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1 MI LIBRO DE HISTORIAS PARA REFLEXIONAR UN CUENTO PARA REFLEXIONAR SOBRE LA EDUCACIÓN Esta es una historia indispensable para reflexionar sobre la influencia que nuestras palabras y nuestros actos tienen sobre los alumnos. El cuento de Helen Buckley muestra como, de manera consciente o inconsciente, estamos transmitiendo algo más que conocimientos o habilidades en cada una de nuestras clases. No sólo lo que hacemos, sino también aquello que dejamos de hacer influye en la formación de nuestros alumnos. Muchas veces la verdadera formación habita entre los pliegues de los libros y libretas, en los tiempos muertos entre clases, en las conversaciones informales de pasillo, en el hecho de compartir un lápiz, en una mirada, en un gesto, en el tono de una respuesta. Muy a menudo la verdadera formación se nos escapa entre los dedos mientras intentamos atraparla en objetivos, normas, planes de estudio y asignaturas. UN NIÑO. Erase una vez un niño que acudía por primera vez a la escuela. El niño era muy pequeñito y la escuela muy grande. Pero cuando el pequeño descubrió que podía ir a su clase con sólo entrar por la puerta del frente, se sintió feliz. Una mañana, estando el pequeño en la escuela, su maestra dijo: Hoy vamos a hacer un dibujo. Qué bueno- pensó el niño, a él le gustaba mucho dibujar, él podía hacer muchas cosas: leones y tigres, gallinas y vacas, trenes y botes. Sacó su caja de colores y comenzó a dibujar. Pero la maestra dijo: - Esperen, no es hora de empezar, y ella esperó a que todos estuvieran preparados. Ahora, dijo la maestra, vamos a dibujar flores. ¡Qué bueno! - pensó el niño, - me gusta mucho dibujar flores, y empezó a dibujar preciosas flores con sus colores. Pero la maestra dijo: - Esperen, yo les enseñaré cómo, y dibujó una flor roja con un tallo verde. El pequeño miró la flor de la maestra y después miró la suya, a él le gustaba más su flor que la

Mi libro de historias para reflexionar

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MI LIBRO DE HISTORIAS PARA REFLEXIONAR

UN CUENTO PARA REFLEXIONAR SOBRE LA EDUCACIÓN

Esta es una historia indispensable para reflexionar sobre la influencia que nuestras palabras y nuestros actos tienen sobre los alumnos. El cuento de Helen Buckley muestra como, de manera consciente o inconsciente, estamos transmitiendo algo más que conocimientos o habilidades en cada una de nuestras clases. No sólo lo que hacemos, sino también aquello que dejamos de hacer influye en la formación de nuestros alumnos. Muchas veces la verdadera formación habita entre los pliegues de los libros y libretas, en los tiempos muertos entre clases, en las conversaciones informales de pasillo, en el hecho de compartir un

lápiz, en una mirada, en un gesto, en el tono de una respuesta. Muy a menudo la verdadera formación se nos escapa entre los dedos mientras intentamos atraparla en objetivos, normas, planes de estudio y asignaturas.

UN NIÑO.

Erase una vez un niño que acudía por primera vez a la escuela. El niño era muy pequeñito y la escuela muy grande. Pero cuando el pequeño descubrió que podía ir a su clase con sólo entrar por la puerta del frente, se sintió feliz.

Una mañana, estando el pequeño en la escuela, su maestra dijo: Hoy vamos a hacer un dibujo. Qué bueno- pensó el niño, a él le gustaba mucho dibujar, él podía hacer muchas cosas: leones y tigres, gallinas y vacas, trenes y botes. Sacó su caja de colores y comenzó a dibujar.

Pero la maestra dijo: - Esperen, no es hora de empezar, y ella esperó a que todos estuvieran preparados. Ahora, dijo la maestra, vamos a dibujar flores. ¡Qué bueno! - pensó el niño, - me gusta mucho dibujar flores, y empezó a dibujar preciosas flores con sus colores.

Pero la maestra dijo: - Esperen, yo les enseñaré cómo, y dibujó una flor roja con un tallo verde. El pequeño miró la flor de la maestra y después miró la suya, a él le gustaba más su flor que la de la maestra, pero no dijo nada y comenzó a dibujar una flor roja con un tallo verde igual a la de su maestra.

Otro día cuando el pequeño niño entraba a su clase, la maestra dijo: Hoy vamos a hacer algo con barro. ¡Qué bueno! pensó el niño, me gusta mucho el barro. Él podía hacer muchas cosas con el barro: serpientes y elefantes, ratones y muñecos, camiones y carros y comenzó a estirar su bola de barro.

Pero la maestra dijo: - Esperen, no es hora de comenzar y luego esperó a que todos estuvieran preparados. Ahora, dijo la maestra, vamos a dibujar un plato. ¡Qué bueno! pensó el niño. A mí me gusta mucho hacer platos y comenzó a construir platos de distintas formas y tamaños.

Pero la maestra dijo: -Esperen, yo les enseñaré cómo y ella les enseñó a todos cómo hacer un profundo plato. -Aquí tienen, dijo la maestra, ahora pueden comenzar. El pequeño niño miró el plato de la maestra y después miró el suyo. A él le gustaba más su plato, pero no dijo nada y comenzó a hacer uno igual al de su maestra.

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Y muy pronto el pequeño niño aprendió a esperar y mirar, a hacer cosas iguales a las de su maestra y dejó de hacer cosas que surgían de sus propias ideas.

Ocurrió que un día, su familia, se mudó a otra casa y el pequeño comenzó a ir a otra escuela. En su primer día de clase, la maestra dijo: Hoy vamos a hacer un dibujo. Qué bueno pensó el pequeño niño y esperó que la maestra le dijera qué hacer.

Pero la maestra no dijo nada, sólo caminaba dentro del salón. Cuando llegó hasta el pequeño niño ella dijo: ¿No quieres empezar tu dibujo? Sí, dijo el pequeño ¿qué vamos a hacer? No sé hasta que tú no lo hagas, dijo la maestra. ¿Y cómo lo hago? - preguntó. Como tú quieras contestó. ¿Y de cualquier color? De cualquier color dijo la maestra. Si todos hacemos el mismo dibujo y usamos los mismos colores, ¿cómo voy a saber cuál es cuál y quién lo hizo? Yo no sé, dijo el pequeño niño, y comenzó a dibujar una flor roja con el tallo verde.”

Helen Buckley

¿QUÉ HAS APRENDIDO HOY MARTÍN?

¿Qué sentido debería tener la educación? ¿Qué contenidos tendría que transmitir? ¿Cuáles deberían ser sus objetivos, sus pretensiones, sus finalidades? ¿Se ajusta el sistema educativo a las necesidades y demandas actuales de los individuos y de la sociedad en su conjunto? ¿Nos prepara la formación para afrontar las situaciones ante las que nos vamos a encontrar profesional y personalmente?.

Son muchas preguntas y me parece interesante realizar esta reflexión partiendo del ejemplo mostrado en el cortometraje de Sergio Barrejón “El encargado” y de la situación mostrada en un día “normal” de clase.Imagino al padre (la madre) de Martín, el protagonistas de este cortometraje, cuando al llegar a casa le preguntan a su hijo: ¿Qué tal el día, Martín?, ¿Qué has aprendido hoy? El chaval contesta: “En cono estamos dando las partes de la flor. Don Manuel nos ha explicado el proceso de polinización y las partes de la flor”. Los padres sonríen satisfechos, orgullosos. Su hijo es aplicado, obediente, estudioso y va “por el buen camino”. Esa noche duermen tranquilos y confiados, se sienten seguros, sienten que están haciendo lo correcto.

Martín en cambio tarda en conciliar el sueño, se siente atemorizado ante las amenazas de Luis. Se ha sentido ridículo e insultado ante el resto de sus compañeros. Mañana será un día difícil, tendrá que encajar como pueda la colección de risas, amenazas, desprecios y burlas por parte de los compañeros. Con la certeza de que se ha comportado de manera estúpida. Arrepentido, finalmente se duerme, vencido por el cansancio.Martín podría haber aprendido ese día el valor de la dignidad, de la justicia, la importancia de luchar por mantener unos principios en los que creemos, de luchar por lo que consideramos justo, de desafiar la tiranía. Podría haber aprendido la importancia de controlar la cólera, la importancia de no responder a provocaciones carentes de argumentos. Podría haber aprendido a confiar en que existe una autoridad que vela por nosotros y nos protege cuando actuamos al amparo de las

normas y la justicia.

Pero Martín ha aprendido hoy otra lección, quizás más importante, quizá más útil para la vida: que no hay que atreverse a desafiar a los poderosos, que no vale la pena enfrentarse al orden establecido, que el precio de ser osado es caro y que viene más a cuenta agachar la cabeza y aguantar las humillaciones. ¡Ya escampará!.

Escucho atónito como varias asociaciones insisten en que la educación debe olvidarse de educar en valores, que la educación moral debe quedar relegada al ámbito familiar y que se debe evitar influir y contaminar el

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espíritu de los pequeños. La escuela debe dedicarse a transmitir los conocimientos del curriculum. Debe dotar a los pequeños de los conocimientos necesarios para continuar trepando por el árbol del sistema educativo y que puedan llegar cuanto más alto mejor. Debe centrarse en elevar el nivel de conocimientos del alumnado y evitar las elevadas tasas de fracaso escolar. Debe dedicarse como ironiza Ken Robinson a formar profesores universitarios.

¿Acaso se puede evitar que la clase sea un espacio de convivencia y de interrelación?, ¿se puede evitar que el niño, en tanto que miembro de un grupo, aprenda el valor de unas normas y unos principios de convivencia? ¿Podemos evitar los profesores ser ejemplo para sus alumnos? ¿Se puede mantener tal nivel de asepsia e imparcialidad? Creo que el debate no es si en la escuela se deben trabajar aspectos como la ética, la moral o los valores. El debate es qué valores vamos a potenciar, qué valores nos definen como sociedad y cómo vamos a trasladarlos, no en el curriculum, sino en la propia convivencia del centro. De lo contrario la educación en valores, en actitudes, la educación emocional se abrirá paso, como en el cortometraje, de manera descontrolada, de manera autodidacta, con resultados, a largo plazo, catastróficos.

Como padres delegamos en la escuela una parte importante de la educación de nuestros hijos, pero también la delegamos en su grupo de amigos, en sus monitores, entrenadores, abuelos, programas de televisión, vecinos, etc, aunque aquí ya no seamos tan conscientes de ello. Es, como dice Marina, la gran tribu la que educa a nuestros hijos. Y esto es algo que no podemos evitar, y en gran medida tampoco controlar. No podemos pretender mantener a nuestro hijos encerrados en una urna de forma que controlemos cuales son los contenidos, argumentos e ideas que van a aprender. Por tanto sólo nos queda la opción de fomentar en ellos un espíritu crítico, y confiar que ello les proteja y les ayude a tomar las decisiones adecuadas cuando lo necesiten. Y para ello sólo contamos con un arma eficaz: el ejemplo. Nuestro ejemplo como padres y como maestros será la única herencia que les vamos a dejar. Todo lo demás pasará con el tiempo, quedará en el cajón del olvido.

La asignatura de educación para la ciudadanía se desangra estos días víctima del fuego cruzado de los políticos. No era la panacea, la asignatura no estaba bien enfocada, (¿cómo se puede encerrar esta asignatura en un aburrido libro de texto plagado de definiciones?, ¿también esto se tiene que memorizar?), pero era un paso en la buena dirección.

La educación debe caminar de acuerdo con los tiempos. La etapa de la educación como mero transmisor de conocimientos ha llegado a su fin. Es la hora de la educación en valores, de la ética, del pensamiento crítico, de la inteligencia emocional, de la filosofía, de la psicología, de la ecología. Es la hora de empujar a los polluelos para que se atrevan a dar el salto y vuelen solos, que experimenten, que se arriesguen, que caigan y que se levanten de nuevo.

La educación basada en el saber, el modelo que nació con la revolución industrial, debe dejar paso a la nueva educación del siglo XXI, la educación basada en el crecimiento personal, la educación del saber ser.

UN CUENTO PARA DESPERTAR A LOS PROFESORES

Pero, como recientemente he descubierto, nadie puede despertar a otros si uno todavía está dormido, esta entrada estaba incompleta. Hace unos días encontré su “media naranja”, la historia que habla de la otra cara de la moneda… un cuento para despertar a los maestros. La historia que acompaño está adaptada del texto “Three letters from Teddy” de Elizabeth Silance Ballard.

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A todos los “profes”… ¡Feliz despertar! Aquella mañana  la señorita Thompson fue consciente de que había mentido a sus alumnos. Les había dicho que ella les quería a todos por igual pero, acto seguido se había fijado en Teddy, sentado en la última fila, y se había dado cuenta de la falsedad de sus palabras.

La señorita Thompson había estado observando a Teddy el curso anterior y se había dado cuenta que no se relacionaba bien con sus compañeros y que tanto su ropa como él parecían necesitar un buen baño. Además el niño acostumbraba a comportarse de manera bastante desagradable con sus profesores. Llego un momento en que la señorita Thompson disfrutaba realmente corrigiendo los deberes de Teddy y llenando su cuaderno de grandes cruces rojas y bajas puntuaciones. Sin duda era lo que merecía por su dejadez y falta de esfuerzo.

En aquel colegio era obligatorio que cada maestro se encargara de revisar los expedientes de los alumnos al inicio de curso, sin embargo la señorita Thompson fue relegando el de Teddy hasta dejarlo para el final. Sin embargo al llegarle su turno, la profesora se encontró con una sorpresa. La profesora de primer curso había anotado en el expediente del chico: “Teddy es un chico brillante, de risa fácil. Hace sus trabajos pulcramente y tiene buenos modales. Es una delicia tenerle en clase.” Tras el desconcierto inicial, la señorita Thompson continúo leyendo las observaciones de los otros maestros. La profesora de segundo había anotado, “Teddy es un alumno excelente y muy apreciado por sus compañeros, pero tiene problemas en seguir el ritmo porque su madre está aquejada de una enfermedad terminal y su vida en casa no debe ser muy fácil.” Por su parte el maestro de tercero había añadido: “La muerte de su madre ha sido un duro golpe para él. Hace lo que puede pero su padre no parece tomar mucho interés, sin no se toman pronto cartas en el asunto, el ambiente de casa acabará afectándole irremediablemente.”. Su profesora de cuarto curso había anotado: “Teddy se muestra encerrado en sí mismo y no tiene interés por la escuela. No tiene demasiados amigos y, a veces, se duerme en clase.”

Avergonzada de sí misma, la señorita Thompson cerró el expediente del muchacho. Días después, por Navidad, aún se sintió peor cuando todos los niños le regalaron algunos detalles envueltos en brillantes papeles de colores. Teddy le llevó un paquete toscamente envuelto en una bolsa de la tienda de comestibles. En su interior había una pulsera a la que faltaban algunas piedras de plástico y una botella de perfume medio vacía. La señorita Thompson había abierto los regalos en presencia de la clase, y todos rieron mientras enseñaba los de Teddy. Sin embargo las risas se acallaron cuando la señorita Thompson decidió ponerse aquella pulsera alabando lo preciosa que le parecía, al tiempo que se ponía unas gotas de perfume en la muñeca. Teddy fue el último en salir aquel día y antes de irse se acercó a la señorita Thompson y le dijo: “Señorita, hoy huele usted como solía oler mi mamá.”

Aquel día la señorita Thompson quedó sola en la clase, llorando, por más de una hora. Aquel día decidió que dejaría de enseñar lectura escritura o cálculo. A partir de ahora se dedicaría a educar niños. Comenzó a prestar especial atención a Teddy y, a medida que iba trabajando con él, la mente del niño parecía volver a la vida. Cuánto más cariño le ofrecía ella, más deprisa aprendía él. Al final del curso, Teddy estaba ya entre los más destacados de la clase. Esos días, la señorita Thompson recordó su “mentira” de principio de curso. No era cierto que los “quisiera a todos por igual”. Teddy se había convertido en uno de sus alumnos preferidos.

Un año después la maestra encontró una nota que Teddy le había dejado por debajo de su puerta. En ella Teddy le decía que había sido la mejor maestra que había tenido nunca.

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Pasaron seis años sin noticias de Teddy. La señorita Thompson cambió de colegio y de ciudad, hasta que un día recibió una carta de Teddy. Le escribía para contarle que había  finalizado la enseñanza superior y para decirle que, continuaba siendo la mejor maestra que había tenido en su vida.

Unos años más tarde recibió de nuevo una carta. El niño le contaba como, a pesar de las dificultades había seguido estudiando y que pronto se graduaría en la universidad con excelentes calificaciones. En aquella carta tampoco se había olvidado de recordarle que era la mejor maestra. Cuatro años después, en una nueva carta, Teddy relataba a la señorita Thompson como había decidido seguir estudiando un poco más tras licenciarse. Esta vez la carta la firmaba el doctor Theodore F. Stoddard, para la mejor maestra del mundo.

Aquella misma primavera, la señorita Thompson recibió una carta más. En ella Teddy le informaba del fallecimiento de su padre unos años atrás y de su próxima boda con la mujer de sus sueños. En ella le explicaba que nada le haría más feliz que ella ocupara el lugar de su madre en la ceremonia.

Por supuesto la señorita Thompson aceptó y acudió a la ceremonia con el brazalete de piedras falsas que Teddy le regalará en el colegio y, perfumada con el mismo perfume de su madre. Tras abrazarse, Teddy le susurró al oído: “Gracias, señorita Thompson, por haber creído en mí. Gracias por haberme hecho sentir importante, por haberme demostrado que podía cambiar.”

Visiblemente emocionada, la señorita Thompson le susurró: “Te equivocas, Teddy, fue al revés. Fuiste tú el que me enseñó que yo podía cambiar. Hasta que te conocí, yo no sabía lo que era enseñar.”

UN CUENTO PARA DESPERTAR A LOS ALUMNOS

Ya sé que siempre nos han contado cuentos para acostarnos, para dormir, aunque si he de ser sincero, a mí los cuentos que más me gustan son los que me ayudan a despertar.

Comparto hoy una historia para reflexionar sobre nuestra labor como profesores, sobre las tan repetidas quejas de la falta de interés y de atención por parte de nuestros alumnos hacía aquello que les explicamos. El cuento de hoy es una historia que muestra el camino para atrapar, para atraer, para “enamorar” como dice el cuento, a nuestros alumnos. Una herramienta para luchar contra la desmotivación y la apatía.

La historia transcurre el primer día de clase cuando el nuevo profesor entra en el aula y sin tan siquiera presentarse, ni plantear los objetivos, ni el programa de su asignatura lo primero que hace

es dirigirse al alumno sentado en la primera fila preguntándole su nombre.

-Me llamo Luis, maestro – Contesta el despistado alumno.

Lo segundo que hizo fue gritarle a Luis que saliera de la clase inmediatamente. El alumno lo miró con incredulidad y quiso protestar pero el maestro no le dio oportunidad.

-Cierra la puerta al salir. ¡No te quiero ver aquí! -Le gritó con autoridad.

Temblando de nervios, coraje o qué se yo, tomó sus cosas y salió sin decir una palabra sin olvidarse de dar un portazo para cerrar la puerta.

Todos nos quedamos asombrados y en completo silencio. Mientras el maestro sacaba un libro de su maletín, yo lo miraba y pensaba que era un completo idiota y que seguramente nos haría la vida

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imposible todo el semestre. ¡Qué tipo tan insoportable!

Finalmente tomó asiento y preguntó qué materia nos iba a dar.

¡Que ridículo! ¡Ni siquiera sabía a qué venía! Todos, al mismo tiempo sacamos nuestro horario de clases y dijimos al unísono: ¡INTRODUCCIÓN AL DERECHO!

-Muy bien. ¿Alguien tiene idea de qué se va a tratar en esta clase?

Algunos, los que querían impresionar al nuevo maestro levantaron la mano. El maestro señaló a uno de ellos quien de inmediato dijo que se trataría del estudio de las leyes.

-Muy bien. ¿Alguien sabe para qué sirven las leyes?

Varias respuestas tuvo esa pregunta. Para tener una sociedad organizada. No. Para que todos estemos obligados a cumplirlas. No. Para saber quiénes son los criminales. No... Y así, uno por uno... hasta que alguien dijo la palabra mágica que el maestro buscaba... Para que haya justicia.

-¡Ajá! Justicia. ¿Qué es la justicia?

La justicia es no permitir que se violen los derechos de los demás. -Bien, ¿qué más?... La justicia sirve para regular las conductas de las personas. -Bien, ¿qué más?... La justicia es buscar que cada persona obtenga lo que se merece.

-Bien, muchachos. Bien. Ahora díganme... ¿Ustedes creen que hice bien en sacar a su compañero del aula?

Silencio. Miradas unos a otros.

-¿Hice bien sí o no?

-¡Noooo!

-¿Cometí una injusticia?

-¡Sí!

-¿Y por qué nadie dijo nada? ¿De qué sirven las leyes, las normas y los reglamentos si no tenemos el valor de aplicarlas? Todos estamos obligados a levantar la voz cuando vemos una injusticia. Ustedes y yo. ¡Nunca se queden callados! Tras una breve pausa añadió: Que alguien vaya a buscar a Luis.

Silencio. Todos nos mirábamos con sonrisas idiotas. Alguien salió a buscar a Luis.

Esa mañana me enamoré de mi maestro de Introducción al Derecho.

El cuento plantea la sutil diferencia entre mostrar y demostrar, una de las claves de la verdadera educación transformadora.

LA INERCIA DEL “EFECTO MATEO”

“Pues yo os digo que a todo el que tiene, se le dará; más al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará”

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Esta es una conocida cita bíblica que, aunque se le atribuye a Mateo, también fue recogida por otros evangelistas. De hecho esta cita aparece hasta en cinco ocasiones en el Nuevo Testamento. Aparentemente la cita se encuentra bastante alejada de los supuestos de igualdad de oportunidades y justicia social aunque, mal que nos pese, retrata con bastante fidelidad un efecto que suele darse con frecuencia en nuestras aulas.

La cita aparece en la biblia como conclusión a la llamada “parábola de los talentos”, en la que se cuenta como un hombre que debía salir con urgencia al extranjero repartió de manera desigual su dinero entre sus siervos (dando a cada cual según su capacidad, matiza el texto). De esta forma al primero le entregó cinco talentos, a otro dos y al último solo uno. Aquellos a los que dio más decidieron negociar con el dinero consiguiendo doblar sus cantidades, sin embargo, al que entregó solo uno, tuvo miedo de perderlo y decidió enterrarlo y esperar la vuelta del patrón. A su regreso los tres fueron a recibirle y le mostraron el dinero prestado más los intereses ganados. Al llegar el turno del último, el señor  enfurecido le recriminó su actitud y sentenció quitarle su única moneda para entregársela a aquel que tenía más. Y es aquí donde, a modo de conclusión, aparece la conocida sentencia.

En el campo educativo nos encontramos con alumnos que disponen de más o menos talentos (en este caso referidos a capacidades). Y aunque cada cual decide invertirlos de manera diferente suele darse la pauta común que, aquellos que más “talentos” tienen suelen aprovecharlos para hacerlos crecer, mientras los que menos tienen suelen mostrarse más precavidos, más conservadores, y no suele ser infrecuente, que acaben incluso perdiendo lo poco que tenían. Este efecto, aplicado en concreto al proceso de aprendizaje de la lectura, se le denominó en psicología como Efecto de san Mateo, que consistiría en la traslación a la práctica educativa del consabido “dinero llama a dinero”.

Aquellos alumnos con facilidad para aprender y que experimentan éxitos tempranos suelen convertirse en buenos estudiantes, buenos negociantes según la parábola, que van doblando su capital inicial, mientras que, aquellos que fruto de sus escasos talentos fracasan en la adquisición de la lectura (sería aplicable a cualquier aprendizaje instrumental), suelen iniciar una espiral descendente que les lleva a acumular decepciones en varias parcelas. Llegado el momento de la evaluación, el regreso a casa del patrón, los comentarios a pie de boletín se encargan de parafrasear la bíblica cita: “Al que tiene…”

Es por ello que la Educación debe atender a este efecto e intentar compensar su incidencia, ejercer una función correctora destinando, por ejemplo, más recursos a aquellos que más lo necesitan. Y además, este “reparto extra de talentos” debe producirse en edades tempranas, evitando así que el miedo paralice a estos alumnos y les dé por “enterrar” su único talento con tal de no perderlo. Facilitar y reforzar experiencias de éxito tempranas estimulará a los alumnos menos talentosos a abandonar esta zona de inseguridad y los animará a poner en juego sus escasos recursos para poder, como el resto de sus compañeros, disfrutar del hecho de poner su talento a producir. Con ello estaremos invirtiendo la inercia del pernicioso efecto Mateo y siendo más justos con los alumnos y... sus talentos.

NO HAY MAYOR CIEGO…

"El primer paso de la ignorancia es presumir de saber" Baltasar Gracián.

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Es difícil ponerse frente al espejo y reunir la dosis necesaria de autocrítica para reconocer las virtudes y defectos propios. Casi me atrevería a afirmar que es un ejercicio que  roza lo imposible. De hecho, nuestra mente está programada justo para lo contrario. Venimos de serie equipados con una compleja serie de mecanismos de autodefensa que se activan para protegernos frente a las amenazas del entorno y, por supuesto, especialmente ante los ataques propios que, por otra parte, acostumbran a ser los más peligrosos y encarnizados. Así, nuestra mente está siempre alerta para, en el caso de que las cosas nos vengan mal dadas, dulcificar los hechos y llevarlos a nuestro terreno, encontrando convincentes argumentos que nos eximan de toda responsabilidad. Nos adentramos así en el fértil terreno de las excusas, los infortunios y las justificaciones, que nos sirven para poner a salvo nuestra autoestima. Este proceso, en principio positivo, no deja de estar exento de ciertos riesgos.

Así, un exceso de celo en nuestra autoprotección nos lleva a inventar una realidad paralela, en la que desfiguramos de tal manera los hechos que los dejamos prácticamente irreconocibles. Todo con tal de evitar asumir la más mínima autocrítica, todo con tal de mantener a salvo nuestro orgullo, nuestro ego. Acostumbrados a ver el mundo de esta manera (la nuestra), rechazamos cualquier argumento que mínimamente ponga en entredicho nuestras convicciones, nos enrocamos en ellas, nos endiosamos y convencemos de que somos poseedores de verdades universales y esto, paradójicamente, nos convierte en ignorantes. Adentrados en este sendero es cada vez más difícil salir de él, puesto que la ignorancia es una bestia prepotente y fanática que suele alimentarse de sus propios comentarios. Como dice el refrán la ignorancia es la madre del atrevimiento.

Una de las fórmulas más eficaces para sacudir nuestra consciencia y despertarnos de ese falso sueño es ver reflejadas nuestras actitudes en los demás. Todas las trabas y dificultades que encontramos para la crítica propia se esfuman cuando cambia el objetivo. Cuando se trata de linchar al otro, todo el mundo parece sentirse autorizado. Sin embargo, lo realmente doloroso sucede cuando en medio de ese linchamiento colectivo, seguramente con nuestras barreras defensivas aturdidas, nos damos cuenta de que las pedradas que con más rabia lanzamos son las que dirigimos hacía nuestros propios defectos. De repente reconocemos en la paja del ojo ajeno la viga propia. Es el momento de la sacudida, del despertar de la consciencia, el momento afortunado en el que se enciende la luz y podemos ver… o no. Porque no hay mayor ciego que el que no quiere ver.

A menudo suelo utilizar “cortos” en clase con mis alumnos y considero que son una buena herramienta para conseguir ese despertar, esa reflexión en el fondo propia, pero en la forma ajena. Para mí suponen una estrategia perfecta para invitarles a enfrentar sus excusas y sus miedos. La semilla está sembrada, que consiga o no el objetivo eso solo el tiempo lo dirá.

Recientemente he descubierto una de esas “semillas” para despertar consciencias en el cortometraje “Pipas” de Manuela Moreno. El corto es una joya de poco más de tres minutos que recoge a la perfección este objetivo. Una invitación en toda regla a mirarse el ombligo dirigida a los jóvenes y

también a la sociedad en general (especialmente al sector educativo) que consiente que se expanda el virus de la ignorancia, ajena a los peligros que ello comporta. También en esto me sirve el título del post de hoy...

UN CUENTO PARA DESPERTAR A LOS PADRES

Solemos asociar los cuentos con fantásticas historias que contamos a nuestros hijos a la hora de acostarlos, y

que esperamos les abran la puerta a un mundo de fantasía y sueños. Así a través de estas, aparentemente insignificantes historias, conseguimos crear momentos mágicos de complicidad y

cercanía con nuestros pequeños. Sin embargo existen otros cuentos, otras historias, que más allá de abrirnos las puertas de los sueños nos despiertan a la vida, nos sacuden la consciencia y nos invitan

a mirarnos por dentro.

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Estos cuentos para despertar, que suelo utilizar a menudo en el blog, son una invitación a detenerse en el camino, a pensar sobre lo que somos y hacemos y lo que creemos ser. Una llamada a la necesaria reflexión que nos permite madurar, crecer interiormente y sentir más coherencia entre nuestros valores, pensamientos y acciones. Esta reflexión se hace más imprescindible si cabe cuando hablamos de educación. La transcendental influencia que como educadores ejercemos sobre nuestros alumnos o hijos nos obliga a comprometernos en ese proceso de mejora constante.

Recientemente publiqué un cuento para despertar a los profesores, adaptando una historia de Elizabeth Silance Ballard, que rápidamente se convirtió en la entrada más visitada del blog. Hace algunos meses ya había publicado un cuento para despertar a los alumnos y, como la serie estaba incompleta, hoy el cuento lo dedico a la tercera pata de la mesa educativa: los padres. El cuento dice así…

Un joven matrimonio entró en uno de las mejores tiendas de juguetes de la ciudad. Los dos estaban entretenidos mirando, sin prisas, todos los juegos y juguetes apilados en las estanterías. Había muñecas que lloraban y reían, juegos electrónicos, construcciones, peluches gigantes, instrumentos musicales… pero no acababan de decidirse. Al acercarse la dependienta, la esposa le preguntó:

-Perdone señorita, tenemos una niña pequeña, pero estamos casi todo el día fuera de casa y, a veces incluso hasta de noche.

-Es una cría que apenas sonríe – añade el marido.

-Quisiéramos comprarle algo que la hiciera feliz – añade la esposa – algo que le diera alegría aun cuando no podamos estar más tiempo con ella.

-Lo siento- sonrió la dependienta- pero aquí no vendemos padres.

EDUCAR DESDE EL INTERIOR

Durante décadas los psicólogos se han visto enzarzados en una contumaz controversia entre el peso de la herencia y el ambiente en la conducta. Así, ambientalistas e innatistas, han defendido obstinadamente posturas antagónicas. Los psicólogos conductistas defendieron hasta el extremo la importancia de los factores ambientales, llegando al extremo de asegurar que a través del entrenamiento adecuado se podía obtener cualquier resultado deseado (sólo cabe recordar la famosa afirmación de Watson), prescindiendo de variables como el talento o la vocación.  Desde este punto de vista, la aplicación de las técnicas de modificación de conducta al sistema educativo (premios/castigos) permitía diseñar un patrón ideal de comportamiento al que todos los alumnos, con pequeñas variaciones, podrían ajustarse. Este sistema educativo, basado en el exhaustivo diseño y control de todos los elementos del curriculum, incluyendo por supuesto el metodológico, permite asignar a la educación la capacidad creadora propia del profesor Frankenstein.  La “educación productora” se desarrolló al amparo de la revolución industrial posibilitando cubrir el suministro de trabajadores medianamente cualificados a las empresas.  Si bien también es cierto que esta demanda posibilitó el nacimiento de sistemas educativos universales, dirigidos a la totalidad de la población.

Por contra, los innatistas defendían el determinismo genético, asegurando que de la misma manera que nuestra herencia determina nuestra altura o color de ojos, condiciona igualmente nuestra

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inteligencia o sociabilidad. Llevadas al extremo, estas teorías llegaron a demostrar la supremacía intelectual de unas razas sobre otras, defendiendo por tanto, la inutilidad de determinadas inversiones en colectivos “infradotados” genéticamente. Estos presupuestos aplicados a la educación servirían para defender propuestas basadas en la segregación y la atención diferenciada a los alumnos en función de variables como la raza o el sexo, ajustando así los objetivos a las expectativas previas. Esta “Educación sentenciadora” también dejó su impronta en varios modelos educativos.

Sin embargo, con el paso del tiempo, las posiciones han ido moderándose y al tiempo que las evidencias científicas demostraban el enorme peso de la herencia en las variables conductuales, aparecía el término de neuroplasticidad para atenuar su influencia y abrir nuevamente la puerta a los factores ambientales.  Las recientes aportaciones de la neurociencia suponen encontrar el necesario punto de encuentro y consenso entre ambas corrientes.  La herencia reparte las cartas pero es el ambiente el que decide las reglas del juego. Utilizando el mundo vegetal como ejemplo, la semilla sólo germina si encuentra las condiciones adecuadas para hacerlo.

Las recientes aportaciones van más allá al afirmar que el aspecto verdaderamente fundamental se encuentra en la interacción entre ambos aspectos. Así, lo realmente posibilitador es cómo el ambiente interactúa con la predisposición genética, llegando incluso a poder modificarla. Por ello hablamos de plasticidad cerebral.

Estas observaciones tienen una importancia capital para el campo educativo, pues descartan de manera contundente las teorías de “tabula rasa” en las que se compara al niño con una vasija vacía que hay que llenar de contenido. La neurociencia demuestra que los niños vienen con “equipamiento de serie”, con predisposiciones genéticas, con respuestas y preferencias programadas. Ello convierte a cada niño en un ser diferencial y único, y que consecuentemente necesitará de estímulos ambientales diferentes.

Un sistema educativo de “café para todos”, que ostente falsas pretensiones de universalidad y justicia al ofrecer a todos sus alumnos un curriculum común es, en realidad, una de las mayores afrentas posibles a la igualdad de oportunidades. Tratar a todos por igual supone ignorar la condición diferencial de cada individuo, dejar de atender sus talentos y necesidades.

Todos los niños vienen programados para el aprendizaje, esta es su principal herramienta para la supervivencia. El bebé nace con casi todo por aprender, necesita de la estimulación del entorno para desarrollar sus potencialidades. Privados de esa adecuada estimulación habrá capacidades que no llegarán a desarrollarse nunca. Es por ello que la educación debe ser sensible a estas necesidades y actuar en consecuencia, de lo contrario se hará realidad la triste sentencia atribuida a George Bernard Shaw, “Desde muy niño tuve que interrumpir mi educación para ir a la escuela.”

GRU, AGNES Y EL COACHING EDUCATIVO.

A veces uno no sabe qué es más complicado: si salvar al mundo de su segura destrucción o hacerse cargo de la educación de unos pequeños. Sino que se lo pregunten a Gru, el protagonista de la película “Mi villano favorito”. Aunque tal vez no haya muchas diferencias entre ambos desafíos… ¿no creen?

Educar a tres pequeñas se convierte en el reto más difícil al que Gru ha tenido que enfrentarse nunca. Frente a ello, robar la luna o desbaratar los planes de un peligroso villano son simples juegos de niños. Sin embargo, nada le resulta más enriquecedor y transformador como encargarse de las pequeñas

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Margo, Edith y Agnes. Las niñas acaban convirtiendose en maestras del villano. Su inocencia y sencillez lo transforman.

En una escena de la película (Mi villano favorito 2) Gru está sentado en la escalera a la puerta de su casa. Llueve a mares y está completamente empapado, pero parece no importarle. Lucy, su compañera de investigación, acaba de decirle que ha aceptado una oferta para irse a la mañana

siguiente a trabajar al extranjero. Nunca más volverá a verla. Esa despedida sirve para despertar la consciencia de Gru con respecto a sus verdaderos sentimientos hacia ella: la quiere y está a punto de perderla. Se encuentra atrapado, confundido, se debate entre buscarla y sincerarse con ella o acallar sus sentimientos y dejarla marchar. La lluvia cae con fuerza, pero poco importa, Gru está junto a sus pensamientos a kilómetros de distancia.

En ese momento aparece la pequeña Agnes agarrada a su unicornio de peluche. Se acerca y le pregunta qué le pasa. El villano regresa de su mundo de preocupaciones y explica lo que le sucede a la niña. En ese instante la pequeña, con su dulce vocecita, le pregunta: ¿Hay alguna cosa que yo pueda hacer? - No cariño - contesta Gru sonriendo, conmovido por el ofrecimiento.

Cuando parece que la conversación ha terminado, la pequeña Agnes insiste de nuevo con su mismo tono ingenuo: Y, ¿hay alguna cosa que tú puedas hacer? La pregunta lo descoloca. La

pregunta despierta su responsabilidad. Depende de él luchar por lo que quiere y, está a tiempo de intentarlo. Es el momento de la acción.

Creo que esta escena retrata con claridad el proceso de coaching educativo. El cambio, el aprendizaje, nace de la consciencia, de la necesidad, nace del interior del alumno. No se puede imponer ni forzar el aprendizaje, al menos el duradero. Es el alumno, como protagonista de su aprendizaje, quien debe dotar de significado aquello que está aprendiendo. Sin ese despertar de la consciencia y la responsabilidad que consigue Agnes con un par de preguntas, no puede darse aprendizaje ni cambio.

En esta escena, las preguntas de Agnes son como las piedras que al golpearlas producen la chispa que prende en el desánimo de Gru. Atrapado en su desconcierto, necesita de ese estímulo para ponerse en movimiento. Necesita que alguien lo rescate del mundo de excusas y lamentaciones en el que seguramente se está sumergiendo.

Así, la principal función de los maestros no es explicar y mostrar los contenidos, sino despertar ese fuego, esa necesidad en sus alumnos. La cuestión transcendental no es el qué, sino el para qué. Los niños son innatamente curiosos, vienen de serie programados para aprender, no en vano de ello depende su supervivencia en los primeros años. Si somos capaces de canalizar esta curiosidad, su capacidad de asombro como dice Catherine L’Ecuyer, podremos concederles el papel protagonista, el de creadores de su proceso de aprendizaje.

No se trata de ofrecer todas las respuestas (¿acaso las tenemos?),  sino de plantear las preguntas adecuadas. Así visto, el maestro no es alguien que resuelve dudas, sino alguien que las genera y aviva. Maestro no es quien indica el camino, sino quien invita a explorar uno nuevo.

ACOSTAR AL NIÑO EN LA CAMA DE PROCUSTES.

Cuenta la mitología griega que cuando Teseo cumplió dieciséis años su madre le confió el secreto de su verdadera paternidad. Etra le reveló que en realidad era hijo de Egeo, rey de Atenas, y que su

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padre había dejado unos regalos para él escondidos bajo una pesada roca, de forma que solo pudiera recogerlos cuando fuera lo suficientemente fuerte como para levantarla. El joven Teseo, tras recoger los presentes que su padre consideraba necesitaría para su viaje (unas sandalias y una espada), inicia el peligroso camino desde su ciudad natal de Trecén hasta Atenas para conocer a su padre y reclamar su derecho al trono.

Este camino se convierte en un viaje iniciático para el joven Teseo quien deberá enfrentarse en solitario a decenas de salteadores y asesinos durante su camino, a cada cual más despiadado y sanguinario. Uno de los últimos personajes con los que se encuentra en su camino es con el viejo Procustes.

Procustes disponía de una casa en las colinas cerca de Atenas, y de manera amable acostumbraba a ofrecer posada a todos los viajeros que se encontraban a las puertas de la ciudad, agotados tras el largo viaje. Tras la reparadora cena, Procustes ofrecía al viajero una cama de hierro en la que poder pasar la noche. Sin embargo, en mitad de la noche, mientras el viajero dormía, el sádico Procustes ataba al desgraciado a su cama. Si el viajero era más alto que la medida de la cama, Procustes procedía a serrar las partes del cuerpo que sobresalían. Si, por el contrario era de menor longitud, se dedicaba a quebrarle los huesos a martillazos para posteriormente estirar su cuerpo, de forma que de una u otra manera, el desdichado acabara teniendo la medida exacta de su metálica cama. Algunas versiones recogen que el despiadado Procustes tenía en realidad dos camas, por lo que nunca nadie encajaba a la perfección en ella. Finalmente fue Teseo quien dio de probar a Procustes de su propia medicina cuando, tras engañarlo, acabó con su vida atándolo en aquella misma cama.

Procustes sufría una enfermiza obsesión a “ajustar” todo a una medida establecida y, además, se enorgullecía de tener un método rápido para conseguirlo. Todos los viajeros que tenían la mala fortuna de aceptar su invitación acababan destrozados.

Salvando lo “salvaje” de la comparación, a menudo, el sistema educativo actúa de forma parecida. Los alumnos son amablemente hospedados en sus aulas para, acto seguido, proceder a su evaluación y comparación con las medidas oficiales, escrupulosamente descritas en forma de objetivos curriculares, para a continuación determinar si es necesario amputar o estirar.

El sistema educativo abusa de la comparación constante entre el alumno y la norma, prescindiendo en muchas ocasiones de la más importante de las comparaciones, la del alumno consigo mismo. Comparar el ritmo de aprendizaje de un alumno con el resultado esperado, normalizado, acaba pervirtiendo el proceso de enseñanza-aprendizaje de manera casi tan cruel como los métodos utilizados por el “hospitalario” Procustes. En primer lugar porque no se tienen en consideración suficiente los diferentes ritmos madurativos de cada niño y, en segundo lugar, porque esa medición no atiende por igual a todos los aspectos del desarrollo.

Los niños son invitados a acostarse en una cama que los medirá, comparará, evaluará y juzgará. Si el niño tiene la fortuna de ajustarse a la normalidad, la cama será benevolente con él y dejará que tenga felices sueños. Sin embargo, si sus medidas, bien por defecto o por exceso no coinciden con las propuestas, esta se convertirá en la cama de clavos del faquir haciéndoles sufrir dolores y pesadillas.

Los niños no deben ser evaluados y etiquetados, sino observados y comprendidos.  No basta con disponer de camas de varios tamaños, que siempre es un primer paso, sino que lo ideal sería que cada niño dispusiera de las herramientas para poder construir aquella cama en la que se encuentre más cómodo. Mientras esto llega cuesta poco preguntar a los niños que tal han dormido, porque a veces nos creemos tan “inteligentes” que no necesitamos ni preguntar.

DESILUSIONADOS.

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Generalmente cuando valoramos la eficacia de un sistema educativo el primer dato que tenemos en cuenta es el del porcentaje de alumnos que finalizan las diferentes etapas en que se divide. De esta

forma definimos el fracaso escolar como la cantidad de alumnos que no consiguen finalizar sus estudios, que no consiguen superar al menos el nivel de la enseñanza obligatoria. Así, si

observamos las diferentes estadísticas que comparan los resultados educativos entre países observaremos como la variable que se utiliza en estos estudios es el porcentaje de fracaso. De esta

manera, los países aparecen ordenados en un ranking de menor a mayor puntuación.

Atendiendo a esta variable cuantitativa se sobreentiende que todos aquellos que logran superar los diferentes niveles forman parte del grupo de “éxito”, mientras que los que no lo consiguen son etiquetados como fracasados. Este planteamiento, bastante coherente con la lógica académica, condena a entender la eficacia del sistema en términos binarios, de 0 y 1, el que saca más de un 5 sigue, el que no se queda.

Además estas mediciones suelen realizarse fijándose en la parte negativa de la ecuación, en los que se quedan, en los que fracasan. Esta forma de medir, un tanto paradójica, se utiliza también en otros ámbitos. Así por ejemplo analizamos la evolución del mercado laboral atendiendo al número de parados (rara vez al de activos). Este tipo de planteamientos no son tan inocuos como pudiera pensarse, puesto que esconden la trampa de dar por supuesto que todo aquel que no tiene frío tiene calor. Todo el que no aparece inscrito como demandante en los servicios públicos de empleo es porque está trabajando (lo cual es evidentemente falso y de ahí las diferencias entre las estadísticas del INEM y la EPA) y, de la misma manera, da por supuesto que todo aquel que ha finalizado sus estudios es “académicamente exitoso”.

Focalizar la atención en el fracaso predispone a la corrección. Se analizan las causas y los motivos por los cuales los alumnos abandonan o no superan los niveles establecidos y se diseñan estrategias correctoras con vistas a reducir su incidencia. Así, se atienden desigualdades, diversidades, dificultades y desmotivaciones, como factores causantes del fracaso. Analizamos que estamos haciendo mal e intentamos corregirlo. Sin embargo, siendo todo ello necesario, este planteamiento deja al descubierto el flanco opuesto. Obsesionados en corregir el fracaso, desatendemos a aquellos alumnos que van “trepando” con más o menos dificultad por la pirámide educativa.

Porque la calidad del sistema educativo no se mide solo con variables cuantitativas, sino también cualitativas. Siendo un objetivo loable e importante conseguir que cada vez más alumnos alcancen los niveles básicos de enseñanza, no lo es menos detenerse a reflexionar sobre que sucede con aquellos “exitosos” que finalizan sus estudios. Porque mayoritariamente el sistema educativo se nutre de alumnos que van superando niveles, que van acumulando expectativas y sueños, que invierten ahorros, esfuerzos, esperanzas y tiempo confiados en la promesa educativa por excelencia: La educación es la llave que abre la puerta del futuro.

Durante esta semana la casualidad, o no, ha querido que se cruzaran en mi camino dos historias muy distintas, en apariencia superficiales, que para mí recogen la esencia del fracaso educativo que no aparece en las estadísticas. Y puede ser que la palabra que mejor describa ambas situaciones no sea la de fracaso, sino otra mucho más pesada y dolorosa: Desilusión. No hay estadísticas ni gráficas que la midan, no hay encuestas que pregunten por ella, no hay un ranking de países de la OCDE ordenado por desilusión académica, pero no hay que ser muy astuto para saber que, al menos en España, es una variable que cotiza al alza. Para mí esta es la característica que enlaza ambas historias: la rabia, el desengaño, la estafa.

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Estas dos historias a las que me refiero son el original y emotivo relato de dos paisanos recogido en el vídeo “la sorpresa” y la contundente y ácida letra de la canción de Melo “Me cago en la biología”. Ambos suponen una bofetada a un sistema que no ha sabido estar a la altura, que hace aguas no solo por los elevados porcentajes de fracaso, sino también por los altos índices de desilusión que genera.

Mientras concentremos toda nuestra atención y nuestros esfuerzos en medir parados, fracasados, corruptos y déficits, continuaremos atrapados en una espiral de desánimo y abatimiento. Mientras, aquellos que soñaban con dar de comer a los pingüinos del zoo o con realizar sus proyectos profesionales cerca de los suyos, verán marchitarse sus ilusiones, verán crecer su desencanto y su rabia. Ellos no formaron nunca parte de la estadística del fracaso, sino del éxito. Aunque su éxito consista en haber sido capaces de acumular cientos de conocimientos inútiles y el aprendizaje

de un idioma lo único que les ha abierto las puertas, aún a costa de pagar un alto precio. Ellos no serán nunca fracasados, serán desilusionados, lo cual, tristemente, es mucho más doloroso.

LA CLASE DEL DELFÍN: Y TÚ, ¿CÓMO EDUCAS?

La parábola de la marsopa, o del delfín, es una interesante historia narrada por George Bateson, uno de los padres de la programación neurolingüística, que recoge las observaciones realizadas por el propio Bateson mientras estudiaba el proceso de entrenamiento de unos delfines en Hawai. Las reflexiones extraídas en este estudio son fácilmente extrapolables al contexto educativo.

Bateson observó durante varios meses como los entrenadores enseñaban a los delfines los trucos que debían realizar durante el espectáculo. La “clase” comenzaba cuando el animal hacía algo inusual, como por ejemplo saltar fuera del agua, tras lo cual los entrenadores hacían sonar su silbato y premiaban al delfín con un pescado. Cada vez que el delfín repetía esa acción el entrenador hacía sonar su silbato y premiaba nuevamente al animal. Pronto el delfín aprendió que esa conducta le aseguraba un premio y por tanto la repetía con asiduidad.

Al día siguiente el delfín volvió a repetir su salto esperando obtener su pescado, pero esta vez no sucedió nada. El animal repitió su salto varias veces hasta que aburrido desiste en sus saltos y realiza una acción diferente, por ejemplo un giro. Inmediatamente el atento entrenador hace sonar su silbato y premia al delfín por este nuevo movimiento. Así, el equipo de entrenadores solo premia las piruetas nuevas. Esta pauta de funcionamiento, indica Bateson, se repitió durante dos semanas. El delfín intenta repetir el movimiento del día anterior esperando su pescado, y como no sucede nada realiza un movimiento distinto que, inmediatamente es reconocido (silbato) y premiado (pescado).

Esta situación resulta durante los primeros días algo desconcertante para el animal, hasta que finalmente descubre la “lógica” del juego: sólo se premian los movimientos diferentes. Bateson cuenta que el decimoquinto día de su entrenamiento el delfín realizó un espectáculo tan extraordinario que parecía haberse vuelto loco. El animal empezó a realizar continuos movimientos diferentes realizando varias piruetas no observadas con anterioridad con otros delfines. Finalmente había “aprendido” no sólo a realizar nuevas conductas, sino que había comprendido las reglas sobre cómo y cuándo producirlas.

Uno de los puntos importantes que recoge Bateson en sus observaciones es que, durante las dos semanas del entrenamiento, observó como el entrenador arrojaba pescado al delfín sin motivo

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aparente. Preguntado el entrenador por esta cuestión le informó: “Esto lo hago para mantener mi relación con él. Si nuestra relación no fuese buena, el delfín no se molestaría en aprender nada.”

Algunas de las conclusiones que se extraen del estudio de Bateson son:

En este caso el objetivo de los entrenadores no es que el delfín aprenda a hacer tal o cual pirueta, su objetivo es mucho más ambicioso: Pretenden que el animal sea creativo, que innove.

Tan importante es la tarea (movimiento nuevo) como la relación. Que el delfín esté interesado en participar en el “juego” depende de que la relación entre ambos sea positiva.

Lo que los entrenadores pretenden es que el delfín aprenda a aprender, que comprenda las “reglas del juego”. No importa la dificultad de la pirueta realizada, sino la innovación, el hacer algo distinto. Se fomenta la iniciativa y la originalidad.

En este proceso de aprendizaje, el delfín recibe información (el sonido del silbato le indica que es lo que ha hecho bien) y refuerzo (pescado). Así el animal entiende cuando hace algo esperado.

Finalmente, no se utiliza ningún tipo de castigo para corregir conductas. Es decir, mientras que el animal no hace movimientos nuevos o mientras se empeña en repetir los aprendidos el día anterior, no se le aplica ningún castigo (no se le ofrece pescado podrido), sencillamente no se le presta atención.

Si comparásemos la “clase del delfín” con nuestro trabajo como maestros y profesores, o con nuestra forma de comportarnos con nuestros hijos…

¿Cuál es nuestra intención como maestros? ¿Les decimos a los niños la “pirueta” que tienen que aprender o les dejamos margen para que muestren su creatividad?

¿Cuidamos la relación de la misma manera que atendemos la tarea? ¿Tenemos tiempo de “dejar caer” algunos pescados fuera de nuestro tiempo de entrenamiento para cuidar la relación?

¿Ofrecemos información y premiamos cada comportamiento esperado o positivo de nuestros alumnos o mostramos más predisposición a atender los comportamientos negativos?

¿Posibilitamos, buscamos la iniciativa en nuestros alumnos?

¿Abusamos del “pescado podrido” para corregir los comportamientos no deseados, aún a cambio de sacrificar la relación y que nuestros “delfines” desistan en su interés por aprender?

EL BIGOTE DEL TIGRE (*)

Un día, una mujer joven llamada Yun Ok fue a buscar a un gran y sabio ermitaño que vivía en una montaña para pedirle ayuda. El ermitaño era un mago muy sabio que sabía de conjuros y pociones mágicas.

Cuando Yun Ok entró en su casa, el ermitaño, sin levantar los ojos de la chimenea que estaba mirando, dijo: -¿Por qué has venido?

Yun Ok respondió: -Oh, Gran Sabio. Necesito tu ayuda, estoy desesperada. ¡Hazme una poción! Maestro -insistió Yun Ok-, si no me ayudas, estaré verdaderamente perdida.

-Bueno, ¿cuál es tu problema? -dijo el ermitaño

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-Se trata de mi futuro -comenzó Yun Ok-. Desde hace unos años mi país está sufriendo una crisis terrible. He visto como mis vecinos perdían sus puestos de trabajo e incluso eran desalojados de sus casas. He visto gente mendigar por las calles y rebuscar algo de comida entre las basuras. Tengo miedo, no sé qué hacer. Me angustia pensar que pronto yo pueda estar en esa misma situación.

- Es difícil saber lo que el futuro nos tiene reservado. Lo que le ocurra a tus vecinos o amigos no necesariamente te tiene que ocurrir a ti –dijo el ermitaño.

-Por favor, quiero una poción que me de tranquilidad, que me libere de mis miedos y angustias, que me de confianza y seguridad en el futuro, que me ayude a recobrar la esperanza.

-Muy bien, vuelve en tres días y te diré qué nos hará falta para esa poción.

Yun Ok volvió tres días más tarde

-Lo he pensado -le dijo-. Puedo hacer tu poción. Pero el ingrediente principal es el bigote de un tigre vivo. Tráeme su bigote y te daré lo que necesitas.

-¡El bigote de un tigre vivo! -exclamó Yun Ok-. ¿Cómo haré para conseguirlo?

-La poción que me pides es en verdad difícil de conseguir. Si es tan importante para ti te garantizo que obtendrás el éxito. Pero necesito que me traigas este ingrediente, es irremplazable -dijo el ermitaño. Y apartó la cabeza, sin más deseos de hablar.

Yun Ok se marchó a su casa. Pensó mucho en cómo conseguiría el bigote del tigre. Al fin se le ocurrió, y una noche salió de su casa con un plato de arroz y salsa de carne en la mano. Fue al lugar de la montaña donde sabía que vivía el tigre.

Sin acercarse mucho a la cueva donde vivía, extendió el plato de comida, llamando al tigre para que viniera a comer, pero esa noche el tigre no vino.

A la noche siguiente Yun Ok volvió a la montaña, esta vez un poco más cerca de la cueva. De nuevo ofreció al tigre un plato de comida.

Así continuó todas las noches, acercándose cada vez más a la cueva, cada vez unos pasos más. Poco a poco el tigre se acostumbró a verla allí.

Una noche, Yun Ok se acercó a pocos pasos de la cueva del tigre. Esta vez el animal dio unos pasos hacia ella y se detuvo. Los dos quedaron mirándose bajo la luna. Lo mismo ocurrió a la noche siguiente, y esta vez estaban tan cerca que Yun Ok pudo hablar al tigre con una voz suave y tranquilizadora.

La noche siguiente, después de mirar con cuidado los ojos de Yun Ok, el tigre comió los alimentos que ella le ofrecía. Después de eso, cuando Yun Ok iba por las noches, encontraba al tigre esperándola en el camino.

Cuando el tigre había comido, Yun Ok podía acariciarle suavemente la cabeza con la mano. Casi seis meses habían pasado desde la noche de su primera visita. Al final, una noche, después de acariciar la cabeza del animal, Yun Ok dijo: -Oh, Tigre, animal generoso, es preciso que tenga uno de tus bigotes. ¡No te enfades conmigo! Y le arrancó uno de los bigotes.

El tigre no se enfado, como ella temía. Yun Ok bajó por el camino, no caminando sino corriendo, con el bigote aferrado fuertemente en la mano.

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Loca de contenta, subió a la montaña para ver al ermitaño. Apenas había amanecido cuando llegó: - ¡Lo tengo! ¡Tengo el bigote del tigre! Ahora puedes hacer la poción que me prometiste para poder librarme de mis miedos y preocupaciones.

El ermitaño tomó el bigote y lo examinó. Satisfecho, pues realmente era de tigre, se inclinó hacia adelante y lo dejó caer en el fuego que ardía en su chimenea.

-¡Oh señor! -gritó la joven mujer, angustiada- ¡Qué has hecho con el bigote! ¿Por qué lo has tirado al fuego?

-Explícame como lo conseguiste -dijo el ermitaño.

-Bueno, cada noche iba a la montaña con un plato de comida. Después de mucho esperar, me fui ganando la confianza del tigre. Le trataba con cariño y tenía mucha paciencia. Finalmente me prestó su bigote.

Yun Ok se puso a llorar, pensaba que todo su esfuerzo no había servido para nada. El ermitaño se acerco y le dijo: -Ya no hace falta el bigote. Yun Ok, déjame que te pregunte algo: ¿Acaso no tuviste miedo cuando caminaste por primera vez hasta la guarida del tigre? ¿Acaso desististe cuando tras varios días el tigre no se acercó a comer el arroz que le ofrecías? ¿Acaso no reuniste el coraje necesario para arrancar el bigote cuando creíste que era el momento oportuno? Si puedes ganar con ingenio, paciencia y valor el respeto y la confianza de un animal salvaje y sediento de sangre, sin duda puedes hacer lo mismo con tu futuro. No necesitas más magia de la que tú misma tienes.

Yun Ok dejó de llorar y volvió a su casa dispuesta a tener paciencia y luchar por su futuro.

SER PARTE DEL PROBLEMA O DE LA SOLUCIÓN

Asistimos horrorizados al progresivo deterioro del modo de vida tal y como lo conocimos. Damos por hecho de que la crisis se llevará por delante el estado del bienestar que tanto tiempo y esfuerzo costó de alcanzar y nos conformamos con salvar los muebles de la tragedia. El desempleo y la desesperanza se van instalando en nuestra sociedad como colesterol en las venas. Aún teniendo trabajo un sentimiento de desasosiego y un convencimiento de que todo va a ir a peor dirige todas nuestras decisiones. Instalados en el miedo y el pesimismo delegamos en los políticos la deseada salvación. Obedecemos sus consignas y aceptamos sacrificios bajo la promesa de que todo es temporal, de que volveremos a la senda de la prosperidad más pronto que tarde. Obedientes en medio del naufragio esperamos en nuestro camarote a que el capitán nos diga dónde está la salida de emergencia y cuál es nuestro sitio en el bote salvavidas.

Ante una situación de crisis, de cambios bruscos, siempre hay un momento de desorientación, de parálisis, de desconcierto. Superadas las fases de negación y de rabia entramos en el momento crítico de decantarse entre la resignación y el afrontamiento. Es justo en ese momento donde hay que preguntarse de qué lado vamos a estar: ¿Vamos a ser parte del problema o parte de la solución? Porque es importante tener en cuenta que se es responsable tanto por acción como por omisión.

Como decía en una de mis primeras entradas, uno de los motivos que acabo de decidirme para comenzar a escribir este blog fue una inspiradora pintada que leí en un muro. La pintada aludía a las causas de la crisis actual y decía, (en realidad dice, ya que aún está escrita) textualmente “La crisis no es económica, es ética. ¿Y tú qué vas a hacer?” La frase es un llamamiento a la acción, a salir de la parálisis en la que estamos estancados y a ponernos en camino hacia la solución.

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Como no podía ser de otra manera, comparto un cuento para acompañar esta reflexión. Esta es la historia de un hombre tan decepcionado con sus semejantes, tan defraudado por la falta de valores, tan triste por sentirse miembro de una comunidad egoísta, insolidaria y cruel, que un día decidió abandonarlo todo e irse a vivir solo a la montaña.

A los pocos días de haber iniciado su nueva vida, mientras daba un paseo observo a una pequeña liebre que arrastraba un trozo de carne. Extrañado decidió seguirla para comprobar qué sentido tenía aquello. Cuál fue su sorpresa al comprobar que la pequeña liebre estaba llevando la carne hasta la entrada de una cueva donde vivía un enorme tigre malherido, que apenas podía valerse por sí mismo.

Impresionado por su descubrimiento decidió volver durante varios días para observar si el comportamiento de la liebre era habitual. Emocionado comprobó como la escena se repetía varias veces al día. La liebre acudía cargada con pequeños trozos de carne que dejaba prudentemente cerca de la entrada de la cueva.

Pasaron los días y la escena se repitió, hasta que llegó el momento en el que el tigre recuperado pudo salir a buscar su propia comida.

Admirado por la solidaridad y cooperación que había observado entre los animales, reflexiono y se dijo: “¡No todo está perdido! Si los animales, que son seres inferiores a las personas, son capaces de ayudarse de este modo, ¡qué no seremos capaces de hacer nosotros!

Recuperada la ilusión, su fe en el ser humano decidió regresar a la sociedad y poner en práctica lo aprendido. Llegando a las puertas de su pequeña ciudad decidió tumbarse al borde del camino, simulando estar herido, y se puso a esperar a que alguien pasara y lo ayudara. Sin embargo pasaron las horas, llego la noche y nadie se detuvo para ayudarlo. De la misma manera transcurrió el día siguiente y al llegar la noche decidió desistir en su intento de buscar solidaridad y comprensión en los hombres. Desolado llegó a la convicción de que la humanidad no tenía remedio.

Sentado al margen del camino sintió en su interior la desesperación del hambriento, la soledad del enfermo, la tristeza del abandono. Su corazón estaba destrozado, apenas sentía deseos de levantarse cuando justo en ese momento de desolación escucho una voz interior que le susurraba: “Si quieres encontrar a tus semejantes, si quieres sentir que todo ha valido la pena, si quieres seguir creyendo en la humanidad, si quieres ver a tus semejantes como hermanos… entonces deja de hacer el tigre y simplemente se la liebre.

NO SOLO DE PAN VIVE EL HOMBRE.

Comparto hoy una de las historias que utilizo en clase para reflexionar con los alumnos sobre los beneficios que obtenemos con nuestro trabajo. Trabajamos para vivir, es cierto. Realizamos nuestros trabajos a cambio de un sueldo, de hecho, si no fuera así no lo consideraríamos trabajo, sería más una afición, unas prácticas o un voluntariado. Pero lo cierto es que nuestro trabajo diario, si estamos atentos para distinguirlo, nos reporta mucho más que simple dinero. El cuento se titula “los tres consejos”.Había una vez…

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…una joven pareja de recién casados que empezó a pasar necesidades y a tener que vivir de la caridad de sus vecinos. Un día, harto de esta situación, el marido le propuso a su esposa:

- “Querida, voy a irme a buscar trabajo fuera. Viajaré lejos con tal de buscar un empleo y las oportunidades que aquí no tenemos. Cuando consiga tener las condiciones que nos garanticen una vida cómoda y digna, regresaré a buscarte. No sé cuánto tiempo tendré que estar fuera, pero solo te pido una cosa, que me esperes, me seas fiel y confíes en mí mientras esté lejos, pues yo te prometo serte igualmente fiel.”

Así, el decidido marido caminó muchos días a pie, hasta encontrar un hacendado que necesitaba a alguien para trabajar en sus tierras.

El joven llegó y se ofreció para trabajar y fue aceptado. Antes de comenzar su trabajo, el joven le propuso a su nuevo jefe: “Déjeme trabajar por el tiempo que yo quiera y cuando encuentre que debo irme, usted me liberará de mis obligaciones. Yo no quiero recibir mi salario. Le pido que lo coloque en una cuenta de ahorro hasta el día en que me vaya. Ese día usted me dará el dinero que yo haya ganado hasta entonces."

Estando ambos de acuerdo, aquel joven trabajo durante veinte años, sin vacaciones y sin descanso. Después de ese tiempo se acerco al hacendado y le dijo: "Patrón, ha llegado el momento de volver a mi casa, quiero mi dinero para poder irme."

El patrón le respondió: - "Muy bien, hicimos un pacto y voy a cumplir con mi parte, solo que antes quiero hacerte una propuesta: Yo te doy tu dinero y tú te vas, o a cambio de tu dinero te doy tres consejos. Si te doy el dinero, no te doy los consejos y viceversa. Vete a tu cuarto, piénsalo y mañana cuando estés dispuesto para partir me das la respuesta."

Él pensó durante toda la noche y finalmente a la mañana siguiente busco al patrón y le dijo: "Quiero los tres consejos" El patrón le recordó: "Si te doy los consejos, no te doy el dinero." Y el empleado respondió: "Quiero los consejos."

El patrón entonces le aconsejo: NUNCA TOMES ATAJOS EN TU VIDA.  NUNCA SEAS CURIOSO DE AQUELLO QUE REPRESENTE EL MAL. NUNCA TOMES DECISIONES EN MOMENTOS DE ODIO Y DOLOR.

Después de darle los consejos, el patrón le dijo a su empleado, que ya no era tan joven: “Aquí tienes tres panes. Dos son para que los comas durante el viaje, pero este tercero es para que lo compartas con tu esposa cuando llegues a casa."

El hombre entonces emprendió el camino de vuelta, el mismo que veinte años antes había recorrido en sentido contrario, con la ilusión de reencontrarse con su amada.

Después del primer día de viaje, encontró una persona que lo saludo y le pregunto: "¿Hacía dónde vas?" Él le respondió: "Regreso a mi pueblo por este camino, aunque aún me quedan más de veinte de camino para llegar." La persona le dijo entonces: "Joven, este camino es muy largo, yo conozco un atajo con el cual llegaras en pocos días". El joven contento, comenzó a caminar por el atajo indicado cuando, de pronto, se acordó del primer consejo. Entonces volvió sobre sus pasos para retomar el camino normal.

Días después supo que el atajo conducía a una emboscada.

Después de algunos días de viaje, y cansado al extremo, encontró una pensión a la vera de la carretera, en la que poder hospedarse. Pago la tarifa por un día y después de tomar un baño se acostó a dormir. De madrugada se levanto asustado con un grito aterrador. Se levanto de un salto y se dirigió hasta la puerta para ir a averiguar qué era aquello. Cuando estaba abriendo la puerta, se acordó del segundo consejo. Entonces regresó a su cama y se volvió a acostar.

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Al amanecer, después de tomar café, el dueño de la posada le pregunto si no había escuchado un grito durante la noche. Al contestarle que sí, el dueño de la posada le preguntó: “¿Y no sintió curiosidad?”. El joven respondió que no. Entonces el posadero añadió: “Usted es el primer huésped que sale vivo de aquí, pues mi único hijo tiene crisis de locura, grita durante la noche y cuando el huésped sale, lo mata y lo entierra en el jardín.”

El joven siguió su larga jornada, ansioso por llegar a su casa. Después de muchos días y noches de caminata, ya al atardecer, vio entre los árboles humo saliendo de la chimenea de su pequeña casa, caminó y vio entre los arbustos la silueta de su esposa. Estaba anocheciendo, pero alcanzó a ver que ella no estaba sola.

Anduvo un poco más y desde la ventana observó que ella tenía sentado en su regazo a un hombre al que acariciaba los cabellos. Cuando vio aquella escena, su corazón se llenó de odio y amargura y decidió correr al encuentro de los dos para matarlos sin piedad. Respiró profundamente y ya se apresuraba a acabar con ellos, cuando recordó el tercer consejo. Entonces se paró y reflexionó. Decidió dormir allí mismo aquella noche y que al día siguiente, con la cabeza fría, tomaría una decisión.

Al amanecer, tras pasar toda la noche en vela, decidió que no mataría a su esposa. Decidió que volvería a la hacienda para intentar recuperar su trabajo, pero también decidió que antes de irse, quería decirle a su esposa que él había cumplido su parte del trato y que le había sido fiel durante todo ese tiempo.

Se dirigió a la puerta de la casa y llamó. Cuando su esposa abrió la puerta lo reconoció de inmediato. Se le lanzó al cuello abrazándolo y besándolo incrédula. Él trataba de quitársela de encima, pero no lo conseguía. Entonces con lagrimas en los ojos le dijo: "Yo te fui fiel y tú me traicionaste”. Ella espantada le responde: “¿Cómo? Yo nunca te traicioné, te esperé durante veinte años.” El marido entonces le pregunta: "¿Y quién era ese hombre al que acariciabas ayer por la tarde? La mujer sorprendida le contesta: “Aquel hombre es… nuestro hijo. Al poco de irte descubrí que estaba embarazada. Hoy, él tiene veinte años.

Entonces el marido entró, conoció y abrazó a su hijo y les contó toda su historia. Más tarde, mientras su esposa preparaba la cena, el marido recordó que aún conservaba el tercer pan que le

había entregado el hacendado y lo sacó para compartirlo durante la cena. Al partirlo, comprobó con asombro como dentro del pan se escondía todo el dinero ganado durante sus veinte años de trabajo y dedicación.

EL “CONDIMENTO” SECRETO DE LA RECETA DE LA EDUCACIÓN

Dice un conocido refrán que a nadie le amarga un dulce, lo que no acaba de explicar el dicho es que el exceso de dulces empalaga. Con los hijos suele

ocurrir. Un cuento* (y un vídeo de regalo).

Había una vez un joven alto y bien parecido, criado en un hogar acomodado, cuya familia siempre había procurado porque al muchacho no le faltase de nada. Su madre, conocedora de su buen apetito, le compraba y preparaba las comidas más exquisitas, con la intención de complacer en todo lo posible a su hijo. A pesar de ello, pocas veces el joven encontraba la comida a su gusto, pues siempre había algo que acababa por  contrariarlo.

Una noche el joven acudió a comer a un restaurante cercano, quería comprobar si allí tenían algo que en verdad le gustara. Pidió varios de los platos de la carta, incluyendo la especialidad de la casa,

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pero ninguno le agradó. Visiblemente indignado pidió explicaciones al cocinero, acusándole de no tener ni idea de cocinar.

En ese momento, viendo el alboroto que se estaba produciendo en el restaurante, el propietario del local trató de calmar al exigente cliente diciéndole: - Tranquilo. Si quieres comer realmente bien yo te ayudaré. Sólo te pido que vuelvas mañana al mediodía y, cuando termine mi trabajo, le pediré a mi madre que cocine para ti. Mi madre es una fantástica cocinera y prepara una salsa especial. Te aseguro que nunca comerás con tanto agrado como en nuestra casa.

El joven que siempre estaba dispuesto a probar nuevas comidas se calmó y aceptó la invitación ansioso de probar aquellos manjares. Al día siguiente a la hora acordada el muchacho se presentó en el lugar en busca de su anfitrión. Al llegar, observó sorprendido como el restaurante estaba repleto de clientes y como los pocos camareros del local se afanaban por servir las numerosas comandas. El joven observó como el propietario se debatía entre la barra y la cocina intentando poner un poco de orden en aquella algarabía.

El chico se le acercó y le dijo: - “Ayer quedamos en que pasaría a buscarte a esta hora. Tenemos que ir a comer a casa de tu madre”.

 – Es cierto- dijo el agobiado propietario – pero precisamente hoy se celebraba una convención aquí cerca y toda esta gente ha acudido a comer sin avisar. Como ves estamos hasta arriba de trabajo.

No dispuesto a renunciar a las primeras de cambio a su invitación, el joven insistió al dueño del local para que cumpliera su palabra. Tras respirar un momento, el dueño le propuso al muchacho: - Mira, vamos a hacer una cosa. Yo no puedo abandonar todo esto ahora e irme contigo, además precisamente hoy voy muy flojo de camareros, así que si te parece hacemos lo siguiente. Tú te pones el mandil y me ayudas sirviendo las mesas y, cuando acabemos vamos a casa de mi madre que tendrá preparada la comida prometida.

Aunque a regañadientes el muchacho finalmente aceptó. Se colocó el uniforme y siguiendo las indicaciones del propietario fue sirviendo los platos y bebidas en las mesas. El trabajo se dilató durante más de dos horas, pues eran muchos los comensales a los que había que atender. Finalmente el local estaba vacío y el trabajo acabado.

- Bien, es momento de ir a tu casa - dijo el muchacho secándose el sudor.

- ¡Qué poco conoces el trabajo de un restaurante!- comentó el dueño. Aún tenemos que dejar el local recogido y las mesas preparadas. De lo contrario no podría abrir mi negocio esta noche.

A regañadientes, el joven volvió al trabajo ayudando al personal a recoger y preparar de nuevo el establecimiento. Todo con tal de acabar cuanto antes y poder probar la fantástica comida prometida.

Al poco tiempo el local estaba nuevamente en orden y los dos pudieron finalmente ir a disfrutar de su comida. Cuando llegaron a la casa encontraron una mesa elegantemente dispuesta y un par de platos recién hechos esperándoles. Los dos se sentaron y comenzaron a comer. El dueño del restaurante observaba a su invitado esperando su opinión.

-Quiero felicitar personalmente a la cocinera- dijo al cabo de unos minutos- Nunca he probado nada tan delicioso como esto. Sin duda tenías toda la razón al afirmar que tu madre era la mejor cocinera del mundo y que preparaba una salsa especial.

El anfitrión comenzó entonces a reír y le contestó: “La famosa salsa que has probado hoy es la misma que te serví ayer en el restaurante, lo que ocurre es que tú nunca te habías sentado a la mesa tan cansado y con tantas ganas de comer como hoy.”

Page 22: Mi libro de historias para reflexionar

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APRENDER DE LOS CUENTOS

Recomiendo en la entrada de hoy uno de los libros más inspiradores y enriquecedores que conozco. El libro Aplícate el cuento (Editorial Amat) es una fantástica recopilación de pequeñas historias, cuentos y anécdotas que encierran, de la misma manera que las ostras, preciosos tesoros en su interior. El libro de Jaume Soler y Mercè Conangla recoge una cuidada selección de relatos que estimulan la reflexión sobre los aspectos importantes de la vida, sobre esos aspectos que los autores engloban bajo la etiqueta de Ecología Emocional.

A lo largo de anteriores entradas he venido defendiendo la necesidad de que la educación incluya entre sus contenidos la educación emocional y la educación en valores. El mundo de los cuentos supone una oportunidad magnífica para introducir estos temas en las aulas. Los cuentos, las parábolas, las fabulas, como las contenidas en este libro, suponen una herramienta preciosa para posibilitar la reflexión, el debate, el pensamiento crítico y el crecimiento personal en nuestros alumnos, dotándolos así de mecanismos eficaces para afrontar el futuro.

De la misma forma que el sabio Patronio aconsejaba al conde Lucanor ante las preocupaciones que lo atormentaban, de la misma manera que los animales de las fábulas de Samadiego o Esopo aprendían de sus errores, de la misma manera que Sherezade cautivaba al sultán con sus historias, podremos atrapar a nuestros alumnos en estas mágicas historias esperando que influyan en su forma de ser, esperando que los transforme en mejores personas, esperando que… se apliquen el cuento.

En concreto una de mis historias favoritas recogidas en el libro es la titulada “parábola de la educación”. Este breve texto condensa y describe como pocos la esencia del proceso educativo. El cuento dice así:

Iba un hombre caminando por el desierto cuando oyó una voz que le dijo: “Coge del suelo los guijarros que quieras, ponlos en tu bolsillo y mañana te sentirás, a la vez, triste y contento.”

Aquel hombre obedeció. Se inclinó, recogió un puñado de guijarros y se los metió en el bolsillo.

A la mañana siguiente vio que los guijarros se habían convertido en diamantes, rubíes y esmeraldas. Y se sintió feliz y triste. Feliz, por haber cogido guijarros; triste, por no haber cogido más. (*)

Como dijo Delors en su célebre declaración: "La educación es un tesoro". Sólo hace falta que nos demos cuenta a tiempo de ello.