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TEMA 3. LA EUROPA DE LOS SEIS 1. LA CECA El Tratado de París entró en vigor el 25 de julio de 1952. El ámbito de actuación de la CECA afectaba a la producción y comercialización de carbón, coque, hierro en lingotes, limaduras de hierro y productos siderúrgicos. Mediante su actividad, preveía el Tratado, se lograría el desarme arancelario total en el sector, una competitividad real que contribuiría a la bajada de precios, la reconversión o modernización de las industrias obsoletas y políticas sociales para beneficiar a mineros y trabajadores metalúrgicos. Monnet había ideado la CECA como un primer paso, muy limitado, hacia la consecución de una Federación política constituida por los estados europeos. Diseñó una única institución para la Comunidad, la Alta Autoridad. Esta debería posibilitar la creación de un pool europeo de las industrias del carbón y del acero, públicas y privadas, apoyado en un área de librecambio, y luego regular y vigilar su funcionamiento en nombre de los estados miembros. Pero en las conversaciones para establecer el acuerdo, los seis gobiernos se mostraron partidarios de incrementar el alcance de su asociación, creando una unión aduanera y dotando a la CECA de una estructura supranacional compleja, que serviría de modelo a otras 1

Tema 3 la europa de los seis

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TEMA 3. LA EUROPA DE LOS SEIS

1. LA CECA

El Tratado de París entró en vigor el 25 de julio de 1952. El ámbito de actuación de la

CECA afectaba a la producción y comercialización de carbón, coque, hierro en lingotes,

limaduras de hierro y productos siderúrgicos. Mediante su actividad, preveía el Tratado,

se lograría el desarme arancelario total en el sector, una competitividad real que

contribuiría a la bajada de precios, la reconversión o modernización de las industrias

obsoletas y políticas sociales para beneficiar a mineros y trabajadores metalúrgicos.

Monnet había ideado la CECA como un primer paso, muy limitado, hacia la

consecución de una Federación política constituida por los estados europeos. Diseñó

una única institución para la Comunidad, la Alta Autoridad. Esta debería posibilitar la

creación de un pool europeo de las industrias del carbón y del acero, públicas y

privadas, apoyado en un área de librecambio, y luego regular y vigilar su

funcionamiento en nombre de los estados miembros. Pero en las conversaciones para

establecer el acuerdo, los seis gobiernos se mostraron partidarios de incrementar el

alcance de su asociación, creando una unión aduanera y dotando a la CECA de una

estructura supranacional compleja, que serviría de modelo a otras Comunidades

Europeas.

Una cuestión que se planteó enseguida fue la posible vinculación de la Comunidad al

recién creado Consejo de Europa, cuyos dictámenes podían influir mucho sobre los

gobiernos y las opiniones públicas, pero que no poseía capacidad legislativa y de

decisión política. Monnet dejó claro, en un memorándum de agosto de 1950, el peligro

de una CECA sometida a la supervisión de un Consejo de Europa inoperante, la

mayoría de cuyos miembros «estaría a favor de tomar parte en un debate, pero sin que

pudieran expresar mediante el voto la responsabilidad inherente a la función

parlamentaria». A la Comunidad se la dotó, por lo tanto, de cuatro instituciones propias:

La Alta Autoridad, radicada en Luxemburgo y cuyo primer presidente fue

Monnet. La integraban nueve técnicos designados por los estados miembros, de los

que no más de dos podían pertenecer al mismo país. Organismo ejecutivo de

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carácter supranacional, actuaba en teórica independencia de los estados, a los que

podía imponer su criterio mediante tres tipos de actuaciones: las decisiones, con

fuerza legal, las recomendaciones, que debían ser tenidas en cuenta, y las

observaciones, que buscaban corregir disfunciones en las políticas nacionales. El

organismo comunitario disponía de amplios poderes en orden a la persecución de

los cárteles, la fijación y vigilancia de precios y de cuotas de producción y la

imposición de sanciones a los estados y las empresas que vulnerasen la normativa

comunitaria. Para su financiación se creó una modesta tasa empresarial variable (la

deducción, o prélèvement) sobre la producción de carbón y acero, que fue el

primer impuesto europeo.

La Asamblea Parlamentaria, establecida en Estrasburgo para recalcar su

identificación con el Consejo de Europa, estaba integrada por 78 representantes de

los parlamentos nacionales, con un sistema de cuotas por tramos de población que

luego sería común en las instituciones parlamentarias paneuropeas: Alemania,

Francia e Italia tenían 18 escaños cada una, diez Bélgica y Holanda, y cuatro

Luxemburgo. Sus funciones eran de control de la actuación de las restantes

instituciones de la CECA y en especial de la Alta Autoridad, que sometía a la

aprobación de la Asamblea su gestión anual.

El Consejo de Ministros lo constituían representantes gubernamentales de los seis

estados miembros, que debían alcanzar la unanimidad para adoptar los acuerdos

especialmente relevantes. Servía de nexo político entre los gobiernos y la Alta

Autoridad, cuyas actuaciones precisaban de su refrendo. Con ello, el Consejo de

Ministros se convertía en una garantía de que no habría cesiones de soberanía a la

CECA no deseadas por los ejecutivos nacionales.

El Tribunal de Justicia, integrado por siete jueces designados en períodos de seis

años por los estados miembros, resolvía en instancia única los conflictos en el seno

de la Comunidad conforme a la interpretación del Tratado.

Los objetivos funcionales de la CECA quedaban muy lejos de alcanzar las metas de

integración deseadas por los federalistas. Incluso las previsiones de Monnet y Schuman

resultaban, en lo tocante a la supranacionalidad, muy rebajadas por la acción de los

gobiernos asociados, ya que su representación en la Comunidad, que era el Consejo de

Ministros, poseía en la práctica capacidad de veto sobre las decisiones de la Alta

Autoridad, lo que hacía muy difíciles los avances en la cesión de soberanía de los

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estados al ente comunitario.

No obstante, la CECA conoció cierto éxito al regular el mercado del carbón y del acero

en la Pequeña Europa e impulsar su crecimiento espectacular. Entre 1954 y 1962, la

producción de acero pasó de 42 a 73 millones de toneladas anuales y el comercio

intercomunitario se cuadruplicó. Con la integración sectorial que aportaba la

Comunidad, dejaron de tener justificación los obstáculos políticos para que la Alemania

federal asumiera el pleno control económico del Ruhr e incorporase el Sarre a su

soberanía, lo que tuvo lugar en 1951 y 1957, respectivamente.

Entre febrero de 1953 y agosto de 1954 se efectuó el desarme arancelario previsto y la

Alta Autoridad desplegó una amplia actividad reguladora en el sector y fue dotada de un

fondo especial de compensación para financiar la reconversión industrial. A finales de

los años cincuenta, la CECA se preocupó también de solicitar a los gobiernos que

impulsaran una reducción de la producción carbonífera, ya que el creciente uso del

petróleo, del gas y, en un futuro, de la energía nuclear para fines domésticos,

industriales y de transporte, favorecería la acumulación de stocks y los bajos precios en

la minería del carbón. De hecho, el porcentaje de su consumo en la Comunidad, sobre el

total de la energía, cayó desde el 74 por ciento en 1950 hasta el 31,3 en 1967, mientras

que el petróleo pasó del 10 al 51,7 en el mismo período.

2. LA COMUNIDAD EUROPEA DE DEFENSA

El prometedor arranque de la CECA coincidió con el fracaso de algunas otras iniciativas

de integración en la Europa del Oeste, que ponían de relieve las dificultades inherentes

al proceso de unificación continental. El más significativo de estos fracasos fue la

Comunidad Europea de Defensa, la CED. Consideraciones militares al margen, puso

de relieve la existencia de grandes sectores del electorado y la clase política del

Continente que rechazaban la propuesta federalista para la construcción política europea

y la pérdida de soberanía nacional que ello implicaba.

El estallido de la guerra de Corea, en junio de 1950, llevó a su paroxismo el miedo a una

confrontación global entre el Este y el Oeste. En Washington se creía que el centro

neurálgico de esa posible tercera guerra mundial sería Europa, no el Extremo Oriente.

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Para la Administración Truman era fundamental reforzar el ámbito estratégico de la

OTAN, facilitando el ingreso de la República Federal alemana, establecida el año

anterior, y dotándola de un potente ejército. También eran de ese parecer de los

británicos. A propuesta de Winston Churchill, en agosto de 1950, la Asamblea

Consultiva del Consejo de Europa aprobó una resolución instando a los estados

miembros la creación inmediata de un ejército europeo nutrido con contingentes

nacionales, incluido el alemán, bajo un mando militar conjunto y que actuaría en el seno

de la OTAN.

En Francia, que había sostenido tres guerras contra Alemania en menos de un siglo, este

asunto causaba honda preocupación. Buena parte de su opinión pública contemplaba el

caso, además, como una clara demostración del papel imperial de los Estados Unidos

con respecto a sus aliados europeos. Pero como, por otra parte, la defensa de Europa

occidental frente a la URSS era imposible sin la ayuda de la superpotencia americana, el

Ejecutivo francés, que sostenía una costosa guerra contra un movimiento de liberación

prosoviético en Indochina, no estaba en condiciones de oponerse a la admisión de la

RFA en el club atlántico. Parecía posible, sin embargo, reducir la capacidad del Ejército

germano-occidental para ejecutar políticas independientes subordinándolo a un centro

de decisiones supranacional, unas Fuerzas Armadas de Europa.

En septiembre de 1950, gracias en buena medida a una gestión del secretario de Estado

norteamericano, Acheson, cerca de sus colegas francés y británico, el Consejo Atlántico

aprobó el rearme alemán y abrió las puertas a una futura adhesión de la RFA a la

OTAN. En Francia gobernaba la IV República una inestable coalición de fuerzas

centristas, encabezada por el europeísta Movimiento Republicano Popular. Sus

dirigentes, que habían entrado decididamente en la senda de la reconciliación franco-

alemana con la Declaración Schuman, se mostraron dispuestos a patrocinar la creación

de un ejército europeo en el que, junto a las de los cinco estados signatarios del Tratado

de Bruselas, se pudieran integrar las Fuerzas Armadas italianas y germano-occidentales.

A partir de una iniciativa de Jean Monnet, el primer ministro galo, René Pleven, lanzó la

idea de una Comunidad Europea de Defensa (CED). Pleven proponía que la CED

pudiera asumir la defensa territorial de la Europa occidental en caso de conflicto con el

bloque soviético, incorporando así a la RFA a una organización de seguridad

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específicamente europea. Ello implicaría, inevitablemente, unas líneas generales de

política exterior comunes a todos los estados miembros, que Monnet concibió

desarrolladas a través de una Comunidad Política Europea (CPE). De esa forma, el

federalista Monnet esperaba que, mediante iniciativas funcionalistas, se crearían

simultáneamente las tres bases de los futuros Estados Unidos de Europa: la

económica (CECA), la militar (CED) y la política (CPE).

El Plan Pleven, presentado el 23 de octubre de 1950, proponía crear el Ejército europeo

«sujeto a las instituciones políticas de una Europa unida» y colocado «bajo la

responsabilidad de un ministro europeo de la Defensa, asistido por un Consejo de

Ministros, bajo control de una Asamblea Europea y con un presupuesto militar común».

Obtenida en diciembre la aquiescencia del Consejo Atlántico, las conversaciones sobre

la CED, calurosamente apoyadas por Washington, se iniciaron en febrero de 1951 y se

prolongaron más de un año, en medio de serias complicaciones. En primer lugar, el

Ejecutivo francés tuvo que romper la resistencia de su Asamblea Nacional,

mayoritariamente opuesta al renacimiento de Alemania como potencia militar. Lo logró

por 14 votos, asumiendo la garantía de que el Ejército de la RFA estaría integrado por

pequeños contingentes subordinados al Alto Mando europeo. A partir de ahí, Francia

logró el consenso de Bélgica, Holanda, Luxemburgo, Italia y la RFA, es decir, de la

naciente Europa de los Seis, para crear la Comunidad de Defensa, cuyos miembros

seguirían perteneciendo a la OTAN. Pero el Reino Unido, el más firme aliado militar de

París hasta entonces, se negó a integrase en la CED, prefiriendo mantener su política de

seguridad estrechamente vinculada a Washington en el seno de la Alianza Atlántica.

El Tratado constitutivo de la CED se firmó en París, el 27 de mayo de 1952. Los

miembros de la Comunidad no se planteaban objetivos muy ambiciosos a corto plazo.

Aunque, en teoría, todas las Fuerzas Armadas de los países miembros estarían

encuadradas en el esquema estratégico de la Comunidad, esta mantendría operativa sólo

una fuerza de intervención rápida —la «fuerza de choque»— de unos 50.000

hombres, bajo el mando del Comandante Supremo de la OTAN en Europa (el

SACEUR), que era un militar norteamericano. La CED se dotaba con un aparato

institucional vinculado al modelo Monnet-Schuman de Comunidades europeas, que se

iba a emplear también en la CECA: una Comisión, órgano ejecutivo de nueve

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comisarios encargado de la administración interna y de la logística del Ejército europeo;

el Consejo de Ministros, con los responsables de Defensa de los estados miembros; la

Asamblea parlamentaria, que sería la misma de la CECA, con tres escaños más para

Francia, Italia y la RFA; y el Tribunal de Justicia, también compartido con la CECA.

Había desaparecido el ministro de Defensa europeo previsto en el Plan Pleven

Pero la CED, creada sobre el papel, no llegó más allá. La ausencia británica limitaba

mucho sus posibilidades de ser un instrumento eficaz, política y militarmente. En

Francia, donde florecía el antiamericanismo popular, la derecha gaullista —la Alianza

del Pueblo Francés, entonces en la oposición— se negó a ratificar el Tratado e hizo

causa común con el Partido Comunista para anularlo.

Tras muchos meses de negociaciones entre los partidos, y con la Comunidad de Defensa

ya aceptada por los parlamentos del Benelux y de la RFA, el jefe del Gobierno, Pierre

Mendés-France, al frente de una coalición de centro-derecha que ahora incluía a los

gaullistas, propuso modificaciones en el Tratado de París. Como que se redujera su

vigencia de cincuenta a veinte años, se introdujese el derecho de veto en el Consejo —lo

que fue rechazado por los demás socios— que el contingente francés en el Ejército

europeo tuviese mayor autonomía y que se diese carpetazo a la Comunidad Política

Europea, prevista en el Tratado de la CED y que comunistas y gaullistas rechazaban de

plano. Pero, incluso así, el 30 de agosto de 1954 la Asamblea Nacional francesa rechazó

la propuesta de ratificación del Tratado por 319 votos contra 264. El Gobierno,

consciente de que le iba la vida en ello, postergó indefinidamente un nuevo intento de

convalidación parlamentaria, con lo que la Comunidad de Defensa, que había sido

iniciativa francesa, quedó condenada por la negativa francesa.

3. LA COMUNIDAD POLÍTICA EUROPEA

Directamente relacionado con el fracaso de la CED —de hecho, fue una de las causas de

ese fracaso—estuvo el de la Comunidad Política Europea (CPE). Monnet y Schuman

planteaban, más allá de la iniciativa económica de la CECA, una opción federalista a

largo plazo, que requería de la actuación de una organización supranacional de carácter

político, con la capacidad ejecutiva y legislativa que los gobiernos habían escamoteado

al Consejo de Europa. En marzo de 1952, este aprobó una resolución para vincular las

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actuaciones de esta Comunidad Política Europea (CPE) a las militares de la CED y a las

económicas de la CECA, mediante una autoridad supranacional común, lo que, de

haberse llevado a cabo, hubiese constituido un antecedente de la actual Unión Europea.

Y el Tratado fundacional de la Comunidad del Carbón y del Acero iba aún más allá, a

propuesta del italiano Alcide de Gasperi, al abrir la puerta a la futura integración de los

sistemas políticos de los Seis bajo «una estructura federal o confederal».

Como la CED no era todavía operativa, en septiembre de 1952, y a solicitud de Monnet,

el Consejo de Ministros de la CECA encomendó a la Asamblea parlamentaria un

proyecto de Comunidad Política Europea que estableciera reglas comunes de

funcionamiento del sistema democrático y de la defensa de los derechos humanos para

los países miembros. La Asamblea designó para ello una Comisión, presidida por el

democristiano alemán Heinrich von Brentano, que concluyó sus trabajos en marzo de

1953.

El proyecto de Estatuto de la CPE, aprobado por la Asamblea el día 10 (Acuerdo de

Estrasburgo), preconizaba en sus 117 artículos una Federación europea con un

Parlamento bicameral, integrado por una Cámara de los Pueblos de 268 diputados,

elegidos directamente por los ciudadanos mediante cuotas de representación nacional

que primaban a los pequeños estados, y un Senado formado por 87 miembros de los

parlamentos nacionales, también mediante cuotas conforme a la población de la

Pequeña Europa. La Federación contaría con un Ejecutivo también bicéfalo: el Consejo

de Ministros, con representantes de los gobiernos y el Consejo Ejecutivo Europeo, el

órgano propio de la Comunidad, cuyo presidente sería elegido por el Senado. Tendría

también un Tribunal de Justicia y un Comité Económico y Social.

En la primavera de 1954, los parlamentos de Alemania y del Benelux ratificaron el

Estatuto de la Comunidad Política y se esperaba que los de Francia e Italia lo hicieran

pronto. Pero entonces sobrevino la crisis de la CED y quedó manifiesta la oposición

mayoritaria de la Asamblea Nacional francesa a un proyecto de unión política. En

agosto de 1954, se extinguió la CPE, el primer intento de crear una Europa federal.

4. DE MESINA A ROMA

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A mediados de la década de los cincuenta el proceso de integración continental parecía

encontrarse en un callejón sin salida. En la Europa del Oeste, donde las lentas tesis

funcionalistas se imponían rotundamente sobre las federalistas, sólo se había

consolidado una organización sectorial, la CECA que, tras el fracaso de la Comunidad

Política, no poseía capacidad para avanzar por sí sola en el proceso unificador. En la

Europa del Este, el Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME), creado en 1949,

era un organismo poco eficaz, tanto como mecanismo económico como motor de

integración política de las democracias populares. Y las dos alianzas militares del

continente, la OTAN y el Pacto de Varsovia, dependían demasiado de las

superpotencias impulsoras como para que sus miembros pudiesen coordinar políticas de

defensa autónomas que, en cualquier caso, se dirigirían contra otros estados europeos.

A comienzos de 1955, Jean Monnet dejó la presidencia de la Alta Autoridad de la

CECA, en protesta por el fracaso de la CED. Reafirmó entonces sus convicciones

federalistas al afirmar que los países europeos se habían convertido en pequeños para el

mundo actual y que su unidad en los Estados Unidos de Europa permitirá elevar el nivel

de vida de los europeos y mantener la paz.

En octubre creó el Comité de Acción para los Estados Unidos de Europa, una

«organización supranacional privada» integrada por un centenar de políticos,

empresarios y sindicalistas y concebida como un lobby para impulsar el avance hacia la

federación continental. Sin embargo, el pragmatismo de Monnet le hacía seguir

porfiando por iniciativas funcionalistas a corto plazo. Con la colaboración de políticos

como Pierre-Henry Teigten y técnicos como el ingeniero Louis Armand, pionero

europeo de la energía atómica, Monnet planificó una Comunidad Europea de la

Energía Nuclear, para completar la integración y modernización del sector energético

más allá del carbón y evitar la excesiva dependencia de un petróleo que no producían

los países de la CECA.

Paralelamente a este Plan Monnet de la energía atómica, en Holanda se estaban

promoviendo serios intentos de avanzar en la integración económica europea. El

desarrollo de la CECA había revelado serios problemas estructurales en la coordinación

económica de los seis gobiernos, que aconsejaban mayor supranacionalidad en asuntos

comerciales, monetarios, fiscales, legales, etc. En abril de 1955, los tres ministros de

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Exteriores del Beneux, el holandés Johan Willen Beyen, el belga Paul-Henri Spaak y

el luxemburgués Joseph Beck, acordaron el llamado Plan Beyen. Se centraba en la

creación de un Mercado Común Europeo que, mediante la supresión de los aranceles

interiores y el establecimiento de una tarifa exterior única, posibilitara las pautas para

una futura unificación comercial, financiera y monetaria. El Plan contemplaba la

supresión gradual de los derechos de aduana y de la política de cuotas comerciales en el

seno de la Comunidad, el establecimiento de un arancel aduanero común frente a

terceros países, y creación por los gobiernos de un Fondo Europeo para suavizar los

efectos negativos en las economías nacionales de la liberalización de intercambios y de

la supresión de barreras aduaneras. Los tres ministros confiaban en que la unión

aduanera fuera el fundamento más sólido para avanzar hacia la unión económica y

relanzar, a más largo plazo, el proyecto de unión política que había fracasado con la

CPE.

No era una empresa sencilla. Dada la diferencia de intereses nacionales entre los Seis y

la renuencia de sus sistemas políticos a ceder soberanía a entes supranacionales, entre

1951 y 1954 habían fracasado varios proyectos sectoriales destinados a acompañar a la

CECA en el impulso a la integración económica y social. Tales habrían sido el

Mercado Común Agrícola (el pool verde), la Comunidad Europea de la Salud (el

pool blanco) o la Autoridad Europea de los Transportes. Tuvo éxito, en cambio, la

Unión Europea de Radiodifusión (UER), creada en 1950 por los Seis y que desde

1954 contó con una sección audiovisual, Eurovisión, para la conexión conjunta de las

televisiones nacionales, que pronto superó el ámbito comunitario para alcanzar,

progresivamente, una dimensión continental. A partir de 1956, Eurovisión organizó

anualmente un Festival de la Canción, que pronto figuró en el imaginario popular como

uno de los elementos más visibles de la integración solidaria de las sociedades europeas.

Pero al mismo tiempo, en una contradicción muy reveladora, el Festival se convirtió en

un emotivo ritual identitario de las patrias, vinculado a la exaltación de la nación-estado.

Durante la primavera de 1955, el Plan Beyen y el Plan Monnet fueron conciliados en

torno a la existencia de tres Comunidades Europeas de carácter económico,

independientes pero relacionadas estrechamente. La ya existente CECA y otras dos a

crear. Una, muy específica, para el desarrollo del uso pacífico de la energía nuclear

como alternativa al carbón y al petróleo. Y otra general para la integración económica, a

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la que se asignaban diversas tareas: unificación progresiva del sistema aduanero,

coordinación de las políticas monetarias y fiscales, creación de un fondo para

desarrollar a las regiones más pobres, reglamentación laboral y libre circulación interior

de mano de obra, etc. El 9 de mayo, Monnet, remitió el proyecto conjunto, el llamado

Memorándum del Benelux, a la Asamblea de la CECA. El organismo parlamentario

adoptó una resolución favorable el día 14, en el sentido de «elaborar los proyectos de

tratados necesarios para la puesta en marcha de sucesivas etapas de la integración

europea, de la que la CECA ha sido precursora». La resolución fue enviada al Consejo

de Ministros de esa Comunidad.

Este se reunió en la ciudad siciliana de Mesina, el 1 de junio de 1955, aunque las

sesiones de trabajo, que abarcaron tres días, tuvieron lugar en el monasterio de Santo

Domingo, en la cercana Taormina. Estuvieron presentes Bech, que presidía, Spaak y

Beyen, más el francés Antoine Pinay, el alemán Walter Hallstein y el italiano

Gaetano Martino. Londres envió un observador, pero sin ánimo manifiesto de

intervenir en la puesta en marcha de las Comunidades. El motivo oficial de la cumbre

era sustituir a Monnet al frente de la Alta Autoridad de la CECA, puesto para el que se

eligió a René Mayer. Pero los ministros debatieron fundamentalmente sobre las otras

Comunidades propuestas. Los objetivos que se establecieron incluían la armonización

de las políticas de sus miembros en los terrenos financiero, económico y social; la

coordinación monetaria; la supresión progresiva de los obstáculos a la libre circulación

interna de personas, capitales, bienes y servicios; la garantía de la libre competencia,

anulando las salvaguardas del interés nacional; la diversificación del consumo

energético; o la creación de un Fondo de compensación para el desarrollo de las

regiones desfavorecidas.

Para desarrollar los acuerdos de Mesina y crear el Mercado Común y la Euratom, se

nombró un Comité Intergubemamental (CIG), con sede en Bruselas, formado por los

embajadores ante la CECA y presidido por Spaak. Por delegación, un Comité de

Expertos de la CECA, o Comité Spaak, trabajó en cuatro comisiones —Mercado

Común, Energía Clásica, Energía Nuclear y Transporte y Obras Públicas— los

aspectos técnicos del proyecto de creación de la Comunidad Económica Europea (CEE)

y de la Euratom.

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Page 11: Tema 3 la europa de los seis

Tras la presentación a los gobiernos de un documento preliminar en la Conferencia

de Noordwijk (octubre de 1955), el Comité de Expertos redactó el Informe Spaak.

Siguiendo las experiencias del Benelux y de la CECA, el Informe señalaba, como

objetivo fundamental de la primera etapa de la EE, la unión aduanera con una tarifa

exterior común que facilitara el control de cambios y la estabilidad del mercado interior.

Ello facilitaría el establecimiento de un Mercado Común que se alcanzaría en tres fases:

a). La unión aduanera, con la supresión de aranceles y cuotas de comercio;

b). La unión económica, con una política agraria y de transportes común y la

armonización de las legislaciones nacionales

c). El mercado único, con el establecimiento de cuatro libertades de movimientos:

de mercancías, de personas, de servicios y de capitales. El Informe apostaba por

consolidar la Pequeña Europa de los Seis, sin prematuras ampliaciones del ámbito

territorial comunitario.

Por su parte, Monnet había convocado una Conferencia en París, en enero de 1956, en

la que presentó a un selecto grupo de dirigentes de los Seis el proyecto de Comunidad

Europea de la Energía Atómica (Euratom). Monnet se inspiraba en la propuesta

civilista de «átomos para la paz», lanzada por el presidente norteamericano Dwight D.

Eisenhower en diciembre de 1953. Pero su intento de limitar el ámbito de lo nuclear en

Europa a los usos pacíficos fue rechazado por los gobiernos, que no querían renunciar a

la posibilidad de desarrollar armamento atómico.

El Informe Spaak fue remitido a la Asamblea de la CECA y a su Consejo de Ministros,

que se reunió en Venecia el 29 y el 30 de mayo de 1956, y luego en Bruselas, los días

26 y 27 de junio. En la ciudad italiana fue aprobado el informe. Y en la capital belga los

ministros acordaron la doble vía para el desarrollo de las Comunidades: la sectorial, que

se ceñiría a los ámbitos especializados de la CECA y de la Euratom, y la general de

unificación económica y social, que se encomendaba a la Comunidad Económica

Europea. En febrero de 1957, una Conferencia de jefes de Gobierno de los Seis, reunida

en París, dio el visto bueno a la creación de las dos nuevas Comunidades y el Comité

Spaak recibió el encargo de redactar sus Tratados conforme a los acuerdos

intergubernamentales alcanzados en las reuniones de Bruselas y de París.

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Cumplidos todos los trámites, los textos constitutivos de las dos Comunidades y el Acta

Final se firmaron en Roma el 25 de marzo de 1957, con la representación de sus jefes de

Estado. A continuación, los gobiernos comunitarios trasladaron la ratificación de los dos

Tratados a sus parlamentos nacionales. Una vez más, la gran prueba era la receptibilidad

de la Asamblea Nacional francesa a la integración de la Alemania Federal como socio

en pie de igualdad. Eso había conducido al fracaso de la CED tres años antes. Pero las

circunstancias internacionales habían variado. En 1956, la URSS invadió impunemente

Hungría para poner fin a un experimento democratizador y los Estados Unidos habían

humillado el talante colonialista de británicos y franceses durante la crisis del Canal de

Suez. Ello, unido al desastre colonial en Indochina y al comienzo de la guerra de

liberación de Argelia, llevó a muchos políticos galos a la convicción de que sólo la

integración europea podía garantizar a su país un papel de relieve en el contexto

internacional de la guerra fría. Por lo tanto, la Asamblea francesa aprobó los Tratados

de Roma por 342 votos frente a 239 negativos, aunque exigió garantías de salvaguardia

de sus intereses nacionales en sectores económicos especialmente sensibles. En

diciembre de 1957 el trámite parlamentario había sido superado en los seis estados y el

día de Año Nuevo de 1958 las dos Comunidades entraron en vigor.

5. EL DESPEGUE DE LA EUROPA COMUNITARIA

La Comunidad Económica Europea, popularmente denominada Mercado Común,

tenía como objetivo fundamental precisamente ese, la creación de un gran mercado

único compartido por los seis socios. Ello se lograría mediante la unión aduanera de los

seis estados, las cuatro libertades de circulación —de personas, capitales, servicios y

mercancías— en el territorio comunitario, el derecho al establecimiento —residir y

trabajar— en cualquier país miembro y la coordinación de los mecanismos monetarios a

través de los tipos de cambio. Para todo ello, los negociadores preveían un período de

transición de entre doce y quince años, con tres etapas de cuatro años y un período final

de adaptación de otros tres, si era necesario. Se trataba de un avance parcial, limitado a

algunos aspectos económicos, en la marcha hacia la Europa unida. Pero ese avance, que

gran parte de la izquierda política y social europea descalificaba afirmando que sólo

consolidaría los intereses capitalistas de la «Europa de los mercaderes», parecía el único

posible en esos momentos a los técnicos que asesoraron el Informe Spaak.

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El Tratado de la CEE, con 248 artículos, estaba dividido en cinco partes:

La primera exponía los principios que la informaban: «promover un desarrollo

armonioso de las relaciones económicas en el conjunto de la Comunidad, una expansión

continua y equilibrada, una elevación acelerada del nivel de vida y relaciones más

estrechas entre los estados que la integran».

El segundo apartado establecía los mecanismos para el desarme aduanero interior, la

consecución de la política agraria común con tarifas proteccionistas (la PAC, una

exigencia de Francia), los procedimientos para la libre circulación y la política común

de transporte. El tercero contenía las disposiciones sobre libre concurrencia, fiscalidad,

armonización legislativa, balanza de pagos, la creación de un Fondo Social Europeo y

de un Banco Europeo de Inversiones. El cuarto, exigencia francesa, se refería a las

relaciones con los Territorios de Ultramar (TOM, en sus siglas francesas), colonias

de los Seis o estados recientemente descolonizados por ellos, que los socios

comunitarios esperaban mantener bajo su influencia económica y política y a cuyo

desarrollo contribuirían con importantes subvenciones.

Y el quinto apartado establecía las instituciones de la CEE:

El Consejo de Ministros, integrado por miembros de los gobiernos asociados,

poseía capacidades de decisión y tomaba sus acuerdos por mayoría absoluta a partir

de la ponderación de votos por población: cuatro para Francia, Alemania e Italia,

dos para Holanda y Bélgica y uno para Luxemburgo. La agenda del Consejo era

preparada por un organismo técnico, el Comité de Representantes Permanentes

(COREPER) integrado por los embajadores de los países miembros ante las

Comunidades.

La Comisión Europea, designada por el Consejo y radicada en Bruselas, estaba

integrada por comisarios independientes de los gobiernos y equivalía a la Alta

Autoridad de la CECA, aunque tenía menos poder ejecutivo. Le correspondía, en

exclusiva, la iniciativa y resolución de las políticas comunitarias y de su normativa,

aunque bajo la supervisión del Consejo, que tenía capacidad para frenarlas.

La Asamblea Parlamentaria, con sede en Estrasburgo y compartida con CECA y

Euratom, estaba integrada por 142 representantes de los parlamentos nacionales.

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Aunque funcionaba como organismo consultivo, sin competencias legislativas y

elaborando meras propuestas, tenía la capacidad de votar la censura a la Comisión,

con dos tercios de los diputados, lo que acarrearía el cese de los comisarios.

El Tribunal de Justicia, establecido en Luxemburgo, organismo jurisdiccional de

siete jueces que entendía en lo concerniente a la aplicación del Tratado y que era

común con las otras dos Comunidades.

El Comité Económico y Social, radicado en Bruselas, reunía a 101 representantes

de los gobiernos, sindicatos y entidades patronales y poseía sólo carácter consultivo.

El Banco Europeo de Inversiones. Establecido en Luxemburgo, estaba

participado por todos los estados miembros y presidido por un Consejo de

Gobernadores, compuesto por los ministros de Hacienda. Su función era financiar

proyectos dirigidos a la cohesión económica y social.

En cuanto a la Comunidad Europea de la Energía Atómica (CEEA), o Euratom, se

trataba de una organización con fines muy limitados, que su Tratado, en 220 artículos,

fijaba en el desarrollo de la investigación nuclear, la difusión de conocimientos, la

protección sanitaria, el aprovisionamiento, la seguridad, el régimen de propiedad y el

establecimiento de un mercado interior. Compartía con la CEE la Asamblea y el

Tribunal de Justicia y tenía su propia Comisión y su Consejo.

Dada su especialización, la Euratom fue la de menor peso político de las tres

Comunidades. Pero desarrolló una extraordinaria labor en un sector entonces incipiente

y al que, dada la carencia de recursos petrolíferos en el seno del Mercado Común, se le

auguraba un espléndido futuro. La CEEA potenció proyectos científicos en sus centros

de investigación, estableció normas comunes de seguridad en el transporte y

producción, para lo que contó con un cuerpo de inspectores con autoridad supranacional

y contribuyó a financiar centrales energéticas y otras instalaciones nucleares. Pero

siempre tuvo el hándicap de la oposición de buena parte de la opinión pública a la

energía atómica, por sus grandes riesgos potenciales, y el del interés particular de los

países miembros, que llegó a constituirse en un serio obstáculo a su labor cuando, en los

años sesenta, Francia decidió seguir su propia vía nuclear, con una autonomía que

incluía la posesión exclusiva de armamento atómico.

Las instituciones de las dos nuevas Comunidades fueron puestas en funcionamiento el 1

14

Page 15: Tema 3 la europa de los seis

de enero de 1958. Sus promotores tenían presente que, tras la fase de transición, las

Comunidades terminarían fundiendo sus organismos. Por ello decidieron que dos de

ellos —la Asamblea y el Tribunal de Justicia— fueran comunes con la CECA, lo que se

acordó en un convenio anexo a los Tratados.

En París, el 6 de enero de 1958, los representantes de los Seis procedieron a designar a

los principales responsables de la CEE y la CEEA. El francés Louis Armand, el padre

de la idea, fue puesto al frente de la Comisión de la Euratom, pero un año después cedió

el puesto a su compatriota Étienne Hirsch. La Comisión de la CEE fue presidida por el

alemán Walter Hallstein, con el italiano Piero Malvestiti, el holandés Sicco

Mansholth y el francés Robert Marjolin como vicepresidentes. En cuanto a la

Asamblea y al Tribunal de Justicia, cuyos miembros elegían a sus presidencias, los

políticos reunidos en París recomendaron, en nombre del principio paritario, que la

Asamblea fuera presidida por un italiano y el Tribunal por un holandés. Para este último

puesto fue designado Andreas Matthias Donner. Pero los parlamentarios de la

Asamblea soslayaron el cupo italiano y eligieron al francés Robert Schuman,

reafirmando así, con el rechazo a la decisión de sus gobiernos, el espíritu federalista de

la Cámara. La presidencia italiana tuvo que asignarse, en la figura de Pietro Campilli,

al Banco Europeo de Inversiones.

6. LA ASOCIACIÓN EUROPEA DE LIBRE COMERCIO

La creación de las Comunidades Europeas escindió en dos a la OECE, hasta entonces el

principal organismo de cooperación entre las economías capitalistas del Continente. El

inicio del proceso de integración, sobre todo el que tendría lugar en la CEE, dejaba

fuera de juego al Reino Unido, que no quería asumir el nivel de adhesión que requería el

Mercado Común. Pero también excluía a las más débiles economías de la periferia

europea. Perdidos sus objetivos iniciales, que eran distribuir la ayuda del Plan Marshall

y potenciar la recuperación económica en la posguerra, los socios de la OECE

procedieron a convertirla en un nuevo organismo, la Organización de Cooperación y

Desarrollo Económico (OCDE) al que se incorporaron Estados Unidos, Canadá y

Japón, con la intención de afiliar a los países capitalistas industrializados de la época en

un organismo internacional que orientase sus políticas económicas en razón de la

coyuntura internacional, pero sin merma de la soberanía de los estados miembros.

15

Page 16: Tema 3 la europa de los seis

Los británicos eran presa de una contradicción básica. Algunos sus políticos e

intelectuales habían figurado siempre en la vanguardia del europeísmo. Pero la opinión

pública de las islas, y con ella la mayor parte de las elites económicas y sociales, se

mostraban abiertamente contrarias a cualquier cesión de soberanía a una Europa

transnacional. Londres no podía renunciar a los intercambios con los países del

Continente, que suponían más de la mitad de su comercio exterior. Pero la integración

en el núcleo comercial de la CEE, mediante la unión aduanera, suponía un riesgo mortal

para el sistema de tarifas preferenciales de la Commonwealth, que permitía al Reino

Unido vender sus manufacturas y obtener materias primas y productos agrarios en su

exclusivo ámbito imperial, de alcance planetario, en condiciones muy favorables.

Una solución, alternativa al Mercado Común podía consistir en la creación de una

«zona europea de libre cambio», como propuso el canciller del Exchequer Harold

MacMillan, en octubre de 1956. Un área de libre cambio es una asociación de países

que suprimen las barreras aduaneras al comercio y renuncian a mantener cualquier

política de contingentes entre ellos. Pero, al contrario de una unión aduanera como la

CEE, aquí no existe la tarifa exterior común, con lo que los socios son libres de

establecer acuerdos tarifarios individuales con terceros. Los británicos veían en ello la

ventaja de que podrían negociar desarmes arancelarios sectoriales sin incluir los

productos agrarios europeos, cuya importación en las islas, carente de sujeción a la PAC

del Mercado Común, seguiría sometida a fuertes gravámenes en relación a los productos

de la Commonwealth. De este modo, Londres pretendía una suerte de asociación «a la

carta» con la CEE, aplicándola para ciertos grupos de productos cuando interesara a las

dos partes, pero sin vincularse a la rígida disciplina comunitaria y manteniendo vínculos

privilegiados con Estados Unidos, la Commonwealth y el conjunto de países de la

OECE.

A partir de la primavera de 1957, mientras rechazaba sucesivas ofertas para integrarse

en las Comunidades Europeas, la delegación británica en la OECE, presidida por el

ministro conservador Reginald Maudling, intentó convencer a los restantes miembros

de que se afiliaran a la zona europea de libre comercio. Finalmente, el 15 de diciembre

de 1958, en el castillo parisino de La Muette, sede de la OECE, el ministro británico de

Comercio conminó a los Seis a integrarse en el área librecambista, lo que el ministro de

16

Page 17: Tema 3 la europa de los seis

Exteriores francés, el gaullista Couve de Mourvielle, rechazó en nombre de todos.

Rotas las conversaciones con la CEE, la diplomacia londinense se centró en los

restantes miembros de la OECE. Aunque el precedente de la frustrada Uniscan con los

países nórdicos no era un buen augurio, las conversaciones progresaron y Suecia,

Noruega, Dinamarca, Portugal, Austria y Suiza se manifestaron dispuestos a unirse al

Reino Unido en un área comercial común. El 4 de enero de 1960, «la Europa de los

Siete» se constituyó mediante la Convención de Estocolmo, que establecía la

Asociación Europea de Libre Comercio (AELC), que sería universalmente conocida

como la EFTA, por sus siglas en inglés (European Free Trade Association). Finlandia

se asoció en 1961 e Islandia en 1970, mientras que la República de Irlanda estableció

vínculos con la Asociación mediante su unión comercial bilateral con el Reino Unido.

Desde sus comienzos quedó patente que la AELC jugaba en desventaja respecto a la

Pequeña Europa del Mercado Común. No era un proyecto de integración económica, ni

vislumbraba una futura unión política y carecía de instituciones propias, fuera del

Consejo de Ministros, por lo que su vuelo era necesariamente muy corto. Sus miembros

no disfrutaban, con excepción de los países escandinavos, de unas amplias fronteras

comunes, sino que tenían sus centros de producción y comercialización muy dispersos.

Y sus economías, incluida la británica, eran bastante más débiles que las del conjunto de

los países integrados en la CEE. La libertad en el establecimiento de la tarifa exterior de

cada estado miembro, que podía importar bajo sus propios aranceles productos

industriales de terceros países, planteaba un serio problema de competitividad en el

mercado interior de la Asociación, que apenas pudo solucionarse mediante la

implementación de gravámenes compensatorios, ajenos al propio espíritu de la AELC.

Y quedaban fuera de su ámbito de actuación los productos agrícolas y pesqueros.

Cuando en Londres fueron plenamente conscientes del error que habían cometido era ya

tarde para hacerse perdonar sus reiterados rechazos a las invitaciones recibidas de los

Seis durante los años cincuenta. Los británicos se mantuvieron en la AELC, pero apenas

un año después de su creación comenzaron a dar reiteradas muestras de su deseo de

ingresar en el Mercado Común. Sin embargo, la Francia de De Gaulle estaba dispuesta a

hacerles pagar un alto peaje por el ingreso en tan selecto club.

17

Page 18: Tema 3 la europa de los seis

7. LA EUROPA DE LAS PATRIAS

En la primavera de 1958, parte de las tropas francesas que combatían a los

independentistas argelinos se sublevaron contra los propósitos del Gobierno de dar la

independencia al país magrebí. Como consecuencia de la crisis, cayó el régimen

parlamentario de la IV República y el general Charles De Gaulle, aclamado como el

salvador de la nación, instauró una V República con un régimen marcadamente

presidencialista y una hegemonía manifiesta de su partido, la conservadora Alianza del

Pueblo Francés (RPF).

La llegada al Poder del nacionalismo gaullista tuvo consecuencias para el proceso de

integración europea, al avivar el debate entre «federalistas» y «confederales». El

gaullismo había criticado, o combatido abiertamente, muchas de las iniciativas a las que

se habían sumado los gobiernos democristianos y socialistas de la IV República, en

especial la CED y la CPE. Pese a ello, no cabía pensar que De Gaulle diese marcha atrás

en el apoyo francés al avance funcional de las Comunidades. Pero lo peculiar de la fe

europeísta del general, y del Gobierno presidido por su mano derecha, Michel Debré,

quedó manifiesta en la famosa rueda de prensa de 5 de septiembre de 1960, celebrada en

el Palacio del Elíseo y en el curso de la cual el presidente de la República enunció la

conocida como Declaración de la Europa de las Patrias, donde afirmaba que los

Estados son los pilares sobre los que se puede construir Europa, pero que son muy

diferentes los unos de los otros, con su propia historia, lengua, etc., siendo los Estados

las únicas entidades con el derecho de ordenar y el poder de ser obedecidas, por lo que

no es posible construir nada fuera o sobre los Estados.

Pese a que De Gaulle es presentado hoy por los integracionistas como el más

caracterizado «eurovillano», por encima incluso de Margaret Thatcher, no se trataba de

una declaración antieuropeísta. Aunque rechazaba el federalismo, era un convencido

partidario de progresar en la integración continental mediante una fórmula confederal, o

de «cooperación» que, con objetivos funcionalistas, respetara al máximo la soberanía

de los estados. Por lo tanto, el estadista francés proponía avanzar por la senda de las

Comunidades, pero sin ir mucho más allá de los Tratados de Roma, a fin de estimular

«la cooperación regular entre los Estados de la Europa occidental en los terrenos

político, económico, cultural y de defensa, el trabajo de organismos especializados

18

Page 19: Tema 3 la europa de los seis

subordinados a los gobiernos, la deliberación periódica de una Asamblea formada por

delegados de los parlamentos nacionales (...) para avanzar de este modo hacia la unidad

europea».

De Gaulle poseía su propia visión del orden europeo como un equilibrio internacional

pactado, basado en la cooperación permanente entre los estados para limar sus

diferencias y recuperar la presencia del Continente en el escenario mundial. Era un

modelo que había triunfado en las etapas más felices de la Europa decimonónica, pero

que no podía funcionar en un mundo bipolar.

Sin embargo, en aquella coyuntura concreta el gaullismo tenía una oportunidad. Era

evidente la preocupación de algunas Administraciones estatales y de una parte de la

opinión pública europea que, aun suscribiendo una visión generalmente positiva del

proceso de integración, visión a la que sólo escapaban la izquierda anticapitalista y la

derecha radical, contemplaban con preocupación el creciente poder de un numeroso

cuerpo de políticos y funcionarios de las Comunidades, ajenos a la disciplina de los

gobiernos nacionales y que eran despectivamente calificados de «eurócratas».

El modelo confederal defendido por el gaullismo, en aquel momento el más sólido de

cuantos se ofrecían a corto plazo para la integración europea, obligó a los políticos

continentales a replantearse el futuro de las Comunidades, hasta entonces vinculado al

federalismo gradualista de Monnet y Spaak. Ello introducía un peligro de disensión

entre los Seis que los gobiernos intentaron soslayar cediendo en algunas de sus

posiciones iniciales. Así, los países del Benelux aparcaron su exigencia de admitir al

Reino Unido, a lo que se oponía Francia. Esta, por su parte, renunció a formar un

bloque europeo autónomo en el seno de la OTAN mediante la creación de un

Secretariado Permanente. Y los federalistas, fuertes en la Asamblea Parlamentaria,

aceptaron en noviembre de 1960 que el nuevo mecanismo extracomunitario e informal

de las Cumbres de Jefes de Estado y de Gobierno, fuera en adelante quien planteara las

grandes iniciativas de la integración europea, siempre y cuando se salvaguardara la

integridad de los Tratados.

Este clima de colaboración propició un notable éxito en los objetivos marcados a corto

plazo a las Comunidades y en especial al Mercado Común. El Tratado de Roma

19

Page 20: Tema 3 la europa de los seis

preveía un desarme arancelario en dos fases, con un diez por ciento de rebaja de los

derechos aduaneros cada año y un incremento exponencial de los contingentes

autorizados. El 1 de enero de 1959 se puso en marcha la primera fase, pero a la vista de

sus buenos resultados, en mayo del año siguiente Francia y Bélgica pidieron a la

Comisión que se acelerase el proceso. En enero de 1961 y 1962 se produjeron

reducciones hasta el 40 por ciento y en julio de 1962 se acordó llegar al 50 a finales año

en los productos industriales. En julio de 1966, la reducción era del 60-65 por ciento

para los productos agrarios y del 80 por ciento para los industriales. Y el 1 de julio de

1968, año y medio antes de lo previsto, el mercado interior de la CEE funcionaba libre

de derechos de aduana y con los contingentes liberalizados y se había alcanzado el

arancel aduanero común.

La creación del Mercado Común europeo era un elemento relevante en el escenario

económico internacional. Una unión aduanera que aspiraba a ser unión económica y

que pronto sería la primera potencia comercial del mundo, debía despertar recelos en

el área de economía capitalista de la OCDE. Cuando, en 1963, se celebró la Ronda

Dillon del Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT), norteamericanos

y británicos presionaron mucho para eliminar los mecanismos de protección

comunitaria, especialmente los de la PAC. Sin embargo, la Administración norteameri-

cana mantenía un nivel mucho mayor de protección de su agricultura y los británicos

potenciaban un sistema tan cerrado como era la Commonwealth. En esa época, los

organismos internacionales estimaban un nivel de protección tarifaria general del 11,7

por ciento para la CEE, frente al 17,8 de los Estados Unidos y el 18,4 de la Comunidad

británica.

8. LA CONVENCIÓN DE YAUNDÉ

Mientras alcanzaba estas metas, el Mercado Común realizaba sus primeros esfuerzos

para tener una política exterior propia a través de las relaciones comerciales. Así, la

Comisión Europa representó a los seis estados en la «Ronda Kennedy» del GATT,

celebrada en Ginebra entre 1964 y 1967, mediante la que la Europa comunitaria vio

mejoradas las condiciones de su comercio internacional a cambio de una reducción de

su tarifa aduanera exterior. Latía, además, la cuestión del ingreso de nuevos miembros

en el club comunitario entre los países de la OECE que lo solicitaran. Los gobiernos de

20

Page 21: Tema 3 la europa de los seis

los Seis eran sumamente renuentes a ello —salvo la defensa del ingreso británico por el

Benelux— en aquella fase inicial en la que casi todas las políticas comunitarias estaban

aún por desarrollar. Por ello se creó la fórmula de la asociación, que suponía establecer

acuerdos comerciales preferenciales con terceros países, con reglas aduaneras pactadas,

pero sin admitirlos como candidatos a la adhesión. Las primeras asociaciones a la CEE

fueron las de Grecia, el 9 de julio de 1961 y Turquía, el 12 de septiembre de 1963.

También se puso en marcha una política de asociación, en un contexto muy diferente,

con los antiguos Territorios de Ultramar (TOM) prevista en los Tratados de Roma.

Ello introdujo un debate muy interesante sobre el modelo comercial que seguiría el

Mercado Común a escala planetaria. Holanda y la RFA defendían un modelo global de

libre comercio, con las menores barreras arancelarias posibles, en la onda de lo

propuesto por el GATT. En cambio, Francia y Bélgica, que impusieron su visión, eran

partidarias de mantener un sistema proteccionista con respecto a sus antiguas colonias

africanas, aplicando a sus productos agrícolas y materias primas el principio de la

«preferencia comunitaria» y aportándoles abundante financiación para su desarrollo, a

la que tendrían que contribuir todos los países comunitarios.

El 20 de julio de 1963 se firmó la Convención de Yaunde que institucionalizó la

asociación de la CEE con la Organización Africana y Malgache de Cooperación

Económica, integrada por once excolonias francesas (Camerún, Congo-Brazzaville,

Dahomey, Gabón, Alto Volta —el actual Burkina-Faso—, Costa de Marfil,

Madagascar, Mauritania, Senegal, Chad y la República Centroafricana) más Nigeria y a

la que se unieron en la firma de la Convención otros cuatro países: Somalia, Malí,

Guinea y el Congo-Léopoldville, el antiguo Congo belga. En Yaundé, un experimento

neocolonialista en opinión de sus críticos aunque la iniciativa fue de los africanos, se

acordó avanzar en la zona de libre cambio que se había creado en 1957 entre la CEE y

los TOM. Ello implicaba el desarme arancelario para la agricultura y las materias

primas de los socios africanos, que gozarían así de idénticas condiciones a las del

mercado interior comunitario, y la aplicación de las ayudas establecidas por el Fondo

Europeo de Ayuda al Desarrollo, por valor de 730 millones de dólares durante los cinco

años de vigencia de la primera etapa de la Convención de Yaundé.

9. EL PLAN FOUCHET Y EL TRATADO DE FUSIÓN

21

Page 22: Tema 3 la europa de los seis

Tras el fracaso de la Comunidad Política Europea, el proceso de integración continental

se había replegado a la economía, con el exitoso inicio del Mercado Común. Pero era

evidente que ese proceso necesitaría, antes o después, volver a la cuestión de la unión

política. Las condiciones para su impulso parecieron darse tras la entrevista de

Rambouillet, en septiembre de 1960, entre el presidente De Gaulle y el canciller

Adenauer, en la que se selló la reconciliación franco-alemana tras las guerras mundiales

y nació una entente política entre París y Bonn que durante las siguientes décadas

funcionaría como motor, y a veces como freno, de los procesos de integración

continental. Ambos estadistas estuvieron de acuerdo en regularizar un procedimiento

informal de toma de decisiones al más alto nivel, que no estaba contemplado en los

Tratados de las Comunidades. Tales serían las Cumbres de jefes de Estado y de

Gobierno, o Cumbres comunitarias, el antecedente directo del actual Consejo

Europeo. En la primera Cumbre, celebrada en París en febrero de 1961, el presidente

francés y el canciller alemán se mostraron de acuerdo en impulsar la unión política de

los países comunitarios conforme a los principios confederales.

En la siguiente Cumbre, reunida en la localidad alemana de Bad Godesberg (18 de julio

de 1961), se elaboró la Declaración de Bonn, que proponía «dar forma a la voluntad de

unión política implícita en los tratados que instituyen las Comunidades Europeas,

organizando su cooperación para prevenir su desarrollo y asegurar la regularidad que

creará, progresivamente, las condiciones de una política común». La manera de

manifestar esa voluntad sería la institucionalización de las Cumbres comunitarias, cuya

«cooperación facilitará las reformas que, en interés de una mayor eficacia de las

Comunidades, parezcan oportunas». Las Cumbres se reunirían cuando se estimase

necesario, adoptarían las grandes decisiones en el avance de la integración, y dejarían su

ejecución a los organismos de las Comunidades. La Asamblea parlamentaria de las

Comunidades, la gran perdedora en este asunto, mantendría su carácter meramente

consultivo.

En principio, Bélgica y Holanda, con Paul-Henri Spaak y Joseph Luns como destacados

portavoces, opusieron fuerte resistencia a una iniciativa franco-alemana que relegaba la

Europa federal a un futuro por definir y consagraba la entente París-Bonn como el

auténtico poder en el Mercado Común. Para frenarla, insistían en la entrada del Reino

22

Page 23: Tema 3 la europa de los seis

Unido como condición spara asumir la unión política. El 31 de julio, Londres oficializó

su candidatura, abriendo así un compás de espera que apaciguó los ánimos entre los

Seis.

Aceptado el principio confederal de la Declaración de Bonn, franceses y alemanes

pactaron una Comisión Intergubemamental (CIG) presidida por el diplomático

francés Christian Fouchet, que concluyó un proyecto de Unión de Estados —el

llamado Plan Fouchet I— presentado el 2 de noviembre de 1961. A diferencia del

federalismo supranacional de la fracasada CPE, la Unión de Estados se basaría en «el

respeto a la personalidad de los pueblos y de los estados miembros», por lo que «tendrá

en cada Estado la capacidad jurídica más amplia que pueda reconocerse por las

legislaciones nacionales a las personas morales» y los europeos tendrían una doble

ciudadanía, la nacional y la comunitaria. La Unión no sería realmente supranacional,

sino una asociación funcional de estados para coordinar políticas comunes en el

terreno de la acción exterior, la defensa, la educación y el desarrollo científico.

Carecería de capacidad ejecutiva alguna para imponerse a los gobiernos, excepto en

cuestiones de la Defensa donde, en consonancia con la doctrina gaullista, la Unión

asumiría la política militar de los Seis en coordinación, pero no en subordinación, con

Washington.

La CIG propuso cuatro órganos institucionales de la Unión de Estados. Un Consejo,

órgano decisorio, formado por los jefes de Estado o de Gobierno y por los ministros de

Asuntos Exteriores, que se reuniría cuatrimestralmente, designaría al Presidente de la

Unión y tomaría decisiones por unanimidad, con derecho de veto. Los Comités de

Ministros, que adoptarían las resoluciones ejecutivas en asuntos exteriores, defensa y

educación. La Comisión Política Europea, de carácter técnico y encargada de aplicar

los acuerdos del Consejo y de los Comités, estaría formada por funcionarios de los

ministerios de Asuntos Exteriores. Y la Asamblea Parlamentaria, integrada por

representantes de los parlamentos nacionales, sería compartida con las Comunidades y

mantendría su carácter meramente consultivo.

El Plan Fouchet no salió adelante. Los gobiernos de Italia y el Benelux lo rechazaron

porque anulaba incluso los principios de supranacionalidad ya incorporados a las

Comunidades. También desde la Comisión Europea y desde la Asamblea comunitaria se

23

Page 24: Tema 3 la europa de los seis

realizaron serios esfuerzos para que el Plan fuese rechazado. Y la pretensión francesa de

construir una política de defensa al margen de la OTAN no recibió ningún apoyo de los

otros estados miembros.

Decididos a salir del atasco, los seis gobiernos celebraron una Cumbre en París, el 15 de

diciembre de 1961. Acordaron que la integración económica y la política evolucionasen

conforme al mismo modelo institucional y encargaron a la CIG un nuevo proyecto para

la armonización de ambas. El Plan Fouchet II, presentado el 18 de enero de 1962,

renunciaba a una política de defensa europea al margen de la Alianza Atlántica y

aceptaba la adhesión del Reino Unido, pero continuaba sin admitir, en líneas generales,

el principio de supranacionalidad, defendía la igualdad entre Europa y los Estados

Unidos en la OTAN y subordinaba las tres Comunidades económicas ya existentes a las

instituciones de la Unión de Estados, lo que originó que Bélgica y Holanda se negaran a

suscribirlo. El 15 de mayo de 1962, De Gaulle anunció la retirada del Plan Fouchet.

Fracasada por segunda vez la unión política, a los Seis no les quedaba más que avanzar

en la consolidación de las tres comunidades económicas existentes. En este periodo de

impasse se habían adoptado algunas medidas importantes en favor de la unidad del

mercado interior, como la normativa anti-trust en la industria, impulsada en

diciembre de 1961 por el comisario europeo de la Competencia, Hans von der

Groeben. Y en el Consejo de Ministros celebrado el 23 de septiembre de 1963, los

representantes gubernamentales aprobaron la fusión de sus instituciones. Era una

medida de gran calado y planteaba reformas abiertamente políticas en la estructura de

las Comunidades, que ya no se podían diferir. Al igual que ya lo eran desde 1958 la

Asamblea parlamentaria y el Tribunal de Justicia, ahora el Consejo de Ministros y la

Comisión Europea, es decir, el Ejecutivo comunitario, serían comunes para la CEE, la

Euratom y la CECA. Con ello, esta última renunciaría a su Alta Autoridad, hasta

entonces mucho más independiente de los gobiernos nacionales que las Comisiones de

las otras dos Comunidades. El Consejo de Ministros de las Comunidades Europeas

funcionaría con los responsables del ramo según los asuntos a tratar y contaría con el

asesoramiento de un único Comité de Representantes Permanentes (COREPER)

integrado por los embajadores de los estados miembros, con funciones de coordinación

con la Comisión Europea. Esta constaría con 14 comisarios, reservándose tres puestos a

Francia, Italia y Alemania, respectivamente, dos a Bélgica y Holanda y uno a

24

Page 25: Tema 3 la europa de los seis

Luxemburgo.

Luego de meses de complicadas negociaciones, el 2 de marzo de 1965 los Consejos de

Ministros de las tres Comunidades ratificaron la unificación institucional, que se

formalizó mediante el Tratado de Fusión, firmado en Bruselas el 8 de abril. Se iniciaba

con ello una fase de transición que debería culminar el 1 de julio de 1967, cuando las

tres Comunidades unificaran completamente sus instituciones en sus sedes de Bruselas

(Consejo y Comisión), Estrasburgo (Parlamento) y Luxemburgo (Tribunal de Justicia).

Pero, mientras tanto, la integración europea iba a vivir una de sus más graves crisis.

25