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Museo y comunidad

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Participación de las comunidades en la definición del patrimonio, de Leonardo Mellado González.

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Participación de las comunidades en la definición del patrimonio

Leonardo Mellado González En mayo de 1972, tuvo lugar en Santiago de Chile un simposio propiciado por la UNESCO y que reunió a doce conservadores de grandes museos latinoamericanos, los que concluyeron que los profesionales del museo no podían seguir viviendo encerrados con sus tesoros, en el corazón de las ciudades subdesarrolladas e inmersas en la miseria: el museo debía conquistar los barrios olvidados, participando en la formación de la conciencia de las comunidades a las que sirve; que puede incluir a las comunidades en la acción. En una de sus propuestas se establecía que con la ayuda de grandes museos se organizarán exposiciones y se crearán museos en barrios y en zonas rurales, para informar a los habitantes de las ventajas e inconvenientes de la vida en las grandes ciudades. Este fue el primer acercamiento formal en nuestras latitudes por hacer partícipe a la comunidad de una discusión que estaba vinculada a la definición de patrimonio.1 Hoy por hoy, resulta complejo instalar un debate y una exposición respecto de la definición del concepto patrimonio cultural desde las comunidades. Primero porque el propio concepto de patrimonio se hace y rehace cada vez que nos detenemos a mirar con lupa lo que este implica y cuando creemos tenerlo claro, iniciamos nuevamente la búsqueda de formas que lo expliquen de mejor manera. Segundo porque se hace necesario esclarecer de qué comunidades o de qué tipo de comunidades estamos hablando, entendiendo que podemos englobar a un indeterminado número de personas en ellas, las que podrían participar en la construcción de esta definición. La comunidad internacional, por ejemplo, hasta el momento continúa reelaborando diversas definiciones al respecto, entendiendo además que se trata de grupos de intelectuales, iniciados ya en estas lides. La comunidad nacional, por su parte, creyó tenerlo resuelto desde una perspectiva legal, aunque recientemente se haya instalado como tema a debatir debido a la iniciativa de creación del Instituto del Patrimonio. Y sin embargo, cuando hablo de comunidad nacional, me refiero también a un grupo de personas iniciadas en temas culturales que alguna ingerencia (unos más y otros menos) han tenido sobre materias patrimoniales. En estricto rigor, las comunidades que participan en la construcción de la definición del patrimonio, siguen siendo, fundamentalmente, aquellos que saben o que creemos saber sobre el tema. Un tercer elemento que complejiza aún más la discusión, es el que desconocemos a ciencia cierta cual es la definición, si es que existe, que todas las otras comunidades han construido respecto al patrimonio. Lo importante es que este tema se está instalando y sin duda alguna es, como mencioné al comienzo, difícil y complejo. Pero lo positivo es que tenemos un camino, que ya se ha encontrado con algunos pasos, un proyecto a construir. Contamos con la facultad de trazar una vía que permita ampliar sus avenidas para que todas aquellas comunidades, hasta ahora no tan involucradas, puedan incluir su voz. 1 No está de más indicar que dichas conclusiones fueron obviadas en nuestro país tras el golpe de Estado de 1973.

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Estas “otras comunidades”, (y digo otras en clara distinción respecto a las comunidades ya citadas y en ningún caso de manera peyorativa) excluidas en gran medida de las discusiones y debates, como ocurre ahora en este lugar, son precisamente, aquellas de quienes hablaremos en esta ocasión -por tanto desde nuestra vereda siguen siendo los otros-. Estos otros que son tan otros que ni siquiera están dentro de los que Bernardo Subercaseaux llama sociedad civil, como actores fundamentales en algunas zonas de las industrias culturales, puesto que entre estos sólo destaca las ONGs, las asociaciones de profesionales y artistas y todo tipo de agrupaciones2; deben ser nuestro foco de atención, y así ver de qué manera hoy se están transformando en protagonistas y no meros espectadores de la construcción conciente de sus propias definiciones de patrimonio. Y digo conciente puesto que en muchos casos ya tienen resuelto inconscientemente o quizá no con la terminología para nosotros apropiada, muchos de los elementos que ayudan a construir esta definición. Dentro de aquellos elementos fundamentales, que forman parte de muchas de estas comunidades, es su claridad con respecto a quienes son como individuos y como colectivo, de donde vienen y en cierto modo hacia donde van. Me refiero específicamente a los conceptos de identidad y memoria, ilustrados por García Canclini como “la manera en que las comunidades se imaginan y construyen relatos sobre su origen y desarrollo. Es la construcción que se relata. Se establecen acontecimientos fundadores, casi siempre referidos a la apropiación de un territorio por un pueblo o a la independencia lograda enfrentando a los extraños, donde se suman hazañas de las hazañas de los habitantes...y son los habitantes los que defienden ese territorio, ordenan sus conflictos y fijan modos legítimos de vivir en él, para diferenciarse de los otros”3. Esta identidad y sobre todo, esta memoria tiene diversas formas de representación social, como pueden ser: lugares o espacios, discursos, arte, arquitectura, gastronomía, historia o inclusive un museo. En efecto el museo es un espacio de representación social de la memoria. Es, como indica Bodei, “un auténtico campo de batalla en el que se dirime, se asienta y se legitima la identidad de un pueblo o de una cultura. A lo largo de una serie ininterrumpida de luchas, los contendientes se apropian de la herencia simbólica del pasado, la someten al ostracismo o exaltan algunos de sus aspectos en detrimento de otros, componiendo a menudo el claroscuro que se considera más adecuado a las exigencias más difusas del momento”4. Esta reflexión nos obliga a establecer una mirada interna hacia nuestros museos y buscar en ellos a los vencedores de la lucha antes citada. O tal vez no es necesario detenernos sólo en los museos para ejemplificar esta situación, sino ampliar un poco más la perspectiva hacia el conjunto de bienes que no necesariamente caben dentro de un museo. De esta forma bien podemos citar también a Juan Luis Mejía quien indica “que cuando hace un repaso de los bienes declarados patrimonio, es decir aquellos que el Estado ha legitimado como memoria oficial, se descubre que más del 95% del listado lo conforman edificaciones religiosas de la época colonial y edificios de la oficialidad republicana. Lo indígena, lo negro, lo campesino y lo mestizo no forman parte de la memoria oficial. Es como si aquellas

2 Subercaseaux, Bernardo. “Nación y Cultura en América Latina, Diversidad cultural y Globalización” LOMEdit, Santiago. 2002. Pp. 42 3 García Canclini, Nestor. “Consumidores y Ciudadanos. Conflicto multicultural der la globalización”. Ed Grijalbo 1995. México. Pp 123. 4 Bodei. R. “Tumulto de criaturas congeladas”. 1996. Citado por. Bolaños, María en “La Memoria del Mundo. Cien años de museología 1900 – 2000” Ed Trea. España. 2002. Pp 299.

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expresiones no hubieran existido o pertenecieran a otro país”5. Y aunque el Señor Mejía hace alusión a la realidad colombiana, el sombrero bien podría calzarnos también. Estas “otras comunidades”, las comunidades locales, encarnadas en el sujeto popular, son por tanto parte de los actores sociales que debieran comenzar a ser escuchados y considerados a la hora de intentar definir el patrimonio cultural, su patrimonio cultural. Pues quizá para ellos la definición de patrimonio descansa en estas palabras que recontextualicé del historiador y premio Nacional, Gabriel Salazar “desde el polvo y el barro de las poblaciones, del recuerdo vivo de los que aún viven, de las piedras protagónicas de La Legua, y tiene una voz de muchedumbres y un andar de pobladora en el frío de la mañana. No tiene verdades objetivas, pero sí complicidades, llenas de recuerdos. Ni tiene voz de mando, sino cuchicheos en el almacén, o en la esquina, o bajo la escalera del block de la población.”6 Como anteriormente mencioné algunos pasos ya se han dado en esta avenida que debemos ensanchar. Conocido es el caso de algunos museos, estatales y municipales, que han establecido un diálogo con las comunidades locales, lo que es bueno desde una mirada amplia, pero sin embargo se corre el riesgo de establecer un dialogo vertical, donde el museo está por sobre la comunidad, jerarquizando entre lo patrimonializable y lo no patrimonializable, entre qué conservar, resguardar y difundir y que no. Y que a la larga, tal como lo indicara Thomas Messer, al estar integrado a la estructura pública, “funciona más o menos -como- el brazo cultural del Estado o del Municipio”7, quiéralo o no. ¿Qué hacer entonces? Tenemos que provocar en las comunidades la necesidad de reflexionar respecto de su identidad y memoria, algunas de ellas ya lo han hecho, pero tenemos también que saber que ambos elementos no son ni rígidos ni estáticos, sino que por el contrario son dinámicos y vivos, por tanto no podemos cerrar la discusión, pues como ya hemos dicho, hasta el propio concepto de patrimonio es cambiante. Un paso importante en esta materia se ha iniciado hace algún tiempo en la Población La Legua, como el taller de Historia y Memoria de la población Legua Emergencia “El taller de Historia y Memoria Legua Emergencia se inserta en el Centro para el desarrollo de las Artes, Identidad y Cultura de L.E, basado en la metodología de la historia oral y local. Intenta exponer las vivencias cotidianas de los seres humanos que constituyen su existencia, la pluralidad de historias y sentidos que acompaña su transitar. Asume desde los frutos del mundo popular, de la vida compartida, de la experiencia comunitaria y social la realización de talleres, entrevistas, salidas a terreno que generen documentos de trabajo. A su vez es una apuesta a las tomas de conciencia, al compromiso ético, gratuito y esperanzador de reconocernos como sujetos históricos pertenecientes a un espacio común, singular en su historicidad y significativo para cada

5 Mejía, Juan Luis. “Estado-cultura: viejas relaciones, nuevos retos” en Jesús Martín Barbero, Fabio Lòpez y Jaime E. Jaramillo. Cultura y globalización, Colombia. 1999. 6 Salazar, Gabriel. “La Nueva Historia y los Nuevos Movimientos Sociales. En “Revista Chilena de Temas Sociológicos. Universidad Católica Cardenal Silva Henríquez. Santiago. 2002.Pp. 253 – 266. 7 Messer, Thomas. “El Mecenazgo de exposiciones”. Citado por. Bolaños, María en “La Memoria del Mundo. Cien años de museología 1900 – 2000” Ed Trea. España. 2002. Pp.348 - 349.

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uno de los que han pasado por sus calles tanto como para el propio país. Se trata de nuestra experiencia vital, aún testimonio de fe en, con y para lo humano.”8 Luego de esta experiencia hemos caminado de la mano con el Museo Histórico Nacional, quien ha prestado herramientas conceptuales para encontrar, por parte de la comunidad legüina, su propia definición de aquello que para esta es patrimonio. La tarea ha sido ardua y trabajosa puesto que en ella se han enfrentado dos dinámicas y discursos, no necesariamente contrapuestos pero distintos. La donación de fotografías de parte de los pobladores al archivo fotográfico del Museo, exposiciones conjuntas, jornadas de reflexión, talleres, y la “toma de los pobladores de la Legua” del museo Histórico Nacional el día del patrimonio cultural, han sido parte de los esfuerzos de generar en una de estas “otras comunidades”, a reflexionar respecto de su patrimonio, para quizá en un futuro no muy lejano poder crear por parte del propio colectivo un espacio de representación simbólica de su memoria, como un museo comunitario. Cerraré estas palabras con otras que no son las propias y que reflejan el profundo cuestionamiento realizado al interior de la Población La Legua en busca de su concepto de Patrimonio: “Me tiembla el corazón, soy tantos nombres, soy tantos hombres, soy tantas vidas que declararlo me da miedo; Soy un día de Julio de 1948 corriendo entre el canal de Santa Rosa hasta un canal sin nombre que cruzaba Toro y Zambrano. Soy los abrazos de los abrazos que me traje del Pino Alto, del Pino Bajo, del Manzana de Alto, Del Salto, del Mapocho, del Zanjón, de Franklin, de La Navarrete, de La O’Higgins y de La Colo Colo. Soy pies descalzos- infantiles, saltando en el charco de un sitio de la vecina de Vivaceta que finalmente se vino con nosotros a Santa Elisa con Canning, para luego mudarse a Juegos Infantiles- Mario Lanza, allá por el ‘53. Soy las manos obreras de mi padre que sacó los alambres, puso panderetas, hizo el techo del baño-cocina, delimito el patio, coloco antejardín y murió sin preguntar porque la muerte le perdonaba la vida todos los días, después de pasar a la “La Chilenita” a tomarse la muerte como un juego al que se le puede vencer.

Soy el niño de short siempre sucio que jugaba a la pelota en las canchas de Rodillo cuando “Los Pelaos” querían abusar de los “Giles” haciéndoles goles por doquier. Y seguir en los potreros de la Policarpo Toro encumbrando volantines, jugando al Tirito, al trompo, al emboque, para llegar a casa donde mamá traía, como siempre, los retazos de tiras de genero que sacaba de la Sumar para coser los pecos-bil o los calzoncillos de mis 7 hermanos mayores que ya no aguantaban en casa.

Soy el pelo de esa niña que compraba en la carbonería de Catalina y saludaba al tío de la Pajarería y miraba de reojo a los chicos que jugaban en el club Río Seco de Colchero y en un rato regresaba para que la abuela pudiese encender fuego en la polla, donde cocinaba para 20, para 15, para 7 y hervía agua para lavar a mano y jabón a la vecina de plata que también le pagaba por planchar.

Soy los golpes de mi padre sobre mi madre cuando no le gustaba la vida. Y lo buscábamos por ahí, encontrándolo tirado durmiendo en un tierral camino por los atajos de los pantanos de San Joaquín que llevaban

8 Alvarez. Paulo. Centro para el Desarrollo de las Artes, Identidad y Cultura. Teatro de Emergencia. 2002.

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Soy ese entender solo y duro de la humillación y el desprecio que me pone la vida cuando pregunto por qué. Soy un día de infancia, cuando desde la ventana colgaba la vida de mi hermano y con ella un poco la mía. Soy el Tajo que condenó al pequeño, al Lindoro, al choro Marín, ese día en el que rumoreaban que bombardearían La Legua y allanaron las casas llevándose a los hombres a las canchas del Pinar para volver, si es que volvían, con un timbre en la mano, a los comedores solidarios iniciados por la comunidad cristiana en la Capilla “Nuestra Señora De la Paz” de Legua Emergencia. Soy la voz de la celebración humana.”9

LEONARDO MELLADO GONZÁLEZ Mr. Museología

9 Alvarez. Paulo. Op.cit.