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Resident Evil Código Veronica

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RESIDENT EVIL VOLUMEN SEIS

CODIGO VERONICA

S.D. PERRY

S. D. PERRY

RESIDENT EVIL 6

CÓDIGO VERÓNICA

Para Jay y Char, dos lectores fieles,dos locos de atar

Sin duda, los hijos del mal han perdidola cordura.

JUDITH MORIAE

Nota del autor

Lo más probable es que los lectores másfieles de esta serie ya hayan leído estanota aclaratoria, pero, por favor,permitid que la repita:

Puede que hayáis notado la existencia dediscrepancias entre personajes omomentos concretos entre las novelas ylos juegos (o ente unos libros y otros).Debido a que las novelizaciones y losjuegos se escriben, se revisan y seproducen en fechas distintas porpersonas distintas, la coherenciacompleta es casi imposible. Tan sólopuedo disculparme en nombre de todosnosotros, y tener la esperanza de que, a

pesar de los errores cronológicos,continuaréis disfrutando de la mezcla dezombis corporativos y de héroesdesventurados que convierten ResidentEvil en algo tan entretenido… deescribir, y, si soy afortunado, de serleído.

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Prólogo

A pesar de estar enfrentándose a su

muerte, ya cercana, y de estar rodeadode enfermos y moribundos mientras losrestos ardientes del helicóptero seguíancayendo a su alrededor, en lo único queRodrigo Juan Raval pudo pensar fue enla chica. En ella, y en quitarse de enmedio como fuese.

Ella también va a morir… ¡Lárgate!

Se lanzó de cabeza para ponerse acubierto detrás de una lápida sin nombremientras el pequeño cementerio seestremecía y retumbaba. Un enormetrozo del helicóptero humeante seestrelló contra el suelo en la parte másalejada del camposanto y roció a lossoldados y a los prisioneros, todos en

distintas fases de putrefacción, conchorros de combustible en llamas. Unosarroyos relucientes de gasolina ardiendorecorrieron el suelo como lavapegajosa, y cuando Rodrigo se estrellócontra el suelo, sintió un dolor tremendoen la boca del estómago: dos de suscostillas se partieron al chocar contra untrozo de mármol oscuro semienterrado yoculto bajo las malas hierbas queinundaban el cementerio. El dolor fuerepentino y terrible, paralizante, pero dealgún modo logró no desmayarse. Nopodía permitírselo.

La pala de un rotor se hundió en el sueloa menos de medio metro de él y lanzó unsurtidor de tierra suelta al cielo del

anochecer. Oyó un nuevo coro degemidos cuando los portadores del virusprotestaron sin palabras por aquellalluvia de fuego. Un guardia infectadopasó cerca de él arrastrando los pies,con el cabello envuelto en llamas y unosojos sin vista que seguían buscando sincesar.

No sienten nada, nada de nada, serecordó Rodrigo a sí mismo con ciertaurgencia desesperada, y se concentró ensu respiración, temeroso de moversemientras el dolor pasaba del deseo delanzar aullidos al de simplemente gritar.Ya no son humanos.

El aire estaba cargado de humo

asfixiante y del hedor de cuerposputrefactos y de carne quemada.Distinguió el estampido de unos cuantosdisparos en el interior del edificio de laprisión, pero fueron muy pocos. Labatalla se había acabado, y habían sidoderrotados. Rodrigo cerró los ojos todoel tiempo que se atrevió, bastante segurode que no volvería a ver amanecer. Vayamierda de día.

Todo aquello había comenzadoprecisamente diez días antes en París.La chica, Redfield, había conseguidoinfiltrarse en la sede administrativa deUmbrella y había luchado con ferocidadantes de que el propio Rodrigo lahubiera capturado. La verdad es que

había tenido bastante suerte: el arma dela chica ya no tenía balas cuando lehabía apuntado y apretado el gatillo.

Sí, vaya, mucha suerte, pensó conamargura. Si hubiese sabido lo que leesperaba, quizá hasta le hubierarecargado el arma él mismo.

La recompensa por capturarla con vida,la oportunidad de llevar a su unidad deseguridad de élite para que se entrenasecon auténticos portadores del virus enlas instalaciones de Rockfort, una islasituada en un lugar remoto del AtlánticoSur. La chica acabaría como otroespécimen para uso de los científicos, oquizá la mantuvieran con vida para que

sirviera como cebo para atraer a suproblemático hermano y a los demásprotagonistas de aquella rebeliónprotagonizada por los antiguosmiembros de los STARS

de la que Rodrigo no dejaba de oírrumores. El resultado de la incursión dela chica en las 3

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oficinas había sido de diecisiete heridosy cinco muertos. La mayoría de ellos noeran más que ejecutivos inútiles, y a

Rodrigo le importaban una mierda, peroatrapar a la muchacha significaba quepodía esperar un buen aumento de paga.Por lo que a él se refería, Umbrellapodía convertirla en una cucarachagigante de neón. Seguro que habíanhecho cosas peores.

Le pareció de nuevo que había tenidomucha suerte cuando le dijeron quedisponía de diez días para preparar asus tropas, diez días mientras losinterrogadores de la sede centralacribillaban a preguntas a la chica. Elviaje de París a Rockfort con escala enCiudad del Cabo había transcurrido sinproblemas. Los pilotos eran unosprofesionales de primera clase y la

chica había mantenido la boca cerrada,lo que había sido muy inteligente por suparte. Todos sus hombres habían sidoaleccionados para aprovechar aquellaoportunidad. La moral era muy elevadacuando aterrizaron y comenzaron lospreparativos para los primerosentrenamientos.

Sin embargo, menos de ocho horasdespués de que llegaran a la isla, y sóloera la segunda vez que estaba allí, todoel lugar había sido atacado conferocidad por gente desconocida en unaincursión aérea de precisión surgida dela nada. Sin duda lo había financiadoalguna corporación empresarial, porqueutilizaron tecnología avanzada y

munición como si no se les fuera aacabar nunca. Los helicópteros yaviones los habían sobrevolado comouna oscura tormenta de pesadilla. Elataque había sido bien planeado einmisericorde. Por lo que él sabía,habían atacado todas las instalacionesde la isla: la prisión, los laboratorios, lazona de entrenamiento… Creía que lacasa de los Ashford se había salvado,pero no estaba muy seguro de ello.

El ataque aéreo fue devastador de porsí, pero no fue nada comparado con loque ocurrió a continuación: en algunasde las partes de la zona de loslaboratorios se guardaban muestras demedia docena de variantes del virus T,

que se había propagado, además de lahuida de unos cuantos especímenes dearmas biológicas experimentales. Lasmuestras del virus T convirtieron a loshumanos en caníbales con el cerebroachicharrado.

Se trataba de un efecto secundariodesafortunado, pero en realidad no habíasido creado para utilizarlo en la gente.Gracias a los logros milagrosos más quecuestionables de la ciencia moderna, lamayoría de los organismos sujetos a laexperimentación no eran humanos ni deforma remota, y el virus los transformóen máquinas de matar.

Se había producido un caos tremendo.

El comandante de la base, aquel locoinquietante llamado Alfred Ashford, nohabía movido ni un dedo para organizarla resistencia, de modo que les habíatocado a los soldados de la tropaencargarse de todo.

Los prisioneros, como era evidente, nohabían servido para nada, pero en elterreno había soldados suficientes paramontar una defensa y un contraataquetremendamente ineficaces. Susmuchachos habían caído casi con lamisma rapidez que todos los demás,aniquilados de camino al helipuerto porun trío de OR1, los ejemplares sobre losque los científicos estaban probando enese momento el virus T.

Todo aquel entrenamiento perdido enpoco más de un minuto o dos. Los OR1eran especialmente feroces y agresivos,muy violentos y con una gran potenciamuscular. Por suerte, tan sólo habíanescapado unos pocos…, pero habíansido más que suficientes. Los soldadoslos habían bautizado comobandersnatches, 1 por sus largasextremidades. Le pareció divertido quelos miembros de su equipo hubierantenido tanto cuidado en no quedarinfectados por el virus —se colocaronlas mascarillas respiratorias protectoras—, y al final, de todas maneras, habíanmuerto a manos de una forma del virus.

1 Monstruo que aparece en

Jabberwocky, un relato de LewisCarroll, el autor de Alicia en el País delas Maravillas. (N. del t.) 4

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Al menos, todo ocurrió muy deprisa,antes incluso de que se dieran cuentadel problema en que estaban metidos,pensó, mientras los envidiaba por laesperanza que habían tenido.

Estaba herido, agotado, y había vistocosas que sabía que lo perseguirían a lolargo de toda su vida, por muy corta que

fuese. Ellos tuvieron suerte.

Rockfort se había convertido en unasucursal del infierno en la Tierra. Aquelvirus creado por el hombre no durabamucho en el aire, y sólo había infectadoa la mitad de la población de la isla…,pero los que habían caído enfermoshabían empezado a devorar a la otramitad de forma casi inmediata, por loque habían extendido la plaga. Algunoshabían logrado escapar a todo aquello,pero entre los infectados y las armasbiológicas, huir de la isla se habíanconvertido en una opción casiimposible. Todo el lugar estaba patasarriba.

Quizá así es como debe ser. Quizá es loque todos nosotros nos merecíamos.

Rodrigo sabía que no era un individuodel todo malo, pero no se engañaba:también sabía que no era uno de loschicos buenos. Había cerrado los ojos aciertas situaciones infames de verdad acambio de una buena paga, pero pormucho que le hubiese gustado achacar laculpa a todos los que lo rodeaban, nopodía negar su pequeña participación entodo aquel pandemónium apocalíptico.Umbrella había jugado con fuegodurante mucho tiempo…, pero inclusodespués de la desaparición de RaccoonCity como ciudad, después de losdesastres en la Ensenada de Calibán y

en las instalaciones subterráneas, éljamás pensó que algo así pudierapasarles a él y a su equipo.

Otro cadáver ambulante pasó al lado desu escondrijo provisional. Una descargade escopeta bastante reciente le habíaarrancado la mandíbula inferior.Rodrigo se agachó más todavía de formainstintiva y tuvo que esforzarse de nuevopara no desmayarse. La nueva oleada dedolor fue sorprendentemente intensa. Yase había roto varias costillas conanterioridad, pero aquello era algodistinto, alguna herida interna. Quizá erauna perforación en el hígado, una heridaletal si no lo operaban. Si continuaba suracha increíble de mala suerte, lo más

probable era que se desangrara pordentro antes de que algo acabaracomiéndoselo.

La cabeza se le iba y el dolor se habíaacentuado, pero, por mucho que quisieradescansar, todavía estaba el asunto de lachica: no podía olvidarse de aquello.Estaba cerca, muy cerca. Uno de losguardias la había dejado inconsciente deun golpe antes de que le hicieran unexamen físico o le dieran las ropas de laprisión, y eso había ocurrido justo antesdel ataque. Tenía que estar todavía en lacelda de aislamiento, y la entradasubterránea se encontraba un poco másallá de donde estaban esparcidos losrestos llameantes del helicóptero.

Ya casi he acabado. Después podréponerme a descansar.

La mayoría de los humanos infectadoscon el virus se habían alejado de la zonaen llamas. Quizá obedecían a algunaclase de instinto primario. Habíaperdido su arma en algún momento de suhuida, pero si echaba a correr por detrásde las lápidas que había a lo largo de lapared oeste…

Rodrigo se colocó sentado sobre elsuelo, y el dolor empeoró todavía más,haciéndole sentir débil y con ganas devomitar. Sabía que tenía que haber unabotella de líquido hemostático en elbotiquín de la zona de espera, y eso al

menos disminuiría y retrasaría cualquierclase de hemorragia interna queestuviese sufriendo, aunque se sentíapreparado para aceptar la muerte; tantocomo cualquiera pudiera estarlo.

Pero no hasta que llegue donde está lachica. Yo la capturé y yo la traje hastaaquí. Es culpa mía, y si muero ahora,ella también morirá.

A pesar de todas las escenas de horrorque había contemplado aquel día, a loscamaradas que había perdido y al terrorconstante y casi paralizante de sufrir unamuerte 5

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realmente horrible, no podía dejar depensar en ella. Claire Redfield tenía lasmanos manchadas de sangre, sí, pero nohabía sido a propósito, no como la gentede Umbrella.

Como él. Ella no había matado porcodicia, no había adormecido suconciencia y la había despreciadodurante todos aquellos años, y despuésde ver cómo su escuadra de éliteacababa convertida en carne picada amanos de unos monstruos auténticos,después de pasar toda la tarde luchandopor su propia vida, le había quedado

muy claro que lo que hacía la gentebuena era intentar llevar a Umbrella antela justicia por sus crímenes. La chica semerecía que la ayudara por eso, aunquesólo fuese para que no muriese sola y enla oscuridad. Rodrigo tenía un juego dellaves que había sacado del bolsillo deuno de los guardianes muertos, y seguroque una de ellas abría la puerta de lacelda de aislamiento.

Las chispas procedentes del incendiodel helicóptero destellaban en el airecada vez más oscuro del anochecer,como insectos brillantes que refulgíanantes de morir. Algunas de las de mayortamaño caían sobre la piel de los zombismás cercanos y chisporroteaban con

sonido de fritura sobre la carne grisantes de apagarse. No les importaba.Rodrigo apretó los dientes y se puso enpie tambaleándose, a sabiendas de quela joven Claire no lograría sobrevivirmás allá de diez minutos sola y sinayuda, pero sabiendo también que teníaque darle esa oportunidad. No es quefuera lo mínimo que podía hacer porella: era lo único que podía hacer ya.

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Capítulo 1

Le dolía la cabeza. Estaba mediodormida, recordando lo que habíapasado, cuando un tronar distanteatravesó la oscuridad y la acercó a unestado de vigilia. Había estado soñandoen la locura en que se había convertidosu vida a lo largo de los mesesanteriores, y, aunque la parte casiconsciente de su cerebro sabía que eraverdad, todavía le parecía demasiadoincreíble para ser cierta. Los recuerdosbreves y fugaces de lo que habíaocurrido después de que la infecciónvírica se extendiera por todo RaccoonCity seguían acosándola, incluidas lasimágenes de la criatura inhumana que las

había perseguido a ella y a la pequeñaniña por toda aquella devastación, loocurrido a la familia Birkin, suencuentro con León, sus constantesplegarias para que Chris estuviera bien.

Resonó otro trueno y se dio cuenta deque algo andaba mal, pero no pudo dejarde dormir, de recordar. Chris. Suhermano se había ocultado en algúnlugar de Europa y ellos lo habíanseguido, pero en este momento sólosentía frío y le dolía la cabeza. No sabíapor qué.

¿Qué ha pasado?

Procuró concentrarse, pero tan sólologró recordar algunos fragmentos,

imágenes y pensamientos de lo ocurridoen las semanas posteriores al desastrede Raccoon City.

Parecía incapaz de controlar su memoriay sus recuerdos, como si estuvieseviendo una película en sueños y nopudiera despertarse.

Imágenes de Trent en el avión, undesierto, el descubrimiento de un discode ordenador repleto de códigos que alfinal había resultado ser inútil porcompleto para los planes de su hermano.El largo viaje hasta Londres y elsiguiente, más corto, hasta París, unallamada telefónica: «Chris está aquí, yestá bien». La voz de Barry Burton,

profunda y amable. La risa, la sensaciónde alivio increíble que la inundó, lamano de León en su hombro…

Era un comienzo, y la llevó hasta elsiguiente recuerdo claro. Habíanpreparado un encuentro en uno de lospuestos de vigilancia del alaadministrativa de la sede central deUmbrella. León y los demás la estabanesperando en una furgoneta, al lado delas instalaciones de la compañíafarmacéutica. León y los demás laesperaban en el vehículo.

Le eché un vistazo al reloj, con elcorazón palpitante por el nerviosismo,¿dónde está?, ¿dónde está Chris?

Claire no supo que estaba jodida hastaque las primeras balas le pasaronsilbando al lado, hasta que tuvo queechar a correr en un terreno cubierto porlas luces de los focos, hasta que entró enun edificio…

Y seguí corriendo por los pasillos,ensordecida por el retumbar de losdisparos de las armas automáticas ydel rotor del helicóptero quesobrevolaba el exterior. Corrí y corrí,con las balas estrellándose contra elsuelo tan cerca de mí que los trozos debaldosa me hirieron los tobillos… Y

luego una explosión, y varios soldadosretorciéndose en mitad de las llamas

y…, y me atraparon.

La habían mantenido encerrada duranteuna semana entera y lo habían intentadotodo para hacerla hablar. Había acabadohablando, claro, pero sobre losmomentos de pesca que había pasadojunto a Chris, sobre ideas políticas,sobre sus grupos de música favoritos…A la hora de la verdad, lo cierto es queno conocía nada importante para ellos.

Estaba buscando a su hermano, y eso eratodo, y había logrado convencerlos dealgún 7

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modo de que no conocía ningún datovital sobre Umbrella. Contribuyó a elloel hecho de que tan sólo tuvieradiecinueve años y que pareciera tan letaly mortífera como una girlscout. Lo pocoque realmente sabía acerca del infiltradoen Umbrella, Trent, o sobre el lugardonde se encontraba Sherry Birkin, lahija de la científica, lo mantuvo ocultoen lo más profundo de su interior.

Se la llevaron cuando se dieron cuentade su inutilidad como fuente deinformación.

Esposada, atemorizada, y después dedos viajes en aviones privados y otro en

un helicóptero, llegó a la isla. Nisiquiera llegó a verla porque le pusieronuna capucha, y la oscuridad asfixiantefue un elemento añadido a sus temores.Rockfort Island, le parecía que así eracomo la había llamado el piloto, estabamuy lejos de París, pero eso era todo loque sabía de aquel lugar. Truenos, habíaoído truenos. Recordó que la habíanhecho avanzar a empujones por uncementerio de prisión embarrado bajo laluz gris de la mañana. Tan sólo pudoechar un breve vistazo a través de lacapucha a las tumbas, señaladas porlápidas bastante elaboradas. Bajó unasescaleras, le dieron la bienvenida y

¡BOOOM!

El suelo retembló y se estremeció.Claire abrió los ojos justo a tiempo paraver que las luces se apagaban, y losgruesos barrotes de la celda se quedaronde repente impresos como una imagennegativa en su retina y flotaron hacia laizquierda en la cerrada oscuridad.Estaba tumbada de lado en el suelosucio y húmedo.

Esto no está bien, nada bien, serámejor que me levante. Se enfrentó altremendo palpitar que notaba en elinterior del cráneo mientras se ponía derodillas. Tenía los músculos agarrotadosy doloridos. La oscuridad de la estanciafría y húmeda era total y el silencio,absoluto, a excepción del sonido del

goteo del agua, un palpitar rítmico, lentoy desolado.

Se sintió sola.

Pero no por mucho tiempo. Joder, estoymetida hasta el cuello en la mierda.Umbrella la tenía prisionera, y si teníaen cuenta los destrozos que habíacausado en París, era bastanteimprobable que le dieran un helado y lamandaran de vuelta a casa.

Darse cuenta de nuevo de la situación enque se encontraba metida le provocó unnuevo nudo en el estómago, pero Clairese esforzó todo lo que pudo por dejar aun lado aquel miedo. Tenía que pensarcon claridad, sopesar todas sus

opciones, y necesitaba estar preparadapara entrar en acción. No habríasobrevivido a Raccoon City si sehubiera dejado llevar por el pánico…

Sólo que ahora estás en una islacontrolada por Umbrella. Inclusoaunque lograras esquivar a losguardias, ¿adónde ibas a huir?

Los problemas, de uno en uno. Loprimero que tenía que intentar eraponerse en pie.

Aparte del doloroso chichón que teníaen la sien derecha, provocado por elgolpe que le había propinado un capullo,no creía tener ninguna otra herida.

Oyó otro estruendo, apagado y alejado,y un poco de polvo se desprendió de lasrocas. Lo sintió caer sobre su nuca.Había percibido aquellos estruendos ensus sueños medio inconscientes como sifueran truenos, pero en esos momentosle sonaron con bastante claridad, comosi Rockfort estuviese siendo atacado porproyectiles de artillería.

O por Godzilla. ¿Qué demonios estabaocurriendo allí afuera?

Logró ponerse en pie, y se le escapó ungesto de dolor a causa de la herida en lasien mientras se limpiaba de polvo losbrazos y estiraba el cuerpo paradesentumecerlo. La celda subterránea la

hizo desear llevar algo más que losvaqueros y el chaleco que se habíapuesto para su encuentro con Chris.

¡Chris!¡Oh, Dios, que esté a salvo!Había logrado que los guardias deseguridad de Umbrella se alejasen deLeón y de los demás, de Rebecca y delos otros dos antiguos 8

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miembros de los STARS de Exeter. Sino habían capturado también a Chris,Claire supuso que su hermano ya se

habría reunido con el resto del equipo.Si pudiese echarle mano a un ordenadorcon acceso a la red podría enviarle unmensaje a León…

Sí, vale. Sólo tienes que doblar estosbarrotes, pillar un par deametralladoras y acabar con toda lagente de la isla. Bueno, aparte deentrar en un sistema decomunicaciones repleto de códigos deseguridad, eso si encuentras unordenador en condiciones. Además,sólo tienes que decirle a León que estásen una isla que se llama Rockfort peroque no sabes dónde se encuentra…

Una voz interna la interrumpió.

Piensa de forma positiva, joder, yatendrás tiempo de ser sarcástica másadelante, eso suponiendo quesobrevivas. ¿Qué tienes a mano que tepueda servir?

Buena pregunta. Bueno, para empezar,no había guardias por ningún lado.También estaba muy oscuro, y tan sólose distinguía un levísimo resplandorprocedente de algún lugar situado a laderecha, lo que sería una ventaja si…

Claire se palpó los bolsillos con la locaesperanza de que nadie la hubieraregistrado mientras estaba inconsciente,pero segura de que alguien lo habríahecho… ¡Allí estaba! En el bolsillo

interior izquierdo del chaleco.

—Idiotas —susurró mientras sacaba elviejo encendedor metálico que Chris lehabía dado hacía ya tanto tiempo. Supeso tibio en la mano la reconfortó.Cuando la registraron en busca dearmas, uno de los soldados, queapestaba a tabaco, se lo había quedado,pero se lo había devuelto cuando ella ledijo que también fumaba.

Claire metió el encendedor de nuevo enel bolsillo. No quería encenderlo parano perder la visión nocturna que poco apoco iban adquiriendo sus ojos alajustarse a la oscuridad. Habíasuficiente luz en el ambiente para que

distinguiera la mayor parte de laestancia: una mesa de escritorio y un parde armarios de oficina metálicos justoenfrente de la celda, una puerta abierta ala izquierda, la misma puerta por la quehabía entrado, una silla y un montón deobjetos variados apilados a su derecha.

Vale, de acuerdo, ya conoces elentorno. ¿Qué más tienes?

Por suerte, su voz interior sonaba muchomás tranquila de lo que ella mismaestaba.

Registró con rapidez los demás bolsillosy sacó un par de gomas elásticas para elcabello y dos pastillas de menta para elaliento. Genial. A menos que quisiese

acabar con sus oponentes mediante elferoz impacto de una pastilla lanzadacon una de las gomas, no tenía ni unaputa…

Pasos, en el pasillo que daba a lahabitación de la celda, pasos que seacercaban. El cuerpo se le tensó y laboca se le secó. Estaba desarmada yatrapada, y el modo en que aquellosguardias la habían estado mirandodurante el viaje…

Pues que vengan. Puede que estédesarmada, pero eso no quiere decirque esté indefensa. Si alguien pensabaatacarla, para violarla o lo que fuese, seesforzaría por hacerle todo el daño

posible. Si iba a morir de todasmaneras, no pensaba hacerlo sola.

Pam. Pam. Se percató de que sólo habíauna persona acercándose, y fuese quienfuese, estaba herida. Las pisadas eranirregulares y lentas, arrastrando los pies,casi como…

No, no. De ninguna manera.

Claire contuvo el aliento cuando lasilueta de un hombre entró trastabillandoen la habitación con los brazos pordelante. Se movía como uno de loszombis infectados por el virus, como siestuviese borracho, tambaleándoseinseguro, y se dirigió directamentedesde la puerta de la estancia hacia la

puerta de la celda. Claire se alejó deforma instintiva, aterrada por lasimplicaciones de todo aquello: si sehabía producido un brote vírico en laisla acabaría muriendo de hambre detrásde los barrotes de la celda.

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¡Jesús!, ¿otra infección? En RaccoonCity habían muerto miles de personas.¿Cuándo aprenderían los de Umbrellaque sus enloquecidos experimentos

biológicos no merecían la pena?

Tenía que verlo con claridad para estarsegura. Si se trataba de un guardiaborracho, al menos estaba solo, y quizápodría encargarse de él, y si se tratabade alguien infectado por el virus, estabaa salvo, de momento. Que ella supiera,no podían abrir puertas, o al menos, losque había visto en Raccoon City eranincapaces de manejar siquiera lospicaportes. Sacó otra vez el encendedor,abrió la tapa, y movió la ruedecilla conel pulgar.

Claire lo reconoció de inmediato y soltóun grito ahogado de sorpresa a la vezque daba otro paso atrás. Alto y de

constitución fornida, quizá de origenhispano, con un bigote y unos ojosnegros e inmisericordes, era el mismohombre que la había atrapado en París yla había llevado escoltada hasta la isla.

No es un zombi. Al menos, no es eso.Tampoco es que aquello supusierademasiado alivio, pero se aferraba acualquier pequeña esperanza.

Se quedó de pie, inmóvil, sin tener muyclaro lo que podía ocurrir acontinuación. El individuo tenía unaspecto diferente, y era algo que iba másallá de su rostro cubierto de suciedad ode las pequeñas manchas de sangre quecubrían su camiseta blanca. Se trataba

más bien de una transformación interna yfundamental, o eso se podía adivinar porel modo en que había cambiado laexpresión de su rostro. Antes mostrabael gesto típico de un asesino sin piedad,pero en esos momentos…, en esosmomentos, Claire no estaba muy segurade qué se trataba, pero cuando él metióuna mano en el bolsillo y sacó unmanojo de llaves, rezó para que elcambio fuese a mejor.

Abrió la puerta de la celda sin decir unasola palabra y la miró sin expresiónalguna en los ojos antes de inclinar lacabeza hacia un lado por un momento: elgesto internacional de «sal de aquí», sies que existía algo así.

El individuo dio media vuelta y se alejótambaleante antes de que a ella le dieratiempo a reaccionar. Era evidente queestaba herido por el modo en que seagarraba el estómago con una manotemblorosa. Se dejó caer en una sillaque había entre la mesa y la pared másalejada y sacó con sus dedosensangrentados una pequeña botella quehabía en uno de los cajones. Sacudió labotellita, del tamaño aproximado de unabobina de hilo, antes de arrojarla congesto débil al otro lado de la estancia.

—Estupendo —murmuró para sí con vozquebrada.

La botellita, probablemente vacía, cayó

repiqueteando por el suelo de cemento yrodó hasta detenerse al lado de la celda.El tipo miró en su dirección conexpresión exánime, y su voz mostró unintenso agotamiento.

—Venga. Lárgate de aquí.

Claire dio un paso hacia la puerta perose detuvo, dudando por un momentomientras se preguntaba si todo aquellono sería más que un engaño muyelaborado. La idea de que le dispararíanpor la espalda mientras «huía» le pasópor la cabeza, y no le pareció muydescabellada teniendo en cuenta paraquién trabajaba aquel individuo.

Todavía recordaba con claridad la

expresión de su mirada cuando le pusola pistola en la cara, el gesto frío ydespectivo que había mostrado en loslabios.

Se aclaró la garganta llena denerviosismo, y decidió probar a pedirleuna explicación.

—¿Qué es lo que me estás diciendoexactamente?

—Que eres libre —contestó él antes deponerse a murmurar de nuevo y hundirseen la silla mientras la barbilla seinclinaba hasta tocarle el pecho—. Nosé, a lo mejor queda alguna clase deequipo de fuerzas especiales, las tropasnormales han sido aniquiladas…

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No hay posibilidad de escapar.

Su instinto le indicaba que el guardiarealmente pretendía dejarla en libertad,pero no quería arriesgarse lo másmínimo. Salió de la celda y recogió delsuelo la botella que él había tirado. Semovió con lentitud y cuidado, sin dejarde vigilarlo. No creía que estuviesefingiendo lo de estar herido: tenía unaspecto malísimo, con una palidez casi

cadavérica en su piel oscura, casi comouna máscara semitransparente. Nisiquiera respiraba con regularidad, y laropa le olía a sudor y a humo de algunaclase de compuesto químico quemado.

Le echó un vistazo a la botellita, quemás bien era un vial para jeringuilla,que mostraba un nombre impronunciableen la etiqueta. Logró descifrar la palabra

«hemostático» en la diminuta letra.«Hemo» se refería a algo relacionadocon la sangre, si no recordaba mal…Quizá se trataba de algo para estabilizarlas hemorragias.

Quizá tiene una herida interna…Quería preguntarle por qué la dejaba

libre, cuál era la situación en el exterior,adonde debería dirigirse después desalir de allí, pero se dio cuenta de queestaba a punto de desmayarse: suspárpados no paraban de aletear.

No puedo marcharme así por lasbuenas, no sin intentar ayudarlo… ¡Ala mierda! ¡Sal de aquí de una vez!Puede que muera… ¡Puede que túmueras! ¡Echa a correr!

La discusión consigo misma fue breve, yla conciencia triunfó sobre la razón,como solía pasarle casi siempre. Eraobvio que él no la había dejado librepor alguna clase de afinidad personal,pero fuese cual fuese la razón, ella se lo

agradecía. No tenía por qué soltarla,pero lo había hecho de todas maneras.

—Y tú, ¿qué? —le dijo Claire,preguntándose si podría hacer algo porél. Era evidente que no podría cargarlopor su peso, y no tenía conocimientosmédicos como para…

—No te preocupes por mí —contestó élalzando la cabeza un momento, con untono de voz levemente irritado, como sile hubiese molestado que sacase aqueltema.

Perdió el conocimiento antes de que lediera tiempo a preguntarle lo que estabaocurriendo en el exterior: se hundió dehombros y el cuerpo quedó inmóvil.

Todavía respiraba, pero Claire no creíaque sin la ayuda de un médico lo hiciesedurante mucho tiempo más.

El encendedor empezaba a quemarle lamano, pero soportó el calor el tiemposuficiente para registrar la pequeñaestancia, empezando por la mesa deescritorio. Vio un cuchillo de combatetirado sobre una carpeta, unas cuantashojas de papel sueltas… Vio su nombreescrito en una de ellas, así que lo leyómientras se metía la funda del cuchilloen la cintura del pantalón:

«Claire Redfield, prisionera númeroWKD4496, fecha de transferencia, bla,bla, bla…

Trasladada bajo escolta de Rodrigo JuanRaval, jefe de la tercera unidad deseguridad de la filial médica deUmbrella, París.»

Rodrigo. El hombre que la habíacapturado y que la había dejado enlibertad, y que en esos momentosparecía estar muriéndose delante de suspropios ojos. Tampoco es que pudierahacer nada para impedirlo, a menos quepudiese encontrar ayuda.

Y eso es algo que no puedo hacer si mequedo aquí abajo, pensó cerrando elencendedor recalentado después deacabar con el resto del registro. Noencontró nada más que objetos inútiles:

un baúl con uniformes de prisionerosque olían a humedad y montones ymontones de papeles en los cajones dela mesa. Recuperó los mitones que lehabían quitado, sus viejos guantes demontar en moto, y se los pusoinmediatamente, agradecida por elescaso calor que proporcionaban. Loúnico de lo que disponía paradefenderse era el cuchillo. Se trataba deuna arma de combate letal en unasmanos entrenadas para ello…, algo que,por desgracia, no era su caso.

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A caballo regalado…, así que no tequejes. Hace cinco minutos estabasencerrada y desarmada. Al menos,ahora tienes una oportunidad deescapar. Deberías estar contenta ysentirte agradecida de que Rodrigo nohubiese bajado aquí a acabar con tusufrimiento. De todas maneras, era muymala en el manejo del cuchillo. Dudó unmomento antes de hacerlo, pero al finalregistró a Rodrigo, aunque no llevabaninguna clase de arma encima. Encontróun manojo de llaves, pero prefiriódejarlas por temor a que su tintineollamara la atención en el momentomenos adecuado. Si llegara a

necesitarlas, podría volver a por ellas.Ya va siendo hora de que salga de latienda de helados y vea cómo está lacalle.

—Vamos allá —se dijo a sí misma envoz baja, tanto para ponerse en marchacomo para animarse. Se daba perfectacuenta de que estaba aterrorizada ante loque podía encontrarse…, y también deque no tenía otra alternativa. Mientraspermaneciese en la isla, Umbrella latenía atrapada, y hasta que no conociesecuál era la situación, no podría hacerplanes para escapar.

Claire empuñó el cuchillo con fuerza ysalió de la estancia de la celda,

preguntándose si la locura de Umbrellano acabaría nunca.

Alfred Ashford estaba sentado a solasen uno de los peldaños de las amplias eimponentes escaleras de su casa, cegadopor la rabia. Por fin habían cesado decaer las oleadas de destrucción de loscielos, pero su casa había quedadodañada, su hogar. La había construido labisabuela de su abuelo, la inteligente ybella Verónica, que Dios la tuviera en suseno, en aquel oasis aislado que habíanbautizado como Rockfort, donde habíanlogrado llevar una vida encantada tantoella como sus descendientes a lo largode las diversas generaciones…, pero enaquel momento, en poco más de un

parpadeo, alguna clase de grupo fanáticohorrible se había atrevido a probarsuerte y lo había destruido todo. Lamayor parte de la segunda planta habíaquedado arrasada, con las puertasempotradas en las paredes, y tan sólo sehabían salvado sus estancias privadas.

Salvajes incultos, ignorantes. Nisiquiera son capaces de imaginarse laprofundidad de su propia ignorancia.

Alexia estaba llorando escaleras arriba,y su delicado corazón sufría sin dudapor aquella terrible pérdida. Tan sólo elhecho de pensar en el sufrimientoinnecesario de su hermana aumentótodavía más su rabia, haciéndole desear

poder golpear algo…, pero no habíanadie contra quien descargar su ira;todos los oficiales de mando y loscientíficos estaban muertos, incluso losmiembros de su propio serviciopersonal. Había visto cómo ocurría tododesde la sala de control secreta repletade monitores que tenía en su casa.

Cada una de las pequeñas pantallas lehabía contado un suceso diferente,repleto de sufrimiento brutal eincompetencia. Había muerto casi todoel mundo, y los supervivientes salieroncorriendo como conejos asustados. Lamayoría de los aviones de la isla yahabían despegado. Su cocinera personalfue la única que sobrevivió en la sala

común de la mansión, pero se puso agritar con tanta fuerza e insistencia quetuvo que matarla en persona de undisparo.

Pero nosotros todavía estamos aquí, asalvo de las sucias manos del resto delmundo. Los Ashford sobrevivirán yprosperarán hasta bailar sobre lastumbas de nuestros enemigos, hastabeber champán en los cráneos de sushijos.

Se imaginó a sí mismo bailando conAlexia, abrazándola con fuerza,danzando al compás de los gritos dedolor de sus enemigos torturados…Sería un éxtasis que compartirían sin

dejar de mirarse a los ojos mientrasdisfrutaban de la sensación desuperioridad sobre el resto de losmortales comunes, sobre la estupidez deaquellos que se habían atrevido aintentar destruirlos.

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La cuestión era: ¿quién era elresponsable de aquel ataque? Umbrellatenía numerosos enemigos desdecompañías farmacéuticas competidoras

hasta accionistas privados. Lo cierto eraque las pérdidas en Raccoon City habíansido desastrosas para el mercado,incluyendo a los pocos competidores deWhite Umbrella, su departamento deinvestigación secreta sobre armasbiológicas. Umbrella Pharmaceutical, elresultado de los esfuerzos de lordOswell Spencer y del abuelo del propioAlfred, Edward Ashford, era unaempresa muy lucrativa, todo un imperioindustrial, pero, sin embargo, elverdadero poder se encontraba en lasactividades clandestinas de Umbrella,unas operaciones que habían comenzadoa extenderse tanto que ya era imposibleque permanecieran ocultas porcompleto. Además, había espías por

todos lados.

Alfred apretó los puños con furia,frustrado, con todo el cuerpo convertidoen un cable de alta tensión por la fuerzade rabia…, y, de repente, se percató dela presencia de Alexia a su espaldagracias a un leve aroma de gardenias enel aire. Había estado tan concentrado ensu propio caos emocional que nisiquiera la había oído acercarse.

—No debes sentirte desesperado,hermano mío —dijo ella con voztranquila, y bajó los peldaños parasentarse a su lado—. Al final, nosimpondremos a nuestros enemigos;siempre lo hemos hecho.

Lo conocía tan bien. Alfred se habíasentido muy solo cuando ellapermaneció fuera de Rockfort todosaquellos años, atemorizado de quepudieran perder su «conexión» tanespecial… Sin embargo, habían acabadomás unidos que nunca. Jamás hablabande aquel tiempo que permanecieronseparados, sobre lo que había ocurridodespués de los experimentos efectuadosen las instalaciones de la Antártida.Ambos se sentían tan tremendamentefelices de estar juntos de nuevo que noquerían decir nada que pudieraestropear aquella felicidad. Alfredestaba seguro de que ella pensaba lomismo.

Se quedó mirándola durante un largorato, tranquilizado por su grácilpresencia, sorprendido, como siempre,de su tremenda belleza. Si no la hubieraoído llorar en su habitación, habríajurado que no había derramado una solalágrima. Su piel de porcelana eraradiante, y sus ojos de color azul cieloeran claros y resplandecientes. Inclusoen un día como aquél, tan nefasto, susola presencia le proporcionaba tantoplacer…

—¿Qué haría sin ti? —se preguntóAlfred en voz baja, a sabiendas de quela respuesta sería tan dolorosa que eramejor ni pensar en ella.

Se había vuelto medio loco por lasoledad cuando ella había estado fuera,y todavía sufría ciertas crisis extrañas,con pesadillas en las que todavía estabasolo, en las que Alexia seguía alejada deél. Esa era una de las razones por lasque él procuraba convencerla de quenunca saliera de su residencia privada,extremadamente protegida, situadadetrás de la mansión para los visitantes.A ella no le importaba: seguía con susestudios y era muy consciente de que erademasiado importante, demasiadoexquisita como para que cualquierapudiera admirarla. Se sentía más quesatisfecha con el afecto y las atencionesque su hermano le prodigaba, y confiabalo suficiente en él como para que fuera

su único contacto con el mundo exterior.

Si pudiera quedarme con ella a todashoras, juntos y solos los dos, aquíocultos… Pero no, él era un Ashford, yera el encargado de velar por losintereses de los Ashford en Umbrella, yel responsable único de todas lasinstalaciones en Rockfort. Cuando supadre, Alex Ashford, un incompetente,desapareció quince años atrás, el jovenAlfred tomó su lugar.

Los personajes clave en lasinvestigaciones sobre armas biológicasde Umbrella intentaron mantenerloapartado de todo el meollo del asunto,pero sólo porque se sentían intimidados

por él y por la supremacía natural delmero nombre de su familia. Le enviabaninformes de manera regular, donde leexplicaban con tono respetuoso las 13

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decisiones que habían tomado en sunombre y le dejaban muy claro que sepondrían en contacto de forma inmediatasi surgía la necesidad.

Supongo que debería ser yo quien sepusiera en contacto con ellos en estosmomentos para contarles todo lo que

ha ocurrido… Siempre dejaba ese tipode asuntos en manos de su secretariopersonal, Robert Dorson, pero aquelindividuo había abandonado su serviciohacía ya unas cuantas semanas parapasar a convertirse en uno más de losprisioneros después de mostrar unexceso de curiosidad en todo lo relativoa Alexia.

Ella estaba sonriéndole en ese momento,y su rostro resplandecía de comprensióny adoración. Sí, era evidente que ella seencontraba mucho mejor desde quehabía regresado a Rockfort, tanentregada de verdad a él como él mismohabía estado entregado a ella toda suvida.

—Me protegerás, ¿verdad? —dijo ella,aunque era más una afirmación que unapregunta—. Descubrirás quién nos hahecho esto, y luego le demostrarás loque se sufre por intentar destruir unlegado tan poderoso como el nuestro.

Alfred, henchido y embargado por unsentimiento de amor, alargó la manopara tocarla y tranquilizarla, pero sedetuvo al recordar que a ella no legustaba el contacto físico. En vez deeso, se limitó a asentir. Parte de la rabiaque sentía regresó al pensar que alguienpodía intentar hacerle daño a su amadaAlexia. Jamás. Mientras él viviera, esono ocurriría jamás.

—Sí, Alexia —le dijo con exaltación—.Les haré sufrir, te lo juro.

Vio en los ojos de su hermana que ellalo creía y su corazón se llenó de orgullo.

Volvió a pensar en cómo descubrir laidentidad de sus enemigos. En suinterior no paraba de crecer un intensoodio hacia los atacantes de Rockfort porla mancha de debilidad con la que habíaintentado salpicar el nombre de losAshford.

Haré que se arrepientan, Alexia, yjamás olvidarán la lección que les voya dar.

Su hermana confiaba en él. Alfred

moriría antes que defraudarla.

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Capítulo 2

Claire apagó el encendedor a los pies dela escalera e inspiró profundamentemientras intentaba prepararse en sufuero interno para enfrentarse a lo quepudiera encontrar allí afuera. El frío delpasillo a oscuras que se alargaba a suespalda la empujaba como una mano

helada, pero siguió dudando. Laempuñadura del cuchillo que sostenía enla mano ya estaba empapada de sudor.Metió el encendedor aún caliente en unbolsillo del chaleco. No es que desearamucho subir las escaleras y salir a lodesconocido, pero no tenía ningún otrositio al que ir, a menos que quisieseregresar a la celda. Podía distinguir elolor a humo aceitoso procedente delexterior, y adivinó que las sombrasparpadeantes en la parte superior de laescalera de peldaños de cementoindicaban la existencia de un incendio.

Pero ¿qué es lo que hay afueraexactamente? Al fin y al cabo, estamosen una instalación de Umbrella…

¿Qué pasaría si estuviese ocurriendo lomismo que pasó en Raccoon City, si elataque a la isla hubiese provocado otroescape del virus, o que anduviesensueltas algunas de las abominacionesanimales que Umbrella continuabacreando una y otra vez? A lo mejorRockfort tan sólo era una prisión paralos enemigos de la compañía. Quizá losprisioneros se habían escapado y sehabían sublevado, quizá la situaciónsólo era mala desde el punto de vista deRodrigo…

Quizá podrías subir las puñeterasescaleras y descubrirlo en vez dequedarte aquí como un pasmaroteintentando adivinarlo, ¿vale?

Claire, con el corazón palpitándole confuerza, se obligó a sí misma a subir elprimer peldaño, preguntándose por quéen las películas todo aquello parecía tanfácil, cómo era posible que la gente selanzase de cabeza de forma tan valientehacia un peligro bastante probable.Después de lo que había ocurrido enRaccoon City, ella sabía que no era asíen realidad. Puede que no tuvieramuchas opciones entra las que elegir,pero eso no significaba que no sintiesetemor. Si se tenía en cuenta tal comoestaba la situación, sólo un imbécilcompleto no estaría atemorizado.

Subió con lentitud, prestando atención atodo con sus cinco sentidos mientras la

adrenalina inundaba su sistemasanguíneo. Recordó el breve vistazo quehabía podido echarle al pequeñocementerio cuando pasó por allíescoltada por los guardias. Allí nopodría conseguir ayuda. Tan sólo habíavisto unas cuantas lápidas, y también seacordó de que estaban demasiadoornamentadas para pertenecer a unsimple cementerio de prisión.

Estaba claro que había un incendio enalgún lugar cerca del final de laescalera, aunque no debía de ser muygrande. No le llegaba ninguna sensaciónde calor, sólo una brisa fresca y húmedaque le llevaba el fuerte olor a humo.Todo parecía tranquilo, y al llegar al

final de la escalera pudo oír el siseo delas gotas de agua al entrar en contactocon las llamas. Era un sonidoextrañamente tranquilizador.

Vio el origen del incendio al salir delpozo de la escalera. Se encontraba apocos metros de la salida. Unhelicóptero se había estrellado contra elsuelo y buena parte de él estabaesparcida y envuelta en llamas,produciendo un humo espeso y aceitoso.Había una pared a su izquierda, justodetrás de los restos en llamas. A laderecha se abría el espacio ocupado porel cementerio, un sitio lúgubre invadidopor la lluvia cada vez más espesa y 15

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la noche que iba cayendo.

Claire entrecerró los ojos para ver conmayor claridad en la penumbra delanochecer lluvioso y distinguió unascuantas siluetas oscuras, aunque ningunade ellas parecía moverse. Sin duda, máslápidas. Un susurro de alivio pareciórecorrer el borde de su ansiedad. Fueselo que fuese que había ocurrido, yahabía acabado.

Pensó que era sorprendente que se

pudiera sentir aliviada de encontrarse enmitad de un cementerio y ya casi denoche. Seis meses atrás, su imaginaciónhabría creado todo tipo de entes ysituaciones horribles. Al parecer, losfantasmas y las almas malditas ya noentraban en su categoría de seresatemorizadores después de haber vistolos monstruos creados por Umbrella.

Giró hacia la derecha y siguió elsendero, avanzando con lentitudmientras recordaba cómo la habíanllevado por el cementerio antes dehacerla bajar a empujones por lasescaleras. Creyó distinguir la forma deuna puerta más allá de la línea delápidas situadas en el centro de aquel

camposanto. Sin duda, se trataba de unaabertura en la pared más alejada…

Y, de repente, se encontró volando, conel sonido de una explosión a su espaldamartillándole los oídos: ¡BAMMM! Unaola de calor abrasador la lanzó contra elbarro. El crepúsculo húmedo se hizosúbitamente mucho más brillante y elhedor a sustancias químicas en llamas laasaltó, haciendo que le picaran los ojosy la nariz. Se estrelló contra el suelo sinpoder amortiguar su caída, pero almenos pudo evitar apuñalarse con elcuchillo de combate que empuñaba.Todo ocurrió con tal rapidez que apenaspudo notar sentirse confundida.

No pienses… Estoy herida… Eldepósito de combustible del helicópterodebe de haber estallado…

—Nnnnnnn…

Claire se puso en pie casi de un salto.Aquel gemido lastimoso e inconfundiblele provocó una actividad rayana alpánico. Al primer sonido se le unió otro,y otro más. Se giró en redondo y vio alprimero que avanzaba tambaleante haciaella procedente de lo que quedaba delhelicóptero. Era un hombre con elcabello y las ropas en llamas. La piel desu cara se estaba llenando de ampollas yennegreciéndose.

Se giró hacia el otro lado y vio a otras

dos criaturas levantándose a rastras delsuelo.

Sus rostros tenían un color blanquecinoy gris repugnante, y alargaban sus dedosesqueléticos como garras hacia ella,agarrando el aire mientras avanzaban ensu dirección.

¡Mierda!

Al igual que había ocurrido en RaccoonCity, el virus sintetizado por Umbrellahabía convertido a aquellas personas enzombis y les había robado su humanidady sus vidas.

No tenía tiempo para sentir incredulidado desesperación, no con aquellas tres

criaturas acercándose cada vez más, nocuando se dio cuenta de que había unascuantas más al otro lado del sendero.Salieron tambaleándose de las sombras,y todos aquellos rostros sin expresión,lacios, brutales, se giraron hacia ellacon lentitud, con las bocas abiertas y lasmiradas vacías y sin vida. Algunasllevaban puestas uniformes de camuflajeo de color gris: guardias y prisioneros.Al parecer, después de todo, se habíaproducido otro escape del virus.

—Nnnnn…

—Aaaaannnnnn…

Los gemidos, que se solapaban unos aotros, representaban a la perfección un

sentimiento de ansia, el sonidoquejumbroso de un hombre hambrientoal ver un festín.

¡Maldita fuese Umbrella por lo quehabía hecho! Aquella transformación deunos seres 16

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humanos en criaturas moribundas y sinmente que se pudrían mientrascaminaban era algo más quesimplemente trágico. El destinoinevitable de cada uno de los portadores

del virus era la muerte, pero no podíalamentarse por ellos, no en aquelpreciso momento. Su necesidad desobrevivir limitaba su capacidad decompadecerlos.

¡Vete, vete, VETE YA!

La evaluación y análisis que hizo de lasituación duraron menos de un segundoantes de ponerse en marcha. No teníaningún plan aparte de alejarse de allí.Tenía el camino bloqueado en ambasdirecciones, de modo que se dirigióhacia el centro del cementerio pasandopor encima de las lápidas de mármolque indicaban el lugar de descanso delos que estaban muertos de verdad. Los

tejanos estaban húmedos y llenos debarro, se le pegaban a las piernasdificultando su avance, y las botasresbalaban sobre las lápidasdesgastadas. Sin embargo, logró subir ados de ellas y mantener el equilibrio.Estaba fuera de su alcance, de momento.

¡De momento! Tienes que salir de aquí,y zumbando.

El cuchillo no serviría para nada. No seatrevía a acercarse lo suficiente parautilizarlo: un buen mordisco, uno solo,de una de aquellas criaturas, y acabaríauniéndose a ellas, eso si no se la comíanantes.

El que tenía la cara ennegrecida era el

que estaba más cerca. El cabello ya lehabía desaparecido, fundido porcompleto, y parte de la camisa seguíaardiendo. Ya estaba lo bastante cercapara que Claire pudiera oler conclaridad el fuerte hedor grasiento ynauseabundo de la carne quemada,incluso por encima de la peste delcombustible que había ardido hastaabrasarla. Le quedaban diez, quincesegundos como mucho, antes de queestuviera al alcance de sus manos.

Echó un vistazo a la esquina sureste delcementerio con los brazos extendidospara mantener el equilibrio. Sólo habíados zombis que se interponían entre ellay la salida, pero dos eran más que

suficientes: no lograría pasar entre ellos.Sabía por su experiencia en RaccoonCity que eran bastante lentos y que sucapacidad de razonamiento era nula. Encuanto divisaban a su presa, se movíanen línea recta hacia ella, sin importarleslo que hubiera en el camino. Si pudieraatraerlos para alejarlos de la puerta…

Era una buena idea, sólo que allí habíademasiados. Eran unos seis o siete entotal, y acabarían rodeándola.

No si permanezco sobre las lápidas.

Había varios zombis a ambos lados dela línea central de lápidas, pero sólo unoal final de la misma, justo frente a ella yese precisamente no tenía muy buena

pinta: le faltaba un ojo, y uno de losbrazos le colgaba, roto.

Se trataba de un plan arriesgado: sitropezaba, aunque fuera una sola vez,estaría perdida, pero el individuoachicharrado ya estaba alargando lasmanos temblorosas y quemadas haciauno de sus tobillos mientras la lluviarepiqueteaba sobre el rostro giradohacia arriba.

Claire saltó y agitó los brazos cuandoaterrizó con los dos pies sobre elestrecho extremo superior de lasiguiente lápida de la línea. Empezó ainclinarse hacia adelante y retorció ydobló el cuerpo para intentar mantener

el centro de gravedad, pero fue inútil.

Iba a caerse…, y sin pensárselo, saltórápidamente de nuevo, y luego otra vez,utilizando las lápidas de tamañodesigual como piedras en el cauce de unrío y su falta de equilibrio como unempuje para seguir avanzando. Unportador del virus de rostro grisceniciento intentó atraparla por una delas piernas, gimiendo por el hambrefebril que sentía, pero ella ya habíapasado de largo en pleno salto hacia lasiguiente lápida. No tenía tiempo parapensar cómo iba a lograr detenerse, loque le vino bien…, porque aquelsendero tan 17

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extraño se acabó un salto más tarde yterminó en un aterrizaje bastante torpesobre un hombro contra el sueloembarrado un metro por debajo de ella.

Una caída fuerte y dura, pero Claire sedejó llevar por el impulso y se puso enpie en seguida, pero por los pelos,porque las piernas patinaban en el barroresbaladizo. El zombi tuerto se tambaleóhacia ella, gorgoteante y ya muycerca…, pero ella se apartó con rapidezy se mantuvo en su lado ciego, con el

cuchillo preparado en la mano. Lacriatura intentó girarse una vez más paraencontrar su comida, pero ella volvió amantenerse sin problemas fuera de sulimitado campo visual.

Se arriesgó a echar un vistazo y aapartar la mirada de aquella extrañadanza macabra y se dio cuenta de quelos demás zombis ya se estabanacercando. La lluvia arreció y le limpióel barro del cuerpo.

Funciona. Unos cuantos segundosmás…

El zombi tuerto, frustrado por su falta deéxito, manoteó en el aire con su brazobueno. Las uñas sucias y ennegrecidas

de su mano arañaron el chaleco de lachica, y la criatura gimió con ansiamientras sus dedos se esforzaban poragarrarse a la tela húmeda sinconseguirlo.

Dios, me está tocando…

Claire dejó escapar un grito lleno demiedo y de asco y le lanzó variascuchilladas, abriéndole unos cuantostajos en la muñeca por los que apenassalió algo de sangre. El zombi continuóagarrándola, sin hacer caso en absolutodel daño que estaba sufriendo yacercándose todavía más a ella. Clairedecidió que había llegado el momentode marcharse.

Echó hacia atrás los brazos, cerró lospuños y dio un tremendo empujón contodas sus fuerzas sobre el pecho de lacriatura. Se giró hacia la fila de lápidasmientras el zombi caía al suelo. Losotros ya estaban mucho más cerca.

Nunca supo cómo había logrado subirsede nuevo con tanta rapidez. Un momentoantes estaba en el suelo, y al siguiente yaestaba encima de un bloque de granitopulido.

Vio que la salida estaba despejada y quetodos los zombis se encontrabanagrupados cerca de la pared occidental.

Su segundo trayecto a saltos fue sólo unpoco más controlado que el primero.

Cada salto era un salto de fe, con laconfianza de que no resbalaría y seheriría de gravedad. La lluvia estabadisminuyendo y pudo distinguir lossonidos húmedos del arrastrar de piesde sus perseguidores. A menos querecordaran de repente cómo debíanechar a correr, todos estaban yademasiado lejos para alcanzarla.

Ahora sólo tengo que rezar para que lapuerta no esté cerrada con llave, pensócon cierta confusión mientras bajaba deun salto de la última lápida. El portónestaba abierto, pero la puerta que seencontraba al otro lado no lo estaba. Sila habían cerrado con llave, lo másprobable es que fuera su final.

Con tres grandes zancadas cruzó elespacio que la separaba del portón yatravesó el umbral. Alargó la mano paraempuñar el picaporte de la puerta demetal abollado encajada en la pared depiedra: se abrió con un chasquido suave.Avanzó con el cuchillo por delante,preparada, pero con la esperanza de quesi no había más zombis al otro lado, almenos tendría probabilidades desobrevivir. Los caníbales que habíanquedado a su espalda se lamentaron desu pérdida gimiendo en voz alta encuanto ella cruzó por completo la salida.

La puerta daba a una especie de patiorepleto de pilas de restos metálicosprocedentes de vehículos. Todo el lugar

estaba vigilado por una torre de guardiano muy grande. A su izquierda vio unvehículo de transporte volcado, con unpequeño incendio 18

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en su interior. La noche ya estabacayendo con rapidez, pero tambiénestaba saliendo la luna, llena o casillena, y pudo tranquilizarse mientrascerraba bien la puerta a su espalda aldarse cuenta de que no había ningúnpeligro inminente. Bueno, al menos, nose veía a ningún zombi dirigiéndose

hacia ella. Había bastantes cuerpostirados por el suelo, pero ninguno semovía, y Claire deseó de modo fervienteque por lo menos uno de ellos tuvierauna pistola y algo de munición.

De repente, un resplandor brillante lailuminó: el foco de la torre de guardia.El destello la cegó inmediatamente…, ycuando apartó la mirada de formainstintiva, resonó el zumbido de unaráfaga de arma automática y las balaslevantaron pequeños surtidores de barroa sus pies. Claire, cegada y atemorizada,se lanzó hacia un lado en busca dealguna clase de cobertura, y se le volvióa ocurrir la idea en mitad de aquelacceso de terror de que quizá habría

hecho mejor quedándose en la celda.

El combate había acabado hacía yabastante rato. Los últimos disparoshabían resonado más o menos una horaantes, pero Steve Burnside decidió quese quedaría donde estaba un rato más,sólo por si acaso. Además, todavíaestaba lloviendo un poco, y del marcomenzaba a llegar un viento bastantefrío. En la torre de guardia se estaba asalvo y seco, no había gente muerta ozombis por allí, y podría ver acualquiera que se acercase hasta él contiempo de sobra para acabar conquienquiera que fuese…, por supuesto,con la ayuda de la ametralladoracolocada sobre el borde de la ventana.

Era una arma fabulosa y bastantepotente. Había acabado con todos loszombis del patio sin esforzarse apenas.

También disponía de una pistola, unanueve milímetros semiautomática que lehabía quitado a uno de los guardias, yamuerto, y como arma estaba bastantebien, aunque no era tan buena como laametralladora.

Bueno, pues me quedo aquí otra hora oasí, y si no se pone a diluviar otra vez,salgo a buscar un modo de largarme deeste islote.

Pensaba que podría pilotar un avión.Había visto a su… Había pasado en lascabinas de los aviones bastante tiempo,

pero estaba convencido de que lo mejorsería una lancha motora. La caída nosería desde tan arriba si la cagaba a losmandos.

Steve se apoyó con gesto despreocupadosobre el borde de cemento de la ventanay miró al patio iluminado por la luz dela luna. Se preguntó si debía buscar unacocina antes de largarse. Los guardiasno habían estado en condiciones derepartir la última comida, ya que todosestaban agonizando en esos momentos, y,por lo que había visto, no almacenabandonuts o cualquier cosa parecida en latorre de guardia. Ya había registrado ellugar. Estaba hambriento.

Quizá debería marcharme a Europapara probar algo de cocinainternacional. Ahora puedo ir a dondequiera, a donde me dé la gana. Nadame lo impide.

En teoría, aquella idea deberíaanimarlo, pero no lo hizo. Al contrario,hizo que se sintiera ansioso, un pocoextraño, así que volvió a pensar en laforma de salir de allí. La puertaprincipal de salida de la prisión estabacerrada con llave, pero supuso que siregistraba a fondo a los guardiasencontraría una de las llaves maestras.Ya se había topado con el cadáver delguardia principal, el fallecido PaulSteiner, pero todas sus llaves habían

desaparecido.

Lo mismo que la mayor parte de sucara, pensó Steve, aunque no se sintiómuy apenado por ello. Steiner habíasido un auténtico gilipollas, un cabrónengreído que se creía el rey del mamboen aquel lugar. Siempre sonreía cada vezque se enviaba a otro prisionero a laenfermería. Nadie regresaba jamás de laenfermería…

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Clic.

Steve se quedó helado, mirando a lapuerta de metal que había justo enfrentede la torre de guardia. Lo que había alotro lado era el cementerio, y sabía contotal certeza que estaba repleto dezombis. Había echado un vistazodespués de acribillar a los cadáveresambulantes del patio. Dios, ¿es quepodían abrir las puertas? No eran másque vegetales que caminaban, con loscerebros hechos polvo, se suponía queno eran capaces de abrir las puertas, y silo eran, ¿qué más podían hacer?…

No te dejes llevar por el pánico.Recuerda que tienes la ametralladora,

¿vale?

Todos los demás prisioneros estabanmuertos. Si era una persona, él o ella noeran amigos suyos…, y si no era algohumano, o se trataba de un zombi,acabaría con su sufrimiento. Encualquier caso, no iba a dudar, y no ibaa tener miedo. El miedo era para lasnenazas.

Steve empuñó el mango del foco con lamano derecha: ya tenía el dedo índice dela izquierda en el gatillo de la pesadaarma de color negro. Cuando la puertase abrió del todo, tragó saliva, encendióel toco y se puso a disparar en cuantotuvo a la vista el objetivo.

El arma vibró y escupió un chorro debalas. La empuñadura se estremeciódentro de su puño mientras losproyectiles provocaban pequeñasfuentes de barro. Atisbó un borrón decolor rosa, quizá una camiseta, y uninstante después, el objetivo se apartóde un salto de la línea de fuego. Semovió con demasiada rapidez para seruno de los zombis caníbales. Había oídohablar de algunos de los monstruos queUmbrella había creado, y, a pesar deestar armado con la ametralladora, lerogó a Dios que no tuviera queenfrentarse a uno de ellos.

No tengo miedo, no tengo…

Giró el foco hacia la derecha y siguiódisparando mientras unas cuantas gotasde sudor provocado por el nerviosismoaparecieron en su frente. La persona o loque fuera se había refugiado detrás de lapared que sobresalía cerca de la base dela torre y estaba oculta, pero al menospodría hacer que se marcharaatemorizada. Los trozos de cementosaltaron por los aires, el foco de luziluminó la parte inferior del cadáver deun guardia, el barro y restos diversos,pero no su objetivo.

De pronto, un destello de movimientodetrás de la pared, un breve atisbo de unrostro pálido mirando hacia arriba…

¡BANG! ¡BANG! ¡BANG!

El foco estalló lanzando al airefragmentos de cristal al rojo blanco portodo el interior de la torre de guardia.Steve soltó un grito involuntario yretrocedió de un salto alejándose de laametralladora. Alguien le estabadisparando, y no le importó que fuera denenazas: estuvo a punto de cagarse enlos pantalones.

—¡No dispares! —gritó con vozentrecortada—. ¡Me entrego!

Todo quedó en un completo silenciodurante unos segundos, y después unavoz femenina muy sensual le llegóprocedente de la oscuridad. Parecía

divertida por algo.

—Vale, date por vencido.

Steve parpadeó, confuso…, y unmomento después recordó cómo respirarde nuevo mientras sentía que lasmejillas le enrojecían cuando el miedodesapareció.

«Me entrego.» Ha sido de niños.Menuda primera impresión.

—Voy a bajar —gritó, aliviado alcomprobar que había mantenido la vozfirme al decirlo.

Decidió que cualquiera que pudierahacer una broma después de que le

disparasen no debía de ser malapersona. Si era un enemigo, todavíatenía a mano la nueve 20

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milímetros…, pero fuese o no fuesealguien amistoso, no iba a pedirle otravez que no disparase contra él. Esodaría una impresión todavía peor.

Además, es una chica… Quizá hastasea bonita…

Hizo todo lo posible por no hacer caso

de aquella idea: no tenía sentido alentarfalsas esperanzas. Por lo que él sabía,podía perfectamente tener noventa yocho años, ser calva y fumar puros…,pero incluso en el caso de que no fueseasí, de que se tratase de una tía queestuviese buenísima, no quería acabarcargando con la responsabilidad de otravida aparte de la suya. A la mierda coneso. Tener al lado a alguien quedependiera por completo de uno mismoera casi tan malo como tener quedepender por entero de otros…

La idea era bastante incómoda en sí, y lahizo a un lado. De todas maneras, no esque las circunstancias favorecieran unencuentro romántico, no con un puñado

de monstruos sueltos y repletos deenfermedades, con la posibilidad deencontrarte con la muerte en cadaesquina. Una muerte asquerosa yrepugnante, además, con gusanos yrepleta de pus.

Steve bajó las escaleras de la torre deguardia saltando los escalones de dos endos.

La vista se le ajustó a la oscuridadmientras se acercaba a ella. Ladesconocida se encontraba en mitad delpatio con una pistola en la mano…, ycuando se acercó un poco más, tuvo quehacer un esfuerzo enorme para noquedarse mirándola con la boca abierta.

Estaba cubierta de barro y mojada delos pies a la cabeza, y era la chica másatractiva que jamás había conocido.Tenía una cara de modelo de pasarela,con ojos grandes y rasgos delicados ybellos. El cabello era pelirrojo y lollevaba recogido en una cola. Era tres ocuatro centímetros más baja que él, ycalculó que tenía más o menos la mismaedad: iba a cumplir los dieciocho en unpar de meses, y ella no podía ser muchomayor. Llevaba puestos unos pantalonesvaqueros y un chaleco sin mangas decolor rosa sobre una camiseta negraceñida que dejaba al descubierto suvientre completamente liso. Toda la ropaacentuaba un cuerpo de complexiónatlética…, y aunque parecía cansada y

con una actitud precavida, sus ojos decolor azul grisáceo resplandecían,llenos de energía.

Di algo que mole, pórtate como un tíomolón, no importa…

Steve quiso decir algo para disculparsepor haber disparado contra ella, decirlequién era y lo que había ocurridodurante el ataque, decirle algo genial einteresante y elegante…

—No eres una zombi —soltó de repente.Se reprendió a sí mismo nada másdecirlo.

Vaya comentario genial.

—Venga ya —contestó ella contranquilidad y cierta ironía. De repente,Steve se percató de que el arma de ladesconocida estaba apuntada hacia él.La mantenía baja, pero no le cabía dudade que apuntaba hacia él. En el mismomomento en que se quedó inmóvil por lasorpresa, ella dio un paso atrás, alzó elarma y se lo quedó mirando fijamente,con el índice sobre el gatillo y la bocadel arma a pocos centímetros de su cara—. ¿Y quién coño eres tú?

El chaval sonrió. Si estaba nervioso, loestaba disimulando muy bien. Claire noquitó el dedo del gatillo, pero ya estabamedio convencida de que aquel tipo norepresentaba una amenaza para ella. Lo

había dejado sin el foco, pero él podíahaber acribillado sin problemas todo elpatio y haberla matado.

—Relájate, preciosa —dijo sin dejar desonreír—. Me llamo Steve Burnside.Soy…, era un prisionero.

¿Preciosa? Vaya, genial.

Nada la cabreaba más que la tratarancon condescendencia. Por otro lado, eraobvio que el chaval era más joven queella, lo que significaba que lo másprobable era que estuviese intentandoreafirmar su masculinidad, que intentaseser un hombre más que un simple chaval.Por la experiencia que tenía en la vida,había pocas cosas más molestas y 21

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repelentes que alguien que intentaba seralgo que no era en realidad.

Él la miró de arriba abajo, en unademostración evidente de valoración, yClaire dio otro paso atrás sin dejar deapuntar su arma contra él: no iba acorrer ni el más mínimo riesgo.Empuñaba una M93R, una arma italianade nueve milímetros, una pistolaexcelente que al parecer era el armareglamentaria de los guardias de laprisión. Chris tenía una. La había

encontrado después de ponerse acubierto, al lado del cadáver de unhombre de uniforme…, y si le pegaba untiro al joven Burnside a aquelladistancia, la mayor parte de su bellacara acabaría esparcida por el suelo. Separecía a un actor famoso, alprotagonista de aquella película sobreun naufragio famoso. El parecido eratremendo.

—Supongo que tampoco eres empleadade Umbrella —siguió diciendo él con untono de voz relajado—. Por cierto,siento haberte disparado en cuanto te vi.No creía que quedara nadie más convida por aquí, así que cuando la puertacomenzó a abrirse… —Se encogió de

hombros—. Bueno —continuó, alzandouna ceja en un intento muy evidente deser encantador—, y tú, ¿cómo te llamas?

Era imposible que Umbrella hubiesecontratado a aquel chaval. Claire estabamás segura con cada palabra que decía.Bajó con lentitud la pistolasemiautomática mientras se preguntabapor qué Umbrella querría mantenerprisionero a alguien tan joven.

Querían encerrarte a ti también. ¿O esque no te acuerdas? Y sólo teníadiecinueve años.

—Claire, Claire Redfield —contestó—.Me acababan de traer prisionera hoymismo.

—Eso sí que es sentido de laoportunidad —comentó Steve, y Clairetuvo que sonreír un poco por elcomentario: era lo mismo que habíapensado ella—. Claire. Es un nombrebonito —continuó diciendo mirándolafijamente a los ojos—. No se meolvidará, seguro.

Vaya por Dios. Se preguntó si debíadarle un corte en ese mismo instante o sidebería dejarlo para más adelante (ellay León habían estrechado bastante surelación), pero decidió al final que lomejor era dejarlo para más tarde. No lecabía duda alguna de que tendría quellevárselo con ella para buscar un modode marcharse de allí, y no quería tener

que aguantar sus posibles reproches a lolargo de todo el camino de huida.

—Bueno, pues aunque me gustaríamucho quedarme charlando contigo,tengo que tomar un avión —comentó conun suspiro melodramático—. Esosuponiendo que encuentre uno. Tebuscaré antes de marcharme. Tencuidado, este sitio es peligroso.

Se dirigió hacia una puerta que había allado de la torre de guardia y que seencontraba justo enfrente de la que ellahabía utilizado para salir delcementerio.

—Nos vemos.

Claire estaba tan sorprendida que casi nipudo responder. ¿Estaba zumbado osimplemente era estúpido? Llegó a lapuerta antes de que ella lograracontestar mientras se le acercaba altrote.

—¡Steve, espera! Deberíamosmantenernos juntos…

Él se giró y negó con la cabeza, con unaexpresión de tremenda condescendenciaen su rostro.

—No quiero que me sigas, ¿vale? Noquiero ofenderte, pero la verdad es queno harías más que retrasarme.

Le sonrió de nuevo de un modo

encantador sin dejar de mirarla a losojos.

—Y la verdad es que, sin duda, medistraerías un montón. Mira, tan sólotienes que mantener los ojos y los oídosbien abiertos y no te pasará nada.

Cruzó la puerta y desapareció antes deque a ella le diera tiempo a contestar.Vio entre asombrada y bastante cabreadacómo se cerraba la puerta,preguntándose cómo era posible queaquel chaval hubiera sobrevivido. Suactitud parecía sugerir que se tomabatodo aquello como una partida a logrande de un juego de ordenador dondeno podían 22

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herirlo o matarlo. También por lo queparecía, un comportamiento lleno debravatas valía para algo, y eso era algode lo que los jóvenes tenían enabundancia.

Eso y la testosterona.

Si a aquel chaval lo que más leimportaba era que lo consideraran untipo genial, no iba a durar mucho. Teníaque seguirlo, no podía permitir quemuriera…

Ggraauuurrrrr…

Aquel rugido feroz, solitario y terribleque resonó en la noche tranquila ysilenciosa era un sonido que ella yahabía oído antes en Raccoon City, yprocedía de detrás de la puerta queSteve acababa de cruzar. No podíaconfundirse con ningún otro sonido. Setrataba de un perro infectado por elvirus T, y transformado de animal decompañía en asesino despiadado.

Registró con rapidez los demáscadáveres de los guardias que había enel patio y consiguió dos cargadorescompletos y un tercero a medias. Claireestaba todo lo preparada que podía

estar, así que respiró profundamentevarias veces y abrió con lentitud lapuerta empujándola con el cañón de lanueve milímetros. Tenía la esperanza deque la suerte le durara a Steve Burnsidehasta que lo encontrara…, y que alencontrarlo, su propia suerte no hubieseempeorado mucho.

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Capítulo 3

A pesar de lo terrible y descorazonadoraque había sido la destrucción deRockfort, Alfred no podía negar que selo había pasado bien acabando del todocon algunos de sus subordinados en eltrayecto hasta la sala de controlprincipal de las instalaciones deentrenamiento. No había tenido ni ideahasta ese momento de lo gratificante quepodía llegar a ser verlos enfermos ymoribundos, intentando alcanzarlorabiando de hambre, esos mismoshombres que se habían burlado de él asu espalda, que lo habían llamadoanormal, que habían fingido lealtad conlos dedos cruzados detrás de la espalda,y que habían acabado muertos a susmanos. Había aparatos de escucha y

cámaras ocultas por todo el lugar,artefactos instalados por su padreparanoico, conectados a una cámara devigilancia oculta en su residenciaprivada. Alfred había sabido siempreque no le gustaba a aquella gente, quelos empleados de Umbrella lo temíanpero no lo respetaban como él semerecía.

Pero ahora…

Pensó que en esos momentos ya noimportaba. Sonrió al salir del ascensor yencontrarse a John Barton al otroextremo del pasillo. Se tambaleabahacia él con los brazos extendidos pordelante. Barton era el encargado del

entrenamiento con armas cortas de lacreciente milicia de Umbrella, al menos,en las instalaciones de Rockfort. No setrataba más que de un tipo bárbaro yvulgar, un individuo vociferante deactitud chulesca, siempre con un purobarato en los labios, que no hacía másque flexionar sus músculos hinchadoshasta un extremo ridículo, y que siempreestaba sudando, siempre riendo. Lacriatura pálida y empapada de sangreque se tambaleaba hacia él se le parecíamuy poco, pero sin duda se trataba de él.

—Ya no te ríes, señor Barton —dijoAlfred con voz alegre mientras alzaba surifle de calibre 22.

Colocó el diminuto punto rojo de la miraláser sobre el ojo izquierdo e inyectadoen sangre del instructor de tiro. Elgemebundo y babeante Barton ni se diocuenta…

¡Bang!

Aunque sin duda hubiese apreciado laexcelente puntería de Alfred, además dela munición que había escogido. El rifleestaba cargado con proyectiles deseguridad, unas balas diseñadas paraque la punta se achatara y se abriera alimpactar en el cuerpo. Se las llamaba«seguras» porque no atravesaban elobjetivo y no podían herir a nadie más.El disparo de Alfred destrozó el ojo de

Barton y sin duda buena parte de sucerebro, dejándolo inofensivo yprácticamente muerto. El hombretón sedesplomó en el suelo y un charco desangre comenzó a extenderse bajo suenorme cuerpo.

Algunas de las armas biológicas lointranquilizaban, así que se sintióaliviado de que la mayor parte hubieranpermanecido bajo llave en diversaspartes de las instalaciones deentrenamiento o hubieran muertodirectamente por el ataque. Sin duda, nohabría salido tan tranquilo y sin más sihubiese algunas por allí sueltas, pero nocreía que los portadores del virus fuerandemasiado atemorizadores. Alfred había

visto a muchos hombres, y también aunas cuantas mujeres, convertidos enaquellas criaturas parecidas a zombismediante el uso del virus T, unosexperimentos que había observadodesde que era niño, y que había dirigidocuando ya era adulto. Sin embargo,nunca había más de cincuenta o 24

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sesenta prisioneros vivos en Rockfort ala vez. Entre el doctor Stoker, elanatomista e investigador que trabajabaen la enfermería, y la necesidad

constante de objetivos para elentrenamiento, amén de la falta depiezas de repuesto, nadie permanecía enla isla disfrutando de la hospitalidad deUmbrella más de seis meses.

¿Y dónde estaremos dentro de seismeses?

Alfred pasó por encima del cadáverhinchado de Barton y se dirigió hacia lasala de control para llamar a suscontactos en el cuartel general deUmbrella. ¿Decidirían los directivos dela compañía reconstruir Rockfort? ¿Lopermitiría él? Tanto Alfred como Alexiahabían permanecido a salvo porcompleto del virus durante su fase de

propagación

«en caliente». Los dos caminos quecomunicaban su residencia familiar conel resto de las instalaciones habíanpermanecido cortados a lo largo de lamayor parte del ataque aéreo, pero yaque sabía que el enemigo desconocidode Umbrella estaba dispuesto a recurrira unas medidas tan extremas, ¿estaría élde acuerdo en reconstruir un laboratoriotan cerca de su hogar? Los Ashford no letenían miedo a nada, pero tampoco eranunos insensatos.

Alexia jamás permitiría que seabandonasen las instalaciones, almenos ahora no, no cuando ya está tan

cerca de su objetivo…

Alfred se detuvo en seco y se quedómirando a las hileras de teclados ymonitores de los equipos de radio yvídeo, a los monitores apagados de losordenadores que le devolvían la miradacon ojos grandes y muertos. Se quedómirando, pero no vio nada, y una extrañasensación de vacío se apoderó de suinterior confundiéndolo por completo.

¿Dónde estaba Alexia? ¿Qué objetivo?

Se ha ido. Se ha marchado.

Era verdad, lo podía sentir en la médulade los huesos…, pero ¿cómo podíamarcharse, dejarlo allí, cuando ella

sabía que lo era todo para él, quemoriría sin ella?

La monstruosidad, ciega y aullante, unfracaso, y hacía frío, la hormiga reinaestaba desnuda, colgada sobre el mar, yél no podía tocarla, tan sólo podíasentir el frío y resistente cristal bajosus dedos ansiosos…

Alfred jadeó. Las imágenes de lapesadilla eran tan reales, tan horrendas,que por un momento no supo dónde seencontraba, no supo lo que estabahaciendo. Sintió en la lejanía que lasmanos se le cerraban con más y másfuerza alrededor de algo, cómo losmúsculos de los brazos empezaban a

temblar…, y un restallido de sonidoestático surgió de la consola que estabadelante de él. El sonido chasqueante lellegó con fuerza, y Alfred se dio cuentade que se trataba de alguien que estabahablando.

—… por favor, si alguien me puede oír.Soy el doctor Mario Tica. Estoy en ellaboratorio de la segunda planta —decíala voz, dominada por el pánico—. Estoyencerrado, y todos los tanques se hanvaciado. Se están despertando… Porfavor, tienen que ayudarme, no estoyinfectado, llevo puesto un traje deprotección. Lo juro por Dios, tienen quesacarme de aquí…

El doctor Tica, encerrado en la sala decría de los embriones. Tica, que desdehacía ya bastante tiempo enviabainformes privados a Umbrella sobre susavances en el proyecto Albinoide, unosinformes secretos que eran distintos alos que le mostraba a Alfred. Alexia lehabía sugerido unos cuantos meses antesque enviara a Tica al doctor Stoker.Seguro que la divertiría mucho oírlegimotear de aquel modo.

Alfred alargó la mano para desconectarla súplica balbuciente del doctor Tica, yse sintió mucho mejor al hacerlo. Alexiale había advertido una y otra vez sobreaquellos ataques tan raros, sobre lassensaciones repentinas de soledad

extrema y de confusión. Ella habíainsistido en que se debía a la tensiónacumulada y en que no debíapreocuparse por aquello, que ella jamáslo abandonaría de forma voluntaria. Loamaba demasiado para 25

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hacer algo así.

Alfred pensó en ella, pensó en todos losproblemas y la pena que las defensasincompetentes organizadas por la gentede Umbrella habían provocado, y al

hacerlo, decidió de repente que nollamaría a la oficina central. Sin duda yase habrían enterado de que se habíaproducido un ataque, y lo cierto es queenviarían un equipo de apoyo y rescatede forma inmediata. No había necesidadde ponerse al habla con ellos…, y,además, no merecían oír los comentariosque tenía respecto a la situación, nomerecían tener un conocimiento previode los peligros a los que se enfrentarían.Él no era un empleado, un servidorignorante que tenía que informar a sussuperiores. Los Ashford habían creadoUmbrella: deberían ser ellos los que leinformaran a él.

Y hablé con Jackson hace menos de una

semana, sí, sobre el asunto de la chica,Claire Redfield…

Alfred abrió los ojos como platosmientras la mente le trabajaba a marchasforzadas.

Claire, la hermana de Chris Redfield,uno de los cabecillas de los STARSrenegados, había llegado tan sólo unashoras antes del ataque. La habíanatrapado en París, en el interior deledificio administrativo de la sedecentral de Umbrella. Al parecer, decíaque había ido en busca de su hermano,así que se la habían enviado para que lamantuviera encerrada mientras pensabanqué hacer con ella.

Pero… ¿y si todo había sido un planpara atraer al hermano a terreno abierto,para aplastar su ridícula resistencia deuna vez por todas?, ¿un plan que porpura conveniencia se habían olvidado decomentarle? ¿Qué pasaría si resultaseque Redfield y sus compinches la habíanseguido hasta Rockfort, y su simplepresencia había sido la señal para lanzarel ataque? O quizá incluso había dejadoque la capturaran. Le pareció que todaslas piezas del rompecabezas empezabana encajar. Por supuesto. Por supuesto, sehabía dejado capturar. Una chica lista.Había cumplido bien su cometido. Noimportaba si Umbrella habíadesencadenado el ataque de formavoluntaria o involuntaria, ya no. Se

encargaría de ellos más adelante. Lo queimportaba era que aquella zorra deRedfield había llevado a sus enemigoshasta Rockfort, y que quizá todavíaestaba viva, robando información,espiando, a lo mejor incluso planeandoherir a Alexia…

—No —exclamó con un susurro.

El miedo se transformó en furia deforma inmediata. Resultaba obvio queése había sido su plan desde elprincipio: hacer el máximo daño posiblea Umbrella, y, sin duda, Alexia era lamente científica más brillante quetrabajaba para la compañía en el campode la investigación de armas biológicas.

De hecho, lo más probable era que fuesela mayor mente científica en cualquiercampo.

Claire no se saldría con la suya. Laencontraría…, o mejor todavía,esperaría a que fuese a él, como sinduda haría. La vigilaría, la esperaríacomo un cazador, y la chica sería supresa.

Bueno, ¿y por qué matarlainmediatamente cuando puedes llegar atener la oportunidad de divertirte conella mucho antes de eso? Era la voz deAlexia, metiéndose en sus pensamientos,que le recordaba sus juegos de infancia,cuando habían compartido el placer de

sus propios experimentos, dondecreaban entornos de dolor y observabancómo sufrían los seres con los queexperimentaban. Aquello había forjadoun nexo de unión entre ellos más fuerteque el acero. Compartir unasexperiencias tan íntimas comoaquéllas…

Puedo mantenerla con vida, dejar queAlexia juegue con ella…, o todavíamejor, puedo inventarme un laberintode prueba para ella y así ver cómo sedesenvuelve enfrentándose a algunasde nuestras mascotas…

Había tantas posibilidades. Alfredpodía, con pocas excepciones, abrir y

cerrar todas 26

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las puertas de la isla desde suordenador. Podía dirigirla con facilidadhacia donde quisiera, y matarla cuandole viniera en gana.

Claire Redfield lo había subestimado,todos lo habían hecho, pero eso se habíaacabado…, y si todo funcionaba talcomo Alfred comenzaba a tener laesperanza de que lo hiciese, el díaacabaría de un modo mucho más

satisfactorio de como había comenzado.

Si había perros infectados por losalrededores, se estaban escondiendo. Elpatio abierto en el que entró Claireestaba sembrado de cadáveres. La pielde los cuerpos tenía un color grisenfermizo bajo la luz pálida de la luna,excepto en los numerosos puntos dondelas salpicaduras de sangre los cubrían.No vio a ningún perro, a nada que semoviera excepto las nubes bajas quecruzaban el cielo nocturno cada vez máscubierto.

Claire se quedó inmóvil unos instantesmientras escudriñaba con detenimientolas sombras para asegurarse de que los

alrededores estaban despejados antes dedejar atrás la seguridad de la salida quetenía a la espalda.

—Steve —susurró con fuerza, temerosade gritar por lo que pudiera andaracechando en las cercanías de donde seencontraba.

Por desgracia, Steve Burnside estaba tanpresente como el perro aullante quehabía oído momentos antes. Por lo queparecía, no se había limitado a alejarse:se había largado a la carrera.

¿Por qué? ¿Por qué había escogidopermanecer solo? Quizá se equivocaba,pero aquello que había dicho Stevesobre no querer que ella lo retrasara no

le había sonado a muy cierto.Encontrarse con León en aquellapesadilla que había sido Raccoon Cityhabía significado la diferencia entre lavida y la muerte. No habíanpermanecido juntos todo el tiempo, perosaber que había otra persona tanatemorizada y asombrada de todoaquello como ella… En vez de sentirsesola y desamparada había logradoestablecer objetivos claros, objetivosmás allá de la simple supervivencia:encontrar una forma de transporte parasalir de la ciudad, buscar a Chris, cuidarde Sherry Birkin.

Y desde un simple punto de vista deseguridad, tener a alguien que vigilara

tu retaguardia era mucho mejor que irsolo, de eso no cabía ninguna duda.

Fuese cual fuese su motivo, Claire iba atener que esforzarse mucho para que selo dijera, y eso suponiendo queconsiguiera encontrarlo. El patio que seabría ante ella era mucho mayor que elque dejaba atrás. Había una cabañaalargada de un solo piso a su derecha yuna pared sin puertas a su izquierda, yprobablemente se trataba de la partetrasera de un edificio de mayor tamaño.Se veían las llamas de un pequeñoincendio a través de una de las ventanasrotas de la pared, y había muchísimosrestos esparcidos entre los cadáverestirados por el suelo. Era la prueba de

que se había producido un ataque. Justoa su derecha había una puerta cerrada, yla luz de la luna mostraba un senderopolvoriento al otro lado que llevabahasta otra puerta cerrada…, lo quesignificaba que Steve estaba en lacabaña o que la había rodeadoutilizando un sendero que serpenteaba alotro extremo del patio y que también sedirigía hacia la derecha.

Decidió probar suerte en la cabaña antesde nada. Mientras subía saltando losescalones que llevaban al porche conbarandilla que casi recorría porcompleto el edificio, se preguntó quiénhabía atacado Rockfort y por qué.Rodrigo había dicho algo sobre un

equipo de fuerzas especiales, pero sieso era cierto, ¿a quién obedecía? Alparecer, Umbrella tenía sus enemigos, loque sin duda era una noticia excelente,pero el ataque contra la isla había sidouna tragedia, sin duda alguna. Variosprisioneros habían muerto junto a losempleados de Umbrella, y el virus T,incluso puede que también el virus G, y27

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Dios sabía cuántos virus más, nodistinguía entre culpables e inocentes.

Llegó a la puerta de madera de lacabaña y la abrió con suavidad mientrasempuñaba con firmeza la nuevemilímetros…, y la cerróinmediatamente. Se decidió en cuantovio a los portadores de virus que habíadentro y que estaban rodeando la mesapara dirigirse hacia ella. Un segundomás tarde, oyó un ruido sordoprocedente del otro lado de la puerta,seguido de un gemido suave y lastimero.

Entonces, tendrá que ser por elsendero. Dudaba mucho que el gallito deSteve hubiera dejado a aquellos doszombis en pie si hubiese pasado por lacabaña, y lo más probable era que ellahubiese oído los disparos.

A menos que lo mataran antes.

A Claire no le gustó la idea, pero larealidad implacable de la situación eraque no podía permitirse el lujo dedesperdiciar la poca munición de quedisponía para averiguarlo. Seguiría elsendero para ver hasta dónde lallevaba…, y si no lograba encontrarlo,pues entonces el chaval estaba solo.Quería hacer lo correcto, pero tambiénsentía que tenía que salvar su propiopellejo. Tenía que regresar a París yponerse en contacto con Chris y losdemás, y no lo lograría si se dedicaba adesperdiciar munición y acababa siendola cena de uno de aquellos bichos.

Retrocedió a lo largo del porche, contodos los sentidos alerta a medida quese aproximaba al extremo del edificio.No se había olvidado del perro o perroszombis, y se esforzó por distinguir elrepiqueteo de unas garras contra el suelode tierra, por advertir el posible jadeoque recordaba de su experiencia enRaccoon City. La noche húmeda y fríapermanecía en silencio. Lo único que semovía en el patio era una brisa helada,la única respiración que se oía era lasuya propia.

Echó un rápido vistazo al otro lado de laesquina cuando llegó al extremo deledificio. No se veía nada aparte delcuerpo de un hombre que yacía

sobresaliendo a medias por el hueco quehabía debajo de la cabaña, a unos cincometros de donde estaba ella. A unos diezmetros del cadáver el sendero giraba ala derecha de nuevo, y Claire sintió ungran alivio: había visto aquel tramodesde la puerta cerrada y ya entoncesestaba vacío.

Debe de haberse marchado por esapuerta, la que está en la paredoccidental… También era un aliviosaber algo, cualquier cosa con seguridadcuando Umbrella estaba implicada.

Empezó a recorrer el sendero mientraspensaba en lo que haría falta paraconvencer a aquel machito juvenil para

que permaneciera con ella. Quizá si lecontaba lo que había ocurrido enRaccoon City, si le explicaba que yatenía cierta experiencia de primera manoen lo relativo a los desastresprovocados por Umbrella…

Claire estaba a punto de pasar porencima de la parte superior de aquelcadáver solitario cuando el cuerpo semovió.

Retrocedió de un salto y apuntóinmediatamente la pistolasemiautomática contra la cabezaensangrentada del hombre. El corazón lepalpitaba martilleándole en el pecho…,y se dio cuenta de que realmente estaba

muerto, y que alguien o algo lo estabaarrastrando tirando las piernas hacia lassombras del hueco que había entre lacabaña y el suelo. Era algo muy fuerteque lo estaba metiendo a tirones…,como un perro que estuvieseretrocediendo con algo pesado atrapadoentre sus fauces.

No pensó en nada después de aquello:saltó de forma instintiva por encima delcadáver y salió corriendo para alejarsede allí, sabiendo a ciencia cierta que elperro, si era eso lo que tiraba, no estaríaocupado con aquel cadáver durantemucho rato. Darse cuenta de que estabaa menos de un metro de la criatura lahizo correr con mayor velocidad todavía

en cuanto dobló la esquina. Las botasrepiqueteaban contra el suelo de tierra28

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compacta y húmeda mientras movía losbrazos arriba y abajo con fuerza. Loszombis eran lentos y carecían decoordinación; los perros con los queella y León se habían topado eranferoces y extremadamente rápidos. Nisiquiera con una arma en la mano leinteresaba enfrentarse a una de aquellascriaturas. Acabaría infectada con uno

solo de sus mordiscos.

¡Grraaaauuuuuu! El aullido gorgoteanteprocedía de un punto más allá de dondeel cadáver estaba siendo arrastrado, enalgún lugar de la parte frontal del patio.

Mierda, pero cuántos… No importaba,ya casi había llegado. La salvación seencontraba delante de ella, a suizquierda. No se atrevió a mirar atrás nibajó el ritmo de la carrera hasta quellegó a la puerta, agarró el picaporte ytiró. Se abrió con facilidad, y puesto queno vio nada con los dientes aldescubierto justo delante de ella, entróde un salto y cerró la puerta a suespalda…, para oír a continuación

varios gemidos de zombis y oler elhedor putrefacto de los portadores delvirus ya moribundos al mismo tiempoque algo se estampaba contra la puertacon un fuerte golpe y empezaba aarañarla con sus garras a la vez quesoltaba un gruñido como un monstruoferoz.

¿Cuántos perros, cuántos zombis? Laidea le pasó como un rayo por la menteazotada por el pánico. La ansiedad porla necesidad de ahorrar munición se lehabía quedado grabada después de loocurrido en Raccoon City. ¿Qué pasarási estoy metida en un callejón sinsalida? Casi se dio la vuelta a pesar delriesgo que eso suponía antes de darse

cuenta de dónde se encontraban loszombis.

El callejón en que había entrado estabaenvuelto en las sombras, pero pudodistinguir varios hombres tambaleantesencerrados en una zona vallada situada asu izquierda.

Todos ellos estaban bastante deshechos.Uno de ellos golpeaba la puertaalambrada, y de sus manos casiesqueléticas colgaban varios jirones decarne: hacía caso omiso del destrozoque estaba sufriendo su cuerpo endeterioro progresivo.

Debe de ser la perrera…

Claire dio unos cuantos pasos adelante yconcentró su atención en la cerradurasencilla y de aspecto débil que manteníacerrada la puerta… Vio a los treszombis que andaban sueltos en elpreciso momento que el primero deellos avanzaba tambaleándose haciaella. Tenía la boca abierta y de ellasalían varios regueros de saliva y de unfluido negro y viscoso. Tenía alargadassus manos de dedos huesudos hacia ellaa punto de alcanzarla. Se habíaconcentrado tanto en las criaturasenjauladas que no se había dado cuentade que había más fuera del recintovallado.

Agachó un poco el cuerpo de forma

instintiva y lanzó la pierna izquierdacontra el pecho del zombi. La patadalateral, sólida y efectiva, hizo retrocedera la criatura. Claire sintió cómo la suelade la bota se hundía en la carneputrefacta, pero no tenía tiempo de sentirasco. Ya estaba alzando la nuevemilímetros cuando la puerta de laperrera se abrió con un leve chasquidometálico, y de repente se encontróenfrentada a siete zombis en vez de atres. Se agruparon mientras se acercabana ella, pasando con torpeza al lado de uncontenedor grande de basura, unoscuantos barriles y los cuerpos de suscolegas ya caídos.

¡Bang! Disparó contra el que estaba más

cerca de ella sin pensárselo. La balaabrió un agujero limpio en la sienderecha del zombi, pero Claire se diocuenta de que estaba perdida mientras elcadáver, ya definitivo, de la criaturacaía al suelo. Eran demasiados, estabandemasiado juntos, no lo lograría…

¡Los barriles!

Uno de ellos tenía una señal deadvertencia: INFLAMABLE.

Puedo usar el mismo truco que utilicéen París.

Claire se puso a cubierto detrás delcontenedor de basura y se pasó lapistola a la mano izquierda en cuanto se

agachó. Tenía localizado su objetivo enla mente, así que sólo 29

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asomó la mano mientras los zombis,confundidos, tropezaban entre símientras la buscaban de nuevo,gimiendo de hambre…

¡Bang! ¡Bang! ¡Ba…!

¡BAAAMMM!

El contenedor se estampó contra su

hombro derecho y la lanzó hacia atrás.Se encogió sobre sí misma, con losoídos zumbando, mientras una lluvia derestos metálicos afilados y ardientescaían sobre el contenedor y a sualrededor. Algunos trozos pequeños lecayeron sobre la pierna izquierda. Selos quitó a manotazos, apenas capaz decreerse que aquel truco hubierafuncionado, que todavía estuviera viva.

Se levantó un poco hasta quedar encuclillas y asomó la cabeza para ver loque quedaba de sus atacantes. Tan sólouno de ellos se encontraba entero y deuna pieza, pero estaba apoyado contra laverja metálica de la perrera con la ropay el cabello envueltos en llamas. La

parte superior de otro intentabaarrastrarse hacia ella centímetro acentímetro mientras la piel ennegreciday burbujeante se le caía a trozos. Elresto estaban desmembrados endiferentes trozos y las llamas quecubrían el suelo los chamuscaban paraacabar con los patéticos restos.

Claire acabó con rapidez con los dosque quedaban. Sentía lástima por elterrible final que habían tenido aquellaspersonas. Sus sueños se habían llenadode zombis desde lo que sufrió enRaccoon City. Todo su descanso eraasaltado por criaturas pestilentes ybabeantes que andaban a la busca decarne viva para alimentarse. Umbrella

no había creado de forma intencionadaaquellos monstruos en concreto, tanparecidos a los cadáveres ambulantes delas películas de terror, y era un asuntode matar o morir, así que no teníaninguna clase de elección.

Pero eran personas hasta no hacemucho. Personas con familias y una vidapropia, que no habían merecido morir deaquel modo tan horrible, sin importar lasmaldades que hubiesen cometido. Bajóla mirada hacia los lastimosos cuerposachicharrados y casi se sintió enfermapor el sentimiento de compasión…, ypor el lento pero constante aumento desu odio por Umbrella.

Claire sacudió la cabeza para aclararselas ideas e hizo todo lo posible porapartar aquello de su mente. Sabía quesi se dejaba llevar por todo aquel dolory lástima, era posible que dudara enalgún momento crucial. Al igual que unsoldado en mitad del combate, no podíahumanizar a sus enemigos…, aunque notenía ninguna clase de duda sobre cuálera el enemigo de verdad, y deseó contodas sus fuerzas que los directivos deUmbrella ardieran para siempre jamásen el infierno por todo lo que habíanhecho.

Comprobó todos los huecos y lassombras del pasaje para que no lasorprendieran de nuevo mientras

pensaba en las distintas posibilidadesque se le ofrecían para lo que haría acontinuación. En la parte posterior de laperrera había una guillotina de verdad, yla cuchilla parecía estar manchada desangre. Tan sólo mirarla le provocó unestremecimiento por todo el cuerpocuando le recordó al jefe de policía deRaccoon City, Irons, y su sala de torturaoculta en la propia comisaría. Irons erala prueba viviente de que Umbrella nohacía un examen psicológico a susagentes encubiertos. Al otro lado deldesagradable instrumento de ejecuciónhabía una puerta, pero resultaba obvioque Steve no había salido por allídebido a los zombis que habían estadoencerrados en aquel lugar hasta unos

momentos antes. Al lado de la perrerahabía una compuerta corredera metálica,pero no la pudo abrir…, y al lado deesta última, la única puerta por la queSteve podía haber salido, ya que elcallejón no tenía otra salida más allá.

Claire se acercó a la puerta. De repente,se sintió muy cansada y muy vieja, conlas emociones agotadas. Comprobó lapistola y luego alargó la mano hacia elpicaporte 30

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mientras se preguntaba si lograría ver denuevo a su hermano. A veces,mantenerse agarrada a la esperanza erauna carga pesada y terrible, que se hacíamás pesada todavía porque no podíaperderla, ni siquiera por un momento.

Steve se sobresaltó cuando oyó laexplosión en el exterior, y miró a sualrededor pensativo, como si esperaraque las paredes de la pequeña oficinaabarrotada fuesen a venírsele encima encualquier momento. Se tranquilizó trasunos momentos y supuso que se tratabade otra explosión de algún depósito decombustible, así que no tenía por quépreocuparse. Los incendios sin controlque se habían producido desde el

comienzo del ataque y que azotaban lasinstalaciones de cabo a rabo llegaban devez en cuando a algo inflamable enextremo, una lata de queroseno o unabombona de oxígeno, y entonces, seproducía otra explosión.

De hecho, había sido una de esasexplosiones la que lo había mantenidocon vida. Un cascote que saliódisparado de una pared cuando estallóun barril de gasolina lo derribó,dejándolo inconsciente, y los demásescombros lo cubrieron por completo,ocultándolo a la vista. Cuando recuperóel conocimiento, la gran festividadculinaria zombi había acabado, y lamayoría de los guardias de la prisión y

los propios prisioneros estaban muertos.

Mejor no pensar en ello. Sacudió lacabeza y volvió a centrar la atención enla pantalla del ordenador, en eldirectorio de archivos con el que sehabía tropezado mientras buscaba unmapa de la isla. Algún cretino habíaescrito el código de acceso en uno deaquellos papelitos amarillosautoadhesivos y lo había pegado sobreel monitor, lo que le habíaproporcionado vía libre a unainformación que era obviamente secreta.Era mala suerte que la mayor parte delos archivos fueran tan aburridos comover un deshielo: los libros de cuentas dela prisión, nombres y fechas que no

reconocía, información sobre un tipoespecial de aleación que los detectoresde metal no podían descubrir. Esoúltimo era interesante, ya que él habíatenido que pasar a través de un detectorde metal para llegar hasta la oficina,pero tres o cuatro balas bien colocadasse habían encargado de solucionar ese«problemilla». También había tenidootro golpe de suerte: había encontradouna de las llaves maestras de la puertaprincipal metida en un cajón, y, sin duda,abriría unas cuantas cerraduras en sucamino de regreso.

Y ahora lo único que necesito es unpuñetero mapa para encontrar el barcoo el avión más cercanos, porque si no,

estoy acabado.

Recogería a la muchacha después de quehubiera encontrado una ruta de escape, yaparecería como su caballero salvadorcon armadura resplandeciente. Sin duda,ella apreciaría sus esfuerzos, quizá hastael punto de…

Uno de los nombres de la lista dearchivos le llamó la atención. Stevefrunció el entrecejo y se acercó a lapantalla. Había una carpeta con elnombre Redfield, C. ¿Claire Redfield?La abrió, sintiendo curiosidad, y todavíase encontraba leyendo su contenido,absorto por completo, cuando oyó unruido a su espalda.

Empuñó con rapidez la pistola que habíadejado sobre la mesa y se dio la vueltaen redondo, fustigándose mentalmentepor no prestar más atención…, y allíestaba Claire, con su pistola apuntandoal suelo pero con un leve gesto deirritación en el rostro.

—¿Qué estás haciendo? —le preguntócon tranquilidad, como si no lo hubieraacojonado vivo con aquel susto—. ¿Ycómo has logrado pasar entre los zombisque hay ahí afuera?

—Pues corrí —le contestó él, molestocon aquellas preguntas. ¿Es que se creíaque era un tipo sin recursos o algo así?—. Y estoy buscando un mapa… Por

cierto, ¿estás 31

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emparentada con Christopher Redfield?

Claire frunció el entrecejo.

—Chris es mi hermano. ¿Por qué?

Hermanos. Eso lo explica.

Steve le indicó con un gesto la pantalladel ordenador mientras en su fuerointerno se preguntaba si toda la familia

Redfield sería así de increíble. Bueno,su hermano sin duda lo era: antiguopiloto de la Fuerza Aérea, miembro deun equipo de los STARS, tirador de élitey toda una espina clavada en el costadode Umbrella. No pensaba admitirlo envoz alta, pero lo cierto era que Steveestaba muy impresionado.

—Quizá quieras decirle que Umbrella lomantiene vigilado —le comentó, y seechó a un lado para que ella pudiera leerlo que ponía en la pantalla.

Al parecer, Redfield se encontraba enParís, aunque Umbrella no habíaconseguido averiguar su paraderoexacto. Steve se alegró de haber

encontrado aquel archivo. No leimportaría que ella se sintiera un pocoagradecida con él.

Claire revisó toda la información yluego pulsó unas cuantas teclas antes demirarlo con una expresión de alivio enel rostro.

—Gracias a Dios que existen lossatélites privados. Puedo ponerme encontacto con León, un amigo, que lo másprobable es que ya se haya reunido conChris a estas alturas…

—Ya había comenzado a teclear denuevo y siguió explicándole cosas convoz ausente mientras los dedos corríansobre el teclado—. Hay una lista de

correos que utilizamos los dos… ¿Ves?«Ponte en contacto lo antes posible.Toda la banda está aquí ya.»

Steve se encogió de hombros. No estabademasiado interesado en la vida ymilagros de los colegas de Claire.

—Vete al archivo anterior y encontrarásla longitud y la latitud donde seencuentra este islote —dijo sonriendo—. ¿Por qué no le envías a tu hermanola dirección y viene a salvarnos?

Esperaba otra mirada de irritación, peroClaire se limitó a asentir con unaexpresión de tremenda seriedad en lacara.

—Buena idea. Le diré que se haproducido un nuevo escape en estascoordenadas.

Ellos sabrán a qué me refiero.

Cierto, era bonita, pero tambiénbastante ingenua.

—Era una broma —dijo él meneando lacabeza. Estaban en mitad de ningúnlugar.

Ella se lo quedó mirando.

—Divertidísimo. Se lo contaré a mihermano cuando llegue.

Sin aviso, por sorpresa, una rabia feroz

surgió de su interior, un torbellino defuria y desesperación junto a toda unaserie de sentimientos que ni siquierapodía comenzar a intentar comprender.Lo que sí comprendía era que laseñoritinga Claire estaba muyequivocada, que era estúpida y queestaba equivocada.

—¿Estás de guasa? ¿De verdad esperasque aparezca con lo que está pasandoaquí?

¡Pero mira esas coordenadas! —Laspalabras le salieron con mayor fuerza,ira y rapidez de lo que él pretendía, perono le importó—. ¡No seas idiota!¡Créeme, no puedes depender de la

gente de esa manera! ¡Al final sólolograrás que te hagan daño, y despuéstan sólo te podrás echar la culpa a timisma!

Ella lo estaba mirando como si hubieseperdido la cabeza, y en lo más intensode su furia le llegó una sensaciónaplastante de vergüenza, de que se habíaexaltado más de la cuenta sin sentidoalguno. Pudo sentir cómo las lágrimasamenazaban con saltársele, para mayorhumillación, y no estaba dispuesto deningún modo a ponerse a llorar delantede ella como un niño indefenso, nihablar. Steve también sintió que seruborizaba, así que dio 32

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la vuelta y echó a correr antes de queella pudiera contestarle nada.

—¡Espera, Steve! —acertó a decirClaire por fin.

Él cerró la puerta de un fuerte golpe alsalir y siguió corriendo. Tan sólodeseaba salir, marcharse de allí.

A la mierda con el mapa, tengo la llave,ya se me ocurrirá algo, y mataré acualquiera que intente detenerme…

Salió al largo pasillo y cruzó el detectorde metales inutilizado antes de entrar alcallejón con el arma preparada. Unaparte de él se sintió amargamentedecepcionada por no tener nada contraque disparar cuando pasó al lado de laperrera, donde casi se cayó dos veces alresbalar con los trozos de cuerposchamuscados y húmedos por la sangreque los cubría. No había nada quedestrozar, nada le impedía sentir lo queestaba sintiendo.

Salió de estampida por la puerta quedaba a la parte de atrás del barracón ycomenzó a rodear el largo edificio,sudando, con el corazón palpitándolecon fuerza, el cabello pegado al cráneo

por el sudor a pesar del frío quehacía…, y estaba tan concentrado en suextraña locura, en su necesidad decorrer, que no vio ni oyó nada hasta quecasi fue demasiado tarde.

¡Bam!, algo lo golpeó por la espalda ylo tiró de bruces al suelo. Steve se diola vuelta de forma inmediata y un terrormortífero bloqueó de momento todos losdemás sentimientos y sensaciones…

Eran dos. Dos de los perros de losguardias de la prisión. Uno de ellosestaba dándose la vuelta después dehaber saltado sobre su espalda, y el otrose acercaba dejando escapar un gruñidoque le surgía de lo más profundo de la

garganta. Iba con la cabeza agachada ylas patas tensas, caminando con lentitudpero con determinación.

Dios, qué pinta…

Sin duda, antes habían sido rottweilers,pero ya habían dejado de serlo. Estabaninfectados, no había más que ver susojos cubiertos de una leve película roja,sus hocicos babeantes, los nuevosmúsculos que sobresalían bajo la capade pellejo de aspecto casi resbaladizo.Steve se dio cuenta, por primera vezdesde que se produjo el ataque, de lainmensidad de la locura de Umbrella:sus experimentos secretos, su ridículamentalidad con subterfugios de película

de capa y espada. A Steve le gustabanlos perros mucho más de lo que legustaban las personas, y lo que les habíaocurrido a aquellos pobres animales noera justo.

No es justo. El momento equivocado yen el lugar equivocado. No me merezconada de lo que me está pasando, no hehecho nada malo…

Ni siquiera se dio cuenta de que elobjeto de su lástima había cambiado, deque estaba admitiendo por fin lo jodidaque era la situación, lo mal que lo tenía.No tuvo tiempo de percatarse de ello.Había pasado menos de un segundodesde que se dio la vuelta, y los perros

ya estaban preparándose para atacarlo.

Todo acabó en otro segundo, el tiempoque tardó en apretar el gatillo una vez,girar, y disparar de nuevo. Ambosanimales murieron al instante. Elprimero recibió la bala en la cabeza, yel segundo en el pecho. Este último dejóescapar un gañido de dolor o desorpresa antes de desplomarse sobre elbarro, y el odio que Steve sentía haciaUmbrella se multiplicó de formaexponencial al oír aquel sonidolastimero. Su mente le repitió una y otravez lo injusto que era todo aquellomientras se ponía en pie y comenzaba acorrer de nuevo, tambaleándose. Teníala llave de la puerta de la prisión: no iba

a ser su prisionero nunca más.

Ya va siendo hora de que les hagapagar lo suyo, pensó con ira. Derepente, deseó, rezó para que uno deaquellos cabrones que tomaban lasdecisiones y trabajaban para Umbrella33

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se cruzara en su camino. Quizá si oyeraa uno de ellos implorar por su vida sesentiría un poco mejor.

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Capítulo 4

Chris Redfield y Barry Burton estabanrecargando munición en la habitacióntrasera del piso franco de París,silenciosos y tensos, sin intercambiarpalabra alguna. Habían sido diez díasmuy malos, sin saber qué le habíapasado a Claire, sin saber si Umbrellala mantenía con vida.

Alto, le dijo su voz interior con firmeza.Ella está viva, tiene que estarlo. Eraimpensable tener en cuenta otraalternativa.

Llevaba diez días diciéndose eso, peroya no le parecía posible. Ya había sidobastante malo enterarse de que habíaestado en Raccoon City durante ladebacle final y que había ido allí en subusca. León Kennedy, su joven amigopolicía, le había puesto al corriente detodos los detalles en su primerencuentro. Ella había sobrevivido enRaccoon, pero habían sido«secuestrados» (ella, León y los tresrenegados de los STARS) por Trent ensu camino a Europa; acabaron haciendo

frente a un nuevo grupo de monstruos deUmbrella en unas instalaciones de Utah.Chris no sabía nada de todo aquello,había asumido que seguiría estudiando asalvo en la universidad.

Saber que se había visto envuelta en lalucha contra Umbrella era algo malo, deacuerdo, pero saber que Umbrella lahabía capturado, que su hermanapequeña podría estar ya muerta…Aquello lo estaba matando, lo estabaroyendo por dentro. Era lo único quepodía hacer para no irrumpir en elcuartel general de Umbrella con un parde ametralladoras y comenzar a pedirrespuestas, incluso sabiendo que seríaalgo suicida.

Barry accionó de nuevo el pistónautomático de la máquina de fabricarcartuchos mientras Chris recogía lamunición nueva y la ponía en cajas. Elolor acre y familiar de la pólvorainundaba el aire. Se sentía aliviado deque su viejo amigo pareciera entender sunecesidad de silencio, el constante clic-clic de la máquina era el único sonidoen la pequeña habitación.

También era un alivio tener algo quehacer tras toda una semana de estarsentado y rezando, esperando que Trentse pusiera en contacto con ellos connoticias o para ofrecer ayuda. Chris noconocía a Trent, pero el misteriosodesconocido ya había ayudado alguna

vez a los STARS pasando informaciónconfidencial sobre Umbrella. Aunquesus motivaciones exactas les erandesconocidas, su objetivo parecíabastante claro: destruir la divisiónsecreta de armas biológicas de lacompañía farmacéutica.Desafortunadamente, esperar a Trent erauna posibilidad remota; sólo se habíapuesto en contacto con ellos cuandoconvenía a sus necesidades, y como notenían forma alguna de ponerse encontacto con él, la posibilidad de quelos ayudara parecía más remota esta vez.

Clic-clic. Clic-clic. El repetitivo sonidose iba amortiguando de alguna manera,un proceso mecánico sordo en el

silencio del piso franco de alquiler.Todos tenían tareas específicas quehacer en su promesa de echar abajo aUmbrella, tareas que cambiaban día adía según surgían nuevas necesidades.Chris había estado ayudando a Barrycon las armas una semana y media antes,pero normalmente se encargaba de lavigilancia del cuartel general. Habíanrecibido un mensaje de Jill unas pocassemanas atrás, estaba de camino a París,y Chris sabía que su malgastadajuventud sería muy útil para elreconocimiento interno. León habíaresultado ser un pirata informáticomedio decente, y estaba en la habitaciónde al lado sentado delante delordenador; apenas había dormido desde

la 35

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captura de Claire, y había pasado lamayor parte de ese tiempo intentandoseguir los últimos movimientos deUmbrella. El trío de STARS que habíallegado con Claire y León a Europa:Rebecca, del grupo disuelto de RaccoonCity, y los dos STARS de Maine, Davidy John, estaban en ese momento enLondres, reunidos con un traficante dearmas. Al fin y al cabo, lo habíanpasado todo juntos, y los tres trabajaban

bien en equipo.

No hay muchos como nosotros, perotenemos la experiencia y ladeterminación necesarias. Sinembargo, Claire…

Al estar sus padres muertos, Claire y élhabían desarrollado una estrecharelación, y él pensaba que la conocíamuy bien; ella era inteligente, fuerte yllena de recursos, siempre lo habíasido…, ¡pero también era una estudianteuniversitaria, por Dios! A diferencia delos demás, ella no poseía ningunapreparación específica de combate. Nopodía dejar de pensar que había tenidosuerte hasta entonces, y, en lo que se

refiere a Umbrella, la suerte no erasuficiente.

—¡Chris, acércate!

Era León, y sonaba urgente. Chris yBarry se miraron. Vio reflejada supropia preocupación en la cara deBarry, y se pusieron en pie. Chris sedirigió con el corazón en un puño allugar donde estaba León trabajando,dominado por la impaciencia y el miedoa la vez.

El joven policía estaba de pie al ladodel ordenador, con una expresión neutra.

—Está viva. —Eso fue todo lo que dijoLeón.

Chris ni siquiera había sido conscientede lo mal que estaban las cosas para élhasta que oyó esas dos palabras. Eracomo si su corazón se hubiera liberadode repente después de haber pasado diezdías atrapado en un tornillo de banco,esa sensación de alivio tan física y tanemocional, de sonrojo.

Viva, está viva…

Barry le dio una palmada en el hombro,riéndose.

—Por supuesto que está viva, es unaRedfield.

Chris sonrió, dirigiendo su atenciónhacia León, y sintió cómo su sonrisa se

desvanecía al ver la expresióncuidadosamente neutra del policía.Había algo más.

Antes de que pudiera preguntar, León sedirigió a la pantalla y respiróprofundamente. Leyó el breve mensajedos veces, para que lo digirieranlentamente.

Peligro de infección, aproximadamente37" sur, 12° oeste, como consecuenciadel ataque, tal vez desconocido. Noquedan malos, creo, pero no puedomoverme ahora. Vigila bien tusmovimientos, hermano, conocen laciudad, aunque no la calle. Intentarévolver a casa pronto.

Chris se puso en pie, su mirada se cruzócon la de León en silencio mientrasBarry leía el mensaje. León sonrió, perode manera forzada.

—No la viste en Raccoon —dijo—.Sabe cómo desenvolverse, Chris. Yconsiguió dar con un ordenador, ¿no?

Barry se estiró, siguiendo el ejemplo deLeón.

—Eso quiere decir que no estáencerrada —dijo con expresión seria—.Y si Umbrella está ocupada con otroescape viral, no van a prestar atención anada más. Lo importante es que estáviva.

Chris asintió con la cabeza con gestodistraído, su mente ya ocupada con loque necesitaría para el viaje. Lascoordenadas que había mencionado lasituaban en un punto increíblementeaislado, en medio de Atlántico Sur, perotenía un viejo amigo en las FuerzasAéreas que le debía un favor y podríallevarlo a Buenos Aires o, si no, tal veza Ciudad del Cabo; allí podría alquilarun barco, equipo de emergencia,cuerdas, botiquín, un arsenal de mildemonios…

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—Voy contigo —dijo Barry, adivinandocon precisión sus pensamientos. Eranamigos desde hacía mucho tiempo.

—Y yo —dijo León.

Chris movió la cabeza de lado a lado.

—Ni hablar.

Ambos hombres comenzaron a protestar,pero Chris alzó la voz, acallando susquejas.

—Ya habéis visto lo que ha dicho, esode Umbrella dirigiendo su atenciónhacia mí, hacia nosotros —dijo con voz

firme—. Eso quiere decir que tenemosque cambiar de sitio, tal vez a una de lasfincas de fuera de la ciudad. Alguientiene que quedarse aquí a esperar a quevuelva el equipo de Rebecca, y otrotiene que buscar una nueva base deoperaciones.

Y no os olvidéis, Jill llegará encualquier momento.

Barry frunció el entrecejo y se rascó labarba; su boca dibujó una línea fina yestrecha.

—No me gusta. Ir solo es una malaidea…

—Ahora mismo estamos en una fase

crucial y lo sabéis —dijo Chris—.Alguien tiene que quedarse encargadode la casa, Barry, y tú eres el indicado.Tienes la experiencia, conoces todos loscontactos.

—Bien, pero al menos llévate al chaval—dijo Barry, haciendo un gesto haciaLeón.

Por una vez, León no se molestó por elapelativo, tan sólo asintió con la cabeza,irguiéndose, echando los hombros haciaatrás y alzando la cabeza.

—Si no lo haces por ti, piensa al menosen Claire —continuó Barry—. ¿Qué leocurrirá a ella si te matan? Necesitáis aalguien que os cubra, alguien que pueda

atrapar la bola si se os escapa.

Chris movió la cabeza de lado a lado,inflexible.

—Lo sabes muy bien, Barry, esto tieneque hacerse con la mayor discreciónposible.

Puede que Umbrella haya enviado ya unequipo de limpieza. Sólo una persona,que entre y salga antes de que nadie sedé cuenta de que estoy allí.

Barry todavía seguía frunciendo elentrecejo, pero no insistió. Tampoco lohizo León, aunque Chris podía ver queestaba intentando aceptarlo; era obvioque el policía y Claire habían

estrechado relaciones.

—La traeré de vuelta —dijo Chris,suavizando el tono y mirando a León.León dudó, luego asintió con la cabeza,ruborizándose y haciendo que Chris sepreguntara hasta qué punto exactamentehabían estrechado las relaciones suhermana y León.

Luego. Me puedo preocupar sobre susintenciones si volvemos vivos…,cuando volvamos vivos, se corrigiórápidamente. «Si» no era una opción.

—Está decidido, entonces —dijo Chris—. León, encuéntrame un buen mapa dela zona, geográfico, político, todo, nuncase sabe lo que puede servir de ayuda.

También contéstale a Claire, por siacaso encuentra una oportunidad paracomprobar el correo; dile que estoy encamino. Barry, quiero llevar la máximapotencia de fuego posible, pero ligera,algo con lo que pueda marchar sindemasiados problemas, tal vez unaGlock… Tú eres el experto, tú decides.

Ambos hombres asintieron con la cabezay se dieron la vuelta para comenzar sustareas. Chris cerró los ojos durante unsegundo, rezando rápidamente unaoración en silencio.

Por favor, por favor, mantente a salvohasta que llegue, Claire.

No fue mucho tiempo, pero Chris tuvo la

sensación de que rezaría mucho más enlas largas horas que estaban por llegar.

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La habitación de monitores secretaestaba situada detrás de una paredrepleta de libros de la residenciaprivada de los Ashford. Tras la vuelta asu casa, oculto detrás de la mansión dealojamiento «oficial», Alfred se puso elrifle en bandolera, se acercó a la paredy tocó los lomos de tres libros en rápida

sucesión. Sentía cientos de ojos que loobservaban desde las sombras del salóndelantero y, aunque ya se habíaacostumbrado hacía mucho tiempo a lacolección desperdigada de muñecas deAlexia, a menudo deseaba que no loobservaran de forma tan intensa. Habíaocasiones en las que esperaba ciertaintimidad.

Al girar sobre sí misma la pared, oyó elsilbante chillido de los murciélagos quese escondían en los aleros y frunció elentrecejo, torciendo los labios. Parecíaque habían entrado en el ático durante elataque.

No importa, no importa. Las

preocupaciones para otro día. Teníaotros asuntos más importantes queexigían su atención.

Aparentemente, Alexia se había retiradoa sus habitaciones una vez más, lo queera incluso mejor; Alfred no queríamolestarla, y las noticias de un posibleasesino en Rockfort tendrían ese efecto.Entró en la habitación oculta y cerró deun empujón la pared cuidadosamenteequilibrada.

Normalmente había setenta y cincocámaras entre las que podía escoger, quese podían ver en cualquiera de los diezpequeños monitores de la diminutahabitación, aunque la mayoría del

equipo distribuido por las instalacioneshabía sido dañado o destruido,dejándolo tan sólo con treinta y unaimágenes utilizables. Conociendo lasmalas intenciones de Claire de robarinformación y buscar a Alexia, Alfreddecidió concentrar su atención en su víade entrada a las instalaciones de lacárcel. No tenía ninguna duda de queaparecería dentro de poco tiempo;alguien como ella no tendría laeducación de morir en el ataque o comoresultado de él…, aunque segúnaumentaban sus expectativas y crecía suinterés en el juego, comenzaba ainquietarle que ella hubiera, de hecho,desaparecido.

Afortunadamente, su suposición inicialhabía sido correcta. Otro de losprisioneros atravesó la puerta principalseguido a corta distancia por la chicaRedfield. Alfred, a quien le divertía sutitubeante avance, observaba cómoClaire intentaba alcanzar al joven, elprisionero 267, de acuerdo con laespalda de su uniforme, que parecía notener ni idea de que lo estabanpersiguiendo.

Cuando el joven llegó a la partesuperior de las escaleras que procedíande la zona de la prisión y mientrasobservaba alrededor con aire inseguroentre el terreno del palacio y lasinstalaciones de entrenamiento, Alfredintrodujo 267 con el teclado situadodebajo de su mano izquierda y encontróun nombre, Steven Burnside. No teníaningún significado para él, y mientras elchico dudaba indeciso, Alfred volvió aconcentrar su atención en su presa,sintiendo curiosidad por la joven mujerque se iba a convertir pronto en sucompañera de juegos.

Claire atravesó el puente dañado quesalvaba la garganta instantes después de

Burnside, caminando sobre la parteanterior de los pies, como una atleta.Parecía dueña de sí misma, cautelosapero nada arrepentida por la cuestión decreerse con derecho a cruzar elpuente…, pero también tenía cuidado deno mirar hacia la oscuridad envuelta enneblina que tenía debajo, hacia lasinmensas paredes de la hendidura que sealejaban cientos de metros, y de noentretenerse. En la cálida seguridad delhogar, Alfred sonreía, imaginando sudelicioso miedo…, y se encontrórecordando el truco que le habían hechouna vez Alexia y él a un guarda.

Tenían seis o siete años y FrancoisCelaux era el jefe de turno, uno de los

favoritos de su padre. Era un serviladulador, un lameculos, pero sólo paraAlexander Ashford. Una tarde, aespaldas de su padre, se había atrevidoa reírse cruelmente de Alexia cuando 38

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tropezó bajo una abundante lluvia y sesalpicó de barro su vestido azul nuevo.No iban a soportar una ofensa como ésa.

Ah, cómo lo planeamos, hablando hastaaltas horas de la noche sobre uncastigo adecuado para su

imperdonable comportamiento,nuestras mentes infantiles vivitas ymaquinando todas las posibilidades…

El plan final era sencillo y lo ejecutaronde forma perfecta dos días más tarde,cuando Francois estaba de guardia en lapuerta principal. Alfred le había rogadoal cocinero que le dejara llevar el caféde la mañana a Francois, una tarea que amenudo había llevado a cabo para losempleados favoritos. De camino alpuente sobre la garganta, Alexia habíaañadido algo especial a la fuerte yamarga bebida, sólo unas pocas gotas deuna sustancia similar al curare que habíasintetizado ella misma. La drogaparalizaba los músculos pero permitía

que el sistema nervioso continuarafuncionando, para que el receptor nopudiera moverse ni hablar, pero sí sentiry entender lo que le estaba ocurriendo.

Alfred se acercó lentamente a laspuertas de la prisión, tan despacio queel impaciente Francois salió a su paso.Sonriendo, sabedor de que Alexia habíavuelto a la residencia y estabaobservando y escuchando en la sala demonitores (Alfred llevaba un pequeñomicrófono), se acercó a la barandillaantes de ofrecer, disculpándose, la tazade café a Francois. Ambos gemelosobservaron con silenciosa alegría cómose lo bebía a grandes tragos y cómo,pocos segundos después, respiraba con

dificultad y se apoyaba con todo su pesoen la barandilla del puente. A cualquieraque estuviera observando le pareceríaque el hombre y el chico estabanmirando al otro lado de la garganta,excepto a Alexia, por supuesto, que mástarde le dijo que había aplaudido surepresentación de inocencia.

Lo miré a la cara, a la expresiónhelada de miedo sobre sus refinadosrasgos, y le expliqué lo que habíamoshecho. Y lo que íbamos a hacer.

La mandíbula inmovilizada de Francoishabía llegado a emitir un suave chillidocuando comprendió que estabaindefenso frente a un niño. Durante casi

cinco minutos, Alfred estuvomaldiciendo alegremente a Francoiscomo a un descendiente de cerdos, comoa un campesino sin modales, ypinchándole en la cadera con una agujade coser demasiadas veces para podercontarlas.

Paralizado, lo único que podía hacerFrancois Celaux era soportar el dolor yla humillación, seguramente lamentandosu conducta inhumana hacia Alexiamientras sufría en silencio. Y cuandoAlfred se cansó de su juego, le diovarias patadas al guardia en los suciostacones de las botas, describiendo conpelos y señales sus sensaciones a Alexiamientras Francois se deslizaba

indefenso por debajo de la barandilla ycaía en picado hacia su muerte.

Y entonces grité y fingí llorar cuandootros atravesaron corriendo el puente,intentando desesperadamente consolaral joven maestro mientras sepreguntaban cómo había podidoocurrir una cosa tan horrible. Y mástarde, mucho más tarde, Alexia vino ami habitación y me besó en la mejilla,sus labios cálidos y suaves, suscabellos de seda acariciándome lagarganta…

Los monitores le hicieron desviar laatención de sus dulces recuerdos. Claireestaba ahora de pie en el mismo punto

donde Burnside había dudado. Bastantemolesto consigo mismo debido a su faltade atención, Alfred pasó unos momentosbuscando al joven matón, mirando decámara a cámara, y al final lo descubrióen los mismos escalones de la mansiónde alojamiento. Rápidamente, Alfredcomprobó la consola de paneles decontrol para asegurarse de que todas laspuertas de la mansión estaban abiertas,sospechando que el chico siempre lotendría fácil para ahorcarse…, y gritó deentusiasmo cuando vio que Claire loseguía y que escogía el mismo caminoque su joven amigo.

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Cuánto más exquisito será su terrorcuando suplique por su vidaarrodillándose entre la tibia sangre delseñor Burnside…

Si quería recibirlos de forma apropiada,tenía que irse ya. Alfred se puso en pie yabrió de nuevo la pared. Podía sentircómo crecía su nerviosismo cuandocerró y salió al gran salón. Ardía endeseos de contarle a Alexia sus planesantes de salir, para compartir algunas desus ideas, pero le preocupaba que el

tiempo fuera un factor importante.

—Estaré atenta, cariño —dijo ella.

Sorprendido, Alfred alzó la vista y lavio en la parte superior de las escaleras,no lejos del muñeco de tamaño naturalde un niño que colgaba del balcónsuperior, uno de los juguetes preferidosde Alexia. Comenzó a preguntarle porqué lo sabía, pero se dio cuenta de loestúpida que era la pregunta. Porsupuesto que lo sabía, pues conocía muybien su corazón: era el mismo que latíadentro de su propio pecho blanco comola nieve.

—Sigue ahora, Alfred —dijo ella,premiándolo con una sonrisa—.

Disfrútalos por nosotros dos.

—Lo haré, hermana —dijo, sonriendo asu vez, nuevamente agradecido por serhermano de tal milagro de la creación,afortunado de que ella comprendiera susnecesidades y deseos.

Era como algún tipo de extraño guiño dela realidad, decidió Claire, cerrando laspuertas de la mansión tras ella. Del fríoruinoso e impregnado de muerte de lososcuros patios de la prisión a donde ellase encontraba ahora…, era difícil decreer, pero a la vez tan de Umbrella queella no tuvo otra alternativa que hacerlo.

Maldición. Lo digo muy en serio.

El grandioso y bellamente diseñadorecibidor que se abría frente a ella, sólose veía estropeado por unas cuantashuellas de pies manchados de barro queatravesaban el suelo de baldosasfabricadas a mano y unos pocosmanchurrones de sangre sobre lasdelicadas paredes beige. También seveían unas cuantas grandes grietas cercadel techo y la huella de una mano,granate, secándose sobre una de lasgruesas columnas decorativas quecubrían la pared oeste, unos finoshilillos rojos caían desde la base de lapalma.

Así que los prisioneros no habían sidolos únicos que habían sufrido una tarde

de perros. Era un poco clasista ymezquino por su parte, lo sabía, pero lehacía sentirse un poco mejor saber que alos jefazos de Umbrella les habíanzurrado igual que a los demás.

Se quedó en pie donde estaba durante unmomento, aliviada de estar a cubierto ytodavía ligeramente conmocionada porlas diferentes caras de la instalación deRockfort, como ella había comprobadoen el diseño. Detrás de una de lascolumnas a su izquierda había una puertaazul, una segunda puerta en la esquinanoroeste de la espaciosa habitación.Justo enfrente había un mostrador derecepción de caoba encerada, situadojunto a un tramo abierto de escaleras a

lo largo de la pared derecha queconducía a un balcón en el segundo piso,decorado con un retrato con extrañosdesperfectos: La cara de la personaretratada había sido rayada a propósito.

Claire descendió hacia el recibidor, seagachó y deslizó un dedo por las huellasde pisadas embarradas: todavía estabanhúmedas. Otras huellas conducían a lapuerta de la esquina. No podía estarsegura de que fueran de Steve, perocreía que era lo más probable.

Él había dejado rastros: desde la puertaabierta de la prisión hasta un par decasquillos caídos justo fuera de lamansión, junto con dos perros muertos

más. Para un joven con obviosproblemas, era un tiradorsorprendentemente preciso…

¿Entonces por qué me estoy metiendoen tantos problemas para ayudarlo?,pensó 40

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amargamente. No quiere mi ayuda, noparece necesitarla, y no es que notenga nada más que hacer.

Cuando él dejó de correr, ella no le

había seguido inmediatamente, puesquería enviar un mensaje a León tanpronto como fuera posible. También sehabía sentido obligada a realizar unabúsqueda rápida de suministros médicosen la oficina, algo para ayudar aRodrigo, pero no encontró nada que lesirviera…

—¡Socorro! ¡Ayúdenme! —Un gritoapagado en el edificio.

¿Steve?

—¡Déjenme salir! ¡Eh, que alguien meayude!

Claire fue corriendo hacia la puerta dela esquina con el arma preparada.

Golpeó la pesada madera y la puertacedió y se abrió a un largo pasillo.Steve volvió a gritar desde el otroextremo del corredor. Claire dudó eltiempo suficiente para comprobar quelos tres cuerpos que estabandesparramados sobre el suelo debaldosas no iban a levantarse y echar acorrer. Miró fijamente a la puerta quetenía enfrente.

—¡Ayuda!

Dios, ¿qué le ocurre? Su voz quebradasonaba presa del pánico.

Llegó al fondo del salón y empujó lapuerta, corrió moviendo el arma de unlado a otro…, y no vio nada, tan sólo

una habitación con vitrinas y sillones.Una alarma estaba sonando en algúnsito, pero no podía ver su procedencia.

Movimiento a la izquierda. Claire se diola vuelta, ansiosa por encontrar unobjetivo, y vio que se estabaproyectando un trozo de película sobreuna pequeña pantalla de pared,silenciosa y vacilante. Dos atractivosniños rubios, un chico y una chica,estaban mirándose fijamente a los ojos.El niño sostenía algo, algo que seretorcía. Una libélula, y está…

Claire apartó la miradainvoluntariamente, asqueada. El niñoestaba arrancando las alas del insecto,

sonriendo, ambos niños estabansonriendo.

¡Steve! ¿Por qué ya no gritaba, dóndeestaba? Debía de estar en la habitaciónequivocada…

—¿Claire? ¡Claire, aquí! ¡Abre lapuerta!

Su voz provenía de la parte trasera de lapantalla de proyección. Claire atravesócorriendo la habitación, buscando en lapared, distraídamente consciente de quelos niños rubios habían colocado a latorturada libélula en una caja llena dehormigas y contemplaban cómo éstaspicaban al insecto lisiado hasta matarlo.

—¿Qué puerta?, ¿dónde? —gritabaClaire, deslizando sus ansiosas manospor la pared, empujando una vitrina decristal, tirando de la pantalla…, y lapantalla se levantó, desapareciendo poruna ranura. Detrás de ella había unaconsola, un teclado y seis pantallas endos filas de tres, que tenían uninterruptor situado debajo de cada una.

—¡Claire, haz algo, me estoy quemando!

—¿Qué hago?, ¿cómo te has metido ahí?¡Steve!

No hubo respuesta, y ella oyó cómocrecía la desesperación en su propiavoz, podía sentir cómo iba avanzando ensu cerebro…

Concéntrate. Hazlo ahora.

Claire reprimió su estado al borde delpánico, la clara voz de su mente, la vozdel intelecto. Si le entraba el pánico,Steve moriría.

No hay puerta. Hay una consola conpantallas.

Sí, eso es todo. Esa era la clave. Stevegritó a todo pulmón otra súplicaaterrorizada, pero Claire sólo miraba alas ventanas, concentrándose.

Cada una es diferente, un barco, unahormiga, una arma, un cuchillo, unaarma, un avión…

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No todas eran diferentes, había dosarmas, una semiautomática y unrevólver, y sus interruptores tenían lasetiquetas C y E. Ninguna de las otrascoincidía, y su primer pensamiento fueque era como uno de aquellos testspsicológicos del colegio: marcar lasparejas. Sin cuestionarse más surazonamiento, Claire alargó la mano ypulsó ambos interruptores. Las dosventanas se encendieron…, y a su

derecha, apareció una vitrina de lapared. La alarma se detuvo y la aberturaexpulsó una bocanada de calor seco yardiente que cayó sobre ella. Mediosegundo después, Steve salió dandotropezones y cayó de rodillas. Susbrazos y cara estaban al rojo vivo. Teníaen sus manos un par de armas idénticasque parecían Lugers doradas.

Parece que seleccioné las ventanascorrectas.

Se inclinó sobre él, intentando recordarcuáles eran los síntomas de un ataque alcorazón: mareos y náuseas, creyórecordar.

—¿Estás bien?

Steve alzó la vista. Con sus mejillasencendidas y su ligera expresión devergüenza, no parecía otra cosa que unniño pequeño a quien le había dadomucho el sol. Entonces sonrióburlonamente, y la ilusión sedesvaneció.

—¿Por qué has tardado tanto? —repusosecamente, poniéndose en pie.

Claire se enderezó, frunciendo elentrecejo.

—De nada.

Él suavizó su sonrisa e inclinó lacabeza, apartándose el grueso flequillode la frente.

—Perdona…, y también siento loanterior. Gracias, de verdad.

Claire suspiró. Justo cuando habíadecidido que era todo un gilipollas, éldecidía ser agradable.

—Y mira lo que tengo —dijo, apuntandoa una de las vitrinas con las dos armas—.

Estaban colgadas ahí atrás, en una de lasparedes, cargadas y todo. Qué bien, ¿eh?

Ella tuvo que dominar un urgente deseode agarrarlo por los hombros ysacudirlo hasta verlo con algo desentido. Era valiente, eso tenía quereconocerlo, y obviamente tenía al

menos unas pocas dotes desupervivencia…, pero ¿no entendía quehabría muerto si ella no le hubiera oídopedir ayuda?

Además, este lugar probablemente estálleno de trampas; ¿cómo impido quesalga corriendo?

Lo observaba mientras él fingía disparara la estantería y se preguntaba de formaausente si toda esa actitud de macho erasu forma de hacer frente al miedo. Derepente, se le ocurrió algo, una maneradiferente de tratarlo, una que pensabapodría funcionar.

¿Quiere jugar al chico duro?, puesdejémosle. Apelemos a su ego.

—Steve, creo que tú no estás buscandouna pareja, pero yo sí —dijo ella,haciéndolo lo mejor posible paraparecer sincera—. No…, no quieroestar sola ahí fuera.

Podía ver cómo inflaba el pecho y sintióuna gran sensación de alivio, sabiendoque había funcionado incluso antes deque él dijera una sola palabra. Tambiénse sentía un poco culpable pormanipularlo, pero sólo un poco. Era poruna buena causa.

Además, no era exactamente mentir.Realmente no quería estar sola ahífuera.

—Supongo que puedes venir conmigo

—dijo explayándose—. Es decir, sitienes miedo.

Ella sólo sonrió, apretando los dientes,plenamente consciente de que si abría laboca para darle las gracias, no sabía quépodría salir.

—De todas maneras, sé cómo podemossalir de aquí —añadió. Sus modales

fanfarrones se abrían camino, suentusiasmo juvenil se desbordaba—.Hay un pequeño mapa debajo delmostrador de recepción. Según él, hayun muelle justo al oeste de este lugar yuna pista de aterrizaje un poco más allá.Lo que significa que tenemos una 42

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oportunidad, pero mis artes para elpilotaje son un poco dudosas, así quevoto por navegar. Podemos irnos ahoramismo.

Tal vez lo había subestimado un poco.

—¿De verdad? Perfecto, esto… —Lavoz de Claire se fue apagando. Rodrigo,no podía olvidar a Rodrigo.

Entre los dos podríamos llevarlo almuelle…

—¿Volverías conmigo a la prisiónantes? —preguntó ella—. El tío que meayudó a salir de la celda está todavíaallí. Está muy malherido…

—¿Uno de los prisioneros? —preguntóSteve, animándose.

Uh, uh. Podía mentir, pero él se enteraríaen seguida de la verdad.

—Hum, creo que no…, pero me dejóescapar y me parece que se lo debo…

Steve estaba frunciendo el entrecejo, yella añadió rápidamente.

—Me parece un acto de honor por miparte llevarle al menos un botiquín de

primeros auxilios.

Él no se lo creía.

—Olvídalo. Si no es un prisionero,trabaja para Umbrella, y se merece lopeor.

Además, van a llegar tropas de unmomento a otro. Es su problema, déjalesque lo resuelvan ellos mismos. ¿Vieneso qué?

Claire le sostuvo la mirada y vio ira ydolor en sus oscuros ojos, seguramentecausados por Umbrella. No podíaculparlo por sus sentimientos, perotampoco estaba de acuerdo con él, no enel caso de Rodrigo. Y ella tenía claro

que moriría antes de que llegaraUmbrella si nadie acudía en su ayuda.

—Supongo que no —contestó ella.

Steve se dio la vuelta para irse, dio unospocos pasos en dirección a la puerta yse detuvo, suspirando pesadamente. Segiró, claramente exasperado.

—De ninguna manera voy a arriesgar elcuello salvando a un empleado deUmbrella, y no te ofendas, pero creo queno estás en tus cabales por quererhacerlo…, pero te esperaré, ¿deacuerdo? Vete y dale una tirita o lo quesea y luego nos veremos en el muelle.

Sorprendida, Claire asintió con la

cabeza. Menos de lo que esperaba peromás de lo que preveía, especialmentedespués de su perorata sobre la genterara que te va a defraudar…

¡Oh!

Por primera vez cayó en la cuenta de porqué Steve pudo haber dicho esas cosas,por qué estaba negando el trauma de loque había pasado, de lo que todavíapasaba. Estaba solo, después de todo…,¿cómo no iba a tener problemas deabandono?

Claire le dirigió una cálida sonrisa,recordando lo furiosa que se sintió deniña cuando murió su padre. Haber sidoarrebatado de la familia por la fuerza no

podía ser mucho mejor.

—Será agradable ir a casa —dijodulcemente—. Apuesto a que tus padresse alegrarán…

La burlona interrupción de Steve fueinmediata y excesiva.

—Mira, ven al muelle o no vengas, perono te voy a estar esperando todo el día,¿está claro?

Sorprendida, Claire asintió con lacabeza en silencio, pero Steve ya estabasaliendo de la habitación a grandespasos. Ahora deseaba no haber dichonada, pero ya era demasiado tarde…, yal menos ahora sabía qué no debía decir.

Pobre chico, probablemente echabamuchísimo de menos a sus padres.Tendría que intentar ser un poco máscomprensiva.

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Tras una última mirada alrededor de laextraña guarida, Claire retrocedió haciala puerta delantera, preguntándose quéhacer con Rodrigo. Steve tenía razón,Umbrella podría tener ya un grupo encamino, ellos podrían atenderlo, pero

quería estabilizarlo antes de abandonarel lugar. Necesitaba encontrar un frascode aquel líquido hemostático; no sabíamucho sobre emergencias, pero élparecía pensar que podría ser de ayuda.

Abrió las otras dos puertas del pasilloen el camino de vuelta al recibidor,parando brevemente en la primera paraechar un vistazo a unos retratos, unaespecie de habitación que tenía lahistoria pintada correspondiente a unafamilia llamada Ashford. Había una urnadestrozada en el suelo, pero nada más deinterés. Tras la segunda puerta había unasala de conferencias vacía, unos pocospapeles desperdigados y silencio.

Claire volvió a entrar en el salóndelantero, decidiendo que deberíaprobablemente intentar el tramo superiorde escaleras antes que volver sobre suspasos; justo encima del puente a laprisión —no es que estuviera deseandocruzar otra vez aquella pesadillachirriante—, había una puerta que habíadejado de lado cuando seguía el rastrode Steve.

Una minúscula luz roja en el suelo captósu atención: era como uno de esospunteros láser. Su profesor de geometríautilizaba uno. La pequeña luz dio unsalto hacia ella y Claire miró haciaarriba siguiendo el rayo fino como unlápiz hasta…

¡Joder! Se tiró al suelo para protegersecuando el primer disparo mordió lasbaldosas tan sólo a unos centímetros dedonde estaba e hizo volar variosfragmentos de ellas. Se lanzó detrás deuno de los pilares ornamentales cuandoel segundo tiro resonó en el recibidor,haciendo añicos más baldosas.

Se puso en pie con dificultad, intentandohacerse tan pequeña como fuera posible,preguntándose si realmente había vistolo que creía haber visto: un hombredelgado y rubio con un rifle con miraláser, vestido con lo que parecía unachaqueta del uniforme de gala de un clubde yates, roja oscura, a juego con unpañuelo ahuecado blanco y un cordón

dorado. La idea infantil de vestimenta deun noble.

—Mi nombre es Alfred Ashford —dijoen alto una voz fina y presumida—. Soyel comandante de esta base…, ¡y leexijo que me diga para quién trabaja!

¿Qué? Claire deseó poder decir algobrillante, alguna respuesta rápida, perono pudo pasar de ahí.

—¿Qué? —preguntó en alto.

—Ah, no tiene sentido que finjasignorancia —continuó, mientras su vozburlona temblaba un poco, como siestuviera descendiendo por lasescaleras—. La señorita Claire

Redfield. Sé lo que estás planeando, losé desde el principio…, pero no estástratando con un cualquiera, Claire. Nocuando estás tratando con un Ashford.

Se reía con disimulo, una risa nerviosaaguda y casi femenina, y Claire estuvode repente totalmente segura de que eraun loco; estaba hablando con un loco.

Sí, y haz que siga hablando si noquieres perder su posición. Podía ver elparpadeo de la pequeña luz roja en lapared situada a su espalda, como siestuviera intentando mantener el pilar enla mira.

—Bueno, Alfred. ¿Qué es eso que estoyplaneando? —Levantó el mecanismo de

su semiautomática tan silenciosamentecomo le fue posible, asegurándose deque había una bala en la recámara.

Fue como si no hubiera hablado.

—Nuestro legado de profundidad,supremacía e innovación no tiene dudaalguna —

dijo Alfred, arrogante—. Mi hermana yyo podemos rastrear nuestra genealogíahasta la realeza europea, y hasta algunasde las mejores mentes de la historia.Pero, la verdad, no creo que tus jefes tedijeran todo esto, ¿verdad?

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¿Mis jefes?

—No tengo ni idea de qué estáshablando —gritó Claire, mientrasobservaba el parpadeante punto rojo ydecidía que podía lanzar una miradarápida desde detrás del otro lado delpilar, tal vez incluso hacer un disparoantes de que él pudiera localizarla.

Cuanto más hablaba Alfred, más fuerteera su sensación de que encontrarlo caraa cara sería una mala idea. Las personas

desequilibradas y peligrosas eranimpredecibles en el mejor de los casos.

Él había mencionado a una hermana…¿Los niños de aquella película con lalibélula?

No tenía ninguna prueba, pero susinstintos clamaban un resonante sí.Parecía haber sido constante en sucamino, de repulsivo niño a adultorepulsivo.

—Por supuesto, si estuvieras dispuesta arendirte ahora mismo —susurró Alfred—, tal vez pudieras persuadirme de quete perdonara la vida. Siempre queconfieses tu traición a tus superiores…

¡Ahora!

Claire agachó la cabeza junto al pilar,arma arriba…, y ¡bang!, madera y yesoexplotaron junto a su cara y el disparoastilló la moldura del pilar cuando ellase echó para atrás. Se dejó caer contrael pilar mientras respiraba de formarápida y a bocanadas. Si el otro hubierasido un pelín más preciso…

—¿No eres tú el pequeño conejo veloz?—dijo Alfred, que sonaba

inconfundiblemente divertido—. ¿Odebería decir una rata? Eso es lo queeres, Claire, una rata. Tan sólo una rataenjaulada.

Otra vez aquella risa nerviosa,enajenada y artificial…, pero estabaalejándose, siguiéndolo mientras subíalas escaleras. Pisadas, y luego unapuerta que se cerraba. Se había ido.

Bueno, ¿no culminaba eso de unaforma agradable todo lo que habíapasado? ¿Qué es un desastrebiopeligroso sin un loco o dos? Seríacasi divertido si no fuera algo tandemencial.

Alfred era un pirado.

Claire esperó un momento para estarsegura de que se había ido, respirópesadamente, aliviada pero no relajada.No se relajaría, no se podría relajar

hasta que estuviera bien lejos deRockfort, dejando bien atrás Umbrella,la locura y sus monstruos.

Dios, estaba cansada de toda aquellamierda. Era una teniente mayor desegundo año, le gustaban el baile, lasmotos y una buena taza de leche calienteen un día lluvioso.

Quería a Chris y quería llegar a casa…,y como ninguna de esas dos cosasparecían probables en este momento,decidió que se conformaría con un buenataque de nervios, completo, con gritose histéricos golpes en el suelo.

Era casi tentador, pero eso tendría queesperar también. Suspiró para sus

adentros.

Alfred había subido la escalera, así quepensó que mejor sería que subiera acomprobar aquella otra puerta que habíadejado de lado cerca del puente y ver sipodía encontrar allí algo para Rodrigo.

Al menos es probable que las cosas noempeoren, pensó en tono sombrío,sintiendo una extraña sensación de haberpasado por eso antes cuando abrió lapuerta delantera. La sensación era tansimilar a Raccoon City…, pero aquellohabía sido una completa catástrofe másque un desastre aislado.

Vaya diferencia de mierda. El resultadoes el mismo.

Claire no podía saber que, comparadocon lo que estaba por venir, las cosas nohabían hecho sino comenzar a torcerse.

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Capítulo 5

El pretendido muelle no era en realidadun muelle, para disgusto de Steve, y nohabía ni un solo barco a la vista. Élesperaba un largo malecón con pilotes ygaviotas, toda esa mierda, y media

docena de barcos entre los que poderescoger, cada uno de ellos cargado dedespensas repletas y camas mullidas. Enlugar de todo esto, encontró unadiminuta y asquerosa plataforma que seasentaba sobre una zona casi lacustre deun desapacible color gris, protegida delocéano por una escollera de rocairregular que apenas podía distinguir enla oscuridad. Había una especie depulpito con el timón de un barco pegadoa él al borde de la plataforma,probablemente algún estúpidomonumento al mar o lo que fuera; unamesa decrépita con una especie debasura sobre ella, y un chalecosalvavidas mohoso e infestado de ratastirado en una esquina, lo que fuera en su

día brillante naranja convertido ahora enun sucio color mostaza. Nada másgrande que una canoa iba nunca a pararen este muelle; en una palabra: inútil.

Perfecto. ¿Entonces cómo se marchó dela isla toda esa gente, nadando deespalda? ¿Y si hay una pista deaterrizaje, dónde diablos está?

No sólo tenía que buscar ahora otra víade escape, sino que le había dicho aClaire que viniera aquí. No podía salirvolando, pero tampoco quería quedarsemucho tiempo por allí.

También puedes dejarla tirada.

Steve frunció el entrecejo, pateando

irritado un trozo totalmente corroído dealgún tipo de maquinaria. Tal vez fueraun poco ruidosa, un poco ingenua…,pero le había salvado la vida, eso estabaclaro, y su deseo de volver para ayudara un empleado herido de Umbrella sóloporque la había dejado en libertad…,eso era…, bueno, era bonito, era un actobonito. Dejarla tirada no parecía loadecuado.

No muy seguro de qué hacer, se puso aandar hacia el timón (¿no tenía unaespecie de nombre marinero, una deesas palabras de jerga marinerilla?, nosabía) y lo hizo girar, sorprendiéndolelo suave que daba vueltas considerandola porquería que era el resto del

«muelle»…, y con un suave ruidomecánico, la plataforma que tenía a suspies de pronto se separó del resto y sedeslizó sobre el agua, mientras burbujasgigantes comenzaban a atravesar lasuperficie del agua que tenía enfrente.

¡Dios! Steve se agarró al timón con unamano y apuntó con la otra a las burbujascon una de las Lugers doradas. Si erauna de las criaturas de Umbrella, iba arespirar plomo caliente…

Un pequeño submarino se elevó sobre elagua como un pez oscuro y metálico,abriendo la escotilla justo enfrente desus pies. Una escalera descendía haciael submarino, que parecía estar vacío. A

diferencia de los inserviblesalrededores, el pequeño submarinoparecía sólido y en buenas condicionesde mantenimiento.

Steve se quedó mirándolo, estupefacto.¿Qué coño era aquella mierda? Era algocomo un cacharro de un parque deatracciones, algo tan raro que no estabamuy seguro qué pensar.

¿Es que acaso esto es más raro quetodo con lo que te has topado hoy?

Entendido. El mapa que habíaconsultado en la mansión era un tantovago, tan sólo un par de flechas y laspalabras «muelle» y «pista deaterrizaje»…, y aparentemente tienes 46

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que hacer un viaje en submarino parallegar allí. Pues vaya una empresa queera esta Umbrella.

Puso el pie en el primer peldaño y luegodudó: su piel todavía estaba roja delúltimo viaje a lo desconocido. No teníamás ganas de ahogarse que de que loasaran vivo al horno.

Ah, mierda, no lo sabrás hasta que lointentes. Otra vez entendido. Stevedescendió por la escalera y, cuando

saltó del último escalón, activó unaplaca de presión en el suelo delsubmarino. Por encima de él, la escotillase cerró. Rápidamente pisó otra vez y laescotilla se volvió a abrir. Estaba biensaber que al menos no se quedaría sinaire.

El interior del submarino era muysimple, puede que tan amplio como uncuarto de baño grande, dividido en dospor la estrecha escalera. Había un bancoacolchado a un lado, la parte trasera delsubmarino, y una sencilla consola decontrol al frente.

—Veamos qué es lo que tenemos aquí —murmuró Steve, avanzando hacia los

controles. Eran ridículamente sencillos,una única palanca con dos posiciones,que en ese momento estaba en laposición superior, llamada «principal».La posición inferior era

«transporte». Steve sonrió, asombradode que pudiera ser tan fácil. Eso sí queera facilidad de uso.

Dio un toque a la placa de presión y laescotilla se cerró, preguntándose siClaire estaría impresionada por sudescubrimiento mientras bajaba lapalanca. Escuchó un sonido metálicosordo y suave y el submarino se movió,descendiendo. Sólo tenía un ojo de buey,pero estaba muy oscuro para ver nada

aparte de unas pocas burbujasascendentes.

El viaje sin clímax sorprendente terminóen diez segundos. El submarino pareciódetenerse. Escuchó un sonido metálicomás agudo procedente de la escotilla,como si se estuviera rozando con algo.Estaba claro que no era un sonidosubmarino. Hacia adelante y haciaarriba. La escotilla se abrió cuandocomenzaba a ascender la escalerilla, elarma firmemente sostenida en lamano…, y salió a una plataformametálica cercada por paredes de cristalo plexiglás y rodeada completamentepor oscuras aguas. Había unos pocosescalones que conducían a un pasillo

bien iluminado, donde sólo la pared dela izquierda estaba hecha de agua.

Sí. Era como los tanques de algunosacuarios, donde podías andar por untúnel por debajo del agua y mirar a lospeces. A él nunca le habían gustado esascosas; siempre pensaba que sería muyfácil imaginarse cómo se rompía elcristal justo cuando el tiburón sedecidiera a nadar a su lado…, o algopeor.

Y era suficiente. Steve descendió haciael pasillo y avanzó por él, tomando susdos primeras curvas y mirandodeliberadamente hacia adelante. Era laprimera vez desde el ataque a la isla que

se había sentido realmente nervioso, notanto por la claustrofobia sino por unaespecie de miedo primitivo, de que algoapareciera de repente de las oscurasaguas hacia el cristal, un animal u otracosa: una mano pálida, tal vez, o puedeque un muerto, con su blanca caraapretada contra el cristal, sonriéndole…

No podía evitarlo. Echó a correr, ycuando el corredor terminó en unapuerta que aparentemente proporcionabauna salida de la habitación del agua, sellamó cobarde, aunque se sintieraaliviado.

Empujó la puerta y vio dos, tres…,cuatro zombis en total, y todos ellos

bastante contentos con su compañía. Sedieron la vuelta y comenzaron a cojear otambalearse en dirección hacia él. Susropas hechas jirones, no cabía duda deque eran uniformes de Umbrella, lescolgaban de los brazos abiertos. Habíaen el ambiente un olor a pescado muerto.

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—Unnnh —murmuró uno de ellos y losotros lo imitaron. Los gemidos eran

extrañamente suaves, con un sonidolejano y de cierta tristeza. Considerandoque Umbrella se lo había hecho pasarmuy mal, no es extraño que no sintieramucha simpatía por ellos. Ninguna, dehecho.

La habitación estaba dividida en dos poruna pared, pero los tres zombis de laizquierda no podían ver al solitariocaminante de la parte derecha…, aunquetal vez sí pudieran, pensó, mirando conmás detenimiento. Cada miembro deltrío tenía unos ojos de un extraño rojooscuro que parecían brillar. Lerecordaban una película que había vistouna vez, una sobre un hombre que teníavisión de rayos X y que veía todo tipo

de mierdas.

Supongo que nunca sabremos qué es loque ven. Steve apuntó al más cercano,cerró un ojo y ¡bang!, justo en medio dellóbulo frontal, un agujero limpioapareció en su frente verde grisáceacomo por arte de magia. Los ojos rojosde la criatura parecieron difuminarse yextinguirse en su caída, primero derodillas, y luego al suelo, tan largo comoeran, ¡splash!

Los compañeros del zombi noparecieron hacer mucho caso y siguieronavanzando.

Un mostrador había detenido el avancedel caminante solitario, aunque él

continuaba andando, aparentemente sinpercatarse de que no estaba yendo aningún sitio.

Steve apuntó al siguiente del mismomodo que al primero, de un solodisparo, pero por alguna razón, no sesentía muy bien con ello. Dispararles deesa manera. No le había molestadoantes, allá en la prisión. Entonces sehabía sentido bien, incluso poderoso;había estado encerrado en aquel infiernodurante tanto tiempo que se sentía muycabreado, y con buenas razones paraello, y recuperar cierto control en esosmomentos había sido como un regalo,como un gran regalo de Navidad que unniño lleva esperando todo el año, como

él solía esperar…

Cállate. Steve no quería pensar en ello,eso eran tonterías. Así que no se sentíacomo para aplaudir cada vez quetumbaba a uno de ellos, ¿y qué? Todo loque quería decir era que se estabaaburriendo.

Disparó a los dos últimos rápidamente,disparos que parecieron másestruendosos que los anteriores,prácticamente ensordecedores. Echó unrápido vistazo alrededor en busca dealgo útil, si unos clips y unas viejastazas mugrientas fueran de algunautilidad…, ése era su día de suerte y yaestaba listo para continuar. Había dos

puertas en la pared trasera, una a cadalado de la habitación; eligió la izquierdapor una cuestión de principios. Habíaleído en algún sitio que cuando se da aelegir, la mayoría de la gente elegía laderecha.

Después de comprobar la munición,pasó al lado de un gran tanque de pecesvacío que dominaba la parte izquierdade la habitación y, cuidadosamente,abrió la puerta y abarcó todo lo quepudo de una sola mirada. Oscuro,cavernoso, olía a agua salada y a aceite,nada se movía. Entró dentro, moviendola Luger de lado a lado…, y soltó unacarcajada, un arrebato de pura alegríaque recorrió todo su cuerpo mientras el

eco de su risa volvía a él. Era el hangarde un hidroavión, y había un granhidroavión allí, enfrente de él. Grandepara él, que había volado más que nadaen pequeños aviones privados de dosmotores.

Muy contento, Steve se dirigió hacia elaparato, que se encontraba justo debajode la plataforma de malla metálica quetenía bajo sus pies. Era un piloto sinexperiencia, pero se imaginaba queprobablemente sabría lo suficiente comopara no irse al suelo.

Lo primero, súbete a él y comprueba elcombustible, su estado general,apréndete los mandos…

Se detuvo al borde de la plataforma ymiró hacia abajo, frunciendo elentrecejo. Se encontraba por lo menos atres metros por encima de la escotilladelantera, que parecía 48

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estar muy bien cerrada.

A su izquierda había un tablero demaquinaria que tenía algunos panelesencendidos. Steve se acercó y les echóun vistazo, sonriendo cuando vio unmando para poner en marcha el ascensor

de carga. El sistema también debía abrirla puerta del avión, de acuerdo con undiminuto diagrama.

—Listo —dijo, moviendo el interruptor.Un fuerte y chirriante ruido mecánicoresonó por todo el hangar gigante,haciéndole estremecerse, pero se detuvodespués de unos pocos segundos, altiempo que un pequeño ascensor separaba al borde de la plataforma.

Subió al ascensor, estudió el panel decontrol…, y comenzó a maldecir, cadauna de las palabras malsonantes queconocía, dos veces. Junto a un trío deespacios de forma hexagonal estaban laspalabras: «Introducir aquí las llaves

maestras». Si no había llaves, no sepodía poner en marcha.

¡Podían estar en cualquier sitio de estamaldita isla! ¿Y qué posibilidades hayde que las tres malditas llaves esténjuntas?

Tomó aire, se intentó calmar un poco ypasó los siguientes minutos tratando dedescubrir cómo estaban conectados loscontroles del avión al resto del sistema,buscando una forma que no hicieranecesarias las llaves. Y tras unacuidadosa y elaborada deliberación,comenzó a maldecir otra vez. Cuandoacabó por cansarse de ello, se rindió alo inevitable.

Steve se dio la vuelta y comenzó abuscar alrededor, mirandoinquisitivamente en cada oscura rendija,formulando teorías sobre dónde podríanestar las llaves maestras, mientrasdeslizaba las manos sobre todos losgrasientos y polvorientos armarios de lamaquinaria. Decidió que iba a bailarsobre los huesos del próximo empleadode Umbrella que abatiera, sólo por elmero hecho de trabajar en un sitio taninnecesariamente complicado. Llaves,emblemas, pruebas, submarinos; era unmilagro que llegaran a acabar algo.

El portador del virus vestía una bata delaboratorio y su mandíbula inferior sehabía caído en algún sitio, o se había

roto; borboteaba y balbuceaba de formahorrible, su lengua infestada de gusanosyacía inerte en medio de la garganta.Claire no sabía si había sido un hombreo una mujer, aunque suponía quetampoco importaba mucho. Tan penosocomo asqueroso, lo libró de susmiserias con un único disparo a la sien yluego registró la zona, la oficina dellaboratorio, el pequeño almacén, antesde volver al salón, desanimada por laapabullante falta de éxito.

La entrada a la que había vuelto desde lamansión se abría a un patio de tierraprensada razonablemente grande, másparecido a la prisión que al palacio,aunque incluso después de registrar unas

pocas habitaciones seguía sin tener clarodónde estaba exactamente: tal vez enalguna clase de instalación para pruebaso un campo de entrenamiento paraguardias o soldados.

Puede que sólo un edificio diseñadopara destruir la esperanza, pensósombríamente, mirando hacia la puertadelantera. Había entrado hacía unos diezminutos, esperando que Rodrigo noestuviera ya muerto, que Steve hubieraencontrado un bote, que el señor LocoAshford y su hermana no estuvieranplaneando hacer volar la isla…, pero ensólo diez minutos estas esperanzashabían sido totalmente pisoteadas. Todolo que ella realmente quería ahora era un

maldito frasco de medicina, porque asíestaría un paso más cerca de irse.

Primero lo había intentado en el piso dearriba, padeciendo una vibrante pequeña49

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aventura que había recortado unos pocosaños de su vida. Todo lo que habíadescubierto era un pequeño laboratoriocerrado, con muchos cristales rotos en elsuelo procedentes de lo que parecíantanques rotos de sujeción. Había visto

los daños a través de una ventana deobservación y estaba a punto de irsecuando un pobre y ensangrentadohombre vestido con un traje deseguridad se lanzó contra el cristal. Esehabía sido su último acto. El trajeobviamente no le había venido muybien: su cabeza prácticamente habíaexplotado, recubriendo el interior delcasco de sangre. Tampoco le habíavenido nada bien al corazón de ella, yaque le dio un susto de muerte, y toda laexperiencia del piso de arriba habíasido rematada por el cierre de unacompuerta de emergencia,aparentemente accionado por el hombredel traje. Prácticamente tuvo que tirarseescaleras abajo para evitar quedar

atrapada.

Buuuff.

Había tenido que matar a nueve zombisde momento, tres de ellos vestidos conbatas de laboratorio, y ni uno teníasiquiera una muestra de algodón. Nadaen el vestuario, y había revisadoprácticamente cada una de las malditastaquillas, encontrando suspensorios yartículos pornográficos, pero poco más;nada en la pequeña y extraña ducha,nada de nada. Ella pensaba que unaempresa farmacéutica podría tener unascuantas medicinas por algún sitio, perocada vez parecía algo más dudoso.

Claire volvió al gran salón que

arrancaba del primer piso del edificio,que se abría a un patio exterior.Esperaba encontrar algo para Rodrigosin tener que salir del propio edificio,pero no parecía posible.

Si me pierdo, puedo sencillamenteseguir el rastro de los cadáveres,pensó, andando deprisa por elinclasificable corredor. No eradivertido, pero no se sentía muypolíticamente correcta en ese momento.También empezaba a tener pocamunición, lo que hacía que se sintieraincluso menos inclinada a un estadopositivo de ánimo.

Pasó del relativo calor del salón al patio

envuelto en niebla, con olores delocéano que inundaban la fría noche gris.Un pequeño fuego lucía contra unapared. Toda la instalación de Rockfortestaba extrañamente diseñada, pensaba,una singular combinación de lo antiguo ylo moderno. Ineficaz, pero interesante; elpequeño patio estaba recubierto deadoquines; seguro que no era un añadidoreciente…

Claire se quedó helada. El estrecho hazde luz rojo de un láser cortó la nieblafrente a ella, moviéndose en sudirección desde algún punto más arriba.Un balcón a su derecha, las escalerascontra la pared este.

¡Escaleras, a cubierto!

Eso fue todo lo que tuvo tiempo depensar antes de que el pequeño puntorojo se moviera vacilante sobre supecho. Se tiró a un lado justo cuando elprimer disparo atravesó el frío aire,enterrándose en una fuente miniaturahecha de fragmentos de piedra.

Dio vueltas por el suelo hasta ponerseen pie y salió corriendo hacia lasescaleras, la luz roja saltando de un ladoa otro, intentando encontrarla. ¡Bang!, unsegundo disparo falló, pero pasó lobastante cerca como para que ellapudiera oír el modo en que cortaba elaire con un zumbido muy agudo. Pudo

ver un instante al tirador justo antes deagacharse detrás de una balaustrada bajade piedra, no muy sorprendida de verpelo rubio liso por detrás y una chaquetaroja con ribetes en oro.

Estaba más enfadada que asustada porno haber tenido más cuidado después detodo por lo que había pasado…, yporque casi había acabado con ellaaquel pequeño psicópata elitista.

Esto tiene que acabar ya. Claire alzó elarma por encima de la balaustrada depiedra y disparó dos ráfagas en ladirección en la que se encontrabaAlfred. De inmediato obtuvo la 50

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recompensa de un grito de sorprendidaira. No es tan divertido cuando loscampesinos contestan, ¿eh?

Dispuesta a aprovecharse de lasorpresa, Claire subió tres escalonesgateando y se arriesgó a asomarse porencima de la balaustrada, justo a tiempopara verlo correr a través de una puertade la pared oeste y cerrarla de golpe.

Subió las escaleras y salió detrás de él,abriendo la puerta de un empujón ycorriendo a través de un salón iluminadopor la luna, donde columnas de fría luz

atravesaban las sombras. La decisión deperseguirlo no había sido consciente,sencillamente lo hizo, sin querer volvera caer en otra de sus emboscadas. Podíaver al final del salón lo que parecía unamáquina de bebidas, y podía oír elsonido de sus pisadas a la carrera…Oyó cómo se cerraba de golpe unapuerta justo antes de que alcanzara elextremo del corredor, una pequeñahabitación con dos decrépitas máquinasde comida y bebida y dos puertas paraescoger entre ellas.

Claire dudó, mirando a ambaspuertas…, pero al final puso las manosen las rodillas para tomar aire,abandonando la persecución. Por lo que

sabía, él estaba al otro lado de una deesas puertas, esperando a que ella laatravesara.

Apúntale una al chiflado. No ha sidouna gran victoria, de todas formas. Consuerte, pronto estaría lejos de la isla, yAlfred Ashford sólo sería otro malrecuerdo.

Un momento después se irguió y sedirigió a comprobar las máquinas, unade aperitivos y la otra de bebidas. Derepente se dio cuenta de que estaba muyhambrienta y que tenía una sed increíble.

Las máquinas estaban averiadas, pero unpar de buenas y contundentes patadassolucionaron el problema. La mayoría

no valía para nada, pero había variasbolsas de frutos secos surtidos y unaspocas latas de zumo de naranja. No eraexactamente una cena para chuparse losdedos, pero considerando lascircunstancias, había sido una cosechaplena de recompensas. Comiórápidamente y metió unas pocas bolsassin abrir en los bolsillos del chalecopara más tarde, sintiéndose más centradacasi inmediatamente.

Así que…, ¿puerta número uno o puertanúmero dos? Vamos a ver, elijamosuna… La puerta gris, a la derecha delcorredor. Dudaba de que Alfred tuvierala paciencia de estar todavía esperando,pero aun así se fue acercando poco a

poco y con mucho cuidado a la puerta,por si acaso, empujándola con el cañónde la 9 milímetros.

Claire se relajó. Una pequeña yacogedora habitación, un par de sofás,una antigua máquina de escribir sobreuna mesa y un gran y polvoriento baúl enuna esquina. Parecía segura: Alfreddebía de haberse ido por la puertanúmero uno. Entró dentro pararegistrarla, atraída por un pequeña pilade objetos de todo tipo sobre uno de lossofás…, y se quedó sin respiración, conlos ojos abiertos como platos.

¡Gracias, Alfred!

Alguien había tirado sobre el sofá los

contenidos de una riñonera, que seencontraba allí, arrugada, al lado delmontón. Allí había dos agujasesterilizadas y una jeringuilla, unpaquete de cerillas impermeables,media caja de munición de 9 mm…, yuna pequeña y medio llena botella delmismo líquido hemostático que Rodrigonecesitaba, exactamente lo que ellahabía estado buscando. También habíaotras cosas de todo tipo en elimprovisado botiquín de emergencia, unbolígrafo, un pequeño destornilladorplano, un condón envuelto en papel dealuminio…, al final, puso los ojos enblanco, sonriendo. Interesante lo quealgunas personas considerannecesidades básicas. Su sonrisa se

desvaneció cuando vio las manchas desangre de la riñonera, pero se seguíasintiendo mejor que en los díasanteriores.

Volvió a llenar la riñonera y se la ató unpoco baja a la cadera, traspasando unas51

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pocas cosas de sus bolsillos llenos.Apenas podía creer la suerte que habíatenido. La medicina era lo que más lapreocupaba, pero había sido un alivio

increíble encontrar algo de munición.Incluso un simple cargador era en esosmomentos un regalo de los dioses.

Una búsqueda por el resto de lahabitación no dio ya más resultados,aunque tampoco le importó. Se sentíacomo si el final estuviera al alcance dela mano, un final a esta horrible yespantosa noche.

Vuelve a la prisión, dale las medicinasa Rodrigo y luego vete a ver si Steve hatenido suerte en su lucha porconseguirnos un billete a casa, pensóalegremente, saliendo de la habitación.

Había sido un día muy duro, perocomparado con Raccoon, había sido

como un día en el campo…

El fuerte ruido de la compuertacerrándose la despertó de golpe, elmomento de felicidad volatilizadomientras el corredor, su salida, quedababloqueado con un golpe atronador.

Claire corrió a la compuerta metálica yla golpeó con el puño, plenamenteconsciente de que no tenía ningunaposibilidad. Estaba encerrada y la únicaposibilidad de escape que tenía ahoraera la puerta que no había probado.Aquella por la que escapó Alfred.

—Bienvenida, Claire —dijo en alto unavoz, tan altanera y pretenciosa comorecordaba, con la misma inflexión

despreciativa que antes. Había unaltavoz intercomunicador por encima deuna de las máquinas de comida, en laesquina superior de la habitación.

Hooola, Alfred, pensó lúgubremente, nodispuesta a darle la satisfacción desentir su ira o su miedo. Todas lasinstalaciones estarían probablementecableadas y dotadas de micrófonos;había sido una estúpida por no pensar enello, y sólo porque no viera una cámarano quería decir que no hubiera ninguna.

—Estás a punto de entrar en una zonaespecial de juegos de todo tipo —continuó Alfred—, y tengo un amigo aquien me gustaría mucho que conocieras;

creo que jugaréis bien juntos.

Qué bien, no puedo esperar.

—No te mueras demasiado pronto,Claire. Quiero disfrutar de todo esto.

Soltó una carcajada, esa loca, enervantey característicamente artificial risanerviosa suya, y luego desapareció.

Claire se quedó mirando sin comprendera la puerta que se suponía que tenía queatravesar, calculando sus posibilidades.Eso era probablemente lo mejor que lehabía enseñado Chris, que siemprehabía opciones; puede que todas fueranuna mierda, pero siempre había unaposibilidad a pesar de todo, y pensar

ahora en esas alternativas tenía un efectotranquilizador.

Puedo esconderme en la habitación aprueba de intrusos y vivir de golosinashasta que aparezcan los de Umbrella.Puedo sentarme aquí y rogar que algúngrupo amigo venga milagrosamente arescatarme. Puedo intentar atravesarla compuerta metálica o una de lasparedes…, con este destornillador y unpoco de paciencia probablementepueda atravesarlas en unos diez milaños. Puedo pegarme un tiro. O puedoatravesar la puerta de la zona dejuegos de Alfred y ver qué es lo que hayque ver.

Había unas cuantas variantes, pero creíaque éstas resumían todas las demás…, ytan sólo una tenía sentido.

¡Técnicamente, ninguna tiene sentido!,gritaba parte de ella. ¡Debería estarahora en mi habitación, comiendopizza fría y empollando para algúnexamen!

Echó mano a un nuevo cargadorcompleto y puso otro en su sujetadorpara que estuviera a mano. Era hora dever qué se traían entre manos Alfred ysus secuaces de allí 52

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mera, de ver si Umbrella ha conseguidola fórmula del guerrero bio-orgánicoperfecto.

Claire avanzó hacia la puerta y sedetuvo, preguntándose si debería ir a labatalla con algún profundo pensamientosobre su vida, o sobre el amor,preguntándose si estaba preparada paramorir…, y decidió que podíapreocuparse de todo eso más tarde. Sino había un más allá, no tenía por quépreocuparse por él, ¿no?

—Madre mía, qué inteligente soy —murmuró, y abrió la puerta de unempujón antes de perder la calma.

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Capítulo 6

Todo era perfecto. Las cámaras estabancolocadas de forma que pudiera verdesde cuatro ángulos diferentes; todo encolor; el escenario de la batalla bieniluminado; su silla, cómoda. Sólolamentaba no haber tenido tiempo paravolver a su residencia particular paraver el espectáculo con Alexia a su lado,aunque eso había resultado ser también

beneficioso. El cuarto de control de lasinstalaciones de entrenamiento teníacámaras que podían ser redirigidas conel toque de un botón, garantizando lavisión más clara posible.

Alfred sonrió, observando cómo Clairedudaba en la puerta, bastante satisfechocon la marcha de su plan. Ella le habíaperseguido tal como esperaba, y entró ensu trampa sin oponer casi dificultades.No esperaba que le disparara, pero esoera algo que podía pasarse por altomirando en retrospectiva. Y la verdad,hacía que su anticipada muerte fuera másdulce aún, añadiendo un aspecto devenganza personal.

El OR1, una avanzada arma biológica,creado específicamente para el combatecuerpo a cuerpo, era uno de losfavoritos de siempre de Alfred. El An3,el gusano de arena, era impresionante yseguro; el Cazador 121 estándar, letal yrápido, pero los OR1

eran especiales: su estructura óseahumana se veía a simple vista,especialmente en la cara y el torso,dándoles la apariencia de la clásicaMuerte. Sus caras miraban de formalasciva entre cuerdas de tendones realesy sintéticos, como una nueva Parca. Noeran sólo peligrosos; su forma de mirarinspiraba terror al nivel más básico delos instintos.

Los empleados de la isla los llamabanbandersnatches, una palabra que notenía significado alguno procedente dealgún poema que encajaba de algunamanera, considerando su singular diseñoy función. En Rockfort había treintaOR1, la mitad de ellos en éxtasis,aunque Alfred sólo podía dar cuenta deocho de ellos desde el ataque…

…¡oh! Claire estaba abriendo la puerta.

Eufórico, Alfred centró toda su atenciónen la chica, su mano izquierda en loscontroles de la cámara, la derecha sobrelas funciones de cierre de las áreas dealmacenamiento.

Claire entró en el balcón del gran

espacio abierto de dos pisos con el armaen la mano, intentando mirar a todos lossitios a la vez. Alfred acercó el zoom asu cara para apreciar en toda sudimensión su miedo, pero le decepcionósu falta de expresión.

Después de suponer que no habíapeligro inmediato, parecía vigilante,nada más.

Pero cuando apriete este botón…

Alfred se reía disimuladamente, incapazde contener su nerviosismo, golpeandoligeramente los interruptores de los dosarmarios de almacenamiento provistosde compuertas con el dedo índicederecho, uno en el balcón, otro al lado

del montacargas del piso inferior. ClaireRedfield moriría a su capricho. Esverdad, ella no era importante, su muertesería tan insignificante comoseguramente lo había sido su vida; era elcontrol lo que importaba, su control.

Y el dolor, la exquisita tortura, lamirada de sus ojos cuando se dé cuentade que su existencia ha llegado a sufin…

Alfred controlaba su cuerpo tanfirmemente como su vida y seenorgullecía por dominar sus deseossexuales, para no sentir nada salvo queél lo decidiera así…, pero sólo pensaren la muerte de Claire le inspiraba una

pasión que estaba más allá del deseofísico, 54

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más allá de las palabras, incluso másallá del simple alcance de la concienciadel hombre.

Alexia lo sabe, pensaba Alfred, segurode que su hermosa hermana estabaviéndolo también, de que comprendía loque no podía ser explicado. En la muertede Claire, ellos estarían tan cerca comodos personas pudieran estarlo; era el

milagro de su relación, la culminacióndel legado Ashford.

No pudo contenerse ni un momento más.Mientras Claire daba otro sigiloso pasohacia el centro de la habitación, él cerróla puerta por la que la chica habíaentrado, bloqueando su vía de escape, yluego apretó el botón de la compuertadel segundo piso.

Instantáneamente, la estrecha compuertametálica, situada a menos de tres metrosde donde ella estaba, se levantó y,mientras Claire tropezaba al retrocederintentando distanciarse de la amenazadesconocida, apareció un bandersnatchtotalmente desarrollado, listo para entrar

en combate.

Era «hermosa», la criatura. Entre dos ydos metros y medio, su cara era la de unesqueleto sonriente, su cabeza estababaja y en actitud amenazadora. El troncosuperior desproporcionadamente grandesostenía su arma principal: su brazoderecho, tan grueso como una de suspiernas, grandes como el tronco de unárbol, y más largo que la mitad de lalongitud total de su cuerpo en posiciónde descanso; su mano abierta era lobastante grande para cubrir todo elpecho de una persona normal. El brazoizquierdo estaba atrofiado, minúsculo ydeforme, pero un bandersnatch sólonecesitaba uno.

Alfred esperaba algún tipo deexclamación, una maldición o un grito,pero permaneció en silencio mientrasretrocedía a lo que juzgaba como unadistancia segura.

Claire abrió fuego casi de inmediato.

El bandersnatch rugió, un primitivogrito gutural, y luego llevó a cabo suataque.

Alfred lo había visto una docena deveces, pero no se cansaba nunca decontemplarlo.

El inmenso brazo derecho se lanzó haciaClaire, que estaba probablemente a unoscinco metros, los modificados músculos

sobreextendiéndose, los elásticostendones y ligamentos estirándose…, ytiró a Claire al suelo prácticamente sinesfuerzo, donde cayó todo lo larga queera mientras el brazo del bandersnatchvolvía a su sitio.

¡Sí, oh, sí!

Sin incorporarse, Claire retrocedió tanrápidamente como pudo, deteniéndosesólo cuando su espalda chocó con lapared. Alfred acercó el zoom para ver ladelgada capa de sudor que había surgidoen su cara, pero seguía sin mostrarninguna expresión más allá de unaespecie de intensa vigilancia. Se puso enpie y anduvo de lado a lo largo de la

pared, moviéndose de prisa, obviamentedeseando que el próximo golpe de lacriatura no la tirara por el balcón.

Alfred sonrió sin hacer caso de ladecepción que le había ocasionado laaparente falta de terror. Ella estaríafuera de esa pared en unos pocossegundos, atrapada en una esquina.

Y entonces una serie de golpes,machacándola contra la pared… o unsimple chasquido del cuello, agarrarlapor la cabeza y darle una única y firmesacudida…, ¿o jugará con ella,lanzándola de un lado a otro como auna de las muñecas de trapo de Alexia?

Alfred se inclinó ansiosamente,

cambiando el ángulo de una de lascámaras, observando cómo la chicacondenada levantaba su arma, apuntandocuidadosamente a pesar de su posicióndesesperada…

¡Bang!

El bandersnatch chilló incluso más altoque el disparo, sacudiendo la cabeza deforma descontrolada. Fluidos oscurosmanaban de su cara en movimiento. Ellíquido de la herida, la sangre y otrascosas salpicaron las paredes del balcónmientras el monstruo 55

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intentaba desesperadamente levantar elbrazo, para proteger o aliviar la herida.Todo sucedió tan rápidamente, tanviolentamente, que fue como verexplotar de repente un geiser en untranquilo lago.

Los ojos. Ella disparaba a los ojos.

¡Bang!

Claire volvió a disparar, y otra vez más.El bandersnatch dio un grito de furia yde dolor, todavía intentando agarrar sucabeza herida mientras se tambaleaba yandaba a tropezones en círculo…, y,entonces, para asombro de Alfred, se

derrumbó, sus movimientos se volvieronmenos espasmódicos y sus gritos seconvirtieron en una ronca y agonizanteprotesta.

Aturdido por la incredulidad, Alfredpudo ver por fin un atisbo de emoción enla cara de Claire: lástima. Se acercó a lacriatura y disparó una vez más,acallándola por completo. Entonces sedio la vuelta y se dirigió a las escaleras,de forma tan despreocupada como siestuviera alejándose de una cenabenéfica.

¡No-no-no-no!

Eso estaba mal, muy mal, pero no habíaterminado, todavía no. Furioso, golpeó

el otro interruptor liberando a lasegunda criatura de su encierro. Lacompuerta se deslizó tras una pila decontenedores de almacenaje que estabanal mismo nivel que el montacargas.

No vas a tener tanta suerte esta vez,pensó desesperadamente, todavía sinpoder creer lo que acababa de ver.Claire había oído cómo se abría lasegunda puerta, pero la pila decontenedores obstaculizaba su punto devista, escondiendo la nueva amenaza. Sedetuvo al pie de las escaleras,manteniéndose muy quieta, buscando lafuente exacta del ruido.

El segundo bandersnatch alargó el

brazo para agarrarla. Claire lo vio veniren el último instante, cuando ya erademasiado tarde para quitarse de enmedio. La criatura envolvió su cabezacon sus dedos musculosos y la levantó,estudiándola como estudiaría un gato aun ratón.

O a una rata, pensó Alfred, mientrasvolvía parte de su anterior alegría al vercómo la chica perdía el arma y luchabapor soltarse, tratando de agarrar el firmepuño del OR1 con sus presurosasmanos…, y la atención de Alfred sedesvió hacia el sonido de cristalesrompiéndose en algún sitio fuera depantalla. Alguien estaba disparando, y elrepentino aluvión de ruido y actividad

hizo chillar al bandersnatch, que dejócaer a Claire.

¿Qué…?

La ventana, se contestó Alfred a símismo, viendo con horror cómo el jovenprisionero, Burnside, se lanzaba hacia lacámara disparando dos armas a la vez yacribillando a la asustada criatura, quegritó de agonía cuando Claire recogió suarma y se unió a la refriega. Elbandersnatch intentó atacar, dirigiendorápidamente su arma hacia el nuevoagresor, pero la pura cantidad de fuegoque estaba recibiendo en su cuerpo lohizo retroceder, desplomándose sobre uncontenedor de almacenamiento. Muerto.

Sin que mediara una decisión conscientepara hacerlo, Alfred echó una mano alos controles del montacargas, una partede él recordando que abajo había almenos un OR1

más, así como varios portadores devirus. Los dos jóvenes dieron un traspiécuando el suelo bajo ellos comenzó adescender llevándolos al sótano de lasinstalaciones de entrenamiento. Allí nohabía ninguna cámara en funcionamiento,pero disfrutar de sus muertes ya no erala preocupación principal de Alfred.No, mientras murieran.

No puede ser, esto no puede estarocurriendo. Los OR1 deberían haber

despachado a Claire y a su entrometidoamigo sin esfuerzo alguno, pero allíestaban, vivos, y sus mascotas habíansufrido y muerto. Intentó convencerse así mismo de que los dos 56

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perecerían pronto en el sótano, que teníacerrado y aislado desde el primerescape viral, pero ya nada parecíaseguro.

—Alexia —susurró Alfred, sintiendocómo su cara palidecía, sintiendo cómo

todo su ser se sonrojaba de vergüenza.Tenía que hacerle ver que no había sidoculpa suya, que su trampa habíafuncionado perfectamente, que loimposible había ocurrido…, y él tendríaque aceptar la frialdad resultante de sumirada, el trasfondo de desencanto de sudulce voz cuando lo tranquilizabaasegurándole que lo había comprendido.

Lo único que superaba su sentimiento devergüenza era su nuevo odio haciaClaire Redfield, más intenso que unmillar de estrellas brillantes. Ningúnsacrificio sería demasiado grande paragarantizar su tormento, el suyo y el de sureluciente caballero.

Hasta que ambos no hubieran ofrecidopenitencia en forma de carne y sangre,Alfred no podría descansar. Lo juró.

—Steve, al otro lado —dijo Claire en elmismo instante en que comenzó amoverse el montacargas. Steve asintiócon la cabeza. Claire recargó y Stevetrepó encima de dos pesados cajonescon las dos Lugers preparadas. Como simediara un acuerdo de silencio, ningunohabló mientras descendía elmontacargas, ambos observando contodo detenimiento qué iba a ser lopróximo.

Me ha salvado la vida, pensaba Clairesorprendida, mirando cómo pasaban de

largo las marcas de grasa de la pared,con la sangre todavía bullendo en susvenas desde que se dio cuenta de queiba a morir. Y Steve Burnside, a quienhabía tachado de fanfarrón casiincompetente y bien intencionado,aunque atribulado, había impedido queeso ocurriera.

Aunque puede que sólo haya pospuestolo inevitable… No sabía qué teníaAlfred ahora en mente, pero no estabadeseando encontrarse con ninguno de sus«amigos». Dos pirados cara-calaverasarmados de brazos de goma habían sidomás que suficientes. Había tenido unasuerte increíble de salir sólo con un parde moretones y un cuello dolorido.

Claire esperaba que el montacargas losdejara en alguna especie de zona dealmacenaje de armas biológicas, pero sevio sorprendentemente decepcionada. Elinmenso montacargas sencillamente sedetuvo. Sólo había una salida que ellapudiera ver y, aunque no se hacíailusiones sobre lo seguras que serían lascosas al otro lado de la puerta, leparecía que estaban libres de peligro demomento.

—Eh, Claire, mira esto.

Steve bajó de las cajas sosteniendo en lamano lo que sólo podía ser algún tipo demetralleta, cuadrada, oscura y deaspecto letal, provista de una amplia

recámara.

—Estaba detrás de uno de los cajones—dijo Steve, contento. Ya se habíametido una de las Lugers doradas en elcinturón—. Nueve milímetros, justoigual que las Lugers y las armas de losguardias. Ah, por cierto, toma.

Abrió uno de los bolsillos exteriores desus pantalones de camuflaje y sacó trescargadores para el M93R.

—He registrado a un par de guardiascuando venía desde el muelle. Prefierolas Lugers, y ahora que tengo esto —sostenía en alto la nueva arma,sonriendo—, ya no necesito máscacharros. Toma también el arma.

Claire aceptó agradecida los cargadoresy el arma, no muy segura de cómoagradecerle todo lo que había hecho,pero decidida a hacerlo de todasmaneras.

—Steve…, si no hubieras aparecidocuando lo has hecho…

—Olvídalo —dijo, encogiendo loshombros—. Ya estamos iguales.

—Bueno, gracias de todas formas —dijo Claire, ofreciéndole una cálidasonrisa.

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Él le devolvió la sonrisa y Claire notóuna chispa de verdadero interés en sumirada, una sinceridad que era bastantediferente a sus poses anteriores. Nosintiéndose muy segura sobre lo quedebía hacer, por él o por sí misma,siguió adelante con la conversación.

—Creí que ibas a esperar en el muelle—dijo.

—En realidad no era un muelle —dijoSteve, y le contó lo que había ocurridodesde que se habían separado. Elhidroavión era una noticia excelente, y

tener que lidiar otra vez con la manía dela llave de Umbrella no era tan tremendo—. Cuando no las pude encontrar, penséque mejor me daba una vuelta ycomprobaba si tú te habías encontradocon algo así —terminó, encogiendo loshombros de nuevo y haciendo unesfuerzo para no parecer preocupado—.Entonces fue cuando oí los disparos. ¿Ytú qué tal, algo interesante? Aparte deencontrarte con un par de los monstruosde Umbrella, quiero decir.

—Pues, ¿sabes algo de Alfred Ashford?

—Sólo que él y su hermana están muypirados —dijo Steve rápidamente—. Yque los guardias le tienen…, le tenían

miedo. Se notaba por la manera comoevitaban hablar de él.

Oí que envió a su propio ayudante alhospital. Allí estaba trabajando unmédico muy chiflado, me imagino.Llevaron al hospital a muchosprisioneros y nunca se supo de ellos.

No hace falta ser un genio, ¿sabes?

Claire asintió con la cabeza, fascinada asu pesar.

—¿Y sobre la hermana?

—No he oído mucho sobre ella, exceptoque debe de estar como encerrada —dijo Steve—. Nadie sabe qué aspecto

tiene. Creo que su nombre es Alexia…,Alexandra tal vez, no recuerdo. ¿Porqué?

Le contó los detalles de sus encuentroscon Alfred seguido de un breve resumende dónde había estado y qué habíaencontrado. Cuando mencionó que teníalas medicinas que había estadobuscando, Steve frunció el entrecejo…,y luego parpadeó, expresandoclaramente un repentino cambio deparecer.

—Tal vez ese tío de Umbrella…

—Rodrigo —agregó Claire.

—Vale, lo que sea —dijo Steve

impaciente—. Tal vez él sepa algo deesas llaves maestras. Como, porejemplo, dónde están.

Buena idea.

—Sería mejor que registrar toda la isla,¿no? —dijo Claire—. ¿Te apuntas a unviaje de vuelta a la prisión? Suponiendoque podamos salir de aquí, claro.

—Bien, yo despejaré el camino —dijoSteve, sin rastro de duda en su voz—.Deja que yo me encargue de eso.

Claire abrió la boca para comentar losproblemas de la excesiva confianza enuno mismo, especialmente en lo que serefería a Umbrella, pero en seguida la

cerró. Tal vez era esa fe en sí mismo loque le había llevado tan lejos, que porno aceptar la posibilidad de la derrotase estaba asegurando una victoria.

En teoría, bien; en la práctica,peligroso. Por lo menos, ella estaría ahípara cubrirlo.

—Estábamos en el primer piso de lasinstalaciones de entrenamiento —continuó—.

Lo que significa que ahora estamos en elsótano… Lo sé por mi…

Steve movió la cabeza de lado a lado,nervioso por alguna razón, pero antes deque ella pudiera preguntar, continuó

como si nada hubiera pasado.

—Hay una sala de calderas y una zonade alcantarillas… básicamente. Iremospor ese camino —dijo, señalando haciala puerta.

Claire decidió no replicar que, dado queera la única puerta, ella ya había llegadoa esa conclusión.

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—Cuentas con todo mi apoyo.

—No te alejes —dijo Stevebruscamente, andando hacia la puerta ymirando por encima del hombro.Intentaba parecer fiero, con lamandíbula apretada y los ojosentrecerrados. Claire se debatía entre lairritación y la risa, y finalmente escogiópensar en él con cariño. Entonces Steveabrió la puerta y la realidad de lasituación se impuso; en el ambienteflotaba un olor a tejido gangrenado. Elladejó de preocuparse por cosas sinimportancia, concentrándose en lanecesidad de sobrevivir.

Lo que Steve sabía sobre armas se podía

resumir en cinco segundos, pero sí,sabía lo que le gustaba. Y decidióinmediatamente apretar el gatillo de suúltima adquisición, que era genial, sindudarlo un segundo.

Salió del montacargas preparado parapatear el culo de cualquiera y vio suoportunidad a menos de tres metros. Allíhabía cinco de ellos, bueno, cinco ymedio, incluyendo la asquerosidad quese arrastraba por el suelo, y todo lo quetenía que hacer era dar un leve apretónal gatillo… Un momento despuésintentaba desesperadamente mantener elcontrol del arma para que no se le fuerade las manos.

¡Bang! ¡bang! ¡bang! ¡bang! ¡bang! ¡bang!¡bang!…

Movió la poderosa arma en abanico deizquierda a derecha, soltando el gatillocuando el cerebro como un queso suizodel último zombi abandonó la compañíade su cabeza, que también parecía unqueso suizo. Todo había acabado enunos pocos segundos, tan rápidamenteque no parecía real, como si hubiesetosido y hubiera explotado un edificio oalgo así.

Claire se había encargado del fiambredel suelo durante la refriega, y cuando élse dio la vuelta, triunfante, se quedó unpoco sorprendido de que ella no

estuviera sonriendo…, hasta que lopensó un segundo y se sintió un pocoavergonzado de sí mismo.

Por lo que a él se refería, ya no eranrealmente personas. Sabía que si enalgún momento se veía infectado legustaría que alguien lo llenara de plomo,para que no hiciera daño a nadie…, porno hablar del tema de una muerte rápidaantes que dejar que se pudrieralentamente.

Pero ellos fueron humanos en su día.Lo que les ocurrió fue algo totalmenteinjusto y una putada, eso está claro.

Cierto, tal vez debería ser másrespetuoso, pero, por otro lado, el arma

era increíblemente buena y ellos eranzombis. Era un tema delicado, no algocon lo que estuviera dispuesto a jugar,así que decidió que podía al menos noreírse de ello delante de Claire. Noquería que ella pensara que era ungilipollas sanguinario.

Señaló a la puerta que tenían delante y ala de la derecha, bastante seguro de quese movían en la dirección correcta, almenos aproximadamente. Tal como él loveía, saldrían bastante cerca del patiodelantero de la instalación deentrenamiento.

Claire asintió con la cabeza y Steve sepuso al frente una vez más, abriendo la

puerta y entrando a la parte superior deun tramo de escaleras que conducían a lasala de calderas. Una habitación llenade grandes máquinas de aspectoachatarrado, sibilantes, aunque enrealidad Steve no tenía ni idea de quéapariencia tenía una caldera. Habíacuatro zombis dando vueltas entre ellosy las escaleras que iban hacia arriba, alotro lado de la fría y sibilantehabitación.

Steve alzó la metralleta y estaba a puntode disparar cuando Claire le dio ungolpecito en el arma, acercándose a él.

—Mira —dijo, y apuntó su 9 milímetrosal grupo de los zombis, aunque no

exactamente a ellos, observó, sino queapuntaba un poco más bajo, a algo queestaba justo detrás de ellos. ¡Bang!¡BUUM!

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Tres de las criaturas cayeron,ennegrecidas y echando humo. Tras ellasse veía lo que quedaba de un pequeñocontenedor de combustible, tan sólotrozos ensortijados e irregulares demetal rodeados por una nube de humo

tóxico.

El cuarto zombi había sido alcanzado,pero no tan gravemente. Claire lo rematóde un solo tiro en la cabeza antes dedecir nada.

—Ahorra munición —dijo simplemente,y pasó a su lado en dirección a losescalones.

Steve la siguió, ligeramente intimidadopero fingiendo indiferencia, como si élya hubiera pensado en ello. Si habíaalgo que sabía sobre las chicas era queno les gustaban los tíos que se pasabanel día soñando con todo, haciendo eltonto.

No es que me importe una mierda loque ella piense de mí, se dijo conseguridad. Ella es sólo…, algo genial,eso es todo.

Claire llegó la primera a la siguientepuerta y esperó hasta que él llegó a sulado, asintiendo para señalar que estabalista. Tan pronto como ella abrió serelajaron. Vio cómo Claire bajaba loshombros y cómo su propio corazónvolvía a latir. A un lado se abría unpasillo de piedra negra. En algún lugarmás abajo corría agua y había unaespecie de verja estrecha enfrente deellos, como una antigua puerta deascensor.

—Esto está empezando a parecer unpoco demasiado fácil —dijo Claire envoz baja.

—Sí —susurró Steve—. Y luego hablande los trucos malignos de patio dejuegos de los chicos de Alfie.

Estaban a mitad de camino cuando looyeron, resonando desde algún lugar enlas negras aguas que tenían debajo, untrino extraño y agudo, penetrante,inhumano pero tampoco de un animal.Fuera lo que fuera sonaba extrañamenteenfadado y, a juzgar por el ruido delagua, se estaba acercando.

Steve estaba preparado para comenzar adisparar pero Claire lo agarró del brazo

y se puso a correr casi sin darle tiempoa reaccionar. Tardaron dos segundos enllegar al ascensor. Claire echó a un ladocon violencia la verja y metió a Steve deun empujón en la minúscula cabina delascensor, saltando tras él y cerrando laverja de golpe.

—Vale, eh, no hace falta empujar —dijoSteve, frotándose el brazo, indignado.

—Perdona —dijo ella, colocándose unmechón errante de pelo detrás de laoreja, tan nerviosa como a él le habíaparecido—. Es sólo que…, he oído esesonido antes.

Cazadores, creo que se llaman, muy malasunto. Había un montón de ellos sueltos

por Raccoon City.

Sonrió nerviosamente, lo que hizodesear a Steve ponerle el brazoalrededor, o agarrarle la mano o algoasí. No lo hizo.

—Trae malos recuerdos, ¿sabes? —dijoella.

Raccoon…, ése era el sitio que habíasido destrozado hacía unos pocos meses,si la memoria no le fallaba, justo antesde que llegara a Rockfort. El propio jefede policía lo había hecho, ¿no?

—¿Umbrella tuvo algo que ver con lo deRaccoon?

Claire parecía sorprendida, pero sonriómás tranquila, centrando atención en loscontroles del ascensor.

—Es una larga historia. Ya te la contarécuando salgamos de aquí. ¿Primer piso?

—Sí —dijo Steve, y luego cambió deopinión—. Espera, tal vez deberíamos iral segundo. Así podremos dominar elpatio, ver a qué nos enfrentamos.

—¿Sabes?, eres más listo de lo quepareces —dijo Claire burlonamente, yapretó el botón. Steve estaba todavíaintentando pensar una respuestaocurrente cuando el ascensor se detuvo.Claire abrió la verja.

A la derecha había una puerta cerradacon una corredera, así que se fueron a la60

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izquierda, hacia el corto pasillo vacío.También había sólo una puerta en esadirección, pero estaban de suerte: elpomo giró cuando Claire lo intentó.

De nuevo, no hubo sorpresas. La puertase abrió a un estrecho balcón de madera,lleno de polvo, que dominaba un granespacio abierto repleto de trastos: un

oxidado jeep militar, montones deasquerosos bidones viejos de gasolina,cajas rotas y cosas así. Parecía más undepósito de almacenamiento quecualquier otra cosa y, aunque estaba bieniluminado, había tantos montones debasura que era imposible ver si habíaalguien ahí abajo. Sin embargo, sí habíaalguien, Steve oyó cómo alguienarrastraba los pies.

Dio unos pocos pasos a la izquierda,intentando ver la esquina debajo delbalcón y Claire lo siguió. Los tableroscrujían y se movían bajo sus pies.

—No parece muy sólido… —comenzó adecir Claire, pero la interrumpió un

tremendo craaaac de maderarompiéndose, mientras partes del suelodel balcón volaban a la vez que elloscaían.

Mierda…

Steve no tuvo ni tiempo para prepararsepara el impacto, todo pasó en uninstante.

Aterrizó sobre su lado izquierdo,magullándose el hombro y golpeándosela rodilla izquierda contra algún trozode madera.

Casi inmediatamente, cayó detrás de éluna pirámide de barriles vacíos,produciendo un repiqueteo hueco sobre

el terreno. Steve oyó el hambrientogemido de un zombi.

—¿Claire? —llamó Steve, arrastrándosehasta levantarse y darse la vuelta,buscándola a ella y al zombi. Allíestaba, entre los barriles, todavía en elsuelo, frotándose un tobillo. Su armaestaba a unos tres metros. Steve viocómo sus ojos se abrían aterrorizados ysiguió su mirada: un zombi se acercabaa ella tambaleándose…, y todo lo quepudo hacer fue mirarlo. De repentesintió su cuerpo a millones dekilómetros de allí.

Claire dijo algo pero no pudo oírlo,demasiado concentrado en el portador

de virus. Había sido un hombre grande,tendiendo a gordo, pero alguien le habíavolado parte de las tripas. Las abiertasheridas pegajosas del estómago estabanrezumando, y la oscura camisa parecíamás oscura debido a la prácticamenteuniforme capa de sangre que habíaempapado la tela. Tenía la cara gris ylos ojos hundidos, y alguien le habíaarrancado la lengua o había estadocomiendo, su boca estaba manchada desangre.

Claire dijo algo más, pero Steve estabarecordando algo, un repentino y vívidodestello de memoria tan real que eracasi revivir la experiencia. Él teníacuatro o cinco años cuando sus padres

lo llevaron a su primer desfile, undesfile de Acción de Gracias. Estabasentado sobre los hombros de su padreviendo pasar a los payasos, rodeado porgente hablando alto, gritando, y élcomenzó a llorar. No podía recordarporqué; lo que recordaba era a su padremirándolo, sus ojos preocupados yllenos de amor. Cuando preguntó quépasaba, su voz era tan familiar y tanamada que Steve había estrechado susdiminutos brazos alrededor del cuellodel padre y escondido su cara, todavíallorando pero sabiendo que estabaseguro, que ningún daño le podíasuceder mientras su padre losostuviera…

—¡Steve!

Claire gritó su nombre, y él supo que elzombi estaba casi encima de ella, susdedos grises cerrándose sobre suchaleco, tirando de ella hacia su bocasangrante y babeante.

Steve gritó también, abriendo fuego. Elestruendo de las balas rasgando la caray el cuerpo de su padre, separándolo deClaire. Siguió disparando, siguiógritando hasta que su padre yacióinmóvil. El estruendo desapareció, sólose oían secos chasquidos procedentesdel arma, y un momento después, Clairele estaba tocando el hombro, alejándolomientras él llamaba a su padre, llorando.

Se quedaron sentados un rato. Cuando élpudo hablar le contó parte de ello, conlos 61

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brazos alrededor de las rodillas y lacabeza gacha. Le habló de su padre, quehabía trabajado para Umbrella comoconductor de camiones, a quien habíansorprendido intentando robar unafórmula de uno de sus laboratorios. Lehabló de su madre, a quien un trío desoldados de Umbrella había matado atiros en su propia casa, tumbada y

ahogada en su sangre y agonizando sobreel suelo del salón cuando Steve llegó acasa del colegio. Los hombres se loshabían llevado, se habían llevado aSteve y a su padre a Rockfort.

—Creí que había muerto en el ataqueaéreo —dijo Steve, secándose laslágrimas—.

Quería sentirme mal por ello, lo hice,pero seguía pensando en mamá, en suaspecto…, pero no quería que muriera,no quería…, yo también le quería.

Hablar de ello en voz alta hizo quecomenzara a llorar de nuevo. Tenía elbrazo de Claire alrededor, pero apenaspodía sentirlo, estaba tan triste que

pensó que podía morir.

Sabía que tenía que levantarse, que teníaque encontrar las llaves e ir con Claire yvolar en el avión, pero nada de esoparecía ya importante.

Claire había estado bastante callada,sólo escuchando y abrazándolo, pero enese momento se levantó y le dijo que sequedara donde estaba, que volveríapronto y que podrían irse. Eso le veníabien, estaba bien, él quería estar solo. Yestaba más cansado que nunca en suvida, tan cansado y pesado que noquería moverse.

Claire se fue y Steve decidió quedebería ir en seguida a buscar las llaves

maestras, de inmediato, tan pronto comoparara de temblar.

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Capítulo 7

Rodrigo había descansado intranquilo enla fría oscuridad. En ese precisomomento acababa de oír un ruido en elpasillo, así que se esforzó por abrir losojos, por prepararse para lo que venía.Alzó la pistola y apoyó la muñeca en la

mesa cuando se dio cuenta de que no lequedaban fuerzas para sostenerla enalto.

Mataré al que intente joderme, pensó,más por costumbre que por otra cosa. Sesentía alegre por tener la pistola, a pesarde saber que era hombre muerto. Unguardia convertido en zombi había caídopor las escaleras y había entrado arastras en el cuarto de la celda pocodespués de que la muchacha se fuera,pero Rodrigo lo había matado de unpatadón en la cabeza y le había quitadoel arma, que todavía llevaba metida enla funda de la cadera que se había roto.

Se mantuvo a la espera, deseando

volverse a dormir mientras se esforzabapor mantenerse alerta. La pistola lotranquilizaba y apagaba buena parte desus temores. Iba a morir en muy pocotiempo, aquello era inevitable…, perono quería convertirse en una de esascriaturas, sin importar lo que hicierafalta para evitarlo. Se suponía que elsuicidio era un pecado muy, pero quemuy grave, pero también sabía que si nolograba acabar con uno de losportadores del virus que se le echaraencima, se metería un balazo en la bocaantes de permitir que lo tocase. De todasmaneras, lo más probable es que fueseal infierno directamente.

Resonaron pisadas y alguien entró en la

estancia, pero demasiado de prisa. ¿Unzombi? Los sentidos no le funcionabanbien. No tenía muy claro si todo semovía con mayor lentitud o con mayorrapidez, pero sabía que tendría quedisparar en breve o perdería suoportunidad.

De repente apareció una luz, pequeñapero penetrante…, y allí estaba ella, depie delante de él como si surgiera de unsueño. La chica Redfield, viva ycoleando, que sostenía un mechero en elaire. Lo dejó encendido y lo puso sobrela mesa, como si fuera una linternadiminuta.

—¿Qué estás haciendo aquí? —murmuró

Rodrigo, pero ella estaba rebuscando enuna riñonera que llevaba en la cintura yno le estaba mirando siquiera. Él dejócaer la pistola y cerró los ojos duranteun segundo, o quizá fueron varios.Cuando los abrió de nuevo, ella estabaagarrándolo de un brazo y tenía unajeringuilla en la otra mano.

—Es esa medicina hemostática —leexplicó. Su voz y sus manos eran suavesy tranquilas, y el pinchazo de lajeringuilla fue rápido y apenas lo sintió—. No te preocupes.

No se parará la sangre ni nada parecido.Alguien escribió las dosis en la parte deatrás de la botella. Dice que reducirá

cualquier hemorragia interna, así queestarás más o menos bien hasta quellegue la ayuda. Te dejaré el encendedoraquí… Mi hermano me lo regaló, y traebuena suerte.

Rodrigo se concentró en despertarsemientras ella le hablaba. Se esforzó porsuperar la apatía que se habíaapoderado de él. Lo que le estabadiciendo no tenía sentido. Él la habíadejado marchar, había permitido que seescapara. ¿Por qué había regresado paraayudarlo?

Porque la dejé escapar. Al darse cuentade aquello, sintió que le embargabanunos sentimientos de vergüenza y de

gratitud.

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—Eres… Eres muy amable —susurró.

Deseó tener la oportunidad de haceralgo por ella, decir algo que compensaraaquella generosidad. Rebuscó en sumemoria datos, hechos y rumores sobrela isla.

Quizá pueda escapar…

—La guillotina —dijo parpadeando confuerza. Se esforzó para que la voz nosonara demasiado pastosa—. Laenfermería está detrás de ella, tengo lallave en el bolsillo… Se supone que allíhay secretos. Él sabe cosas, las piezasdel rompecabezas… ¿Sabes dónde estála guillotina?

Claire asintió.

—Sí. Gracias, Rodrigo. Eso me ayudarámucho. Ahora descansa, ¿vale?

Ella alargó una mano y le quitó unmechón de cabello de la frente con ungesto tan sencillo, tan dulce, que a él leentraron ganas de llorar.

—Descansa —le dijo de nuevo.

Él cerró los ojos, más tranquilo, con lamayor sensación de paz que jamás habíasentido en toda su vida. Su últimopensamiento antes de dormirse fue quesi ella era capaz de perdonarlo con todolo que le había hecho, de mostrar tantacompasión, como si se la mereciera,quizá al final no iría al infierno, despuésde todo.

Rodrigo estaba en lo cierto cuandomencionó lo de los secretos. Clairehabía llegado al final de un pasillooculto en el subsuelo, preparándose paraenfrentarse a lo que hubiera detrás de lapuerta sin letrero alguno que estaba a

punto de abrir.

La enfermería en sí era pequeña ydesagradable, en nada parecida a lo quese hubiera esperado en una clínica deUmbrella. No había ninguna clase deequipo médico a la vista, nada modernoen absoluto. Tan sólo había a la vistauna mesa de reconocimiento en la salaprincipal, con el suelo de maderaastillada a su alrededor manchado desangre, y una bandeja repleta deinstrumentos de aspecto medieval cercade ella. La estancia que había al lado sehabía quemado hasta quedarirreconocible. No había forma de estarsegura de para qué había servido, peroparecía un cruce entre una sala de

recuperación y un crematorio, por lomenos olía como uno de éstos.

Había una oficina pequeña y abarrotadaal salir de la primera habitación, y justodelante de ella, un cadáver. Se tratabade un hombre que llevaba puesta unabata de laboratorio manchada de sangreque había muerto con una expresión dehorror en su delgada cara de colorceniciento. No parecía que hubiese sidoinfectado, y puesto que no habíaportadores del virus en la estancia y nomostraba ninguna herida evidente,supuso que había muerto de un ataquecardíaco o algo parecido. La expresióncontorsionada que mostraban los rasgosde su rostro, los ojos a punto de

salírsele de las órbitas y la boca abiertay torcida en gesto jadeante sugerían quehabía muerto de miedo.

Claire pasó con cuidado por encima deél y descubrió el primer secreto de lapequeña oficina casi por casualidad. Lasuela de la bota se le deformó al pisaralgo duro, y pensó que se trataba de unapiedra o de un trozo de mármol hastaque lo vio: era una llave de lo más rara.En realidad, era un ojo de cristal quepertenecía a la grotesca cara de plásticodel muñeco anatómico de la oficina, quese encontraba en el suelo apoyadocontra una esquina.

Claire recordó lo que Steve le había

dicho sobre que nadie regresaba de laenfermería, y lo que ella ya sabía sobreel tipo de locos que Umbrella solíaatraer y contratar, así que no sesorprendió cuando descubrió unpasadizo oculto detrás de la pared de laoficina. Un tramo de escalones de piedradesgastados quedaron al descubiertocuando colocó el ojo en el hueco que lecorrespondía, algo que tampoco lasorprendió. Era un secreto, un truco, y alos de Umbrella les encantaban lostrucos y los secretos.

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Así que abre ya la puerta. Acaba de unavez.

Vale. No tenía todo el día. Tampocoquería dejar solo a Steve durantedemasiado tiempo. Estaba preocupadapor él. Había tenido que matar a supropio padre. Claire no tenía ni idea dela clase de daño psicológico que algocomo aquello podía provocar en unapersona.

Meneó la cabeza, irritada por susdivagaciones. No importaba queestuviese en un lugar desolado donde alparecer había muerto mucha gente,donde todavía se podía percibir la

atmósfera de terror que desprendían lasfrías paredes y que intentaba envolverlacomo un sudario en una tumba.

—No importa —se dijo a sí misma antesde abrir la puerta.

En cuanto lo hizo, tres portadores delvirus tambaleantes se dirigieron haciaella y atrajeron su atención, lo que leimpidió fijarse en los detalles de laestancia de gran tamaño donde seencontraban encerrados. Los tresestaban muy desfigurados, les faltabanextremidades y la piel les colgaba entiras largas, dejando al descubierto sucarne en estado de putrefacción. Semovían con lentitud, arrastrando los pies

con dificultad hacia ella, y gracias a ellopudo distinguir cicatrices antiguas en lostejidos musculares expuestos ypodridos. El nudo de miedo que tenía enel estómago se hizo más patente mientrasapuntaba con cuidado contra ellos, y esola hizo sentirse enferma.

Al menos, todo acabó con rapidez, perola terrible sospecha que le había idocreciendo en la mente y que había tenidola esperanza de que fuera errónea, se vioconfirmada con un simple vistazo a sualrededor.

Oh, Dios.

La estancia, extrañamente elegante,estaba iluminada por una luz suave

procedente de una lámpara de araña quecolgaba del techo. El suelo estabaembaldosado, con una alfombra deevidente calidad que iba desde la puertahasta una zona donde sentarse al otrolado de la habitación. Allí había unasilla de adornos recargados y detapicería de terciopelo y una mesa demadera de cerezo. La silla estabaencarada hacia el resto de la habitaciónpara que quien se sentase allí pudieraverla por completo…, lo que era peorde lo que se había imaginado, peor quela sala privada subterránea del jefeIrons, oculta bajo las calles de RaccoonCity.

Había dos pozos de agua artesanales,

uno con un cepo para la cabeza y lasmanos construido sobre su borde,mientras que sobre el otro permanecíasuspendida una jaula de acero. De lasparedes colgaban varias cadenas,algunas con argollas de hierro conaspecto de haber sido bastante usadas yotras con collares de cuero con garfiosen su interior.

Había unos cuantos artefactos deaspecto más elaborado a los que noquiso mirar con detenimiento, y queincluían engranajes y pinchos de metal.

Claire tragó la bilis que amenazaba consubirle a la boca y se concentró en lazona preparada para estar sentado. La

elegancia del mobiliario y de la propiaestancia empeoraba en cierto modo lasituación, pues añadía un toque deegocentrismo desaforado a la evidentepsicopatología de su creador. Como sino le pareciera suficiente ver cómo setorturaba a la gente, lo quería observarrodeado de lujo, como si se tratara de unaristócrata enloquecido.

Vio un libro al extremo de la mesa y seacercó para recogerlo, sin apartar lavista de él. Los zombis creados por losvirus, los monstruos y las muertes sinsentido eran algo horrible, situacionestrágicas, atemorizadoras, o ambas a lavez, pero el tipo de enfermedad mentalque sugerían todas aquellas cadenas y

artificios de tortura era algo que laafectaba en lo más profundo porque lahacía perder su fe en la humanidad.

El libro era en realidad un diarioencuadernado en cuero y con un papelgrueso de 65

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gran calidad. La anotación de la primerapágina indicaba que era propiedad deldoctor Enoch Stoker, pero sin ningunaotra indicación.

Él sabe cosas, las piezas delrompecabezas…

Claire no quería ni tocar aquello, ymucho menos leerlo, pero Rodrigoestaba convencido al parecer de que a lomejor le serviría de ayuda. Hojeó unascuantas páginas y vio que no habíaanotaciones que indicaran la fecha, asíque empezó a echarle un vistazo a lasletras de trazos delgados con mayordetenimiento en busca de algún nombreo palabra familiar, algo que mencionaseun rompecabezas… Allí estaba: unaanotación en la que aparecíamencionado bastantes veces el nombrede Alfred Ashford. Inspiróprofundamente y comenzó a leer.

Hoy hemos hablado por fin sobre losdetalles relativos a mis preferencias ygustos. El señor Ashford no me comentólos suyos, pero se esforzó poranimarme, lo mismo que ha hechodesde que llegué aquí hace seissemanas. Ya se le informó al comienzoque mis necesidades son muy pococonvencionales, pero ahora ya lo sabetodo, incluso los detalles máspequeños. Al principio me sentíincómodo, pero el señor Ashford…,Alfred, insiste en que lo llame Alfred,demostró ser un oyente muy interesado.Me dijo que tanto él como su hermanaestán muy a favor de que se investigueen los límites de la experiencia. Medijo que debía considerarlos almas

gemelas, y que aquí puedo sentirmelibre por completo.

Me sentí muy extraño describiendo envoz alta los sentimientos, lassensaciones y los pensamientos quejamás había compartido con nadie. Leconté cómo había empezado todo,cuando todavía no era más que unchiquillo. Le hablé de los animales conlos que había experimentado alprincipio, para luego seguir con losdemás niños. En aquel entonces nosabía que era capaz de matar, pero sítenía muy claro que la visión de lasangre me emocionaba y me excitaba,que provocar dolor ajeno llenaba unvacío en mi interior con unos

sentimientos de tremendo poder ycontrol.

Creo que entiende la necesidad de losgritos, lo importante que es para míque los gritos…

Fue suficiente. No era lo que estababuscando, y estaba a punto deprovocarle un ataque de vómitos. Pasóunas cuantas páginas más y encontró otraanotación sobre Alfred y su hermana,ojeó una referencia a una casaprivada…, y retrocedió, frunciendo elentrecejo.

Alfred asistió a una de misvivisecciones, mis autopsias en vivo, ydespués me comentó que Alexia había

preguntado por mí, que quiere saber sitengo todo lo que necesito. Alfredadora a Alexia y no permite que nadieesté cerca de ella. Todavía no le hepedido conocerla, y no tengo intenciónde hacerlo. Alfred quiere que suresidencia privada continúe siendoprivada y tenerla sólo para él. Me dijoque la casa está detrás de la mansióncomún, y que la mayoría de la gente nisiquiera sabe que existe. Alfred mecuenta cosas que nadie más sabe. Creoque aprecia disponer de un conocidoque comparte una serie de interesescomunes.

Me ha dicho que en Rockfort existenmuchos lugares para los que se

necesitan llaves muy poco comunes sise quiere entrar, parecidas al ojo queme entregó, y que algunas son nuevas yotras muy antiguas. Al parecer, EdwardAshford, el abuelo de Alfred, estabaobsesionado con la idea del secretismo,una obsesión que compartía con el otrofundador de Umbrella, o eso diceAlfred. Dice que él y Alexia son lasúnicas personas que conocen todos losescondrijos y rincones ocultos deRockfort. Alfred tiene un juego dellaves completo que hicieron para ellosdos cuando él ocupó el puesto de supadre. Hice una broma sobre loconveniente que es tener una copia derepuesto por si te las dejas dentro y nopuedes volver a entrar, y él se echó a

reír y me contestó que Alexia siemprelo dejaría entrar.

Estoy convencido de que los gemelostienen a menudo una unión mucho másprofunda que el resto de las clases dehermanos. Que, en un sentido figurado,si le das un corte a uno, el otrosangrará. Me gustaría poner a pruebaesta teoría de un modo mucho másliteral, sobre todo en 66

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relación a los niveles de dolor. He

descubierto que si se rellena unaherida abierta con cristales rotos ydespués se sutura…

Claire se sintió enferma y arrojó a unlado el libro antes de efectuar un gestode limpiarse las manos en los vaqueros.Decidió que ya disponía de informaciónmás que suficiente para continuar. Deseócon todas sus fuerzas que el cadáver quese había encontrado en el piso de arribafuese el doctor Stoker, que su negrocorazón le hubiese fallado y que habíasido la idea de que iba a ir derecho alinfierno lo que le había provocado aquelgesto de terror…, y, de repente, se diocuenta de que ya había tenido más quesuficiente de todo aquel ambiente, de

que si se quedaba en la enfermería unsolo minuto más acabaría vomitando. Sedio la vuelta y se dirigió con rapidezhacia la puerta.

Llegó corriendo a la escalera, subió lospeldaños de dos en dos y pasó a todacarrera por la habitación de arriba sinmirar al cadáver, sin pensar en nada másque no fuera su necesidad de salir deallí.

Cuando por fin llegó al sendero quellevaba de regreso a la puerta deguillotina, se dejó caer contra una paredy respiró jadeante grandes bocanadas deaire mientras se concentraba en novomitar. Tardó más de dos minutos antes

de tranquilizarse lo suficiente.

Metió un nuevo cargador en la pistolacuando se encontró mejor y se dirigió deregreso a las instalaciones deentrenamiento. Se dio cuenta de quehabía perdido la segunda arma que lehabía entregado Steve en algún puntoentre la cámara de tortura y la puertadelantera, pero no estaba dispuesta pornada del mundo a regresar y ponerse abuscarla. Iba a volver con Steve paraencontrar las puñeteras llaves que leshacían falta y después se iban a marcharcagando leches de aquel manicomio queUmbrella había creado en Rockfort.

Steve lloró durante un rato,

balanceándose adelante y atrás, apenasconsciente de que había hecho algo«muy importante». Por lo que se referíaa su experiencia en la vida, estaban laspequeñas cagadas, las grandes cagadas ypor fin las cagadas muy importantes.

Algunas cosas cambiaban a la gente parasiempre, y ésa era una de ellas. Habíatenido que matar a su propio padre. Supadre y su madre, buenas personas losdos, incapaces de hacer daño, estabanmuertos. Eso significaba que ya noquedaba nadie en el mundo que loquisiera y amara, y esa idea se repitióuna y otra vez en su mente, haciéndoleseguir llorando y balanceándose.

Pensar en las Lugers fue lo que le hizosalir de su pequeño infierno emocional,lo que le hizo recordar dónde seencontraba y lo que estaba ocurriendo.Todavía se sentía horrible, con el cuerpoy el alma llenos de dolor, pero comenzóa regresar a la realidad, deseando queClaire estuviese a su lado, deseandotener un vaso de agua a mano.

Las Lugers. Steve se frotó los párpadoshinchados y después las sacó de lacintura del pantalón para mirarlas conmayor detenimiento. Era algo estúpido,sin importancia…, pero en algún rincónde su mente había relacionado por fin elhecho de que justo cuando había cogidolas dos pistolas de la pared había sido

el momento en que se había quedadoencerrado y había comenzado a haceraquel calor. Era una trampa, y por lo queél suponía, el único motivo para teneruna trampa como aquélla era impedirque alguien se apoderara de las armas.

Lo que significa que a lo mejor sirvenpara algo más que para disparar. Sí,bueno, tenían adornos de oro y lo másseguro era que fuesen muy caras, perotambién era obvio que a los Ashford noles faltaba el dinero…, y las armastenían alguna clase de valor sentimental,67

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¿por qué utilizarlas como cebo de unatrampa?

Decidió que sería mejor que regresara yque echara un vistazo más detenido allugar donde habían estado colocadas,por si el hecho de ponerlas de nuevo ensu sitio sirviera para algo. Tan sólo eraun paseo de unos dos minutos comomucho hasta la mansión, así que podríair y volver en cinco minutos a lo sumo.Seguro que Claire lo esperaría sillegaba antes de que él regresara.

Porque si me quedo aquí seguiréllorando. Quería, necesitaba hacer algo.

Se puso en pie, sintiéndose tembloroso yalgo vacío mientras se sacudía la tierrahúmeda de los pantalones, y fue incapazde evitar echar una mirada hacia el lugardonde había muerto su padre. Sintió unaoleada de alivio cuando se percató deque Claire había tapado el cadáver conuna lona plástica. Era una muchachaexcelente…, aunque por alguna extrañarazón sentía algo raro con ella, con laidea de contarle todo aquello. No estabaseguro de cómo se sentía.

Salió afuera y se sorprendió un poco alver que no se encontraba en el patiofrontal de las instalaciones deentrenamiento. También se sintiósorprendido de que en el lugar rodeado

de paredes al que había salido sehallaba lo que tenía todo el aspecto deser un tanque Sherman de la segundaguerra mundial. Gigantesco, con lascadenas cubiertas de barro y la torretagiratoria con el tremendo cañón.

Quizá le hubiera interesado un ratoantes, o se habría sentido algo más quesimplemente un poco sorprendido,porque no se le ocurría ningún motivopara que hubiera un tanque en una islacomo Rockfort, pero en ese momento loúnico que quería era comprobar latrampa de las Lugers para ver si podíacontribuir con algo al intento de ambospor salir de la isla. No se sentía muy agusto con que Claire no hubiera tenido

más remedio que encargarse deinterrogar al tipo herido de Umbrella asolas, ya que había sido idea de él.

Al otro lado del tanque había una puertaque daba al patio de entrenamiento. Almenos, no había perdido del todo elsentido de la orientación. Todo parecíamás oscuro que un rato antes. Steve alzóla mirada y vio que el cielo estabaencapotado de nuevo, y las nubestapaban la luna y las estrellas. Estaba yaa mitad del patio cuando oyó elrestallido de un trueno, lo bastantecercano y potente como para que elsuelo pareciera estremecerse un pocobajo sus pies. Cuando llegó al otro ladoya había empezado a llover otra vez.

Steve apresuró el paso. Dobló a laderecha en la salida y marchó al troteligero hacia la mansión. La lluvia caíacon fuerza y era fría, pero le dio labienvenida. Abrió la boca y alzó elrostro hacia el cielo, dejando que lemojara el cuerpo. Quedó empapado enpocos segundos.

—¡Steve!

Claire.

Sintió que el estómago se le encogía unpoquito mientras se giraba para mirarla.Ella lo alcanzó en la puerta que llevabaa los terrenos de la mansión. Su rostromostraba una expresión preocupada.

—¿Estás bien? —le preguntó mientraslo miraba con unos ojos llenos de

incertidumbre que no dejaban deparpadear para protegerse de la lluvia.

Steve quiso contestar que sí, que sesentía estupendamente, que ya habíapasado lo peor y que estaba preparadopara enfrentarse de nuevo a decenas dezombis, pero cuando abrió la boca nosalió nada de eso.

—No lo sé. Creo que sí —respondiócon sinceridad. Logró sonreír a medias.No quería preocuparla, pero tampocoquería hablar demasiado sobre ello.

Ella pareció entenderlo, porque cambió

de tema con rapidez.

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—He descubierto que los gemelosAshford tienen una casa privada ysecreta escondida detrás de la mansión—le dijo—. Y no estoy segura al cienpor cien, pero puede que las llaves queestamos buscando estén allí. Creo que esbastante probable.

—¿Has descubierto todo eso por…,

cómo se llama, Rodrigo?

Steve lo preguntó con un tono de vozlleno de duda. Le resultaba difícil creerque un empleado de Umbrellaproporcionase toda aquella informacióna un enemigo.

Claire dudó, pero luego asintió.

—Sí, en cierto modo —contestó, y aSteve le dio la impresión de que habíaalgo de lo que ella no quería hablar. Noinsistió, y prefirió esperar.

—El problema es llegar hasta la casa —continuó diciendo ella—. De lo queestoy segura es de que está cerrada a caly canto. Creo que lo mejor es dar unas

cuantas vueltas más por la mansión paraver si podemos encontrar un mapa o unpasadizo…

Se quitó los mechones empapados dedelante de los ojos y le sonrió.

—Y de paso, quitarnos de debajo de lalluvia antes de que pillemos algo malo.

Steve se mostró de acuerdo. Cruzaron laentrada y el cuidado jardín, pasando porencima de los cadáveres queencontraron en el camino. Él le contó loque se le había ocurrido sobre lasLugers, y ella se mostró de acuerdo enque debían probar suerte…, aunquetambién comentó que con gente como lafamilia Ashford al mando de lo que

ocurría en la isla, los pequeños yentretenidos rompecabezas de Umbrellano tenían necesariamente por qué serlógicos.

Se detuvieron delante de la puerta paraintentar secarse todo lo posible lasropas, que resultó no ser mucho. Ambosestaban empapados por completo,aunque hicieron lo que pudieron porsacudirse el exceso de agua. Por suertepara los dos, los pies se les habíanmantenido secos. Andar con las ropasempapadas era un incordio, pero intentarandar en silencio con unas botaschorreantes era el colmo de laincomodidad y de lo imposible.

Steve abrió la puerta con las dos armaspor delante. Entraron temblando…, yoyeron cómo se cerraba una puerta en elpiso de arriba.

—Alfred —dijo Steve en voz baja—.Me apuesto algo. ¿Qué te parece si leabrimos unos cuantos agujeros más en suculo de mierda?

Empezó a acercarse a las escaleras: lapregunta había sido retórica. Ese lococabrón merecía morir, y por más razonesde las que Steve podía llegar aimaginarse.

Claire lo alcanzó y le puso una mano enel hombro.

—Escucha… Verás, parte de lo queencontré en la prisión… No es que estéloco, es que se trata de un maníacopeligroso. Como uno de esos psicópatasasesinos en serie.

—Sí, lo entiendo —contestó Steve—.Razón de más para cargárnoslo, y cuantoantes mejor.

—Vale, pero… ten cuidado. ¿Deacuerdo?

Claire parecía preocupada, y Steve notóuna enorme sensación protectora haciaella.

No te preocupes, a éste me lo cargo,vaya que sí, pensó, pero asintió para

tranquilizar a Claire.

—Entendido.

Subieron con rapidez las escaleras y sedetuvieron al lado de la puerta quehabían oído cerrarse. Steve se colocódelante, y Claire alzó una ceja, pero nodijo nada.

—A la de tres —susurró él. Giró conlentitud el pomo de la puerta y suspiróaliviado al comprobar que no estabacerrada con llave—. Uno…, dos…,¡tres!

Empujó con fuerza la puerta con elhombro y entró con la metralleta pordelante, preparado para disparar contra

lo primero que se moviera…, pero nadase movió. La estancia, una oficinaapenas iluminada llena de estanteríasrepletas de libros, estaba vacía.

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Claire había entrado detrás de él y habíagirado hacia la izquierda, pasando allado de un sofá y una mesa de cafésituadas al lado de la pared norte. Steve,decepcionado y disgustado, se colocó asu espalda y la siguió, esperandoencontrar otra puerta que diera a unanueva estancia, estaba tan harto ya delos estúpidos laberintos de aquel lugarque se iba a cagar en…

Se detuvo y se quedó mirando, lo mismoque había hecho Claire. A unos tresmetros había una pared, un callejón sinsalida…, con dos huecos en una placa

situada a la altura del pecho: unoshuecos con la forma de las Lugers.

Steve sintió una oleada de adrenalinarecorrerle todo el cuerpo. No tenía unmodo racional de saber que habíanencontrado la forma de entrar en laresidencia privada de los Ashford, perolo creía con total seguridad. Por lo queparecía, Claire creía lo mismo.

—Me parece que la hemos encontrado—dijo ella en voz baja—. Te apuestoalgo.

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Capítulo 8

Joder, vaya. Esto es… Joder, pensóClaire.

—Joder —susurró Steve, y Claireasintió, sintiéndose por completo ajenacuando estudió el entorno que losrodeaba. ¿Había dicho asesino en seriepsicópata?

Más bien parece una convención deasesinos en serie psicópatas. Habíantenido que resolver otro rompecabezasdespués de que las Lugers hubieran

abierto la pared, algo que tenía que vercon unos códigos numéricos y unpasadizo bloqueado, pero ellos habíanhecho caso omiso por completo deaquello: ambos se habían puesto aempujar y el pasadizo no habíapermanecido bloqueado durante muchorato. En cuanto salieron al exterior denuevo, pudieron ver la residenciaprivada, que se alzaba sobre una colinabaja, como un buitre ansioso bajo lalluvia espesa. Lo cierto es que se tratabade una mansión, pero no tenía nada quever con la que acababan de dejar atrás:era mucho, mucho más antigua, másoscura y siniestra, rodeada por lasruinas decrépitas de lo que antaño habíasido un jardín lleno de esculturas. Varios

querubines de ojos ciegos y dedos rotoslos observaban junto a las gárgolas dealas desgastadas mientras se dirigíanhacia la casa, esquivando los trozos demármol roto sembrados por doquier.

Inquietante, desde luego…, pero estoestá tan más allá de inquietante que nisiquiera cae en la misma categoría.

Estaban en el vestíbulo, iluminado tansólo por unas cuantas velas colocadasde forma estratégica. El aire estabacargado de un olor a mustio, un olorviejo producido por el polvo y elpergamino que se deshacía. El sueloestaba cubierto de alfombras gruesas,pero eran tan viejas que en algunas

partes la trama había quedado aldescubierto por el exceso de uso.Además, era difícil determinar su colormás allá del calificativo de

«oscuro». Justo delante de ellos había loque antaño había sido sin duda unaescalera espectacular y que llevaba a lasbalconadas de los pisos segundo ytercero. Todavía quedaba algo deelegancia trasnochada en sus pasamanosennegrecidos y en sus escalonesdesgastados, lo mismo que en lapolvorienta biblioteca que había a laderecha de los dos intrusos y en losóleos de marcos dorados y recargadosque colgaban de las paredes abarrotadasde ellos. La palabra «fantasmal» habría

sido la más adecuada, si no hubiese sidopor las muñecas.

Unos rostros pequeños los acechabandesde todos los rincones, frágilesmuñecas de porcelana, muchas de ellasdescascarilladas o descoloridas,vestidas para tomar el té con ropa detafetán. Niños de plástico con ojos deplástico abiertos de par en par yboquitas fruncidas de color rosa.Muñecas de trapo con extraños rostroshechos con botones y restos del rellenosaliéndoles por las extremidades rotas.Había montones de ellas, auténticaspilas, incluso unos cuantos bebés detrapo sin rasgos y que estabanempalados.

Claire no pudo distinguir ninguna clasede orden en aquel batiburrillo sinsentido.

Steve le dio un leve codazo y señalóhacia arriba. Claire pensó por unmomento que estaba mirando a Alexia,que colgaba de un alero, pero no setrataba más que de otra muñeca, detamaño natural, y a la que habían vestidopara su extraño ahorcamiento con unsencillo vestido de fiesta. El rebordefloreado flotaba alrededor de susdelgados tobillos sintéticos.

—Quizá deberíamos… —empezó adecir Claire, pero se calló en seco y sepuso a 71

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escuchar.

El sonido de alguien hablando les llegóprocedente de arriba. Era la voz de unamujer. Parecía enfadada. La cadencia desu voz era rápida y áspera.

Alexia.

A la voz enfurecida le siguió el sonidode alguien que hablaba con un tonoquejumbroso y lastimero, y que Clairereconoció inmediatamente como

perteneciente a Alfred.

—¿Qué te parece si nos pasamos acharlar un rato? —susurró Steve, y sinesperar a que Claire le respondiera sedirigió hacia las escaleras.

Claire se apresuró a seguirlo, sin estarmuy segura de que fuese una buena idea,pero sin querer tampoco que fuera solo.

Las muñecas los observaron en silenciomientras subían, mirándolos fijamentecon sus ojos sin vida, manteniendo suvigilancia y su tranquilidad lo mismoque habían hecho durante muchos años.

Alfred jamás se sentía tan cerca deAlexia como cuando se encontraban en

sus estancias privadas, donde habíanreído y jugado cuando eran unos niños.También se sentía cerca de ella enaquellos momentos, pero al mismotiempo incómodo por su enfado.

Deseaba desesperadamente que fuerafeliz de nuevo. Después de todo, eraculpa suya que ella estuviera enfadada.

—Y es que no puedo entender por quéesa tal Claire Redfield y ese amigo suyoestán suponiendo un desafío tan grandepara ti —dijo Alexia, y a pesar de lavergüenza que estaba pasando, no pudoevitar mirarla con un sentimiento deadoración mientras recorría la estanciaarriba y abajo con su bata de seda. Su

gemela era extremadamente refinada,incluso en su enfado.

—No te fallaré de nuevo, Alexia, te loprometo…

—Es cierto, no lo harás —lo cortó ellacon brusquedad—, porque voy aocuparme en persona de este asunto.

Alfred se quedó sorprendido.

—¡No! Querida, no debes arriesgarte deese modo… ¡No lo permitiré!

Alexia lo miró fijamente por unosinstantes…, y después dejó escapar unsuspiro, meneando la cabeza. Se acercóa él mientras sus ojos mostraban de

nuevo una mirada tierna y dulce.

—Te preocupas demasiado, queridohermano —dijo—. Debes recordarquiénes somos, debes recordar quetienes que enfrentarte siempre a lasdificultades con orgullo y vigor. Al fin yal cabo, somos Ashford. Nosotros… —Alexia abrió los ojos de par en par ypalideció. Se giró hacia la ventana quedaba al pasillo central y se llevó unamano al cuello alto de su bata—. Hayalguien en el vestíbulo.

¡No!

Alexia debía mantenerse a salvo, nadiepodía tocarla, ¡nadie! Se trataba deClaire Redfield, por supuesto, que había

aparecido para cumplir su propósito ymisión: asesinar a su amada hermana.Alfred se giró frenético y miró a sualrededor. Allí estaba: el rifle estabaapoyado contra la mesa de maquillaje deAlexia, donde lo había dejado antes deabrir la puerta que llevaba a lahabitación del ático. Se dirigió hacia él,sintiendo el miedo de ella como suyopropio, con la ansiedad compartidacomo si fueran una única persona.

Alfred alargó la mano para empuñar elarma…, y dudó un momento,confundido.

Alexia había insistido en encargarse dela situación. Podría enfadarse de nuevo

si él interfería en aquello…, pero si algole pasaba, si la perdía…

El pomo de la puerta giró de repente,justo en el mismo momento en queAlexia se 72

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adelantaba a Alfred y empuñaba el rifle.Apenas tuvo tiempo de alzarlo antes deque la puerta se abriera de un fuertegolpe. Era la primera vez en casi quinceaños que alguien entraba en susacrosanta residencia privada, y Alexia

se sintió tan confusa por aquellaintrusión que no disparóinmediatamente. No quería que Alfredresultara herido, no quería morir. Losdos prisioneros estaban armados y losapuntaban con sus armas.

Alexia recuperó la compostura,negándose a sentirse atemorizada pordos chiquillos que la estaban mirandocon expresión extrañada. Sus rostrosplebeyos mostraban sorpresa yconfusión. Al parecer, no estabanacostumbrados a la presencia de sussuperiores, de aquellos que eranmejores que ellos.

Utilízalo para sacar ventaja. Que sigan

sorprendidos y con la guardia bajada.

—Señorita Redfield, señor Burnside —dijo Alexia con la barbilla alzada y conun tono de voz tan digno como requeríasu ascendencia Ashford—. Por fin nosconocemos.

Mi hermano me ha dicho que hancausado bastantes problemas.

Claire avanzó hacia ella y bajó lapistola un poco mientras miraba conmayor atención el rostro de Alexia. Estadio un paso atrás de forma involuntaria,asqueada por sus ropas empapadas y susmodales tan directos y rudos, pero noperdió de vista el arma de Claire. Lachica estaba demasiado concentrada en

mirarla, lo mismo que el joven, que sehabía colocado detrás de Redfield.

Alexia retrocedió otro paso. Estabaarrinconada, atrapada entre su mesa demaquillaje y los pies de la cama, perouna vez más, eso podía servirle parasacar ventaja.

Cuando estén convencidos de que norepresento peligro alguno…

—¿Usted es Alexia Ashford? —preguntó el joven con un tono de vozasombrado, con la boca abierta.

—Lo soy.

No sería capaz de soportar aquella

terrible falta de educación durantemucho tiempo más, no de alguien taninferior a ella.

Claire asintió con lentitud, pero sindejar de mirarla directamente a los ojos,con impertinencia.

—Alexia…, ¿dónde está tu hermano?

Alexia se giró para mirar a Alfred…, ydio un respingo. Su hermano no estabaen la habitación. Se había marchado y lahabía dejado sola para que se enfrentasea aquella gente sin ayuda alguna.

No, no puede ser, jamás meabandonaría de este modo… Notó unmovimiento a su derecha…, pero se dio

cuenta de que tan sólo era un espejo, y…y…

Alfred la estaba mirando. Era la cara deAlexia, con los labios pintados y laspestañas rizadas, pero era el cabello deAlfred, y su chaqueta. Se llevó la manoderecha a la boca, asombrada, y Alfredhizo lo mismo sin dejar de mirarla.Sintiendo el mismo asombro que ella.Como si fueran uno solo.

Alexia gritó y dejó caer el rifle haciendocaso omiso por completo de los dosintrusos mientras los empujaba paraecharlos a un lado, sin importarle sidisparaban o no contra ella. Corrióhacia la puerta que daba al cuarto de

Alfred y lanzó un nuevo grito cuando viola larga peluca rubia tirada en el suelo yla preciosa bata arrugada que había a sulado.

Cruzó otra puerta sin dejar de llorar ysalió de la habitación de Alfred…, mihabitación…, sin estar segura de haciadónde se dirigía mientras corríatambaleante por el pasillo en dirección ala gran escalera. Se había acabado, todose había acabado, todo estaba perdido,todo era una mentira. Alexia se habíamarchado muy lejos y jamás regresaría,y él había…, ella era…

Los gemelos supieron de repente lo quedebían hacer. La respuesta a todo

aquello 73

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llegó con claridad a través deltorbellino oscuro que eran sus mentes enese momento, y les mostró el camino.Llegaron a las escaleras y las bajaronmientras formaban un plan en suscabezas, comprendiendo que habíallegado el momento en que prontoestarían juntos de nuevo y de verdad,porque por fin había llegado la horapara ello.

Pero antes de eso, debían destruirlotodo.

—Me cago… —soltó Steve, y al noocurrírsele qué más decir, lo repitió.

—Así que Alexia jamás ha estado aquí—dijo Claire. Su rostro mostraba unaexpresión de asombro que Stevesospechaba era la misma que había en supropia cara. Ella se acercó hasta lapeluca y la recogió del suelo mientrasmeneaba la cabeza—. ¿Crees que Alexiaha existido alguna vez de verdad?

—Quizá cuando era una niña—contestóSteve—. Uno de los guardias másantiguos de la prisión dijo que la habíavisto una vez, hace unos veinte años,

cuando Alexander Ashford estaba acargo de todo.

Se quedaron unos cuantos segundosmirando simplemente la habitación.Steve pensó en la expresión de la carade Alfred cuando se había visto a símismo en el espejo. Había sido tanpatético que casi sintió lástima por eltipo.

Siempre creyó que su hermana estabaaquí, con él, probablemente la únicapersona en el mundo que no pensabaque él era un capullo…, y resulta queni siquiera tenía eso…

Claire se estremeció de repente, como sile hubiera dado un escalofrío, y los hizo

volver a la realidad.

—Será mejor que nos pongamos abuscar las llaves antes de que uno de losgemelos regrese.

Señaló con un gesto de la cabeza laestrecha escalera que había en lacabecera de la cama. Llevaba hasta unrecuadro abierto en el techo.

—Yo miraré ahí arriba. Tú échale unvistazo a estas habitaciones.

Steve asintió y comenzó a abrir cajonesy a rebuscar en ellos mientras Clairedesaparecía a través de la abertura en eltecho.

—No te vas a creer lo que hay aquíarriba —gritó Claire justo en elmomento en que Steve abría un cajónrepleto de piezas de encaje de seda:sujetadores, bragas, medias y unascuantas cosas más que ni siquiera teníaidea de para qué servían.

—Lo mismo digo —gritó a su vez,mientras se preguntaba hasta quéextremos había llegado Alfred paracomportarse como Alexia. Decidió queen realidad no quería ni saberlo.

Se acercó a la mesa de maquillaje y oyóa Claire caminar por la estanciasuperior mientras él comenzaba aregistrarla. Encontró muchos perfumes y

piezas de joyería, pero ni pruebas niemblemas, ni siquiera una llave normal.

—Nada todavía, pero…, ¡eh, hay otraescalera! —gritó Claire.

Eso es bueno, pensó Steve. Encontróuna caja de sobres con el papelestampado con pequeñas flores blancas.Cada vez estaba más nervioso con laidea de que Alfred regresara, y queríasalir de aquella habitación enloquecidacon psicosis de hermana.

Había una pequeña tarjeta blancaencima de la pila de sobres. La recogióy se fijó en la caligrafía femenina defuerte carácter al leerla:

«Queridísimo Alfred: eres un soldadovaliente y brillante que siempre luchaspor devolver a la familia Ashford suantiguo esplendor. Siempre pienso enti, mi amado. Alexia».

Aagh… Steve dejó caer la tarjeta y pusocara de asco. ¿Se lo imaginaba, o eraque Alfred había creado una relaciónmuy antinatural con su hermanaimaginaria?

Sí, pero no era real, no podían hacernada… físico. Aagh y aagh. Stevedecidió de nuevo 74

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que no quería ni saberlo.

—¡Steve! ¡Steve! ¡Creo que las heencontrado! ¡Bajo!

Steve se sintió inundado por unairrefrenable sensación de optimismo yesperanza.

Se giró hacia la escalera con aquellaspalabras mágicas resonándole todavíaen los oídos.

—¿No te estás quedando conmigo? —lepreguntó.

Lo primero que apareció fueron las

atractivas piernas. Su voz era muchomás clara y Steve notó el mismonerviosismo y emoción en su respuestamientras descendía.

—No me estoy quedando contigo. Habíaun tiovivo ahí arriba, y un ático encimade la habitación… Mira esta llave enforma de libélula…

De repente, comenzó a sonar una alarmay el eco se extendió por todo elgigantesco edificio de forma insistente ycon fuerza. Claire se bajó de un salto dela cama. Llevaba tres llaves y un objetometálico estrecho y alargado en la mano.Se miraron el uno al otro eintercambiaron una expresión de temor,

y Steve se dio cuenta de que la alarmatambién se oía en el exterior de la casa,acompañada del sonido metálicochirriante de unos altavoces potentes,pero de mala calidad. Parecía que elmensaje iba dirigido a todos losresidentes en la isla.

Antes de que ninguno de los dos pudieradecir ni una sola palabra, una voztranquila empezó a hablar al mismotiempo que seguían sonando las sirenas.Era una voz femenina, suave, la voz deun mensaje grabado.

«Se ha activado el mecanismo deautodestrucción. Todo el personal debemarcharse inmediatamente. Se ha

activado el mecanismo deautodestrucción. Todo el personal…»

—Ese cabrón —exclamó Claire, y Steveasintió con vehemencia mientrasmaldecía en silencio al psicópatapomposo, pero sólo durante un par desegundos. Tenían que llegar a aquelavión.

—Vámonos —dijo Steve.

Recogió el rifle de Alfred del suelo y lepuso una mano en la espalda a Clairepara urgirla a que se pusiera en marcha.El centro de detención y lasinstalaciones de entrenamiento deUmbrella en Rockfort, el lugar dondeSteve había lamentado la muerte de su

madre y donde había perdido a su padre,donde el último descendiente de lafamilia Ashford se había ido volviendoloco de un modo discreto y donde losenemigos de Umbrella habíandesencadenado el principio del fin,estaba a punto de desaparecer, y no teníaninguna intención de estar allí cuandoeso ocurriera.

A Claire no le hacía falta que laaconsejara precisamente sobre ese temaen concreto.

Salieron por la puerta casi a la vez yecharon a correr, dejando atrás lospatéticos restos de la retorcida fantasíade Alfred.

Alfred y Alexia se dirigieron corriendoa la sala de control principal después deactivar la secuencia de autodestrucción.Alexia se puso a trabajar con la consolade complicados mandos. A su alrededor,las luces parpadeaban y los ordenadoresimpartían órdenes por encima del ruidode las sirenas. Era todo un espectáculo,incómodo para ella, pero terrorífico sinduda para los asesinos.

Alexia tenía un plan de huida, queincluía una llave hasta el hangarsubterráneo donde se encontraban losaviones a reacción de despegue vertical,pero antes tenía que estar segura de quelos jóvenes plebeyos se quedaban en laisla. Hasta que no supiera con certeza

que morirían, ni ella ni Alfred sepodrían marchar.

Oh, sí, vaya si morirán, pensó Alexiasonriendo. Tenía la esperanza de que noles alcanzara ninguna explosión directa.Sería mejor que sufrieran alguna heridaprovocada 75

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por los cascotes y demás restos, quevivieran atormentados mientras susexistencias se iban apagando poco apoco…, o quizá los depredadores

supervivientes de la isla los acecharíany los matarían, devorándolos adolorosos mordiscos.

Alexia conectó las cámaras de seguridadde la mansión común y de los terrenosque la rodeaban, ansiosa por ver aClaire y a su pequeño caballeroacobardados y agazapados en un rincón,o gritando de pánico. No vio nada deaquello: la mansión estaba vacía, y lasalarmas y las sirenas que avisaban deldesastre inminente seguían su tarea deforma inútil, alertando a los pasillosvacíos y a las habitaciones cerradas.

Puede que todavía estén en nuestracasa, que tengan demasiado miedo

como para salir, con la patéticaesperanza de que la destrucción no lesafectará si se quedan allí… No seríaasí, por supuesto. No había ningún sitioen la isla donde pudieran estar a salvode las explosiones…

Alexia los vio en ese momento y sintióque su buen humor desaparecía porensalmo y que su odio hervía de nuevopara convertirse en una rabia furibunda.La pantalla mostraba que los dos seencontraban en el atracadero delsubmarino y que el muchacho estabahaciendo girar la rueda. El cielocomenzaba a aclararse, pasando delnegro al azul oscuro. La pálida luz de laluna que se estaba poniendo iluminó su

plan furtivo y astuto.

No. No tenían ninguna posibilidad. Sí,era cierto que el avión de carga vacíoseguía en su sitio, con el puente elevado,pero Alfred había tirado las llavesmaestras al mar después del comienzodel ataque aéreo. No creerían de verdadque tenían alguna posibilidad de…

¡Pero han estado en mis estanciasprivadas!

—¡No! —aulló Alexia, y lanzó unpuñetazo contra la consola de mandos,poseída por la rabia. No lo permitiría.¡No lo permitiría! ¡Los mataría ellamisma, les sacaría los ojos con las uñas,los destrozaría!

No te olvides del Tirano, le susurró suhermano al oído. La furia de Alexia seconvirtió en una alegría exultante. ¡Sí!¡Sí! ¡El Tirano, que todavía estaba en sucámara de estasis! Y

ya era lo bastante inteligente para poderobedecer órdenes, siempre que fueransencillas y que indicaran con exactitudlo que se quería.

—¡No os escaparéis! —gritó Alexiaentre carcajadas mientras bailaba paracelebrar su victoria…, y, un momentodespués, Alfred se unió a ella, incapazde resistirse a aceptar lo maravilloso, losatisfactorio que iba a ser todo aquello,justo cuando la computadora central

cambió su cantinela y comenzó la cuentaatrás.

Su huida hacia el avión fue como unborrón en la memoria: una carreraenloquecida para salir de la mansión delos Ashford y bajar por la superficieempapada de la colina hasta la siguientemansión, para bajar luego las escaleras,a las que siguieron más escaleras hastallegar por fin a un muelle diminutodonde Steve hizo aparecer el submarino.Con cada paso que daban, las alarmassonaban más y más deprisa mientras elmensaje repetido una y otra vez lesrecordaba lo que era obvio.

La suave voz femenina cambió justo

cuando estaban subiendo al submarino, ydejó de repetir el mensaje anterior paracomenzar uno nuevo, y aunque laspalabras no eran exactamente lasmismas, Claire tuvo un vívido recuerdode lo ocurrido en Raccoon City: estabade pie en una estación de metro mientrasotro mensaje de autodestrucciónanunciaba que el final ya estaba cerca.

«Se ha activado la secuencia deautodestrucción. Quedan cinco minutospara la detonación inicial.»

—Más vale que salgamos volando deaquí —dijo Steve.

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Era lo primero que decía desde quehabían salido a la carrera de la mansión,y a pesar del miedo que sentía por laposibilidad de que no salieran de allí atiempo, a pesar del agotamiento y de loshorribles recuerdos que sin duda sellevaría con ella, el comentario de Stevele pareció hilarante.

Pero, ¿es que nos vamos de aquívolando, o no?

Claire empezó a reírse, y aunque intentó

parar de inmediato, no pudo lograrlo. Lepareció que ni siquiera su muerteinminente podría detener las risas. Eraeso o que la histeria era mucho másdivertida de lo que ella había esperadoy la expresión que Steve tenía en la carano la estaba ayudando mucho.

Histérica o no, sabía que tenían queseguir corriendo.

—Vámonos —dijo entre risas y casiahogada, ayudándose de un gesto.

Steve, sin dejar de mirarla como si sehubiera vuelto loca, la agarró del brazoy tiró de ella. Después de dar unoscuantos pasos tambaleantes y de darsecuenta de que era posible que su ataque

de risa acabara matándolos a los dos,Claire logró controlarse.

—Estoy bien —dijo, respirandoprofundamente, y Steve la soltó a la vezque un gesto de evidente alivio cruzabapor su cara.

Bajaron corriendo por otras escaleras yatravesaron un túnel que parecía estarbajo el agua. Cuando llegaron a lapuerta que había al otro extremo, la vozdel ordenador les informó de que habíapasado otro minuto, y de que sólo lesquedaban cuatro. Si antes había existidoalguna posibilidad de que se le repitierael ataque de risa, aquello la había hechodesaparecer.

Steve abrió la puerta de un empellón ygiró hacia la izquierda, y los dospasaron de varios saltos por encima deun trío de cadáveres, todos portadoresdel virus y todos vestidos con uniformesde Umbrella. Claire se acordó deRodrigo de repente y sintió una punzadaen el corazón. Deseó que estuviera asalvo donde se encontrara en esemomento, o que se encontrara losuficientemente mejor como paraalejarse de los edificios…, pero nopudo engañarse sobre las posibilidadesque tenía. Le deseó suerte en silencio yluego procuró olvidarse de él paraconcentrarse en seguir a Steve yatravesar otra puerta.

Su carrera terminó en una cavernaenorme y oscura cubierta de andamiosde metal: un hangar para hidroaviones.Su esperanza de lograr huir estaba justodelante de ellos: una pequeña aeronavede carga que flotaba precisamentedebajo de la plataforma de descargasobre la que ellos estaban. A la derecha,no muy lejos, la luz previa al amanecermostraba la enorme salida al mar.

—Por allí —dijo Steve, y se dirigiócorriendo hacia un pequeño ascensorque había en el borde de la plataforma yque tenía una consola de mandos. Clairecorrió detrás de él mientras rebuscabaen su riñonera para sacar las tres llavespoliédricas.

«Se ha activado la secuencia deautodestrucción. Quedan tres minutospara la detonación inicial.»

La consola de mandos tenía un panel enla parte superior con tres huecos deforma hexagonal. Steve agarró dos delas llaves y ambos introdujeron yempujaron a la vez las tres. Oh, porfavor, tío, por favor…

Se oyó un chasquido muy audible…, ylos controles del panel de mandos seencendieron y surgió un zumbidoprofundo de debajo de la maquinariaque sobresalía.

Steve soltó una carcajada y Claire sedio cuenta de que había estado

conteniendo la respiración cuando porfin logró respirar de nuevo.

—Agárrate a algo —le dijo Steve, ypasó la mano por encima de los mandosencendiendo todos los controles.

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El ascensor se puso en marcha con unpequeño salto y empezó a bajar enángulo inclinado a la vez que la puertaredonda lateral del avión se abría hacia

abajo hasta formar una especie deescalerilla. A Claire le pareció que todopasaba a cámara lenta, envuelta en unaespecie de irrealidad mientras elascensor llegaba a la base de losescalones y se detenía con una nuevasacudida. Era difícil creer que estuvieraocurriendo por fin, que estuvieran apunto de marcharse de aquella malditaisla de Umbrella.

¡A la mierda con creérselo! ¡Vámonosya!

Subieron a bordo del avión y Steve sedirigió corriendo a la cabina de mandopara poner en marcha el aparatomientras Claire echaba un vistazo al

resto de la aeronave: el grueso delartefacto estaba constituido por uncompartimento de carga separado de lacabina por una mampara de metal aprueba de ruido. No había comodidadesde ninguna clase excepto un pequeñoretrete con una puerta detrás del asientodel piloto, pero al menos había unarmarito en la parte posterior de lacabina de mando con un par de bidonesde agua de dos litros, para gran aliviode Claire.

Siguieron oyendo, aunque como un ruidoapagado, la grabación que resonaba portodo el hangar mientras Steve pulsaba elmando que cerraba la puerta. Laescotilla de entrada se alzó y se cerró

sellando el avión cuando quedaban dosminutos. Claire se sentó a su lado, con elcorazón a punto de sal írsele por laboca: dos minutos era apenas nada.

Quería ayudarlo, preguntarle qué podíahacer, pero Steve estaba concentradopor completo en el panel deinstrumentos. Recordó que él habíacomentado que poseía «leves»

nociones de pilotaje, pero puesto queella no tenía ningunas en absoluto, noiba a quejarse.

Los segundos fueron pasando y tuvo queesforzarse para no empezar a balbucearde puro nerviosismo, para no hacer nadaque pudiera distraerlo.

Los motores del avión se encendieroncon un rugido y el sonido fue creciendoy creciendo y haciéndose más agudo.Los nervios de Claire se tensaron ajuego con el ruido…, y cuando la temidavoz femenina del ordenador habló denuevo, Claire se percató de que estabaagarrada con todas sus fuerzas a la parteposterior de la silla de Steve y de quetenía los nudillos blancos por la tensión.

«Queda un minuto para la detonacióninicial. Cincuenta y nueve…, cincuenta yocho…, cincuenta y siete…»

¿Qué pasará si es demasiadocomplicado, si no lo logra?, pensóClaire, bastante segura de que ella

misma estaba a punto de explotar.

«Cuarenta y cuatro…, cuarenta y tres…»

Steve se enderezó de repente y empujóhacia adelante una palanca que tenía a laderecha antes de colocar las manossobre el timón. El ruido de los motoresse incrementó más y más todavía, ylenta, muy lentamente, el avión comenzóa avanzar.

—¿Estás lista? —le preguntó Steve conuna sonrisa, y Claire casi se desmayódel alivio. Sintió las rodillas débiles ytemblorosas.

«Treinta…, veintinueve…,veintiocho…»

El avión siguió avanzando y pasó pordebajo de un puente metálico nodemasiado elevado y lo bastante cercade la puerta como para ver las olasromper contra sus costados de metal.Oyeron un fuerte golpe en el techo, comosi el puente hubiese rozado la partesuperior del avión, pero siguieronmoviéndose de forma lenta peroincesante.

«Diecisiete…, dieciséis…»

Cuando Steve hizo que el avión entraraen aguas abiertas, la cuenta atrás habíallegado a diez…, y después ya estuvodemasiado lejos como para oírla, ya quelos motores rugieron a plena potencia y

aceleraron. El suave avance se hizo másagitado cuando comenzaron a saltar porencima de las olas. Había la claridadsuficiente en el cielo para 78

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que Claire pudiera ver la costa de la islaa su derecha, llena de rocas traicioneras.Buena parte de la costa de Rockfort eranacantilados que se alzaban sobre el aguacomo murallas rugosas de una fortaleza.

Claire vio las primeras explosionesjusto en el momento en que Steve tiraba

de la palanca de mando para hacer queel avión se elevara. El sonido les llegóun segundo después: una serie deestampidos rugientes y profundos que sequedaron atrás con rapidez cuando Steveelevó por fin el aparato.

Unas gigantescas nubes y columnas dehumo negro se alzaron bajo la incipienteluz del amanecer mientras el avión decarga ascendía, y proyectaron unaslargas sombras sobre los edificios quese derrumbaban. Las llamas surgieronpor doquier, y aunque Claire no conocíala disposición exacta de las distintaspartes del lugar que estaba observando,creyó ver la residencia privada de losAshford consumida por un incendio, una

inmensa luz anaranjada que surgía dedetrás de lo que quedaba de la mansión.Todavía quedaban algunas estructuras enpie, pero les faltaban enormes trozos,convertidos en polvo y en escombros.

Claire inspiró profundamente y despuésdejó escapar el aire con lentitud,sintiendo cómo unos cuantos músculosagarrotados se destensaban. Ya habíaacabado. Otra instalación de Umbrelladestruida, y todo debido alincumplimiento de la integridadcientífica, al vacío moral que parecíaser un componente fundamental en lapolítica comercial de la compañía.Deseó que el alma retorcida y torturadade Alfred Ashford hubiera encontrado

por fin alguna clase de paz…, o lo quemereciese de verdad.

—Bueno, ¿y adónde vamos? —preguntóSteve con despreocupación, y Claire, devuelta a la realidad, se apartó de laventanilla lateral sonriendo, dispuesta abesar al piloto.

Steve la miró a los ojos, tambiénsonriendo, y ambos entrecruzaron susmiradas…, y a medida que los segundosse fueron alargando en ese intercambiovisual, ella pensó por primera vez queSteve no era tan sólo un chaval. Ningúnchaval la miraría del modo que lo estabahaciendo él…, y a pesar de la firmedecisión que había tomado de no

animarlo en absoluto, no apartó lamirada. Sin duda, era un individuoatractivo, pero había pasado la mayorparte de las doce horas anterioresconsiderándolo un hermano menorincordiante…, algo que no era fácil deolvidar, aunque hubiese querido hacerlo.Por otro lado, después de lo que habíanpasado juntos, también se sentía muyunida a él de un modo sólido, fuerte, conun afecto que le parecía perfectamentenatural y…

Claire fue la primera en apartar la vista.Llevaban a salvo tan sólo un minuto ymedio: quería pensar un poco en todoaquello antes de seguir adelante.

Steve volvió a concentrarse en losmandos, aunque parecía un pocoencendido…, y justo entonces oyeronotro golpe en el techo, como cuandohabían salido del hangar.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Clairemirando hacia arriba, como si realmenteesperase ver algo a través del metal.

—No tengo ni idea —contestó Stevefrunciendo el entrecejo—. Ahí arriba nohay nada, así que…

¡CRAAAACCC!

El avión pareció dar un salto en el aire ySteve se apresuró a compensar lamaniobra imprevista. Claire miró de

forma instintiva hacia atrás. El tremendocrujido había sonado en elcompartimento de carga.

—La puerta del compartimento de cargaprincipal está abierta —dijo Stevegolpeando con el dedo una pequeña luzparpadeante del panel de mandos, yapretó otro botón—. No puedo hacerque se cierre de nuevo.

—Echaré un vistazo —le contestóClaire, y sonrió por el gesto deincomodidad de 79

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Steve—. Tú procura que sigamosvolando, ¿vale? Te prometo que nopienso saltar en marcha.

Se giró hacia el compartimento de cargay, en cuanto Steve apartó la vista,recogió el rifle de Alfred, que estabaapoyado en el respaldo del asiento delpiloto. Todavía tenía la semiautomática,pero la mira láser del rifle implicabadisponer de una puntería precisa…,aparte de que, como no quería dejar elavión hecho un colador con agujeros debala, lo mejor sería utilizar el arma decalibre veintidós. Sabía que existían unoo dos monstruos en la isla, y era posible

que alguno de ellos hubiese acabadocomo polizón, pero no quería que Stevese preocupara o que se involucrara enaquello. Tanto ella como él mismonecesitaban que permaneciese a losmandos del avión.

Sea lo que sea, tendré que ser yo quiense encargue de ello, pensó, ceñuda,mientras se disponía a abrir la puerta.Le pareció que probablemente estabareaccionando excesivamente ante lo queseguramente sería una avería menor,como un panel suelto y una bisagra rota.Abrió la puerta y pasó de un salto. Lacerró de un portazo antes de que Stevepudiera oír con claridad aquel ruido.

Con que avería menor…

Toda la parte posterior delcompartimento de carga habíadesaparecido por completo. Habíanarrancado la compuerta y las nubes y elcielo azul pasaban a una velocidadincreíble. Claire dio un paso adelante,confundida…, y vio cuál era elproblema.

El señor X, pensó por un momento alrecordar al ser monstruoso que habíaencontrado en Raccoon City, superseguidor incansable vestido con unabrigo largo de color negro; pero lacriatura que se encontraba sobre elmontacargas hidráulico no era la misma.

Tenía forma humanoide, de un tamañogigantesco y sin un solo cabello, al igualque aquel monstruoso X, pero tambiénera de mayor estatura, con unos hombrosanchos hasta lo increíble y un abdomende abultados músculos. No parecía tenersexo alguno, y su entrepierna no era másque un bulto sin forma. Las manos ya noeran humanas sino algo mucho más letal.Su puño izquierdo era una maza repletade pinchos metálicos y de un tamañomayor que la cabeza de la propia Claire,y su mano derecha era una extremidadhíbrida, combinación de carne ycuchillos de aspecto afilado. Dos deellos medían más de treinta centímetros.

Y no lleva abrigo, pensó de forma

inopinada mientras el monstruo segiraba y centraba aquellos ojos blancosque parecían sufrir cataratas en ellaantes de inclinar la cabeza hacia arriba ylanzar un rugido tremendo de rabiasangrienta y furia asesina.

Claire, aterrorizada pero decidida, alzósu arma, que de repente le pareciópatética, cuando la criatura se dirigióhacia ella y colocó el punto rojo sobreel monstruoso ojo derecho monocolor.Apretó el gatillo…, y oyó el chasquidodel percutor al golpear en la recámaravacía.

Fue un ruido ensordecedor que resonóincluso por encima del rugido del viento

que llegaba desde el exterior.

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Capítulo 9

No existía una maldición lo bastantefuerte para expresar por completo sudesesperación. Claire dejó caerinmediatamente el rifle inútil y echó acorrer hacia la derecha, esquivándolo.No quería acabar atrapada en unaesquina. No podía creer que no le

hubiera echado un vistazo al cargadordel puñetero rifle. Había seis o sietecajas apiladas contra el mamparo de lapuerta de la cabina de mando, pero allíno podía ponerse a cubierto, a ningunode los lados. Aquel ser la iba a atrapar.

¡Venga, venga, venga!

La pesada criatura se giró con lentitud,siguiéndola mientras ella corría a lolargo del costado derecho del avión.Sacó la pistola de debajo de su cinturóny le quitó el seguro sin mirar, temerosade apartar sus ojos del monstruo nisiquiera un momento. La criatura avanzódando pisotones con sus piernas comotroncos, concentrado de un modo

inquietante en cada paso que daba ella.

El compartimento de carga no erademasiado grande, poco más de diezmetros de largo por cuatro de ancho.Llegó en un momento al otro lado delavión, a la parte posterior. El airehelado comenzó a tirar de ellaintentando arrastrarla hacia las nubes.

Claire echó a correr semiagachada ycruzó el espacio que la separaba de laotra pared procurando no pensar en loque ocurriría si tropezaba antes delograr agarrarse a un reborde metálicocon dedos temblorosos.

La criatura todavía estaba a más de seismetros de ella. Claire se mantuvo

agarrada a la pared, esperando a queestuviera más cerca para echar a correrde nuevo. Al menos, era un bichobastante lento, pero tenía que pensar enalgo y con rapidez. No podía estarsiempre dando vueltas y vueltas en elcompartimento.

Estaba observando a la criatura, la veíacon claridad…, pero lo que ocurrió acontinuación le pareció una especie deilusión óptica. La criatura agachó unpoco su cabeza plateada…, y de repentese situó a tan sólo un par de metros deella. La distancia se había reducido enuna fracción de segundo. Ya estabadejando caer su brazo derecho, y lascuchillas resplandecientes cruzaban el

aire con un silbido audible ycaracterístico…

Claire no pensó: actuó. Sintió deimprovisó el estómago en la boca y nofue consciente de su propio movimiento.Durante una fracción de segundo no fuemás que un cuerpo que se agachaba yechaba a correr…, y después, ya estabaal otro lado del avión, al lado de lascajas apiladas, mirando cómo la criaturase daba la vuelta de forma lenta, muylenta.

¡Joder, a la mierda!

El avión sobreviviría si le abría unoscuantos agujeros. Disparó ocho veceshacia el centro de su pecho…, y todas

las balas impactaron en estrechoagrupamiento sobre el objetivo. Vio quelos agujeros de bordes ennegrecidos seabrían muy cerca de donde debería estarsu corazón si fuera humano, pero nosalió sangre, sino un tejido oscuro yhúmedo que formó unos bultosesponjosos sobre las heridas. Lacriatura se detuvo en seco…, y comenzóa avanzar de nuevo menos de dossegundos después, un paso tras otro, conlentitud, pero sin cambiar su centro deatención.

Sintió una punzada de pánico.

Tengo que salir de aquí, me va a matar,tengo que llamar a Steve, a lo mejor

con otra pistola…

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No, no podía, y además, no serviría denada, tan sólo empeoraría la situación.El señor X había sido programado conun único objetivo: obtener una muestradel virus.

Claire sospechaba que aquella criaturaiba a por ella en concreto, así que sientraba en la cabina y cerraba la puerta,

el monstruo seguramente arrancaría lapuerta y la mataría a ella…, y a Steve.Si se quedaba en el compartimento decarga, Steve al menos tendría unaoportunidad. Además, las únicas armasque tenían a bordo eran pistolas decalibre nueve milímetros, y si aquelbicho podía recibir ocho tiros en elpecho sin venirse abajo, otra pistola noiba a suponer mucha diferencia.

Intenta pegarle un tiro en la cabeza,como con el otro monstruo.

Podía intentarlo, pero tenía la sospechade que algo como aquello que nosangraba tampoco se quedaría ciego.Tenía unos ojos muy extraños, y a lo

mejor incluso ni los utilizaba paraver…, eso sin contar que estaban en elinterior de un avión en pleno vuelo queno paraba de moverse y deestremecerse. ¿Cómo iba a poderapuntar en condiciones sin una mira, ymucho menos acertar?

Todo aquello pasó por su mente enmenos de un segundo, y a continuaciónse puso en movimiento de nuevo, endirección a la parte posterior del aviónotra vez. Tenía miedo de echar a correr,tenía miedo de quedarse quieta, y sepreguntó cuánto tardaría el monstruo enabalanzarse una vez más y qué es lo queharía para…

La criatura agachó la cabeza como habíahecho antes, y el cuerpo de Clairereaccionó como en la otra ocasión, peromientras tanto, se le ocurrió una idea. Sealejó de la pared y corrió hacia lacriatura, pero echándose a un lado.

Si esto no funciona, estoy muerta…

Y sintió el frío de su extraña carnecuando pasó a toda velocidad a su lado.Estuvo tan cerca que olió lapodredumbre de su cuerpo…, y unmomento después ambos estaban enlados opuestos de aquel espacio abiertoy el monstruo se estaba dando la vueltade forma mecánica otra vez. Habíafuncionado, pero por los pelos: si

hubiese estado un centímetro más cerca,si ella hubiese sido una fracción desegundo más lenta, todo habría acabadoya.

La pistola no servía, no podía huir deallí, así que era la criatura la que teníaque salir, pero ¿cómo? La corriente deaire que salía por el hueco posteriorabierto en el compartimento era fuerte,pero si ella podía resistirlo, el pesadomonstruo sin duda ni lo notaría… Teníaque lograr que perdiera el equilibrio.Quizá si lo atraía hasta la abertura y lohacía tropezar, pero no tenía tantafuerza…

¡Piensa, maldita sea! Ya se dirigía

hacia ella de nuevo, un paso, dos.Apartó la mirada el tiempo suficientepara echar un rápido vistazo a la zona desuelo que estaba cerca de la abertura enbusca de algo que lo hiciera tropezar,quizá la cinta mecánica…

La cinta mecánica hidráulica.

Se utilizaba para llevar las cajas máspesadas hasta la parte trasera del avióny descargarlas. De hecho, había doscajas vacías en la plataforma metálica alcomienzo de la cinta, a pocos pasos dela puerta que llevaba a la cabina demando. Los mandos que la controlabanestaban situados en la pared exterior,justo delante de la puerta.

Es demasiado lenta, no servirá. Pero…,era lenta porque normalmente ibacargada con algo pesado: si sólo habíauna o dos cajas vacías sobre ella, ¿cuanrápidamente iría? Tenía que llegar hastalos controles y ver…

Notó un movimiento de refilón y la mazallena de pinchos apareció de repente,directa hacia un lado de su cabeza.Claire saltó hacia adelante y se echó aun lado de un modo instintivo, pero nofue lo bastante veloz. Los pinchos nollegaron a darle, pero sí lo hizo el fuerteantebrazo, que le impactó dolorosamentecontra la oreja y la lanzó al suelo.

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La criatura se agachó un poco de formainstantánea y golpeó con el brazoderecho, pero ella ya se había apartadoy se puso a rodar por el suelo en cuantocayó. Las cuchillas de la mano arañaroncon fuerza el suelo e hicieron saltarchispas. La criatura lanzó un aullido derabia cuando Claire se puso en pie de unsalto intentando no hacer caso a la orejapalpitante de dolor ni a los puntitosnegros que asomaban en los bordes desu campo de visión. Echó a correr hacialos mandos de la cinta hidráulica a la

vez que la criatura también se ponía enpie. El monstruo se movía de nuevo deforma mecánica, mostrando tanta falta desentimientos como furia había tenido tansólo unos segundos antes.

Claire dio unas cuantas zancadas yenseguida estuvo al lado de los mandosde la cinta. Era un panel de controlbastante sencillo: un botón deencendido, un marcador que indicaba elpeso aproximado de la carga, losbotones de avance y retroceso, unapequeña pantalla digital indicadora y unapagado de emergencia. Claire pulsó elbotón de encendido y llevó el marcadorhasta la anotación máxima de carga,poco menos de tres toneladas.

Echó una mirada hacia la criatura,todavía a una distancia segura, y vio quesólo estaba a un paso o dos de colocarseen la trayectoria de la plataforma de lacinta. Puso la mano encima del botónazul de avance que la haría salirdisparada hacia la salida delcompartimento de carga a una velocidadtremenda. Con tan sólo unos cuantoskilos de contenedor donde se suponíaque tenía que haber tres toneladas,derribaría a la criatura como un bolo.

Casi… Casi… ¡Ahora!

Claire apretó el botón cuando la criaturaya estaba casi sobre la cintamecánica…, y no ocurrió nada.

¡Mierda!

Miró de nuevo el botón de encendido.Quizá no lo había pulsado bien…, y fueentonces cuando vio lo que ponía en lapequeña pantalla digital. Soltó unquejido. Ponía simplemente: «Recargaen proceso: espere la señal».

¡Dios!, ¿y cuánto tardará?

La criatura todavía estaba a unos seismetros y caminaba sobre la cinta casi ensilencio. No dispondría de otraoportunidad mejor, porque, entre otrascosas, el siguiente golpe podríamatarla…, pero si se quedaba allí,donde estaba, y el monstruo llegabahasta ella antes de que el motor del

aparato estuviese cargado, quedaríaatrapada entre la pared y las cajasalmacenadas a su lado. La machacaríacontra la puerta de la cabina de mando.

Es mejor que eche a correr.

Es mejor que me quede donde estoy.

Claire dudó un instante de más y lacriatura se abalanzó sobre ella de nuevo.Avanzó como una catástrofe natural y fuedemasiado tarde, ya no tenía ni tiempode darse la vuelta para refugiarse en lacabina…

¡Ping!

La criatura comenzó a bajar el brazo

izquierdo para golpearla al mismotiempo que Claire apretaba el botón ycerraba los ojos con fuerza, segura deque el mundo iba a desaparecer en unaoleada de dolor, un momento antes deque el monstruo saliera disparado haciaatrás alejándose de ella cuando las cajaslo golpearon en las piernas y lo hicieronsalir catapultado de espaldas. Lacriatura utilizó aquel increíble poder deaceleración antes de que a ella le dieratiempo a aceptar que su plan estabafuncionando, y se agarró a la partefrontal del contenedor para intentarrecuperar el equilibrio y avanzar denuevo…

Pero Claire no quiso esperar a ver cuál

de las dos fuerzas era más poderosa.Empezó 83

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a disparar y le metió dos, tres balazos enla cabeza. Los proyectiles rebotaron deun modo inofensivo en el cráneoblindado, pero lo distrajeron. Lacriatura luchó otro medio segundo antesde que ella y las cajas vacíasdesaparecieran al hundirse en elprofundo cielo plomizo.

Claire se quedó mirando al cielo que

pasaba por la abertura durante unosmomentos, sabiendo que deberíasentirse tremendamente aliviada: habíamatado al monstruo, había sobrevivido aotro desastre provocado por Umbrella,estaban, por fin, a salvo…, pero tambiénestaba totalmente agotada, y cualquierposibilidad de sentir alguna clase deemoción fuerte había salido por laabertura junto al hermano mayor delseñor X.

—Por favor, que se haya acabado —dijoen voz baja antes de darse la vuelta yabrir la puerta para entrar en la cabinade mando.

Steve echó la vista atrás y frunció el

entrecejo mientras ella subía los dosescalones que llevaban a la zona depilotaje.

—¿Qué ha pasado? ¿Va todo bien?

Claire asintió y se dejó caer en elasiento de al lado, completamenteexhausta.

—Sí. Un nuevo gol para los chicosbuenos. Ah, por cierto, la compuerta decarga posterior ha desaparecido porcompleto.

—¿Estás de broma? —preguntó Steve.

—No —contestó ella, y un momentodespués bostezó con todas sus ganas,

repentinamente abrumada por elcansancio—. Oye, voy a descansar unmomento. Si me quedo dormida,despiértame a los cinco minutos, ¿vale?

—Vale —contestó Steve, que parecíaseguir confundido—. ¿La compuerta hadesaparecido por completo?

Claire no le respondió. La oscuridad seabalanzaba sobre ella, su cuerpo sedisolvía en el asiento…

Steve empezó a sacudirla, repitiendo sunombre una y otra vez.

—¡Claire! ¡Claire!

—Sí —murmuró ella, segura de que no

se había quedado dormida en cuantoabrió los ojos. Se preguntó por quéSteve querría torturarla de ese modo…,hasta que vio la expresión de su cara, yuna sensación de alarma la espabiló deltodo.

—¿Qué?, ¿qué pasa? —preguntómientras se sentaba.

Steve parecía muy preocupado.

—Hace menos de un minuto cambiamosde rumbo y los mandos se bloquearon derepente —contestó—. No sé qué estápasando. No hay radio, pero todo lodemás funciona a la perfección…, sóloque no puedo virar, ni cambiar de altitudo de velocidad. Parece atascado en el

piloto automático.

Se oyó un chasquido procedente deencima de sus cabezas antes de que ellatuviera tiempo de contestar. Se tratabade una pequeña pantalla situada en eltecho de la cabina y en la que Claire nose había fijado antes. Unas cuantas rayasde distorsión aparecieron ypermanecieron durante unos momentos,pero cuando por fin les llegó la imagen,fue bastante clara.

¡Alfred!

Él también parecía estar volando.Estaba sentado en el asiento delanterode un avión a reacción de dos plazas, oen un aparato similar. Todavía tenía

manchas de maquillaje por toda la caray los bordes de los ojos resaltados denegro, y cuando habló, lo hizo con la vozde Alexia.

—Os pido disculpas —dijo con vozsuave—, pero no puedo permitir que osescapéis.

Al parecer, habéis logradodesembarazaros de otro de misjuguetitos. Sois muy traviesos.

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—Psicópata travestido —le respondióSteve con un gruñido, pero Alfred o nolo oyó, o no le importó.

—Disfrutad del viaje —siguió diciendoAlfred entre risitas, la pantalla se apagódespués de una descarga estática final.

Claire se quedó mirando a Steve, quienla observó con un sentimiento deinutilidad, y después ambos se quedaronmirando el mar de nubes y cómo losprimeros rayos de sol las atravesaban.

Steve soñaba con su padre cuando sedespertó sobresaltado, atemorizado poralguna razón. El sueño fue

desapareciendo mientras se daba cuentade dónde se encontraba.

Claire dejó escapar un leve sonidosomnoliento desde la parte posterior desu garganta y se arrebujó contra élcolocando mejor la cabeza sobre elhombro izquierdo de Steve. Sintió surespiración tibia contra el pecho.

Ah, pensó él, sin querer moverse portemor a despertarla. Se habían quedadodormidos uno al lado del otro apoyadoscontra la pared de la cabina de mando,y, por lo que parecía, se habíanacercado bastante en algún momento delsueño. No tenía ni idea de la hora queera, o cuánto tiempo habían dormido,

pero todavía estaban en el aire, y la luzapagada del sol seguía entrando por lasventanas.

Habían hablado durante un rato despuésde que Alfred se hubiera hecho con elcontrol del avión, pero no sobre lo queharían al final de aquel vuelosecuestrado. Claire había insistido enque, puesto que no podía hacer nada alrespecto, no tenía sentido preocuparsepor ello. En vez de eso, se habían puestoa comer (Claire había sacado a golpesunos cuantos paquetes de almendras deuna máquina de aperitivos, algo por loque Steve le estaría eternamenteagradecido) y habían hecho todo loposible por lavarse algo con un poco del

agua embotellada. Después se habíanpuesto a hablar, pero a hablar en serio.

Ella le contó todo lo que le habíapasado cuando estuvo en Raccoon Citypara ver a su hermano Chris, y lo quesabía sobre Umbrella y sobre aquel tipoque recordaba a un espía, Trent…, ytambién le contó otras muchas cosas. Ibaa la universidad y tenía dos años másque él. Montaba en moto, pero lo másprobable era que lo dejara por lopeligroso que solía ser. Le gustababailar, así que le gustaba la música debaile, pero también le gustaban gruposcomo Nirvana, y pensaba que la políticaera muy aburrida, y su comida preferidaeran las hamburguesas con queso. Era

una chica genial, la más genial que éljamás hubiera conocido, y lo que eraincluso mejor todavía, estaba interesadade verdad en lo que él decía. Se riómucho con los chistes que le contóSteve, y pensaba que era estupendo queél se entrenara corriendo campo através, y cuando había hablado un pocosobre sus padres, ella lo habíaescuchado con atención sin preguntardemasiado.

Y es tan lista y tan guapa…

La miró, miró su cabello y sus largaspestañas, y su corazón palpitó con fuerzaaunque intentaba relajarse. Ella semovió de nuevo, inquieta en su sueño, y

alzó un poco la cabeza…, y sus labioslevemente separados quedaron lobastante cerca de los suyos como paraque la pudiera besar. Lo único que teníaque hacer era bajar la cabeza unoscuantos centímetros. Deseaba tantohacerlo que de hecho comenzó ainclinarse hacia ella y bajó los labioshacia los suyos…

—Mmmmmm —murmuró ella, todavíadormida por completo. Steve se detuvoy

retrocedió un instante después, con elcorazón palpitándole con mayor rapideztodavía.

Deseaba hacerlo con todas sus fuerzas,

pero no así, no si ella no lo queríatambién. Él creía 85

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que sí quería, pero Claire también lehabía hablado un poco de León, y noestaba muy seguro de que tan sólo fueranbuenos amigos.

Se sentía torturado por tenerla tan cercapero que no fuera suya, así que se sintiómuy aliviado cuando ella se apartó de élunos momentos más tarde. Se puso enpie y estiró las piernas, que tenía medio

dormidas, y se acercó a la partedelantera de la cabina de mandopreguntándose si ya habrían comenzadoa utilizar el depósito de combustible dereserva. La idea de tener que enfrentarseotra vez al cabrón enloquecido deAshford le borró los últimospensamientos positivos que tenía.Esperaba que Claire durmiera un pocomás; estaba tan cansada…, hasta que violo que había afuera. Leyó el rumbo y sedio cuenta de que la altitud habíadisminuido de forma considerable. Elavión comenzaba a cabecear y aestremecerse un poco, y no era deextrañar. La lectura del mapa que habíaal lado de la brújula proporcionaba lalongitud y latitud aproximadas de su

posición.

—¡Claire, despierta! ¡Tienes que veresto!

Ella se puso a su lado unos segundosmás tarde frotándose los ojos…, que seabrieron como platos cuando miró por laventana. Había una ventisca de hielo ynieve que se extendía hasta dondealcanzaba la vista.

—Estamos sobre el Antártico —dijoSteve.

—¿En el Polo Sur? —preguntó Clairecon incredulidad. Se agarró al respaldodel asiento del piloto cuando el avión seinclinó para virar—. ¿Donde los

pingüinos, las orcas y todo eso?

—No conozco la fauna del lugar, peroestamos en la latitud 82.17 Sur —contestó Steve—. Sin duda, el culo delmundo. Y no estoy seguro del todo, perocreo que estamos descendiendo paraaterrizar. Bueno, al menos, estamosaminorando la velocidad.

Quizá el plan de Alfred era dejarloscaer en mitad de la nada y que sehelaran hasta morir. No demasiadobrillante ni llamativo, pero serviría a laperfección. Steve deseó poder ponerlelas manos encima aunque sólo fueradurante un minuto, uno solo. No era unluchador nato, pero Alfred se desharía

como un merengue.

—Debemos de estar dirigiéndonos haciaeso —exclamó Claire señalando a laderecha, y Steve entrecerró los ojos,apenas capaz de ver a través de laventisca. Pero unos momentos más tardevio los demás aviones y los edificiosbajos y alargados que ella había visto, ya sólo unos minutos de vuelo.

—¿Crees que es una instalación deUmbrella? —preguntó Steve, a pesar deque ya sabía antes de que ella asintieseque tenía que ser así. ¿Dónde si no ibana parar?

El morro del avión continuó bajando,llevándolos a donde Alfred hubiera

decidido, pero Steve se sentía de hechoun poco aliviado. Tener otro encuentrocon Umbrella no era agradable, desdeluego, pero al menos puede que allíhubiera otra persona a cargo del lugar, yno todos los empleados de Umbrellapodían ser tan mamones como Alfred,aparte de que no podía imaginarse quetodo el mundo dejara lo que tuvieseentre manos para ir a besarle el culo aaquel degenerado. A lo mejor Claire y élencontraban a alguien con quien hacer untrato, o a quien pudieran sobornar dealgún modo…

Se estaban acercando para efectuar unaprimera pasada. El avión comenzaba abalancearse demasiado debido a la

acumulación de hielo en las alas…, ySteve se dio cuenta de que ibandemasiado bajos, demasiado bajos ydemasiado rápidos. El tren de aterrizajese había bajado por su cuenta en algúnmomento, pero no había forma alguna deque pudieran aterrizar en condicionescon esa altitud y esa velocidad.

—Sube, sube… —gimió Steve mientrasobservaba cómo el tamaño de losedificios crecía con demasiada rapidez.Sintió que las gotas de sudor le salíanpor todos los poros del cuerpo. Secolocó en el asiento del piloto, agarró lapalanca de mando y tiró con todas 86

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sus fuerzas…, pero no ocurrió nada.

Joder.

—¡Claire, ponte el cinturón! ¡Vamos aestrellarnos! —gritó Steveabrochándose el cinturón mientrasClaire se sentaba de un salto en su sitio.Los cierres de seguridad soltaron unchasquido justo cuando tocaban tierra…,y las alarmas comenzaron a sonar en elpanel de mandos cuando el tren deaterrizaje se partió y quedó atrás. Lapanza del avión chocó contra el suelo.La cabina de mando se estremeció de

arriba abajo y los cinturones de losasientos fue lo único que impidió que seestamparan de cabeza contra el techo. AClaire se le escapó un grito cuando unatremenda ola de nieve se estrelló contralos cristales de las ventanas de lacabina. Se oyó un gigantesco chirridometálico detrás de ellos cuando la colao una de las alas se desgajó del fuselaje,y de las ventanas del morro sedesprendió la nieve suficiente para quevieran el edificio que tenían delante deellos y cómo el avión se deslizaba fuerade control hacia allí y que todo estabacubierto de humo.

Iban a estrellarse y…

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Capítulo 10

A Claire le dolía la cabeza. Otra vez.Algo estaba ardiendo. Distinguió el olora humo al mismo tiempo que notó quetenía un frío espantoso. Recordó derepente lo que había ocurrido: la nieve,el edificio, el aterrizaje forzoso. Alfred.Abrió los ojos y alzó la cabeza.

Le fue bastante difícil, ya que seguía

sujeta por el cinturón al asiento, y éstese encontraba inclinado hacia adelanteen un ángulo de cuarenta y cincogrados…, y fue en ese momento cuandovio a Steve, inmóvil en su propioasiento.

—¡Steve! ¡Steve, despierta!

Steve dejó escapar un gruñido ymurmuró algo. Claire respiró con mástranquilidad.

Logró desabrochar el cinturón despuésde unos cuantos intentos y se deslizóhasta quedar agachada con los piessobre lo que unos momentos antes era elpanel de instrumentos. No podía vermucho del exterior por el ángulo en que

se encontraba inclinado el avión, pero lepareció que se encontraban en el interiorde un edificio de gran tamaño. Habíaunos paneles grises de metal a unosquince o veinte metros delante de ellos,y por el costado agujereado del aviónvio un trozo de pasarela con pasamanosa unos dos o tres metros por debajo.

¿Dónde está todo el mundo? ¿Hayalguien aquí? Era una instalación deUmbrella, así que, ¿por qué no había yaun montón de tipos de seguridadsacándolos a rastras del aviónestrellado? Bueno, o al menos unoscuantos encargados cabreados.

Steve estaba recuperando el sentido,

aunque Claire vio un chichón con malaspecto en el borde de su cuerocabelludo. Alzó la mano y descubrió queella también tenía un chichón justo porencima de la sien derecha, un poco másarriba del otro con el que se habíadespertado…, ¿el día anterior?, ¿elanterior a ése?

Vaya, cómo pasa el tiempo cuando nohaces más que estar inconsciente.

—¿Qué se está quemando? —preguntóSteve abriendo los ojos.

—No lo sé. —Tan sólo había un leveolor a humo en la cabina de mando, asíque supuso que procedía de algún otropunto del avión. De cualquier manera,

no quería quedarse por allí cerca por siacaso algo estallaba—. Deberíamossalir de aquí. ¿Puedes andar?

—Desde luego —murmuró Steve, yClaire sonrió mientras lo ayudaba aquitarse el cinturón de seguridad.

Recuperaron lo que pudieron de lasarmas que tenían a sus pies. Se quedaroncon el subfusil de Steve y la nuevemilímetros de ella. Por desgracia, no lesquedaba mucha munición, y, además,habían perdido un par de cargadores. Aella le quedaban veintisiete balas y a élquince. Se las repartieron, y puesto queno tenían nada más que hacer allí dentro,Steve se colgó del borde del avión y se

dejó caer sobre la pasarela.

—¿Qué hay ahí afuera? —preguntóClaire mientras se sentaba en el bordedel agujero y se metía la pistola en elcinturón. Hacía el frío suficiente comopara que el aliento se condensara, peropensó que podría soportarlo durante unrato.

—No hay mucho que ver —contestóSteve mientras miraba a su alrededor—.

Estamos en un edificio circular y grande.Creo que está construido alrededor de laboca de un pozo de mina o algo así. Hayun agujero justo en el medio. Aquí nohay nadie. —Alzó la mirada y los brazos—. Venga, baja. Yo te agarro.

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Claire lo dudaba. Steve estaba en buenaforma, pero tenía la complexión de uncorredor, y no era muy musculoso. Porotro lado, tampoco podía quedarse en elavión todo el tiempo y odiaba saltar másallá de un par de metros. Desde luego, leapetecía que alguien le echara unamano…

—Venga, voy a saltar.

Se agarró al borde del agujero y fuebajando el cuerpo todo lo que pudo…,hasta que tuvo que dejarse caer. A Stevese le escapó un bufido cuando la recogióen sus brazos, y un momento despuésestaban los dos en el suelo. Steve cayóde espaldas, rodeándola con los brazos,y Claire encima de él.

—Bien atrapada —dijo ella.

—Ah, no fue nada —contestó Steve conuna sonrisa.

Su cuerpo era tibio, atractivo y dulce, yera obvio que estaba interesado por ella.

Durante unos segundos, ninguno de ellosse movió. Claire se encontraba a gusto

entre sus brazos, pero Steve quería más,y ella lo pudo ver con total claridad ensu mirada y en la forma en que recorríasu cara con los ojos.

¡Por Dios, que no estáis de vacaciones!¡Levántate ya!

—Deberíamos…

—… averiguar dónde estamos —dijoSteve interrumpiéndola y acabando lafrase por ella.

Aunque Claire vio un destello dedecepción en sus ojos, él procuróesconder su disgusto suspirando deforma melodramática mientras bajabalos brazos con un gesto de rendición.

Ella se puso en pie de mala gana y loayudó a levantarse a su vez.

Realmente parecía el pozo de una mina,de unos veinte metros de ancho más omenos, y la pasarela sobre la que seencontraban llegaba hasta la mitad, conun par de escaleras. Claire vio dospuertas desde donde se encontraba,ambas abajo y a la izquierda.

Sólo había una puerta a su altura, a laderecha, pero Steve se acercó a echarleun vistazo y comprobó que estabacerrada con llave.

—¿Dónde crees que está todo el mundo?—preguntó en voz baja. Era bastanteprobable que el eco fuese muy fuerte en

un lugar tan vacío y amplio como aquél.

Claire negó con la cabeza.

—No sé. ¿Jugando con bolas de nieve?

—Ja, ja —dijo Steve—. ¿Alfred nodebería estar ahora mismo echándoseencima de nosotros con un lanzallamas oalgo parecido en las manos?

—Sí, sería lo más lógico —contestóClaire. Ella había pensado lo mismo—.Quizá todavía no haya llegado, o no seesperaba que nos estrellásemos y está enuno de los otros edificios donde sesuponía que teníamos que aterrizar…, loque significa que deberíamosespabilarnos, por si podemos hacernos

con uno de esos aviones antes de que éllogre encontrarnos.

—Venga, vamos a hacerlo —dijo Steve—. ¿Quieres que nos separemos?Podríamos cubrir más terreno de esemodo y hacerlo con mayor rapidez.

—¿Con Alfred suelto por aquí? Yo votoque no —contestó Claire, y Steveasintió.

Pareció aliviado—. Bueno…, vamospor allí mismo —indicó Claire, y sedirigió hacia la primera escalera conSteve pegado a su espalda.

Subieron por ellas y llegaron a lasiguiente puerta. En realidad, se trataba

de una puerta con hojas dobles un pocoalejada de la pasarela. También estabacerrada con llave.

Steve se ofreció a abrirla de una patada,pero ella sugirió que sería mejor queantes probasen con todas las demás.Claire estaba cada vez más inquieta conel hecho de que el lugar estuviese tansilencioso y tranquilo, y no quería que eleco de una puerta al ser 89

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derribada anunciara su presencia.

Aunque deben de encontrarse en estadode coma si no han oído el aterrizajeforzoso…

Se dirigieron hacia la siguiente puerta,que era la última que quedaba antes dellegar a otro tramo de escaleras que ibanhacia abajo. Claire probó con el pomode la puerta, que giró sin presentarresistencia. Steve y ella prepararon lasarmas por si acaso, y en cuanto Steveasintió, Claire abrió la puerta de unempujón…, y notó que se quedaba conla boca abierta por la sorpresa, tangrande era.

¿Cuántas son las probabilidades de quealgo como esto ocurra?

Era un dormitorio para empleados, aoscuras y hediondo, y al oír que lapuerta se abría, tres, no, cuatro zombisse giraron y se dirigieron hacia ellos.Todos ellos habían quedado infectadoshacía poco tiempo: la mayor parte de lapiel seguía pegada a la carne.

Uno de ellos comenzaba a entrar enestado de gangrena, y el fuerte yasqueroso olor dulzón de la carneputrefacta impregnaba el aire frío.

Steve se había puesto pálido, y mientrasella se apresuraba a cerrar la puertatragó saliva, aunque con dificultad.Parecía que se había puesto enfermo, ysu voz sonó como si realmente lo

estuviera.

—Uno de esos tipos trabajaba enRockfort. Era uno de los cocineros.

¡Por supuesto! Ella había creído por unmomento que también en aquel sitio sehabía producido un escape del virus,pero era una coincidencia demasiadomonstruosa. Al menos uno de losaviones que habían visto en el exteriorprocedía de la isla. Lo más probable eraque se tratase de un puñado deempleados, pero no científicos, casi contoda seguridad, que habían huido presasdel pánico sin darse cuenta de quellevaban la infección a bordo.

Más caníbales enfermos y moribundos

infectados por el virus… ¿Qué es losiguiente?

Claire se estremeció cuando intentóimaginarse qué clase de combatienteestaba intentando crear Umbrella paraque necesitase un entorno ártico…, ycuáles de los animales autóctonospodrían haberse visto infectados antesde que ellos llegaran.

—Tenemos que salir zumbando de aquí—dijo Steve.

Bueno, con un poco de suerte, lo mismose han comido a Alfred, pensó Claire.Era una idea optimista, pero lo cierto esque ya se merecían algún golpe desuerte.

—Vámonos.

El último lugar que les quedaba porcomprobar, unas escaleras que bajabanen espiral, se encontraban al final de lapasarela y descendían hacia unaoscuridad completa.

Claire recordó las cerillas que habíaencontrado en Rockfort, así que leentregó por un momento la pistola aSteve y las sacó de la riñonera. Le diola mitad a él antes de volver a empuñarla pistola. Steve se colocó en cabeza yencendió dos de las cerillas a mitad delas escaleras para luego sostenerlas enalto. No ofrecían mucha luz, pero eranmejor que nada.

Llegaron al final de la escalera ycomenzaron a recorrer un pasilloestrecho. Claire se puso en alerta encuanto se adentraron en la oscuridad.Algo olía mal, como a maíz podrido, yaunque no podía oír que nada semoviese a su alrededor, no le parecíaque estuviesen solos. Solía confiarmucho en sus instintos, pero todo estabatan quieto y silencioso, sin ni siquiera unsusurro de sonido o de movimiento…

Serán los nervios, pensó con esperanza.

Tan sólo podían ver a un metro pordelante de ellos, pero avanzaban contoda la rapidez posible. La sensación deestar al descubierto y vulnerables por

completo les impelía a marchar a todaprisa.

Dieron unos cuantos pasos más y vieronque el pasillo se dividía. Podían girar ala izquierda o a la derecha.

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—¿Qué te parece? —susurró Claire…, yel pasillo se llenó de repente de unaexplosión de movimiento, de aleteos, yel olor a podrido los envolvió por

completo. Steve soltó un taco cuando lascerillas se apagaron de improviso y losdejaron sumidos en la oscuridad másabsoluta. Algo pasó rozando la cara deClaire, algo leve y plumoso que no hizoel menor ruido, y ella empezó amanotear de forma instintiva por el asco,con la piel de gallina, sin estar muysegura de adonde o a qué disparar.

—¡Vámonos! —gritó Steve, y la agarródel brazo para tirar de ella. Ella losiguió tambaleante y sin aliento mientrasalgo aleteó sobre su cara, algo seco ypolvoriento…

Steve la hizo pasar en ese precisomomento por el umbral de una puerta

que cerró de golpe en cuanto entraron.Ambos se dejaron caer contra ella.Claire estaba temblando, terriblementeasqueada.

—Polillas —dijo Steve—. Dios, eranenormes. ¿Las has visto? Eran tangrandes como pájaros, como halcones…

Claire lo oyó escupir, como si estuvieseintentando aclararse la garganta.

Ella no contestó y empezó a manotear enbusca de una cerilla. La habitaciónestaba completamente a oscuras y queríaasegurarse de que no hubiera másrevoloteando por allí.

Polillas… ¡Qué asco!

Le pareció que en cierto modo eranpeores que los zombis, que podían pasarrozándote, revolotearte en la cara… Seestremeció de nuevo y encendió lacerilla.

Steve se había metido en una oficina,una que por lo que se veía estaba librede polillas gigantes y de otras sorpresasdesagradables de Umbrella. Vio un parde velas en una mesa a su derecha y seapresuró a encenderlas también, ydespués le entregó una a Steve antes deechar un vistazo a su alrededor. Lasuave luz de las velas iluminó su refugioimprovisado llenándolo de sombras.Una mesa de escritorio de madera, unascuantas estanterías, un par de cuadros

colgados de la pared… La estancia erasorprendentemente agradable si se teníaen cuenta el estilo funcional del restodel lugar.

Tampoco hacía frío. Echaronrápidamente un vistazo por toda lahabitación en busca de armas omunición, pero no encontraron nada.

—Eh, a lo mejor nos sirve de algo unode éstos —comentó Steve acercándose ala mesa.

Sobre ella había unos cuantos montonesde papeles, incluida lo que parecía unaserie de mapas esparcidos por lasuperficie, pero a Claire de repente leinteresó mucho más el bulto blanquecino

que él tenía en la parte posterior de suhombro derecho.

—No te muevas —dijo mientras secolocaba a su espalda.

Tenía una especie de excrecencia espesaparecida a una telaraña que contenía elbulto, que medía unos quincecentímetros y era algo deforme, como unhuevo de gallina al que han estiradodemasiado.

—¿Qué es? Quítamelo —dijo Steve convoz muy tensa.

Claire acercó la vela y se dio cuenta deque aquel bulto blanco no era opaco deltodo.

Podía ver un poco en su interior…, hastael punto de distinguir un pequeño gusanoque se movía envuelto por la gelatinatranslúcida. Era un envoltorio de huevo;la polilla le había puesto un huevoencima.

A Claire le dieron ganas de vomitar,pero se mantuvo firme y comenzó abuscar algo con lo que agarrar y quitarleaquello. Había una bola de papelarrugado en una papelera al lado de lamesa y la recogió.

—Quieto un momento —dijo,sorprendida mientras tiraba del capullopor lo tranquila que había sonado suvoz. El bulto no cedió, ya que la red de

tiras pegajosas que lo rodeaba semantuvo firme, pero al final se soltó ycayó al suelo con un chasquido 91

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húmedo.

Steve se agachó y se inclinó sobre elpapel, acercando la vela…, y se puso depie de repente, con un aspecto tanasqueado como el de ella. Lo aplastócon un fuerte pisotón y por debajo de lasuela salieron varios chorros de gelatinade color claro.

—Joder —dijo con una mueca dedisgusto—. Recuérdame que eche lapapa después, cuando hayamos comido.Y la próxima vez que pasemos por ahí,nada de llevar cerillas encendidas.

Steve le echó un vistazo a la espalda deClaire, limpia, gracias a Dios, y luegose repartieron los papeles que habíasobre la mesa. Steve se encargó deestudiar los mapas y ella revisó el resto.

Inventarios, factura, factura, lista deinventario… Claire tuvo la esperanza deque a Steve le estuviese yendo mejor aque a ella. Por lo que pudo ver, estabanen lo que Umbrella denominaba una«terminal de transporte», fuese lo que

fuese aquello, y estaba construidaalrededor del pozo de una mina. Notenía ni idea de lo que habían estadobuscando con la excavación, pero habíabastantes recibos por equipo caro ynuevo, además de un montón demateriales de construcción, casi lossuficientes como para construir unapequeña ciudad.

Encontró una serie de memorándums decomunicaciones escritos por dosejecutivos extremadamente aburridos.Era más aburrido todavía porque todoparecía perfectamente legal. La oficinaen la que se encontraban pertenecía auno de ellos, un tal Tomoko Oda, y loque por fin le llamó la atención lo

escribió precisamente Oda. Se tratabade una posdata al final de uno de susextensos informes de contabilidad, y quedataba de tan sólo una semana antes:

PD: Por cierto, ¿recuerdas lo que mecontaste cuando llegué aquí sobre lodel «monstruo»

prisionero? No te rías, pero por fin lohe oído en persona hace dos noches enesta misma oficina. Es tan terroríficocomo cuentan los rumores. Es unaespecie de grito gemebundo furioso queresonó procedente de los nivelesinferiores. Mi capataz dice que lostrabajadores llevan oyéndolo desdehace unos quince años, y casi siempre

tarde, avanzada la noche. El rumor máspopular dice que aúlla así porque sehan olvidado de alimentarlo. Tambiénhe oído contar que es un fantasma, quees un engaño, o un experimentocientífico que salió mal, inclusoalgunos dicen que es un demonio.

Todavía no tengo una opinión formadaal respecto, y como no se nos permite anadie bajar a esos niveles, supongo quecontinuará siendo un misterio. Locierto, y debo admitirlo, es que despuésde oír ese aullido horrible yenloquecido, no tengo ningún interésen bajar de la planta B2.

Hazme saber cuando llega ese envío de

remaches. Un saludo, Tom.

Por lo que parecía, los trabajadores delas plantas superiores no sabían muchosobre lo que ocurría en los nivelesinferiores. Claire pensó queprobablemente había sido lo mejor paraellos…, aunque vista la situación, quizáno.

Steve se rió de repente con una brevecarcajada de triunfo y se puso en pie conuna sonrisa de oreja a oreja. Colocó unmapa político del Antártico sobre lamesa con una palmada.

—Estamos aquí —dijo señalando unpunto rojo que alguien había pintado—,a mitad de camino entre esta base

japonesa, la Monte Fuji, y el propioPolo Sur, en territorio australiano. Yjusto aquí está la base de investigaciónaustraliana…, a unos veinte oveinticinco kilómetros como mucho.

—¡Genial! Vaya, si casi podemos llegarandando en cuanto tengamos el equipoadecuado…

Y si logramos salir de este lugar, pensótambién, y parte de su entusiasmodesapareció.

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Steve desplegó un segundo mapa.

—Espera, que eso no es lo mejor.Échale un vistazo a esto.

Era la fotocopia de unos planos. Claireestudió los diagramas dibujados a mano,los planos laterales y de alzado de unedificio alto y sus tres plantas, con todoslos niveles y las estancias indicados conprecisión. Claire se puso en pie,demasiado emocionada para quedarsequieta. Era un mapa completo del lugardonde se encontraban, que no seextendía hacia lo alto, sino hacia abajo.

—Estamos aquí —dijo Steve, señalando

un pequeño recuadro con una indicacióndonde ponía «oficina del gerente», en elnivel B2. Llevó el dedo hacia abajo,hacia la izquierda y hacia abajo denuevo hasta detenerse en un recuadro deforma desigual situado al final deldiagrama. Parecía un signo deinterrogación tumbado. Las pequeñasletras negras indicaban que se trataba dela «sala de minado», donde había untúnel esbozado con lápiz que salía de él,al lado del que ponía «a lasuperficie/inacabado», también en lápiz.

—Y ahí es adonde tenemos que ir —comentó Claire moviendo la cabeza con

incredulidad. Lo más probable era que

el mapa que Steve había encontrado lesahorrara horas de vagabundeo por todoel lugar, y con tan poca munición comotenían, también era posible que leshubiese salvado la vida.

—Sí, y si nos encontramos con puertascerradas con llave, las derribamos o lespegamos un tiro en la cerradura, lo quesea —dijo Steve con tono alegre—. Yestá a poco más de un minuto, por lo queparece. Estaremos cruzando el cielo enun momento.

—Aquí dice que el túnel estáinacabado… —comenzó a decir Claire,pero Steve la cortó.

—¿Y qué? Si todavía están trabajando

en ello, seguro que hay alguna clase deequipo pesado para hacerlo —dijoSteve con un tono de voz despreocupado—. Bueno, aquí dice

«sala de minado», ¿verdad?

No podía discutir con su lógica, pero esque tampoco quería. Casi era demasiadobueno para ser verdad, y estaba más quedeseosa de oír buenas noticias paraellos…, y aunque significara tener quecorrer otra vez por el pasillo atestado depolillas, esta vez estarían preparados.

—Tú ganas —dijo entusiasmándose a suvez.

Steve alzó las cejas con gesto inocente.

—¿Ah, sí? ¿Cuál es el premio?

Estaba a punto de contestarle que estabadispuesta a oír sus sugerencias cuandoun sonido alarmante e inesperado ladetuvo. Llegó a la oficina desde todoslos lugares y de ninguno a la vez. Pensódurante una fracción de segundo que setrataba de alguna clase de sirena dealarma por lo fuerte y penetrante queera, pero ninguna sirena comenzaba asonar con un tono tan bajo y profundo, oseguía subiendo de tono de aquel modo,o provocaba semejante sensación demiedo. Había furia en aquel sonido, unarabia ciega tan intensa que eraincomprensible.

Ambos se quedaron inmóviles,escuchando, mientras aquel gritoincreíble y espantoso se alargaba yfinalmente se apagaba. Claire sepreguntó cuánto tiempo había pasadodesde que le habían dado la últimacomida. No le cabía ninguna duda deque se trataba de una de las creacionesde Umbrella. Ningún fantasma podíaproducir un sonido tan visceral, yninguna alma humana podía contenertanta rabia.

—Vámonos ya —dijo Claire en vozbaja, y Steve se limitó a asentir, con losojos abiertos de par en par con un gestoansioso mientras doblaba y se guardabalos mapas.

Comprobaron y empuñaron sus armas,acordaron un plan de forma breve, ydespués 93

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de contar hasta tres, Steve abrió lapuerta de un empujón.

Alfred sonrió a través de los gruesosbarrotes de metal a la monstruosidadque había lanzado el rugido mientraséste se apagaba en la lejanía. Se quedóadmirando el resultado de la brillantezintelectual de su hermana, encerrado en

aquella celda húmeda y vacía. Él lahabía ayudado, por supuesto, pero ellaera el genio que había creado el virus T

Verónica, y tan sólo con diez años…, yaunque ella había considerado unfracaso su primer experimento, Alfredno pensaba lo mismo. El resultado eramuy gratificante en el plano personal.

Todo estaba mucho más claro desde elmismo momento que se había marchadode Rockfort. Habían vuelto todos susrecuerdos, ideas que había perdido omantenido enterradas, sentimientos queincluso había olvidado que tenía.Después de permanecer quince años enuna zona gris, de estar confundido y

envuelto en una fantasía inestable,Alfred sintió que su mundo seaproximaba por fin al orden establecido,y también comprendió la razón por laque habían atacado su hogar enRockfort.

—Verás, ellos también sabían que habíallegado la hora —dijo Alfred—. Si nohubiese sido por ese ataque, puede queyo hubiera seguido creyendo que ellaestaba conmigo.

Observó con cierta diversión cómo lamonstruosidad inclinaba su cabezaasquerosa hacia la puerta, escuchándolo.Estaba encadenada a su silla, con losojos tapados, y las manos atadas a la

espalda, y aunque aquello había sidoincapaz de llevar una vida normal a lolargo de un decenio y medio, todavíarespondía al sonido de las palabras.Quizá incluso reconocía su voz a unnivel animal e instintivo.

Debería alimentarlo, pensó Alfred. Noquería que muriera antes de que Alexiase despertara…, pero eso ocurriríadentro de poco tiempo, muy pocotiempo. Quizá incluso el proceso yahabría comenzado. La idea lo llenaba deadmiración: iba a presenciar sumilagroso renacer.

—La he echado tanto de menos —dijoAlfred con un suspiro. Tanto que había

creado una imagen reflejada de ella paraque compartiera con él todos aquellosaños en soledad—

Pero pronto reaparecerá como la reinamadre, conmigo como su soldado másfiel, y nunca jamás nos separaremos otravez.

Eso le recordó su última tarea, un últimoobjetivo que le quedaba por cumplirantes de que pudiera sentarsecómodamente a esperar. La alegría quehabía sentido al descubrir que el aviónse había estrellado no duró muchocuando descubrió que el aparato estabavacío, pero después de recordar ladisposición de las instalaciones se dio

cuenta de que sólo podían estar en uno odos lugares. Había tomado un rifle defrancotirador de la armería de uno delos otros edificios, un Remington decerrojo del calibre 30.06 conteleobjetivo, un juguete maravilloso, yestaba decidido a probarlo. No podíapermitir que Claire y su amiguitoaparecieran en el momento menosoportuno y estropeasen la celebración…

De repente, Alfred comenzó a reírsecuando se le ocurrió una idea. Lamonstruosidad tenía que comer… ¿Porqué no le servía a aquellos dos plebeyosen bandeja? Claire Redfield habíallevado la destrucción a Rockfort, habíaintentado manchar el nombre de los

Ashford, lo mismo que había hechoaquella monstruosidad, en cierto modo.

Devorará a los agentes enemigos, unhomenaje al regreso de Alexia…, ydespués tendremos una pequeñareunión familiar, sólo los tres.

Al oír su risa, la monstruosidad se pusonerviosa y tiró de las cadenas que la 94

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sujetaban con tanta fuerza que Alfreddejó de reírse. Soltó otro aullido

tremendo y prolongado mientras seesforzaba por liberarse, pero Alfredcalculó que las cadenas aguantarían unpoco más.

—Pronto regresaré —prometió Alfredantes de empuñar el rifle y alejarse. Sepreguntó qué era lo que pensaría Claireal reunirse con el padre de los gemelosen unas circunstancias tan pocohabituales, es decir, cuando la matara deforma salvaje. La monstruosidad sesentía atraída por el calor del cuerpo ypor el olor a miedo, o eso le gustabacreer a Alfred, y deseaba muchísimo vercómo acechaba a la indefensa Claire enplena oscuridad.

Cuando Alfred comenzó a subir lasescaleras que llevaban a la segundaplanta del sótano, Alexander Ashfordaulló de nuevo, al igual que había hechoquince años atrás cuando sus propioshijos pequeños lo habían drogado y lehabían arrebatado la vida.

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Capítulo 11

Se adentraron en la oscuridad. Steve iba

delante de Claire, que dejó la puerta dela oficina abierta. Había la luz suficientepara ver dónde el pasillo se dividía a laderecha, ésa era toda la luz quenecesitaban.

A la derecha, camina, la puerta de laderecha, camina, escalones a laizquierda…

Aquello no paraba de darle vueltas en lacabeza. Las indicaciones eran sencillas,pero no quería cometer el más mínimoerror. El recuerdo de lo que Claire lehabía quitado de la espalda seguíafresco en su memoria, y no sabían quémás eran capaces de hacer las polillas.

Dieron dos pasos y la primera polilla se

dirigió hacia ellos, un borrónblanquecino y silencioso. Steve abriófuego.

¡Bang, bang, bang! Tres disparos y lacriatura aleteante se desintegró en elaire. Los trozos se estrellaron contra elsuelo con unos leves chasquidoshúmedos mientras el resto salían delpasillo al que se dirigían Claire y Steve.Volaron como una oleada polvorienta deolor a podrido, unas siluetas sombrías ysuaves…, ¿qué era aquel bulto gruesodel tamaño de un hombre que colgabadel techo?

Ni lo pienses, vete, vete…

—¡Vámonos! —gritó Steve, y Claire

salió corriendo desde detrás de él,dirigiéndose a toda velocidad hacia laderecha para cruzar el pasillo a la vezque él comenzaba a disparar de nuevocon ráfagas de dos y tres proyectiles.

Sobre él cayó una lluvia de trozos dealas grandes y suaves y de una sustanciapegajosa mientras acribillaba lassiluetas oscuras que revoloteabanalrededor. Aquella cascada de restosorgánicos hizo que le dieran arcadas.Las polillas morían de forma tansilenciosa como atacaban. Sintió cómouna de ellas se posaba en la cabeza, yalgo tibio y pegajoso engancharse a sucuero cabelludo. Se frotó con fuerza enesa parte con una mano mientras seguía

disparando con la otra, y logró que elpegajoso envoltorio con el huevo en elinterior se desprendiera.

—¡Despejado! —gritó Claire desdemucho más cerca de lo que él seesperaba, y aunque había planeadoretroceder de espaldas a lo largo delpasillo sin dejar de disparar, el contactode aquella sustancia en el cabello fue lagota que colmó el vaso. Se agachó, secubrió la cabeza con un brazo y echó acorrer.

Divisó su silueta en el hueco de unapuerta a la derecha y se lanzó hacia ella,corriendo en línea recta hacia el brazoextendido de la chica. Claire lo agarró

por la camisa y lo metió de un tirón.Cerró la entrada de un portazo, y se diola vuelta para empezar a dispararmientras lo cubría con su propio cuerpo.

—¡Eh!, ¿qué puñetas…?

¡Bang! ¡Bang! La estancia era enorme, yel eco de los disparos llegaba rebotadodesde unas esquinas muy alejadas.

Había un poco de luz procedente dealgún lugar, pero Steve los oyó antes deverlos.

Zombis, gimiendo con sonidosquejumbrosos. Eran tres o cuatro que yase estaban acercando a ellos. Distinguiósus siluetas, que se tambaleaban y

oscilaban mientras avanzaban en sudirección. Vio que dos de ellos caíanabatidos, pero otros dos aparecían ytomaban su lugar.

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—¡Estoy bien! —exclamó Steve entrelos estampidos de los disparos, y Clairese echó a un lado al mismo tiempo quele gritaba que se ocupara del flancoderecho.

Steve apuntó y disparó, entrecerrandolos ojos para no quedar cegado por losfogonazos en aquella oscuridad yesforzándose por alcanzarlos en lacabeza. Mató de forma definitiva a tres,luego a un cuarto, ya tan cerca que lasangre le salpicó una mano.

Se la limpió inmediatamentefrotándosela contra el pantalón, rezandopara que no tuviera ningún corte, para noquedarse sin munición, pero aparecióotro zombi, y otro más…, y entonces,Claire lo agarró de nuevo y tiró otra vezde él. Steve dejó de disparar y permitióque ella lo guiara hasta donde debía deestar la sala del pozo de la mina. Loszombis arrastraron los pies y siguieron

gimiendo a su espalda mientrasempezaban a perseguirlos a cámaralenta. Tropezó con un cuerpo tibio y pisóotro, sintiendo cómo algo crujía alpartirse bajo el pie. Sin embargo, pormucho temor y desesperación quesintiera, no fue nada comparado con loque se le vino encima cuando oyó aClaire soltar un grito de dolor y notarque le soltaba la mano.

—¡Claire!

Steve, aterrorizado, alargó el brazohacia ella, pero no encontró más que elaire…

—Cuidado por donde pisas. Me he dadoun porrazo tremendo en la punta del pie

dijo Claire con voz irritada, a menos deun metro de él.

Steve sintió que las rodillas letemblaban del alivio. También sintió unabarandilla de metal contra el hombroderecho: las escaleras de la sala delpozo de la mina. Lo habían logrado.

Subieron juntos los peldaños. Claireseguía avanzando en cabeza, y cuandoabrió la puerta, la luz del sol entró araudales en el hueco atravesando laoscuridad.

—Gracias a Dios —murmuró Stevemanteniendo abierta la puerta mientras

Claire entraba, y antes de que pudieraseguirla, oyó la risita infantil y femeninaque había acabado reconociendo yodiando. Claire deslizó con rapidez unamano a la espalda y le indicó que no semoviera. Steve soltó la puerta y ella sequedó allí, dejando que se cerrara hastaque se detuvo en su cadera. Alfred dijoalgo y ella levantó con lentitud lasmanos.

Al parecer, Alfred había pilladodesprevenida a Claire…

Pero no a mí, pensó Steve, sin darsecuenta de la sonrisa tensa y amenazadoraque había aparecido en su rostro. Alfredtenía muchas maldades por las que

responder, pero Steve estaba bastanteseguro de que en un minuto o dos más,no iba a tener oportunidad de decirmucho más…, para siempre.

La había pillado. Tal como habíaprevisto, ellos…, bueno, ella se habíaacercado a echarle un vistazo al túnel, laúnica salida de la terminal para la queno hacía falta disponer de una llave. Sinduda, no se trataba de una chicaestúpida, pero él era superior, tanto enel plano intelectual como en elestratégico. Entre otras cosas.

Claire, que seguía en el umbral de lapuerta, alzó las manos, pero la expresiónque mostraba su rostro era irritantemente

tranquila. ¿Por qué no estabaatemorizada?

—Suelta el arma —dijo Alfred con ungruñido y con el dedo en el gatillo delrifle.

Su voz, amplificada de forma natural porel pozo de la mina, que constituía lamayor parte del lugar, resonó por toda laestancia helada con un tono autoritario yun poco cruel.

Le gustó aquella voz fuerte, y supo queera efectiva cuando ella dejó caer elarma sin dudarlo ni un momento.

—Acércamela de una patada —ordenóAlfred, y ella obedeció. El arma cruzó

el suelo de cemento con un repiqueteo.No la recogió, sino que la envió de otrapatada por debajo de la barandilla quetenía a la izquierda. Ambos se quedaronoyendo cómo la única esperanza deClaire caía rebotando sobre las rocascubiertas de hielo hasta desaparecer en97

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las profundidades del pozo congelado.

¡Qué maravilloso es ejercer un controlasí!

—¿Qué le ha pasado a tu compañero deviaje? —preguntó con un tono de vozburlón—. ¿Es que ha tenido unaccidente? Por cierto, sepárate de lapuerta si no te importa, y procuramantener las manos donde pueda verlas.

Claire avanzó un poco. La puerta secerró casi por completo a su espalda, yAlfred adivinó un leve gesto decontrariedad en su rostro. Supo de formainmediata que había acertado con sucomentario. Eso suponía una comidacaliente menos para su padre, perodudaba mucho que el monstruo sequejara.

—Ha muerto —dijo ella con sencillez

—. ¿Qué le pasó a Alexia? ¿O es queestoy hablando con Alexia? Verás, esque os parecéis tanto…

—Cierra la boca, niña—rezongó Alfred—. No eres merecedora de pronunciarsu nombre. Ya sabes que ha llegado elmomento de su regreso, por eso tu genteatacó Rockfort, para atraerla a unatrampa… ¿O es que esperabais matarladirectamente, antes de que pudierarespirar su primera bocanada de airelibre?

Claire pareció confundida. Al parecer,seguía decidida a mantener su

comportamiento inocente y fingido, peroAlfred ya no quería oír ninguna más de

sus mentiras. Estaba perdiendo el interéspor aquel juego. Ante el triunfoinminente de Alexia, todo lo demáscarecía de importancia.

—Lo sé todo —le espetó—, así que nite molestes. Y ahora, si eres tan amablede venir conmigo…

Claire levantó de repente la miradahacia un punto situado a su derecha: laplataforma donde comenzaba el túnel.

—¡Cuidado! —gritó a la vez que setiraba al suelo. Alfred se dio la vuelta ytan sólo vio la enorme máquinaexcavadora de hielo, la entrada aloscuro túnel.

La puerta a la espalda de Claire se abrióde golpe para dejar paso al chico, quecayó sobre su costado, apuntándole conuna arma.

Alfred se giró de nuevo, enfurecido, yapretó el gatillo del rifle tres, cuatroveces, pero no tuvo tiempo de apuntarcon precisión y los proyectilesexplosivos ni se acercaron a su objetivo.

De repente, sintió que una manogigantesca lo empujaba hacia atrás y lequitaba la respiración. El chico siguiódisparando hasta que se quedó sin balas.

Alfred trastabilló hacia atrás otro paso.Abrió la boca para soltar una carcajada,listo para matarlos a los dos, pero el

rifle ya no estaba en sus manos. Lo habíadejado caer por alguna razón, y su risano era más que un carraspeo doloroso ygorgoteante, y algo cedió a su espalda.Un instante después, caía hacia el pozode la mina, donde aterrizó sobre unagruesa capa de hielo. Intentó levantarseinmediatamente, pero notó un dolorintenso y lacerante en el pecho. ¿Seríaposible que le hubiesen disparado?

El hielo cedió sin apenas hacer ruido yvolvió a caer, chillando. Tenía que verlauna vez más, tenía que tocarla de nuevo,pero lo que oyó fue a su padre gritandotambién mientras se dirigía en su busca,y después todo desapareció en el dolor yen la oscuridad.

El sonido del tremendo aullido quehabía resonado al encuentro de Alfredhizo que se pusieran en marcha de formainmediata. Claire sólo se detuvo eltiempo suficiente para recoger del sueloel rifle de Alfred antes de subir en posde Steve hacia la plataforma elevada. ASteve se le había acabado la munición, yla pistola estaba en el fondo del pozo dela mina, así que era su única arma.

Subieron a la cabina de la enormemáquina de color amarillo aparcadadelante del túnel con una inclinaciónascendente. Steve se puso al volante…,y un instante después 98

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oyeron otra vez aquel grito inhumano yenloquecido. Sin ninguna clase de duda,había sonado mucho más cerca. Elmonstruo prisionero andaba suelto enuno de los pasillos interiores.

Steve pulsó unos cuantos interruptores,asintiendo y murmurando para sí mismomientras lo hacía. Claire estuvo atenta alaullido mientras comprobaba lamunición del rifle: sólo disponía de seisbalas. Se dio cuenta de que la máquinaperforadora, con aspecto de ser unenorme taladro, en realidad calentaba lapunta para derretir el hielo. No le

importó cómo lo hiciera con tal de quelograra sacarlos de allí antes de que elmonstruo los alcanzara.

Steve le explicó mientras el aparatocalentaba motores que el túnel estaríainacabado probablemente porque losoperarios tendrían que haber avanzadocon lentitud y sin utilizar el elementocalorífico de la perforadora para asíevitar inundar la mitad de lasinstalaciones.

—Pero nosotros no tenemos quepreocuparnos por eso —añadió él conuna sonrisa—

¿Qué te parece si creamos un lagoartificial?

—Por mí, encantada —le contestó ellacon otra sonrisa. Sin embargo, en suinterior deseaba sentir un poco más deentusiasmo. Estaban a punto de escapar,habían acabado por fin con AlfredAshford, y no había nadie que seinterpusiera en su camino, de modo que,¿por qué se sentía tan insegura?

Es por todas esas chorradas que soltósobre su hermana… Vale, estaba loco,pero aquello le había hecho recordaruna pregunta para la que todavía no teníarespuesta: ¿por qué habían atacadoRockfort?

Steve apretó el pedal de aceleración y elaparato comenzó a avanzar a saltos. No

había cinturones de seguridad, por loque Claire tuvo que agarrarse apoyandouna mano en el techo de la cabina. Laperforadora retemblaba tanto como elavión cuando estaban a punto deestrellarse. El campo de visión estabamuy restringido por el gigantescotaladro del morro, pero su poder fueobvio en cuanto llegaron al final deltúnel, sin duda alguna.

El ruido fue increíble, ensordecedor,como si alguien hubiera metido piedrasen una picadora, pero cien veces máspotente. Les llegó el olor a vaporrecalentado, y mientras avanzaban conlentitud a través de una oscuridad total,Claire oyó el rugido del deshielo

incluso por encima del de la excavación.A los lados de la cabina pasaban unostremendos torrentes de agua.

El ruido de la perforación y de lasimpresionantes corrientes de agua siguiómientras ellos continuabanascendiendo…, hasta que la perforadorase detuvo y el vehículo se estremeciómientras las cadenas de las orugas seesforzaban por hacerlo continuar. Unaluz repentina inundó la cabina, una luzgris, sombría y hermosa.

El vehículo perforador salió del agujeroque acababa de abrir cerca de una torre.

Claire se percató de que era unhelipuerto al mismo tiempo que Steve

señalaba a los trineos motorizados quese encontraban aparcados cerca de labase. Estaba nevando. Unos pesadoscopos húmedos caían del cielo de colorpizarra, y la fría humedad caló en elinterior de la cabina antes de quellevaran ni siquiera un minuto sobre lasuperficie.

Soplaba algo de viento que hacía que lanieve cayera en ángulo. No era un vientomuy fuerte, pero sí continuo.

—¿Helicóptero o trineo? —preguntóSteve con voz despreocupada, peroClaire se dio cuenta de que habíacomenzado a temblar. Lo mismo queella.

—Tú eliges, piloto —contestó ella. Enun helicóptero irían con mayor rapidez,pero le pareció que quedarse en el sueloera más seguro—. ¿Podremos despegarcon esta ventisca?

—Siempre que no empeore —respondióél a su vez.

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Miró hacia la torre, pero no parecía muyseguro de sí mismo. Claire estaba a

punto de sugerir que utilizaran uno delos trineos cuando él se encogió dehombros y abrió la puerta. Salió y lallamó por encima del hombro.

—Vamos a acercarnos a la torre,conductora —dijo—. Al menospodremos ver si tenemos posibilidadesde elegir.

Claire también salió y alzó la cabeza,pero tampoco pudo ver el extremosuperior de la torre. Hacía un fríointenso, helador.

—Lo que tú digas, pero vamos ya —contestó Claire, colgándose el rifle delhombro.

Steve se acercó al trote a las escaleras yella lo siguió de cerca, helada peroexultante, inundada de repente por lamaravillosa sensación de poder escoger,de poder decidir qué querían hacer, decómo lo querían hacer. De un modo uotro llegarían a la base australiana enuna hora más o menos, y estaríanarropados con mantas mientras bebíanalgo caliente y contaban lo que les habíapasado.

Bueno, al menos, las partes máscreíbles, pensó subiendo los peldañosdetrás de Steve.

Ni siquiera las personas de mente másabierta de todo el mundo se creerían la

mitad de lo que les había pasado.

Su felicidad fue menguando a medidaque se acercaban a la parte superior dela torre, a tres pisos de altura. Losdientes le castañeteaban con fuerza, ycuando Steve se dio la vuelta con elentrecejo fruncido, ya nada le importabamucho más aparte de entrar en calor.

—No hay ningún helicóptero —dijo. Lanieve se le estaba solidificando sobre elcabello—. Supongo que tendremosque…

Vio algo detrás de Claire, y su rostro secontorsionó con una expresión de horrory sorpresa. Alargó la mano paraayudarla a subir, pero ella ya se había

puesto en movimiento.

—¡Vamos! —gritó Claire, y él se diomedia vuelta y echó a correr escalerasarriba, con la chica pegada a menos deun peldaño. Claire no sabía qué era loque él había visto…

Sí que lo sabes…

Por la expresión de su cara, sabía queno quería tener aquello justo a laespalda.

Es la criatura, el monstruo, estabasuelto y ahora va a por vosotros, le dijode modo servicial el profundo miedoque sentía. Un momento después, laagarró del brazo y la hizo subir de un

salto los pocos escalones que quedaban.Llegó tambaleante a una gigantescaplataforma cuadrada y vacía. Las líneasde señalización estaban casi tapadas porcompleto por la nieve recién caída, yuna extraña niebla oscura y grisdificultaba la visión.

—Dame el rifle —jadeó Steve, peroella no le hizo caso. Se giró para ver siera verdad, si reconocería el tremendodolor del ser que había aullado de formatan terrible…, y mientras la criatura seacercaba a la plataforma, ella vio queera verdad, y lo reconoció sin problemaalguno. Se descolgó el rifle del hombroy retrocedió, indicándole con un gesto aSteve que permaneciera detrás de ella.

Alfred se despertó en mitad de un mundode dolor. Apenas podía respirar y teníasangre por toda la cara procedente de laboca y de la nariz. Cuando intentólevantarse, la sensación de agonía fueinmediata y paralizante. Cada parte desu cuerpo estaba rota, cortada oatravesada, y sabía que iba a morir. Loúnico que le quedaba por hacer erarendirse a la oscuridad. Tenía muchomiedo, pero sentía tanto dolor que quizálo mejor sería dormirse.

Alexia…

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No podía rendirse, no cuando habíaestado a punto de conseguirlo, nocuando todavía estaba a punto delograrlo. Se obligó a sí mismo a abrirlos ojos, y vio a través de una leveneblina roja que se encontraba en una delas plataformas inferiores quesobresalían asomándose al pozo de lamina. Había caído desde una distanciade tres pisos por lo menos, quizá inclusocinco.

—Aaa… leeexiaaa —susurró, y notócómo la sangre salía a borbotones por supecho, sintió cómo los huesos chirriaban

unos contra otros cuando se movió denuevo, sintió miedo del dolor quetendría que soportar…, pero iría hastaella, porque ella era su corazón, su granamor, y resistiría con su nombre en loslabios.

—Dame el rifle —dijo Steve otra vezmientras veía cómo la criatura daba unprimer paso hacia ellos.

Claire no le estaba prestando atención.Tenía el ojo pegado a la miratelescópica y estaba viendo lo mismoque él pero ampliado, y lo que veía erauna abominación.

Era evidente que la criatura, cegada conuna venda, con las manos atadas a la

espalda, con un sucio taparrabos decuero desigual atado a la cintura portoda vestimenta, había sufrido de formahorrible. Distinguió con claridad lascicatrices abultadas, los verdugonesantiguos, las marcas sangrientasalrededor de los tobillos. Habría tenidoun aspecto humano si no hubiera sidopor su cuerpo de enorme tamaño y suextraña carne, de color gris moteado.Sus músculos eran poderosos hasta elpunto de haber rasgado la propia pieldejando al descubierto la carne. Llevabael torso desnudo, y Steve vio unaespecie de rojez palpitante en el centrodel pecho: un objetivo claro. Duranteunos segundos pensó que, después detodo, estaban a salvo; no tenía armas.

Y en ese preciso instante se oyó elsonido de algo que se desencajaba, ycuatro apéndices desiguales, parecidos alas patas de un insecto, aparecierondesdoblándose en la parte superior de suespalda. El más largo mediría comomínimo tres metros, y asomaba porencima de su hombro derecho como lacola de un escorpión. Avanzótambaleante otro paso y un líquidooscuro comenzó a caerle del cuerpo, delpecho o de la espalda. Cuando las gotasse estrellaron contra el cemento helado,un gas verde purpúreo comenzó a surgirsiseante de los agujeros que abrieron, yel viento helado y cargado de nievearrastró las diferentes volutas a un ladoo a otro.

La criatura aulló otro grito sin palabrasy dio otro paso adelante con las nuevasextremidades agitándose por encima desu cabeza sin pelo. Aquello hizo que sebalancease de un lado a otro, casiincapaz de mantener el equilibrio. Steveempezó a correr en cuanto se dio cuentade aquello.

Ve agachado, con la cabeza bajada,derríbalo mientras todavía está cercadel borde…

—¡Steve! —gritó Claire llena de temor,pero él ya casi había llegado, ya estabalo bastante cerca como para que elhedor acre del gas producido por susangre corrosiva le quemara las fosas

nasales.

Tiene que ser veneno, tengo quemantenerlo alejado de ella.

Justo antes de estrellarse contra elmonstruo, algo lo golpeó con fuerza enla espalda y lo lanzó contra el suelo.

—¡Steve! —gritó Claire de nuevo, peroesta vez, horrorizada por completo:Steve se deslizaba sin control por elsuelo de cemento cubierto de hielo.Aunque intentó detenerse clavando losdedos helados sobre la superficiehelada, no quedó plataforma a la queagarrarse.

Steve se encontraba casi al lado del

monstruo cuando uno de sus extrañosbrazos 101

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pasó por encima de los dos y golpeó aSteve en la espalda y lo arrojó a unlado.

—¡Steve!

Su compañero se deslizó por laplataforma helada como una piedra lisasobre una superficie de agua tranquila ydesapareció por el borde.

¡Dios mío! ¡No!

Claire se dobló sobre sí misma. El dolorprovocado por la emoción la impactócomo si se tratase de un golpe físico,duro y seco, en la boca del estómago.Había intentado protegerla, y eso lehabía costado la vida. No pudo moverseni respirar durante un segundo, no pudoni sentir el frío, no le preocupó elmonstruo en absoluto.

Pero sólo fue durante un segundo.

Miró de nuevo al animal torturado ytambaleante que se aproximababamboleándose hacia ella. Supo sinlugar a dudas que la rabia en susaullidos procedía de largos años de

torturas y abusos, de experimentosefectuados con él, y no sintió nada porello. Su corazón se había aislado porcompleto, y su mente estaba más fría quesu propio cuerpo. Se irguió, metió unabala en la recámara del rifle y evaluó lasituación con tranquilidad.

Era obvio que podía dejarlo atráscorriendo, allí plantado en laplataforma, y encontrarse a un kilómetrode él antes de que el monstruo lograrabajar los peldaños de la escalera, peroeso ya no era una opción. Su muertesería un acto de misericordia, pero esotampoco lo incluía en su cálculo de lasituación.

Ha matado a Steve, y ahora yo voy amatarlo, pensó con frialdad, y se dirigióhacia la esquina noroeste de laplataforma, la más alejada de laescalera. El monstruo giró con unmovimiento dolorosamente lentomientras sus apéndices seguíanagitándose. Por fin, su rostro cegadoquedó encarado hacia ella.

La criatura soltó otro aullido feroz eincoherente, y su cuerpo expulsó otrochorro de aquel líquido humeante,probablemente alguna especie de ácidoo de veneno. Se preguntó por unmomento quién habría creado unacriatura semejante, y cómo. Aquello noera un monstruo zombi modificado por

el virus T, y por su aspecto torturado ycastigado tampoco se trataba de unaarma biológica de Umbrella. Supuso quejamás lo sabría.

Claire alzó el rifle y colocó el ojo en lamirilla telescópica, concentrándose enel tejido palpitante del centro del pechoantes de subir el cañón del arma yapuntar a su rostro gris y sin expresión.No sabía si aquel tejido rojizo era sucorazón, pero estaba segura de que nosobreviviría a un disparo en la cabezacon una bala del calibre 30.06. Noquería perder el tiempo acechándolo, ytampoco causarle un dolor innecesario.Lo quería muerto.

Apuntó al centro de su frente. Tenía unamandíbula de rasgos fuertes y una narizrecta bajo la piel cubierta de arrugas,como si antaño hubiese sido alguienbello, incluso aristocrático.

A lo mejor es otro Ashford, pensó concierta sorna, y disparó.

La cabeza del monstruo se partió por lamitad; casi pareció desmembrarsecuando el proyectil se incrustó en suobjetivo. Los trozos de hueso y losrestos de cerebro volaron por los aires.Todo ello de un color gris como elmismo cielo. Una vaharada de vaporsurgió del cuenco vacío en que se habíaconvertido su cráneo mientras se

desplomaba hacia el suelo: primero derodillas, con los brazos mutantesagitándose en el aire helado, y despuésdirectamente de cara contra el suelocubierto de nieve.

Claire no sintió nada: ni placer, nialegría, ni siquiera compasión. Estabamuerto, eso era todo, y ya había llegadoel momento de que se marchara. Todavíano sentía el frío, pero su cuerpo seestremecía con espasmos violentos. Lecastañeteaban los dientes, sabía quetenía que entrar en calor…

—¿Claire?

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La voz, débil y temblorosa, erainconfundible: Steve la llamaba desdealgún punto del borde oriental de laplataforma. Claire se quedó mirando alespacio vacío durante una fracción desegundo, confundida por completo…, ydespués echó a correr. Se dejó caer derodillas sobre la suave nieve y apoyólas manos en el borde para asomarse yverlo agarrado a un pilón de apoyometálico cubierto de hielo, rodeándoloen una postura extraña con los dosbrazos y una pierna.

Tenía la cara azul por el frío, pero alverla se le iluminaron los ojos y en surostro pálido apareció una expresión dealivio increíble.

—Estás viva —dijo.

—Es lo que suelo hacer —contestó ella,dejando el rifle a un lado y afianzándosecon fuerza en el borde antes deinclinarse para agarrarle del brazo.Costó unos instantes, pero un momentodespués, Steve volvió a estar sobre laplataforma. Se quedaron abrazados,sintiendo demasiado frío para hacer otracosa.

—Lo siento, Claire —dijo Steve contristeza—. No pude detenerlo.

El corazón se le había abierto al ver queseguía vivo, y al oír aquello se leencogió.

Steve sólo tenía diecisiete años, su vidahabía acabado destrozada por culpa deUmbrella, y casi acababa de morir porintentar salvarla. Otra vez. Y era élquien pedía perdón.

—No te preocupes. Esta vez me lo hecargado yo —dijo, decidida a noecharse a llorar—. Del próximo teencargas tú. ¿De acuerdo?

Steve asintió y se sentó sobre los talonespara mirarla.

—Lo haré —contestó, con tanta

vehemencia que a ella no le quedó másremedio que sonreír.

—Genial —dijo Claire a su vez, y sepuso en pie y alargó la mano paraayudarlo a levantarse—. Eso meahorrará un poco de trabajo. Y ahora,¿qué te parece si nos montamos en unode los trineos?

Se apoyaron uno en el otro y sequedaron juntos para mantener el calorcorporal mientras bajaban las escaleras.A ninguno de los dos le apetecía soltarsede aquel abrazo.

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Capítulo 12

Alexia Ashford vio a su gemelo morir asus pies, sangrando y con un doloragónico, mientras alargaba una manopara tocar el tanque de estasis con losojos llenos de adoración hacia ella.Nunca había sido demasiado listo ocompetente en sus funciones, pero ellalo había querido, y mucho. Su muerte erauna gran tristeza, pero también la señalque había estado esperando. Habíallegado el momento de salir de allí.

Sabía desde hacía unos cuantos meses

que el final llegaría en poco tiempo. Omás bien, el comienzo, el surgimiento deuna nueva vida sobre la Tierra. Suestado de estasis había permanecidoestable durante la mayor parte de losquince años que había necesitado, y a lolargo de ese tiempo, su cuerpo y sumente habían permanecido ajenos a lavida de su alrededor, ajenos al hecho deque se encontraba en el interior de untanque lleno de líquido amniótico heladomientras sus células cambiaban conlentitud y se adaptaban al virusVerónica-T.

Sin embargo, eso había cambiado en eltranscurso del año anterior. Habíamantenido la hipótesis de que si se le

proporcionaba el tiempo suficiente, elvirus Verónica-T elevaría la concienciahasta niveles mentales insospechados,expandiendo áreas de la mente quesobrepasarían los simples sentidoshumanos, y estaba en lo cierto. Durantelos diez meses anteriores habíacomenzado a experimentar su propiaexistencia a pesar del estasis en que seencontraba, poniendo a prueba suconciencia, y había sido capaz de ver através de sus ojos humanos cuando habíaquerido.

Alexia expandió su mente hasta apagarlos interruptores de las máquinas deapoyo vital. El tanque comenzó avaciarse, y ella se quedó mirando a su

hermano muerto, tremendamentedescontenta de que fuera así. Podíaelegir no hacer caso de sus emociones,pero ella había sido humana a su lado.Le parecía lo más apropiado.

Cuando el tanque estuvo vacío del todo,Alexia abrió la puerta y salió a su nuevomundo. Había poder por todos lados, yera suyo, tan sólo tenía que apropiarsede él, pero en ese momento se sentódelante del tanque, colocó la cabezaensangrentada de Alfred sobre su regazoy experimentó la tristeza.

Comenzó a cantar una tonadilla infantilque le había gustado mucho a suhermano mientras le apartaba con

cuidado el cabello de la cara. Distinguióarrugas de tristeza alrededor de su bocay de sus ojos, y Alexia se preguntó cómohabía sido la vida de su hermano. Sepreguntó si se habría quedado enRockfort, si se habría quedado en lacasa de Verónica, el hogar de susantepasados.

Alexia concentró su mente, sin dejar decantar, en buscar a su padre, y se quedósorprendida al no encontrarlo: o estabamuerto, o estaba más allá de su alcancede percepción. Había entrado encontacto con su mente escaso tiempoatrás y estudiado lo poco que quedabade ella. En cierto modo, él eraresponsable de lo que le había ocurrido

a ella. El virus Verónica-T habíaconvertido su mente en papilla, lo habíavuelto loco, lo mismo que le habríapasado a ella si no se le hubieraocurrido probarlo antes en él.

Extendió la percepción de su mente ydescubrió enfermedad y muerte en losniveles superiores de la terminal. Unapena. Había deseado comenzar de nuevosus experimentos de forma inmediata.Sin embargo, sin sujetos a los que ponera prueba, no tenía sentido que sequedara allí.

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Descubrió a dos personas no muy lejosde las instalaciones de Umbrella, ydecidió poner a prueba su control sobrela materia para determinar cuántoesfuerzo le costaba, y comprobó queapenas era un esfuerzo de verdad. Seconcentró durante unos pocos segundos,vio un macho y una hembra en el interiorde un trineo motorizado, y deseó queregresaran a las instalaciones.

De forma instantánea, unas extremidadesde materia orgánica atravesaron la capade hielo y se dirigieron hacia el trineo.Alexia observó divertida con sus

sentidos cómo un tentáculo gigante de lasustancia recién formada surgía delsuelo, se enroscaba alrededor delvehículo y lo alzaba en el aire sinninguna clase de dificultad antes delanzarlo hacia las instalaciones. Elaparato rodó sobre sí mismo y su motorestalló en llamas antes de detenersecontra la pared de uno de los edificiosde Umbrella.

Se dio cuenta de que ambos seguíanvivos, y se mostró contenta. Podíautilizar a uno de ellos en un experimentosobre el que llevaba cavilando desdehacía varias semanas, y sin duda leencontraría una buena utilidad al otro asu debido tiempo.

Alexia continuó cantándole a su hermanomuerto, intrigada por los cambios queveía llegar, deseando obtener el controlcompleto de sus poderes reciénadquiridos. Acarició el cabello deAlfred mientras seguía soñando.

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Capítulo 13

La situación se complicó con bastanterapidez en cuanto llegó a aquella isla de

mierda.

Chris estaba de pie al borde de unacantilado a primera hora de la noche.Estaba recuperando el aliento ymaldiciéndose a base de bien. Todoestaba en aquella bolsa, las armas y lamunición, el equipo de escalada paraque pudieran bajar al bote, la linterna, elbotiquín de urgencia, todo.

Bueno, no todo. Todavía le quedabantres granadas en el cinturón. Genial. Amitad de camino del risco, pierde elasidero y deja caer la bolsa al mar, peropor lo que parecía, todavía le quedabasentido del humor.

Sí, eso servirá de mucho para salvarle

la vida a Claire. Barry tenía razón.Tendría que haber traído a alguien deapoyo.

Bueno. Podía pasarse todo el puñeterodía deseando que las cosas fuerandiferentes, o podía ponerse en marcha.Prefirió ponerse en marcha.

Chris se agachó y entró en una cuevabaja que había escogido para empezar labúsqueda. Se trataba de una zonaaislada, pero sin duda conectada con elresto de las instalaciones. Había unmástil de antena en el exterior, y cuandose irguió después de avanzar unoscuantos pasos, se encontró en el interiorde una estancia amplia y abierta.

Las paredes y el techo eran de piedranatural, pero el suelo había sidonivelado con arena.

Había luz un poco más adelante, y Chrisse dirigió hacia ella cruzando los dedosmentalmente: no deseaba aparecer enmitad de una cena de los miembros delequipo de seguridad de Umbrella. Lodudaba mucho. Por lo que pudo ver dela isla, el ataque del que había habladoClaire había sido excesivamente brutal.

Estaba a menos de doce pasos de otraestancia, más sombría, cuando la cuevase vio sacudida por un leve temblor quehizo caer polvo y una lluvia depequeños fragmentos de roca sobre su

cabeza, y cerrando la entrada por la queacababa de pasar. Las rocas grandesproducían un sonido muy característicoal caer. Por lo que parecía, el ataquecontra la isla la había dejado en unasituación inestable.

—Vaya, genial —murmuró, pero sesintió un poco más contento de llevar lasgranadas encima. Tampoco es que fuerande mucha ayuda en una situación comoaquélla.

Incluso en el caso de que pudiera hacervolar las rocas que taponaban la entradade la cueva sin que se desplomara todoel techo, seguía estando demasiado altopara poder saltar, y la cuerda estaba en

la bolsa que había perdido. A menos quehubiera tomado lecciones sin que él losupiera, Claire no era tan buenaescaladora como para poder bajar poraquella pared de roca sin la ayuda deuna cuerda…

—¿Qué? —jadeó alguien, y Chris seagachó para tomar una posicióndefensiva.

Escrutó las sombras y vio a un individuoen el suelo de la cueva, recostado contrauna pared. Llevaba puesta una camisetablanca rasgada y manchada de sangre, lomismo que sus pantalones y botasmilitares. Era un guardia de Umbrella, yno se encontraba en buen estado de

salud precisamente. De todas maneras,Chris se colocó con rapidez a su lado,preparado para machacarlo a patadas sise le ocurría ni siquiera estornudar.

—No sabía que todavía hubiera alguienmás por aquí —dijo el hombre con vozdébil antes de toser un poco—. Penséque era el último que quedaba despuésde la secuencia de 106

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autodestrucción.

Tosió de nuevo. Era obvio que estaba apunto de morir.

Aquellas palabras le provocaron unnudo en el estómago a Chris.¿Autodestrucción?

Se agachó a su lado e intentó hablar convoz tranquila.

—He venido a buscar a una chica. Sellama Claire Redfield. ¿Sabes dóndeestá?

Al oír el nombre de Claire, el individuosonrió, aunque no a Chris.

—Es un ángel. Se marchó, logróescapar. La ayudé…, la dejé libre.

Intentó salvarme, pero ya era demasiadotarde.

Chris sintió que sus esperanzas renacían.

—¿Estás seguro de que logró escapar?

El moribundo asintió.

—Oí cómo se marchaban los aviones. Vicómo un reactor salía de la instalaciónsubterránea, debajo de… —Tosió denuevo—. Debajo del tanque. Tú tambiéndeberías marcharte. Ya no queda nadaaquí.

Chris sintió cómo parte de su miedo y desus tensiones desaparecían, relajandoparcialmente sus hombros y el cuello. Si

no estaba allí, estaba a salvo.

—Gracias por ayudarla —dijo consinceridad—. ¿Cómo te llamas?

—Raval. Rodrigo Raval.

—Soy el hermano de Claire, Chris.Déjame ayudarte, Rodrigo. Es lo mínimoque puedo hacer y…

¡Grroooaaarrr!

Un ensordecedor aullido animal resonópor toda la cueva, y en ese mismoinstante, otro temblor realmente fuertesacudió el lugar. El suelo se estremeciócon tanta violencia que Chris cayó alsuelo, y un chorro de tierra surgió como

una erupción. Chris pensó en un primermomento que se trataba de unaexplosión. Era una fuente de tierra y derocas que ascendió, y siguióascendiendo. Chris vio una gruesa capade cieno cubierto de desechos, olió elhedor a sulfuro y a podredumbre, vio unenorme cilindro de goma que seguíasubiendo también.

Y el cilindro aulló de nuevo. Su partesuperior se retorció sobre sí misma yunos tentáculos agusanados aparecieronen su enorme boca abierta de par en par.Chris se esforzó por ponerse en piemientras agarraba una de las granadasque llevaba al cinto…, y la gigantescaserpiente-gusano se abalanzó sobre ellos

sin dejar de aullar, con las faucesextendidas…

Se tragó a Rodrigo de un solo bocadoantes de meterse en el suelo arenosodonde él había estado sentado. Entró enel suelo como un nadador lo haría en elagua, y su largo y tremendo cuerpo searqueó para seguir a la cabeza. ¡Dios!

Chris se alejó tambaleándose mientrasel suelo continuaba temblando y lacriatura excavadora lo cubría todo conuna lluvia de fragmentos de rocas, arenay suciedad. Se dio cuenta de que teníaque matarla o largarse de allí conrapidez, porque podía aparecer debajode él en cualquier momento y acabaría

siendo con facilidad otro aperitivo paraaquel monstruo.

Corrió hacia la pared exterior de lacueva e ideó un plan en una fracción desegundo antes de que el gusano surgieradel suelo de nuevo a su espalda. Su bocade pesadilla se abrió en el momento enque llegó a su altura máxima ypermaneció allí un instante, preparadapara abalanzarse sobre él mientras lasrocas caían a su alrededor…

Chris le quitó la anilla de seguridad a lagranada, tiró del detonador y echó acorrer hacia la parte inferior de lacriatura, en el punto donde sobresalíadel suelo. Una locura, esto es una

locura…

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Se agachó justo antes de tocar el cuerpomusculoso y repugnante y dejó lagranada delante de él, sin dejar decorrer, con todo el cuidado que pudopara que no estallara en ese precisomomento…, y después se puso acubierto detrás del cuerpo serpenteantedel gusano, rodando sobre sí mismoantes de cubrirse la cabeza con un brazo

al mismo tiempo que el animal selanzaba a por él, aullando…

¡BOOM!, la explosión hizo estremecerseel suelo con mayor fuerza todavía de loque lo había hecho el monstruo y elaullido se cortó en seco. El estampidode la granada quedó medio ahogado pormedia tonelada de tripas del gusano quesalieron disparadas en todasdirecciones, pegajosas y tibias, quepintaron las paredes de la cueva conmanchas viscosas.

Chris rodó sobre su espalda, empapadode restos, y vio la parte delantera delanimal retorcerse de forma convulsa,muerta ya…, y cuando sus músculos se

tensaron y relajaron por última vez, laserpiente-gusano expulsó una oleada deácidos estomacales y rocas por suenorme boca, vomitando su últimacomida.

¡Rodrigo!

Antes siquiera de que el enorme cuerpose quedara inmóvil por completo, Chrisya estaba al lado de Rodrigo,horrorizado y con una sensación deimpotencia por el pobre hombretorturado por un dolor agónico. Estabacubierto por completo por una capa debilis amarilla, y Chris vio que enalgunos sitios ya había comenzado aatravesar la piel.

Rodrigo dejó escapar un leve quejidolastimero: estaba demasiado debilitadopara lograr gritar en lo que tenía que serun dolor increíble. Chris se quitó lachaqueta que llevaba puesta y le limpióla cara del fluido pegajoso y ácido.

—Te vas a poner bien, tranquilo. Nointentes hablar —le dijo Chris,consciente de que Rodrigo moriría encuestión de minutos, quizá inclusosegundos. Siguió hablando, manteniendoun tono de voz tranquilizador a pesar dela desesperación que sentía.

Rodrigo abrió los ojos, y aunque estabanllenos de sufrimiento, tambiénmostraban la mirada lejana y perdida de

alguien que estaba a punto de dejarlotodo atrás, de alguien que estaba a puntode verse libre de todo dolor y miedo.

—Bolsillo… derecho… —susurróRodrigo—. El ángel… me lo… dio…para que…

tuviera suerte.

Rodrigó inspiró una profunda bocanadade aire con lentitud, y la dejó salir conla misma lentitud, una exhalación quepareció durar una eternidad, y despuésmurió.

Chris cerró con un gesto automático susojos medio abiertos, sintiéndose a la veztriste y aliviado por la muerte de

Rodrigo, el fin de una vida, perotambién el fin de una agonía.

Descansa, amigo.

Suspiró y metió una mano en el bolsilloindicado por Rodrigo, sintió el metal deun objeto tibio por el contacto con lapiel…, y sacó el desgastado y pesadoencendedor viejo que le había regaladoa Claire hacía ya mucho tiempo. Paraque le diera suerte.

Chris lo sostuvo contra su pecho,embargado de repente por una oleada deamor hacia su hermana. Claire habíallevado aquel encendedor con elladurante años a todos lados, pero se lohabía dado a un hombre moribundo para

aliviar su sensación de soledad, queademás lo más probable era que fueseuno de los individuos que la habíancapturado.

Se lo metió en un bolsillo y se puso enpie, alegre de poder devolvérselo, y dedecirle que ella había supuesto unaalegría en las horas postreras de la vidade Rodrigo, quien había muerto con unasonrisa en los labios al oír su nombre.Aunque no hiciera falta que rescatara aClaire, el viaje de Chris hasta la islahabía merecido la pena y el esfuerzo.

El hedor que inundaba la cuevasalpicada de restos empezó a asfixiarlo.Ya sabía que su hermana estaba salvo,

por lo que lo único que le quedaba porhacer era regresar a casa.

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RESIDENT EVIL 6

CÓDIGO VERÓNICA

La entrada de la cueva había quedadobloqueada por el alud de rocas, pero sialguien había activado el sistema deautodestrucción de Umbrella… Por loque parecía, todas sus instalacionesilegales poseían aquella clase desistema, ya que era un modo excelentede destruir pruebas si algo salía mal, de

manera que no debería tener demasiadosproblemas en encontrar la instalaciónsubterránea de la que había habladoRodrigo y ver si quedaba otro avión.

—No hay regreso posible —dijo en vozbaja. Rezó una breve oración por eldescanso del alma de Rodrigo y semarchó para ver lo que encontraba.

Estaba a punto de producirse unenfrentamiento en una de las pantallasque quedaban de la sala de control, yAlbert Wesker, frustrado después detodo un día de búsqueda infructuosa ysin ganas de efectuar otro largo viaje enavión, arrastró una caja y se sentó aobservarlo. Ya había enviado a sus

chicos de vuelta y estaba solo, exceptoque, al parecer, alguien se le habíaescapado, y ese alguien todavía estabadando vueltas por la isla.

Aunque no por mucho tiempo más,pensó con alegría. Deseó que larecepción en el monitor fuese de mejorcalidad. Gracias a ese fracasadosolitario, Alfred Ashford, el sistema deautodestrucción lo había jodido todo,pero por fin estaba a punto de ocurriralgo interesante.

¡Joder, está desarmado!

Sin duda, o era un idiota, o estaba loco ono sabía lo que podía encontrarse en laisla.

Wesker sonrió. El tipo desarmadocaminaba lentamente por lasinstalaciones de entrenamiento situadasjusto una planta por debajo de él yestaba a punto de encontrarse de frentecon una de las creaciones biológicasmás recientes de Umbrella, una quehabía quedado atrapada en el sistema dealcantarillas hasta que Wesker habíaaparecido por allí y la había dejadolibre. Tan sólo los separaba un pasillo.En cuanto aquel idiota doblase lasiguiente esquina, lo mataría.

Wesker se colocó bien las gafas de sol,distraído de forma agradable y alejadode sus problemas. Umbrella habíabautizado a sus nuevos monstruos con el

nombre de

«Barredores». Sin embargo,básicamente no eran más que Cazadorescon garras envenenadas. Eran enormes,anfibios, y con un comportamientoviolento inaudito. En opinión de Wesker,los Cazadores, la serie 121, ya eranunos cabrones de cuidado sin necesidadde añadirles el detalle del veneno.

Pero así eran los de Umbrella. Siempreandaban desperdiciando recursos,jugando en vez de ganar guerras.

Sí, así era, pero en ese momento estabapunto de producirse un baño de sangre.

Wesker dejó a un lado el disgusto que

sentía hacía la compañía y se inclinóhacia adelante para ver mejor.

El idiota desarmado, un tipo alto decabello castaño rojizo —eso era loúnico que permitía distinguir la estáticade la pantalla—, estaba a dos pasos desu desastre personal.

El Barredor estaba esperándolo justo alotro lado de la esquina, cuando elindividuo se detuvo y retrocedió unpaso, pegándose a la pared.

Wesker frunció el entrecejo. El tipocomenzó a retroceder, con lentitud yprecaución, sin despegarse de la pared.Bueno, puede que no fuese idota deltodo.

Había recorrido la mitad del pasillo porel que había llegado cuando el Barredorse impacientó y decidió pasar a laacción. No quedaba nada enfuncionamiento del sistema de sonido,pero cuando la criatura echó la cabezahacia atrás en la pantalla, supo queestaba lanzando su feroz aullido, y elgrito agudo llegó a Wesker a través delas habitaciones derruidas del edificiouna fracción de segundo después.

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RESIDENT EVIL 6

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—Ve a por él —susurró Wesker con vozansiosa mientras giraba la cabeza paramirar al pobre idiota condenado…, justoa tiempo para verle lanzar algo, algopequeño y oscuro, en el mismo momentoen que el Barredor saltaba saliendo dela esquina sin dejar de aullar.

El objeto aterrizó a sus pies, y eledificio se estremeció. Las pantallas sepusieron primero blancas y despuésnegras, y el profundo retumbar de unaexplosión rugió a través del suelo.

Wesker se quedó sorprendido, y despuésse sintió furioso. Aquella criatura habíasido un logro maravilloso de la ciencia,un guerrero creado para el combate

¿Quién era aquel cabrón que habíaentrado a tontas y a locas y lo habíahecho volar en pedazos?

Un cabrón muerto, pensó Wesker conrabia, quitando la caja de en medio deuna patada. Se dirigió a las escaleras ybajó los peldaños de dos en dos,rodeando con cuidado los pocosincendios que todavía ardían. Se diocuenta de que estaba canalizando toda sufrustración y rabia contra eldesconocido, pero no le importó lo másmínimo. Alexia no estaba en Rockfort,lo que significaba que tendría que irnada menos que a la Antártida, donde seencontraba la única instalación dondeella podía estar. ¿Por qué habría ido

Alfred allí si no? Y si Wesker no llegabaantes de que ella se despertase, era muyposible que tuviese que marcharse conlas manos vacías, lo que representaba unfracaso, y si había algo que Weskerodiaba era perder.

Cruzó las instalaciones de entrenamientocubiertas de escombros hasta llegar alpasillo que buscaba. Procuró caminar ensilencio mientras avanzaba. En el airetodavía quedaban restos de humo cuandodobló la esquina donde se habíaproducido el enfrentamiento, peroquedaba muy poco del Barredor. Lamayor parte se encontraba pegada a lasparedes y al techo.

Allí estaba, delante y a la izquierda.Podía oler al intruso, olía el miedo y elsudor que emanaba del pequeñolaboratorio donde se había ocultado.

Esto te va a doler más a ti que a mí,pensó. Se animó un poco al pensar enaquel pequeño encuentro.

No quería que el desconocido lo hiciesesaltar por los aires a él también, así queWesker no dudó. No le dio al individuoni el tiempo ni la oportunidad deponerse paranoico. Entró en la estancia,vio al futuro cadáver de pie y deespaldas a él, y avanzó.

Lo hizo del único modo que podía: en unsegundo atravesó la puerta, y al

siguiente le estaba dando la vuelta alintruso que tenía agarrado por lagarganta antes de levantarlo en vilo…, yse encontró mirando al rostrosorprendido de Chris Redfield.

Vaya.

Chris, que había pertenecido a losSTARS de Raccoon City, que habíaparticipado bajo el mando del propioWesker en la operación de la mansiónSpencer, donde se había encargado dejoder por completo todos sus planes.Chris Redfield le había costado dinero,y casi le había costado la vida, pero lopeor de todo era que había sido elresponsable del mayor fracaso de toda

la carrera de Wesker.

Se recuperó con rapidez de la sorpresa,y una alegría siniestra y maravillosa seextendió por todo su cuerpo.

—Chris Redfield, vivito y coleando.¿Qué es lo que te trae por Rockfort? Sino te importa decírmelo, vamos…

La voz de Wesker se fue apagando pocoa poco mientras miraba el rostro cadavez más rojo de Redfield, que seguíaintentando de modo inútil apartar losdedos de su atacante de la garganta. ¡Lachica, por supuesto! Ni siquiera sabíaque Redfield tenía una hermana, pero lacarta enloquecida que Alfred Ashfordhabía dejado atrás de forma tan

meticulosa lo explicaba todo, incluidoslos planes que tenía reservados para lajoven Claire 110

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Redfield.

—No está aquí —le dijo Wesker conuna sonrisa. Se colocó bien las gafas desol con la mano libre.

—Estás…, estás muerto —jadeó Chris,y la sonrisa de Wesker se ensanchó. Nise preocupó por responder a una

afirmación tan estúpida.

—Chris, no cambies de tema. ¿Noquieres saber dónde está Claire? ¿Sabesque su avión tomó un desvío inesperadohacia la Antártida?

Chris se estaba asfixiando con lentitud,pero Wesker se dio cuenta de que lo quele estaba contando sobre su hermana lehacía más daño que la idea de su propiamuerte inminente.

¡Excelente!

—Allí se están llevando a cabo unoscuantos experimentos —susurró Weskercon un tono de voz burlón, como si leestuviera contando un secreto muy

preciado—. Tengo planeado ir allí a versi puedo efectuar uno o dosexperimentos por mi cuenta. Dime, ¿tuhermana es atractiva? ¿Crees que leinteresaría pasarlo bien un rato? Porque,verás, me estoy empalmando como no tepuedes hacer ni idea…

Chris intentó golpear a Wesker, y la furiaimpotente de sus ojos fue algoenormemente placentero. Por fin, le dioen plena cara y le hizo saltar las gafasde sol, que cayeron al suelo, y Weskerse echó a reír. Parpadeó con lentitudpara que pudiera verlo con claridad.Todavía no se había acostumbrado a sunuevo aspecto, y sus ojos de gato decolor rojizo dorado lo sorprendían

cuando se miraba en un espejo, ytuvieron el efecto que precisamentehabía esperado.

—¿Qué…, eres? —jadeó Chris.

—Soy mejor, eso es lo que soy —contestó Wesker—. Verás, tengo nuevosjefes.

Después de lo que me pasó en lamansión Spencer me hizo falta un pocode ayuda para lograr ponerme en pie denuevo, y ellos se mostraron más quedispuestos a proporcionármela. ¿Creesque le gustará a Claire?

—Monstruo —le espetó Chris.

Te voy a enseñar lo monstruo que soy,mierdecilla.

Wesker comenzó a cerrar la mano pocoa poco. Vio cómo los ojos de Chrisempezaban a salírsele de las órbitas,cómo se le hinchaba una vena de lafrente.

Se detuvo al oír el sonido de una risa.Una risa femenina, fría, que llenó laestancia, rodeándolos.

—¿No prefieres jugar conmigo? —dijouna voz. Era la misma mujer, con un tonoronco, sensual y peligroso, y despuésempezó a reírse de nuevo. Era un sonidobello, inmisericorde, que se fueapagando poco a poco hasta

desaparecer.

¡Alexia!

Dios, estaba despierta ya… Weskerpensó en el poder que debía de tenerpara conseguir verlo allí, para que sumente llegara tan lejos…

Lanzó a Chris a un lado y apenas prestóatención al crujido del yeso cuando sucabeza chocó contra la pared. Estabaconcentrado por completo en Alexia.Tenía que llegar hasta ella lo antesposible. Tenía que apoderarse de ella, yno sólo por la muestra, aunque seconformaría con lo que pudieraconseguir.

—Ya voy —dijo.

Recogió sus gafas y se puso enmovimiento, cruzando a toda velocidadlas instalaciones destruidas para llegarhasta donde lo esperaba su aviónprivado. Chris representaba su pasado;Alexia Ashford era su futuro.

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Chris se puso en pie poco después deque Wesker se hubiera marchado. Le

dolía el cuerpo en una docena de sitiosdiferentes, y la garganta era el peor detodos. No sabía lo que había ocurridocon exactitud, no sabía quién era lamujer de la risa o por qué Wesker sehabía mostrado tan ansioso de llegarhasta ella, pero en ese momentocomprendió quién había atacadoRockfort, y sospechaba el motivo.Albert Wesker debería haber muertocuando la mansión Spencer ardió hastalos cimientos, pero por lo que parecía,había vendido su alma a cambio de suvida a alguien nuevo, alguien queobviamente era tan inmoral y cruel comoUmbrella. Alguien a quien no leimportaba en absoluto matar paraconseguir lo que quería, algo que

Umbrella tenía en su poder.

A Chris no le importaba todo aquello.En esos momentos, lo único que leimportaba era Claire y el modo de llegarhasta la instalación de la Antártida.Sabía que Umbrella tenía una base legalallí, tenía que ser la misma, y si no loera, seguro que alguien sabría dónde seestaban realizando los experimentos.

Le quedaba una granada. Si lograbaencontrar el aeropuerto subterráneo notendría problemas para lograr entrar, ysabía pilotar cualquier cosa con alas.Utilizaría la radio durante el trayectopara localizar con exactitud la base deUmbrella, y si no conseguía una arma,

utilizaría las manos desnudas.

Lo único que importaba era Claire. Y élya estaba en camino.

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Capítulo 14

Estaban tan sólo a unas pocas horas dellegar. Dos hombres relacionados por supasado. Uno era su enemigo. El otro…Alexia no sabía apenas nada sobre el

otro, todavía, pero lo que sabía era queestaba dispuesto a rescatar a lamuchacha del trineo motorizado que ellahabía capturado después de haberlahecho regresar de forma tan brusca. Lomás probable era que también quisieserescatar al muchacho. Por supuesto,ninguno de ellos saldría de allí, perodeseaba observar las intrigas sin sentidoy los dramas desmesurados que suhumanidad traería hasta su hogar.Disfrutaría de la oportunidad deobservar sus tendencias e instintosnaturales antes de alterar por completosus vidas para siempre.

Estaba de pie en medio del gran salón,considerando todos los elementos de la

situación: los futuros posibles, sutransformación ya próxima, los cambiosestructurales y psicológicos que sunueva síntesis vírica provocaría en loshumanos, cómo recibiría a sus nuevosinvitados, y se le ocurrió que quizá lessería difícil llegar hasta su hogar,enterrado en las profundidades bajo elhielo y la nieve. Deseó inmediatamenteque todas las puertas se abrieran, quetodos los obstáculos desaparecieran, yvio y oyó el resultado en ese precisoinstante, en un centenar de sitios a lavez, cuando las cerraduras saltaron porlos aires y las paredes cayeronderribadas, cuando los escombrosfueron arrinconados a un lado y lasaberturas se ampliaron.

Estaba preparada. Todo iría con mayorrapidez a partir de aquel momento, y loque ocurriera a lo largo de las horassiguientes definiría, hasta cierto punto,las decisiones que tomaría durantecierto tiempo. Todo era todavía tanreciente que las premisas que regirían sunueva vida no estaban más que escritasen la arena…

Alexia sonrió ante su talante poético yse dispuso a preparar la primera seriede inyecciones para el chico.

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Capítulo 15

Algo iba mal, muy mal, en la instalaciónque Umbrella tenía en la Antártida, peroChris no sabía lo que era.

Estaba en el quinto nivel subterráneo dela construcción que se hundía en tierra, adecenas de metros bajo la superficie dela tierra, de pie frente a lo que parecíaser una mansión levantada con ladrilloblanco. Había una fuente a su espalda,plantas en grandes macetas, incluso untiovivo recargado de adornos. Habíaacabado allí, probablemente porquealguien de dentro así lo había querido,pero no tenía ni idea ni de quién había

sido ni del motivo.

Todos sus instintos le gritaban quesaliera zumbando de allí, pero no hizocaso. Tenía que seguir, aunque nosupiera si iba como oveja al matadero ode si lo estaban llevando hasta suhermana. Desde que había aterrizadocon el reactor en el hangar de la partesuperior lo habían guiado a cada pasoque daba: entraba en los pasillos y laspuertas se cerraban a su espaldamientras que otras se abrían justodelante de él. En dos ocasiones habíaencontrado piedras preciosas en el suelofrío de cemento que le indicaban quédirección concreta debía seguir, y unavez, después de equivocarse al doblar

una esquina, todas las luces del pasillose habían apagado. Habían vuelto aencenderse cuando regresó hasta laesquina donde había cometido el error.

Ya había sido bastante raro llegar hastalas instalaciones de Umbrella,sobrevolando los interminableskilómetros de hielo y nieve grises paradespués verlas por primera vez,sobresaliendo de la planicie como unespejismo.

Pero eso de que te conduzcan como unanimal de rebaño hasta un sitio sinconocer el motivo…

Chris estaba atemorizado, másatemorizado de lo que se atrevía a

admitir. Intentó detenerse, echar unvistazo a su alrededor en busca de armaso de alguna pista, pero lo habían quitadotodo de en medio, y todas las puertasque había intentado abrir estabancerradas con llave, excepto, porsupuesto, aquellas que se suponía teníaque cruzar. Las cámaras que debían deestar vigilándolo estaban tan bienocultas que no había visto ni una sola deellas, aunque en realidad casi parecíaque supieran lo que pensaba, quéseñales debían mostrarle y cómo hacerque continuara avanzando. Al principiopensó que se trataba de Wesker, quetodo aquello no era más que un montajepara atraparlo… Sin embargo, ¿para quémolestarse? Podía haberlo estrangulado

en la isla si hubiera querido.

No, lo estaban guiando por alguna otrarazón, y al parecer no le quedaba másremedio que seguir el juego si queríaencontrar a Claire.

Respiró profundamente, abrió la puertadelantera y entró en la mansión.

Era bella, tan extravagante como lafachada del edificio había sugerido: unagrandiosa escalinata central, unos arcoscon columnas, y extrañamente familiar,aunque tardó unos momentos en darsecuenta debido a los colores y a unadecoración diferentes.

Era el diseño: se trataba básicamente

del mismo diseño de la sala de entradade la mansión Spencer. Era algosurrealista, pero tan perfectamente enarmonía con las demás rarezas que nisiquiera pestañeó al darse cuenta deello.

Se quedó allí de pie, esperando, y miróa su alrededor en busca de una señal, yen ese momento oyó lo que le parecióuna risa procedente de detrás de lasescaleras. Era la 114

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misma risa que había oído en lasinstalaciones de Rockfort; era la mismamujer.

¿Qué era lo que había dicho? ¿Algosobre jugar?

Sin duda, todo aquello parecía un juego,y él no era más que una pieza movidapor otra persona que estaba disfrutandocon ello, y eso empezaba a cabrearlo. Elhecho de estar atemorizado no hizo sinoenfurecerlo más todavía.

Chris se dirigió hacia la parte trasera dela sala de entrada, preparado paraenfrentarse a aquella mujer, a exigirleunas cuantas respuestas, pero cuandorodeó una de las columnas cargadas de

decoración, vio que allí no había nadie.

—¿Qué coño pasa aquí? —murmurómientras se daba la vuelta.

Y allí estaba Claire, pegada a la parteposterior de la escalinata como si lahubiera colocado allí una araña gigante.Tenía los ojos cerrados y la cabeza lecolgaba flácida.

Wesker no se sorprendió al descubrirque ciertas partes de la instalación deUmbrella en la Antártida habían sidoconstruidas para que se parecieran a lamansión Spencer.

Aquella extravagancia subterráneaconstituía un despilfarro tremendo,

increíble, pero, tal como había pensadomuchas veces antes, era lo propio deUmbrella.

Para ellos, todo iba de intrigas ysimilares al principio, antes de quetodo se convirtiera en una película deespías muy mala.

Oswell Spencer y Edward Ashford eranlos responsables de la creación delvirus T, pero ése había sido su únicologro; el resto no era más que dineroderrochado. Lo cierto era que todaaquella instalación, a excepción de loslaboratorios, por supuesto, no era másque una broma muy cara montada porviejos y por niños con muy poca

imaginación y mucho dinero.

Wesker sabía que lo más probable eraque Alexia lo estuviese vigilando, asíque se tomó su tiempo mientras pasabade nivel a nivel y eliminaba de pasounos cuantos zombis que lo atacaron. Nollevaba ninguna arma, y simplemente leshabía partido el cuello y los habíadejado tirados para que se asfixiaran. Enun par de ocasiones, otras criaturashabían detectado su presencia, criaturasque él había sentido pero que no habíallegado a ver, pero no lo habíanmolestado, quizá porque lo habíanreconocido como uno de los suyos.

Siguió avanzando, seguro de que Alexia

lo encontraría en cuanto estuviesepreparada para ello. Había aterrizado acierta distancia de las instalaciones,deseoso de hacerle entender conclaridad lo diferente que él era: que loselementos y el clima no le afectaban,que era más fuerte que cinco hombresjuntos, que tenía mayor resistencia ymejores sentidos. También queríademostrarle que respetaba su espaciovital, que estaba dispuesto a serpaciente, y que estaba muy, muydecidido.

Cuando quieras, querida, pensómientras cruzaba un pasillo helado delquinto nivel subterráneo. No habíaestado antes allí, pero sabía que la

mansión estaba en aquel lugar ysospechaba que ella quería recibirlo alo grande. No le importaba lo másmínimo. Por lo que a él se refería, comosi le llevaba toallas perfumadas en lamano; seguía pensando que no era másque era una niña tan consentida yvanidosa como su hermano. Porpoderosa e inteligente que fuese,también se trataba de una chavala ricade veinticinco años que había pasadoquince años de su vida durmiendo.

Rica, hermosa… y juguetona. Lo másprobable era que ni siquiera entendiesetodavía sus propios poderes, pero notardaría mucho en hacerlo. Podíasentirlo. Dejó atrás la helada

tranquilidad del pasillo y se dirigió denuevo hacia la mansión.

Claire se despertó lentamente. Alguiensostenía su cuerpo dolorido con unasmanos 115

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tibias que la alzaron y la abrazaron.Estaba medio tumbada en el frío suelo, yera eso lo que la había despertado.Cuando abrió los ojos, lo que vio fue asu hermano, sonriendo.

—¡Chris!

Claire se irguió y lo abrazó a su vez sinhacer caso de sus músculos cansados ydoloridos, tan feliz de verlo que por unmomento se olvidó de todo lo demás.Era Chris, era él, ¡por fin!

—Hola, hermanita —dijo a la vez querespondía con fuerza a su abrazo. Elsonido familiar de su voz hizo queClaire se sintiera segura y a salvo.Deseó que aquella sensación durarapara siempre.

¡Después de tanto tiempo!

—Claire… Creo que deberíamoslargarnos de aquí cuanto antes —dijo

Chris, y ella notó el tono de profundapreocupación de sus palabras, lo que ladespabiló por completo y le hizorecordar todo lo que había ocurrido—.No sé qué está pasando exactamente,pero no creo que estemos a salvo.

—Tenemos que encontrar a Steve —dijo, y comenzó a ponerse en pie,preocupada.

Chris la ayudó a levantarse, dejando quese apoyase en él mientras lo hacía.

—¿Quién es Steve?

—Un amigo —contestó Claire—.Huimos juntos de Rockfort, y tambiénestábamos a punto de escaparnos de

aquí, pero algo…, una especie decriatura atrapó nuestro trineo motorizadoy lo lanzó por los aires.

Levantó la mirada hacia Chris, y derepente se sintió más que preocupada.

—Le oí gritar mi nombre justo antes deperder el conocimiento. Chris, está vivo,no podemos dejarlo aquí…

—No lo haremos —la cortó Chris confirmeza, y Claire sintió que le temblabanlas piernas por el alivio que la inundó.

Chris había llegado, y conocía Umbrellaa fondo. Encontraría a Steve y lossacaría de allí.

Risotadas. Una mujer se estaba riendo acarcajadas con un sonido cruel. Chrissalió de detrás de la escalinata conClaire pegada a su espalda. Ambosalzaron la mirada hacia la balconada.Allí había una mujer, era…

¿Alfred?

No, no era Alfred. Y eso significabaque…

—Alexia existe de verdad —murmuróClaire—. Quién se lo iba a imaginar.

Alexia Ashford se dio la vuelta sin dejarde reírse y se alejó hasta salir por lapuerta situada en la cabecera de laescalinata.

—Puede que sepa dónde está Steve —dijo Chris a la vez que se le ocurría lomismo a Claire, y un momento después,los dos estaban subiendo la escalinata ala carrera. Ella lo adelantó confacilidad, dispuesta a sacarle la verdada la hermana de Alfred aunque fuera agolpes…

¡CRAASHH!

Las escaleras desaparecieron a suespalda. Claire se arrojó al suelocuando un gigantesco tentáculo como eldel trineo atravesó la balconada ydesapareció un momento después devuelta al agujero que había perforado ydejando atrás un trozo de escalera

machacado. El grueso de la escalinataseguía en pie, pero ella había quedadoatrapada en la segunda planta. Tendríaque bajar deslizándose.

—¡Claire!

Se puso en pie y vio a Chris allá abajo,agarrándose dolorido una pierna enmedio de los restos de la escalera.

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—¿Estás bien? —le preguntó, y Chrisasintió, al mismo tiempo que se oía ungrito.

Claire sintió que se le helaba la sangre.

Procedía del otro lado de la puerta porla que Alexia había desaparecido, y eraSteve quien lo había lanzado, a Claireno le cabía ninguna duda. Era Steve, yalgo le estaba produciendo un dolorintenso.

No puedo abandonar a Chris, pero…

—Chris, es él —dijo mirando a lapuerta y a su hermano alternativamente,sin saber qué hacer.

—¡Ve, ya te alcanzaré! —gritó Chris.

—Pero…

—¡Ve! ¡Estoy bien, pero ten cuidado!

Claire, aterrorizada, se dio media vueltay echó a correr, con la esperanza de queno fuese demasiado tarde.

Wesker entró en el gran vestíbulo de lamansión subterránea y se dio cuenta deque ya no era tan grandioso: algo lehabía ocurrido a la escalinata central, yparte de la balconada superior estabaesparcida por el suelo.

Oyó a alguien moverse detrás de unenorme trozo de balconada destrozado

que todavía colgaba de la alfombramedio rasgada, y allí estaba ella, de pieal lado de la escalinata, con un vestidonegro satinado ajustado al cuerpo y sucabello rubio y sedoso recogido en unacola para dejar al descubierto suprecioso rostro.

—Alexia Ashford —dijo Wesker,sorprendido al darse cuenta de que,después de todo, estaba impresionado.Parecía humana, delicada e indefensa,pero él sabía que no era así en absoluto.

Haz tu jugada, y que sea buena.

Wesker carraspeó para aclararse lagarganta, dio un paso adelante y se quitólas gafas de sol.

—Alexia, me llamo Albert Wesker.Represento a un grupo de personas quehan admirado tu obra y tu trabajo desdehace tiempo, y que han estado esperandoimpacientes y ansiosos tu… regreso.

Ella se lo quedó mirando sin pestañear,con la cabeza inclinada levemente haciaun lado y la espalda recta y enhiesta.Parecía una debutante en su primerafiesta de presentación social.

—Y debo añadir que es un honorpersonal conocerte —siguió diciendoWesker con sinceridad—. Mis jefes melo han contado todo sobre ti. Sé que tupadre te engendró con los genes de supropia tatarabuela, Verónica… Que con

su material genético, la base misma dela familia Ashford, os creó a ti y aAlfred para que fueseis la culminaciónde su genio. Verónica estaría sin dudamuy orgullosa.

»Sé que creaste el virus Verónica-T ensu honor, y que eres el único ser vivoque tiene acceso al virus.

Cuidado, no debes mencionar lo que lehizo a su padre, no la cagues.

—Yo soy el virus —replicó Alexia confrialdad, observándolo fijamente con losojos entrecerrados.

—Sí, claro, por supuesto —contestóWesker.

Dios, odiaba toda aquella mierda dediplomacia, era muy malo con aquellascosas, pero quería impresionarla yhacerle saber lo valiosa que era paradeterminada gente.

—Bueno —continuó diciendo mientraspensaba en lo fácil que habría sido todosi 117

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hubiera llegado hasta ella cuandotodavía estaba en estasis—, pues megustaría mucho, es decir, mis jefes

apreciarían mucho que tuvieras laamabilidad de acompañarme parareunirte con ellos en un encuentroprivado. Te aseguro que no tearrepentirás.

Ella esperó unos momentos para ver siya había terminado, y después se echó areír de un modo fuerte y estridente.Wesker sintió que se sonrojaba. Estabaclaro por el tono de su risa lo quepensaba de su propuesta.

Muy bien, se acabó lo de ser amable.

Wesker avanzó hacia ella y alzó unamano.

—Queremos una muestra del virus

Verónica-T —dijo, y el tono educadodesapareció de su voz—. Y voy a tenerque insistir en ello.

Cuando ella comenzó a bajar lasescaleras, Wesker pensó durante unsegundo que iba a hacerlo, pero en esemomento empezó a cambiar, y él dejó depensar en nada. Sólo pudo quedarsemirando, y su asombro se duplicó.

Bajó un peldaño y su vestido se esfumóenvuelto en llamas producidas por unresplandor de luz dorada ardiente. Laluz salía de su cuerpo. Bajó otropeldaño y su carne cambió de color ypasó a ser gris oscuro, al mismo tiempoque su cabello desaparecía sustituido

por unos rizos musculosos también decolor gris que salieron de la partesuperior de la cabeza y le enmarcaron lacara. Su desnudez se vio transformadacon el siguiente paso, cuando una gruesacapa de blindaje natural empezó acrecerle por una pierna, luego subióhacia la ingle para continuar hastasostener un pecho redondeado y cubrirleel brazo derecho. Para cuando llegó alpie de la escalera ya no se parecía enabsoluto a Alexia Ashford.

Wesker, que se había quedado sinrespiración, alargó un brazo hacia ella, yAlexia lo golpeó con el dorso de lamano, lanzándolo por los aires hasta quese estrelló con un fuerte porrazo contra

la puerta principal.

¡Cuánto poder!

Se puso en pie y se dio cuenta de quequizá lo mejor sería utilizar la fuerzabruta, así que se preparó para moverse,para utilizar su propio poder…

Y ella sonrió moviendo una mano. Uninstante después, unas llamaradassurgieron del suelo de mármol y lorodearon por completo, encendidas porsus esbeltos dedos.

Alexia bajó la mano y las llamasdisminuyeron de tamaño pero no seapagaron. Siguieron ardiendo sobre lapiedra, sobre la piedra pura y simple.

Wesker supo en ese momento que todohabía acabado. Tendría suerte si elladecidía perdonarle la vida. Sin decir niuna sola palabra más, dio media vuelta ysalió de la sala, echando a correr encuanto la puerta se cerró a su espalda.

La criatura en parte humana se marchó, ypocos segundos después lo hizo eljoven, creyendo que escapaba de formainadvertida. Alexia se quedó mirandocómo huían, divertida pero algodecepcionada. Había esperado muchomás.

La criatura en parte humana no eraninguna amenaza, así que decidióperdonarle la vida. Su arrogancia le

había agradado, aunque no podía decirlo mismo de su patética oferta. Sinembargo, el joven… Era valiente y concapacidad de sacrificio, leal ycompasivo. Físicamente era un buenespécimen. Y además, amabaprofundamente a su hermana, quienestaba a punto de morir. Aquello podríadar como resultado una interesantereacción fisiológica.

Alexia decidió que crearía unenfrentamiento para que ambosinteractuaran. Probaría una nueva formay vería si su dolor lo hacía ser másvaliente, o si por el contrariodemostraba ser una desventaja.

Se rió al imaginar una forma adecuada,apropiada, que tomar. A excepción de118

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Alfred, nadie supo nunca cuál era elsencillo secreto del virus Verónica-T:que estaba basado en la genética de lahormiga reina. Probaría unaconfiguración de insecto yexperimentaría las ventajas y los puntosfuertes que podía ofrecer una formasemejante.

Se le había pasado el disgusto. La chicay su amigo morirían, y luego sedivertiría con el joven.

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CÓDIGO VERÓNICA

Capítulo 16

Claire recorrió a la carrera las estanciasy los pasillos de la mansión temiendooírle gritar de nuevo, y temiendo que nolo hiciera porque entonces no sabríadónde buscar.

Atravesó los lugares más ornamentadosy llegó hasta una zona llena de celdas aambos lados. El ambiente era frío yopresivo de nuevo. Un solitario portadordel virus alargó las manos hacia elladesde el otro lado de unos barrotes,gimoteando.

—¡Steve!

Su voz resonó a su espalda, llena demiedo y de tensión, pero Steve nocontestó. A su derecha había una puertagruesa de metal diferente a las demás, yaque estaba reforzada con barrasmetálicas. La abrió y vio que daba pasoa una pequeña estancia desnuda que a suvez daba a otra mucho mayor.

—¡Steve!

No hubo respuesta, pero la estanciagrande era alargada y estaba maliluminada.

Parecía un pasillo enorme, así que nopudo ver lo que había al otro extremo.Lo que sí vio era que había una puertacorredera suspendida sobre el espaciointermedio entre la estancia pequeña y elpasillo grande, lo que la hizo detenerse.Miró a su alrededor y vio un trozo demadera rota en el suelo. Lo recogió y lousó como una cuña entre la puertaexterior y su quicio: no quería acabarencerrada allí dentro.

Se apresuró a entrar en el gigantesco

pasillo. Era un lugar intimidatorio, conestatuas de caballeros medievales deenorme tamaño alineadas a lo largo delas paredes envueltas en sombras. Suansiedad crecía a cada segundo quepasaba. ¿Dónde estaba Steve? ¿Por quéhabía gritado?

Estaba a mitad de camino por el pasillocuando lo vio, tirado sobre una silla alotro extremo de la estancia, con unaespecie de barra sobre el pecho que lomantenía inmovilizado.

Dios…

Claire echó a correr, y se dio cuentacuando ya estuvo más cerca que la barraera el mango de una hacha enorme, más

bien una alabarda, y que la hoja estabafirmemente hundida en la pared quetenía al lado. Parecía muy pequeño ymuy joven, y tenía los ojos cerrados y lacabeza agachada, pero vio que respirabay sintió algo de alivio.

Llegó a su lado y tiró de la enormearma, pero ésta no se movió ni unmilímetro. Se agachó a su lado y le tocóel brazo. Él se removió, inquieto, yabrió los ojos.

—¡Claire!

—Steve, gracias a Dios que estás bien.¿Qué ha pasado? ¿Cómo has llegadohasta aquí?

Steve empujó el mango de la alabardacon las dos manos pero tampococonsiguió moverla.

—Alexia, ha tenido que ser Alexia. Esigual que su hermano. Me ha inyectadoalgo y me ha dicho que me va a hacer lomismo que le hizo a su padre, pero queesta vez lo iba a hacer bien…

Empujó de nuevo la alabarda, tensandosus músculos al máximo, pero no semovió en absoluto.

—En otras palabras: está zumbada.Supongo que ella y Alfred realmente separecían 120

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mucho, después de todo…

La voz de Steve se fue apagando poco apoco y sus mejillas se encendieron derepente con un rubor tremendo. Lasmanos empezaron a temblarle, seguidasde todo el cuerpo.

—¿Qué te pasa? —le preguntó Claire,atemorizada, muy atemorizada.

Steve se dobló sobre sí mismo y cerrólos puños con fuerza. La expresión desus ojos era enloquecida y aterrorizada.

—C… Claire…

Su voz se hizo más profunda y el nombrede Claire se convirtió en un gruñido. Unmomento después, Steve se retorcía enla silla mientras sus ropas se rasgaban.Abrió la boca y dejó escapar un sollozoque al principio sonó atemorizado, peroque después se fue transformando en ungemido furioso. Rabioso.

—No —susurró Claire, y comenzó aretroceder.

Steve agarró de nuevo la alabarda,desclavó la hoja de un solo tirón de lapared y se puso en pie. Su cuerpocontinuó encorvándose, con la cabezagacha, y los músculos siguieron

creciendo bajo su piel, que se habíapuesto de color gris verdoso. De suhombro izquierdo surgieron variospinchos, uno, dos, tres en total; susmanos se alargaron mientras unagigantesca herida sin sangre se abría alo largo de su espalda y sus ojos sevolvían rojos y de aspecto animal.

La criatura en la que Steve Burnside sehabía convertido abrió la boca y lanzóun aullido enfurecido. Claire se diomedia vuelta y echó a correr, sintiéndoseenferma de miedo y de pena. Corrió porsu vida.

El monstruo la persiguió blandiendo laenorme hacha, y el filo del arma siseó al

cortar el aire. Claire sintió eldesplazamiento del aire provocado porla hoja y de algún modo encontró fuerzaspara que sus piernas actuaran con mayorrapidez y así correr más de prisa.

El monstruo blandió la alabarda denuevo y le dio a algo. El ruido fuepotente y ensordecedor.

Más rápido, más rápido…, lahabitación pequeña está justodelante…

Y fue entonces cuando vio que la puertacorredera estaba bajando, que estaba apunto de dejarla encerrada en el pasillocon el monstruo. No importaba cómo; elcaso era que lo estaba haciendo, y que

debía correr más rápido o estabamuerta…

Con un impulso final, Claire se lanzó decabeza hacia el espacio cada vez másreducido que había entre el fondo de lapuerta y el suelo. Se deslizó sobre elestómago, y la puerta se cerró con unestampido a su espalda.

El monstruo rugió y comenzó a propinarunos golpes tremendos con la alabarda.Las chispas saltaron por los airescuando impactó contra los barrotesmetálicos de la puerta.

Claire vio horrorizada que partía tres deellos, doblando el acero por la purafuerza de los golpes, antes de percatarse

que tenía que salir de allí.

La puerta, dejé la puerta abierta, pensócon cierta confusión. Se puso en pie y sedirigió hacia su ruta de escape cuandoalgo atravesó la pared con un fuertecrujido. No era el monstruo. Se tratabade algo que la rodeó como si fuera unaboa constrictora y la levantó por losaires. Era otro tentáculo. El monstruocontinuó dándole hachazos a la puerta demetal. Claire se dio cuenta de que notardaría más de unos segundos enromperla y que el tentáculo la manteníainmovilizada en su abrazo gomoso.

Salió de su confusión y empezó agolpear a su captor. Intentó liberarse,

pero el tentáculo ni se inmutó. Se limitóa mantenerla agarrada mientras esperabaque el monstruo rompiera la puerta.

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Quería golpearla y cortarla, queríadespedazarla, así que golpeó una y otravez los barrotes con el arma hasta quepor fin abrió un agujero por el que podíapasar.

Ella se quejaba mientras se esforzaba

por liberarse de aquello que laaprisionaba, unos gemidos jadeantes quehicieron que su sangre hirviera y seacelerara, que hicieron que alzara elhacha deseando acabar con ella.

Bajó la alabarda con fuerza y recordó loque le había dicho, lo que le habíaprometido: «Del próximo te encargastú…»

Lo haré.

Y el monstruo, él, detuvo el arma cuandocasi ya tocaba el cráneo de la muchacha.El tentáculo esperó y la sujetó con másfuerza, y él recordó.

Claire.

Steve alzó la alabarda de nuevo, confuerza. Era muy fuerte, y la descargócontra el tentáculo partiéndolo por lamitad.

El apéndice respondió entre una lluviade fluido verde y lo golpeó en mitad delpecho, arrojándolo con una fuerzaincreíble contra la pared antes dedesaparecer. Sintió y oyó cómo se lepartían las costillas, notó cómo se leenfriaba la furia en la sangre, cómo lasfuerzas lo abandonaban.

Llegó el dolor, un dolor agudo que lerecorrió todo el cuerpo, pero abrió losojos y allí estaba ella, a salvo,tomándolo de la mano. Claire Redfield,

tomándolo de la mano con lágrimas enlos ojos.

El monstruo había desaparecido.

Alargó una mano para sostenerle la suyay él la llevó hasta su rostro, hasta subello rostro moribundo, y la posó en lamejilla.

—Estás tibia —susurró.

—Aguanta —dijo ella con un tono devoz suplicante. El nudo que tenía en lagarganta casi la ahogaba—. Por favor,mi hermano ha venido y nos llevará conél. ¡Por favor, no te mueras!

Los párpados de Steve aleteaban, como

si estuviese esforzándose por noquedarse dormido.

—Me alegro de que tu hermano hayavenido —susurró con voz cada vez más

apagada—. Y me alegro de haberteconocido. Te…, te quiero.

Al decir aquella última palabra, sucabeza se desplomó hacia adelante y novolvió a levantarse. Su pecho dejó demoverse, y Claire se quedó sola.

Steve había muerto.

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Capítulo 17

Chris corrió. Sabía que tenían pocotiempo mientras Alexia siguiera viva, ytemía que ya la hubiera atrapado denuevo.

—¡Claire! —gritó mientras llamaba conel puño a todas las puertas por las quepasaba. No importaban los gritos. SiAlexia era tan siquiera la mitad depoderosa de lo que él se imaginaba, yasabría dónde estaba, y dónde estabaClaire.

Por favor, por favor, no le hagas daño,pensó, y aquel pensamiento se repitióuna y otra vez mientras recorría unnuevo pasillo, cruzaba una nueva puerta,otro pasillo, y otro más.

No sabía si existía algo que fuera capazde detener a Alexia, pero si encontrabaa Claire y lograban llegar al ascensor deevacuación, estaba más que dispuesto aactivar el sistema de autodestrucciónantes de marcharse. Alexia estaba amitad de camino de la omnipotencia y dela maldad más pura. Era un Apocalipsisa la espera de comenzar, y tenían quedetenerla.

¡Claire!

Pasó por otro pasillo que le resultabafamiliar: otra copia de la mansiónSpencer.

Cruzó una nueva puerta, pero ésta daba auna especie de prisión oscura, condiversas celdas alineadas a lo largo delas paredes. Tenía que encontrarla. Si nolograba hacerlo, no podría marcharse.Quería matar a Alexia, pero no pondríaen peligro la vida de Claire por nada enel mundo, y sacarla de allí era sumáxima prioridad.

En ese preciso momento oyó a alguiensollozando detrás de una de las puertascerradas. Chris dejó de correr y sedetuvo a escuchar, procurando no

respirar e intentando no escuchar losgolpes incesantes del portador del virusque estaba encerrado en otra celda. Otrogemido sollozante…

¡Claire! ¡Gracias a Dios, estás viva!

Abrió la puerta de golpe, preparadopara atacar cualquier cosa que estuvieracerca de ella, y vio que estaba sentadaen el suelo, llorando, rodeando con losbrazos a un joven desnudo que tenía elcuerpo cubierto de moretones y golpes.Estaba muerto.

Mierda.

Sólo podía ser Steve, el amigo deClaire, y aunque lamentaba la muerte de

aquel chico al que jamás habíaconocido, a Chris se le partió el corazónpor ella. Parecía tan frágil, tan sola…Algo más de lo que culpar a Alexia.Chris no tenía ninguna duda de queSteve había muerto por culpa de aquellazorra enloquecida. Sin embargo, pormucho que quisiese sentarse y consolara Claire, sostenerle la mano yacompañarla en su dolor, sabía quetenían que salir de allí cuanto antes.

—Tenemos que irnos, Claire —dijo contoda la suavidad que pudo, y se sintióaliviado cuando ella asintió. Dejó concuidado la mano de su amigo y cerró susojos con mano temblorosa. Después lobesó en la frente y se puso en pie.

—Vale —dijo asintiendo de nuevo—.Estoy lista.

No miró atrás, y a pesar de todo loocurrido, él tuvo un momento parasentirse orgulloso de su hermana. Erafuerte, más fuerte de lo que él habríasido si le hubieran pedido que dejaraatrás a alguien querido.

Cruzaron juntos el pasillo a la carrera.Chris calculó que debían de encontrarsecerca de la esquina suroeste deledificio, donde había aterrizado y dondehabía visto el ascensor 123

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de evacuación. Supuso que el sistema deautodestrucción estaba lo bastante cercadel ascensor como para que se pudieraescapar con rapidez. Si lograban llegarhasta el ascensor, comprobaría todos lospisos mientras subían.

Había unas escaleras en el extremo surdel pasillo, y Chris se dirigió corriendohacia ellas seguido de Claire. Sintiócómo los segundos pasaban uno a unomientras se acercaban con rapidez a lasescaleras. Sintió que el tiempo se lesacababa, que Alexia ya había dejado dejugar.

Atravesaron el umbral de la puerta

abierta que había al final de la escaleray llegaron a una plataforma enorme derejilla metálica, y Chris soltó una brevecarcajada cuando miró a su espalda yvio las puertas sin señal ni marca algunadel ascensor de emergencia.

—¿Qué? —preguntó Claire.

Chris señaló las puertas con una sonrisaen los labios.

—Eso nos llevará directamente hasta elavión.

Claire asintió sin sonreír, pero conexpresión de alivio.

—Bien. Vámonos.

Chris se había girado para mirar lapared que estaba enfrente del ascensor.

—Antes tengo que comprobar una cosa—dijo. Quería echar un vistazo más decerca a la puerta de la esquina, queparecía ser de seguridad—. Ve túprimero. Te alcanzaré en seguida.

—Olvídalo —contestó ella con firmeza.Echó a andar detrás de él, con los ojosenrojecidos por el llanto pero con elmentón firme en gesto de determinación—. No pienso permitir que nosseparemos de nuevo.

Chris se inclinó para echarle un vistazoa la cerradura de la puerta y suspirómientras se erguía de nuevo. Lo más

probable era que el sistema deautodestrucción estuviese detrás deaquella puerta. Era una cerraduracomplicada para la que hacía falta unallave que no tenía. Además, a la derechade la puerta había un lanzagranadas deun modelo que reconoció, y en la barraque lo mantenía fijado a la pared ponía:«Sólo para casos de emergencia».

Da igual, deberíamos salir de aquícuanto antes, pensó, pero no le hacíagracia. ¿Cuánto poder podría desplegarAlexia antes de que tuvieran otraoportunidad como aquélla?

—Eh, eh, espera un momento —dijoClaire, y se puso a rebuscar en la

riñonera que llevaba a la cintura.

Antes de que Steve le pudiera preguntarqué pasaba, Claire sacó una delgadallave metálica con la forma de unalibélula. No había duda alguna de queencajaría en la cerradura.

—La encontré en Rockfort —comentóella mientras se agachaba y la metía enla ranura correspondiente. Encajó a laperfección, y la cerradura se abrió conun fuerte chasquido metálico—. Vas aactivar el sistema de autodestrucción,¿verdad? —No era una pregunta—.¿Tienes el código de activación?

Chris no respondió. Pensó que existíauna cantidad increíble de coincidencias

en la vida, y que a veces te ayudaban.

—Código Verónica —dijo en voz baja,y abrió la puerta dispuesto a acabar contodo aquello, comprendiendo que así eracomo debía ser.

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Capítulo 18

El chico estaba muerto, pero la chica no.Y el joven intentaba destruir el hogar de

Alexia. Ya no era un juego o unexperimento que observar, tenía quemorir de forma dolorosa y humillante.¿Cómo se atrevía siquiera a pensar algoasí? Debería estar de rodillas delante deella, como un suplicante miserable a suservicio para que hiciese con él lo quequisiera. ¿Cómo se atrevía?

Alexia vio a los hermanos alejarsecaminando después de cometer su actotraicionero. Sintió sus deseos deabandonar el lugar en cuanto lasecuencia automática comenzó y lasluces y los sonidos de alarma sepusieron en marcha y los demás sistemasse cerraron en el resto de la terminal.Por supuesto, su perfidia no serviría

para nada. Ella podría interrumpir lasecuencia de autodestrucción con unesfuerzo mínimo; podría utilizar sucontrol sobre la materia orgánica paracortar todas las conexiones con lainstalación, pero lo que la enfurecía erael pensamiento que había impulsado eseacto. Él había sido testigo de la gloriade sus poderes, la había visto y habíahuido aterrorizado…, y aun así, ¿secreía merecedor de eliminar una vidacomo la de ella?

Alexia se controló y reabsorbió todo supoder hasta quedar completa de nuevo.Sabía que el joven había cogido unaarma que se encontraba al lado delteclado, un revólver que alguien había

dejado allí. No le pareció mal, porquesabía que el arma de fuego le daríaesperanza, y para que una victoria fuesecompleta, el vencedor debía arrebatarlotodo. Ella le arrebataría la esperanza, learrebataría la vida de su hermana, ydespués le arrebataría la suya.

Cuando por fin estuvo completa, seimaginó a sí misma convirtiéndose en unser líquido que viajaba a través de laestructura de sus alrededores con lamisma facilidad que las extensionesorgánicas que controlaba, y un instantedespués, así ocurría y se dirigía hacialos intrusos.

Se quedaron sorprendidos, como si

realmente esperasen que pudierantriunfar.

Alexia salió del interior de su portadororgánico y se desplegó, girándose paramirar a sus ojos apagados, a sus rostrosborreguiles. Los observó con atención,sintiendo una cierta curiosidad a pesarde la ira.

Se pusieron a discutir delante de ella. Eljoven insistió en que él se encargaría detodo y que la chica debía huir. Ellaaceptó, pero a regañadientes, e insistióen que él a su vez debía sobrevivir.Después de soltar aquel comentarioidiota, la chica se dio la vuelta y echó acorrer hacia el ascensor.

Alexia se movió para impedírselo y alzóla mano para golpear a la chica cuandonotó una perforación en su carne que ladistrajo de forma momentánea. Una balahabía entrado en su cuerpo. Se giró y lesonrió al joven, que tenía el revólver enla mano, y metió la mano en su propiacarne para sacar la bala y arrojarlahacia él.

A pesar de lo gratificante que fue laexpresión de su rostro, para cuando segiró de nuevo la chica ya se habíamarchado.

Alexia decidió que había llegado elmomento de expandir sus límites, demostrarle lo que ella era, lo que podía

hacer, y hacerle sentir un temor divino,porque en cuanto cerró los ojos,imaginando, deseando, dejó de serAlexia Ashford y se convirtió en la Ira,divina e inmisericorde.

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Capítulo 19

«La secuencia de autodestrucción hasido activada —anunció una vozgrabada que reverberó por toda la

estancia, casi apagando el resto delmensaje—. Quedan cuatro minutos ytreinta segundos para alcanzar ladistancia mínima de seguridad.»

A eso se unió el retumbar de las sirenasy el centelleo de las luces deemergencia, por lo que Chris seencontró con los sentidos saturadosincluso antes de enfrentarse a aquellamonstruosidad.

Alexia alzó un brazo para golpear aClaire, y Chris disparó. La 357 casi sele escapó de las manos, y el estampidoexplosivo del disparo resonó porencima del clamor de las sirenas delsistema de autodestrucción.

¡Sí! Un impacto directo justo en lastripas. Claire ya estaba en el ascensor,entrando y apretando el botón desubida…

Pero en vez de ponerse a sangrar, de nisiquiera titubear un paso, Alexia lesonrió.

Alzó una de sus esbeltas manos y laintrodujo en su cuerpo. La carne cediósin esfuerzo, fluyendo como si fueraagua. Un segundo después, sostuvo enalto la bala que le había disparado y sela arrojó con un gesto tranquilo.

Esto no es bueno, nada bueno, pensóChris aturdido, y en ese precisomomento, ella comenzó a cambiar.

El ser femenino y esbelto que estabasobre la rejilla metálica y su carnelíquida comenzaron a temblar. Seformaron pequeños hoyuelos yprotuberancias en su cuerpo mientras lostejidos burbujeaban y se expandían. Lasprotuberancias se convirtieron enexcrecencias, los hoyuelos en brechas,todo cambió a color gris a la vez que lasextremidades se doblaban sobre símismas. Los brazos se curvaron y seunieron a la masa creciente, las piernasdesaparecieron en su interior, la texturade la piel se hizo gruesa y estriada,aparecieron venas gruesas como cables,y ella siguió hinchándose. La cabezarodó hacia abajo y se convirtió en partedel gigantesco cuerpo redondeado. El

gris se convirtió en rojizo tejidomuscular, y el púrpura y el azul de losdiferentes conductos de la sangre seextendieron por toda la superficie comouna marea.

«Quedan cuatro minutos para alcanzar ladistancia mínima de seguridad», dijoalguien, pero Chris apenas oyó aquellavoz femenina. Estaba retrocediendo,cada vez más y más convencido de queaquello no iba a terminar bien deninguna de las maneras. El camino haciael ascensor estaba bloqueado, y ella nohacía más que aumentar su tamaño.

Unos gruesos tentáculos surgieron dedebajo de aquella masa elefantina,

ondulando como olas, y se extendieronpor la plataforma. La espalda de Christocó la pared, deteniéndolo, y lacriatura, la enorme criatura parecida aun tumor se irguió de repentedesdoblando el cuerpo, como si tuvierauna cintura de verdad, y extendió unasalas tremendas, alas de libélula. Enmitad del cuerpo se veía una cara mediohumana, deformada y contorsionada.

La cara abrió la boca y de ella surgió unfortísimo alarido aullante. Las alasretemblaron por el poder de aquelsonido. El rugido se cortó en seco, y lacriatura le escupió un delgado chorro debilis verde amarillento que salpicó laplataforma a sus pies y comenzó a

disolver el metal.

—¡Mierda! —exclamó Chris con ungrito, y saltó a un lado para esquivar un126

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tentáculo. Tenía que vigilar la boca y lostentáculos a la vez, y entonces, de unasesferas rosadas que habían crecidoalrededor de la base del cuerpogigantesco, surgieron más criaturas quecomenzaron a corretear y a arrastrarse.

Chris corrió hacia la esquina másalejada del monstruo en que se habíaconvertido Alexia y apuntó con la 357,pero sin tener muy claro contra qué teníaque disparar. Las pequeñas criaturas yaestaban en la plataforma. Algunasparecían pequeñas rocas planas contentáculos, otras parecían escarabajos, yotras no se parecían a nada que hubieravisto jamás en su vida, y todas sedirigían hacia él a toda velocidad.

A los ojos. Si no puedes matarla, almenos puedes cegarla…, pero los ojosya estaban cegados, ya que no eran másque unos agujeros redondos y grises conunos pozos de oscuridad dentro, y,además, ya había visto lo efectivas que

eran las balas contra la carne de sucuerpo.

Eso lo decidió. Chris apuntó, disparó, yla criatura hinchada y palpitante gritó denuevo, esa vez de dolor, cuando una desus alas cayó revoloteando al suelo dela plataforma.

Unos cuantos de aquellos pequeñosorganismos llegaron hasta él, y una delas criaturas parecidas a escarabajos lesaltó a la pierna e intentó subir. Chris laapartó de un manotazo, asqueado, perootra tomó su lugar, seguida de unatercera. Un tentáculo salió disparadohacia su cara procedente de una de lascriaturas parecidas a piedras lisas y

Chris logró bloquearlo, aunque a duraspenas.

¡Espabila!

«Quedan tres minutos y treinta segundospara alcanzar la distancia mínima deseguridad.»

Chris corrió pegado a la pared trasera,llegó a la otra esquina opuesta almonstruo y apuntó de nuevo intentandoacertarle a otra ala. El disparo salió muydesviado, pero el siguiente acertó depleno.

La criatura aulló, y el ala rota quedócolgando del poco tejido que lamantenía unida al resto del cuerpo.

Escupió de nuevo, y el chorro de bilisno le dio en la cara a Chris por pocoscentímetros. El monstruo tan sólodisponía ya de las dos alas superiores, yaunque él sabía que la había herido, noparecía ser nada grave.

Y sólo me quedan dos balas.

Tenía que haber algo que pudiera hacer,algún modo de detenerla. El sistema deautodestrucción iba a hacerlos saltar atodos por los aires y era por su culpa.Saltó de nuevo a un lado cuando untentáculo salió como un rayo de la basede la criatura. Intentó pensar. Aquelloera una emergencia en toda regla, y teníaque pensar.

Sólo para casos de emergencia…

El monstruo hinchado aulló de nuevo.Más de aquellas criaturas parecidas aescarabajos le saltaron al pantalón, peroél no hizo caso. Sólo tuvo que girar lacabeza para ver el arma colocada allado de la puerta y bloqueada por unabarra de cierre. Era un lanzagranadas oun lanzacohetes, pero fuese lo que fuese,su diseño era magnífico. Sin embargo, labarra seguía echada y no se podía sacar.

«Quedan dos minutos para alcanzar ladistancia mínima de seguridad.»

Clac.

La barra de cierre se soltó.

Chris sacó el arma de un tirón, laempuñó y apuntó contra las tripashinchadas del monstruo. No sabía quépodía hacer o qué potencia tenía, peroesperaba que fuera suficiente, esperabaque acabara con aquella cabrona.

No había botón de seguro ni recámaraque cargar. Chris apretó el gatillo, y unchorro 127

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de luz blanca y calor surgió del cañóndel arma y se incrustó en la gorda tripa

de la criatura como una flecha en unglobo. El efecto fue impresionante, y laexplosión, monstruosa.

Un tremendo surtidor de sangre ygelatina gris saltó fuera del inmensoagujero y le salpicó la cara, pero él sólofue capaz de ver a la bestia, a Alexia,que aullaba mientras su carne y sushuesos se desintegraban, mientras sucuerpo se desinflaba.

La parte superior del cuerpo intentabasepararse de la masa moribunda, con lasdos alas agitándose de forma frenética,pero al ser solo dos, no podíanliberarse, de modo que también estabamuriendo. Chris lo sabía porque veía

cómo se quedaba sin sangre, cómo elcolor de su horrible piel cambiaba, sevolvía gris ceniza, cómo se estremecíanlas pequeñas criaturas que habíansurgido de ella, por la expresión de odioabsoluto y completo que mostraba surostro, junto al de una sorpresa tambiénabsoluta.

Cuando el monstruo que había sidoAlexia quedó en silencio y comenzó ahundirse sobre sí mismo, con todo elcuerpo goteante, Chris oyó que sólo lequedaba un minuto.

Claire.

Dejó caer el arma y echó a correr.

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Capítulo 20

Claire se sentía como una mierda, y nopodía hacer nada por evitarlo. Stevehabía muerto y Chris llegaría encualquier momento, o no lo haría, y todoiba a saltar por los aires en muy pocotiempo, y ella no podía hacer nada denada en ninguno de los tres casos.

«Quedan dos minutos para alcanzar la

distancia mínima de seguridad», dijo lacomputadora con amabilidad.

Claire extendió el dedo corazón de lamano derecha hacia el altavoz máscercano.

Desde luego, si existía el infierno, yasabía lo que ponían en los ascensores envez de música.

Sólo había un avión en el lugar donde elascensor la había llevado, y Claireestaba sentada en la barandilla quehabía delante del aparato. Tenía losbrazos cruzados con fuerza por latensión y la mirada fija en las puertasdel ascensor. Miró y esperó a la vez quesu ansiedad crecía cada vez más. Una

parte de ella estaba convencida de queChris no lo lograría. Mientras, lasalarmas seguían resonando por todo elhangar casi vacío y su eco rebotabahacia ella.

No me dejes, Chris, pensó, y se abrazó así misma con más fuerza. Pensó enSteve, y recordó el ataque de risa que lehabía provocado allá en la isla. Cómo lahabía mirado pensando que se habíavuelto loca.

Venga ya, Chris.

Cerró los ojos y lo deseó con todas lasfuerzas que pudo. No podía perderlo aél también. No sería capaz desoportarlo.

Sólo quedaba un minuto para alcanzar ladistancia mínima de seguridad.

Cuando el edificio comenzó a temblarbajo sus pies pensó que se echaría allorar, pero no le salió ninguna lágrima.En vez de eso, se puso a observar denuevo las puertas del ascensor, con laseguridad de que su hermano habíamuerto. Tan segura estaba que, cuando lapuerta del ascensor se abrió y Chrisapareció, pensó que tenía unaalucinación.

—¿Chris? —preguntó con una voz queapenas era un susurro, y él echó a correrhacia ella, con toda la cara y los brazossalpicados de sangre y de algo más, y

fue en ese momento cuando se dio cuentade que no se trataba de una alucinación.No se lo habría imaginado con todaaquella porquería en la cara.

—¡Chris!

—Entra —ordenó él, y Claire subió deun salto al asiento del copiloto, feliz,atemorizada y ansiosa, sola y aliviada,deseando que Steve estuviera con ellos,y triste porque no era así. Albergabamás sentimientos, le parecían docenas,pero en aquellos momentos no podíaenfrentarse a ellos, así que los dejó a unlado y no pensó en absoluto, no sintióotra cosa que no fuera esperanza.

Chris abrochó los cinturones y empezó a

apretar botones. El pequeño reactorcobró vida. El techo se abrió por encimade ellos y las nubes de tormenta seabrieron mientras se dirigían hacia elladespués de que Chris los hiciera salirdel hangar con suavidad y sinproblemas. Segundos más tarde, sealejaban a toda velocidad y dejabanatrás la instalación moribunda.

Los hombros de Chris se relajaron deforma visible y se pasó una mano por lafrente 129

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en un intento por quitarse parte deaquella baba asquerosa de olor horrible.

—No me vendría mal una ducha —dijocon un tono de voz despreocupado, y fueentonces cuando los ojos de Claire sellenaron de lágrimas.

Chris, pensé que también te habíaperdido a ti…

—No vuelvas a dejarme sola, ¿vale? —le contestó, esforzándose al máximo porevitar que esas lágrimas asomaran a suvoz.

Chris dudó un momento, y ella supoinmediatamente por qué, supo queaquello todavía no había acabado para

ninguno de los dos. Era pedirdemasiado.

—Umbrella —dijo Claire, y Chrisasintió.

—Tenemos que acabar con esto, Claire,de una vez por todas —afirmó con voztensa—. Tenemos que hacerlo, Claire.

Ella no supo qué decir, y finalmenteeligió no decir nada. Cuando el rugidode la explosión les llegó un momentodespués, ni siquiera miró. En vez de eso,cerró los ojos, se reclinó en su asiento ytuvo la esperanza de, al dormirse, nosoñar.

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Epílogo

Wesker, ya a kilómetros de distancia,oyó la explosión y vio la nube de humonegro y espeso que se elevó del lugarpoco después. Pensó en dar la vuelta yechar un vistazo, pero decidió que eramejor no hacerlo. No tenía sentido. SiAlexia no había muerto, su gente lodescubriría dentro de poco. Demonios,todo el mundo lo descubriría.

—Espero que estuvieras ahí dentro,

Redfield —dijo en voz baja sonriendolevemente.

Por supuesto que estaba allí dentro.Chris no era ni lo bastante listo ni lobastante veloz para haber salido de allía tiempo…

Aunque puede que sea lo bastanteafortunado.

Wesker tuvo que admitir aquello.Redfield tenía una suerte de mildemonios.

Había sido una pena que Alexiarechazara su ofrecimiento. Ella era algoincreíble, algo aterrador y maligno, perosin duda, algo increíble. Sus jefes no

iban a estar nada contentos cuandovieran que regresaba sin ella, y no podíaculparlos. Habían invertido mucho en elataque a Rockfort, y él les habíaasegurado que obtendrían resultados.

Lo soportarán. Si no les gusta la idea,siempre pueden buscarse a un nuevochico de los recados. Pero Trent…

Wesker torció el gesto. No deseaba enabsoluto encontrarse con él. Le debíamucho a aquel tipo. Después del fracasoen la mansión Spencer, Trent le habíasacado, de forma muy literal, el culo dela hoguera, y lo había dispuesto todopara que lo curaran y acabara mejor quecuando estaba sano. Además, había sido

el responsable de que lo conocieran susnuevos jefes, hombres que aspiraban atener poder de verdad y que disponíande los medios para conseguirlo.

Además…

Además, y él nunca lo admitiría en vozalta, Trent le daba miedo. Era tantranquilo, tan educado, tan reposado a lahora de hablar. Pero había un brillo ensus ojos que daba la impresión de quesiempre se estaba riendo, como si todolo que estuviese pasando fuese un chistey sólo él fuera capaz de entenderlo.Según la experiencia que Wesker teníaen la vida, los que sonreían eran losindividuos más peligrosos. No parecían

tener que demostrar nada, y normalmenteestaban como mínimo un poco locos.

Me alegro de que estemos en el mismobando, se dijo Wesker paratranquilizarse. Porque tener queenfrentarse a alguien como Trent era unaidea muy, muy mala.

Bueno, ya tendría tiempo de preocuparsepor Trent más adelante, después de quehubiera presentado las excusasapropiadas a la gente apropiada. Almenos, Redfield había muerto, mientrasque él seguía vivito y coleando, ademásde trabajar para el bando que iba aganar cuando todo aquello acabara.

Wesker sonrió, deseoso de ver ese final.

Iba a ser espectacular.

El sol había salido y su luz se reflejabacontra la nieve creando un brilloradiante, cegador por su perfección. Lapequeña aeronave siguió a todavelocidad, mientras su sombra laperseguía incansable.

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S. D. PERRY

RESIDENT EVIL 6

CÓDIGO VERÓNICA

ÍNDICE

Nota del autor.................................................................................................................................................2

Prólogo.............................................................................................................................................................3

Capítulo1.........................................................................................................................................................7

Capítulo2.......................................................................................................................................................15

Capítulo3.......................................................................................................................................................24

Capítulo4.......................................................................................................................................................35

Capítulo5.......................................................................................................................................................46

Capítulo6.......................................................................................................................................................54

Capítulo7.......................................................................................................................................................63

Capítulo8.......................................................................................................................................................71

Capítulo9.......................................................................................................................................................81

Capítulo10.....................................................................................................................................................88

Capítulo11.....................................................................................................................................................96

Capítulo12...................................................................................................................................................104

Capítulo13...................................................................................................................................................106

Capítulo14...................................................................................................................................................113

Capítulo15...................................................................................................................................................114

Capítulo16...................................................................................................................................................120

Capítulo17...................................................................................................................................................123

Capítulo18...................................................................................................................................................125

Capítulo19...................................................................................................................................................126

Capítulo20...................................................................................................................................................129

Epílogo.........................................................................................................................................................131

132

Document OutlineNota del autorPrólogoCapítulo 1Capítulo 2Capítulo 3Capítulo 4Capítulo 5Capítulo 6Capítulo 7Capítulo 8Capítulo 9Capítulo 10Capítulo 11Capítulo 12Capítulo 13

Capítulo 14Capítulo 15Capítulo 16Capítulo 17Capítulo 18Capítulo 19Capítulo 20Epílogo