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TEMA 6 EL RÉGIMEN DE LA RESTAURACIÓN (1874-1902) 1. El establecimiento de Alfonso XII como rey, y el funcionamiento del sistema canovista; la Restauración en Castilla-La Mancha. 2. La oposición política al régimen de la Restauración. 3. La crisis de 1898 y la liquidación del imperio colonial.

Tema 6 el régimen de la restauración

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TEMA 6 EL RÉGIMEN DE LA RESTAURACIÓN (1874-1902)

1. El establecimiento de Alfonso XII como rey, y el funcionamiento del sistema canovista; la Restauración en Castilla-La Mancha.

2. La oposición política al régimen de la Restauración.

3. La crisis de 1898 y la liquidación del imperio colonial.

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Tras el fracaso de la Revolución de 1868, al ser incapaz de dar estabilidad a España, comienza en 1874 un nuevo periodo llamado Restauración, ideado por Cánovas del Castillo, con la vuelta de los Borbones a la monarquía en la figura de Alfonso XII.

Se denomina Restauración al período de la Historia de España, comprendido entre 1874 y 1923, en el que se restauró la monarquía y los Borbones en la persona de Alfonso XII. Incluye también la Regencia de María Cristina (1885-1901) y el reinado de Alfonso XIII (1901-1931), aunque el sistema político de la Restauración quedó en suspenso en 1923.

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1. El establecimiento de Alfonso XII como rey, y el funcionamiento del sistema canovista; la Restauración en Castilla-La Mancha.

El día 3 de enero de 1874 el general Pavía da un golpe de Estado, dando así fin a la I República, e iniciandose un gobierno provisional que durará 11 meses, presidido por el general Serrano.

Cánovas del Castillo continuaba con la preparación para la vuelta de la monarquía borbónica en la figura de Alfonso XII, y para ello necesitaba de 3 factores:

● El fin de los conflictos bélicos (carlismo, cantonalismo, secesionismo cubano). ● La abdicación de la reina Isabel II en su hijo en 1870. ● La aceptación de la opinión pública que todavía recordaba mal el reinado de Isabel II.

El Manifiesto de Sandhurst fue firmado por el príncipe el 1 de diciembre de 1874, mientras realizaba sus estudios en la academia militar Sandhurst, en Inglaterra. El manifiesto se redactó con el pretexto de contestar a las felicitaciones recibidas al cumplir diecisiete años (28/11/1874), que significaba la mayoría de edad. El documento fue ideado y elaborado por Antonio Cánovas del Castillo; en el mismo se daba a conocer el nuevo sistema político que se quería implantar, una monarquía constitucional, de tipo conservador y católico (apoyo de los católicos españoles ante las reticencias mostradas ante Amadeo I) que defendía el orden social pero que garantizaba el funcionamiento del sistema político liberal, que se sostendría en un sistema bipartidista (moderados y progresistas).

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El gobierno de Serrano, estaba muy desgastado, por lo que Cánovas, quiere evitar que la restauración de los Borbones, en el trono de España se haga a través de un golpe de Estado, sino a través de una transición pacífica, por lo que pide al ejército que no intervenga; pero el general Martínez Campos interviene pronunciandose en Sagunto (Valencia), el 27 de diciembre de 1874, a favor de la monarquía, provocando la ira del líder conservador.

El 14 de enero de 1875, Alfonso XII (con 18 años) llega a Madrid, nombrando a Cánovas presidente del gobierno que restablece el Concordato de 1851, suspende la prensa demócrata y republicana, endureciendo la censura; pero acepta el sufragio universal masculino para las Cortes, (la ley ira cambiando sucesivamente), lo que es bien visto por los progresistas.

● El sistema canovista.

El nuevo régimen político es conocido como “Sistema Canovista” ya que fue Cánovas su creador tomando como modelo el sistema británico, consistente en una monarquía parlamentaria en la que dos partidos se turnarían pacíficamente en el poder.

Cánovas trató de articular su sistema por medio de unos partidos que coincidieran ideológicamente en lo esencial: defensa de la monarquía, respeto hacia las libertades políticas básicas, mantenimiento del orden social, estado centralista y asegurar la gobernabilidad y evitar la constante injerencia del ejército era su objetivo fundamental. Eso le permitiría integrar a un amplio espectro político que iba desde los antiguos moderados hasta los constitucionales de Sagasta. Los dos partidos del sistema fueron el Partido Liberal Conservador (conocido genéricamente como Partido Conservador) y el Partido Liberal Fusionista (conocido como Partido Liberal).

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● Turno pacífico de partidos.

El Partido Conservador fue creado por Cánovas y a la muerte de este (1897), será liderado por Silvela. Integraba al antiguo Partido Moderado y de la Unión Liberal. Partidarios de una monarquía parlamentaria con libertades restringidas, sufragio censitario, censura, catolicismo, proteccionismo económico y sufragio censitario. Contaban con el apoyo de la Iglesia y de las oligarquías financieras.

El Partido Liberal aglutinó a antiguos progresistas, unionistas e incluso a los sectores posibilistas del partido radical. Lo lideraba Práxedes Mateo Sagasta y representaba también los intereses de la burguesía, pero defendían el sufragio universal y un conjunto de libertades más amplios entre los que destacaba la libertad de culto, la libertad de prensa y el librecambismo.

Se trataba, por tanto, de un falso régimen parlamentario ya que los dos partidos, conservadores y liberales, solo representaban los intereses de la burguesía y porque el turno pacífico en el poder respondía a acuerdos previos y al fraude electoral, que se producían cuando la situación política exigía el cambio de partido en el gobierno; pero que evitaba los pronunciamientos militares para alcanzar el poder.

Fuera del proyecto canovista sólo quedarían, por la derecha, los elementos más conservadores y los carlistas. Por la izquierda, los planteamientos canovistas excluían a los radicales de Ruiz Zorrilla, a los republicanos y a los nacientes movimientos nacionalistas y socialistas.

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● El funcionamiento del turno.

El presidente del gobierno de turno (Conservador/Liberal), convocada las elecciones comenzando el fraude electoral: Desde Madrid (ministerio de la gobernación), se transmitían instrucciones a los gobernadores civiles de cada provincia, estos elaboraban la lista de los candidatos que debían salir elegidos en cada localidad “los encasillados”, con el visto bueno del ministro “El gran elector”, se lo comunicaban a los caciques locales (personajes con gran poder económico en la provincia), que previo acuerdo (“el contrato”), se encargaban de la manipulación de los resultados electorales mediante diversos procedimientos que iban desde las amenazas, haciendo desistir a los candidatos non gratos, compra de votos, falsificación del censo electoral (incluyendo fallecidos) o el “pucherazo”, que era la manipulación directa de los resultados electorales mediante la falsificación o destrucción de las actas de recuento, o la introducción en las urnas las papeletas correctas con el beneplácito de las fuerzas locales (jefe de la Guardia Civil, alcalde, juez, notario), cerrando el colegio electoral antes o después de la hora de cierre oficial.

El sistema, era una burla electoral, pero tenía 3 aspectos favorables:

a) Evitaba la presencia política de los militares, consiguiendo una alternancia de partidos de forma pacífica.

b) Dotaba de infraestructuras a zonas muy subdesarrolladas, como pago de favores al cacique de la zona.

c) Aunque era una fraude político, el pueblo adquirió su primer contacto con la democracia.

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El sistema canovista tuvo 2 fallos debido al sufragio censitario:

Los obreros no podían votar al carecer de las rentas necesarias que establecían las sucesivas leyes electorales, por lo tanto crearon organizaciones obreras: el anarquismo partidario de la acción directa y el socialismo, partidario de la acción política.

El voto beneficiaba a los propietarios campesinos que pagaban 25 pts, mientras que los industriales votaban los que pagaban 50 pts por renta, lo que hacía que la política estuviera dominada por la España rural, iniciandose un movimiento autonomista contra el “centralismo castellano”.

En el caso de Castilla-La Mancha durante la época de la Restauración, las condiciones socioeconómicas favorecieron la existencia de una red de caciques, que controlaron las estructuras de poder del sistema de turno de partidos establecido a partir de 1875.

El alto número de analfabetos en nuestra región (superior al 70% en 1877) favoreció la influencia política y el poder de los grandes propietarios agrícolas, que controlaban la comunidad rural, decidiendo el voto en los 30 distritos de la región. Los candidatos liberales y

conservadores se turnaron para obtener el mayor número de actas de diputados.

Las redes caciquiles se extendían por toda la región, el Conde de Romanones controlaba Guadalajara, la familia de los Arribas controlaban el distrito de Cañete

(Cuenca), los Medrano en Ciudad Real y los Ochando o los López Chicheri en Albacete.

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● La constitución de 1876.

La Constitución de 1876, la más duradera de la historia de España, desde 1876 hasta 1923 (Dictadura de Primo de Rivera). Su gran ventaja, radicaba en su elasticidad; es decir, un articulado poco preciso que era compatible con gobiernos distintos. Se podrían variar las leyes ordinarias sin tener que cambiar la Constitución; se evitaba, así, que cada cambio de gobierno supusiera un cambio constitucional y se evitaba la sucesión de constituciones del XIX (12,37,45,56,69,73).

La constitución debía de garantizar la alternancia política de los 2 grandes partidos dinásticos, conservador/liberal, mediante el sufragio, poniendo así fin a los pronunciamientos militares como medio para alcanzar el poder, como en los reinados de Fernando VII e Isabel II.

La declaración de derechos era semejante en apariencia a la de 1869, pero únicamente se reconocían con carácter general y su regulación mediante leyes posteriores permitió limitarlos o anularlos sin necesidad de modificar la Constitución.

El moderantismo constitucional quedaba de manifiesto en la existencia de una soberanía compartida entre el rey y las Cortes. Las prerrogativas del rey aumentaban: Aglutinaba el poder ejecutivo junto con los ministros del gobierno de turno; nombraba y separaba libremente a los ministros; sancionaba y promulgaba las leyes; convocaba, disolvía y suspendía las Cortes. El rey era inviolable, siendo responsable de sus actos el Jefe de Gobierno y sus ministros.

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Las Cortes eran bicamerales, con un Senado elitista y conservador en el que tan sólo una parte era elegible (altos contribuyentes), luego existían senadores vitalicios por derecho propio (nobleza, clero,…) y senadores vitalicios nombrados por el rey; el Congreso era electivo, pero no se definía el tipo de sufragio en la Constitución, siendo regulado por leyes posteriores, dependiendo del partido en el poder.

La primera ley electoral estableció el sufragio censitario, pero en 1890 Sagasta restauró el sufragio universal masculino.

El poder judicial ganaba en independencia y unidad al quedar anulados los fueros vascos; no así la administración local, pues la corona intervenía en la elección de los alcaldes, mientras que los concejales los elegía el pueblo.

En la cuestión religiosa se impuso la posición de Cánovas, aunque con cierta ambigüedad: Se declaraba el catolicismo

como religión oficial del Estado y se prohibían las manifestaciones públicas de cualquier otra religión, aunque se reconocía la libertad

individual de culto.

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El momento más delicado para el sistema llegaría en noviembre de 1885 con la muerte prematura de Alfonso XII. El monarca había tenido un breve matrimonio con su prima María de las Mercedes, y con su segunda esposa María Cristina de Habsburgo no tenía descendencia masculina (sólo dejaba dos hijas). La reina se encontraba embarazada, el nacimiento, en mayo de 1886, de un heredero varón (el futuro Alfonso XIII) contribuyó a perpetuar el sistema.

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2. La oposición política al régimen de la Restauración.

Durante la Restauración, las fuerzas que quedaron al margen del sistema eran los republicanos, desplazados y divididos tras el golpe de Pavía, los carlistas, derrotados en el campo de batalla, el naciente movimiento obrero (socialismo/anarquismo), así como los movimientos nacionalistas.

Esta oposición nunca consiguió obtener un número suficiente de diputados para formar gobierno o ser influyentes en el Congreso, por lo que esta debilidad, constituyo la razón del éxito del sistema canovista.

Los carlistas después de la derrota militar de 1876, el pretendiente carlista Carlos VII se vio obligado al exilio. El carlismo entraba en una grave crisis cuando miembros tan destacados

como el viejo general Cabrera, reconoció a Alfonso XII como rey de España; a partir de entonces se mantuvieron divididos entre los partidarios de una nueva guerra civil y los que pedían la integración pacífica en el sistema político, de la mano de Cándido Nocedal,formando el Partido Carlista.

El carlismo renovó sus ideas para adaptarlas a la nueva situación política, con un nuevo programa político recogido en el Acta de Loredan.El programa recogía los antiguos principios como la unidad

católica, los fueros, la autoridad del pretendiente carlista y su oposición a la democracia, aunque aceptaban el nuevo orden liberal y capitalista.

El carlismo se dividiría a la muerte de Alfonso XII, cuando seguidores de Nocedal funden en 1888 el Partido Católico Integrista; mientras que el Partido Carlista, se refundaba en las llamadas Juntas Tradicionalistas.

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Los partidos republicanos perdieron gran parte de su apoyo social dado que los partidos obreros y nacionalistas comenzaron a resultar más atractivos como fuerza de oposición al sistema.

Cánovas los situó al margen de la legalidad en el inicio de la Restauración, de este modo sus más destacados dirigentes tuvieron que marchar al exilio. Además los republicanos se encontraban divididos en varias tendencias que les hicieron disminuir su apoyo electoral.

El Partido Republicano Posibilista de Castelar, que fue evolucionando hacia posiciones cada vez más moderadas y convencido de la perdida de fuerza de sus ideales y de que la Restauración garantizaba el orden social y que era “posible” que la monarquía asumiera algunos principios democráticos.

El Partido Republicano Progresista de Ruiz Zorrilla y Salmerón, que mantuvo sus ideas republicanas y que se fue radicalizando, no descartando la acción violenta contra la monarquía y protagonizando un intento de alzamiento en 1883. Más tarde Salmerón se separaría de esta formación política formando el Partido Republicano Centralista.

El Partido Republicano Federal de Pi y Margall, era el que contaba con mayor apoyo popular. De base urbana con presencia en el mundo rural, sus militantes eran laicistas y anticlericales, partidarios de la descentralización, lo que le acercaría a grupos nacionalistas.

Pese a que el sufragio universal revitalizo el movimiento republicano, generando incluso alianzas entre estos partidos como la Unión Republicana, fue paulatinamente perdiendo sus bases sociales y

compitiendo con el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), fundado por Pablo Iglesias en 1879.

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Además de carlismo y del republicanismo, empiezan a aparecer nuevas formas de oposición, como serán el nacionalismo y el regionalismo, que se caracterizaban por que tenían una concepción distinta de la España centralista.

El regionalismo se había iniciado en el siglo XIX, y aspiraba a un cierto grado de autogobierno, respetando la soberanía de España como Estado. Cuando se traspasó ese límite, hablamos ya del nacionalismo, que se vera potenciado cuando suceda el Desastre de 1898, buscando un nuevo modelo de Estado, pues partían de la conciencia de las diferencias culturales que le alejaban de la política unitaria propia del Estado liberal.

En Cataluña existía una intensa conciencia nacional que se tradujo en iniciativas sociales muy variadas como asociaciones, periódicos o centros de excursiones. Ese movimiento cultural, que trataba de recuperar la lengua y la cultura catalana, es conocido como Renaixença.

El primer gran impulsor del catalanismo fue Valenti Almirall, fundador del Diari Català (primer periódico en catalán), que apostaba por un catalanismo interclasista que defendiera las señas de identidad catalanas.

En 1891 se formó un primer grupo político Unió Catalanista que redactaría las Bases de Manresa, primer documento reivindicativo del catalanismo. El Desastre de 1898, favoreció la extensión del movimiento catalán, a la

que se une la burguesía catalana, muy perjudicada por las perdidas económicas al perder el comercio antillano.

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Este movimiento se escindiría en dos grandes líneas: una conservadora, cuyo partido más representativo fue la Lliga Regionalista, fundada por Enric Prat de la Riba en 1901 y liderada a la muerte de este, por Francesc Cambó, y otra republicana y revolucionaria, representada por Esquerra Republicana de Catalunya, fundada en 1931 por Lluis Companys y Francesc Maciá.

En el País Vasco los planteamientos nacionalistas encontrarían su cauce con la fundación, en 1895, del Partido Nacionalista Vasco (PNV) por Sabino Arana, un antiguo integrista católico que se dedico a normalizar y estructurar la lengua vasca (euskera)y que hizo una propuesta independentista basada en la raza, en la religión, el antiespañolismo y la reivindicación de independencia para Euskal Herria, territorio formado por las tres provincias vascas, Navarra y el País Vasco francés. Al principio su apoyo social fue escaso debido a su radicalismo antiespañol, a su rancio tradicionalismo agrario y a su limitación al entorno vizcaíno. Pero, desde comienzos del XX, evolucionó hacia posturas más moderadas que extendieron su influencia entre la población vasca.

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En Galicia, de modo semejante a lo ocurrido en Cataluña, surgió un

movimiento cultural O Rexurdimiento, que trataba de recuperar las tradiciones gallegas y que poco a poco incorporó planteamientos políticos. En 1889 Manuel Murguía (esposo de Rosalía de Castro) fundó la Asociación Regionalista Galega, de marcada tendencia tradicional y menor implantación política que los otros nacionalismos. Con ella el galleguismo político inició su andadura.

Movimientos de carácter regionalista surgieron en otras zonas de España como Andalucía o Valencia, pero su trascendencia política fue menor.

Los partidos obreros se organizaron legalmente a partir de la promulgación de la Ley de Asociaciones en el gobierno largo de Sagasta. La división obrera, a nivel mundial, tras la ruptura de la AIT (1872) también marcó la evolución del obrerismo en España. El movimiento obrero estaba escindido en dos grandes corrientes ideológicas, los socialistas marxistas y los anarquistas de Bakunin.

En España, el anarquismo fue la corriente mayoritaria: Sus principales focos estaban en el campo andaluz y en el proletariado urbano catalán. Los anarquistas rechazaban toda acción política por vía parlamentaria, entre sus filas ganó adeptos la táctica propuesta por Kropotkin, partidario de la “propaganda por el hecho” (violencia terrorista). Los años noventa fueron ricos en esta práctica, dando lugar a un círculo vicioso de atentado, represión con fusilamiento, nuevo atentado como represalia anarquista y nueva represión. En esa dinámica se enmarca el asesinato de Cánovas del Castillo a manos del anarquista italianoAngiolillo en 1897 o el de Canalejas en 1912.

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En Andalucía la Mano Negra, supuesta organización terrorista anarquista, asesinaba a los ricos terratenientes andaluces; por lo que se respondió deteniendo a los líderes obreros y se persiguió a las organizaciones obreras.

En resumen, el anarquismo durante el XIX, se destaco en atentados y asesinatos a personajes significativos, por lo que sufrió una voraz persecución que limitó su desarrollo como fuerza política. Habrá que esperar al XX para la creación de la CNT. Dentro del marxismo el PSOE se convirtió en el partido más importante. Fue fundado, en la clandestinidad, en 1879 por Pablo Iglesias. Su aspiración inicial era el fin de la sociedad capitalista, la abolición de las clases sociales y la toma del poder político por la clase trabajadora. En 1888, el propio Pablo Iglesias fundó la Unión General de Trabajadores (UGT) como sindicato del partido. Sus reivindicaciones se centraron en mejorar las condiciones de trabajo: Establecer un salario mínimo; reducción de la jornada laboral; descanso dominical; prohibición del trabajo infantil, etc. En cualquier caso, tanto el PSOE como la UGT fueron hasta comienzos del siglo XX grupos minoritarios, en comparación con los anarquistas.

También es interesante señalar la aparición de una “oposición intelectual” basada en la doctrina filosófica conocida como Krausismo. En 1876, Francisco Giner de los Ríos fundó la Institución Libre de Enseñanza revitalizando el mundo cultural español y negándose a ajustar sus enseñanzas a los dogmas oficiales de la época.

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3. La crisis de 1898 y la liquidación del imperio colonial.

Tras la batalla de Ayacucho en 1824, España solo contaba con las islas de Cuba, de Puerto Rico y de las Filipinas. Eran los últimos restos del gran imperio español formado durante el gobierno de los Habsburgo. La mayoría de las colonias españolas en América habían alcanzado su independencia durante el reinado de Fernando VII (1808 – 1833), convirtiéndose en repúblicas independientes gobernadas por las minorías criollas.

Tras el primer intento insurreccional cubano (Guerra de los Diez Años, 1868-78) la firma de la Paz de Zanjón no logró acabar con el sentimiento nacional. Los cubanos esperaban de la administración española una serie de reformas como la obtención de representación en las Cortes españolas, la participación en el gobierno de la isla, la libertad de comercio y la abolición de la esclavitud, que aún se mantenía en Cuba. Ninguna de estas peticiones fue tomada en consideración por España debido a la rotunda oposición de los grandes propietarios, de los negreros y de los comerciantes peninsulares.

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El sentimiento nacionalista cubano se veía acrecentado por la influencia económica de los Estados Unidos, que integró a la isla en su ámbito comercial. Así pues, a las peticiones políticas se sumaban los deseos de una clara liberalización económica, especialmente tras la aprobación del llamado “arancel Cánovas” (1891) que aumentaba las tarifas arancelarias para los productos importados no españoles. El arancel perjudicaba notablemente a EEUU, que adquiría grandes cantidades de azúcar y tabaco cubano, mientras sólo podía exportar a Cuba productos con fuertes impuestos de entrada. El presidente norteamericano William McKinley manifestó su protesta y comenzó su acercamiento a los independentistas cubanos.

El Partido Liberal de Sagasta se mostró favorable a introducir mejoras en la isla, pero durante sus sucesivos mandatos sólo llegó a concretar la abolición formal de la esclavitud, en 1888. La falta de reformas estimuló los deseos de emancipación; así en 1893, un intelectual, José Martí, fundó el Partido Revolucionario Cubano, cuyo objetivo era la independencia para lo que logró un importante apoyo exterior, especialmente de EEUU. El independentismo aumentó rápidamente su base social y contó con el apoyo de antiguos revolucionarios (Máximo Gómez, Antonio

Maceo, etc.) que se habían negado a aceptar la Paz de Zanjón.

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Ante esta situación, la guerra volvió a estallar. El 24 de febrero de 1895 se produjo el llamado “Grito de Baire” que dio inicio a un levantamiento generalizado. El presidente del gobierno español Cánovas del Castillo envió un ejército al mando del general Martínez Campos, que trató de reprimir militarmente la rebelión pero también de buscar un acercamiento con los sublevados.

Martínez Campos no logró controlar la rebelión, por lo que fue sustituido por Valeriano Weyler partidario de una férrea represión. Weyler se mostró muy duro con los rebeldes, aplicando la pena de muerte a muchos de ellos, y también con la población civil, víctima del hambre y las epidemias.

En 1897 Cánovas del Castillo fue asesinado y Sagasta asume el gobierno, decidiendo introducir algunas reformas buscando la conciliación. Para ello decretó la autonomía de Cuba, la igualdad entre cubanos y peninsulares y la autonomía arancelaria. Sin embargo, las reformas llegaban demasiado tarde: los independentistas se negaron a aceptar el fin de la guerra que España declaró de forma unilateral; también los residentes españoles en Cuba mostraron su malestar ante las concesiones.

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Es entonces cuando EEUU decide intervenir directamente en Cuba enviando al acorazado Maine, en teoría para proteger los intereses de los residentes americanos. En abril de 1898 el Maine estalló en el puerto de La Habana, EEUU culpó falsamente a agentes españoles del hecho. El presidente McKinley envió un ultimátum a España exigiendo la retirada de Cuba y el pago de 300 millones de dólares a cambio de la isla, o en caso contrario la declaración de guerra. España era relativamente consciente de su inferioridad militar, pero consideró humillante el ultimátum. Comenzaba así la guerra hispano-norteamericana.

La escuadra española, al mando del almirante Cervera, fue rápidamente derrotada en la batalla de Santiago de Cuba. Tropas estadounidenses comenzaron a ocupar Cuba y Puerto Rico.

Paralelamente al conflicto cubano se produjo una rebelión en las Islas Filipinas. Los intereses económicos españoles eran mucho menores que en Cuba, pero existía una notable producción de tabaco y servía de enlace para el comercio con el continente asiático. En 1892, José Rizal había fundado la Liga Filipina que encabezará posteriormente la rebelión independentista. Los norteamericanos también se presentaron allí como libertadores e igualmente derrotaron a otra escuadra española en la batalla de Cavite (1898). Aunque la ciudad de Manila logró resistir durante algunos meses, ante la evidencia de la derrota, España pidió la firma de un acuerdo de paz.

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Finalmente, en diciembre de 1898 se firmó el Tratado de Paríspor el cual España perdía Cuba y, además, cedía a Estados Unidos Puerto Rico, Guam y las islas Filipinas, éstas últimas a cambio de veinte millones de dólares.

La derrota y la consiguiente pérdida de las colonias fueron conocidas en España como “el desastre del 98”, convirtiéndose en símbolo de la crisis de la Restauración. A pesar de la envergadura de la crisis de 1898 y de su simbología, sus repercusiones fueron menores de lo esperado. En lo económico, la guerra comportó notables pérdidas materiales en la colonia, pero no fue así en la metrópoli. Tampoco aconteció una gran crisis política, la Restauración sobrevivió y la continuidad del turno dinástico se mantuvo; no obstante, sí hubo un crecimiento de los movimientos nacionalistas en el País Vasco y Cataluña.

De este modo, la crisis del 98 fue fundamentalmente una crisis moral e ideológica, que causó un importante impacto psicológico entre la población. La derrota sumió a la sociedad y a la clase política española en un estado de desencanto y frustración porque significó la destrucción del mito del Imperio español –en un momento en que las potencias europeas estaban construyendo enormes imperios coloniales en Asia y África- y la relegación de España a un papel de potencia secundaria.

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El desencanto provocado por la crisis del 98 provocó la aparición del fenómeno del “regeneracionismo”. Esta corriente de pensamiento hablaba con insistencia de la necesidad de una regeneración de España; su mayor exponente fue Joaquín Costa que denunciaba la incapacidad del sistema de la Restauración para hacer frente a los cambios de los nuevos tiempos y a las demandas de la sociedad. La crítica regeneracionista era muy dura con la historia de España, denunciaba los defectos de la psicología colectiva española y defendía la necesidad de acabar con la corrupción electoral, mejorar la situación del campo español y aumentar el nivel educativo y cultural del país.

Asimismo, un grupo de literatos y pensadores, conocidos como la Generación del 98, intentaron analizar el “problema de España” en un sentido muy crítico y en tono pesimista. Pensaban que tras la pérdida de los últimos restos del Imperio español había llegado el momento de una regeneración moral, social y cultural del país. Entre estos intelectuales destacan Miguel de Unamuno, José Martínez Ruiz (Azorín), Pío Baroja o Antonio Machado.