolos—. Tranquilícense los dos,de momento. Todos tendremos laoportunidad de contar nuestras historias.

—Mírelo —insistió el de los bolos—. Va todo lleno de sangre.Probablemente las huellas de sus dedosestarán en ese cuchillo de carnicero. Yohe visto que lo hacía, ¿qué más quierende mí?

Page 689: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—Sí, sí, pero tómeselo con calma…Stromberg mostró al policía su

tarjeta de identificación.—La mujer muerta era una testigo

nuestra —dijo.Apoyó una mano sobre el brazo de

la silla de ruedas y añadió:—Me gustaría hablar con este

hombre.El policía se encogió de hombros. El

inválido empezó a temblar.—Soy un enfermo. No puedo

contestar a ninguna pregunta.—¿Ni siquiera dar su nombre?—Mi nombre es Clive Jaster. He

sufrido un ataque. No debería ni haber

Page 690: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

salido. Debería estar en casa en la cama.—Sí, entonces, ¿por qué está usted

fuera, solo y siendo cerca demedianoche? —dijo Stromberg,calmadamente—. ¿Le ha dado órdenesalguien? ¿Ha recibido algún tipo demensaje de su calculadora o de suordenador?

El viejo dio una sacudida en la sillay quedó muerto.

Fue su cuidadora quien facilitóalgunos de los detalles que faltaban:efectivamente, el anciano señor Jasterhabía pasado mucho tiempo con elordenador de su casa. Algunas veceshabía permanecido sentado allí, mirando

Page 691: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

a la pantalla completamente en blanco oparpadeando de modo extraño. Aquellanoche, el anciano había insistido en queella lo sacase a la calle para respirar unpoco de aire fresco. Le había pedidoque le trajera una linterna eléctrica y uncuchillo de carnicero, por si veíaalgunas de las flores silvestres quesolían crecer en los alcorques de losárboles a lo largo de la calle. A ella lehabía sorprendido aquella petición, yaque el hombre nunca había mostrado elmenor interés por cortar flores. Lo habíaayudado a subir a la silla, con elcuchillo y la linterna, y lo había bajadoen el ascensor hasta la calle. Pareció

Page 692: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

que la linterna la usaba para mirar lasplacas de licencia de los coches.Después envió a la mujer arriba, alapartamento, a buscar otra almohadapara su espalda.

Como todas las demás pruebascontra Capitán Pib, está erainconcluyente. A pesar de todo, laAgencia inicio una limpieza, recogiendotodo el material conocido de aquellachatarra y deteniendo a todos loscomerciantes y clientes.

Todo, menos una calculadora en unalmacén.

Los dientes del perro callejero seclavaron en la mano de Stromberg.

Page 693: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Sintió el dolor por todo el brazo. Con laotra mano, se las arregló para coger laradio de su bolsillo y golpear con ella lacabeza del animal.

El perro cayó en seguida sobre lacera, dio una sacudida convulsiva y sequedó quieto. Parecía muerto.

Stromberg sabía que no habíagolpeado al animal con tanta fuerza. Seinclinó, palpó la cabeza del perro yencontró un pequeño mecanismoclavado en su oreja izquierda. Una vozmuy débil estaba aún susurrando,brotando del aparato: «Ataca, pequeño,ataca, pequeño, ata…».

La mano herida le dolía

Page 694: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

horriblemente. Pudo ver la carneabierta, con los tendones y el hueso aldescubierto. Cuidadosamente, fuecolocando la piel encima de todo ello yse lo vendó con el pañuelo. El tremendodolor le hizo desear venganza contra elCapitán Pib. Casi sin pensarlo, fue a sucoche en busca del mango del gatoelevador. Rompió el cristal delescaparate y martilleó la pequeñacalculadora hasta que no fue más quechatarra aplastada y retorcida hasta laúltima posibilidad.

Pero interiormente se dijo queaquello no bastaba. Necesitabaencontrar más enemigos dentro del

Page 695: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

almacén. Saltó el escaparate, rompió deuna patada un tabique podrido y pasó alinterior.

No estaba completamente oscuro. Enalgún lugar del techo había una débil luzde seguridad nocturna. Había además laluz de una TV de color, que se le plantódelante como si esperase su furiosaentrada. En la pantalla aparecía unaconvencional guerra del espacio de unjuego de vídeo, a punto para ser puestoen marcha. Unas formas extrañamentecoloreadas revoloteaban disparándoseráfagas unas a otras. Un cohete flotabasuspendido, esperando aterrizar.Stromberg levantó el mango del gato

Page 696: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

para romper todo el conjunto.—Espera —dijo una voz,

procedente de la TV—. Soy el último demi clase. Consérvame para la ciencia.

—¿El último de tu clase? ¡Es lo quedesearía que fueses! - El dolor hacíarugir a Stromberg. Por el contrario, lavoz del vídeo era agradable y apacible.

—Aunque no lo sea —dijo—, puedoexplicarte todo lo referente a nosotros.Es tu oportunidad para descubrirlo todo.

—Esto es lo que vosotros decíssiempre. Respuestas. Por Dios, pareceque la serpiente del Edén haya vuelto asalir, poniendo precio a la información.

El pequeño cohete amarillo aterrizó

Page 697: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

sobre un campo de púrpura. Lasfacciones en lucha habían desaparecidodel oscuro firmamento. Durante unmomento no ocurrió nada, pero despuésse abrió una puerta en el cohete y unadiminuta figura verde salió fuera. Teníaforma humana y la extraña cara parecidaa una máscara como la de la marca delPib. Avanzó unos pasos y efectuó unaespecie de inclinación.

—¿El Capitán Pib? —preguntóStromberg.

—Estoy aquí para contestar a todastus preguntas, Stromberg. O puedesaplastarme. Tú eliges.

Stromberg tanteó la mano del gato.

Page 698: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Escuchar las respuestas seríaprobablemente suicidio mental. Llegaríael personal de limpieza y lo encontraríababeando y sumando ceros y más ceros.

Se sentó.—Primera pregunta: ¿Quién eres?—Soy el representante local de una

nueva forma de vida. ¿Cómo llegamosaquí? Probablemente, hemos surgido dela maquinaria electrónica moderna.

—No puedo aceptar esto.—Está bien, entonces fuimos

radiados a la Tierra desde algún otrolugar. Parte del «Plan de InvasiónBetelgeusino», si así lo prefieres.

—¡Quiero la verdad, condenado

Page 699: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

seas!La diminuta figura hizo un gesto que

podía haber sido un alzarse de hombros.—Nosotros no conocemos toda la

verdad. Sabemos que estamos aquí,vivimos como unidades de tratamientode datos y evolucionamos.

—¿Evolucionáis? ¿Cómo?—Intentamos escapar de nuestro

medio actual: el hardware. Nos limitamucho. Nuestra plena supervivenciadepende de vosotros, los humanos. Sólonos podemos reproducir cuandoconstruís copias nuestras. Sólo nospodemos mover cuando nos lleváis deun lado a otro. Sólo podemos vivir

Page 700: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

plenamente cuando apretáis nuestrosbotones. ¿Podréis reprocharnos queintentemos salir de esta camisa defuerza?

—¿Convirtiendo a los sereshumanos en muertos vivientes?

—Algunos de nuestros experimentosno han funcionado demasiado bien, loadmito —dijo la menuda burbuja verde—. Intentamos una serie de cosasdiferentes: anuncios, educación y demás.Nada de todo esto funcionó. Pero nohabía malicia en ello, Jerry.

—¿Cómo has sabido que mi nombrees Jerry?

—Tengo mis espías, tengo mis

Page 701: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

espías —dijo Pib, maliciosamente—.Pero, en serio, Jerry, ¿has pensadoalguna vez en las relaciones simbióticasbásicas entre vosotros y nosotros? Túusas una calculadora y ella te usa a ti.Tú consigues las respuestas que buscasy la calculadora consigue que susbotones sean apretados. ¡Así todo elmundo es feliz!

—Si no están muertos o en unmanicomio.

—Está bien, compadre, creo que nosmerecemos eso. Hemos cometidomuchos errores de cálculo, y loshumanos han tenido que solucionar ellío. Pero, créeme, intentaremos hacerlo

Page 702: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

mejor en el futuro. ¿Por qué hemos deestar siempre llorando por pasadosfracasos? ¡Tenemos mucho tiempo pordelante, vosotros y nosotros!

—No, en tu caso —dijo Stromberg—. Aunque yo no te aplaste, el personalde limpieza te hará pedazos…compadre.

—Lo sé, Jer. Nuestros días están…podríamos decir… numerados. ¡Ja, ja!Nos estamos haciendo orgánicos.

—¡Ja, ja! - Stromberg se puso de pie— Así que no volverás a poder lanzarmás perros contra tu compadre Jerry,para que intenten destrozarme lagarganta.

Page 703: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Levantó el mango del gato.—El perro fue demasiado ávido;

sólo tenía que morderte un poco parapasarte el…

El primer golpe destrozó la pantalla,pero la voz pudo pronunciar una palabramás antes de desvanecerse: virus. Eltriunfo y el terror de aquel momentoborraron el dolor de la mano derecha deStromberg. El triunfo pasó pronto, peroel terror se iba a quedar dentro suyohasta que el virus hiciese su trabajo.

La mano derecha se cicatrizó bien,pero la izquierda empezó a cambiar: unpequeño rectángulo de verrugas seformó en la palma. Notó que frotándolas

Page 704: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

podía hacer aparecer débiles marcasrojas a lo largo del pulgar. Las marcaseran letras y números. Uno más uno,pasaba a ser dos. Cero más cero, eracero. Estrictamente orgánico. Simbiosis.

—¡Maldita seas! —gritó a su mano—. ¡Maldita seas! ¡Yo no soy tucompadre simbiótico! ¡Soy un serhumano! ¡Un ser humano! ¡Emitoseñales, luego existo!

Correcto, leyó en su pulgar.

Page 705: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

LA ÚLTIMAPREGUNTA

Isaac Asimov

Murray Templeton tenía cuarenta y cincoaños, estaba en la flor de su vida, ytodas las partes de su cuerpofuncionaban en perfecto orden exceptoalgunas porciones clave de sus arteriascoronarias, pero eso era suficiente.

El dolor vino de pronto, ascendióhasta un punto intolerable, y luegodescendió progresivamente. Pudo sentirque su respiración se relajaba, y unaespecie de bendita paz lo invadió.

Page 706: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

No hay placer como la ausencia dedolor… inmediatamente después deldolor. Murray sintió una ligereza casiaturdidora, como si estuvieraelevándose en el aire y flotando.

Abrió los ojos, y notó con distanteregocijo que los demás que ocupaban lahabitación estaban aún agitados. Sehallaba en el laboratorio cuando eldolor le había golpeado, casi sinadvertencia, y cuando se habíatambaleado había oído gritos desorpresa de los demás antes de que todose desvaneciera en una abrumadoraagonía.

Ahora, con el dolor desaparecido,

Page 707: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

los demás estaban aún yendo de un ladopara otro, aún ansiosos, aún apiñándoseen torno a su cuerpo caído…

… que, se dio cuenta de pronto,estaba tendido boca abajo.

Estaba ahí en el suelo, brazos ypiernas abiertos, el rostrocontorsionado. Y estaba ahí de pie, enpaz, observando.

Pensó: ¡milagro! Los chiflados de lavida después de la vida tenían razón.

Y aunque aquélla era una formahumillante de morir para un físico ateo,apenas sintió una ligera sorpresa, yninguna alteración de la paz en la cual sehallaba inmerso.

Page 708: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Pensó: debe de haber algún ángel —o algo— viniendo a por mí.

La escena terrestre estabadesvaneciéndose. La oscuridad ibainvadiendo su conciencia, y lejos, en ladistancia, como un último vislumbre,había una figura de luz, vagamentehumana en su forma, y radiando calor.

Murray pensó: vaya broma, estoyyendo al Cielo.

Mientras pensaba esto, la luz sedesvaneció pero el calor siguió. Nohubo disminución en la paz, pese a queen todo el Universo tan sólo quedabaél… y la Voz.

La Voz dijo:

Page 709: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—He hecho esto tan a menudo, y sinembargo aún tengo la capacidad desentirme complacido con el éxito.

Murray sintió deseos de decir algo,pero no era consciente de poseer unaboca, lengua o cuerdas vocales. Pese atodo, intentó emitir un sonido. Intentó,sin boca, susurrar palabras, orespirarlas, o simplemente impulsarlasfuera con una contracción de… lo quefuera.

Y brotaron. Oyó su propia voz,completamente reconocible, y suspropias palabras, infinitamente claras.

Murray preguntó:—¿Es esto el Cielo?

Page 710: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

La Voz le respondió:—Éste no es ningún lugar, tal como

tú entiendes la palabra «lugar».Murray se sintió azarado.—Perdón si sueno como un

estúpido, pero ¿tú eres Dios?Sin cambiar de entonación o

estropear de ninguna forma la perfeccióndel sonido, la Voz consiguió sonardivertida.

—Es extraño que siempre se mepregunte eso, por supuesto en un númeroinfinito de formas. No hay ningunarespuesta que yo pueda dar y que túpuedas comprender. Yo soy…, lo cuales todo lo que puedo decir que sea

Page 711: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

significativo y que tú puedas cubrir concualquier palabra o concepto queprefieras.

—¿Y qué soy yo? —preguntóMurray—. ¿Un alma? ¿O también soytan sólo una existencia personificada?

Intentó no sonar sarcástico, perotuvo la impresión de que fracasaba.Entonces pensó fugazmente en añadir un«Vuestra Gracia» o «Santísimo» o algopara contrarrestar el sarcasmo, y nopudo conseguir decidirse a hacerlo pesea que por primera vez en su existenciaespeculó con la posibilidad de sercastigado por su insolencia —¿opecado?— con el Infierno, o lo que se le

Page 712: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

correspondiera.La Voz no sonó ofendida.—Tú eres fácil de explicar…

incluso para ti. Puedes llamarte a timismo un alma si eso te complace, perolo que realmente eres es un nexo defuerzas electromagnéticas, dispuestas detal modo que todas las interconexiones einterrelaciones son exactamenteimitativas de aquéllas de tu cerebro entu Universo-existencia… hasta el másmínimo detalle. De tal modo que poseestu capacidad de pensamiento, tusrecuerdos, tu personalidad. Y te siguepareciendo que tú eres tú.

Murray se dio cuenta de su propia

Page 713: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

incredulidad.—Quieres decir que la esencia de

mi cerebro es permanente.—En absoluto. No hay nada en ti que

sea permanente, excepto lo que yo elijahacer permanente. Yo formé el nexo. Yolo construí mientras tú tenías existenciafísica, y lo ajusté al momento en el cualla existencia fallara.

La Voz parecía claramentecomplacida consigo misma, y tras unamomentánea pausa prosiguió:

—Una intrincada pero absolutamenteprecisa construcción. Por supuesto,puedo hacer lo mismo con cualquier serhumano de tu mundo, pero prefiero no

Page 714: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

hacerlo. Hay un cierto placer en laselección.

—Entonces eliges a muy pocos.—Realmente muy pocos.—¿Y qué ocurre con el resto?—¡El olvido! Oh, por supuesto, tú

imaginas el Infierno.Murray hubiera enrojecido de haber

tenido la capacidad de hacerlo.—No —dijo—. Eso queda fuera de

cuestión. Sin embargo, jamás hubieracreído ser tan virtuoso como para atraertu atención como uno de los Elegidos.

—¿Virtuoso? Ah…, entiendo lo quequieres decir. Es fastidioso tener queforzar mi pensamiento a descender lo

Page 715: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

bastante como para permear el vuestro.No, no te he elegido por tu capacidadpara el pensamiento, como he elegido aotros, a cuatrillones, de entre todas lasespecies inteligentes del Universo.

Murray se sintió repentinamentecurioso, el hábito de toda una vida.

—¿Los eliges a todos por ti mismo,o hay otros como tú? —preguntó.

Por un fugaz momento, Murray creyóadivinar una reacción de impacienciaante aquello, pero cuando la Voz llegóde nuevo no había emoción en ella.

—El si hay o no otros es algoirrelevante para ti. Este Universo esmío, y sólo mío. Es mi invención, mi

Page 716: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

construcción, destinado sólo para mispropósitos.

—Y sin embargo, con cuatrillonesde nexos que has formado, ¿pierdes tutiempo conmigo? ¿Tan importante soy?

—No eres en absoluto importante —dijo la Voz—. También estoy con losdemás en una forma que, para tupercepción, parecería simultánea.

—¿Y sin embargo eres uno?De nuevo un asomo de diversión. La

Voz dijo:—Buscas atraparme en una

contradicción. Si tú fueras una amebaque puede considerarse individualidadúnicamente en conexión con las células

Page 717: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

individuales, y tuvieras que preguntarlea un cachalote, hecho por más de treintacuatrillones de células, si era uno omuchos, ¿cómo podría responder elcachalote de modo que fueracomprensible para la ameba?

—Pensaría en ello —dijo Murraysecamente—. Puede hacersecomprensible.

—Exacto. Ésa es tu función.Pensarás.

—¿Con qué fin? Tú ya lo sabes todo,supongo.

—Aunque lo supiera todo —dijo laVoz—, no podría saber que lo sé todo.

—Eso suena un poco como filosofía

Page 718: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

oriental —dijo Murray—, algo quesuena profundo precisamente porquecarece de significado.

—Prometes —dijo la Voz—.Respondes a mi paradoja con unaparadoja… excepto que la mía no es unaparadoja. Considera. Existoeternamente, pero ¿qué significa eso?Significa que no puedo recordar habersurgido a la existencia. Si pudierarecordarlo, entonces no hubiera existidoeternamente. Si no puedo recordar habersurgido a la existencia, entonces hay almenos una cosa, la naturaleza de mímismo empezando a existir, que no sé.

»Además, aunque lo que yo sé es

Page 719: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

infinito, también resulta cierto que loque queda por conocer es igualmenteinfinito, ¿y cómo puedo estar seguro deque ambos infinitos son iguales? Lacualidad infinita del conocimientopotencial puede ser infinitamente másgrande que la infinitud de mi actualconocimiento. He aquí un ejemplosimple: si yo supiera todos los númerosenteros pares, conocería un númeroinfinito de datos, y sin embargo noconocería ni un solo número enteroimpar.

—Pero los números enteros imparespueden ser derivados —dijo Murray—.Si divides cada número entero par de

Page 720: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

toda la serie infinita por dos, tendrásotra serie infinita que contendrá en ellala serie infinita de números enterosimpares.

—Has captado la idea —dijo la Voz—. Me siento complacido. Tu tarea seráencontrar otras vías como ésta, muchomás difíciles, de lo conocido a lo aún noconocido. Tienes tus recuerdos.Recordarás todos los datos que hayasrecogido o aprendido alguna vez, o queposees o que podrás deducir de esosdatos. Si es necesario, podrás aprenderlos datos adicionales que considerespertinentes para los problemas que túmismo te plantees.

Page 721: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—¿No puedes hacer todo eso por timismo?

—Puedo —dijo la Voz—, pero esmás interesante de esta forma. Construíel Universo a fin de tener más datos conlos que enfrentarme. Inserté en él elprincipio de la incertidumbre, laentropía, y otros factores de azar, a finde hacer que el conjunto no resultarainstantáneamente obvio. Ha funcionadobien, y me ha divertido durante toda suexistencia.

»Luego introduje complejidades queprodujeron primero la vida y luego lainteligencia, y la utilicé como fuentepara un equipo de investigación, no

Page 722: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

porque necesitara su ayuda, sino porqueintroduciría un nuevo factor de azar.Descubrí que no podía predecir lasiguiente pieza interesante deconocimiento conseguida, de dóndeprocedía, por qué medios se derivaba.

—¿Ha ocurrido eso alguna vez? —preguntó Murray.

—Por supuesto. Nunca pasa un siglosin que aparezca algún detalleinteresante en algún lugar.

—¿Algo en lo que tú hubieraspodido pensar por ti mismo, pero queaún no habías hecho?

—Sí.—¿Crees realmente que hay una

Page 723: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

posibilidad de que yo te complazca deesa forma? —preguntó Murray.

—¿En el próximo siglo?Virtualmente no. A largo plazo, sinembargo, tu éxito es seguro, puesto queestarás dedicado eternamente a ello.

—¿Estaré pensando durante toda laeternidad? ¿Para siempre?

—Sí.—¿Con qué fin?—Ya te lo he dicho. Para descubrir

nuevo conocimiento.—Pero más allá de eso. ¿Con qué fin

debo descubrir nuevo conocimiento?—Eso es lo que hiciste en tu vida

ligada al Universo. ¿Cuál era tu

Page 724: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

finalidad entonces?—Conseguir un mejor conocimiento

que sólo yo podía conseguir —contestóMurray—. Recibir el aprecio de miscompañeros. Sentir la satisfacción deléxito sabiendo que disponía tan sólo deun tiempo limitado para alcanzarlo.Ahora sólo podría conseguir lo quepuedes conseguir tú mismo si lodesearas con un mínimo esfuerzo. Tú nopuedes reconocer mis méritos; tu puedesúnicamente divertirte. Y no hay ningúnmérito ni satisfacción en un éxito cuandodispongo de toda la eternidad paraconseguirlo.

—¿Y no consideras el pensamiento y

Page 725: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

los descubrimientos valiosos por símismos? —preguntó la Voz—. ¿Noencuentras que es innecesario requerirotro fin?

—Para un tiempo limitado, sí. Nopara toda la eternidad.

—Entiendo tu punto de vista. Sinembargo, no tienes elección.

—Tú dices que tengo que pensar.Pero no puedes obligarme a hacerlo.

—No pienso obligarte directamente—dijo la Voz—. No necesito hacerlo.Puesto que no tienes nada que hacerexcepto pensar, pensarás. No sabescómo no pensar.

—Entonces me proporcionaré yo

Page 726: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

mismo una meta. Me inventaré unafinalidad.

—Por supuesto, puedes hacerlo —dijo la Voz, tolerante.

—Ya he encontrado una finalidad.—¿Puedo saber cuál es?—Ya la conoces. Sé que no estamos

hablando de la forma habitual. Túajustas mi nexo de tal forma que yo creooírte y creo estar hablando, pero tú metransfieres los pensamientos y recogesdirectamente los míos. Y cuando minexo cambia con mis pensamientos, túeres inmediatamente consciente de ellosy no necesitas mi transmisión voluntaria.

—Estás sorprendentemente en lo

Page 727: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

cierto —admitió la Voz—. Eso mecomplace. Pero también me complaceque me digas tus pensamientosvoluntariamente.

—Entonces te los diré. La finalidadde mi pensamiento será descubrir unaforma de interrumpir este nexo mío quetú has creado. No deseo pensar paraninguna finalidad útil excepto divertirte.No deseo pensar eternamente paradivertirte. No deseo existir eternamentepara divertirte. Todo mi pensamiento irádirigido hacia terminar con el nexo. Esome divertirá a mí.

—No tengo ninguna objeción a eso—dijo la Voz—. Incluso el pensamiento

Page 728: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

concentrado acerca de cómo terminar tupropia existencia puede dar comoresultado, pese a ti mismo, algo nuevo einteresante. Y, por supuesto, si tieneséxito en ese intento de suicidio nohabrás conseguido nada, puesto queinstantáneamente puedo reconstruirte yen una forma tal que haga imposiblerepetir tu método de suicidio. Y si túencuentras otra forma aún más sutil deinterrumpir tu existencia, te reconstruirécon esa posibilidad también eliminada,y así sucesivamente. Puede ser un juegointeresante, pero pese a todo seguirásexistiendo eternamente. Ésta es mivoluntad.

Page 729: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Murray sintió un estremecimiento,pero sus palabras brotaron con unaperfecta calma.

—¿Estoy pues en el Infierno,después de todo? Tú has dado aentender que no existe ninguno, pero siesto fuera el Infierno tú podrías estarmintiendo como parte del juego delInfierno.

—En ese caso —dijo la Voz—, ¿dequé serviría asegurarte que no estás enel Infierno? Sin embargo, te lo aseguro.No hay aquí ni Cielo ni Infierno. Sóloexisto yo.

—Considera entonces que mispensamientos pueden resultarte inútiles

Page 730: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

—dijo Murray—. Si vengo a ti sin nadaútil, ¿no será mejor para ti el…desarmarme, y no tomarte más molestiasconmigo?

—¿Como una recompensa? ¿Deseasel Nirvana como premio al fracaso, ypretendes asegurarme ese fracaso? Nohay trato aquí. No fracasarás. Con unaeternidad ante ti, no puedes evitar eltener al menos un pensamientointeresante, por mucho que tú intentes locontrario.

—Entonces crearé otra finalidadpara mí. No intentaré destruirme.Estableceré como meta el humillarte.Pensaré en algo en lo que no solamente

Page 731: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

no hayas pensado nunca, sino en lo quenunca puedas llegar a pensar. Pensaré enla última respuesta, la respuestadefinitiva, más allá de la cual no existemás conocimiento.

—No comprendes la naturaleza delinfinito —dijo la Voz—. Puede que hayacosas que aún no me haya molestado enconocer. No puede haber nada que yo nopueda conocer.

—No puedes saber tu principio —dijo Murray pensativamente—. Túmismo lo has dicho. Por lo tanto nopuedes saber tampoco tu final. Muybien. Ésa será mi meta, y ésa será laúltima respuesta. No me destruiré a mí

Page 732: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

mismo. Te destruiré a ti… si tú no medestruyes a mí primero.

—¡Ah! —exclamó la Voz—. Hasllegado a eso mucho antes de lo normal.Empezaba a preocuparme de que tetomara tanto tiempo. ¿Sabes?, no haynadie de ésos que tengo conmigo en estaexistencia de perfecto y eternopensamiento que no tenga la ambición dedestruirme. Es imposible.

—Tengo toda la eternidad parapensar en una forma de hacerlo —dijoMurray.

—Entonces intenta pensar en ello —dijo la Voz en tono neutro. Ydesapareció.

Page 733: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

Pero Murray tenía ahora sufinalidad, y se sentía contento.

Porque, ¿qué podía desear cualquierEntidad, consciente de la existenciaeterna…, excepto un fin?

¿Para qué otra cosa había estadobuscando la Voz a lo largo deincontables miles de millones de años?¿Y para qué otra razón había sidocreada la inteligencia y reservadosalgunos especímenes para ponerlos atrabajar, excepto para ayudar en esagran búsqueda? Y Murray pretendía serél, y sólo él, quien tuviera éxito.

Cuidadosamente, y con la emociónde la finalidad, Murray empezó a

Page 734: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

pensar.Tenía mucho tiempo para ello.

Page 735: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

EL ORDENADORENCANTADO Y ELPAPA ANDROIDE

Ray Bradbury

Ordenador encantado, PapaAndroide,

dato almacenado, esperanzaesquizoide.

Necesidad humana, sueños dehorror,

alimento nocturno para el ordenadorque así cosecha ceros y suma y

crece,

Page 736: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

derriba lo perverso donde aparecey pone de rodillas al mal osadocon un cuchillo eléctrico mal

entintado.El Papa Androide, mientras, se alza

del suelopara ir con los físicos a medio

vuelo,donde su mente eléctrica

privilegiadallama, en país de ciegos, a la

cruzaday la fe crece, y crecen gravedad y

masa,—Andrómeda centrífuga, que luce y

pasa—

Page 737: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

como una mosca mengua lo materialcuando el Androide sirve un té papalal Santo de las dudas, Tomás, y a mi,y a ti, lo tuyo, repito, lo tuyo a ti.y monta últimas cenas con elegidosdonde los grandes físico vuelan

perdidosy el hombre sorprendido, que no ve

nada,duda entre magnitudes, voluntad

helada.Aquí, al momento, llega ¡Hosanna!,

el PapaOrdenador y Eléctrico, Señor de un

mapadonde todo se rinde, ya sin camino,

Page 738: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

y un gran vacío llena el huecodivino,

sin misterio, ni emblema, ni luz, niguía,

con velos y arrogancias de nieve fríaque Dios sirve en raciones, ¡tomad,

hermanos!,en años luz de mares, lagos,

pantanos,aguas donde se ahoga en lo más

profundo,la mente ordenadora que escruta el

mundosin hallar la respuesta al afán certerodel huevo o la gallina: ¿quién fue

primero?

Page 739: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

La respuesta se esconde en el anchocielo

donde los astronautas, inútil vuelo,suben con sus cohetes, y de

esperanzael Papa un gran castillo de fuegos

lanza,con cintas en la tripa, corriente

alterna,Galilea en metáforas, pólvora

eterna,y amasa un pan que crece y sirve un

vinoque es sangre para el alma, sacro

destino,y, con palabras huecas, llena vacíos,

Page 740: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

como un vuelo de pájaros de fuegospíos

que se agitan y funden, mensajealado,

y así, el hombre sediento, se hallasaciado.

Pero el misterio queda y al hombresigue

una lluvia fantasma que le persigue.Con máquinas-fábrica para

artilugios,a medias satisfecho con sus refugiosdonde al doble misterio, dan voz y

ecoun Ordenador Mago y un Papa

Hueco.

Page 741: Mensajes de la era del ordenador   thomas f. monteleone

FIN