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II CONGRESO NACIONAL DE VINCULACIÓN DE LA EDUCACIÓN SUPERIOR CON LA COLECTIVIDAD UNIVERSIDAD LAICA “ELOY ALFARO”, Manta-Ecuador Octubre 19, 20 y 21 de 2011 PONENCIA VINCULACION DE LA EDUCACIÓN SUPERIOR ¿SERVIR AL MERCADO O CUMPLIR CON LA RESPONSABILIDAD SOCIAL? AUTOR Dr. JORGE VILLARROEL IDROVO [email protected]

Vinculación de la Educación Superior ¿servir al mercado o cumplir con la responsabilidad social?

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II CONGRESO NACIONAL DE VINCULACIÓN DE LA

EDUCACIÓN SUPERIOR CON LA COLECTIVIDAD

UNIVERSIDAD LAICA “ELOY ALFARO”, Manta-Ecuador

Octubre 19, 20 y 21 de 2011

PONENCIA

VINCULACION DE LA EDUCACIÓN SUPERIOR

¿SERVIR AL MERCADO O CUMPLIR CON

LA RESPONSABILIDAD SOCIAL?

AUTOR

Dr. JORGE VILLARROEL IDROVO

[email protected]

RESUMEN

La vinculación universitaria se ha constituido en un instrumento de la economía de mercado para que la academia responda a las exigencias neoliberales. A raíz de considerar al conocimiento como una mercancía más, las grandes corporaciones han visto en la función investigativa de la universidad el medio para incrementar sus capitales. Para lograr este propósito, se ha introducido la vinculación como una cuarta función universitaria, que constituye una estrategia tendiente a profundizar las relaciones Universidad-Empresa, antes que como una función que aporte a la solución de los problemas y necesidades de nuestra realidad. Este hecho ha generado que el principio de pertinencia, que debe ser el primer postulado de la academia, no tenga cabal cumplimiento y más bien se oriente hacia los sectores privilegiados de la sociedad. Se requiere con urgencia que la vinculación-extensión retome los principios de pertinencia, responsabilidad social y solidaridad comunitaria.

PALABRAS CLAVE: Vinculación, extensión, relación universidad-empresa. mercantilismo, pertinencia, responsabilidad social.

EL ORIGEN DE LA VINCULACIÓN UNIVERSITARIA

Sobre la época en que surge la función de vinculación no hay acuerdo entre los especialistas. Algunos consideran que la vinculación existe desde que surgió la universidad, pues no se puede comprender a ésta aislada del entorno social, o como “torre de marfil” con escaso contacto con la realidad. De tal modo que la vinculación es considerada como algo natural de la academia e inclusive posee características constantes a través del tiempo.

Otros, sugieren que la vinculación debe ser vista como un proceso histórico, definido por las condiciones de cada época. Esta posición, obliga a pensar la existencia de diversos modelos de acuerdo con las circunstancias socioeconómicas. Casas y Luna (1997) investigadoras mexicanas consideran que la vinculación ha pasado por tres etapas y se encuentra en el umbral de una cuarta etapa. Históricamente la primera etapa, de predominio académico termina hacia la década de los 60. La segunda etapa, en la que predomina un modelo de coordinación de políticas basadas en la autoridad estatal, ocurre en la década de los 80, caracterizada por acercarse a la oferta y demanda de conocimientos a través de los centros de investigación científica, las instituciones de educación superior y las empresas productivas. En esta etapa se iniciaron los mecanismos de financiación e incentivos a la vinculación y, la tercera etapa es la de la conformación de un modelo “neoestructural” que está estrechamente ligada a las políticas de integración al mercado.

Actualmente, estamos, pues, frente al modelo mercantilista como etapa histórica, según el cual, la vinculación es uno de los instrumentos para poner a la educación superior, sus proceso y productos, al servicio de los intereses del mercado. Un análisis más detenido sobre las características de este modelo obligan a revisar, de modo breve, los procesos que han dado lugar a la economía de mercado.

Como recodarán quienes hemos vivido la educación superior las últimas décadas, nuestra formación académica nos preparó en las tres clásicas funciones universitarias: docencia, investigación y extensión. Múltiples fueron los esfuerzos por cristalizar la relación de estas tres funciones en nuestra labor académica y en la proyección hacia el entorno. Aceptamos como ideal de vida que la universidad es la institución que genera conocimiento para solucionar los palpitantes problemas socioeconómicos de nuestro pueblo, sin descuidar la capacitación profesional de los jóvenes como medio

de subsistencia personal. Con esta misión, la universidad ecuatoriana realizó sus mayores esfuerzos para cumplir la máxima aspiración de una institución ética como es su responsabilidad social.

Pero llegaron los vientos de cambio, el capitalismo necesitaba consolidar su poder hegemónico en el mundo, a través de la imposición de diversas estrategias político-económicos, a raíz del Consenso de Washington allá por los años 80 del siglo pasado. Estos dogmas que luego se transformaron en la ideología neoliberal trastrocaron la clásica visión del Estado de bienestar que predominaba en la mayoría de países occidentales. A partir de esa época, y siempre pensando en la búsqueda de mayor acumulación de capitales, los oligopolios occidentales introdujeron de manera paulatina postulados mercantilistas que han configurado el mundo, al punto de ser considerados como paradigmas eternos. Entre los principales se puede citar:

Concepción del ser humano como valioso únicamente por su capacidad de generar ingresos y tener éxito en los mercados.

Incentivar la carrera por poseer y consumir. Exacerbar el individualismo y la competencia llevando al olvido el sentido de

comunidad, y produciendo la destrucción de la integridad humana y ecológica. Expresa política de ajuste y apertura. Restringe la intervención del Estado hasta despojarlo de la posibilidad de

garantizar los bienes comunes mínimos que se merece todo ciudadano por ser persona.

Elimina los programas generales de creación de oportunidades para todos y los sustituye por apoyos ocasionales a grupos focalizados. 

Privatiza empresas bajo la premisa de que la administración privada es mejor que la pública.

Abre las fronteras para mercancías, capitales y flujos financieros y deja sin suficiente protección a los pequeños productores.

Elimina obstáculos que podrían imponer las legislaciones que protegen a los obreros.

Difunde la trasnacionalización de la mano de obra para acrecentar las ganancias de los dueños del capital.

Libera de impuestos y de obligaciones a grupos poderosos.

Estos y otros nefastos efectos han obstaculizado el desarrollo de los países emergentes y han apuntalado las modernas formas de dominio de los grupos poderosos de los países desarrollados.

En este gran marco económico-político, la educación superior, como se ha advertido, también ha sido impactada por las secuelas del modelo neoliberal. De hecho, el poder económico ha visto en la academia una instancia que debe acatar los principios del mercado y desplegar su acción con dichos mandamiento. Obviamente, la formación de profesionales generadores de conocimiento y la producción y servicios, no podían quedar al margen de la ambición capitalista. Aún más, la actividad educación y los cuadros que forma, ha sido vista por el mercado como una fuente enorme de negocios para acumular más riqueza.

De modo concreto, la privatización de la educación superior, la capacitación de recursos humanos que requiere la producción capitalista, los logros de la investigación y ahora la vinculación, no podían quedar al margen de las perspectivas mercantilistas. Como funciones propias de la academia, profundamente interrelacionadas, sus fines y acciones han sido sometidas a cumplir las exigencias del mercado.

Sin embargo, para evitar la oposición a estos oscuros propósitos el sistema ha utilizado una serie de estratagemas y fraseología mixtificante que ha convencido a los actores principales de la academia sobre la necesidad de vincularse al modelo económico dominante. No es posible un análisis pormenorizado de los discursos del mercado para adscribir a la educación superior a sus intereses, pero tras algunas frases clisés como “modernización”, “sociedad del conocimiento”, “desarrollo sustentable” … se encubren sus reales propósitos.

Asimismo, de la simple definición de la vinculación universitaria, que es aceptada como verdad absoluta, es posible colegir el engaño en el que, por desgracia, ha caído la academia. Según la literatura especializada, la vinculación es considerada como el “proceso integral que articula la funciones sustantivas de docencia, investigación, extensión de la cultura y servicios de las instituciones de educación superior para su interacción eficaz y eficiente con el entorno socioeconómico, mediante el desarrollo de acciones y proyectos de beneficio mutuo que contribuyan a su posicionamiento y reconocimiento social”, (Alcántar-Arcos, 2004).

Cualquier académico o académica que analice la definición citada aceptarán sin reparo alguno el valor de la vinculación, como una función deseable o un elemento de progreso en las instituciones de educación superior, sin percibir su carácter mercantilista, y de seguro estarán dispuestos a implementarla en su labor diaria. La misma actitud puede observarse en los directivos y responsables de los Departamentos de Vinculación de nuestras universidades, muy pocos pueden estar dispuestos a someter al tamiz de la crítica el aparecimiento del sistema de vinculación en la universidad latinoamericana y de nuestro país. Como se trata de un imperativo de las sociedades desarrolladas, de las universidades europeas y norteamericanas, quienes responden con eficacia a los postulados del mercado, la academia de los países emergentes tienden a aceptarla como verdad fuera de toda duda.

A modo de ejercicio cognitivo, propongamos algunas interrogantes claves sobre la conceptualización citada en el párrafo anterior.

Cuando se lee “…para su interacción eficaz y eficiente con el entorno socioeconómico …”, es procedente preguntar: ¿A cuál entorno socioeconómico (sociedad) se refiere: del sector productivo o de los sectores populares? ¿Tal vez a la política del Estado y el gobierno expresada en los planes de desarrollo o de los intereses privados?

De su parte, la expresión “…de beneficio mutuo que contribuyan a su posicionamiento y reconocimiento social”, amerita otras inquietudes, ¿valoración o reconocimiento de quienes: de los sectores privados o de los grupos marginales? ¿Posicionamiento en qué contexto: competitivo o de servicio?

Las siguientes páginas de la presente ponencia analiza con mayor detalle las implicaciones de aceptar sin fórmula de crítica la nueva función asignada a la universidad ecuatoriana: la vinculación con el entorno.

¿EXTENSIÓN O VINCULACIÓN?

Es procedente recordar que las tres funciones clásicas de la universidad (docencia, investigación y extensión) fueron la concepción dominante hasta los años 80 del siglo pasado. En nuestros países, la extensión era vista como una función que busca acercarse a los problemas y necesidades de todos los sectores sociales, sobre todo de los marginados. Utópicamente se aceptaba que el conocimiento y la preparación de sus recursos humanos posibilitarían solucionar, o por lo menos paliar, los graves dilemas que afrontan nuestros pueblos. En esta función se consideraba también los

eventuales contactos con los sectores productivos y empresariales para obtener beneficios mutuos, sin la óptica mercantilista de los tiempos actuales.

Aunque con una orientación asistencialista y hasta paternalista los universitarios se trasladaban de las aulas a los espacios sociales, económicos y culturales de sus entorno para realizar múltiples actividades de extensión. Desde este punto de vista, cualquier acción era considerada como trabajo de extensión: desde la instalación de un consultorio en alguna comunidad pobre, hasta la presentación de una obra de teatro o la implementación de programas educativos, así como la capacitación de recursos humanos, la transferencia de tecnología …

Pero, como se advirtió, es a raíz de la consolidación del modelo económico neoliberal, la universidad latinoamericana a imitación de los bloques europeo y norteamericano, plantean la posibilidad de entender la vinculación como una nueva función y no como parte de la extensión universitaria. En la moderna concepción, la academia es conducida a definir qué puede hacer por la producción, las empresas y los servicios, que por lo general están en manos de las transnacionales en general y de la actividad privada en particular.

Etzkowitz (1990, cit. por Castro-Vega) ha equiparado estas transformaciones a la emergencia de una “segunda revolución académica” que, al igual que la primera, ha desembocado en la adopción por parte de la universidad de una nueva misión, complementaria a las actividades tradicionales de docencia e investigación. Esta “tercera misión” abarca todas aquellas actividades relacionadas con la generación, uso, aplicación y explotación, fuera del ámbito académico, del conocimiento y de otras capacidades de las que disponen las universidades. De esta forma se ha desarrollado un nuevo tipo de universidad con diferentes denominaciones “universidad de servicios” “universidad empresarial” o “universidad emprendedora”. A pesar de las diferencias subyacentes en estas designaciones todas tienen como rasgo general una mayor privatización del conocimiento y la participación de la universidad en la comercialización del mismo, dando lugar a lo que Slaughter y Leslie (1997) denominaron “capitalismo académico”.

De acuerdo con estos cambios, la universidad es vista por el mercado como centro de formación de recursos idóneos y como fuente de nuevo conocimiento que puede aportar sobre todo al avance tecnológico. Según esto, la vinculación se vuelve asociada, de modo fundamental, a la otra función emblemática de la universidad: la investigación. En resumen, qué otro beneficio puede obtener el mercado de las instituciones de educación superior que no sea la producción de la investigación en múltiples campos: agrarios, farmacéuticos, alimenticios, empresariales, tecnológicos … Si bien las instituciones privadas de investigación son las que más aportan al avance económico de los consorcios capitalistas, no hay duda que la universidad pública también es fuente de importantes y numerosos productos investigativos. Sobre todo en los países desarrollados, las grandes corporaciones establecen nexos, cada vez más profundos, con las universidades, proveyéndolas de ingentes recursos para la investigación. Es lo que se conoce como universidades corporativas, al asociarse con empresas productivas venden los resultados de sus investigaciones o procuran formar los profesionales que requieren las entidades que financian los presupuestos institucionales.

Junto a esta incontenible arremetida del mercado, otro asunto contribuyó para que las universidades acrecienten su vinculación con los propósitos del mercado. Las crisis económica de los Estados en los años 80 y 90, cuestión que casi no ha cambiado, impedía que los gobiernos pudieran satisfacer los cada vez más urgentes necesidades

para el cumplimiento de las funciones universitarias. Ante tales circunstancias, la academia a nivel mundial se vio precisada a comercializar sus productos y servicios con el fin de obtener recursos para su funcionamiento.

Entonces, la vinculación se transforma básicamente en la venta de los productos del conocimiento que generan las instituciones de educación superior. Nace, pues, el “capitalismo académico”, bautizado por las investigadores Larry Leslie y Sheila Slauther en su libro del mismo nombre en 1997, fenómeno que ha sido ampliamente analizado por varios expertos de América Latina, en especial por el investigador mexicano Ibarra Colado (2002) “Esta tendencia nos permite poner en perspectiva nuevas prácticas de las universidades como la venta de productos y servicios con fines de autofinanciamiento, o comportamientos que funcionan en espacios diseñados como si fueran mercados, como la competencia institucional por fondos escasos bajo concurso, o la competencia de los investigadores por financiamientos para sus proyectos o para acrecentar sus remuneraciones extraordinarias mediante programas de pago por mérito”.

En este orden de ideas, la principal fuente de vinculación lo constituye la investigación pues es la llamada a crear los avances científicos o técnicos que requiere el mercado. Como se dijo, esta relación se cimentó en todos los países del orbe, pero sobre todo en aquellos donde la investigación ha sido su mayor fortaleza. En países emergentes como el Ecuador, se redujo a la venta de algunos productos y servicios de menor significación, por el escaso desarrollo investigativo. Todos conocemos la verdadera fiebre que surgió en nuestras universidades con el invento de los “Centros de Transferencia Tecnológica” (CTTs) que incursionaron en la “venta” de todo lo que producía, sobre todo cursos de capacitación de posgrado, de servicios y uno que otro invento tecnológico sobre todo en el área informática, a tal punto que fueron descuidadas otras responsabilidades académicas. Nadie puede negar tampoco que estas acciones, en buen número de casos, han dado lugar a problemas de corrupción.

Para quienes consideran un hecho normal y hasta natural esta grave distorsión de la misión de la academia, al margen de cualquier eufemismo, es simplemente “venderse al mejor postor” con el pretexto de falta de financiamiento. En tal caso, la trascendental misión de la universidad como generadora de conocimiento para solucionar, de manera desinteresada y solidaria, los problemas y males del mundo ha dado paso al empuje insostenible de la mercantilización académica. En consecuencia, el conocimiento por el conocimiento, la formación general humanística, el dominio de las artes y las ciencias liberales, la autonomía institucional, la investigación social, propias de la universidad tradicional pasa a segundo plano, pues no son “productos” que puedan venderse, ni tampoco las empresas están interesadas en algo que no le genere réditos económicos. Estaríamos, pues, ante la urgencia de devolver a la academia su verdadera misión: ser conciencia crítica del sistema y estar profundamente comprometida con su realidad.

VINCULACIÓN UNIVERSIDAD-EMPRESA

Según lo analizado, la nueva función universitaria tiene un claro sesgo hacia la relación academia-empresa o, mejor expresado, es la razón del aparecimiento de esta función en la educación superior de todos los países. Como se ha, la relación U-E está basada en el conocimiento producido por las Universidades, y la posibilidad de su aplicación económica-lucrativa en los procesos de producción de bienes y servicios. En el caso de las universidades latinoamericanas, las investigaciones realizadas con apoyo financiero de empresas no están orientadas a resolver los urgentes problemas de sus respectivos países. En otras palabras, como expresa Naidorf (2005), no promueven la búsqueda desinteresada de la verdad ni pretenden atender a los

problemas urgentes de las sociedades latinoamericanas. Alcántar-Arcos (2004) advierten que “las concepciones reduccionistas empobrecen el concepto de vinculación, el cual podría tener un alcance extraordinario. Para ello, se necesita que la vinculación sea concebida como la relación de la institución en su conjunto con la sociedad, considerando también a esta última de manera integral; esto es, no limitada solamente a los sectores productivos, sino incluyendo también al sector social (agrupaciones ciudadanas, órganos de gobierno, partidos políticos, etc.). La idea es que todas las áreas del conocimiento que cultivan las IES aporten algo a la sociedad, mientras que esta última corresponda a su vez con aportaciones valiosas”.

Los efectos de esta relación basada en la búsqueda de ganancias, que es el objetivo esencial de la empresas, desvirtúa la misión de la academia, pues el modelo de vinculación U-E que atienda solamente a la variable económica conducen al incremento de la investigación aplicada en detrimento de la investigación básica, más control de las corporaciones multinacionales sobre la investigación científica, mayor dependencia del financiamiento externo. En tal virtud, la educación superior corre el peligro de responder solo a las exigencias mercantilistas, y según varios expertos, parece que esta tendencia se acrecentará en los años que vienen. Si esto se cumple tendremos que hablar de “empresaridad” antes que de universidad. Camila Amaranta líder del movimiento universitario chileno denunciaba: “Hoy la Universidad es cada vez más un proyecto sin otro norte que no sea el que le señala el mercado, a la educación superior, se le ha puesto precio y nuestras universidades son medidas por criterios industriales de producción”

A tal punto ha llegado el valor de la relación universidad-empresa que hoy se mide la calidad de una institución y se valora su prestigio por la cantidad de convenios que haya establecido con firmas, corporaciones o entidades industriales, mejor aún si en esta relación está de por medio acuerdos económicos significativos. Hay que ver como una que otra universidad nacional se vanagloria del acuerdo económico con alguna empresa de renombre o compañía transnacional. Indudablemente. Según esta óptica, no puede estar a la misma altura un convenio con una comunidad rural que otro con las grandes cadenas de producción alimenticia. Es decir, resultaría un mérito para cualquier casa de estudio que apoya a una compañía internacional a cambio de dinero, pero apenas sería valorada si apoya al desarrollo de una población marginal. Innegablemente se trata de axiologías diferentes, y ya sabemos que el dios dinero tiene suprema relevancia en el mundo, y hasta en la universidad, antes que cualquier acción solidaria.

Algunos autores consideran que no hay nada de malo que la relación U-E con tal que cumpla el principio de responsabilidad social. Este argumento se convierte en simple lirismo teórico, pues los intereses en las empresas son opuestos a los de los sectores populares. En definitiva, ¿cuál es el propósito esencial de las empresas? En términos crudos: ganar, lucrar, acumular, especular …. Eso de la preocupación por el bienestar del pueblo, el cuidado ecológico y otros eslóganes rimbombantes, son simple marketing para lograr menos resistencia del gran público a los ocultos propósitos de las empresas. Por caso una empresa farmacéutica, ¿realmente está interesada en la salud de las poblaciones más necesitadas o una industria química puede dejar de producir sustancias que afectan la salud humana?

Pero el peligro mayor no es tanto reducir la vinculación a la relación universidad-empresa, sino convertir a la primera en empresa, con lo cual se conformaría una fraternidad comercial con mutuos beneficios. En efecto, la tendencia actual, según Malangón (2005), es considerar que la universidad no tiene otra alternativa que asumir su destino actual y convertirse en una empresa del conocimiento, sujeta a las leyes y los mecanismos que regulan el mercado de los bienes y servicios. Es decir que debe

aceptar, de manera acrítica, las políticas y decisiones que los organismos multilaterales y los gobiernos han adoptado para la modernización de la universidad. Con este dogma la principal misión de la universidad queda relegada y la formación de profesionales se somete al criterio utilitarista. Vélez (2001) se opone a este reduccionismo cuando dice: “La universidad debe formar pensadores y no servidores de las empresas privadas o del Estado”.

Junto a estos análisis, un grupo de investigadoras argentinas lideradas por Judih Naidorf (2006) advierten sobre varios impactos negativos de la relación universidad-empresa dentro del enfoque economicista:

La relación U-E está basada en el conocimiento producido por las Universidades, y la posibilidad de su aplicación económica-lucrativa en los procesos de producción de bienes y servicios.

A partir del financiamiento brindado por el sector productivo para las investigaciones universitarias, se imprime a la investigación científica un carácter funcionalista al orientar gran parte de sus investigaciones a criterios comerciales y resolver problemas tecnológicos de las empresas.

Los tiempos destinados a realizar investigaciones dentro de los Institutos de investigación de las Facultades, correspondientes a proyectos de dedicación exclusiva, disminuyen (llegando en algunos casos al 50% del tiempo) a raíz de la atención que dedican a los contratos de investigación firmados con las empresas.

Por lo general la confidencialidad de la información es una de las obligaciones que exigen las empresas a partir de la instalación de un convenio con la Universidad, la cual debe estar dispuesta a no divulgar los secretos de las investigaciones realizadas.

El gobierno universitario se ve afectado por las imposiciones empresariales con la escusa de que financian proyectos. Nuestras universidades a están siendo conducidas a la heteronomía, en tanto condicionada por un nuevo actor: el mercado. En el modelo heterónomo, el poder para definir la misión, la agenda y los productos de las universidades reside cada vez más en agencias externas y cada vez menos en sus propios órganos de gobierno, de manera autónoma.

Afecta a la cultura académica generada por el diálogo y el consenso de los académicos para definir líneas prioritarias de investigación en favor de la sociedad. Se puede llegar al individualismo investigativo en función de quien financie los proyectos.

Debe reconocerse, además, que el intento de vincular U-E imitando modelos externos de países desarrollados es una tarea ilusoria. Nuestro sector empresarial o bien es subsidiario de las grandes corporaciones extranjeras, donde ocurren las innovaciones e inventos y luego son trasladados a nuestras naciones, o bien las pocas empresas autóctonas no tienen el potencial económico para financiar investigaciones de nuestras instituciones de educación superior. Las otras limitaciones que dificultan esta relación son la poca consolidación de la investigación como actividad universitaria, la existencia de reticencias internas en la comunidad docente para la adopción de prácticas empresariales, así como la débil demanda de conocimiento tecnológico y la baja capacidad de absorción del sector productivo. Esto ha creado un círculo vicioso: las universidades no producen conocimiento novedoso que puedan ofrecer a las empresas, pero al mismo tiempo las empresas no lo demandan, de tal manera que la

vinculación U-E se limita a una “universidad consultora”, Vega-Fernández-Huaca (2007). De ahí que nuestras entidades de educación superior prefieran, o quizás sea la única alternativa, relacionarse con el sector productivo a través de las prácticas de alumnos en las empresas y el asesoramiento y apoyo tecnológico.

Los autores citados concluyen que no se trata de copiar los últimos mecanismos que han tenido éxito en tal o cual país desarrollado, sino de sentar las bases que permitan facilitar posteriormente un marco adecuado para el desarrollo efectivo de las relaciones U-E, acoplado con la evolución histórica de las universidades.

VINCULACIÓN Y PERTINENCIA UNIVERSITARIA

En el orden de ideas que venimos discutiendo, al hablar de la vinculación universidad-sociedad es necesario analizar el mayor postulado de la academia como es el de la pertinencia. Según la Declaración de la Conferencia Mundial de Educación Superior en 1998, “La pertinencia de la educación superior debe evaluarse en función de la adecuación entre lo que la sociedad de las instituciones y lo que éstas hacen. Ello requiere normas éticas imparcial política, capacidad crítica y, al mismo tiempo, una mejor articulación con los problemas de la sociedad y del mundo del trabajo, fundando las orientaciones a largo plazo en objetivos y necesidades societales, comprendidos el respeto de las culturas y la protección del medio ambiente”.

Es fácilmente reconocible en esta declaración, como voz mandante a nivel mundial, establece que la máxima finalidad de la educación superior es responder a las particulares realidades de un contexto determinado. Y en el caso de nuestros pueblos, la pertinencia tiene una obligación de mayor exigencia, pues son innumerables las situaciones que requieren atención, acción solidaria y propuestas de solución por parte de instituciones que tienen el privilegio de ser culturalmente preparadas y que pueden generar conocimiento. A riesgo de ser cansinos al mentar los grandes males de nuestra sociedad, bien vale recordar que la pobreza, el atraso en todos los órdenes, la destrucción medioambiental, la incultura, la corrupción y otros lastres, deben ser los asuntos prioritarios que ocupen, de modo permanente, las mentes y las acciones de los universitarios.

Por supuesto que estos problemas no pueden ser solucionados con el mismo modelo capitalista que ha sido causante de los males mencionados y que, por desgracia, también orienta las funciones universitarias. La academia y todos sus miembros necesitan ejercitar su creatividad en la búsqueda de nuevas alternativas donde el humanismo y el cuidado del planeta sean los principios que guíen el desarrollo social y económico. Nótese la descomunal tarea que significa construir otra sociedad con diferentes valores, alejados de los convencionales valores alienantes que se ha erigido como verdades inmutables en el mundo entero. Precisamente, para hacer realidad esta nueva sociedad, De la Cruz y Sasia (2008), plantean tres preguntas concretas para guiar la edificación del mundo que soñamos: ¿cuál es el papel que cabe esperar de la universidad en el proyecto de construcción de una sociedad? ¿Qué es lo que debe hacer una universidad para mejorar la sociedad? y, finalmente, ¿qué le exige a una universidad cumplir con esa función social?

De estas consideraciones la pregunta surge sola, ¿cuál es el cumplimiento del principal precepto de la academia como es la pertinencia? La respuesta más común, pero las más ingenua, es la que sostiene que el hecho de profesionalizar a los jóvenes, desarrollar algún conocimiento para superar los problemas socioeconómicos

de las comunidades inmediatas, así como cumplir con la proyección social con programas asistencialistas, se estaría cumpliendo con el principio de pertinencia.

No faltan los que aseguran que respondiendo a los dictados de la sociedad tecnológica, de las élites empresariales y de los dueños del capital se estaría observando tal principio, después todo sostienen, son también parte de la sociedad. Lo que no llegan a dilucidar los defensores de esta tesis es que, precisamente esa sociedad que defienden y contribuyen a sustentarla es la causante de los lacerantes cuadros de pobreza, atraso, opresión que viven la mayoría de habitantes del mundo y del posible naufragio del “Titanic planetario”, como denomina Edgar Morin a la tierra; esa lujosa nave tecnocientífica pero sin rumbo. Faltaría espacio para presentar numerosas evidencias que demuestren la validez de esta argumentación, solo como ejemplos ilustrativos citemos a los descubrimientos de nuevos productos químicos que han asolado nuestros campos, la aplicación de estrategias de marketing para inducir al consumo desenfrenado de la población; la creación de innovaciones tecnológicas para prescindir del trabajo humano … De estas y muchas evidencias, se puede concluir que la academia es pertinente para la economía de mercado, aunque esto signifique profundizar la dependencia y el atraso de nuestras naciones.

En este sentido, especial mención merecen los avances científicos en el mundo moderno exhibe como muestra paradigmática del “éxito” de esta sociedad capitalista y que, según los panegiristas del sistema, son productos que han beneficiado a la humanidad; todo lo cual, demostraría que la pertinencia tiene plena realización. En este punto cabe preguntar nuevamente si dichos asombrosos descubrimientos han contribuido a superar los cuadros de dolor y sufrimiento de enormes conglomerados humanos. Al convertirse esos avances en mercancías que solo puede ser pagadas por los potentados del planeta, de ningún modo pueden ser aceptados como patrimonio humano. Si el conocimiento dentro de la ética universal, y más de la academia, debe ser un recurso que beneficie a toda la especie humana, ¿por qué tiene que volverse un recurso de venta que posibilita la acumulación de los dueños del capital? Siendo así, resulta que la pertinencia de la universidad se ha cumplido solo en el caso de los privilegiados de la tierra, lo cual contradice la Declaración de la Educación Superior citada más arriba.

En la situación concreta de nuestras realidades, conviene averiguar si los avances científicos, tecnológicos, culturales … de la universidad ecuatoriana han aportado a superar la pobreza, el desempleo, las enfermedades endémicas, las carencias nutricionales, la corrupción, la violencia, la contaminación; si ha aportado al mejoramiento productivo de nuestra tierra, a superar la brecha tecnológica o a la dignificación del obrero. Un caso específico sería saber si las instituciones se han sumado con programas concretos al cumplimiento de los Objetivos del Milenio. De hecho, las pruebas categóricas de estos logros, verificaría que los centros de educación superior estarían cumpliendo con el atributo de pertinencia. Por el contrario, si alguien tiene la impresión que poco es lo ha aportado la academia ecuatoriana para solucionar estos penosos hechos, está en lo cierto.

Pero para evitar ser injustos, debemos decir en descargo de la universidad ecuatoriana y de sus miembros que su impacto ha sido y será muy escaso porque son males estructurales propios de la sociedad capitalista que los generó. No podemos pecar de inocentes al creer que estas funestas venialidades que históricamente vienen sobrellevando nuestros pueblos desde el atroz colonialismo, puedan ser corregidos o siquiera paliados por la acción pertinente de la academia.

El problema de la falta o la escasa pertinencia tiende a profundizarse si sabemos que la universidad está más preocupada por las exigencias del poder económico nacional

e internacional que por los problemas y necesidades propias de nuestra realidad. De hecho, algo o mucho podría hacer la academia para apoyar a la solución de los dilemas socioeconómicos, siempre y cuando se empeñe en cumplir a cabalidad con el postulado de pertinencia, en el cual la vinculación tendría plena coherencia. Pero para ello, requiere desarrollar una profunda conciencia crítica de la realidad donde está inserta, junto a la autocrítica de su papel histórico, y luego proponerse, de manera denodada, a buscar nuevas formas de organización económica, política, social, axiológica para el país. No sabemos cuánto puede tardar esta gigantesca tarea, pero obviamente es de imperiosa necesidad ética su cumplimiento. En esencia, se trata de alcanzar “la sociedad del conocimiento con altos niveles de pertinencia social, económica y cultural”, (García Guadilla, 1997) y para ello, las transformaciones en las instituciones de Educación Superior constituyen los mecanismos obligados que pueden hacer posible tan alta aspiración.

Ponemos en duda, entonces, que imitando a las academias norteamericanas o europeas, como es la obsesión de algunos gobernantes y académicos criollos, se pueda superar el subdesarrollo que arrostramos. La “nordomanía” que criticaba Leopoldo Zea como la tendencia a imitar e idolatrar todo lo que vienen del Norte, ciertamente no nos llevará a solucionar nuestros problemas. “Formar los técnicos que supuestamente posibiliten nuestro desarrollo. Desarrollo del que sigue siendo modelo el sistema que nuestros pueblos están condenados a servir. Se trata, simplemente, de formar mejores servidores al sistema del que somos dependencia, ajeno al beneficio de nuestro propio y auténtico desarrollo. Las humanidades hoy, como ayer, son vistas con desconfianza. Y es que las humanidades no forman técnicos, profesionistas, sino se preguntan sobre las razones de tal formación. ¿Para qué los técnicos? ¿Para qué la ciencia? ¿A qué han de servir la una y la otra?” (Zea, 1985).

Como puede verse, aunque se sugieren soluciones idealísticas siempre quedarán las dudas: ¿podrá la universidad ecuatoriana ponerse al servicio de los más urgentes requerimientos del país o continuará de manera inexorable al servicio del poder mercantilista? ¿Podrán las funciones de docencia, investigación y vinculación seguir otra orientación que reclaman la mayoría marginada de nuestra sociedad o proseguirán en favor de las clases dominantes? Las respuestas a estas cruciales inquietudes las tienen las instituciones y sus académicos.

LA RESPONSABILIDAD SOCIAL DE LA ACADEMIA

En los últimos tiempos se habla y se escribe mucho sobre la responsabilidad social como un valor intrínseco de la academia, atributo que también es citado por las empresas y corporaciones económicas de diferente índole. Ahora todo el sector productivo y empresarial asegura que busca cumplir con la responsabilidad, compromiso u obligación social.

Esta actitud se debe más que nada a la alarma mundial frente a la creciente posición de indiferencia de la gente ante los problemas de la humanidad y del planeta, lo cual está permitiendo la pérdida de principios y valores, la contaminación ambiental, la violencia, el desorden social, la deslegitimación del orden establecido y más. Estos hechos pueden provocar una verdadera catástrofe que puede inclusive poner en duda la supervivencia de la humanidad y del planeta. Los expertos están de acuerdo en que para evitar este cataclismo moral, el Estado, las organizaciones productivas, los profesionales y las entidades educativas son quienes deben asumir una posición de liderazgo para combatir estos flagelos.

Debe destacarse que en los últimos tiempos el sector productivo y empresarial hablan con más frecuencia sobre la necesidad de replantear su responsabilidad social  en todas sus dimensiones, pues de no hacerlo, estarán construyendo su propia destrucción, es decir optar por una posición ética, moral y de responsabilidad que impida un futuro fatídico. Sobre todo en el área ambiental, el desarrollo sustentable y la producción limpia es donde las empresas productivas y de servicio han prestado mayor atención. Ahora estas entidades publicitan que la responsabilidad social “es un buen negocio”, dicho de otra forma, pregonan que las acciones con responsabilidad social no son un gasto, sino una inversión que genera ganancias y utilidades, en algunos casos de forma inmediata, y en otros a mediano y largo plazo.

El seguimiento que han dado los lectores a los razonamientos expuestos en la presente ponencia, puede permitirles optar por los menos una posición escéptica y hasta opuesta a los pregoneros de la responsabilidad social empresarial. Ciertamente, hablar, por ejemplo, de desarrollo sustentable en el régimen capitalista asoma como una broma de mal gusto. Infinidad de autores han demostrado con argumentos contundentes y cifras la imposibilidad del desarrollo sustentable dentro del modelo capitalista que domina el mundo.

La sostenibilidad ecológica, por ejemplo según, Gutiérrez (2006), la utilización de los recursos y la emisión de los residuos y contaminantes está expresada en hectáreas globales por medio del cálculo del espacio productivo requerido para proveer dichos servicios utilizando la tecnología actual. Un ciudadano mundial promedio tiene una huella ecológica de 2.9 hectáreas globales. Este valor para un ciudadano de Brasil es igual a 2.2 hectáreas globales y para un ciudadano de Gran Bretaña es igual a 6.3 hectáreas globales, y de allí nacen los superávit o cargas positivas y los créditos, es decir las cargas negativas. Y se sabe por qué no se detiene la deforestación de la Amazonia, por qué se contaminan las aguas, por qué no se controla efectivamente la emisión de gases del efecto invernadero, simplemente porque tienen costos que disminuyen las ganancias de las empresas y las transnacionales.

En cuanto a la insosteniblidad social, se pueden ver algunos ejemplos de situaciones que se mantienen en el tiempo e incluso han empeorado.  Hay 842 millones de personas hambrientas y el 20 % de la población mundial tiene subnutrición crónica (no recibe diariamente o en períodos prolongados o críticos de su desarrollo, alimentación suficiente y nutritiva peligrando su vida, su salud y su desarrollo físico e intelectual). Cada año mueren 3,5 millones de niños por malnutrición. La duplicación de los precios de los productos básicos durante los últimos tres años "podría hundir más profundamente en la miseria a 100 millones de personas" en los países pobres. El relator especial de las Naciones Unidas para el Derecho a la Alimentación, Jean Ziegler, consideró como mayores culpables las políticas desastrosas del FMI, al "dumping" agrícola de la Unión Europea en África, a la especulación bursátil internacional sobre las materias primas, influida por los llamados biocombustibles; al gobierno de Estados Unidos y a la Organización Mundial del Comercio.

Por su parte, la insostenibilidad económica, según el mismo autor, puede verse cómo el fomento del lucro desmedido ha llevado al capitalismo a convertirse en un monstruo creador de riqueza para pocos y de desempleo y miseria para la mayoría, en cuanto a la desinversión en los sectores productivos, que mal que bien creaban empleos y generan bienes y servicios (deslocalizando empresas llevándose empleos a países con menores sueldos, imponiendo los contratos basura) para centrarse en la especulación financiera. En algunos países los empresarios e industriales pasan de producir a importar. La explosión de la actual crisis no es más que el afán de la ganancia y acumulación de riquezas, en complicidad con los gobiernos y sus políticos, que una vez en el poder, traicionan a sus votantes, incluso gobiernos que se denominan de izquierda, pero que han perdido sus principios.

¿Hay alguien que pueda contradecir estos hechos? Aunque resulta difícil negar estos acontecimientos, no faltan expertos, e inclusive académicos, que creen posible el desarrollo sustentable. Lo demuestra los cursos y maestrías que se implementan en la academia para lograr que las personas que andamos a pie trabajemos para un desarrollo sustentable, pero no se propone acciones de los ciudadanos y de los pueblos para eliminar un sistema fundamentado precisamente en la destrucción del planeta y en la exclusión de la gran mayoría de sus habitantes.

Toda esta argumentación es muestra clara de la severa contradicción del sistema empresarial al proclamar que cumplen con la responsabilidad social. Los acontecimientos reales verifican que su propaganda no es sino un engaño a los ciudadanos, para no aparecer de culpables de las penosas condiciones de la humanidad y del planeta. Es poco probable que las empresas asuman una política de responsabilidad social si saben que eso convierte en un gasto que va en contra de sus intereses y estados financieros, pues no se puede desconocer que en el lenguaje empresarial todo se mide en costos de inversión y en la recuperación de la misma.

Junto a ello, es preciso estar alertas ante las exigencias de la evaluación de las universidades por los órganos de control, cuando solicitan evidencias de la “gestión de la responsabilidad social”, mediante indicadores cuantificables. Adviértase que solo el término “gestión” ya nos introduce en el ambiente empresarial; algunos van allá al hablar de “gerenciar lo social”. El peligro que encierra esta aproximación a la responsabilidad social desde este patrón empresarial es que la propia responsabilidad queda sometida al criterio de la utilidad y esta es una medida a la que es difícil ponerle un límite preciso en una institución universitaria. De hecho, puede acabar teniendo tal magnitud y fuerza en la gestión universitaria que acabe sometiendo también sus fines al yugo de su utilidad, entendida en este caso en términos estrictamente económicos, donde “lo útil” se identifica con “lo económicamente rentable”, y este es un armazón muy estrecho para las universidades (De la Cruz-Sasia, 2008). Bien decía Ortega y Gasset: “La definición de la verdad por la utilidad es la definición de la mentira”.

Con este análisis previo, es del todo pertinente preguntar ¿cuál es el papel de la responsabilidad social de la academia y qué puede hacer para que este valor tenga fiel cumplimiento? Aunque no debería ser necesario plantearse esta inquietud por la obvia razón de que la universidad es sinónimo de responsabilidad social o expresado de otro modo, es la esencia de su accionar docente, investigativo y de proyección social; sin embargo, no pocos autores reclaman el creciente olvido, consciente o inconsciente, de su responsabilidad social. Las palabras de académico mexicano Carlos de la Isla (1998) son elocuentes y conmovedoras: “La universidad traiciona su compromiso social cuando deja de ser baluarte en contra de la dominación y termina ella misma dominada y aun dominadora. Esto sucede cuando, de conciencia crítica de la sociedad, de inteligencia lúcida que analiza, cuestiona, denuncia y anuncia, se convierte en apéndice enfermo del sistema. Lo que resulta más grave cuando el sistema enferma … Muchas universidades dicen fomentar la paz y generan la competencia de todos contra todos; claman desde algunas cátedras la justicia social y en la práctica favorecen a los que ya son favorecidos y privilegiados. Y cuando quiere la universidad comprometerse con el servicio a la sociedad confunde, tantas veces, el servicio con el servilismo… Se somete servilmente cuando con gesto de justicia genera sus programas curriculares o de investigación de acuerdo a las especificaciones y exigencias de los monopolios empresariales para los que la producción universitaria resulta un subsidio que les ahorra la inversión para producir sus propios funcionarios. ¿A quién sirve al universidad cuando cumple las demandas y hasta los detallados deseos de los rascacielos que dictan la técnica convertido a en poder llamada tecnocracia?”

Nosotros nos sumamos a estos reclamos, porque como hemos relatado a lo largo del documento va en aumento la inclinación de la academia hacia los intereses del mercado antes que por el contexto real en el que está inmerso.

Por último, no es posible una exposición amplia de cómo la universidad puede cumplir a cabalidad la responsabilidad social con su contexto, solo a modo de ejemplo citamos el esquema propuesto por el investigador peruano Francois Vallaeys que resume de manera apropiada los alcances y las tareas de la universidad para cumplir con su responsabilidad social (RSU).

En el intento de lograr una universidad socialmente responsable es de vital importancia orientar todos nuestros esfuerzos a la formación de otro profesional con conciencia crítica y social, para evitar sea fácil presa de los antivalores del individualismo y la competitividad que tanto preconiza este sistema. Se necesita, con urgencia, formar el tipo de estudiante que:

Haya desentrañado críticamente los intereses mercantilista que han provocado el sojuzgamiento de nuestros pueblos.

Haya logrado sensibilizarse ante las injusticias sociales y con voluntad de comprometerse en acciones concretas para superarlas. Un estudiante que haya podido desarrollar su propia capacidad solidaria en acciones de extensión conducidas desde la universidad.

R.S.U.organiza

GESTIÓN DE LA UNIVERSIDAD COMO UNA

ORGANIZACIÓN SOCIALMENTE

RESPONSABLE EJ EMPLAR(doble aprendizaje: el

estudiante aprende en y de la Universidad)

Cultura democrática,Gestión ecológica,Bienestar social,

Lucha contra segregaciones,Imagen institucional

responsable, etc.

capacita

DOCENTES Y PERSONAL

ADMINISTRATIVO FORMADOS AL

ENFOQUE DE RSU

enseña

EL APRENDIZAJ E BASADO EN

PROYECTOS CON IMPACTO SOCIAL

apoya EL VOLUNTARIADOESTUDIANTIL

promueveEL DESARROLLO DEL

PAIS(Proyección social,

Extensión universitaria, transferencia tecnológica, consultoría, asociación

estratégica con municipios, capacitación

de profesionales, funcionarios públicos,

docentes, etc.

orienta

LA INVESTIGACIÓN HACIA LA SOLUCION DE

PROBLEMAS SOCIALES(interdisciplinariedad, investigación aplicada, Desarrollo sostenible,

Desarrollo Humano, etc.)

Se da cuenta de

LAS CRISIS DEL SABER Y DEL

MUNDO ACTUAL:Fragmentación de los

saberes, crisis sociales, económicas, culturales, ecológicas, necesidad de control social de la ciencia...

LA REFORMA R.S.U. EN LA UNIVERSIDAD

R.S.U.organiza

GESTIÓN DE LA UNIVERSIDAD COMO UNA

ORGANIZACIÓN SOCIALMENTE

RESPONSABLE EJ EMPLAR(doble aprendizaje: el

estudiante aprende en y de la Universidad)

Cultura democrática,Gestión ecológica,Bienestar social,

Lucha contra segregaciones,Imagen institucional

responsable, etc.

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DOCENTES Y PERSONAL

ADMINISTRATIVO FORMADOS AL

ENFOQUE DE RSU

enseña

EL APRENDIZAJ E BASADO EN

PROYECTOS CON IMPACTO SOCIAL

apoya EL VOLUNTARIADOESTUDIANTIL

promueveEL DESARROLLO DEL

PAIS(Proyección social,

Extensión universitaria, transferencia tecnológica, consultoría, asociación

estratégica con municipios, capacitación

de profesionales, funcionarios públicos,

docentes, etc.

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LA INVESTIGACIÓN HACIA LA SOLUCION DE

PROBLEMAS SOCIALES(interdisciplinariedad, investigación aplicada, Desarrollo sostenible,

Desarrollo Humano, etc.)

Se da cuenta de

LAS CRISIS DEL SABER Y DEL

MUNDO ACTUAL:Fragmentación de los

saberes, crisis sociales, económicas, culturales, ecológicas, necesidad de control social de la ciencia...

LA REFORMA R.S.U. EN LA UNIVERSIDAD

Haya desarrollado habilidades sociales y de trabajo comunitario. Un estudiante formado a la ética del diálogo.

Haya reconocido su papel de promotor de democracia y participación, que sabe ser ciudadano.

LA VINCULACIÓN COMO FUNCIÓN UNIVERSITARIA PARA CUMPLIR CON EL PRINCIPIO DE PERTINENCIA

Al llegar al epílogo de la presente ponencia, la interrogante obligada es: ¿qué hacer?; inquietud que nos lleva otras preguntas decisivas: ¿admitimos la vinculación como otra función universitaria o reforzamos la función de extensión?, ¿es posible prescindir de la vinculación desde la óptica mercantilista?, ¿puede construirse una vinculación orientada hacia nuestras realidades?, ¿es factible armonizar las dos variantes?

Las posibles respuestas a estos dilemas demandarían un espacio amplio de reflexión y discusión que por desgracia no es posible exponerlas en una ponencia. No obstante, el tema exige que se formulen por lo menos ideas generales para contestar las incógnitas planteadas.

A nuestro entender, aunque la mayoría de especialistas afirman que la vinculación es una nueva función de la academia y que abarcaría a la extensión, ésta parece interpretar de mejor manera el papel de la academia frente a su entorno. Se ha reconocido que la vinculación tiene una connotación esencialmente economicista, que busca a las instituciones obtener recursos y a las empresas incrementar sus negocios. Según la tradición, desde la Declaración de Córdoba, la extensión ha sido concebida como una proyección de la academia hacia los sectores sociales, para conseguir su desarrollo autónomo y sustentable. Desde luego, que esta renovada visión de extensión por la que abogamos debe superar las interpretaciones asistencialistas o filantrópicas que han caracterizado a la mayoría de los programas de nuestras universidades. No se puede olvidar tampoco, que los problemas y situaciones del entorno se constituyen en elementos importantes para su inclusión en los currículos universitarios. Es decir se trata de una relación dialéctica universidad-sociedad.

El otro dilema es la posibilidad de superar el carácter economicista universidad-sociedad que se ha convertido en un paradigma para la educación superior. Si se conoce que el mercado impregna todas las estructuras socioeconómicas, resulta por demás difícil prescindir de tal enfoque. La sola mención de esta posibilidad provoca aprensiones en todos los académicos, ante la perspectiva de quedar aislados de mundo globalizado, con las graves secuelas que ello acarrearía a cualquier país. Estríamos, pues, ante la famosa consigna del TINA (There is no alternative). Es obvio que el poderoso dinero es capaz de trastrocar los valores de humanismo y solidaridad propios de la extensión. ¿Cómo puede exigirse a una institución que prescinda de los pocos o altos recursos que el sector empresarial pueda brindarles y dedique todos sus esfuerzos a las necesidades comunitarias a cambio de nada?

Lo que no alcanzan a dilucidar la mayoría de directivos y académicos es que seguir a ciegas un modelo que hace agua por los cuatro costados, que va en “caída libre” como afirma el Premio Nobel Joseph Stingliz, o al “desastre” como asegura Noami Klein, en “decadencia” según Chomsky, no puede ser tomado como paradigma a seguir o reproducir. Los últimos acontecimientos que llevarán pronto a la quiebra del sistema, parece ser que no les causa ninguna preocupación y mucho menos les impulse a buscar alternativas futuras, actitud que desdice de su condición intelectual y ética pues continúan viviendo en la abyecta dependencia. “La teoría económica moderna con su fe en el libre mercado y en la globalización, había prometido prosperidad para

todos….La Gran Recesión (2008) –a todas luces la peor crisis económica desde la Gran Depresión de hace setenta y cinco años- ha hecho añicos esas ilusiones”, (Stingliz, 2010). Mientras los “Indignados” de los países europeos y del mismo Estados Unidos han levantado su voz de rechazo al modelo (“El 99 % de la gente ya no tolera la codicia y la corrupción del 1 %”), por acá en nuestras repúblicas seguimos creyendo que imitando los “logros” del neoliberalismo, alcanzaremos el ansiado desarrollo.

Aun así, no pueden faltar quienes opinen que la atención a las dos perspectivas –empresarial y social- sería la solución al dilema planteado, esta es la tesis común de los “intelectuales orgánicos”. Pero para quienes han seguido nuestros razonamientos reconocerán que esta opción se opone al principio de pertinencia. Como se analizó, la misión de la academia está encauzada hacia los problemas de sus medio, y pocos podrán aceptar que el quehacer empresarial tenga la misma finalidad. La disyuntiva en términos opuestos es, pues: solidaridad o negocio, que no es ni más ni menos que la discusión del nuevo siglo: economía solidaria o economía de mercado. De paso digamos que la universidad pública y la privada tendrán diferentes ópticas frente a este dilema.

Ha quedado implícito, además, que al hablar de vinculación se considera los sectores productivos sobre todo estatales que tienen igual misión que las universidades, y los posibles privados que tengan similar mística. Según Padilla y Marúm (2006), la vinculación universidad-sector productivo tiene sentido en tanto contribuya a solucionar los problemas nacionales y a combatir los fuertes rezagos sociales, pero también en tanto se convierta en un medio para que los alumnos y profesores aprendan, consoliden y apliquen sus conocimientos, fortalezcan y actualicen su formación.

Pero también la universidad recibe del sector productivo múltiples formas de retroalimentación. Dada la interrelación permanente y los objetivos comunes de largo plazo, se genera una interacción activa, multidireccional o al menos bidireccional entre la universidad y el sector productivo, provocando cambios y transformaciones sustantivas tanto en la organización y funcionamiento de las universidades, como en las empresas del sector productivo, que producen mecanismos de enlace permanentes y crecientes entre ellas, (Padilla-Marúm).

Asimismo, debe quedar claro que la construcción de una vinculación sustentada en la filosofía del desarrollo humano, propuesta por el filósofo indú Amartya Sen y la teoría de “Buen Vivir” planteada por los pueblos originarios de América Latina es la mejor opción para corregir los errores del desarrollismo neoliberal y de las posturas asistencialistas y paternalistas de nuestros líderes gubernamentales y hasta de la academia. No es posible un análisis detenido de estos aportes, pero debe estar claro que esta fundamentación teórica debería ser suficientemente conocida por académicos y estudiantes que participan en los procesos de extensión y vinculación.

El nuevo paradigma del Desarrollo Humano que se oponen a la visión mercantilista del desarrollo para el cual la acumulación material –mecanicista e interminable de bienes- es sinónimo de desarrollo y de bienestar colectivo. Como explica el teólogo brasileño Leonardo Boff, el término desarrollo, con todos sus apellidos -humano, sostenible, económico, social-, fue pensado desde el centro económico y del poder para imponérselo a la periferia. Una periferia que es esquilmada para que sean los otros los que crecen, se desarrollen, vivan mejor. Esta concepción propia de la ideología capitalista resulta inapropiada y altamente peligrosa para la existencia del hombre y de la naturaleza. Los siglos de aplicación de esta visión de desarrollo han sido tremendamente lesivo para la humanidad pues ha condenado a grandes masas a una

pobreza atroz y a condiciones de vida infrahumanas Asimismo, la naturaleza ha sido víctima de la codicia materialista de los amos del sistema hasta el punto de que se corre el riesgo de destruirla y con ello a todos los seres que viven en el “hogar Tierra”. “El crecimiento material sin fin podría culminar con un suicidio colectivo, tal como parece augurar el recalentamiento de la atmósfera o el deterioro de la capa de ozono, la pérdida de las fuentes de agua dulce, la erosión de la biodiversidad agrícola y silvestre, la degradación del suelo o la propia desaparición de especies de vida de las comunidades locales ...”, (Acosta, 2009).

El desarrollo mercantilista que domina el mundo es un “mal desarrollo”, según Tortosa (2011). Es un sistema basado en la eficiencia que trata de maximizar los resultados, reducir los costos y conseguir la acumulación incesante de capital. Este “mal desarrollo” generado desde arriba por los gobiernos centrales y sus transnacionales, o de las élites dominantes a nivel nacional ha afectado duramente a la seguridad de las poblaciones, a su libertad y a la identidad misma de los seres humanos. Ha convertido a la humanidad, según las palabras de Fromm, a meros apéndices de las fuerzas productivas para beneficio de un poder mundial y la opresión de inmensas masas humanas.

Frente al economicismo extremo de la sociedad occidental y a su particular idea de desarrollo, los pueblos del mundo, y más los países emergentes, necesitan construir otro tipo de desarrollo donde el ser humano sea el centro del mismo. Según esta nueva visión el desarrollo económico debe ser considerado como un medio para el bienestar del hombre y no un fin para la simple acumulación de capitales en pocas manos. La búsqueda de nuevas formas de desarrollo implica romper con la filosofía utilitarista que endiosa el mercado, el progreso material y la acumulación de dinero.

La economía solidara, en cambio, como explica Acosta, parte de la noción de que los bienes materiales no son los únicos indicadores de desarrollo, sino que existen otros valores: el bienestar humano, el conocimiento, el reconocimiento social y cultural, los códigos de conductas éticas en relación la sociedad y la naturaleza, la visión de futuro … Asimismo, los recursos naturales no pueden ser tomados como una condición para el crecimiento económico, es decir como un medio que posibilita el crecimiento material, sino como algo íntimamente ligado a los seres humanos. El hombre no puede vivir sin la naturaleza, es parte integral de la misma, en consecuencia no puede ser tomada como fuente de riqueza y de codicia extractivista. En resumen, los objetivos económicos de progreso deben estar subordinados a las leyes del funcionamiento de los sistemas naturales y a los criterios de respeto a la dignidad humana.

En oposición al vivir mejor del primer mundo -el vivir mejor del crecimiento continuo y del consumo asociado a la lógica neoliberal-, el Buen Vivir defiende un modelo de vida más justo para todos. En vez del actual sistema donde muchos tienen que vivir mal para que unos pocos vivan bien (para asegurar las desmedidas demandas de consumo y despilfarro del Primer Mundo tiene que haber un Tercer Mundo que aporte materias primas y mano de obra barata), el Buen Vivir habla de equilibrio, de un desarrollo a pequeña escala, sustentable, en armonía con la madre Tierra. La preocupación principal no es acumular, al contrario, se apunta hacia una ética de lo suficiente para toda la comunidad, y no solamente para el individuo.

Como se ve, son principios teóricos que proporcionan luz a los programas de vinculación y extensión, a diferencia de los fundamentos nórdicos que sugieren la adopción de la visión mercantilista como única opción para conseguir el “desarrollo” y la “calidad” de nuestras universidades. También puede reconocerse que son bases y argumentos útiles para definir una vinculación universitaria que se engarce a las políticas de Buen Vivir, con la seguridad de que solo así estaríamos cumpliendo con los auténticos fines de la vinculación. De lo contario permaneceremos en los

anquilosados programas caritativos, desde la óptica superior-inferior, o, lo que es peor, estaremos utilizando la vinculación para consolidar los objetivos del mercado y con ello a reforzar la dependencia y el subdesarrollo del país.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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EL ANTAGONISMO ENTRE LA POLÍTICA DEL BUEN VIVIR Y LA ADMINISTRACIÓN DE LA EDUCACIÓN SUPERIOR

A pesar de la aprobación de la nueva Constitución donde se patentizan los grandes lineamientos a seguir por el Ecuador en los próximos tiempos, resulta por demás extraño comprobar que los organismos rectores de la educación superior como la SENACYT y el CEAACES promuevan en sus reglamentos, normas y prácticas, modelos académicos contrarios a la filosofía del Buen Vivir.

Les resultará difícil negar a las autoridades de la educación superior el sesgo neoliberal, empresarial y mercantilista que subyace en los diferentes normativas que emiten. Pruebas al canto:

Analícese las propuestas técnicas de gestión universitaria creadas por funcionarios de la SENACYT y se podrá comprobar el evidente tecnicismo extraído de los modelos empresariales del norte. Ante la arremetida del mercado, por desgracia, nuestras instituciones han sido fácil presa del “gerencialismo” denunciado por varios expertos como Halliday. Según esta óptica, los centros educativos deben manejarse

como empresas para lograr la eficiencia, la eficacia, la competitividad y la calidad total. Para ello, ya no deben existir directores o rectores, sino gerentes que administren los recursos humanos, económicos y materiales, los alumnos son clientes, los empleados “talento humano” y el conocimiento es mercancía, la enseñanza se transformó en “coaching” … Es decir, se ha producido la transferencia de toda una jerga tecnicista, procedimientos mecanicistas y posiciones autocráticas propias de las rancias empresas norteamericanas.

Para el cumplimiento cabal del modelo empresarial, los directivos de la universidad deben cumplir a raja tabla los vademécums de gestión que no son sino una verdadera retahíla de procedimientos y acciones operacionales, de corte instrumental, que apenas se pueden ser responder a nuestros contextos y, sobre todo, a la administración de las entidades educativas. Lo que sucede es que la educación superior no ha podido generar su propia teoría y práctica de administración, por lo que deben adoptar modelos de las grandes empresas extranjeras para gobernar nuestras universidades, con el supuesto de que ello les puede llevar a la calidad académica. Resulta claro que una universidad no es una empresa, ni una industria, y mucho menos una corporación que produce bienes y servicios. Bien harían los directivos universitarios en profundizar la verdadera esencia de la academia y con ello devolverla su genuina misión, ubicándola en el pedestal del conocimiento, la reflexión, la sabiduría, la ética …

Resulta extraño pensar que la academia con todos sus cerebros posibles y sus Facultades de Ciencias

Administrativas y hasta de los PhDs que regentan la educación universitaria, no hayan podido generar procesos teóricos y técnicos de administración acordes a nuestra realidad y a la naturaleza educativa. Lo demuestra el hecho de aceptar sin ningún sentido crítico categorías como “capital humano”, “gestión del conocimiento”, “planes estratégicos”, “alianzas estratégicas”, “ventajas competitivas”, “liderazgo sinergista” … sin percibir que son fórmulas propias de la economía de mercado. Es decir, nos hemos entregado, de manera consciente o inconsciente, al paradigma empresarial que responde, a su vez, a la ideología neoliberal. Como decía algún pensador hace tres décadas nuestras universidades eran semilleros de críticos revolucionarios, ahora son semilleros de emprendedores competitivos.

En esta misma línea, el CEAACES determina que en el futuro los egresados de las Carreras serán evaluados en base a los “resultados de aprendizaje”, que deben plantearse en forma de conductas observables. Es decir, cuando habíamos superado en nuestros centros universitarios la “larga noche conductista”, venimos a comprobar que se retoma este modelo atentatorio, desde cualquier punto de vista, pues se trata de una visión reduccionista de la personalidad humana que fue utilizada como respaldo psicológico del taylorismo y el fordismo de décadas pasadas.

Aunque los directivos del SENACYT claman por el desarrollo investigativo en los claustros y aulas universitarias, resulta insólito que se imponga modelos de planificación (silabus) que privilegian el academicismo, el cientificismo y el rasgo libresco del conocimiento. Se exige que los académicos presentemos planes “escueleros”, sin percibir que la

planificación universitaria debería responder a procesos netamente investigativos.

Como se mencionó, la capacitación emprendedora parece ser uno de los objetivos centrales de la formación universitaria. En los tiempos de mercado, no es necesario prepara gente que piense, reflexione, o cuestione, sino profesionales que sepan cómo “hacer cosas” y cómo esta preparación le puede brindar recursos económicos suficientes. Con ello se genera el máximo valor de la competitividad, que no es sino un eufemismo del “darwinismo social”.

Para muchos autores, la vinculación universitaria que tanto insisten las autoridades de educación superior, que se ha transformado en la cuarta función universitaria, responde al modelo nórdico de la relación universidad-empresa. Aunque esta orientación no está totalmente consolidada en nuestro país por el escaso desarrollo de las empresas poco dispuestas a financiar proyectos, es notorio el interés de los organismos que dirigen la educación superior porque las entidades universitarias demuestren esta relación, con el consiguiente peligro de la postergación de la clásica extensión universitaria.