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Rafael del Moral NOVELA ESPAÑOLA CONTEMPORÁNEA Borísov, Minsk y Riga Abril de 2001

Novela española contemporánea

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Curso sobre novela impartido en Borísov (Bikelorrusia), Minsk (Bielorrusia) y Riga (Letonia)

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Rafael del Moral

NOVELA ESPAÑOLA

CONTEMPORÁNEA

Borísov, Minsk y Riga

Abril de 2001

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ccedemos al mundo asombroso y mágico que nos proporciona la novela con criterios humanamente subjetivos, y no con principios

únicos y generalizados, y eso engrandece y universa-liza nuestros comentarios. Y somos tan capaces de gozar con la novela egipcia como con la rusa, la bie-lorrusa o la española. Y lo extraordinario y también mágico es que hoy me encuentre ante un grupo de profesores y estudiantes tan lejanos en la distancia de España como intelectualmente cerca de su cultu-ra. En nombre de mi país y de la Asociación Come-nius de Enseñantes Europeos quiero agradecer los desvelos de todos cuantos han facilitado este en-cuentro entre nuestros dos pueblos, y quiero señalar también que me siento muy honrado de estar entre personas tan interesadas por nuestra lengua y nues-tra cultura, por la lengua en la que tantos hombres y mujeres y durante tantos siglos ha expresado sus sentimientos y redactado tan magna y universal obra literaria.

Entrar en el laberinto de novelas aparecidas,

difundidas y comentadas en España en los últimos cincuenta años es algo tan laborioso y difícil que ne-cesitaría al menos unas... ochenta conferencias co-mo esta... Pero nos vamos a ceñir a lo que tenemos, que no es mucho, pero sí mucho más de lo que es-perábamos.

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Quienes dedicamos buena parte de nuestra vi-da a la crítica literaria accedemos a la novela por los comentarios que oímos en la universidad, por los de nuestros amigos, y también por lo que leemos en los libros de crítica literaria o en los periódicos, y con mucha menos frecuencia por lo que leemos directa-mente. Salvo en fines muy precisos como una de-terminada investigación o tesis casi nunca hacemos una lectura sistemática de las novelas de una época. Y son muchas las veces que necesitamos tener datos y no aparecen y al final debemos conformarnos con lo que tenemos a nuestro alcance a falta de una perspectiva mayor que solo el tiempo puede conce-der.

Pero los libros, los buenos libros, las novelas,

las grandes novelas, quedan en la memoria, entran en nosotros como entra el oxígeno, los respiramos aunque no sepamos que existen, aunque no sepa-mos lo que son. Flotan en el aire, en el ambiente, en el sentir colectivo, ajustados a nuestra manera de ser, incluso a nuestra ideología. Ese es el placer que producen los libros, el del regusto de hablar de ellos. La lectura y deleite de un libro nos eleva ante el mundo. Cualquier cosa que veamos o experimente-mos tiene más sentido para quienes se muestran ca-pacitados en sondeos y peripecias por ese mundo extraordinario de la literatura. Alcanzamos ese esta-do gracias a la facilidad para erigirnos en intérpretes únicos de lo leído y para adaptarlo a nuestro modo

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de ser o a lo que nos venga en gana, que eso, al fin y al cabo, pertenece a nuestro contacto íntimo y único con la obra literaria que repara nuestro mundo in-terior y que, bien manipulado, puede elevamos a un pódium de optimismo, de refinamiento, de reafir-mación, de estabilidad, un mundo del que somos dueños y señores absolutos y que permanece libre a todo atentado exterior. Por eso, por ese mundo in-terior que proporciona la literatura, y por otros asuntos, nada ni nadie puede superar al crítico que todos llevamos dentro, nada ni nadie puede colocar-se por encima de nuestra condición de lector, nada ni nadie puede superarnos como críticos para noso-tros mismos. No deseo, por tanto, que nadie inter-prete mi voluntad de silenciar o ponderar alguna de las novelas españolas de los últimos años más allá de las exigencias de la exposición.

Y para sintetizar y poner luz voy señalemos

dos momentos importantes de las últimas décadas, dos fechas: la primera en el final de la guerra civil española, en el año 1939, y la segunda en la actuali-dad, en el cambio de siglo.

Para aquel primer momento solo cabe hablar

de desolación. España, tras los años de tan inútil lu-cha, quedó deshecha y tardó mucho en recuperarse. Los escritores españoles de entonces tuvieron que refugiarse en el exilio y el nuevo régimen se empe-cinó en destacar valores de la España interior que no

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lo eran. El panorama, también para las letras, fue un caos.

Para la segunda fecha, para la del final de si-

glo, topamos con una dificultad de signo distinto: la de juzgar lo que está pasando en el bosque de publi-caciones. Antes o después acabamos por aceptar lo que vemos en las librerías o en la publicidad más o menos explícita, o nos dejamos influir por los co-mentarios. Están éstos casi siempre sometidos a mil y un condicionantes como circunstancias de apari-ción, editorial, amistad con el autor, consideración que el libro hace de la propia obra del crítico, publi-cación en que aparece, etcétera. Visto todo ello de manera global, al final siempre nos dejamos aconse-jar por los mismos y acabamos por buscar la novela que ellos recomiendan.

Creo que aunque no se debe ceder a las modas,

tampoco hay manera digna de desbrozar la avalan-cha de publicaciones. Casi todos los libros que han tenido un éxito inmediato al poco tiempo desapare-cen. Muchos que han nacido sin la devoción de las masas, sin embargo, han echado raíces después y se han convertido en clásicos.

Pues bien, si tenemos en cuenta esa dificultad

para abordar lo reciente, podríamos decir que la no-vela española desde la ruina de la guerra civil en 1939 hasta hoy, sigue, considerando las novelas sig-

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nificativas de éstas épocas, la los siguientes pasos o corrientes:

Primero: Una tendencia sórdida y tétrica a reflejar lo

imposible, la rabia que ha dejado en el ánimo de los escritores el terrible desastre de la guerra civil espa-ñola. Esta actitud se manifiesta en las novelas más importantes de los años cuarenta y muchos críticos llamaron a esta corriente estética novela tremendis-ta.

Segundo: Una voluntad, también en la pluma de los más

señalados narradores, por denunciar el estado social del país, sus graves diferencias, mediante un tipo de novela que como si fuera una cámara cinematográfi-ca reflejaba con toda objetividad lo que estaba pa-sando para evitar el acecho de la censura. Esta ten-dencia se manifiesta principalmente en los años cin-cuenta. A esa corriente estética se le ha llamado no-vela social.

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Tercero: Una voluntad de huir de la novela tradicional,

de la novela río, de la novela ordenada en el tiempo y en el espacio, para renovarla hacia las nuevas técnicas narrativas. Esta tendencia se inicia en la década de los años 1960 y continúa en la de 1970, y se quedó en llamarla así, renovación de las técnicas narrativas.

Cuarto: La transición española hacia una monarquía

constitucional parlamentaria abrió nuevas perspec-tivas y nuevos rumbos. No he encontrado a ningún investigador, y yo tampoco lo he sabido hacer, que haya sido capaz de poner luz a lo que sucede en la España de la novela de las últimas dos décadas. Las opiniones se enfrentan y se extienden desde quienes piensan que el levantamiento de la censura no sirvió para desarrollar la capacidad de creación literaria, hasta quienes creen que muy al contrario vivimos un momento de esplendor de la novela española.

Hablaremos de cada uno de estos cuatro mo-

mentos y ofreceré para cada uno de ellos alguna no-vela significativa que explique la corriente literaria, y evitaré dar una lista de nombres de autores y de obras que poco pueden aclarar el panorama. Pongo

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a la disposición de quienes lo deseen unas fotoco-pias que recogen algunos comentarios críticos apa-recidos recientemente en la prensa española y refe-ridos a todo el siglo XX.

Por si algunos de los que me escuchan estuvie-

ran un poco perdidos, les recordaré que me refiero únicamente a la novela de los escritores españoles, y no a la novela escrita en español por escritores meji-canos, cubanos, colombianos, peruanos o argenti-nos, que, a diferencia de la española, aunque tam-bién junto a ella, alcanza difusión universal, muchas veces en mayor medida que la española.

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LAS CUATRO ÉPOCAS DE LA NOVELA ESPAÑOLA CONTEMPORÁNEA

1. LA CORRIENTE TREMENDISTA Las novelas llamadas tremendistas, tan unidas

en el tiempo a la guerra civil española, traducían al terror, lo que no se podía evocar en directo. Es el gusto por las situaciones truculentas y crueles para expresar la rabia. El malestar de la guerra civil ane-gaba el corazón de los españoles y los novelistas que no habían elegido permanecer en las ruinas del país no eran sino los jóvenes, aquellos que aún no tenían una carrera literaria a sus espaldas. Y entre ellos Camilo José Cela fue capaz de escribir con una ex-cepcional juventud, veintiséis años, una novela que con el paso del tiempo se ha convertido en la novela española más traducida de todo el siglo XX, en la más alabada, en la más estudiada, en la más univer-sal, se trata de La Familia de Pascual Duarte. Los años no le han perjudicado y sigue conservando hoy,

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y creo que lo seguirá haciendo durante mucho tiem-po, su encanto original.

Como suele suceder con las grandes obras, La

familia de Pascual Duarte hubo de ser rechazada por varias editoriales de prestigio antes de ser edita-da por una pobre imprenta en Burgos, solo tres años después de la guerra civil, en 1942. Una edición pos-terior de la misma imprenta fue prohibida en Ma-drid por la censura porque la consideró contraria a las buenas costumbres. La tercera edición apareció exiliada en Argentina.

La familia de Pascual Duarte relata la confe-

sión íntima de un criminal condenado a muerte, Pascual Duarte. Es el año 1937. El condenado, que espera ser ajusticiado, escribe sus memorias. Tiene 55 años y es un campesino extremeño, una de las regiones más pobres de España. Es hijo de una des-piadada y humilde mujer y de un alcohólico agresivo que muere el día en que la madre da a luz de nuevo. El medio sórdido en el que se educa parece ir de-terminando su vida. Su infancia es difícil. Pronto inicia los crímenes. Primero viola a su novia Lola, y la deja embarazada. Se casa. Lo vemos apuñalar a la yegua porque su mujer ha perdido el niño que lleva-ba en el vientre en una caída del animal. El hijo vivo del segundo embarazo morirá a los once meses. Vive Pascual con su madre, su mujer y su comprensiva hermana, dedicada a la prostitución. En el capítulo

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13 hay una nueva pausa reflexiva en la que Pascual se confiesa con el capellán de la cárcel. Sigue des-pués el relato de su pasado y cuenta cómo se marcha a Madrid y luego a La Coruña, en busca de un em-pleo. Dos años después, cuando vuelve a su pueblo, encuentra a su mujer embarazada. La mata, y tam-bién al causante del embarazo. Por estos dos críme-nes cumplió una condena de tres años de cárcel. Sa-le por su buen comportamiento y regresa al pueblo. Se casa ahora con Rosario, una mujer que le ha bus-cado su hermana. La madre le hace la vida imposi-ble y Pascual, incapaz de controlar el odio que va almacenando hacia ella, la asesina. Un poco antes había planeado trasladarse a La Coruña.

Aquí se acaban las memorias de Pascual, pero

se nos cuenta después que mató al conde de Torre-mejía, amigo del destinatario de las memorias. El texto invita a interpretar que Pascual mató al conde para acortar su agonía, pues lo encontró malherido. Este es el crimen que lleva al protagonista al patíbu-lo, y no los demás, en clara denuncia a la situación de los oprimidos.

Sin embargo la narración no resulta tan fría

como aparenta este cruel argumento porque hay un cordial lirismo, un fondo humano y una sorprenden-te bondad natural para atemperar la conducta de Pascual que brota incluso en los peores momentos. El lector no tiene a quién imputarle la responsabili-

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dad de ese mal, se siente confundido entre la mons-truosidad de los crímenes y esa escondida alma del narrador, más bien tímida y tierna. Pascual, aún cargado de crímenes, termina pareciendo una per-sona buena, de una compleja y honda inteligencia y sensibilidad, y el lector tiende a considerado como una víctima de la sociedad porque su violencia pare-ce el resultado del instinto sin libertad. Esa capaci-dad para convencernos de la inocencia de un ser tan cruel es la que ha reconocido la crítica como deto-nante literario de su éxito, y tal habilidad debe bus-carse en la piedad del tono, en la ternura con que trata a algunos personajes. Nos encanta la precisión del lenguaje, la justeza de las palabras, la penetrante expresividad, y nos asombra el caudal de vocabula-rio. Dice José Domingo, autor de un interesantí-simo libro sobre la novela española de los últimos años, que «algunas de las páginas del Pascual Duar-te destacan por su vigoroso poder de representación y siempre por la sobriedad del léxico, que aun revis-tiendo un carácter popular no oculta la condición intelectual del novelista.»

2. LA CORRIENTE SOCIAL

En los años 50, si es que esto se puede explicar así, se extiende en España cierta calma en busca de la regeneración nacional. Es la resignación ante los

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hechos. Las posibilidades son escasas. Los tiempos difíciles. La generación de los niños de la guerra lle-ga a su edad adulta. Los escritores españoles más significados están en el exilio. Los que quedan han de adaptarse a la circunstancias.

En este ambiente poco esperanzador los na-

rradores coinciden en describir el país como si lo hicieran con una cámara fotográfica, el nuevo arte del cine que por entonces se desarrolla, una cámara que va mostrando la realidad de aquellos años, pero sin dar opiniones ni valoraciones, mostrando a mo-do de narrador testigo lo que está pasando. Una no-vela símbolo de aquella época fue El Jarama, publi-cada en 1955, pero me pregunto cómo aceptará esta novela el lector bielorruso o ruso o de hoy. El Jara-ma es uno de los ríos cercanos a la ciudad de Ma-drid, a unos 15 kilómetros, y tan insignificante como el Manzanares, que atraviesa la ciudad. Allí van un grupo de amigos a pasar un día de campo. La nove-la, más que narrada está entretejida en el diálogo, en las pequeñas cosas de la cotidianeidad del grupo que no hacen sino poner en evidencia sus carencias: ninguna esperanza para aquellas gentes. La fideli-dad con la que el autor, Rafael Sánchez Ferlosio, re-coge los hechos, hizo afirmar a muchos que se sirvió de un magnetófono para registrar las conversacio-nes de los jóvenes. A través de ellas quedan en evi-dencia la pequeñez y mezquindad de su mundo.

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Pero ninguna novela supera en estilo, en con-

tenido, en profundidad, en tono y en inteligencia li-teraria a La Colmena, otra vez una obra de Camilo José Cela, escritor controvertido a quien mucha gen-te reprocha su actitud desconsiderada y caciquil, herencia de posturas del pasado. Pero como autor de al menos, La Colmena, Cela es irreprochable. Li-rismo, humor, gracia salvaje, degradación de los personajes, elipsis de la ternura o la poesía para quien pueda y sepa encontrarlas, caos, desolación... todo eso es La colmena, una novela que recoge los modos de vida y modestas ambiciones del Madrid de la posguerra en la vida de un tropel de ciudada-nos elegidos (aparentemente) al azar como si vivie-ran en su cobijo o colmena, metáfora sacada del lu-gar donde las abejas fabrican la miel. Del testimonio resulta la patética situación de una ciudad misera-ble, sombría y siniestra, aún no recuperada del trauma de la guerra, que pasa hambre, que ha per-dido el ideal y los horizontes. El refugio es el sexo. Para el autor, según indica en el prólogo, esta novela «no aspira a ser más - ni menos ciertamente - que un trozo de vida narrado paso a paso, sin reticen-cias, sin extrañas tragedias, sin caridad, como la vi-da discurre, exactamente como la vida discurre».

Más que de argumento, La colmena es el re-

sultado de una suma de episodios cotidianos, todos ellos pequeños asuntos, que dan vida a una amplí-

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sima colección de personajes, más de doscientos, tímidamente presentados y que coinciden en su frustración. La novela se desarrolla en un tiempo de dos días y algo más, y un espacio concreto y real: el de Madrid. Para poner en marcha estos elementos Cela conduce al lector por el camino argumental que le interesa, al modo de un narrador omnisciente, y en la medida en que lo considera necesario para sus fines estéticos, pero sin el compromiso social de sus contemporáneos. Las vidas de éstos personajes que-dan tan a medias como el truncado relato. Hemos de suponer como lectores que asuntos como éstos habrán de sucederse los demás días. Lo que une a los personajes es que están de alguna manera enca-sillados en sus celdas de colmena: infinidad de di-mensiones, argumentos, tipos, temas, formas... todo va integrado en un conjunto que crece en propor-ciones desmesuradas desde las primeras líneas con una densidad inusual en la novela y dos temas so-bresalientes: el hambre y el sexo. Sumidos a ellos, otros elementos están perfectamente organizados y conectados con sutil esmero, y en tal equilibrio que las frases, los cambios de escenario, los gestos, for-man un entramado en el que nada se escapa. Euge-nio de Nora lo llama «prodigioso mecanismo de relojería novelesca». El método para avanzar es el de extender el círculo inicial que parte de un conoci-do café de la ciudad y sacar luego de allí a los perso-najes y ampliarlos en círculos concéntricos.

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Estamos ante la primera novela española de protagonismo múltiple con una gracia inimitable del diálogo, con un dominio del idioma mediante el habla de todos los días, depurado, elaborado. La crítica habló de la visión caleidoscópica, de lenguaje desgarrado, ingenioso, irónico y burlesco que alter-na los registros al servicio de los mensajes, con quiebros y rupturas.

Se han hecho de La colmena más de cincuenta

ediciones en numerosos países y se tiene por la obra maestra de su autor y una de las más importantes - si no la más - de las novelas españolas del siglo XX.

También pertenece a este periodo la obra del

novelista exiliado Ramón J. Sender, que desde México escribió densas y profundas narraciones, pe-ro fue una de ellas, muy breve, la que acaparó los elogios al escritor, la opinión unánime de los críticos y la unívoca aceptación de los lectores, y que lleva por título Réquiem por un campesino español, pu-blicada en 1953. Sender fue capaz de reunir en un solo libro gran parte del sentido de la Guerra Civil y de las necesidades de renovación de la sociedad es-pañola.

En esta misma línea social están también las

obras de Juan Goytisolo, Jesús Fernández Santos, Ana María Matute, Ignacio Aldecoa y Carmen

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Martín Gaite, y de muchos más que la prudencia me impide enumerar. 3. LA RENOVACIÓN DE LAS TÉCNICAS NA-RRATIVAS

En la década de los sesenta por fin muchos es-critores se olvidan de la guerra civil.

España vivía aislada de las corrientes narrati-

vas y de pensamiento europeo, y solo con algunas dificultadas lograban llegar algunos libros que ayu-daban a comprender los caminos de las corrientes literarias europeas.

Nuestros novelistas se hicieron eco de ellas,

primero de manera tímida, pero luego fueron adap-tando con distintos niveles de destreza los usos y técnicas que ya se habían utilizado en Europa y que la novela de James Joyce, Ulises, había populariza-do.

Así aparecieron novelas que utilizaban el

monólogo interior, como Tiempo de silencio, o la concentración temporal, como Cinco horas con Ma-

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rio, y la técnica francesa del pastiche o construcción de una novela a retazos como La saga / fuga de J. B.

Tiempo de silencio, novela publicada en 1961, es la primera y única acabada de Luis Martín San-tos. El autor, médico de profesión y fallecido unos años después en accidente de automóvil, denuncia las estructuras sociales mediante un episodio perso-nal de su época juvenil. El ambiente también co-rresponde a Madrid, en el otoño de 1949 y las pági-nas se acercan a la miseria del chabolismo, a las vi-das de los prostíbulos, el contorno de las pensiones, a las diversiones nocturnas, a la chabacanería del mundo intelectual y a la corrupción de la burguesía, entre otros temas. Ricardo Gullón explica la relación espacio-tiempo del título, un enunciado que indica «situación opresiva, injusticia sistematizada, mise-ria extrema, brutalidad en diversos niveles, degra-dación, destrucción», que son las que se esconden tras el silencio.

A Pedro el protagonista, un joven médico in-vestigador (profesión de su autor y remedo del mis-mo) se le mueren los ratones que le sirven de cobaya en sus investigaciones sobre el cáncer. La necesidad de disponer de ellos y la larga espera si fueran estos enviados de Estados Unidos lo induce a aceptar, a propuesta de su ayudante Amador, la compra de al-gunas crías de ratas a el Muecas que vive en las cha-bolas de sur de la ciudad. Pedro y Amador descien-den a ese mundo miserable del sub-proletariado ur-

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bano y descubren que los ratones, en efecto, allí no mueren, y los compran.

El sábado Pedro sale por la ciudad con algunos

amigos. Es una noche de tertulias, bromas, alcohol y prostíbulo, y de vuelta a la pensión, aún ebrio, cola-bora sin defensas a caer en el cebo que le ha puesto la dueña y que consiste en compartir el lecho con Dorita, su hija, y comprometerlo así en el matrimo-nio. Cuando ya duerme por fin y parece que el denso sábado ha terminado, un aviso de el Muecas lo des-pierta para pedirle ayuda urgente, y que asista (por-que un domingo de madrugada no sabe a quien acu-dir) a su hija Florita, bañada en sangre. Alguien ha fracasado en su intento de hacerla abortar. Pedro se presta a tan humano fin, pero no puede evitar su muerte. La historia adquiere entonces un nuevo rumbo en el que Pedro debe rendir cuentas sobre la inocencia o culpabilidad de su acción, y en dos tiempos asistimos primero a su persecución y deten-ción y luego a su interrogatorio y puesta en libertad. Siguen a ello numerosos episodios que a modo de novela negra van complicando la vida del protago-nista, y por las páginas aparecen las situaciones más dispares e interesantes de la ciudad: policía, tertu-lias literarias, vida en las pensiones, fiestas...

Las novedades técnicas aparecidas en Tiempo

de silencio marcan el inicio de una nueva época en la novela española por la adopción de los métodos na-

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rrativos que ya circulaban por Europa y que después utilizarán, entre otros, Juan Benet, Torrente Balles-ter y Goytisolo. Se ha hablado de la influencia de Sartre y su pensamiento, de Freud y el psicoanálisis, de Joyce, incluso de Kafka y Faulkner. Para Gil Ca-sado lo que la distingue es «su barroquismo y el es-tilo irónico». Sanz Villanueva habla de «formas claramente subjetivistas en las que incorpora, con gran fortuna, el monólogo interior y la segunda per-sona narrativa.»; y Roberts dice que se propuso de un modo «lúcido y consciente la intelectualización de la novela española, en la dirección que desde hac-ía mucho tiempo venía siguiendo la europea del si-glo XX.» Y eso es lo que la distingue de las demás, la variedad de recursos: aparato verbal, prosa barroca, cultismos, ecos clásicos, alusiones literarias, frases largas, abundancia de oraciones subordinadas, monólogo interior, combinación de primera y terce-ra persona, hábil manejo de autor omnisciente y abandono absoluto de las técnicas realistas. La di-mensión social coincide con las novelas de la década anterior, pero solo en el mensaje, no el tratamiento de las clases porque la obra se olvida del obrero, tan frecuente en otras novelas de la época, y es sustitui-do por el mundo aún más desfavorecido del sub-proletariado urbano, moradores de los suburbios inhóspitos, materialmente arruinados, espiritual-mente vacíos, que vive como bestias, entre miseria y ratones: son en el Muecas y su familia, Cartucho y los pobladores de las chabolas.

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Pedro, en su condición de emigrado privile-giado pertenece a las clases medias como las muje-res de su pensión y el mundo que las rodea, incluso los funcionarios de la prisión, cuyo orbe descubri-mos en los monólogos interiores.

Y no se olvida tampoco el autor del mundo de

la burguesía, representada por Matías y su familia, y los asistentes a la conferencia del filósofo, todos ellos caricaturizados en sus ridículos excesos. El acuerdo es unánime en cuanto al reconocimiento de la novela como una de las más grandes de la narrati-va contemporánea, un clásico de nuestra época. Hoy vive incorporada en los programas preuniversitarios y ha sido objeto de numerosísimos estudios críticos. Gran interés por la síntesis del ambiente de la España de la posguerra, por la situación de la mujer, por el reflejo de los pequeños asuntos de la cotidia-neidad, por la variedad de personajes aunque preva-lezca uno de ellos, y por el hábil manejo de la técnica narrativa tiene, Cinco horas con Mario, novela de Miguel Delibes publicada en 1966. Miguel Delibes es un escritor de provincias que ha renunciado a la ca-pital, a Madrid, pero su provincialismo no le ha im-pedido convertirse en uno de los más grandes de nuestra narrativa contemporánea. A Miguel Delibes le ha preocupado elevar a la categoría de protagonis-ta a una serie de personajes socialmente desampa-

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rados: un jovencísimo protagonista que va a cumplir cuatro años y que ve morir su reinado porque ha lle-gado un bebé a la familia es el protagonista de El príncipe destronado, un adolescente de diez años que ha de dejar su pueblo natal para irse a estudiar a la ciudad es el protagonista de El camino, un ancia-no desamparado rodeado de muy pocas cosas y a la espera de la muerte es el protagonista de La hoja roja, un misérrimo hombre de campo dedicado a cazar esos tan abundantes mamíferos del campo y la ciudad que han servido de alimento para paliar pe-nurias es el protagonista de Las ratas, un oficinista oprimido y humillado es el personaje principal de Parábola de un náufrago, un disminuido físico en los Santos inocentes, y una mujer, una mujer muy española, Carmen, en Cinco horas con Mario. La novela es la vida de Mario contada desordenada-mente por su mujer la noche en que vela el cadáver de su marido. La acción de Cinco horas con Mario se extiende durante unas doce horas desde las últi-mas de la tarde hasta las ocho de la mañana del día siguiente, pero las horas de monólogo (o diálogo sin réplica) solo son cinco, y se convierten dulcemente en una inmisericorde introspección en la España de la posguerra y su burguesía provinciana.

El argumento es el resultado de una colección de episodios recurrentes y mínimos que van com-pletándose poco a poco de tal modo que pueden ser considerados como mini-relatos estrechamente vin-

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culados entre sí, y manipulados en el pensamiento de la protagonista-narradora Carmen Sotillos, en busca de hacer valer su verdad. Mario, modesto pro-fesor de literatura de una capital castellana, intelec-tual inconformista, defensor de los humildes, libe-ral, católico, acaba de morir hace unas horas a la edad de 49 años. Es el 24 de marzo de 1966. El pri-mer capítulo describe el ambiente de familiares y allegados que vienen a velar el cadáver y dar el pésame a la viuda. Carmen inicia después una larga reflexión o diálogo mental con su marido, o más bien soliloquio porque Mario no puede responder. Sus retahílas van desvelando la personalidad de Ma-rio, un hombre que se desplazaba en bicicleta, y no en coche como don Nicolás, que colocó un sillín atrás para llevar al hijo mayor, y que hacía versos, que escribió novelas que a Carmen no les gustaban: bondad, soldados arrepentidos de matar... y otros cientos de esos pequeños argumentos de la cotidia-neidad que tanto sirven para recrear la vida españo-la de aquellos años. La novela llega a su fin cuando sacan de casa la caja mortuoria tras la noche de ve-latorio en un capítulo que se aleja de la perspectiva de Carmen y se narra ya, como ocurría en el inicial, en tercera persona.

Cinco horas con Mario describe las posturas enfrentadas de conservadores y reformistas en un examen de conciencia íntimo, pero también moral, psicológico, político y religioso de la sociedad espa-

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ñola. El patetismo de la muerte es ajeno al tono so-brio, elegante y de alejamiento de las penalidades de un velatorio. Nada de eso interesa al escritor que ve aquí la muerte con la lejanía de un dios. Carmen es la Carmen española común y cierta de la España in-satisfecha de su pasado y su presente, estrecha de ideas, incapaz de evolucionar, víctima de una grave frustración y representante de las clases medias tra-dicionales y conservadoras. El autor da cuerpo a un conflicto individual de trascendencia colectiva por-que Carmen y Mario no están de acuerdo ni en cos-tumbres, ni en política, ni en religión, ni en ética, ni siquiera en lo sexual. En lo puramente psicológico, y eso es tal vez lo terrible de la novela, destaca la in-comunicabilidad del matrimonio tras veintitrés años de convivencia sin haber llegado a conocerse, ence-rrado cada cual en sí mismo dentro de un compar-timiento estanco.

El tono irónico sirve para dejar claro que ese

ataque de Carmen a su marido es en realidad una defensa de sí misma. Pero lo que aprecia el lector, lo que nos llega, es una defensa de Mario que se vuelve contra ella misma cuando descubre Carmen todos los perjuicios inmovilistas de su clase, la media alta, la que admira a quienes se han adaptado al sistema y han triunfado. Las recriminaciones que dirige a su marido en vez de ensombrecer la figura del difunto, echan tierra sobre ella.

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El lenguaje de Delibes resulta acertadísimo, de gratísima lectura, lírico. Desde su publicación hasta hoy el libro ha tenido una crítica unánime e indiscu-tida, y ha llegado con original frescura tanto a las aulas de la universidad como al lector medio, y no hay estudio de la novela española contemporánea que no lo tenga en cuenta con profusión. Carmen Sotillos pasa así a ser una de las grandes protagonis-tas femeninas de nuestra literatura.

La Saga / Fuga de J. B., tercer ejemplo de este apartado de la renovación de las técnicas narrativas, es una extensa novela del escritor gallego Gonzalo Torrente Ballester, nacido en La Coruña, en 1910, y muerto en Madrid hace apenas un par de años. To-rrente era un neutro profesor de instituto que había publicado algunas novelas recibidas por los lectores sin pena ni gloria. Ni siquiera cuando apareció La saga /fuga de J. B. obtuvo gloria alguna, aunque sí una progresiva serie de elogios. Por entonces estaba a punto de jubilarse en un instituto de los barrios más humildes de la ciudad de Madrid.

La «Saga» del título refiere la leyenda colecti-

va de un pueblo, su gesta, y «fuga» tiene el sentido de huida apresurada (la ciudad de la novela asciende por los aires mientras José Bastida y Julia saltan pa-ra evitar el ascenso con ella), pero también en el sentido musical con el significado de «composición

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que gira sobre un tema repetido por diferentes to-nos». Acciones e historias exuberantes y personajes polifacéticos, frondosidad de situaciones, de épocas de la historia, de ideas, de imaginación rica, de temáticas variadas y multiplicidad de puntos de vis-ta... todo esto sucede en Castroforte del Baralla que es la capital de una supuesta la quinta provincia ga-llega. Galicia solo tiene cuatro. Es un lugar tan olvi-dado por el poder central que no tiene existencia político-administrativa, ni figura en los mapas, pero mantiene su rivalidad con Villasanta de la Estrella (entiéndase Santiago de Compostela). En lugar tan imaginario y posible a la vez un profesor «feo, ham-briento y pusilánime» (José Bastida) narra y relata las peripecias pasadas, presentes y supuestamente posibles o implícitas entre los forasteros y los nati-vos del lugar. José Bastida recurre al lenguaje exoté-rico en sus momentos de inspiración y para ello ha forjado una lengua poética en clave de tal manera que un mismo texto puede estar al servicio de inter-eses opuestos. Aunque no es natural de Castroforte conoce su secreto: en algunos días de niebla la ciu-dad es arrancada de sus cimientos y levita. A lo largo de su historia la ciudad ha sufrido épocas y momen-tos importantes, casi todos ellos relacionados con los mitos. José Bastida, J. B., encarna diversos pape-les que son respectivamente sus interlocutores se-cretos en coloquio o a través de manuscritos y poes-ías. Pero también sirven las iniciales para el obispo Jerónimo Bermúdez, para el nigromante Jacobo

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Balseyro, para el almirante John Ballantyne, para el vate Joaquín María Barantes, para el profesor Je-sualdo Bendaña y para el traidor Jacinto Barallobre, pues hay hasta siete J. B. conocidos.

El lector descubre una novela compacta e in-

tensa, intelectual, experimental, de asombrosa ima-ginación, en constante tono crítico, sarcástico, algu-nos lectores pueden creer que incluso cínico, conse-guido mediante una síntesis de realismo y fantasía, y de audaz parodia de los modelos culturales. La obra no tiene fácil lectura, ni responde a la amenidad que busca el lector de historias y argumentos, sino que viene trabada por una generalizada mordacidad de límites difíciles de establecer, por referencias erudi-tas y por todo tipo de técnicas narrativas: monólo-gos, dobles versiones, artificios tipográficos, lirismo acentuado, alarde gráfico (cuadros, listas, dibujos, ausencia de puntos y aparte, doble columna...). To-dos los recursos de la novela estructural quedan aquí en evidencia por su acumulación y abuso. El lector puede disfrutar con el juego de imaginación, o también preguntarse por el sentido de la broma de una densidad tan impensable y apelotonada. Fue, y sigue siendo, una de las novelas más aplaudi-das y una de las más importantes e innovadoras de las últimas décadas, capaz de derribar sistemática-mente ídolos y mitos. «Mi propósito inicial - señaló el autor - no era contar una historia, sino inventar un mundo que se bastase a sí mismo, que es, según

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creo, lo que debe ser una novela porque no existe un modelo único de mundo.»

A esta corriente social pertenece también la

obra de Juan Goytisolo, entre ellas Señas de identi-dad, cargada de humanidad y buen sentido, barni-zada de intencionalidad, y hecha en defensa de los individuos que tan anulados habían quedado y viv-ían por aquellos años. 4. LA ÉPOCA CONSTITUCIONAL

Los cambios políticos, económicos y sociales que nos hicieron pasar de una España que avanzaba con torpe y paralítica andadura a la moderna Espa-ña de hoy que, aunque plagada de dificultades pare-ce llevar un paso más firme, no afectaron en igual medida a la narrativa. La vuelta del exilio de los na-rradores que aún no lo habían hecho tampoco sirvió para enriquecer el panorama de las letras. El cambio sorprendió a todos, y se vino a mostrar una vez más que el talento no depende del sistema político. La España de los siglos de oro albergó a escritores in-mortales que no estuvieron ni mucho menos acom-pañados de apoyo en el sistema político-social do-minante.

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Pero la descripción actual de los novelistas de los últimos veinticinco años, más o menos la época de la constitución actual, pasa por recordar la obra de tres categorías de escritores: los que llamo conti-nuadores porque no sienten que haya existido un cambio; los nuevos que son los nacidos después de la guerra civil, y los que llamo protegidos, que son aquellos que amparados por la editorial que los sus-tentan ,o por determinados medios de comunicación parecen llegar con mayor facilidad a los lectores.

Hablaré brevemente de cada uno de estos tres grupos.

4.1. La época constitucional: los conti-

nuadores. Defino como continuadores a aquellos nove-

listas que habían desarrollado una trayectoria bri-llante en el régimen anterior a la constitución de 1978 y que se mostraron capaces de seguir hacién-dolo sin modificar los principios en que habían fun-dado su estilo.

Así Miguel Delibes siguió siendo fiel en no-velas como El disputado voto del señor Cayo, un relato que une su tradicional amor al campo con el ambiente creado en la España de la transición, Los santos Inocentes, o Madera de héroe.

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Y Camilo José Cela en Mazurca para dos muertos o Cristus versus Arizona.

Otros continuadores son Juan Goytisolo, que había dado sus primeros pasos en la novela social, que había atendido la corriente de las nuevas técni-cas narrativas, y que sigue mostrando su talento.

En esa línea está también la obra de una escri-tora que pertenecía a la clase acomodada y que fue capaz de sensibilizarse ante los problemas de cual-quier momento, Carmen Martín Gaite. La escri-tora, recientemente fallecida, volvió a mostrar su valía en Nubosidad variable después de pasar un largo periodo de inactividad creativa.

Y no añado sino dos nombres más de conti-nuadores, que podrían ser otros muchos: el de Juan Benet, que había sido autor de una novela de la re-novación de las técnicas narrativas en el año 1967, Volverás a Región, y que seguirá la misma línea en interesantes textos como Saúl ante Samuel o El aire de un crimen. Y el de Gonzalo Torrente Balles-ter, el autor de La Saga / Fuga de J. B. que lo alzó a la categoría de los grandes pero que, padre de doce hijos y hasta esa novela propietario únicamente de su desmedrado salario de profesor de Instituto, des-cubrió el filón editorial y se dedicó a la escritura por encargo para acomodar decentemente a su familia. ¡Un pecado menor que hay que perdonar a los gran-des...!

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4.2. Época constitucional: los nuevos. Pero los años ochenta y los años noventa dan

cobijo a escritores que solo conocen la guerra civil por lo que le ha contado la generación anterior, a escritores que nacieron en los años cuarenta o inclu-so en los cincuenta y que llegan ahora a su edad adulta cuando el país desea y necesita olvidar aque-llos males. Y alcanzan la fama o el prestigio editorial o pedagógico por diversos motivos, pero casi nunca por una recta, clara e independiente valoración de su labor narradora. Unas veces son hijos de escrito-res que ya habían sido famosos, y otras, aunque las menos, se han visto protegidos por uno de esos premios nacionales concedidos con más voluntad editorial que literaria. En cualquiera de los casos, los escritores de este grupo, aunque ayudados por las citadas circunstancias, han sabido ganarse un pues-to en las letras españolas por méritos propios. Son estos Manuel Vázquez Montalbán, nacido en Barcelona en 1939, justo al final de la guerra civil, Eduardo Mendoza, también nacido en Barcelona unos años más tarde, en 1943, Javier Marías, na-cido en Madrid 1951, y Antonio Muñoz Molina, nacido en la provincia de Jaén, en Úbeda, en 1956.

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Me gustaría tener la oportunidad de impartir, en esta tan distinguida casa que es la universidad de Minsk, un curso más extenso sobre lo que son o han significado estas y otras novelas que no puedo citar en esta rápida mirada a la España de la segunda mi-tad del siglo XX, pero sí quiero en breves pinceladas recordar que el escritor Manuel Vázquez Mon-talbán ha pertenecido desde siempre al Partido Comunista español, tanto en la época de la clandes-tinidad como en épocas recientes. Que inició su la-bor literaria como columnista en los periódicos y luego desarrolló una serie de novelas policíacas al modo de lo que han hecho otras literaturas, con pro-tagonista común: en este caso el investigador Car-valho, pero hechas con inteligencia y lejos de otras imitaciones. Inspirado en el problema del terroris-mo internacional, escribió una densa novela Galín-dez, un profundo estudio de la condición humana y la violencia.

El también catalán Eduardo Mendoza es sin

duda el escritor contemporáneo más capaz de llegar a los jóvenes lectores, tanto en las enseñanzas me-dias como en las universidades. Eduardo Mendoza ha novelado en dos obras, como otros autores hab-ían hecho con Madrid, la ciudad de Barcelona, y dejó historiado su movimiento obrero, sus luchas de clase en dos excelentes historias extendidas a lo lar-go del tiempo, una es La verdad sobre el caso Sa-volta, aparecida en 1975, escrita con la difícil técnica

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del epígrafe y la alteración temporal, y La ciudad de los prodigios, de 1986, a modo de novela río, en la que descubrimos los cambios de Barcelona del siglo pasado a este.

Mayor juventud que los anteriores tiene el no-

velista madrileño Javier Marías, el primero de los que cito nacido con posterioridad al medio siglo y autor de una amplia cantidad de novelas largas y de cuentos de desigual interés, pero sin duda importan-tes en el panorama de los últimos años. Recordaré dos de sus obras, Todas las almas, aparecida en 1989, y Corazón tan blanco, de 1992.

Todas las almas es un interesantísimo texto

que muestra las experiencias del autor como profe-sor de español en la famosa universidad inglesa de Oxford. El título no es sino el lema de la Universi-dad. La narración entra en el intimismo intelectual de un personaje, remedo del autor, que emociona al lector.

La otra novela, Corazón tan blanco, le ha pro-

porcionado a su autor un elevadísimo índice de ven-tas en España y, lo que es más curioso, un privile-giadísimo puesto como libro de narrativa más ven-dido en Alemania hacia la mitad de los años noven-ta, superando incluso a los autores de allí, y de no-table aceptación en otros países como el Reino Uni-

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do, Francia o Italia. Es verdad que Javier Marías tiene un buen agente de ventas, pero también es verdad que la estructura del relato (envuelto desde el principio en el misterio) y el tono (confidencial, muy cercano e íntimo) y los modos (la sutileza para hechizar al lector) no son ajenos al éxito y la fácil aceptación de los temas y de la historia por decenas de miles de lectores españoles y europeos. Corazón tan blanco es un lúcido análisis de la intimidad de un personaje que rehace su pasado familiar, noble e inmaculado, pero manchado por una rara muerte, la de quien tenía, como los demás, un corazón tan blanco. .

El andaluz Muñoz Molina, el más joven de to-dos, ha merecido un lugar en la Real Academia de la Lengua española gracias a un estilo inconfundible que ha dejado plasmado en varias novelas, pero en-tre ellas El invierno en Lisboa y El jinete polaco. La primera se adentra en el mundo de la música y el amor, ese amor fatal muchas veces descrito en la novela negra.

4.3. Época constitucional: los protegi-

dos. Y demos fin a estos apartados con los novelis-

tas protegidos, escudados en la necesidad propa-gandística de una editorial o el interesado apoyo de

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algún medio de comunicación, o en la artificialidad de una actividad literaria que no es sino un negocio. Son los escritores que están de moda, que aparecen en las pantallas de televisión, que entusiasman a un público que se considera intelectual y que son pro-bablemente los más nombrados en la España con-temporánea, e incluso los que más oyen los profeso-res de español o los estudiantes de español de otros países. Estos nombres no están sino amparados por la efímera fama de una editorial que los sabe pro-mocionar o por los medios de comunicación.

No son autores literarios, piensan muchos, si-

no de técnicas de mercado. Es relativamente fácil en España sacar a un novelista de la nada con el poder de la prensa: se busca un tipo que redacte, que tenga ideas para crear argumentos, que sea buen comuni-cador, un poco atractivo, un poco elegante, no de-masiado. Que caiga bien a la gente, en especial a las mujeres que son las que más hablan de sus lecturas. Que sea más humilde que orgulloso, aunque lo se-gundo tiene cura, y también un poco altivo. Que sus novelas se entiendan a la primera, pero después de hacer superar al lector medio una pequeña dificul-tad que halague su capacidad, que ennoblezca su ego, que satisfaga su descubrimiento y al mismo tiempo que quede encantado de oírse a sí mismo... Luego hay que hablar constantemente del autor en las páginas de crítica de los periódicos, que son mu-chas y variadas, con dos tipos de publicidad: la pa-

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gada, con foto, y la gratuita, con el comentario de los que dicen estar preparados para tal fin... Y ya tene-mos novelista... Y ya se puede vender el libro a gra-nel en los grandes almacenes...

Y a esos llamo novelistas protegidos. No des-

deño sus obras, que sin duda tienen grandes acier-tos, pero sí sus privilegios frente a otros muchos na-rradores que con novelas de tanta calidad y estilo alcanzan cotas de popularidad mucho más modes-tas.

El español, y con esto termino, es lengua de

grandes autores en prosa. Pasamos por ser los in-ventores de la novela moderna. Y se lo debemos a dos excepcionales narradores: el anónimo autor de El lazarillo de Tormes y el conocidísimo autor de El Quijote. Desde entonces quedaron sentadas las ba-ses de ese género literario que se ha convertido en el rey de los géneros literarios en todo el mundo. Por diversos caminos hemos universalizado a cuatro personajes: el de Celestina o la buena mujer de ma-las acciones que facilita los encuentros amorosos, la protagonista de La Celestina; el pícaro que vive al margen de la sociedad cuyo modelo fue Lázaro, el protagonista de Lazarillo de Tormes, el inmortal don Quijote, modelo e inspiración de tantos y tantos narradores en todo el mundo, y Don Juan, el con-

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quistador, tan universalizado posteriormente por autores franceses como Molire, ingleses como By-ron, o en óperas como la de Mozart. La novela espa-ñola recuperó su ímpetu en la segunda mitad del si-glo XIX en la pluma de narradores como Galdós y Clarín, pero el siglo XX ha sido sin duda el siglo del español, el siglo en que nuestra novela ha saltado las fronteras nacionales para universalizar nuestra len-gua desde Guatemala con Miguel Ángel Asturias, desde Cuba con José Lezama Lima, desde México con Alejo Carpentier, desde Colombia con Gabriel García Márquez, desde Perú con Mario Vargas Llo-sa, desde Uruguay con Mario Benedetti, desde Chile y desde Argentina con Jorge Luis Borges o Julio Cortázar por citar solo algunos de los países y auto-res que han dado cuna a los grandes narradores del siglo XX en toda la humanidad.

El español, nuestra literatura, está de moda

en el mundo y para nosotros los españoles no es un retroceso haber perdido la iniciativa literaria en es-pañol con el auge de la novela hispanoamericana del siglo XX, sino un honor el contemplar el desarrollo de nuestras letras en autores tan capaces, en autores que con tanta y tan singular destreza han manejado nuestra lengua común, el español, una de las más grandes e influyentes de la humanidad.

Y me complace estar aquí como mensajero de

ello, de mi lengua, hablando de mis escritores, que

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son los nuestros, los de quienes durante tantas ge-neraciones han estudiado aquí español y lo seguirán haciendo, me complace y me halaga comprobar el interés con el que rusos y bielorrusos han elegido al español como lengua extranjera, y su literatura co-mo textos de estudio.

Me siento muy agradecido por vuestro fervor

hacia nuestra lengua y por este acto que tanto con-tribuye al acercamiento entre nuestros dos pueblos.