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Novela juvenil

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Palabras De La

Nostálgica Soledad

Palabras De La

Nostálgica Soledad

B. Mack Stefan

Esteban Gómez

1ª edición

Impreso en Colombia / Printed in Colombia

Impreso por

Portada: Obra titulada Not Mice e ilustrada por Alex Andreyev.

Todos los derechos reservados al autor. Not copyright intented.

Terminada el 15 de Noviembre del 2012.

Prohibida la reproducción o copia de esta novela sin la autorización de los

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Agradecimientos.

Mi vida va dedicada a ti, no solo a los atardeceres más

brillantes, no solo a las sonrisas más sencillas; sino, a

mi escritor favorito: Jhoan Emmanuel Orjuela Quiroga.

Aunque su fe en mí aún no está restaurada, les

dedico, a los suspiros de mi vida, a las dos maravillas

más perfectas de mi existencia, mis madres: Nancy y

Sandra. Sin ustedes, seguiría perdida.

A mis amores eternos, a todos los que amé en

aquellos tiempos, no los olvido, aquí están en mi corazón,

olvidados, pero ahí se encuentran.

A mis hermanos del alma, que ni el tiempo ni el dolor

han podido borrar. Me han hecho crecer, se han ido y

han regresado. Pero, sin importar qué, aún perduran los

recuerdos, los anhelos y los sueños que solíamos

compartir. No los he olvidado, y nunca lo haré, espero

ustedes tampoco. A ellos; Erick Omar Arellano Ramírez y

Carlos Eduardo Hernández Ortega, les agradezco la

ayuda que en algún momento necesité.

También le agradezco a la profesora Adriana

Hernández por incitarnos a explorar este maravilloso

mundo. Sin sus constantes críticas y regaños nunca

hubiera podido ver en mí el gran talento que, gracias a

algunas personas, siempre oculté. Gracias profesora, por

ser la motivadora principal de este relato.

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Por último y menos importante, a esa persona que

estuvo ahí. Aunque haya sido invisible, yo pude verlo,

pude apreciar su esfuerzo y su trabajo, pude verlo

padecer bajo mi mando, pude verlo arrepentirse de sus

errores; este libro también va dedicado a Esteban

Gómez. Que hizo gran parte de esta historia. Sin él, esto

no sería nada más que una mariposa sin alas.

Les agradezco por no perderse, por no irse, por no

dejarme sola. Les agradezco por ser mi compañía en

esta noche llena de sueños y deseos, que se vuelven

alcanzables a su lado. A ustedes, los más grandes

personajes de mi vida, les dedico este relato.

También, va dedicado a aquel ser que siempre me

influenció a ingresar, sin miedo, a este mundo. A ese ser

que siempre quiso mi muerte:

Querido Abalam…

B. Mack Stefan.

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Mi pequeña y sufrible Stephannye, mi postre agridulce, mi sal y limón. A partir de este día, te dedicaré este libro

y los otoños venideros, las mañanas cálidas y frías. Te tengo que agradecer todo lo que he aprendido en este trabajo, ya que el 80% me lo has enseñado tú. Desde

ortografía, hasta cómo mejorar la redacción, o, cómo ser un gran escritor, este último, siendo imposible para mí,

porque yo no soy usted, no soy un escritor de nacimiento, de naturaleza. A mí no me surgen ideas tan

espectaculares e intrigantes como a usted. Mi pequeña maestra, tú siendo menor que yo, me

trataste de enseñar toda esa sabiduría que has recopilado en tu pequeña mentecita. Siempre estaré

agradecido contigo. Como terminar este escrito banal y sin sentido sin agradecerle a la docente que nos asignó

este trabajo, que nos puso a sufrir y a pelear entre mi compañera de novela y yo. La profesora Adriana

Hernández, sin ella no me hubiera dado cuenta de todo el talento que Stephannye tiene, sin ella no hubiera

tenido la oportunidad de ser el pequeño discípulo de Stephannye, sin ella no hubiera podido aprender

muchas de las cosas que aprendí tratando de hacer este escrito. Sin ella…

Es un duro y largo camino cuando te enfrentas al mundo solo, cuando nadie te alcanza y te coge la mano. Puedes encontrar amor si buscas dentro de tu alma: el vacío que

sientes desaparecerá.

Esteban Gómez.

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Índice

Prólogo 10 Antes, cuando la felicidad solía existir 11

Capítulo 1: Una noche, un recuerdo, un dolor 14 Capítulo 2: Se despidieron en silencio 20

Capítulo 3: Realidad, cruda y cruel realidad 25

Capítulo 4:

Deseos de mi imaginación, dolor de mi cuerpo 31

Capítulo 5:

La oscuridad, una dulce y cruel compañía 39

Capítulo 6:

Duermo despierto 50

Capítulo 7:

Tus recuerdos, son una tortura 54

Capítulo 8:

¿Cómo sería mi vida sin mí? 63

9

Capítulo 9:

Somos invisibles 69

Capítulo 10:

Nuestra promesa de amor eterno 76

Nostálgico ayer, que hoy se convierte en solitaria actualidad 88 Autobiografías de los autores 95

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Prólogo

¿Qué es la realidad? ¿Es realmente ésta, la realidad que debemos vivir? ¿O será una ilusión pretendiendo ser real? ¿Qué pasa cuando empezamos a confundir entre lo que es real y lo que es ficticio? ¿Te imaginas? Roberto, el personaje principal de éste libro está inspirado en esta filosófica cuestión, cuyos pensamientos lo llevarán a una conclusión que ni siquiera él aceptará, aunque eso signifique la muerte. Aunque eso signifique la soledad. Narrado en primera y tercera persona con un gran estilo que atrapa al lector en una ola de sentimientos desde el primer instante en el que lo lee. ¿Qué pasará cuando descubramos que nuestro único amor nunca perteneció al margen de lo real?

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Antes, cuando la felicidad solía existir.

Éramos felices, claro que lo éramos.

Pero, los momentos felices no regresarán, porque la felicidad, por muy bella que sea, siempre será uno de los sentimientos más efímeros que existan.

Nos conocimos, y mi mirada atrapó la suya en un movimiento fugaz. Fue mágico, rápido y duradero. Después de aquel contacto visual nuestras vidas nunca fueron las mismas.

Me costó mucho conquistarla. Gracias a su forma de ser, tuve que cambiar mi ideología para que ella cambiara la suya y se fijara en mí; un cerebrito sin vida social. Fue difícil acercarme a ella, muy difícil, puesto que yo no era el único.

Era la más hermosa de todo el instituto, y ante mis ojos, era la única chica para mí.

No sé qué la hizo enamorarse de mí, pero, sea lo que sea, agradezco que haya pasado. Agradezco que me haya pasado a mí. Cambió mi vida. El haberme encontrado con ella, cambió mi vida.

Nuestra relación no fue perfecta, la chica de mis sueños tenía el gran defecto de desaparecer. La primera vez que lo hizo, fue la vez que más me dolió, puesto que yo creía que nuestro amor era perfecto y no tenía final, hasta que un día, después de uno de sus berrinches, salió; sin maletas, solo con un pequeño cuaderno y

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regresó 2 meses después. La busqué durante mucho tiempo, la busqué sin descanso, la busqué sin encontrarla. Y en esa búsqueda, empecé a perderme. Era un hombre seguro, pero, gracias a ella, empecé a dudar, desde lo verdadero que era nuestro amor, hasta mi propia existencia. Hasta de nuestra propia existencia en este mundo.

Después de un tiempo, despertarme y no verla a mi lado, era lo más común que ella podía hacer.

Hasta que un día, Airyn decidió jugar con mis sentimientos hacía ella.

Desapareció y esta vez no fueron dos meses, ni tres, ni cuatro, esta vez habían sido tres años… tres malditos años de los cuales sufrí mi condena, sufrí el castigo divino de un ser inexistente por mi propia ignorancia. Por la ignorancia e impotencia de no haberla entendido. No me di cuenta, en todas las veces de huyó de mí, que, realmente, no estaba huyendo, simplemente quería escapar de si misma. Quería escapar de su sufrimiento. Quería escapar del monstruo que la consumía y se hacía llamar ella misma.

Me hubiera gustado ayudarla… Si me hubiera hablado, ninguno de los dos habría terminado de la manera en que lo hicimos...

Airyn… Regresa.

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Dedicado a todos aquellos que nunca dejaron de creer,

que nunca dejaron de confiar, que, aunque sea imposible, aún continúan amando.

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Una noche, un recuerdo, un dolor.

Capítulo 1

Una noche frívola, una compañía que se transformaba en un simple recuerdo y un nuevo sentimiento crecía en su interior.

Así se sentía; confundido. Pero, continuaba ahí; inmóvil, soñando despierto.

Se encontraba solo, trabajando. No prestaba demasiada atención a lo que sucedía a su alrededor, sencillamente miraba a través de la ventana, tomando un poco de distancia. Quería un pequeño momento para sí mismo, quería descansar de la sociedad, quería desaparecer del mundo y navegar por él convertido en polvo.

Más no quería morir, quería aprender a vivir

para sentir que la muerte había sido bien merecida.

El estruendo proveniente a unos centímetros de su mano, lo sacó de todo pensamiento. Había dejado caer el bisturí con el cual estaba terminando su último trabajo.

Aquellos pensamientos no eran más que innecesarios y una gran distracción a la hora de desarrollar una actividad importante, pero, aun así, solía llevarlos consigo a todo lugar.

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Un joven, de aproximadamente 28 años, yacía en una fría mesa de metal. Tenía el cabello negro y corto, seco y, a la vez, sucio; puesto que la sangre que había emanado de su cráneo ya se había secado y adherido al mismo. Para cualquier persona común, era una escena incomoda, muy similar a la de un asesinato; el aroma que el cadáver emanaba era realmente repugnante. Además, el olor a formol que se concentraba por toda la

habitación, no ayudaba mucho. Asqueroso, pero, para nuestro personaje, era algo totalmente normal. Tantos años practicando con situaciones similares, que había llegado al punto que se le hacía raro que la habitación donde trabajaba no oliera a sangre, formol o, simplemente, a muerto.

—Ha llegado tu hora— dijo tomando el bisturí de nuevo y, con más fuerza que la vez pasada, con la mano derecha e insertándolo en el pecho de su paciente.

Disfrutaba su trabajo. Debo admitir, personalmente, que es realmente inquietante que un ser humano disfrute tal profesión. A mí parecer, es desalmado y antihumano. ¿Abrir personas podría ser un trabajo respetable? Me siento obligado a decir que es realmente admirable y Roberto Arias, un reconocido forense, sabía acerca de esto a la perfección. Pero, para responder a mi pregunta anterior, debo decir que sí. O así lo veía este personaje, admirable, realmente admirable. Pero, permítanme continuar con la narración.

Roberto se encontraba en un gran edificio, en el cual podía hacer, callado y atento, sus experimentos. El

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sitio en el cual había sido asignado el último año era muchísimo más agradable que el resto. Los aparatos y utensilios para trabajar eran de excelente calidad, el personal era ordenado, y bien distribuido; chicas hermosas por doquier. Realmente no hacían más que pasear y mostrar sus cuerpos por todo el recinto, aun así, a ninguno le incomodaba; excepto cuando estaban ocupados y las señoritas, que ni mancas ni perezosas,

se les insinuaban interrumpiendo concentración alguna. Ninguna de ellas le gustaba, ni le parecía hermosa, pero era un hombre joven y desde hacía ya 3 años se encontraba solo. Y, como dicen por ahí: en tiempos de guerra, cualquier hueco es trinchera.

Aunque, regresando a la edificación; era un lugar tranquilo, lleno de silencio, un lugar perfecto para trabajar. Bastaba con decir que era agradable, y eso era suficiente para Roberto.

—Qué caso tan interesante, pulmones destrozados —pronunció introduciendo sus brazos en la caja torácica de su paciente—. Evidente, murió a balazos. Qué muerte tan trágica, siendo tan joven.

Solía ver muchos casos así a diario, jóvenes que perdían la vida por entrar en peleas callejeras. Esa clase de personas le producían asco, pero, esa noche, la cual era muy diferente al resto, hizo que aquel joven, que anteriormente había sido reconocido por su madre, le diera lástima. Pensaba que Dios lo hubiera salvado, si tan solo existiera.

Continuaba con su trabajo, limpio y notando hasta los más mínimos detalles, por fuera se veía calmado y concentrado, pero su interior estaba hecho

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añicos. Por alguna extraña razón, dejó el bisturí en la mesa y se dirigió a la ventana. Ya había anochecido, por lo cual podía observar a la luna que se encontraba en medio del cielo como la actriz principal de un espectáculo de estrellas, donde ella, era la más brillante y la más hermosa. La luna, llamando la atención de cualquiera que quisiera verla, lo acompañaba esa noche, cuando él se sentía ligeramente triste. Se llenó

de pensamientos innecesarios, y la recordó; ignorando todo a su alrededor y siguiendo a la luna en cada uno de sus movimientos. Su interior estalló, explotó de la manera más silenciosa posible; tiernas lágrimas buscaron escape de sus ojos y siguieron la fuga por sus mejillas. Así es; lloró. Se preguntaba, dejando salir su dolor por medio de saladas gotas de agua, ¿por qué una reacción así? ¿Por qué un llanto tan conmovedor, si tan sólo miraba la luna? Sus propios pensamientos le respondieron: porque la luna se la recordaba. Ella, tan hermosa y sumisa, lo hacía hundirse en una terrible depresión. ¿Por qué? Porque la luna era como ella, sin que nadie le dijera lo linda que era, sabía lo hermoso que su rostro podía llegar a lucir bajo la luz del sol.

Pero, ¿para qué llorar ahora? Todo había terminado. Sumido en sus pensamientos, recordó sus facciones. Recordó que sus cabellos eran largos, lisos y rojos, su piel era tersa, exactamente como la de un niño pequeño, sus ojos eran hermosamente grises, en los cuales se perdía sin razón alguna. Pero, sí había una razón para recordarla; él la amaba. Subió la mirada y observó, por última vez, aquella bella señorita que iluminaba el lugar y le extendía las manos para acobijarlo en un manto de amor y, secándose las lágrimas, decidió regresar a terminar su trabajo.

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Después de algunos minutos, terminando de arreglar el lugar, se alistó, guardó sus cosas y decidió irse a casa.

Roberto Arias era un reconocido médico forense de la Cuidad de México. Había sido aclamado y exaltado por su impecable trabajo durante sus años de estudio, y además, era claramente admirado por tantos logros alcanzados con tan sólo 28 años. Sin embargo, era un hombre con una personalidad perdida. Constantemente trataba de encontrarse así mismo, sin resultado alguno. Era un hombre solitario y fanático de la belleza. Belleza en todas sus formas: arte, música, arquitectura, comida, mujeres, etc. En especial en ésta última: mujeres. Roberto pensaba que la belleza de las mujeres no tenía comparación y era única en el mundo. Consideraba que, muy fácilmente, se puede encontrar una mujer con una linda cara o con un bello cuerpo, pero, muy pocas veces se encuentra a una mujer hermosa, pero, hermosa en todo el sentido de la palabra.

Hermosa en cada simple detalle: sus ojos, su cara, sus labios, su cabello, su cuerpo, su forma de pensar y su inteligencia. Estas cosas eran lo más importante para él a la hora de identificar a una mujer como perfecta. Claramente, él tampoco se quedaba atrás; era un hombre muy apuesto, con un excelente gusto a la hora de vestir y sumamente interesante.

Era un nuevo amanecer en la vida de Roberto, sin embargo, después de una noche tan reconfortante como la que había tenido el día anterior, decidió no ir a trabajar, ateniéndose a las consecuencias.

Se levantó temprano, preparó un espectacular desayuno y salió a caminar. Caminó y caminó tratando, sin obtener resultado, de hallar una respuesta. ¿A qué?

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A toda su vida. Roberto creía que su vida no tenía sentido, y en realidad esto era cierto. Por un momento olvidó el lugar en donde se encontraba y se sentó en una banca, necesitaba pensar. ¿Habría algún propósito en su vida? Tal vez, pero él único que podía responder esa pregunta era él mismo.

Pasó varios minutos en aquella banca, solo, pensando y analizando cada detalle de su vida, finalmente dirigió la mirada hacia el horizonte.

—¿Qué es?— susurró suavemente para sí mismo con un poco de amargura. —¿Quién será ese ser maravilloso que me hará confiar de nuevo en el amor, o mejor dicho… en la vida?

Una bella lágrima rodó por su mejilla, quebrantando su alma, y con mucho dolor pronunció algunas palabras:

—Tengo que seguir adelante. Creeré en sus palabras y la esperaré.

Aún sentado en la banca, observó su reloj y decidió regresar a su apartamento.

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Se despidieron en silencio.

Capítulo 2

Caminaba lentamente cuando, de repente, sonó su celular, interrumpiendo pensamiento alguno.

Inconscientemente lo tomó y contestó.

—¿Aló?— dijo seriamente, aún perdido en sí mismo.

—¿Roberto? Amigo, ¿qué tal todo?— contestó una voz conocida.

—Bien, todo está bien. Perdóneme, ¿con quién hablo?— carraspeó un poco limpiando su garganta.

La voz al otro lado sonrió nerviosa, no llamaba para saludarlo.

—Alberto, soy Alberto… —hubo una pausa incomoda y corta de parte de ambos— Yo… llamaba para darte una noticia.

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—Claro, dime.

—Tengo noticias sobre ella —se detuvo—, tengo noticias sobre Airyn.

—¿Ella? ¿Airyn?— su corazón se aceleró, aunque, su amigo no se escuchaba muy feliz.

—Sí…—hizo una pausa, pensando muy bien lo que iba a decir— Está muerta. Hoy… revisando tu lista de pacientes, hallé su nombre y, al confirmar, supe que era ella…— calló un momento, esperando una respuesta.

Roberto se puso frío, sintió que todo a su alrededor se desvanecía. Tenía un nudo en la garganta, no podía pronunciar ni una sola palabra. Sus pensamientos eran confusos y desordenados. Necesitaba calmarse.

—Roberto —continuó su amigo al notar que no respondía—, Debes practicarle la autopsia mañana en la mañana. Ven a las 8 y te explicaré con detalles… —suspiró— Lamento todo esto, sé por lo que pasaron y…—Alberto sabía que su amigo estaba devastado, cualquier clase de consuelo sería una perdida de tiempo— Me despido, te veo mañana.

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No se escuchó más del otro lado del teléfono. Alberto había colgado. Roberto aún no lo asimilaba. Ella le había prometido regresar y empezar una vida juntos. Además, ¿cómo había muerto? Se veía tan saludable la última vez que la vio. Pero, eso fue hace 3 años, pudo haber enfermado repentinamente y él no se habría dado cuenta. Aun así, él había perdido todo contacto con ella después de aquella pelea.

En medio de la calle paró un momento y lloró. Las lágrimas brotaban sin parar y su corazón se rompía en mil trozos. La única persona que lo mantenía con los pies sobre la tierra, había muerto.

Entró a su apartamento y se tumbó sobre el primer sillón de la sala que encontró. Recordó cada momento con ella: cada beso, cada abrazo, cada mentira, cada golpe. Todo, lo recordó todo, en especial una cosa. Melancólico, se levantó y buscó un cajón de madera bellamente decorado y lo abrió. Se encontraban valiosos tesoros en aquel cofre. Tomó el primer papel café que vio y lo abrió, era la última carta que ella le había enviado:

“Octubre 22 del 98.

Roberto, con el corazón en el alma te pido un favor: no me vuelvas a escribir. Sé que suena duro pero lo necesito, no quiero lastimarte con mis mentiras, no quiero herir a la persona que dio su vida por mí. No quiero verte sufrir, no quiero seguir siendo la culpable de tus lágrimas.

Quiero que te enamores de una verdadera mujer, bella y sencilla, no de una cruel e inconsciente chica que sólo piensa en ella. Quiero que seas feliz, quiero que

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alguien, con un corazón puro, te enseñe a amar. Yo no puedo… no, no pude. Por favor, olvídame.

Olvida mi amor, mis caricias, mis besos. Olvida nuestras peleas sobre quién amaba más a quién. Olvida todas las noches que dormí en tu pecho después de entregarme a ti, sin esperar nada a cambio.

Tampoco es necesario recordar todos los problemas que solucionamos tomados de la mano, llevando al mundo al extremo, ¡gritándole que no importaba nadie más, si nosotros estábamos juntos! Pero, sobrevive sin mí. Sé fuerte y enamórate de alguien especial, de alguien mejor que yo.

Te amo, pero, será lo mejor para los dos.

No trates de buscarme, porque ya será muy tarde.

Adiós.

Con amor, Airyn.”

La leyó una y otra vez sin encontrar sentido a

esas atroces palabras. Sus lágrimas volvieron a brotar de sus ojos, cayendo sobre el papel arrugado. Lo estrujó fuertemente sintiendo rabia consigo mismo por abandonarla en el peor momento de su vida, por haberle hecho caso a esas confusas palabras: “No trates de buscarme”. Arrojó fuertemente las cartas al suelo mientras se hundía en un llanto desconsolado. Gritó su nombre varias veces y se disculpó con el aire por haberla dejado. Tratando de encontrarla, se perdió, aún más, en la confusión. Nadie lo escuchaba, sólo, tal vez,

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aquellos seres del más allá, a los cuales les atraían su dolor. No estaba sólo, estaba con ellos. Solo que él no lograba verlos, aún no.

Con la vista nublada, caminó hasta su habitación, tomó la fotografía de su amada y se recostó en su cama. La sostuvo fuertemente y llorando, se quedó profundamente dormido, con lo único que lograba mantenerlo ahora con vida, que era, tal vez, el débil recuerdo de la mujer que amó.

Los recuerdos lastiman, hieren el alma y la destrozan. Los recuerdos alimentan las lágrimas del ser, lo vuelven vulnerable y estúpido. Los recuerdos nos hacen personas.

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Realidad, cruda y cruel realidad.

Capítulo 3

Un sonido agudo y molesto empezó a sonar.

El reloj, que se encontraba a escasos centímetros de la cabecera de su cama, lo molestaba. Abrió los ojos lentamente para asegurarse que, lastimosamente, seguía vivo. Acarició suavemente el vidrio que hacía parte del hermoso marco que contenía una vieja fotografía de Airyn. La miró una vez más, mientras dolorosos sentimientos lastimaban su alma, de nuevo.

Entre lágrima y lágrima, un nuevo dolor lo atormentaba y lo hacía sentirse miserable, aunque en realidad, lo era. Sin importar lo que sintiera, debía

prepararse para enfrentarse a la dura realidad de que la mujer que amó, ahora yacía muerta y fría, en una cruel cama de metal.

Logró incorporarse en contra de su voluntad en el filo de la cama. Tomó su cabeza entre las manos y apoyó sus pies descalzos en el suelo, era un suelo frío y diferente. Sus dedos se movieron lenta y cortamente debajo de su cuerpo, sintiendo un suelo cruel, ya no sentía lo mismo. Sin ánimos, se levantó y caminó hasta el baño arrastrando sus pies, giró el tomo de la puerta,

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produciendo un chillido molesto al cual no puso importancia.

En su mente, solo se escuchaba la voz de aquella chica de cabellos rojos que se había ido para no regresar. Se quedó en la puerta mientras la tristeza y el dolor lo invadían, de nuevo. Esas lágrimas; frías y calladas, volvían a salir de sus ojos. Volvían a recordarle lo sólo que estaba desde que ella se había ido. No quería moverse, su cuerpo no reaccionaba. No tenía por qué moverse, ¿de qué servía la vida si ahora no la vivía con ella? Era cruel pensar que todo se había acabado tan rápido, que todo el amor que se tenían había muerto, como ella. Aún con la mirada fija en el piso, con los ojos rojos de tanto llorar y con el corazón destrozado, continuaba apretando el tomo de la puerta con tanta fuerza que se empezaba a hacer daño. Creía que se merecía todo el dolor del mundo por no haber actuado como un verdadero hombre y haber ido detrás de ella cuando debió, cuando tuvo la oportunidad, cuando aún no se había convertido en un cobarde.

Abrió la puerta, despacio y sin prisa. Arrastró sus pies, sin levantar la mirada. Su corazón se comprimía, el mismo dolor experimentado la tarde anterior se repetía para atormentarlo.

¿Cuánto más tendrá que sufrir éste hombre? ¿Durante cuánto tiempo su mente seguirá creando esta fantasía?

Su mente no era más que un arma cruel. Un arma filosa y sanguinaria, no hacía más que repetir los recuerdos con ella una y otra vez. No hacía más que repetir las películas que juntos crearon, las promesas que juntos hicieron, las promesas que juntos rompieron… Su mente no hacía más que recordarle la

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felicidad vivida a su lado, y la felicidad que nunca más regresaría.

—Un día dijiste que me besarías.

—Te he besado mil veces.

Ella me sonrió dulcemente.

—Ese día dijiste que me besarías como nadie nunca lo ha hecho, y me dirías cosas…

—Te he dicho mil cosas.

Ella volvió a sonreír.

—Ese día dijiste que me dirías mil cosas que nadie me ha dicho.

Ese recuerdo, esa felicidad impura.

Levantó la mirada, lentamente, hasta que se topó con su figura en el espejo.

—Quiero que ése día sea hoy.

Esta vez volteó a mirarme, desafiante.

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Continuaba con la vista perdida en el espejo, analizando su esbelto cuerpo.

La miré de reojo, su mirada no se apartaba de la mía. Mis ojos, en un instante, se quedaron clavados en los suyos. No sé cómo se había acercado tanto a mi rostro, tampoco sé en qué momento había desaparecido la distancia entre mis labios y los suyos.

Sintió un escalofrío recorrer su cuerpo, sus ojos andaban perdidamente rodeando la figura reflejada en aquel objeto. Roberto no se movía. Se veía, se seguía, se aniquilaba con su propia mirada, pero, no se atrevía a dar un paso.

Sus labios sabían a fresa, su aliento recorría mi boca, llenando mi cuerpo de su fragancia.

Extendió su mano, moviendo sus dedos lentamente. Aún inmóvil, no sabía cómo responder cuando escuchó a su propia alma llorar. Escuchó cómo su ser sollozaba. Eran sonidos llenos de dolor y

angustia. Se notaba, con tan solo escucharlo, que quería ser liberado de esa prisión, de esa fría prisión que los recuerdos estaban creando para él.

Posé mi mano en su cadera y la acerqué lentamente, ¡no quería tenerla lejos! Y no iba a permitir que unos cuantos centímetros me alejaran de ese bello cuerpo que deseaba todas las mañana al verla despertar a mi lado.

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Casi de inmediato, giró y clavó sus ojos en el espejo que se hallaba a su espalda, al frente de la puerta del baño. Su mirada buscaba, en el otro reflejo, la esperanza que cada uno —que en realidad eran el mismo— necesitaba. Se rogaban perdón, se pedían auxilio. Pero, ambos eran incapaces de ayudarse, no podían, ninguno de los dos era del mismo mundo. No duró mucho el contacto visual entre ambos.

Sus manos recorrían mi cabello, lo acariciaban, lo peinaban y lo despeinaban. Nuestros cuerpos jugaban, inocentemente, con las sensaciones producidas por aquel beso. Su lengua no era más que una pequeña joya juguetona dentro de mi boca. Quise igualarla, así que jugué con ella así como ella lo hacía conmigo. En un movimiento rápido, terminó sentada encima de mí, aun besándome, aun descubriendo mi cuerpo son su lengua, aun amándome más. Porque me amaba… ¿cierto?

Sus recuerdos desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos. Aunque aquel instante de su vida había sido muy corto, él reconoció, en sí mismo, aquellos suspiros. Era él, era el chico escondido dentro del cascarón, era el chico que la había enamorado. ¿Qué había pasado? ¿Quién lo había convertido en un ser lleno de inseguridades y miedos?

Con la puerta abierta, con la mirada pérdida, con la mano extendida, con los ojos llenos de lágrimas, con las mejillas ardiendo, con el corazón abierto, murió de nuevo.

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—No… —suspiró— ¡Vuelve! Yo… te quiero de vuelta… ¡Airyn!— le gritaba al aire, porque no había nadie para escucharlo.

Un sonido desgarrador salió desde lo más profundo de su alma, recorrió su garganta y buscó escape por medio de su boca. Ahora, su llanto era más aterrador. Aquellos seres invisibles no hacían más que cubrir sus oídos, su dolor era el de ellos. Dolía mucho escucharlo, quería escapar, quería salir de su cuerpo y buscar la felicidad perdida en otro lugar, en otro cuerpo, en otra vida.

Eran gritos mudos, eran dolorosos. Esta vez, estaba arrodillado mientras inhalaba y exhalaba con gran dificultad. Gritó una y otra vez, continúo así por algunos minutos. Quería salir de su dolor a gritos. Toda la ira, tristeza y sufrimiento acumulado el día de ayer salía a borbotones por su cuerpo.

¡Escapar! Solo eso quería.

Después de unos minutos, se recuperó, se alistó y salió a la calle con la intención de ir a su trabajo.

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Deseos de mi imaginación,

dolor de mi cuerpo.

Capítulo 4

Salió sin prisa a la calle.

Era una mañana tranquila. Dejó la puerta de su apartamento y se internó en las grandes y hermosas calles de la capital. Paso por paso, observaba todo a su alrededor. Admiraba todo de una manera diferente. Se daba cuenta de que su comportamiento era ridículo.

Después de aquel tiempo de angustia que acababa de experimentar en el baño, logró calmarse un poco. Se preguntaba qué había sido todo lo que había ocurrido en ese lugar. También, sabía, con certeza, que la había recordado. Pero, aún no entendía la razón. ¿Por qué debería importarle una chica que lo había abandonado? ¿Por qué sentirse angustiado por la muerte de una desconocida? Después de su partida, ella no era más que eso; una desconocida muy formal.

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Prosiguió su camino al trabajo, mientras múltiples pensamientos daban vueltas y vueltas en su cabeza, incluso, llegó a pensar que aquello no había sido nada más que una mala jugada de su subconsciente. Ella estaba muerta. Mientras ignoraba al mundo, caminando, recordó uno de los tantos días con ella.

Sentí un leve respiro en mi oído derecho y me estremecí un poco. Abrí los ojos despacio mientras una delgada línea de luz entraba por la ventana que aún no había sido abierta por ninguno de los dos.

A paso constante continuaba con el largo trote hasta su trabajo, tal era la confusión que lo había invadido que olvidó sacar el auto del garaje. No le importaba irse a pie, solo quería irse de ese lugar, que se suponía que lo ayudaría a olvidarla.

La habitación era grande y la cama un poco ancha, pero a ella le encantaba separar la distancia apegándose a mí, la hacía sentir segura. Se encontraba dormida en mi pecho mientras sus cabellos recorrían el resto de la cama con libertad.

El semáforo se encontraba en rojo, tenía las manos en los bolsillos moviendo los dedos inquietamente mientras miraba hacía el otro lado de la calle, simplemente esperando.

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Sus ojos, aun cerrados, se escondían detrás de ese delgado manto rojo de hermosos cabellos. Por lo que veía en su rostro, no tenía ni el más mínimo deseo de levantarse, bueno, y quién lo haría, era domingo en la mañana y solo quería disfrutar ese día con la mujer que me quitaba el sueño.

Una pequeña sonrisa se dibujó en mi rostro, la rodeé con el brazo izquierdo y acaricié su bello rostro con la mano derecha. Retiré un poco el cabello que se encontraba pegado en sus bellas mejillas y en su frente, al parecer, sintió mis dedos y vi como su boca se doblaba para formar una sencilla sonrisa

La creía dormida hasta que apretó con delicadeza mi cuerpo y lo apegó al de ella. Jamás creí que la ropa podría sobrar en un momento así.

El sonido de un auto aproximándose a gran velocidad lo sacó de sus pensamientos. Sin pensarlo, había cruzado la calle justo cuando el semáforo había cambiado a verde. El conductor del auto, a unos pocos centímetros de él, bajó la ventanilla, sacó su cabeza y le gritó, enfadado, que colocara atención por dónde caminada. Se disculpó, y sin más, prosiguió su camino.

La miré y nuestras miradas se perdieron en un sinfín de suplicas. Deseoso de tenerla de nuevo, la tomé en brazos, la levanté y lentamente, acortando la maldita distancia que nos separaba, acerqué mis labios a los suyos y sentí su calor, de nuevo.

Rodeó mi cuello con sus cálidas manos, acariciando mi cabello. La sostuve con fuerza, no quería tenerla apartada de mí ni un segundo más. Su lengua se

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adentró en mi cavidad, hurgándola, saboreándola. Recorría cada lugar de una manera exquisita. Mi lengua se unió al recorrido pero en la boca contraria. Nuestras lenguas bailaban una con la otra. Se conocían y se exploraban juntas.

Ahora, por lo menos, estaba pendiente de lo que

sucedía a su alrededor, pero, solo un poco. Si era atropellado o no, no era de gran importancia. Su vida nunca había sido importante antes, aunque la tuviera a ella. Ahora que la había perdido, su estado le importaba muy poco.

¡Maldito oxigeno! Tuve que separarme de su sus dulces labios para poder tomar un poco de aire. Pero, aquel instante no duró mucho, puesto que ella aprovechó tal momento para tomarme por sorpresa y devorar mis labios con pasión.

Sus manos dejaron mi cuello y rodearon mi cuerpo. Desabotonó la camisa que traía puesta, la quitó despacio y con cuidado, sus dedos rozaron mis hombros y sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo.

Había sido tocado por otras manos antes, pero mi cuerpo no había reaccionado igual, ella era la única que podía hacerme estremecer con un solo roce, ella era la única en mi vida.

Mi mente estaba confundida, dentro de mí había una sopa extraña y confusa de sentimientos. La pasión me invadió, quería devorarla en ese instante. Mis manos se posaron en sus piernas y fueron subiendo lentamente por su cintura. Me separé un poco para hacerle saber

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que todo estaría bien, que no estaba cometiendo ningún error.

Su mirada continuaba baja, sus pies seguían el mismo ritmo y sus oídos estaban sordos. Solo se escuchaba a sí mismo en sus recuerdos.

Despacio, la recosté debajo de mi cuerpo, la besé de nuevo. ¡Amo el sabor de sus labios! Tan dulce, tan delicada. Esta es la calidez que mi cuerpo había buscado durante años en cuerpos extraños. En cuerpos hermosos y en mentes vacías.

Ella era el equilibrio perfecto entre la belleza y la inteligencia. Quería verla un momento más. ¡Oh, maldita distancia! ¡Vete ya, quiero tenerla cerca! Aunque me encontraba a escasos centímetros de su rostro sentía que la distancia nos volvía dos seres totalmente distintos y alejados. No sé en qué momento nuestras prendas inferiores desaparecieron y, siendo sincero, tampoco me importaba. Me sonrió, de nuevo. Besó mi mejilla y se apegó a mí cerrando sus ojos. Supe que ese era el momento indicado, me apoyé en mis nudillos y levanté la cadera.

Invadí su cuerpo con el mío de una manera lenta, pude notar como apretaba sus ojos con fuerza mientras su boca se abría para dejar salir un bello pero excitante gemido. Ese sonido me hizo perder la razón.

Me moví en su interior lentamente para después subir el ritmo. Su cuerpo ya no se controlaba, se mordía el labio con fuerza y susurraba mi nombre con delicadeza, acentuando cada letra. A veces, simplemente la escuchaba susurrar. El único sonido que se escuchaba

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era el sonido de mi cuerpo absorbiendo el de ella con excitación.

Miró al frente y visualizó el edificio, gracias a lo alto que era. No tenía mucha prisa de llegar, así que tomó un camino largo. Aún quería seguir recordando lo bello del momento.

Esos gestos hacían que mi ser quisiera explotar. Sus gestos, su rostro, sus gemidos. ¡Todo! Mi cuerpo perdió el control en ella. La manera en que abría los ojos y me miraba, suplicante, diciendo con esas grises pupilas que no me apartara, me hacían querer devorarla a besos.

Pude notar, gracias a que su abdomen se contraía y su espalda se arqueaba, que estaba llegando al máximo de sus sensaciones y se liberaba conmigo dentro. No me indicó que parara, y de todos modos no lo habría hecho. En ese punto solo quería poseerla por completo.

Continuaba con esas leves súplicas llenas de placer y deseo. Pero, en el fondo, no eran más que bellos deseos de tenerme más cerca que nunca. Después de un tiempo, supe que ya estaba cerca del clímax. Aceleré un poco más la velocidad. Mi corazón se aceleró, sentía todo con más delicadeza.

Estar dentro de ella, sentir sus manos en mi espalda, acariciándola con ternura, era una sensación indescriptible. Mi corazón se aceleró aun más y mi cuerpo se estremeció por completo.

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Cruzó por unas calles que se encontraban escondidas, en medio de grandes y lujosas edificaciones, y prosiguió con su marcha. Siguió unos cuantos metros y se encontró con la parte trasera del edificio. Dio la vuelta y se topó con la puerta principal del hospital donde trabajaba.

Mi respiración estaba entrecortada, abrí los ojos y vi como me sonreía pícaramente. Sonreí igual correspondiendo a sus actos de niña pequeña. Salí de ella delicadamente sin hacerle dañó y caí a su lado, exhausto.

Volteé a mirarla mientras ella se fijaba en mí y acariciaba mi rostro, amaba todo sobre ella.

¡Me enloquecía hacerla mía cada mañana! Era mi rutina favorita. La abracé y suspiré tranquilo… Yo estaba seguro bajo sus brazos.

Se detuvo en medio de la acera.

¿Desconocida? No, ella era más que eso. Sin importar qué, ella era la razón de su existir. A la basura

el orgullo. Él la amaba, ella lo había abandonado pero eso no significa que él haya hecho lo mismo.

Su piel se erizó. No podía ir y hurgar dentro de la chica que tanto amó. Sacó su teléfono y marcó un número que conocía de memoria. El otro lado sonó y sonó hasta que alguien, en la otra línea, contestó.

La conversación fue corta. Se sintió mal al no cumplir con su trabajo, pero, por lo menos, ahora ya no tendría que pasar el día con el cuerpo inerte de Airyn.

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Suspiró tranquilo, si faltaba ese día, alguien más tendría que hacer su trabajo. Por lo cual, decidió ir hasta la próxima semana.

Tenía el resto del día libre, y, simplemente, quería que su mente descansara. Decidido, cambió su rumbo y partió hacía su apartamento.

Caminó un poco y llegó a una gran edificación.

Ingresó en ella y, sacando la llave de su puerta, se internó en su apartamento. Intentó descansar, pero simplemente, no pudo, el sueño escapaba de él. Dio mil vueltas en la cama hasta que se cansó, miró a su alrededor, gruñendo, había dejado descuidada su casa durante estos días, todo estaba hecho un chiquero. Así que, viendo que reconciliar el sueño le era imposible, decidió organizar su apartamento.

Avanzó hasta la parte trasera donde, escondida detrás de la lavadora, se encontraba una puerta la cual contenía todas las cosas de limpieza y que casi nunca utilizaba. Sacó de ese pequeño cuarto una escoba, un recogedor y algunos líquidos para deshacer la grasa de algunos lugares y emprendió la labor de limpiar.

Dejo por último el ático, ya que era lo que menos le importaba limpiar, gracias a que no recibía muchas visitas y las personas que venían, no pasaban de la puerta.

Empezó limpiando la cocina, prosiguió por el comedor, después la sala, el baño y, de penúltimo, su cuarto.

Satisfecho, miró todo a su alrededor y sonrió, estaba brillante, tal y como le gustaba. Recordó, de repente, que aún no podía cantar victoria, el ático, el lugar más inhóspito de la casa, aún no estaba limpio, aunque, nunca había subido allí. Le producía pavor ese

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gran cuarto; siempre estaba solo y no le gustaba subir a donde no hubiera mucha luz.

Pensó, que como era de día, podría abrir las ventanas para que los candentes rayos de luz atravesaran el lugar y lo iluminaran como debía.

Era un hombre, sí, un hombre por fuera y un niño por dentro.

La oscuridad; una dulce y cruel compañía.

Capítulo 5

Entró al lugar y al atravesar la puerta, corrió para abrir las ventanas y dejar entrar un poco de luz.

Miró a su alrededor, ya iluminado, y se dio cuenta del hermoso lugar que tenía enfrente. Posó las manos en su cintura y, suspirando, recordó el primer día en que ambos se habían mudado.

Escuché un estruendo en la parte baja de la casa y bajé por las escaleras corriendo. Tuve un gran ataque de risa al ver a mi hermosa novia en el suelo, cubierta con adornos navideños que le habían caído encima tratando de subir las escaleras con pesadas cajas en las manos.

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—¡Malditas cajas! ¿Qué no las pueden hacer más ligeras?— Refunfuñaba entre dientes para no ser escuchada. Reí un poco antes sus caprichos.

—Tú eres la que debería ser más ligera.— respondí exaltándola un poco y obligándola a voltear su rostro para toparse con el mío.

«¡Aish!» Fue lo único que la escuché decir mientras recogía las cosas que había tirado.

Inconscientemente, mientras vagaba por la habitación, se topó con unas cajas. Eran de diferentes tamaños y de diferentes contenidos. Miró hacía abajo, saliendo de su mente, y se agachó para observar qué era lo que le impedía el paso.

“Navidad” “Cumpleaños de Sofí” “Aniversario” Sonrió como nunca al darse cuenta de que eran cajas llenas de álbumes fotográficos, cintas de vídeo y algunos viejos diarios que ambos solían guardar para que recordar los momentos felices. Aunque el tiempo hiciera de las suyas haciendo que su mente olvidara los momentos alegres, las fotografías aún se encontraban intactas para recordarles la alegría que ese día les invadía. Las abrió con entusiasmo, parecía un niño pequeño; animado y contento. Después de unos minutos espiando aquellas cajas, vio que una se encontraba apartada. Con la curiosidad al tope, leyó lo que la cinta encubierta de polvo, decía.

“Airyn”

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Se extrañó un poco al ver el nombre de Airyn impreso en aquella caja que nunca antes había visto. La tomó, avanzó despacio y se sentó en un lugar apartado. Podía observar toda la habitación desde ahí. Suspiró profundo. Una suave brisa se había colado por la ventana y ahora lo acobijaba, rodeándolo con ternura, era una sensación hermosa. Posó sus piernas en el suelo, las estiró, dejando que sus pies recorrieran

el sucio suelo de madera con libertad, observaba la caja con desconfianza, le daba miedo enterarse de cosas que no debía.

Esa caja era extraña, era una intrusa desconocida que invadía sus pensamientos. Llegó a pensar que ella se la había estado escondiendo todo este tiempo. Pero, debido a que nunca iba al ático, se dio cuenta que estaba equivocado. Tal vez, simplemente, estuvo ahí todo el tiempo y él nunca la había visto porque le daba miedo subir solo a ese lugar.

Detallaba la caja con la mirada, se encontraba en buen estado, a comparación de las otras, esta solo tenía polvo encima. Revisando su interior se dio cuenta de que, claramente, le pertenecía a ella. La abrió con desconfianza y sorpresa, lo único que vio fue un cuaderno y unos cuantos sobres. ¿Por qué Airyn querría guardar tan solo eso? ¿Era aquello tan importante para ella?

Sacó el cuaderno, despacio. Estaba cubierto por una pasta color café oscuro, era dura al tacto, pero, también, lisa y tersa. Lo abrió con cuidado insertando algunos dedos en las hojas intermedias. Habían algunos escritos, notas y números telefónicos. Continuó espiando aquel mediano cuaderno. Al llegar, equivocadamente, a la primera página, observó que,

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con una hermosa letra cursiva, se encontraba el nombre de alguien.

“Airyn Bumgorthan”

Le sorprendió la caligrafía, puesto que era

delicada y suave. Reflejaba serenidad y al mismo tiempo; sencillez.

Leyó algunas cosas, realmente no le interesaba la vida personal de Airyn, puesto que siempre había respetado su privacidad y además, le tenía miedo a lo que le pudiera decir, ya que si regresaba y ella se daba cuenta de lo que había leído, tendría que enfrentarse a uno de sus grandes escándalos, cosa que no era para nada agradable. Continuó ojeando aquel interesante objeto hasta que, unas páginas más adelante, encontró una breve separación entre su diario y unas… ¿historias?

Se detuvo de tope, al ver que, ahora, su hermosa caligrafía se había convertido en unos garabatos mal hechos, junto con frases y palabras en inglés y español.

“You should stop talking about me” “Stop thinking that I’m yours, stupid demon”

“Please… be quiet.”

“¿Te gustaría callarte? ¡HE DICHO SILENCIO!”

Eran muchas frases las cuales se repetían. Con cada letra se daba cuenta de que escribía con odio.

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“¡DETENTE! Ya… he dicho que pares”

“It hurts, mommy, tell them to stop” “¡LAMENTO DEJARTE, ABALAM!”

Eran crueles con ella misma.

“¡Muérete, basura!”

Esas frases le causaron miedo, escapó de ellas cerrando el cuaderno. La curiosidad lo llamó de nuevo, lo volvió a abrir, despacio, esta vez, en una parte diferente.

Con grandes letras negras y horriblemente mal dibujadas, halló extraños nombres.

“MIS AMOS:

Abalam.

Lucy.”

«¿Amos?» Retumbó por su cabeza varias veces.

«¿Quiénes son ellos?» Se preguntaba con temor. Aquella chica, que parecía ser un ángel, terminó siendo un ser lleno de oscuridad, invisible oscuridad.

Lo siguiente que vio, lo aterró aún más. Con garabatos un poco más legibles pudo leer algunos párrafos que rosaban lo sádico y lo extraño.

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“ADVERTENCIA:

Escúchame muy bien, pequeña niña: Tomaré tu cuerpo y escribiré por ti. No quiero estar encerrada aquí. Tengo miedo de ti misma, ¡sálvame!”

Leyó lentamente, trataba de entender esas palabras.

Encontró unas terroríficas confesiones de ella para su yo interior. Y no solo eso, dedicatorias, historias, testamentos, relatos, sueños, dibujos. ¡De todo! Halló cualquier clase de escrito terrorífico allí.

No quería detenerse, el miedo que lo consumía no se comparaba con las ansias de leer todo aquello que se encontraba abierto en sus manos.

“Acariciaba mi cabello en las noches, me decía que todo iba a estar bien, decía que todo estaría bien si yo hacía caso a sus palabras. ¡No podía! Y no lo haría…

«¿De qué habla ésta niña?» Pensaba mientras continuaba leyendo.

Las noches eran frías, pasaban lentamente. Huyo de mí. Si me he atado yo misma a esto, desearía haberlo hecho correctamente… No puedo con esto.

Tú, que lees esto, tal vez de noche, tal vez de día, ayúdame a salir de aquí…”

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Sin importar qué tan grande era el miedo que llevara consigo, prosiguió leyendo unas letras que se encontraban al reverso de la hoja.

“¿Estoy... loca? Pero es que, eso no es posible. Si siempre pienso muy racionalmente.

No te vayas, sigo siendo igual a ella; distante e ignorante, dolida, sufrida, con miedo.

Mi bella Lucy, tú, mi preciosa princesa de negros cabellos, tu cara jamás he visto. Te... necesito. Tus gemidos de dolor me tranquilizan, mi alma impaciente ruega tu perdón.

¿Serás tú, también, un demonio? ¿Seré yo también tu esclava? ¿Seremos tú y yo una para la otra?

Deja de llorar pequeña, las personas que he asesinado por ti, no regresarán.

«¿A-Asesinatos?» Ahora su mente tartamudeaba. ¿Eso era normal?

Te amo, te necesito... ¿QUÉ OCURRE CONTIGO? ¿Por qué me siento impaciente? ¿Te necesito? ¿Por qué me olvidaste? Eras lo mejor. ¿Ella te cambió? ¡NO! No estoy loca, siempre pienso muy racionalmente. No te vayas, sigo siendo igual a ella.

¿Hasta cuándo, Lucy? Tú también deberías irte como él lo hizo.

Me siento sola. Tu mano congela mi alma. Suéltala, mi alma pertenecía a Abalam y si no es de él, no será de nadie. No llores, no hables, solo cierra tus ojos y muere.

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Siento como si te debiera algo. Como si... ya te hubiera perdido. Como si tenerte a mi lado fuera un milagro, siento como si, ya hubieras muerto pero estuvieras presente.”

«¿Qué es esto?» Se replicaba a si mismo.

Su confesión terminó. El pánico lo invadió.

—¿Esto es todo lo que ella siente? ¿Acaso… soy invisible?— pronunció, sintiéndose cada vez más impotente.

La hubiera podido ayudar, pero, el temor de que sus verdaderos pensamientos fueran descubiertos, la obligó a encerrarse. La obligó a crear una barrera, la obligó a fingir ser feliz con la vida que le había tocado. Airyn odiaba conformarse, pero, la vida la obligaba a ello. Tenía miedo, ella estaba aterrada. Le impedía el paso a cualquier persona que quisiera entrar en ella, que quisiera conocerla. No quería perder todo lo que había construido con esfuerzo, solo por ser sincera. ¡Maldito miedo que la atormentas! Eso era lo único que le impedía ser feliz; el miedo. Miedo a enfrentarse a la realidad, miedo de enfrentarse al mundo, miedo a ser ella. Por eso se refugiaba en la escritura, ella era su única amiga. La escritura era atenta y callada. La escuchaba sin miedo, sin juzgarla, la escuchaba de corazón. Prefería sufrir en silencio, prefería llorar en libertad, en la libertad de no ser escuchada.

El cuaderno aun continuaba en sus manos, y la curiosidad no lo abandonada.

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Su lectura aún no terminaba.

“¡DEJA ESTO, YA! ¡Me duele, mamá… me duele!

Empiezas preguntándote qué hiciste mal, ¿verdad? Tal vez nada... ¿O tal vez sí?

“¿Estás bien? ¡Airyn, responde! ¡Airyn, respira! Lo lamentamos... Está muerta...”

No seré yo quien escuche esas palabras, probablemente, ya estaré muerta... o ya lo estoy... Tengo miedo, lo acepto, tengo mucho miedo... Moriré pronto... No hago nada por mi vida... pronto será... mi funeral... Si es que no me tiran por ahí...

Por primera vez en mi vida me haces demasiada falta, por primera vez en mi vida extraño tu ausencia... Haces falta en mi vida, Dios. Pero, por favor... No regreses... No vengas más, no, ¿sabes que no servirá de nada? Sabes cómo me siento, ¿verdad? ¿Sabes cómo se siente ser yo?

Tengo más miedo que nunca... A decir verdad... Morir no es tan malo, es solo que tengo miedo a lo que pasará después, tengo mucho miedo...

Estoy enferma, tal vez muerta. No soy nada tuyo pero... Ten piedad, ayúdame... Tengo miedo, tengo miedo, tengo miedo, tengo miedo, mucho miedo, vivo aterrada, asustada, llorando, sufriendo.

¡AYUDA! ¿ESTÁS AHÍ? ¡RESPONDE! ¡TE LO RUEGO! ¡TE LO GRITO CON LÁGRIMAS EN LOS OJOS! ¡A Y Ú D A M E! ¡POR FAVOR¡ Ten piedad de mí... Te amo.

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¿Ves? Si te hablan no contestas, pero, ¿qué estoy diciendo? ¿Por qué me comporto así de ignorante? ¿Por qué? Dios, Dios, Dios, Dios, ¿Dios o Demonio?

Can you kill me, please? Yes...

No... Please...

STOP IT! I DONT WANT TO DIE! PLEASE!

Ahora... ¿Por qué escribo sin sentido?

Esas malditas voces ¡NO SE CALLAN! ¡MALDITA SEA! ¡SI DIJERAN ALGO PRODUCTIVO SERÍA GENIAL! PERO LO ÚNICO QUE REPITEN ES "KILL YOURSELF" "YOUR LIFE IS NOTHING" YES, I ALREADY KNOW THAT! ¡PERO, NO NECESITO "MÁS" DICIENDOME LO QUE YA TENGO CLARO!

No me voy a suicidar, Bueno... Lo hago pero lentamente. Sin que yo misma me dé cuenta. Estoy devastada psicológicamente, físicamente. Muero lentamente, justamente lo que él quería, ¿verdad, Abalam?

¿¡POR QUÉ NOMBRO DEMONIOS!? Están aquí. Se supone, ¿o no? ¿Solo soy yo hablando conmigo misma? ¿O soy yo hablando con otra yo? Solo llévame contigo, Abalam...

Me gusta tu nombre, ¿sabes? Bonito nombre para un demonio que me controla día y noche. Noche, mi callada compañía, guardas mis secretos. Por momentos

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no sufro. "Momentos" una pequeña porción de tiempo. "Tiempo" todo en esta vida. Es enserio... ¿Qué esperas para llevarme?

Abalam, duerme bien...”

Se aterró por completo. «¿D-Demonios?» Su mente tartamudeaba, de nuevo, debía detenerse. Lo hizo.

Cerró aquel cuaderno, eso no era normal. Quería escapar de ahí, se sintió observado por alguien, ¿eran ellos? Efectivamente, ellos ahora empezaban a formar parte de su historia.

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Duermo despierto.

Capítulo 6

Sintió frío.

Despertó temblando, no se había dado cuenta de que se había quedado dormido en el ático. Sin moverse mucho, tanteó su celular, lo sacó despacio y vio la hora. Suspiró levantándose, apenas eran las 8:35 pm. Se levantó sacudiendo sus ropas. Sin percatarse, el cuaderno café cayó al suelo. Dirigió la mirada al lugar donde había escuchado un pequeño ruido, lo levantó sin pensar en algo más. Se le había cruzado por la cabeza dejarlo ahí, gracias a lo que había leído, pero, le pareció mal idea.

Quería terminar lo que había empezado. Miró una vez más al frente; la luz naranja que atravesaba su ventana le daba un toque único al lugar. Su interior se sentía tranquilo, ya no sentía miedo. Ellos se lo habían llevado.

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Apretó el cuaderno una vez más, caminó despacio, como siempre. Su mente estaba vacía, ni una sola voz se asomaba.

Tuvo la sensación de que había tenido un sueño, y efectivamente, lo tuvo. Un extraño sueño, y como aún no quería bajar al primer piso, decidió tratar de recordarlo, caminando por el lugar.

El silencio era lo que más le gustaba, era inquietante y hermoso. Aunque, con él sólo viviendo allí, se le hacía un poco espeluznante.

Recordó el lugar de su sueño, mentalmente, para no perderse fácilmente. Se encontraba al frente de un bello lugar de 7 pisos con un gran portón rodeado por rejas de gran altura, supuso que las habían puesto para evitar robos a la propiedad. Tenía ventanas de lado a lado, decorándolo de una manera elegante. Entró en él y se encontró en la recepción, con una chica joven atendiendo y organizando los libros. No le puso atención a la señorita que se encontraba en aquel sitio, encorvándose de una manera vulgar y grosera, ignorando a todos y atendiendo de mala gana.

Pero, en ese sueño, antes de entrar, quiso hacerlo y la vio. Al parecer era invisible para todos, por lo cual ella también lo ignoró. Notó que era un lugar grande y lleno de paz, realmente hermoso. Al levantar la mirada apreció un bello techo; con sencillos tonos azules que jugaban a ser el firmamento. Tuvo la sensación, al quedarse fijo admirando tal obra de arte, que el cielo mismo había invadido el lugar y se había extendido en lo más alto de la edificación solo para dar celos a todo aquel que lo mirase. Le encantaba

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quedarse fijo, viendo aquel cielo, hecho de simple yeso con tonalidades de color azul y blanco. La presencia de aquella obra, arriba de su cabeza, le dio la sensación de estar en el verdadero cielo y de regresar a la tierra en tan solo unos pocos segundos.

Pero, todo aquello quedó ensombrecido cuando

se dio cuenta de la cantidad de sabiduría que había en ese lugar —ya que, al parecer, era una biblioteca—, miles de años en un solo edificio, grandes mentes antiguas reunidas en un solo lugar —sin contar, claro está, las que llegarían—. Al bajar la mirada un poco, pudo apreciar bellas obras de arte colgadas en las paredes, expresaban un bello aíre de melancolía. Recordando y perdido entre tantos recuerdos, le pareció extraño visualizar una puerta recónditamente escondida, era como si trataran de ocultarla.

Por su mente se cruzó aquella puerta. En aquel sueño, bajó las escaleras despacio, el lugar seguía vacío. En realidad… muy vacío. Tomó el barandal con curiosidad, recorriéndole con lentitud. Sus pasos, acercándose a la extraña puerta, se escuchaban por todo el lugar, un eco abrumador y sólido. Sintió algo cerca de aquel espacio. Se acercó al tomo de la puerta y, suavemente lo giró, haciendo que aquel portal a un mundo desconocido produjera un gran crujido que jugó con el eco, expandiéndose por toda la biblioteca. Alarmado, se giró asustado asegurándose que continuaba sin compañía. Al percatarse de aquello, ingresó al lugar abriendo más la puerta a su paso. Era extraño sentirse dentro, era como si alguna fuerza tratara de absorberlo. Con miedo, ingresó por completo.

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Ese frío cuarto lo asustó, pero lo cautivó a seguir adelante. Esa extraña habitación tenía algo hipnótico, era gélido y tétrico, pero, extrañamente acogedor. Le resultó conocido estar ahí, pero, a la vez, extraño en muchas formas.

Con su mirada, un poco perdida, visualizó unos

cuadros hermosos a su alrededor, eran grandes y estaban adornados de una manera sencilla. Cuando trató de acercarse a uno de ellos, para sentir su textura, su alrededor empezó a desvanecerse. Ahora todo era negro, su realidad parecía una pintura chorreante.

Había salido de su sueño. Ahora, no recordaba nada.

Sin más, salió de ese lugar. Llegó al primer piso y se tumbó en la cama, quería descansar de esa cruel verdad.

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Tus recuerdos son una tortura.

Capítulo 7

Los parpados me pesaban, aún tenía sueño.

Me sentía extrañamente vacío. ¿Sería la soledad? ¿Sería la soledad que siempre había sentido, pero, que siempre había ignorado? Efectivamente, estaba solo. Pero, no solo era el cuarto, no solo era la gran casa habitada por una sola persona, no solo era el hecho de no tener amigos, era solo yo. Era la soledad la nueva dueña de mi vida. No me aterraba estar solo, me aterraba no darme cuenta de ello. Me aterraba no saber

cómo enfrentarla.

Traté de levantarme, simplemente, pero no pode. Me pesaba el cuerpo, me dolía el alma, me dolía todo. No quería enfrentarme al temor de cada mañana; al temor de que ella ya no estaba. Pocos días habían pasado después de darme cuenta de la noticia de su muerte… Pocos días habían pasado cuando dejé de vivir mi vida y empecé a vivir, perdido, en mis recuerdos. Era cierto, no hacía más que recordar, llorar

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y pensar. Cada vez que quería olvidarla y seguir adelante, mi mente jugaba cruelmente conmigo y me obligaba a ver su figura reflejada en el espejo, mi subconsciente me obligaba a verla reflejada en mi corazón. Ella estaba clavada en mi pecho, ¿quién sería capaz de quitarla de ahí? Solo la muerte, me decía mi razón, solo la muerte.

Después de desayunar de mala gana y continuar la mitad del día postrado en el suelo con aquel cuaderno en la mano, decidí leerlo de nuevo. Quise leerlo, sin importar qué podría decirme Airyn cuando regresara, tenía que saber qué clase de chica se escondía detrás de esa sonrisa.

No me levanté para leerlo, estaba cómodo en aquella posición. Estiré los brazos a una distancia agradable en la cual podía leer y empecé a espiar, de nuevo, dentro de su verdadero ser.

Luego de indagar algunos títulos sin importancia, encontré uno interesante: “Tortura”, sin más, comencé a leerlo, proponiéndome a que ningún pensamiento de temor o pánico pudiera interrumpirme.

“Tortura

¿Que cómo mataría a alguien? Fácil. No lo mataría, él mismo lo haría. Lo torturaría de tal forma que la única solución existente —aunque no fuera esa— sería el

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suicidio. “Yo no lo maté” diría a la policía. Claro, sí es que me encuentran, o al cadáver…

¿Cómo lo torturaría? ¡Más fácil aún! Brutal, dolorosa, lenta y placenteramente... Bebería su sangre, la saborearía con mis labios, su sucia sangre, su fresca sangre color carmesí. ¡Sería el mejor día de mi vida! Poder matar a alguien… Una sádica sonrisa en mi rostro, una felicidad incomparable, una sensación única. ¡EL PLACER DE ASESINAR A ALGUIEN! Tan simple, tan excitante, tan perfecto.

No pude ser valiente, el sentimiento incontenible de querer escapar de esas palabras, me invadía de nuevo.

Pero, regresando a ese simple y bello asesinato. Les contaré, mis pequeños amigos de orejas puntiagudas, como fui guiada a matarlo. Yo, una simple chica. ¿Feliz? ¡Claro que no! Sólo pude conocer la felicidad cuando asesiné por primera vez, me sentí realizada. Me vi obligada a vivir una vida que jamás quise vivir, a ser alguien que jamás quise ser, a fingir ser feliz, a creer que todo tiene solución si crees en Dios.

¿Dónde está tu Dios ahora? Le pregunté cuando se introducía el arma a la boca.

¡LA ÚNICA SOLUCIÓN ES LA MUERTE!

Pero antes, debo comenzar con el relato de una bella muerte. Simple y compleja al mismo tiempo. Empecé a obsesionarme con él; su sonrisa tan perfecta, tan hermosa. Se me hizo horrible no poder verlo sonreír en su último momento de vida. Pero, de todos modos,

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aunque lo haya hecho, mis lágrimas no me hubieran dejado ver claramente.

Los días transcurrían y Abalam no se callaba. Un movimiento, un simple momento para obtener mi más preciado tesoro: su vida. ¡LA OPORTUNIDAD SE DIO Y ME VOLVÍ LOCA!

Un fuerte golpe en la parte trasera de su cabeza sirvió para dejarlo inconsciente. Su expresión de dolor mientras caía al suelo fue única. Una mirada entrecerrada de dolor y compasión. No había necesidad de una explicación. Su muerte, había llegado.

Rápidamente lo arrastré hasta aquella cabaña donde solía encerrarme a hablar y a jugar con Abalam. Tomé las sogas y lo até en la silla que sería testigo de la muerte de un sucio mortal. Estaba sangrando por la parte trasera de su cabeza, así que tomé un trapo, lo humedecí con alcohol y lo coloqué en su cabeza. Al tocarlo, dentro de mí, empecé a sentir una gran necesidad de golpearlo hasta que mis manos se destrozaran por completo, pero justo cuando levanté mi mano para azotarle la palma en el cráneo, Abalam me tomó bruscamente y me aventó contra el gran portón que nos separaba del despiadado mundo exterior. Mi amo suele ser brusco cuando está de mal humor. Me levanté lentamente sin quitarle la mirada de encima.

—¿Qué haces?— dije sacudiéndome la pelusa y el polvo que había quedado en el vestido que traía puesto.

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—¿Por qué le sigues la corriente a tus impulsos?— preguntó tranquilamente mientras acariciaba al humano con sus espeluznantes garras.

Me acerqué lentamente con mucha desconfianza, temiendo que quisiera volver a lastimarme.

—Deja que despierte— exclamó suavemente.

—Tú no tienes permitido asesinar humanos— metí las manos en mis bolsillos y me reí de la situación— Si quisiera, yo podría matarte. Aunque seas mi dueño, me perteneces. ¿Quieres su alma?— introduje mis mugrientos dedos en mi boca y los lamí— Pues, qué mal. Tendrás que esperar a que yo me canse de verlo sufrir y sangrar, para obtenerla… y sabes que jamás me canso de ver el sufrimiento ajeno. —Sonreí una vez más, pero de una manera más sádica y sombría para que pudiera ver a la clase de bestia que le estaba hablando.

Me paré en la mitad de la cabaña, en donde, en la parte de arriba, había un circulo dibujado con sangre de conejo; el cual contenía una “A” mayúscula en medio.

Miré fijamente al demonio que quería robarme el derecho de torturarlo y sonreí de nuevo. Me incliné hacia atrás, hasta que mi cabeza tocó mis tobillos y susurré suavemente un conjuro. Me mordí la lengua fuertemente para que el conjuro estuviera completo. La sangre de mi lengua empezó a recorrer mi boca rápidamente, la escupí. El demonio me miraba de una manera

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repugnante y temerosa, me tenía miedo. Volví a erguirme y me tragué un poco de sangre que aún se encontraba en mi boca. Sabía a miedo y a mentiras.

—¿Ves?— lo mir y recogí una pequeña cantidad de arena del suelo.

—¿Qué?— respondió enojado aquel demonio.

—Tú muy bien sabes lo que acabo de hacer. Sabes, que si te acercas, te quemarás en las llamas de la razón y la verdad; tus mejores amigas.

Dejé caer la arena lentamente esperando una respuesta. Después de pronunciar tales palabras rugió de una manera tan diabólica, que creo haberme asustado.

—Tú no me conoces. Podrás amarme… pero te asesinaré tan pronto lo asesines a él.

Desapareció.

Por fin estaba sola con mis pensamientos, fantasías y… él.

Me senté como una pequeña a observarlo. Era tan hermoso, ¡ya quería que despertara! Podría mostrarle todos los placeres de la vida: la muerte. “¿A qué sabrá su sangre?” Pregunté, inconsciente, mientras mi felicidad y mis deseos de matarlo eran cada vez más grandes.

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Siempre soñé con poder torturar a alguien de la manera en que lo haría con él. Lo amo, le deseo la muerte, quiero que sea feliz en el infierno. La tierra es muy sucia para un amor tan puro como el de nosotros.

Oh, querido, espero que cuando despiertes me ames igual, porque yo te deseo demasiado.

Tú haces que mi corazón se acelere y se detenga al mismo tiempo, sonrío al escuchar tu nombre, tu cara, tus ojos, me enloquecen.

Me levanté despacio sin quitarle la vista de encima y me acerqué lentamente, acaricié suavemente su rostro...”

Temblé.

De nuevo, ¡no podía ser valiente! Sus palabras, que estaban sentenciadas a vivir dentro de un cuaderno olvidado, me atemorizaban. Noté que el relato no estaba terminado, pero, de todos modos, no quería saber cómo terminaría tal locura.

Sabía que debía dejar el miedo, antes de que éste acabara con mi vida.

Sus historias… sus secretos… sus misterios…

Ella. ¿Quién era ella? ¿Quién es esta monstruosa chica que dice llamarse Airyn? ¿Yo… me enamoré de un demonio?

Agité mi cabeza de lado a lado. No, yo me enamoré de un ángel, de un ángel lleno de pureza. ¿O de un demonio disfrazado de ángel?

Después de todas esas confesiones, mi mente me preguntaba y reclamaba por la verdad. ¿Quién es Airyn?, me cuestionaba.

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Acepto que haya tenido problemas, acepto que haya sufrido y llorado. Pero, ¿qué significaban esas historias? ¡Eso no era cierto! Acaso… ¿me había enamorado de una mentira? Es irreal amar algo que no existe. ¿Idealicé el amor que ella me daba, ocultando sus mentiras y su verdadera personalidad, para convertirla en la chica perfecta? No, no, ¡no! ¡Ella era real!

Respiraba agitado, no quería aceptar la realidad de nuestro amor, mi ignorancia no me dejaría.

¿Quién era yo para juzgarla? ¿Quién era yo para criticar sus sentimientos y calificarlos como impuros? Tenía que saber la verdad… tenía que saber quién era Airyn Bumgorthan.

Quería correr hacía ella, pero sabía que debía pensar en dónde estuvo Airyn antes de morir. Le gustaba viajar, mucho. Probablemente había estado en todo México, o probablemente había ido a visitar sus raíces. Cualquiera de las dos opciones me volvían loco; estar en su pueblo natal me daba dolor de cabeza, todos allá me odiaban por ser un chico de ciudad, saber escribir y por haber corrompido al futuro de Chignahuapan. ¿Corrompido? ¡Esa chica fue la que me

dio la idea de escaparnos a mitad de la noche! Reí al recordarlo, se veía hermosa con esa gran sonrisa en su rostro y con su maleta a medio abrir tratando de subir al auto con prisa porque sus padres se habían enterado del plan. Bueno, como no han de enterarse cuando les gritas: “¡Me escaparé con mi futuro esposo a la capital y quiero ver cómo le hacen para que me regrese!” mientras corres a la puerta y escapas a la libertad.

Aquellos recuerdos, aquellos simples recuerdos que borraban cualquier rastro de tristeza y colocaban

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una sonrisa en mi rostro; esa clase de recuerdos eran los que necesitaba para volver a sentir. Qué mal que llegaran unos cuantos años más tarde…

Empaqué a la carrera un cepillo de dientes, algunas mudas de ropa, puesto que no me quedaría muchos días en aquel lugar, un cuaderno junto con unos lápices, mi celular y demás cosas que me servirían para una estancia cómoda de corto plazo.

Cerré todo con llave, y aseguré las puertas y las ventanas. Fui al garaje, me cercioré de tener las llaves de la casa en el bolsillo, al estar seguro, dejé la maleta en la parte de atrás y coloqué el cuaderno de Airyn en el asiento del co-piloto y me dispuse a partir, a lo que ahora era, el descubrimiento de mi propia verdad. Estaba seguro que, con tal viaje, la descubría a ella y descubría quién era yo en realidad.

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¿Cómo sería mi vida sin mí?

Capítulo 8

Salí de mi hogar, del hogar que juntos habíamos creado, que juntos habíamos hecho crecer que, nuevamente juntos, habíamos destruido gracias a la indiferencia de amarnos como el otro tanto deseaba. Salí de ese lugar con la esperanza de encontrarla, de encontrar su recuerdo, de saber quién fue Airyn en los 3 años que estuvo desaparecida.

Pero, no fue así. No fue así como todo resultó…

Encendí el motor, revisé todo lo que llevaba rápidamente y partí.

Renuncié a mi trabajo, no, realmente, escapé sin decir una sola palabra. Había apagado mi teléfono móvil desde que llamé a Alberto, no me imaginé cuántas

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llamadas perdidas de mis jefes y amigos tenía. No me importó, solo trabajaba en ese lugar porque ganaba buen dinero, y con ese dinero podía complacer a Airyn en todos sus caprichos. Siempre quise ser pintor, siempre quise dedicar mi vida al arte, no a escarbar en cuerpos humanos. Abandoné mis sueños por ella, porque ella se había convertido en el más importante.

La brisa que entraba por la ventana me tranquilizaba un poco, aunque le tenía miedo al destino al cual me estaba acercando, sentía la necesidad de sonreír. Lo hice, una sonrisa nunca está de más, sea fingida o no.

—¿Sabes que es lo más hermoso del mundo?

—¿Qué?— respondió casi sin ponerme atención.

—El amor no correspondido.

Ya había salido de la capital.

El largo camino que me esperaba no se comparaba con la combinación de buenos y malos sentimientos que me invadían en ese momento.

Se sorprendió un poco y volteó a verme.

—¿Cómo es eso posible?— preguntó al no entender la razón de mis palabras.

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Reduje la velocidad al llegar a la caseta de cobro, esperé paciente mi turno, saqué unos cuantos billetes de mi bolsillo y se los entregué a la señorita que estaba atendiendo.

—Cuando amas y eres correspondido —respondí— solo ves lo bello del amor y te ciegas por completo al entregarte a él. Pero, cuando amas sin ser amado, ves lo cruel del mundo, lloras y te ciegas de odio. No es posible amar al mundo si no lo has odiado porque cuando lo odias, ves todo lo malo en él y cuando lo amas, vuelves sus defectos invisibles. —hice una pausa y acaricié su cabello un poco— No es posible amar si antes no se ha conocido el odio. Porque, cuando amas después de haber odiado, amas sus defectos como virtudes. —sonrió— No hay nada mejor que amar después de ser rechazado, ese "sí" inesperado te llena de vida, de nuevo.

La carretera era larga y recta, el camino estaba vacío, la velocidad aumentaba, el ritmo de mi corazón se aceleraba. Sonreí de nuevo, amor no correspondido, el mejor y más cruel de todos los amores.

Su mirada se clavó en mí, era la técnica más eficaz que tenía para hacer que me enamorara más de ella. Abrió su boca, y de ella salieron palabras hermosas, palabras que me herían, como solo ella sabía hacerlo.

Un auto se aproximaba, a lo lejos en el carril contrario y a más velocidad de la que yo llevaba, al parecer eran jóvenes. Efectivamente, en él se encontraban 4 muchachos tomando cerveza y zigzagueado con

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habilidad. Al pasar a mi lado, pude notar sus expresiones. Iban perdidos, perdidos en las extrañas sensaciones que el alcohol les causaba y en su ignorancia. Supongo que habrán querido salir de sus problemas con el licor, supongo que han querido escapar del mundo con la cerveza.

Puse atención a lo que decía.

—Por ser soy yo, la que más me acerco a conocer tu verdadero yo, debería ser yo la única que pueda enamorarse de ti. —bajó la mirada, ya no quería verme— Te he odiado y amado en un corto plazo de tiempo. Te he conocido, me has abierto la puerta a tu verdadero ser. Soy yo quien te conozco tanto. Si dices que se debe odiar para amar, entonces, abre tus ojos y mírame. Te amo. —¿Me amaba?— Cualquier otra persona diferente a mí que llegue a amarte, te miente. Esa persona te ama porque se enamoró de tu máscara, se enamoró de lo "agradable" y "buena persona" que eres. Si yo me enamoré de ti fue porque te vi. Te vi cuando todos te creían invisible. ¿Eso no debería ser suficiente para amarme tanto como yo lo hago? ¡Mírame! —alzó su voz, arrugando mi camisa, aún sin mirarme. Sus lágrimas corrían por sus mejillas, me lastimaba— Al parecer... –ahora su ojos me aniquilaban el corazón y me retaban a algo que ya había intentado hacer hace mucho tiempo…— Al parecer... — sollozó— no es suficiente si no soy perfecta... —Ahora quería amarla… de nuevo.

—¿Me amaba de verdad?— pregunté para mis adentros.

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Suspiré, ahora dudaba de todo aquello que algún día me había dicho, por ese cuaderno, ¡por ese maldito cuaderno!

No tenía porqué esconderme su sufrimiento, yo era su novio, yo la entendía más que nadie, ¿o, acaso, su amor a la escritura era mayor al que me tenía?

Después de 3 horas al volante, llegué a mi

destino. Era un lugar muy turístico, lo que más sobresalía de aquel pueblo era una gigantesca piscina con toboganes y atracciones de la cual entraba y salía mucha gente. Habían muchos hoteles, de dos, tres y hasta cinco estrellas. Nada que pudiera costear, además, estaba muy alejado del lugar donde vivía Airyn, ya que ella vivía a las afueras del pueblo. Continúe mi camino ignorando, y ansiando poder ir a quedarme, algún día, en ese lugar con ella.

Conduje durante 30 minutos más, y llegué a su verdadero hogar; Bienvenido al Pequeño Chignahuapan. Acogedoramente extraño.

Busqué el viejo hotel en el cual me había quedado hace algunos años atrás. Al encontrarlo, estacioné mi auto, en lo que solían llamar un “garaje”, cuando en realidad era una pequeña casa de madera en el cual solo cabía un vehículo. Saqué mis cosas, asegurando mi coche, e ingresé en aquel lujoso hotel que, realmente, no era más que un viejo edificio de 4 pisos que trataban de adornar con manualidades.

No me recordaban en la recepción, y tal era mi odio por la mayoría de los habitantes de ese lugar, que

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yo tampoco me acordaba de ellos. Simplemente, pedí una habitación, dejé el dinero y subí las escaleras.

Buscaba el número 412 en alguna de las puertas del cuarto piso. Lo encontré rápidamente. Era la habitación del fondo a la derecha. Ingresé tranquilo. Para ser un hotel de bajos recursos estaba muy bien

organizado y bellamente limpio.

Dejé las cosas en un rincón, cerré las cortinas, aseguré la puerta y me recosté en la cama. Mi mirada se perdió en el techo, no, mi mirada se perdió en mí mismo. ¿Qué estaba haciendo en ese lugar? ¿Solo por qué leí unos escritos extraños desconfío de un amor sin comienzo ni fin?

No sabía cuál era mi motivo realmente, tampoco sabía qué me había llevado a perseguir su recuerdo. Tal vez era el hecho de que, ahora que estaba muerta, podía saber quién realmente era esa chica. O simplemente, era tan cobarde que tomé la primera excusa estúpida de mi subconsciente para escapar de mi vida. Pero, sí quería escapar de mi vida, de mi trabajo, de mis ataduras, de mis miedos, de ella… Si quería escapar de todo lo que me agobiaba, ¿por qué escapé al origen de mis temores? ¿Por qué me dirigí al lugar del cual siempre había querido huir? Mi cobardía no tenía razón, y al parecer, yo tampoco.

Me levanté de la cama, ya no quería pensar más. Caminé despacio hasta la ventana, la abrí un poco para poder observar sin ser observado y me di cuenta,

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dentro de mi estupidez, y teniendo al diablo enfrente, que había entrado a la boca del lobo, pero esta vez, no tendría salida.

Somos invisibles.

Capítulo 9

Eran las 6 de la mañana, o eso pude visualizar en el reloj que se encontraba a unos centímetros de mi rostro. No sé muy bien en qué momento me quedé dormido, solo sabía que había llorado antes de hundirme en aquel sueño profundo. Estaba cansado y lo único que quería era dormir hasta, mínimo, las 10. Pero, aquellos malditos gallos que no se callaban, me impidieron conciliar el sueño de nuevo. Estuve

despierto todo el día hasta que mi cuerpo, prácticamente, se cansó de estar recostado y me indicó que me levantara. Eran, exactamente, las 10 am, 4 horas perdidas por unos pajarracos que, probablemente, cocinarían en el almuerzo.

Pedí servicio a la habitación y esperé, paciente un desayuno común. Después de un tiempo, tocaron a mi puerta, la abrí y recibí el pedido; dos huevos fritos, tres pedazos de tocino, jugo de naranja y leche con

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cereal. No me lo esperaba, pero, igual me lo comí, estaba delicioso. Miré el cuaderno de lejos, siempre llamaba mi atención. Mi ser explotaba de curiosidad y deseo de saber qué clase de relatos encontraría en aquel portal al alma de mi novia. Me acerqué a él y lo abrí; otra vez, en uno de sus relatos.

“Y por primera vez vi, las hojas de un árbol

desprenderse.

Yo. Bastará con decir que me sentía realmente

confundida por mi comportamiento. No, porque no entendía qué estaba haciendo o qué había ocurrido horas antes. Caminaba por la acera, despacio. No tenía prisa de llegar a casa. El candente sol me cegaba, pero podía ver claramente hacía dónde me dirigía. Una residencia se encontraba justo a mi lado, un parque solitario, una cancha de fútbol sin un sólo jugador, un árbol sin muchas hojas.

Muchas veces relacionaba a los árboles con la

soledad, me fascinaba la manera en que solos, lograban ser tan fuertes, pero, al mismo tiempo, sentía lastima por ellos y por aquellas personas que envejecían tristes y sin alguien quien los acompañara. Y en ese momento, cuando me encontraba inmóvil en medio de la acera, observando aquel árbol solitario, vi por primera vez las hojas de un árbol desprenderse. Me concentré en ese bello sonido, donde la única compañía del árbol lo abandonaba cruelmente para convertirse en basura.

Vi llorar a ese árbol, escuché su llanto en ese bello

sonido.

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Todo a mí alrededor desapareció y me sentí tan solitaria como ese pobre árbol. Lloré con él. Comprendía, a la perfección, su horrible tristeza pero no podía hacer nada para aliviar su dolor. Me sentí tan inútil al verlo gritar en un llanto desesperado y profundo. Las hojas, llorando, gritaban cuánto lo amaban y que odiaban dejarlo. Y yo me preguntaba: “¿Cómo puedo escuchar tan espeluznante conversación y no remediar mi error?”

Simple, no puedo, ya todo estaba hecho. Después de ver tan conmovedora escena, di un paso al frente y con lagrimas en los ojos pronuncié las palabras que debí decir antes: “Lo siento”. Miré al suelo fijamente y di otro paso. Caminé muy despacio sin dejar de mirar al suelo. “¿Por qué?”, dije una y otra vez mientras las lágrimas salían de mis ojos y quemaban mis mejillas. Mi mirada estaba congelada, crucé la calle sin saber a dónde iba exactamente. “¿Por qué?”, grité con todas mis fuerzas.

¿Qué fuerza anormal me había hecho decir todas

esas cosas horribles? ¿Por qué tenía que alejarme de los que amaban?

Quién sabe, aunque, ver esa desgarradora escena

me hizo pensar. Me sequé las lágrimas, levanté la mirada, volteé a mirar aquel árbol que con su mirada me decía que regresara. Lo hice.

Miré hacia atrás y corrí. Corrí como jamás lo había

hecho, ignorando toda señal de tránsito. Mi corazón latía fuertemente, mis pies avanzaban a gran velocidad y a un destino seguro. Crucé la esquina y disminuí la velocidad. Caminé despacio, pero, segura. Preparé mis palabras, pero, cuando subí la mirada, las personas a

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las cuales había herido y quería disculparme, ya se habían ido.

Y en ese mismo instante entendí, que mi deber era

vagar sola por el mundo.”

Mis ojos aún leían perdidos aquel escrito, mi corazón me exigía llorar, lo hice.

Lloré como nunca antes lo había hecho y como nunca antes lo volveré a hacer.

Lo peor de que estuviera muerta no era nunca más volverla a ver, era nunca más volver a tener la oportunidad de entenderla…

¿Qué había hecho?

¿Cómo pude ignorar su dolor de esa manera tan cruel? Estaba arrepentido, pero, el destino me había quitado la oportunidad de remediar las cosas. Estaba muerta, ¡muerta! ¿Por qué no entendía eso? ¿Por qué dentro de mí aún vivía la pequeña e ilusa esperanza de que aquella chica, no era ella?

Supongo que mi dolor lo atrajo, le llamó la atención y él quiso hablar conmigo.

Por un momento, mi corazón me habló.

—¿Me has preguntado a mí?

Yo lo escuché como un susurro, lo escuché como una voz muda, escuché a mi corazón en el sonido de las hojas que jugaban con el aire, tal como lo había hecho Airyn.

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—N-No… —respondí— Me he preguntado a mí mismo.

—No hables solo, no sabes lo cruel que puedes llegar a ser contigo mismo cuando estás triste o enojado —me dijo—. El ser humano tiene la gran debilidad de dejarse llevar por las emociones y hacerse sufrir —

suspiró, parecía decepcionado—. Durante años, ¡años, amigo mío! He sido yo, quien recibe la culpa de sus malos amores. ¡Yo no me encargo de enamorar a nadie! ¿Por qué no lo entienden?

Sufría, mi corazón… sufría.

—¿Quién hace que nos enamoremos?— me aventuré a preguntar.

Me miró, con una vaga sonrisa. ¿Mi corazón sonreía?

—Su falta de razón.

«¿Razón?» Pensé… Yo perdí mi razón con ella.

—Sí, la perdiste —al parecer, mi corazón sabía lo que mi alma me decía— Pero, fue hermoso, ¿no?

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«¿Hermoso?» Aquella palabra se quedó vagando en mi mente. ¿Había sido tan hermoso que tenía que haber terminado con su muerte?

—Fue hermoso verla todas las mañana junto a ti. —continuó, esta vez, ignorando todo lo que mi ser decía—. Sus besos, sus caricias, sus sonrisas, los momentos juntos. Todo, todo fue hermoso. Sin importar cuánto sufras, todo valió la pena.

—Duele… Duele que todo haya sido hermoso.

—Nadie tiene la capacidad de retirar el dolor de su vida. Por eso, el dolor tiene la misión de hacer fuertes a la personas. —se detuvo un momento— Pero, lastimosamente, la mayoría de las veces, fallan. Se dejan vencer, y el mismo dolor siente dolor. Yo… realmente no entiendo el sentido de auto-compadecerse. No sé porqué tú lo haces. ¿Te hace sentir mejor?

No sabía qué responder.

—Pensar que no tienes razón de vivir, que eres un miserable, que tus sentimientos son fríos, pensar millones de cosas crueles hacía ti mismo, ¿te hace sentir mejor?

Me observó durante un instante. Era yo, el chico que era fuerte con y, gracias a ella, se había convertido en un cobarde.

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Mi corazón calló, y desde ese día, nunca más lo he vuelto a escuchar. Desapareció.

Miré hacía abajo.

Aquel cuaderno, aquel frío portal hacía su verdadero ser, yacía en mis manos. Lo miré de manera cruel, agradeciéndole, pero al mismo tiempo, maldiciendo el día en que lo encontré.

Me encontraba ahí, en la mitad de la nada, sin mucho dinero, con poca ropa, muy posiblemente sin trabajo. Estaba ahí, destrozado.

Continuaba llorando, esta vez, no por ella, sino por mí. ¿Quién era yo para ella? ¿Qué clase de monstruo había sido? No me importaba el hecho de que se encerrara, ¡tenía que sacarla! Ese era mi trabajo, si yo era su futuro esposo debí entenderla justo en ese momento.

¿Fui tan ciego, Dios, tan ciego? La ira me invadía.

¿Qué hice?, dije, ¿Airyn se merecía mi incomprensión?

Yo no era nadie, nadie sin ella.

Pasé el resto del día sólo, tirado en una cama, muriendo.

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Nuestra promesa de amor eterno.

Capítulo 10

Escuché tu risa.

Abrí los ojos y te vi, te escondías detrás de un gran árbol que ambos conocíamos. Te miré, y no pude evitar mirar al árbol también. Era aquel en el cual habíamos tallado nuestras iniciales y nos habíamos jurado amor eterno. Te escondías como una pequeña que no quería ser vista.

¡Te veías hermosa! Hacía mucho tiempo que extrañaba verte tan brillante y tan hermosa, extrañaba a la simple Airyn de la cual me enamoré.

Llevabas un vestido blanco que remarcaba, de una manera única, tu figura. Era un vestido de novia, con la cola larga y una bella corona en tu cabeza. El velo colgaba desde tu cabello, ¡oh, tu cabello! Largo y de color rojo carmesí, rojo ardiente. Solo tú podías lucir tan perfecta en aquellas ropas, solo tú.

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Parecías una niña; con una gran sonrisa en tu rostro, jugueteando con tus cabellos y mirándome. Mirándome cómo solo tú podías hacerlo.

Me levanté rápidamente y fui detrás de ti. Noté que tenía un traje elegante que combinada con el tuyo.

¿Por qué estaba vestido de tal manera? La felicidad era tan grande en aquel momento que no me

importó.

Escapaste de mis brazos y continuaste hacía aquel valle de flores. Levantabas tu vestido para poder correr más cómodamente, gritabas: “No podrás alcanzarme” “Princesa, no sabes de lo que soy capaz de hacer por ti” pensé. No quería gritar, solo quería escucharte.

Te alcancé, y al abrazarte por la espalda, caímos al suelo. Un pastizal verde y cálido nos acompañaba, calladamente, en aquel beso sublime.

Detuviste el beso al notar algo extraño en mí y me miraste.

—¿Por qué lloras?— preguntaste de repente.

Te miré y clavé mis ojos en ti. Eras tú, Airyn, eras tú. Esos ojos grises, esas facciones indescriptibles que solo tú tenías. Esa paz incomparable que te rodeaba. De verdad, y después de tanto tiempo, me di cuenta, eras tú.

Continuabas mirándome, no respondí. Simplemente, me acerqué y te besé suavemente.

—No es nada. Sólo te extrañaba.

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Sólo eso.

Sonreíste, me tomaste de la mano y te levantaste.

—¡Vamos! O llegaremos tarde— dijiste, entusiasmada.

—¿Tarde? ¿A dónde?

Al parecer, ignoraste mi pregunta y corriste, jalándome con fuerza. Tenías prisa de llegar a un lugar, el cual, yo desconocía.

A lo lejos observé algunas sillas, un pastor, un piano y un… ¿altar?

Después de correr un poco más, llegamos. Me tomaste de la mano y te arreglaste.

—No te toques —dije tomando tu mano y

poniéndola de nuevo en mi brazo—, estás hermosa. —sonreíste a mi cumplido. —Airyn… —me acerqué a tu oído lentamente— ¿Qué hacemos aquí?

No respondiste.

Llegamos hasta donde el pastor se encontraba.

—Estamos aquí reunidos, ante los ojos de Dios y ante los ojos de las personas aquí presentes, para

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presenciar la unión de estas dos almas enamoradas. —pronunció aquel extraño hombre.

¿Unión? No sabía de qué hablaba. No me digas que…

Miré a mí alrededor y noté la decoración; las velas, las flores, el altar encima de nosotros y el piano,

que encima tenía unas letras que decían:

“Recién casados”

Aquel lugar, aquel momento, aquella situación, todo. Me di cuenta de que… ¡Era nuestra boda! ¡Nuestra hermosa boda! La que nunca tuvimos gracias a tantos problemas.

Mi interior estalló en felicidad. No me contenía, quería gritar, quería llorar, era feliz. Por fin, después de tantas lágrimas, después de tantas tragedias, era feliz. Era realmente feliz.

No me importaba que el lugar estuviera solo, estaba contigo.

Cuando el pastor terminó, y ambos dijimos “acepto” con una gran sonrisa en nuestros rostros, corrimos.

Corrimos hacía aquel árbol y regresamos, ya casados, a nuestro árbol. Al lugar dónde comenzó nuestro amor.

Nos recostamos, tenías tu cabeza en mi hombro y yo la mía en el árbol. Los anillos que llevábamos nos acompañaban en aquel momento de felicidad.

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Solo se escuchaba a la naturaleza, solo escuchábamos el latir de nuestros corazones, solo escuchábamos el sonido puro del amor.

Silencio, solo silencio. No teníamos nada que decirnos. Nada.

Pero, no todo puede ser perfecto. El amor perfecto, no existe.

Te escuché, por primera vez en mucho tiempo, pero, escuché algo que debiste callar.

—¿Por qué viniste?— preguntaste, de repente. Me extrañé un poco, no sabía de qué hablabas.— ¿Por qué viniste a buscarme?

Nuevas sensaciones crecían en mi interior, de nuevo. La felicidad, la felicidad de nuestra boda, fue tan efímera que mi cuerpo no se adaptó al cambio tan brusco y no respondió.

Te escuché llorar. Lloraste hundida en mi pecho. ¿Por qué llorabas?

—No lo entiendo… Te dejé para que fueras feliz, sin mí. ¿Por qué regresaste a este lugar?

—Y-Yo… —me congelé. ¿Qué era todo esto?— No podía seguir sin ti… Tenía que saber qué había pasado contigo… No podías haber muerto, ¿verdad?

—No estoy muerta.

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Esas palabras. Esa mentira, tan afilada como mi propio dolor. La creí, la creí porque necesitaba de sus mentiras. Prefería vivir en bellas mentiras, porque ya no soportaba el dolor de la realidad.

Ya no más.

—Yo sé que no lo estás.

—Ella es cruel.

—¿Quién?

—La vida.

Besé tu frente y sonreí.

—No sabes qué tan cruel ha sido conmigo desde que te dejó partir.

Agachaste tu cabeza, ¿ya no querías verme?

—El destino me obligó a irme. Pero, ahora. Te pediré un favor…

Te detuviste, me miraste y hablaste de nuevo.

—Espérame. Espérame, de nuevo. Otra vez y por siempre.

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—Esperarte, pero, ¿de qué hablas?

Me ignoraste y te levantaste. Me estabas dejando, por segunda vez.

Tu mirada se perdía en el horizonte, la brisa

levantaba tu vestido y alborotaba tu cabello, sin impedir que te vieras hermosa. Lucías como una diosa que está esperando en las puertas del Olimpo, así de majestuosa te veías.

Hermosa, pero cruel. ¿Cómo podías decirme eso de nuevo?

—Tengo que irme, debo irme. Regresé por una razón: tenía que dejarte el recuerdo más hermoso de nuestra relación. Nuestra boda, ese es mi regalo para ti.

Volteaste a verme, esta vez, tu sonrisa ya no brillaba, estaba siendo opacada por la tristeza del momento. Solo podía verte, sin pronunciar ni una sola palabra.

—Creí que al irme, me abandonarías, que te irías, que serías feliz.

—¡Nunca! —ya era hora de hablar. No te iba a dejar ir. Me levanté, y quedé justo detrás de ti.— Airyn, no hagas esto. Quédate conmigo, por favor. No sabes cuánto me dolió tu partida.

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—Sí, lo sé, porque fui yo quien escapó de tu amor. Roberto… —volteaste a verme y tomaste mi mano— Por favor, escúchame.

—Habla… y yo te escucharé.

—Debo irme, es lo que mi corazón me pide que haga. Esta vez, ya no escaparé de ti. Me iré porque tengo cosas que terminar en el lugar al cual pertenezco.

—¡Tu lugar es conmigo!

¿Por qué te querías ir de nuevo?

—No entiendes, me duele esto. Me duele mucho. Pero, te juro —acariciaste mi cuello y te acercaste a mi rostro—, te juró que regresaré. No te dejaré solo, confía en mis palabras.

Estaba temblando, ¿por qué Airyn, por qué?

Suspiré, el amor se basa en confianza. Confiaré.

—Te esperaré… Lo haré.

—No te vayas de este lugar, no te vayas de ese hotel, no regreses a tu trabajo, no hables con nadie. Sé ciego y sordo al mundo. Sé mío, sé solo mío.

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—¡No lo haré! Ni hoy ni nunca, soy tuyo, mi vida. Solo tuyo…

Pude ver cómo brillabas, eras radiante. Eras mi esposa, mi mujer, mi novia, mi vida. Confiaba ciegamente en ti, solo en ti.

Despacio, te quitaste tu anillo de bodas y me lo

entregaste.

—Te dejo esto, para que sepas que mi juramento es verdadero. Para que sepas que mi amor por ti, nunca se acabará.

Lo tomé con lágrimas en los ojos. No podía creer que tenía que dejarte ir. Sentiste mi dolor y me besaste de la manera más dulce y suave posible. Pude sentir a la tierna Airyn que me había enamorado, te pude sentir. Y fue ese sentimiento el que mantuvo viva la llama de nuestro de amor.

—Ahora —interrumpiste el beso y hablaste—, debo pedirte un último favor…

Tomé tu mano, cerré mis ojos y acaricié mi rostro con el tuyo, no importa qué cosa ibas a decir, yo te iba a escuchar.

—Roberto, ya es hora de despertar.

Me detuve.

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—¿Despertar? —te miré confundido— Estoy despierto, aunque crea que esto no es real, es lo más real que me has permitido sentirte.

—¿Cómo es eso posible?

—Solo yo entiendo la manera en que te amo, solo yo.

Bajaste tu mirada, cosa que no pude soportar.

—No… No hagas eso. No puedo, Roberto, me duele.

—No tienes porqué irte. Te prometo una vida, una vida mejor que la anterior.

Te abracé, colocando tu cabeza en mi regazo. Debías descansar, debías desahogarte, debías ser la

niña pequeña que siempre ahogaba sus penas en lágrimas.

—Si estás triste, llora— te dije.

—Por favor, Roberto, despierta— respondiste hundida en llanto. Solo pude abrazarte fuerte, no sabía de qué hablabas, pero no quería despertar.

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—No sé a qué te refieres…

—Esto, esto no es real, despierta… Y no me olvides, no olvides mi juramento, no te olvides de mi amor, por favor, nunca dejes de amarme. Espérame…

No hablé.

Tomé una gran bocanada de aire y regresé a la realidad. Mis ojos estaban empapados en lágrimas, mi mente estaba confundida y perdida, mi cuerpo temblaba de frío, había estado soñando.

Cerré mis ojos de nuevo, tenía que regresar a ese mundo de fantasía donde era feliz contigo. No pude, simplemente no pude. Apreté mis puños gracias a la impotencia que me invadió. Sentí algo duro en una de mis manos, tomé el objeto con mis dedos, lo levanté a la altura de mi rostro y lo miré; era tu anillo. Tu bello anillo color plata, estaba ahí, en mis manos. La felicidad regresaba a mí, volví a nacer en ese pequeño instante y por esa pequeña razón. Tú eras real, el sueño había sido real.

Me levanté de la cama y me dirigí a la ventana. Me recosté en el marco de madera, y miré hacía afuera. Ya había anochecido y el pueblo se encontraba dormido, mi cuarto estaba oscuro, al igual que las calles que pasaban enfrente de mis ojos.

Sentí una suave brisa chocar tranquilamente con mi rostro, sabía que eras tú. Estaba seguro, observando a mi fiel amiga; la luna, que tú estabas viva y que aquel sueño había sido real, más real que nosotros dos juntos.

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Tu juramento se quedó grabado en mi pecho, tus palabras en mi corazón, y nuestro amor, nuestro extraño amor, se quedó grabado en la historia del mundo.

Donde quiera que hayas estado, te esperé, justo en ese lugar. Nunca me fui, porque mi amor fue fiel a tus palabras, mi amor fue un loco. Un loco que creyó en un sueño y se quedó esperando, hasta su muerte, tu regreso.

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Nostálgico ayer, que hoy se convierte en solitaria actualidad.

Roberto Arias, fue un reconocido médico forense de la Ciudad de México. Aclamado y exaltado por su impecable trabajo durante sus años de estudio, y además, fue claramente admirado por tantos logros alcanzados con tan sólo 28 años. Sin embargo, era un hombre con una personalidad perdida. Trató de encontrarse así mismo, sin resultado alguno. Terminó sólo, increíblemente sólo, por motivos desconocidos.

Siguió a su corazón, y nunca debió seguir a ese loco.

Los años pasaron, y fueron crueles. Ahora, era un hombre viejo, terco, callado y solitario.

Después de aquel sueño, su vida nunca fue la misma. No volvió a hablar con alguien más, se encerró en ese cuarto a escribirle cartas a Airyn para cuando regresara. Tenía una gran colección de sentimientos encapsulados en hojas de papel. Esa era la única manera de hablar con ella.

Pasó sus últimos días en un asilo, ya que, en el

momento en el que se le acabó el dinero, empezó a trabajar en el hotel y, con 70 años, ya no podía limpiar aquel lugar. Por eso, gracias a un acto de buena fe lo dejaron en un hogar para ancianos que quedaba cerca de la Ciudad de México. Luchó con todas sus fuerzas

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para no irse, puesto que si se iba, Airyn no podría encontrarlo.

Al final, se rindió, creyó que su corazón la llamaría al lugar donde él estuviera, creyó que ella siempre lo estaba escuchando. Por eso no hablaba, pensaba, para que el aire se llevara sus pensamientos y se los entregara, directamente, al corazón de su esposa.

Llevó consigo aquel anillo en el momento de su muerte, nunca se apartó de él. En el instante de su partida, justo antes de su último suspiro, la recordó.

Recordó porqué la fue a buscar, recordó cómo ese cuaderno lo atormentó, cómo, desde aquel sueño, nunca más lo volvió a leer. También recordó su soledad.

La soledad fue su despiadada amiga durante toda su vida, nunca tuvo compasión de él. Pero, Roberto aprendió a hacerse fuerte con el dolor, tal como su corazón le había dicho.

Murió con dudas, en realidad, con solo una: ¿Era todo real?

Fue lo único que se preguntó momentos antes de reunirse con la muerte, fue lo único que lo hacía dudar de ella, ¿era todo real? O… ¿Había sido la soledad tan cruel que lo había obligado a crearse un amor eterno que nunca existió?

Estuve ahí en todo momento, así que sí; todo lo que había vivido era irreal, todo había sido una mala jugada del destino, todo había sido inventado por su mente. Su soledad lo llevó a tal punto de la vida, de inventarse un amor imposible. Se obligó a sí mismo a creer en el amor. Su vida era irreal, y hasta él mismo también podría llegar a serlo.

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Pero, el centro de su vida, la razón de su inexistencia, el único aliento que lo mantenía en pie… Airyn… Ella, no era real. Nunca lo fue, y sin importar qué tanto su ser lo deseara, nunca iba a serlo. Su amor nunca fue real. Ella, simplemente, no era real.

Pero, al final, ¿quién realmente lo es?

Fuera real o no, su amor fue fuerte, sus

palabras fueron verdaderas y sus actos, siempre, estuvieron basados en la confianza que él le brindó a aquella chica que nunca existió. Después de escribir sus cartas, solía leerlas una y otra vez para imaginar cómo se sentiría Airyn y así, no herirla con sus letras. Su última carta fue la más dolorosa de todas, porque nadie la leyó, ni él mismo. Su última carta, aunque fue para Airyn, fue leída por el aire, solo por él…

“Mi último suspiro, va dedicado a nuestros recuerdos.

¿Recuerdas esa montaña que solíamos atravesar los dos, todas las mañanas cuando no éramos más que amigos? ¿Recuerdas esas noches en vela viendo películas, leyendo y jugando juegos de mesa? ¿Recuerdas aquel beso que te robé en aquella noche de viernes? ¿Recuerdas que correspondiste?... Yo sí.

No recuerdo muy bien el momento en que todo se volcó de cabeza, no recuerdo el momento en el que comenzaste a alejarte… Hoy ya no recuerdo si soy lo que soy, o lo que dejé de ser.

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¿Recuerdas aquel poema que te dediqué? ¿Aquel abrazo que me diste en aquella cabaña que sólo tú y yo conocíamos? ¿Recuerdas que nos amamos como si cada día fuese el fin del mundo? ¿Sabes que sigo enamorado de ti?

Aún recuerdo esas cartas de amor que recibías de esos otros chicos; recuerdo que pasábamos horas riéndonos de sus ridiculeces, y también recuerdo que de las únicas estupideces que no te reías eran de las mías.

Recuerdo aquellos sándwiches que compartíamos

antes de irnos a dormir, y recuerdo que me pedías cada noche en esa cabaña que te abrazara, que sentías frío cuando en realidad tenías miedo de la oscuridad. Recuerdo cuando llorabas viendo aquellas películas que hoy en día aún guardo; parecías una niña pequeña sin su bombón: tan indefensa, tan tierna, tan transparente. ¿Recuerdas tu nombre junto al mío en aquel árbol verde e inmenso que sólo tú y yo conocíamos? ¿¡Recuerdas aquel domingo en la cascada!? Recuerdo que nos besamos bajo la lluvia natural del agua cristalina, recuerdo que te dije: Te amo. Recuerdo que tú respondiste: Yo también…

¿Por qué todo esto se tenía que acabar? ¿Por qué te tenías que ir? Si apenas resuena tu nombre en mi mente no logro parar las lágrimas, las lágrimas de mi corazón. Recuerdo tu sonrisa, tus ojos azules que se tornaban marrones en la oscuridad y verdes en el despertar del alba. Recuerdo tus labios… tus rojizos labios naturales, aquellos que besaba día y noche, siempre que tú me lo permitías... Sabían a fresa, a miel. Recuerdo tus manos suaves, blancas y frías como la nieve; recuerdo cuando tocaban mi cara, recuerdo que

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eran esas mismas manos aquellas que acariciaban mi pelo, recuerdo que eran esas mismas que apretaban mis manos cuando estabas nerviosa.

¿Recuerdas tus cambios de temperamento? ¿Aquellos cuando odiabas que yo te llevara la contraria? ¿Recuerdas cuando la tarea de matemáticas te hacía mi enemiga? Yo sí recuerdo, recuerdo tu mirada furiosa, tus labios mordidos por tu dentadura, recuerdo tus manos empuñadas hasta el punto que se ponían moradas.

¿Recuerdas cuando te perdonabas? Yo recuerdo

cuando me negaba, y tú me mordías la oreja, me besabas el cuello, y me ponías de peluca tu pelo rojizo. Recuerdo que no podía hacerme el molesto, que no podía de la risa y me dabas un motivo más para amarte cada día más.

¿Recuerdas nuestras vacaciones en aquella Villa? ¿Recuerdas que te propuse matrimonio en la pequeña cerca que nos separaba uno del otro? Recuerdo que aceptaste casi radiante de felicidad, recuerdo que amaba tu ideología, recuerdo que amaba la forma en que veías el mundo, recuerdo que pensaba que eras diferente, que jamás nada nos separaría, porque sabía que pasara lo que pasara seguiríamos juntos en las buenas… Y en las malas.

¿Recuerdas cuando me gritaste: “Te odio”? Dos simples y mundanas palabras, palabras que jamás pensé que dirías, palabras que me hirieron. ¿Recuerdas que no aguantaste verme llorar cuando terminaste de decirlas? ¿Recuerdas que una tarde de abril me dijiste que saldrías un momento? ¿Recuerdas que nunca volviste?

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¿Qué si te busqué? Como un loco. ¿Qué si aún te

busco? Todos los días, te busco y te encuentro en cada uno de los recuerdos que me dejaste. Recuerdo que me prometiste amor eterno. ¿Sabes? Yo aún te creo… Aún creo que las cosas pueden cambiar… aún creo que no me dejaste, creo en ti más que en mí y más aún… creo que algún día de estos volverás. Te amo más que ayer, más que aquel momento en que me dejaste aquí, sólo y abandonado. Ahora soy yo el que siente frío y miedo en las noches, soy yo el que cambia de temperamento al no saber muy bien porqué te has ido, soy yo aquel que llora a escondidas en las noches, y aquel que sonríe en la mañana a las enfermeras para hacerles creer que estoy bien y mejor cada día.

No quiero nada más que no sea tu presencia… te extraño, soy muy frágil, lo sé… Creo que ya no es necesaria esta mala vida sin ti, no necesito de ella, la consciencia me pesa, los ojos se me cierran… ¡No sentiré nada más que paz si logro desconectarme de este maldita sufrimiento! No me importa si me voy al infierno; sin embargo, no hay peor infierno que estar muerto en vida, con la esperanza de querer verte una vez más. Por eso me voy, estoy seguro que nadie me extrañará, de mi cumpleaños número 70 sólo se acordó mi enfermera de turno; y eso porque lo vio en la tableta.

¿Recuerdas cuando éramos felices? Yo sí, y desgraciadamente aún soy feliz con los recuerdos que dejó el ayer, pero ya no aguanto más. Por eso, le dejo esta carta escrita al aire, esta carta escrita por la soledad, por la melancolía, por la falta de ganas de vivir.

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Te dedico esta carta a ti: Airyn, por siempre mi amor por ti.

Te ama, aquel que nunca te dejaría sola, aquel que nunca te sería infiel de pensamiento, aquel que se hace llamar Roberto. Prometo ir a buscarte cuando mi cuerpo se aliviane.”

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Autobiografías.

¿Quiénes somos?

¿Quién soy yo?

La considero una pregunta muy interesante, por el simple hecho de que ni yo misma sé quién soy… Me gusta la lectura, me encanta la escritura y me apasiona la música; las tres cosas más perfectas del mundo.

Amo sentir el mundo bajo mis pies, sentir la paz que nunca he tenido, amo ser alguien que no soy, porque no me conozco. ¡Amo crear historias! Historias donde todo es posible: donde la felicidad no se acaba, donde la oscuridad es luz, donde el amor es tan poderoso que, sin importar que seas demonio, puedes enamorarte de un humano. En mis historias, creo mi mundo; el mundo que no puedo crear en la realidad porque ella misma no me deja.

Esa soy yo, una chica amante de las cosas imposibles y amante de las cosas imaginarias en la realidad.

B. Mack Stefan (María Stephannye Salazar)

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Sé que no te voy a interesar, pero querido lector, lo leerás. ¿Quién soy yo?

Es una pregunta que siempre me he hecho, es una pregunta en la cual reflexiono todos los días, pero, nunca le he podido encontrar una respuesta, y pues si

yo no lo hago. ¿Quién lo hará? Soy una persona como todas las demás, le huyo al dolor cuando puedo, trato de ahogarme en mis problemas, amo molestar a mis amigos, amo leer libros sobrenaturales, o películas de amor independientes. Como a todo joven, la música es parte integral de mi vida diaria.

No hay nada mejor, que caminar por un hermoso parque, en un día nublado escuchando música, y no pensar, solo ver, admirar y seguir el curso de la vida.

Esteban Gómez.

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