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Sara Alonso Diez1º de infantil
CONÓCELE Y ACTÚA EN CONSECUENCIA
“Pareces tonto”, “Eres siempre tan vago”, “Apréndetelo y ya lo entenderás” “Mira Juan que
bien lo hace, y ahí estás tú que por más que te lo explico no lo entiendes”. Tristemente estas
expresiones no nos resultan extrañas. No faltan profesores que abusan de todo esto sin ningún
tipo de consciencia acerca de cómo puede repercutir en sus alumnos. Sabemos que decir esto
no está bien y que probablemente va a influir en el alumno de forma negativa, pero no
podemos quedarnos ahí. Muchos profesores delegan toda la responsabilidad en sus alumnos,
pero ¿realmente son ellos los culpables de “no dar la talla”, de no llegar a lo que se les pide?
No podemos decir que un alumno parece tonto porque no consigue hacer una determinada
tarea, en un determinado momento y a un determinado ritmo. No podemos decirle que
siempre es un vago y que no hace nada, sin ni siquiera preguntarnos cuál será su situación
personal, familiar o los problemas por los que puede estar pasando. No podemos decirle que
se lo aprenda de memoria y que con el tiempo ya lo entenderá, ni podemos compararle con
los demás. No podemos, ya no solo por cómo le hará sentir, sino porque son aspectos que
muchas veces no dependen del niño. Él no es el encargado de entender solo las cosas, somos
nosotras las responsables de elegir los medios, proporcionar las experiencias, los recursos
adecuados para que el niño consiga alcanzar el aprendizaje que pretendemos. Tampoco es el
niño “culpable” de no poder hacer las cosas a la misma velocidad que su compañero. Cada
niño es un mundo, un mundo que se está desarrollando de forma distinta a los demás, y al que
los profesores se tienen que ajustar para que así el alumno pueda seguir aprendiendo,
evolucionando y construyendo esquemas para adaptarse a las distintas situaciones de la vida.
Ya han pasado varios meses, y llegados a este punto tenemos una serie de ideas sobre cómo
son los niños de nuestras aulas, cómo aprenden, qué ayuda necesitan y cómo dársela
eficazmente. En nuestra aula, vemos a Ausubel al fijarnos en “la mochila” con la que cada uno
de nuestros niños llega, llena de sus intereses, motivaciones y experiencias previas. Vemos a
Vygotski y a su zona de desarrollo próximo siempre que hacemos una actividad con un niño
con la intención de que desarrolle sus potencialidades. Ya hemos averiguado lo que sabe
nuestro alumno; ahora es el momento de ponerle una resta de tres cifras en lugar de dos.
Probablemente no sepa cómo hacerlo, pero para eso estamos nosotras, para ayudarle con lo
que aún no puede hacer por sí solo pero sí con nuestra ayuda.
Y no solo debemos ayudarle, sino también crear momentos de desequilibrio (retos) para
provocar que se del proceso de construcción de nuevos esquemas. Pilotar al alumno hacia la
meta hasta que sea capaz de llegar autónomamente; y de nuevo, plantear situaciones de
mayor complejidad, repitiendo así el proceso. Podemos ver aquí también a Brunner con su
“andamiaje”. Vamos dando pequeñas ayudas, peldaños, que conduzcan al alumno con su
práctica hacia el éxito. La clave está en saber el nivel de desarrollo que tiene cada uno de
nuestros alumnos para ajustar nuestra acción, proporcionando las experiencias (no siempre las
Sara Alonso Diez1º de infantil
mismas para todos, o de igual dificultad) según su grado de desarrollo cognitivo, afectivo y
motor. Desde estos niveles, y como sabemos gracias a Piaget, tenemos que plantear las
situaciones convenientes para que cada niño asimile la realidad a sus esquemas de
conocimiento, los acomode según las exigencias del objeto y acabe por adaptarse a esa nueva
realidad, creando un equilibrio dinámico y “mayorante” que desarrolle su inteligencia.
Como profesoras, queremos que este desarrollo sea pleno y exitoso. Queremos que nuestros
niños se construyan como personas inteligentes, pero no solo referido al ámbito del
pensamiento, sino también al afectivo y moral. Buscamos “crear” futuras buenas personas que
puedan vivir felices consigo mismas y en sociedad, que sean críticas, reflexivas, que sientan,
que se emocionen, que respeten.
Podemos pensar que el desarrollo de estas capacidades no es cosa nuestra, pero tenemos que
ser conscientes de que en la medida de lo posible es nuestra responsabilidad crear las
situaciones (directas o indirectas) para que los alumnos desarrollen todos estos valores,
sentimientos, capacidades y aptitudes. Mientras no nos sintamos encargados de promover la
educación moral, mientras no nos demos cuenta de que podemos influir también aquí, de que
podemos enseñarla, no seremos capaces de llevarla a cabo. Y si no lo hacemos, estaremos
esquivando una responsabilidad importante como profesoras. Solo necesitamos buscar
métodos adecuados (dilemas, etc.) y tener una actitud que sirva de referente y buen ejemplo
de todos esos valores que queremos transmitir. Necesitamos implicarnos, esforzarnos, para
que el desarrollo que se produzca en nuestros alumnos sea un desarrollo integral.
Así que abramos nuestro paraguas y organicemos nuestra acción educativa en función de las
necesidades de cada alumno. Conozcámosles individualmente y entendámosles. Vamos a
darles todas las oportunidades que necesiten y a tener las más altas expectativas. Los límites
no los ponen ellos, sino nosotras. Y es que es cuando comprendemos cómo es cada uno de
nuestros niños, cuando estamos convencidas que ningún desarrollo está predeterminado ni es
fijo y cuando entendemos que nuestra ayuda es determinante para que se dé la mejor
evolución posible en todos los niños es el momento en que empezamos a ser mejores
profesoras. Porque sabemos que una grandísima parte del aprendizaje de nuestros alumnos
está en nuestras manos.