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XXVIIª Jornadas Unidad Católica

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“El Liberalismo ideológico y sus

consecuencias en lo religioso”

XXVIIª Jornadas de la Unidad Católica

07/07/2016

José Fermín Garralda Arizcun

Col. Bemba nº 5

Año 2016

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Acueducto neoclásico de Noáin, de Ventura Rodríguez. No hay acueducto sin arco, ni época sin antecedente y consecuente. Foto:JFG2016

Autor: José Fermín Garralda Arizcun

Título: “El Liberalismo ideológico y sus consecuencias en lo religioso” XXVIIª Jornadas de la Unidad Católica Pamplona, 7 de julio de 2016 C/ Arrieta nº 2 31002 Pamplona – Navarra - España [email protected] Colección: Bemba nº 5 historiadenavarraacuba.blogspot.com Sitio Web de José Fermín de Musquilda * Queda prohibida la reproducción total o parcial de este trabajo y de sus imágenes sin permiso del autor. Hay derechos de autor.

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El Liberalismo ideológico y sus consecuencias en lo religioso.

XXVIIª Jornadas de la Unidad Católica

Al Sr. D. Alberto Ruiz de Galarreta, de quien tanto hemos aprendido.

Mantiene y sigue, inasequible al desaliento y sin desfallecer, los principios y práctica católica

en medio de las inquietudes de los siglos XX y XXI, y continúa los ideales

y prácticas fundamentales de nuestra tradición católica y española.

Con admiración.

José Fermín Garralda Arizcun XXVIIª Jornadas de la “Unidad Católica”

Zaragoza, 2 y 3 de abril de 2016 7 de Julio de 2016

ÍNDICE: Introducción. Nuestras inquietudes. PARTE I: Recordatorio básico sobre el Liberalismo en sus principios y

actuación: Qué es el liberalismo. Los grados de liberalismo. El liberalismo católico. El liberalismo práctico.

PARTE II: Situaciones prácticas que expresan, conllevan y multiplican los errores liberales: Efecto multiplicador. Consecuencias que con causas, causas que son consecuencias. Conclusiones.

Apéndice histórico. 1) Magisterio de Juan Pablo II a los jóvenes. 2) La esencia del liberalismo: la independencia del hombre respecto de Dios como autoridad, justificación y fundamento. 3) Procedimientos fundamentales de política según el catolicismo liberal y los liberales resabiados. 2.1.) En relación con las posibilidades políticas y límites del católico. 2.2) En relación con los propósitos y estrategia política del momento.

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Introducción. Nuestras inquietudes.

OY COMO AYER, existen diversas razones que explican la actual crisis mundial en las sociedades, instituciones y las comunidades políticas, así como la crisis en las

familias –Iglesia doméstica- y la propia Iglesia católica. Trataremos sobre algunas cuestiones al respecto, concretamente a las relativas a cómo vivir la religión católica.

La práctica de la moral natural y la religión en la vida fue controvertida por muchos, imbuidos del Liberalismo ayer y, hoy, del llamado progresismo religioso que ha dejado tras sí un reguero de mundanismo, secularización e inmoralidad. Reconocemos que las circunstancias cambian demostrando el transcurso del tiempo, y que no es lo mismo un siglo o largo período que otro. Pongamos un ejemplo como fácil recurso. Hacia los años cincuenta del siglo pasado hubo grandes discusiones sobre la licitud o no del “baile agarrado” entre las gentes de nuestros reservados valles y pueblos, lo que en nuestros días es discusión sobre otras cuestiones relativas a una insolente promiscuidad y que se salen de las cuestiones opinables. Lo cierto es que, además de las valoraciones culturales, lo que es la psicología y naturaleza humana tienen sus límites y exigencias con independencia del siglo en el que se vive. Por mucho que las culturas cambien –la historia refleja este hecho-, las buenas costumbres, la prudencia y las exigencias de la naturaleza humana reclaman sus derechos.

Los organizadores de estas XXVIIª “Jornadas de la Unidad Católica” han tenido la gentileza de limitar el contenido de la presente exposición. He de agradecerles que hayan encargado otras cuestiones a otros ponentes, tal como analizar las repercusiones del Liberalismo en los tres ámbitos siguientes: en el ámbito del pensamiento por lo que respecta a la Iglesia española actual, en el campo moral en unos tiempos in crescendo amorales hasta llegar a situaciones espasmódicas, y, por último, en la actualidad política española.

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Por nuestra parte, intentaremos analizar adecuadamente las consecuencias del Liberalismo en el ámbito estrictamente religioso, con exclusión –decimos- de la moral, del pensamiento y la política actuales, aunque en realidad todo ello se encuentre interrelacionado. Digamos que dicho Liberalismo ideológico no es de hoy, sino que hunde sus raíces en el siglo XIX y antes, fruto del naturalismo y el racionalismo secularizador.

Me referiré a las lamentables consecuencias del Liberalismo en materia de religión en el ámbito o núcleo del yo personal, esto es, en sí mismo, en su entorno familiar, y en la vida eclesial y social. Para ello recordaremos las enseñanzas de siempre sobre algunos aspectos de cómo vivir la moral y la religión revelada en Verdad.

También explicaré, en los apéndices, qué es el Liberalismo en materia religiosa, su proyección en la cultura actual, y los procedimientos nucleares de actuación pública derivados del propio sentido de la fe –el denominado sensus fidei-. Tales apéndices recogen varias perspectivas, que hemos visto reflejadas en nuestros días.

En primer lugar, nuestros apéndices insertan un pedagógico texto clásico del siglo XIX, totalmente vigente hoy, sobre qué es el Liberalismo ideológico en el estricto ámbito de la religión, aunque también pudiéramos aportar los escritos de San Ezequiel Moreno y Díaz (obispo de Pasto, Colombia) que identifican las diferentes tentaciones que nos acercan al Liberalismo.

En el segundo apéndice, se mencionan las perspectivas pastorales de Juan Pablo II a los jóvenes, insertas en la crisis de la actualidad, pastoral ésta que se conecta maravillosamente con la crítica a la Ilustración anticristiana, en cuanto racionalista y secularizadora, del siglo XVIII.

En tercer lugar, nos hacemos eco de las prácticas sociopolíticas originadas en el siglo XIX y extendidas hasta el día de hoy. Cambian los agentes aunque el marco y contenidos son similares. Aunque los perfiles actuales sean diferentes a los ya conocidos de los siglos XVIII y XIX, hoy día se mantienen en lo esencial, pues la situación actual es en buena parte resultado del transcurso de un largo período de siglos en la historia de Europa. Sobre esto, los temas son recurrentes. Por ejemplo, recogemos que, sin venir a cuento toda vez que no hay motivos al respecto ante la inexistencia de Estados confesionales católicos, la más alta jerarquía de la Iglesia dijo este año que la Iglesia católica no era partidaria de la confesionalidad de los Estados. Lo que no decía es qué se entiende por Estado, si la comunidad política con los poderes civiles supremos –que ciertamente debe dar culto a Dios y dirigir hacia Él la legislación y preocupación por la ciudad-, o bien el estatismo actual versus pre

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totalitarismo moderno, o en la teocracia del Islam. La encíclica Quas Primas (1925) de Pío XI es bien clara al respecto, de manera que el poder civil puede y debe ser católico y por ello huir de lo que podríamos llamar totalitarismo para el bien, alejarse de la teocracia –que nunca hubo salvo un período en la Edad Media-, así como de un modo de clericalismo liberal y demócrata-cristiano –tendencia ésta a desaparecer-, sabiendo que hoy día el Liberalismo teóricamente “neutro” es pre totalitarismo para el mal y que el clericalismo de los “buenos” es una instrumentalización de las realidades temporales al servicio de una supuesta libertad de la Iglesia. Escuchar a los hombres y mujeres de hoy es no pocas veces como escuchar las afirmaciones de los siglos XVI y XVII, y los pensamientos y mañas de los racionalistas del llamado siglo de “las luces” y del siglo XIX.

Los problemas más generales de la actualidad se empezaron a explicar en obras como –por ejemplo- El problema de Occidente y los cristianos (1964) de Federico D. Wilhelmsen, La crisis de la conciencia europea (1680-1715) (1975) y El pensamiento europeo en el siglo XVIII (1985) analizados por Paul Hazard, las diferentes ilustraciones del siglo XVIII identificadas por Carlos Corona Baratech, las aportaciones de Sarrailh sobre España en dicha época, Para que Él Reine (1961, 1972) de Jean Ousset, el análisis de Romano Guardini (n. 1885) sobre El ocaso de la Edad Moderna (1958) en el que destaca la secularización de las conciencias y el deseo de un poder inmanente y omnímodo para el hombre, las perspectivas de Comellas García-Llera sobre la paz de Westfalia, las grandes intuiciones de Hilaire Belloc en 1930 sobre el significado de Richelieu, la crítica a la obra de Lutero y otros reformadores protestantes, el pensamiento antropocéntrico del humanismo etc.

En otro orden de cosas, los riesgos de la actualidad en materia más estrictamente religiosa se anunciaron en la Carta “Testem Benevolentiae Nostrae” de León XIII sobre el “americanismo”, dirigida al cardenal James Gibbons y fechada el 22-I-1899; le seguirá la crítica a los errores modernistas hecha por Pío X en la Pascendi (1907) como lo hizo el Syllabus (1867) de Pío IX, el desenmascaramiento al movimiento Le Sillón francés planteada por Pío X en Notre chargue apostolique (1910) etc. Así, desde entonces hasta el presente y aunque haya situaciones cambiantes, muchos juicios sobre temas nucleares y situaciones prudenciales se mantienen en pleno vigor.

Existen temas profundamente humanos que aparecen y reaparecen como el Guadiana en la historia. Su solución también es similar. Por eso, por ejemplo, Pío XII trató en su tiempo cambiante sobre temas como el amor, el noviazgo, los problemas

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matrimoniales, la mujer moderna, la moda y el pudor, las buenas compañías, los espectáculos públicos, el heroísmo cotidiano, el compromiso cristiano, la educación, la televisión, las buenas y malas lecturas, el cine, el deporte, el apostolado seglar, la teología del martirio etc. (1). Lo mismo podríamos afirmar de los pontífices posteriores.

También el ritmo del magisterio pontificio va a la par a los maestros de espiritualidad antiguos y actuales. Dos sencillos ejemplos podrían multiplicarse, pues hace algún tiempo un Servicio de Documentación escribió Cuestiones y Respuestas aclarando asuntos de actualidad durante la década de los setenta (2), mientras que, hoy día, los trabajos del P. José María Iraburu en la Fundación “Gratis Date” y en la Red tienen un gran interés.

La libertad es una consecuencia del bien obrar. La juventud es la esperanza, el futuro de la sociedad, y desde la niñez hay que enseñar a vincular estrechamente verdad y libertad, justicia y

generosidad, misericordia y perdón, alegría y bien obrar.

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PARTE I: Recordatorio básico sobre el Liberalismo en sus principios y actuación.

L PRINCIPAL problema de hoy es de principios y también práctico, concretamente sobre la gracia divina (3), y respecto a cómo mantenernos en Gracia y amistad con Dios

en las diversas situaciones de la vida y cuando llega el infortunio más hondo y vital. Por ejemplo, cuando una la de las partes del matrimonio descubre que no es objeto del amor de la otra, a pesar de décadas de abnegada y sacrificada convivencia, cuando la enfermedad mental entró por medio. Por muchos motivos, ni la ética de situación ni los hechos consumados con una supuesta buena fe, pueden ser solución a las dificultades. Sobre esto enseñaron Juan Pablo II y Benedicto XVI, sin establecer novedades que separan la ortopraxis de la ortodoxia. La Gracia divina todo lo puede y de ello dan fe no pocos matrimonios en sus graves dificultades.

En el ámbito de la actuación, todo esto es un problema brutalmente práctico. Aportando razones, sí, pero el problema actual, como en tiempos del ilustre publicista don Félix Sardá y Salvany (el término brutalmente es suyo), se ha de resolver con obras. Y obras de largo y amplio alcance.

Hagamos un recordatorio, necesario para el núcleo de nuestra exposición, relativo a qué es la ideología del Liberalismo. Seguiremos el magisterio tradicional de la Iglesia y el sensus fidei de las generaciones anteriores al caos de la revolución cultural maoísta de 1968, y observamos la validez plena de las enseñanzas de Sardá y Salvany en su opúsculo El Liberalismo es pecado de 1884. Reconocemos que las circunstancias de entonces no son las de 2016, pero el núcleo fundamental es invariable, pues si en 1884 se hacía hincapié en preservarse del mal, hoy, que se insiste en la vocación apostólica de todo laico, también hay que poner los medios humanos para que la sal no pierda su sabor, para protegerse, y para vivir entregadamente en comunidad cristiana, cuidar las lecturas y amistades etc. como antídoto a la corrupción del entorno.

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Para aligerar la atención del lector, omitiremos la abundante bibliografía que existe tanto en el ámbito filosófico-teológico como divulgativo. También hoy es tiempo de buenas sorpresas. Por ejemplo, hemos advertido que cuando Juan Pablo II hablaba a los jóvenes, hacía numerosas referencias al racionalismo de la ilustración ideológica anticristiana de finales del siglo XVIII. ¡Qué paradoja, ser tan actual y referirse como origen de los males de hoy a épocas tan antiguas! ¡Como para avergonzarse que llamen antiguos a los católicos y bobadas como esas! De ahí que el magisterio de este papa santo figure en los apéndices de este texto.

Esto es así, por lo mismo que –por ejemplo- Ludwig von Mises (1881-1973), padre de la capitalista Escuela Austríaca de Economía, y de la liberal Mont Pelerín Society (declaración de principios en 1947), creía que no podía construirse una moral social adaptada a las necesidades de la vida terrena sobre las palabras del Evangelio. Pues bien, ya hemos visto a qué se ha llegado en 2016. Claro es que el tal Ludwig von Mises es judío de religión y consideraba al Liberalismo como el producto de las luces y del racionalismo, que asestó un golpe mortal –eso creía- a la Iglesia. La razón habría vuelto a los hombres al mundo y a la vida, despertando fuerzas que los conducen muy lejos del indolente tradicionalismo sobre el que reposaba la Iglesia católica y sus enseñanzas.

Habría que ver qué dice la Antigua Alianza sobre esto, mientras que ya vemos –repito- cómo está la sociedad occidental. Desde un parámetro racionalista que ya de entrada se limita a sí mismo, sería impresionante cuánto se puede lograr si no se tiene en cuenta el resultado. (Algo dijo Harry Truman –el que dispuso lanzar las dos bombas atómicas- sobre esto). Este iluminismo racionalista es fácil que atraiga a espíritus que, a pesar de sus inseguridades personales, quieren afirmarse en sus fuerzas naturales, como si la religión negase o impidiese tal afirmación personal. Nada más contrario a ello. Sí; esa tentación es tan vieja como la del Paraíso.

1. Qué es el Liberalismo PRESENTEMOS un recuerda que sitúe el núcleo de esta

exposición. El Liberalismo es una ideología, es un sentimiento e incluye hasta sensaciones y situaciones espirituales.

Se le puede llamar una ideología de la presunción, porque implica un espíritu presumido y fatuo espiritualmente. Cree que el hombre no está herido por el pecado original, considera que el hombre es la medida de todas las cosas -fruto del libre examen y de

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un nuevo paganismo-, y afirma extrañamente que no es sociable por naturaleza. Si algún liberal en concreto no lo considerase así, seguramente podría afirmar –aún contra toda lógica- que el poder civil debe actuar como si el hombre fuese un buen salvaje y pudiese vivir aislado como un Robinson Crusoe.

El Liberalismo es una ideología racionalista y pelagiana porque aplica el libre examen a todas las cuestiones, hasta caer en el fideísmo (sólo la Fe prescindiendo de la razón) o el nihilismo fruto del agnosticismo, el relativismo, el indiferentismo, el naturalismo, y la secularización. Demasiados “-ismos” en una vida bien ordenada.

El Liberalismo es una ideología de despacho pero también de costumbres, en su caso viciadas de raíz. Halaga en falso al hombre cuando le propone una radical autonomía hacia su creador, y estimula un permanente espíritu de crítica.

Es una ideología práctica porque, en los hechos sociales, elimina el reinado social de Jesucristo, del Dios encarnado y redentor, y así como la elevación de la naturaleza humana al plano sobrenatural y hasta la redención. Esta eliminación conduce, en la práctica, a la corrupción de la misma naturaleza creada. Eliminar a Cristo es eliminar al propio hombre. Así, ante la debilidad radical del hombre, la Redención de Ntro. Sr. Jesucristo, que podía haberse realizado de muchas maneras, era necesaria.

El Liberalismo aparenta ser optimista para el hombre y la sociedad, pero ha causado grandes males durante 200 años hasta la actualidad, con el camino al vacío existencial y el hundimiento de un mundo que quiere afirmarse sin Dios y hasta sin alma, pero al que Le busca a oscuras entre dolorosos espasmos. Nuestro mundo paradójico y contradictorio es el del triunfo de la ciencia y la técnica, de la medicina nuclear y la alta tecnología, pero, al prescindir de Dios, se ha vuelto contra el hombre. Algún americano falsamente indigenista plantea hoy día adorar la tierra (Gea, Cibeles…), mientras en Occidente se destruye al hombre mediante el aborto, la manipulación de embriones, el terrorismo, el Estado Islámico… Sí, hablamos del hombre, de cada hombre en concreto, que es la criatura más maravillosa de Dios, para quien creó un Paraíso y, tras la caída, luego le ofrece la Redención.

El idealismo filosófico de izquierdas –háblese del socialismo utópico y proletario, del marxismo o socialismo científico, y del anarquismo, con todas las combinaciones posibles como el caso del anarco-comunismo-, o bien el idealismo de derechas –háblese del nazismo y fascismo…-, así como el actual Nuevo Orden Mundial, son hijuelos del Liberalismo pues le llevan en sus entrañas.

El Liberalismo afecta a todos los ámbitos de la vida porque supone una antropología, en realidad invertida hasta convertirse en

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anti-teodicea. De todos dichos ámbitos, el más importante es el religioso, que asume y debiera iluminar todo.

Pues bien, en materia religiosa, el Liberalismo es un gran error y, en su primer grado, es una herejía para un católico. Como tiene sus consecuencias –y pésimas- en todos los ámbitos, en realidad afecta a los principios, la moral y la política.

Si identificamos brevemente el Liberalismo, éste proclama –o actúa como si se proclamase- al hombre autosuficiente, como si fuese origen de sí mismo. El hombre se haría a sí mismo con sus capacidades solas, tentación en la que cae al advertir la indudable maravilla de las potencias humanas. Termina así como la historia de Narciso. El hombre liberal se considera el centro y origen de sí mismo, anhela sentirse radicalmente “libre” y dueño de sí, y, por lo que respecta a la libertad, confunde lamentablemente dos planos distintos: la percepción intelectual o teoría del conocimiento (gnoseología) y la realidad de las cosas (ontología).

Los liberales tienden a creer que cuando el hombre conoce algo se hace creador de la cosa conocida: puro idealismo kantiano, torpe krausismo de ayer y seguramente que orgullo de hoy como en otros tiempos. Analicemos el inmanentismo, que es la actitud más propia del pensamiento del s. XVI al XX, y que lleva consigo la negación de la verdad como adecuación a la realidad. El inmanentismo conlleva varios errores, pues reduce el ser del hombre a ser conciencia de sí, o bien reduce el ser a la conciencia y a las ideas del pensamiento, ignorando que sean distintos el ser real y la esencia pensada. El inmanentismo es esencialista ignorando la existencia de otros seres o “yo”. Afirma que lo primero conocido es el “yo pienso” lo que implica una evidente sofisticación. Ignora que el hombre no es la autoconciencia absoluta del yo y de todos los estados subjetivos de la conciencia humana. También ignora que el pensamiento tiene límites y que la voluntad debe aceptar las primeras evidencias, siendo inútil la duda sistemática universal por ser un camino cerrado para alcanzar la verdad del ser. Por último, el inmanentismo subordina el entendimiento a la voluntad al establecer como criterio de certeza la posibilidad de dudas –acto de voluntad- en vez de la verdad.

Pasemos a otro tema complementario. Una cosa es la facultad del conocimiento en sí misma, otra la verdad-adecuación, y otra la verdad ontológica que se establece en relación a la ciencia divina. Explayemos algo la verdad-adecuación -ajena al inmanentismo- que es propiamente humana. La verdad-adecuación reconoce que el conocimiento no es resultado de una sola facultad, sino la suma de de la información sensible, la aplicación de los primeros principios de la inteligencia, y la acumulación de la experiencia vivida por el

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sujeto que realiza la vivencia. Así, la semejanza entre el objeto conocido y la realidad es progresiva, la imagen representativa es inmaterial e intencional, y la adecuación o semejanza entre el pensamiento y la realidad es limitada, admite correcciones y es perfectible. Por su parte, la verdad ontológica es la verdad absoluta de los seres creados que imitan los modelos divinos; reside en Dios y se identifica con la verdad divina. El subjetivismo sería un exceso en el reconocimiento de la limitación del ejercicio de la facultad del conocimiento

La autosuficiencia del hombre liberal es contradictoria porque lo es el relativismo y el escepticismo, así como es el inmanentismo; en efecto, si los dos primeros son inviables, el inmanentismo cae solo porque si sólo hay pensamiento no puede haber adecuación del mismo con una realidad que no existe.

La autosuficiencia del hombre calificado de liberal es un imposible práctico y un mal moral raíz y, como tal, vulnera todos los ámbitos a la vez, debido a la coherencia personal: no hay esfera privada sin esfera social y pública, no hay esfera relativa a la Fe sin moral, no hay doctrina sin práctica etc.

Establezcamos una cadena de sucesión cuyos eslabones expresan los ámbitos en los que se manifiesta el ser humano, desde el más lejano hasta el más íntimo. Establezcamos a modo de una gran escalera con peldaños que fácilmente y por inercia se recorren hacia abajo.

Detengamos la atención en el ámbito social. Esta fue la sucesión de eslabones de la cadena y de alturas que configuran la escalera: primero se deshizo el ámbito de la política. A la vez y a continuación se deshizo la sociedad. A la vez y sucesivamente el mal se aproximó a la persona concreta, desdibujando y hasta corrompiendo la familia y el matrimonio para, al fin, morder con fuerza –y no soltar- la intimidad de la persona. Con esto último se vulneró y hasta se deshicieron las buenas costumbres personales, su humanidad y hasta su fe católica, de forma distinta según cada plano pero simultáneamente a todos ellos, por lo mismo que el todo influye en las partes y las partes se influyen mutuamente y también en el todo.

El mismo error se expande cada vez a más ámbitos como una enorme mancha de aceite, aunque en realidad el error vulnera todos ellos a la vez en diferentes grados y perspectivas. Cuando se quiebra el reinado social de Jesucristo algo hay en lo más íntimo de la persona que se quiebra también.

Primero se asistió a la aparición de unos poderes civiles en proceso de secularización, y luego a los Estados agnósticos y ateos prácticos. Simultáneamente y como labor propia de zapa, los Estados –el estatismo- han ido convirtiendo la sociedad directa o

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indirectamente en una sociedad agnóstica y atea, pasando lógicamente desde una incipiente e imposible apariencia de “neutralidad” –la llamada tolerancia universal por el intolerante Voltaire- a la intervención descarada versus manipulación, por ejemplo en la educación de la juventud. Al final del proceso se ha logrado disminuir en millones el número de los creyentes en Cristo. Esto ocurrió con la primera Revolución francesa (Jean Ousset, Jean de Viguerie…) y ha ocurrido en España desde la transición/ruptura de 1978. Alarmados por estas fatales consecuencias, algunos obispos católicos pudieran tener la tentación de dirigirse a quienes como el hijo pródigo se alejan de la Casa del padre, pero abandonando ellos mismos la propia Casa paterna en un sincretismo falsamente religioso. Más de una vez hemos pensado qué significa que el Padre, en la parábola del hijo pródigo, no salga de su casa a buscar al hijo, y es que esa aparente quietud del padre en la parábola significa que el pródigo debe “volver” arrepentido de donde salió. Significa que el hijo tiene un “lugar” espiritual y con palabras de verdad en su existencia. El hijo goza de una realidad sustentante que no se la ha dado a sí mismo, le es regalado un “puesto” al lado del padre, siendo configurando espiritualmente -como la corporeidad de Eva del costado de Adán- del seno del Padre. El mismo Padre es la Casa del hijo. Y en Él, el hijo descubre a sus hermanos, aspecto éste que no lo entendió el hijo que se quejaba porque al padre agasajó al hijo perdido que había vuelto a su regazo.

Esto último no lo admite el Liberalismo. En efecto, considera torpemente que Dios es un adversario del que hay que protegerse, una limitación contra la que hay que prevenirse y hasta rebelarse. Este engaño, de proporciones colosales, se ha hecho cultura (anticultura) en el hombre Occidental de comienzos del s. XXI, y fue desvelado por León XIII en Libertas praestantissimum (1888). Semejante trampa no cabía en las mentalidades cristianas anteriores al Liberalismo, embebidas no sólo de la libertad creadora de Dios sino sobre todo de su Amor redentor y asumidas en las realidades de la vida. Bien conocían todos el libre albedrío del hombre y que la libertad está para ser ejercida. El Dios que crea libremente, ¿cómo va a crear esclavos? El Dios que actúa en el hombre, ¿cómo va a contraponer obligación y libertad en la creatura? El Dios que se encarna por exceso de Amor y redime libremente y además con el escándalo de la Cruz, ¿cómo va a exigir amor si éste no es libre? La relación entre gracia y naturaleza ya fue considerada en profundidad por los clásicos españoles del siglo XVI y definida dogmáticamente en el Concilio de Trento.

Creemos que la pastoral de Juan Pablo II se encaminó a mostrar que el hombre no debe concebir a Dios como un límite a su

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humanidad, sino que Dios es Quien atrae al hombre hacia Sí, suave y necesariamente, revelándose, como eterno e infinitamente amoroso que Es, a un hombre cuya limitación y libre albedrío le distingue de las demás criaturas y expresa su propia existencia. Dios Padre creó al hombre, y, tras el pecado, el Hijo le redimió, curando su naturaleza dramáticamente herida, y elevándole a la categoría sobrenatural de hijo adoptivo. Juan Pablo II (4), es un buen ejemplo de esta explicación, que narra los caminos de la negación del hombre contemporáneo. Y explicará:

“Puede decirse que en la primera etapa de la historia del

hombre esta tentación no sólo no fue aceptada, sino que ni siquiera recibió una formulación plena. Pero han llegado los tiempos en que ese aspecto de la tentación del Maligno ha encontrado su contexto histórico adecuado. Puede ser que dicho aspecto represente el más alto grado de tensión entre la Palabra y la anti-Palabra en la historia de toda la humanidad. Semejante concepción de la alienación comporta no sólo la negación del Dios de la Alianza, sino la negación de la idea misma de Dios, la negación de su existencia y al mismo tiempo el postulado –y en cierto sentido el imperativo- de la liberación de la idea de Dios, para afirmar al hombre” (id. pág. 47).

Hoy no pocos creyentes niegan unos u otros dogmas religiosos,

y no por ignorancia sino por dejadez y autosuficiencia, pudiéndose decir que muchos católicos se han hecho protestantes y hasta paganos.

El hombre supuestamente “liberado” con su “non serviam” -imitador de Lucifer según León XIII- se considera autosuficiente y considera que abrirse a la escucha de Dios es una alienación de sí mimo. Torpes discípulos quienes en vez de escuchar primero al maestro, se dedican a desplegar ante él, con fruición, sus propias limitaciones, pero para impedir que hable o al menos oscurecer su contenido. Este desvarío del hombre ignora que Dios es tan respetuoso y tan Padre, que actúa como si pidiera “permiso” al hombre para conducirle con su pedagogía a lo divino hasta Él. En efecto, ontológicamente el hombre no puede hacer otra cosa que vivir en y de su Creador, si quiere seguir siendo hombre, y para ello regresar a Dios de Quien salió, como dice San Agustín. Si tras la caída del pecado original el gran regalo de Dios es Su iniciativa y ser Él mismo Camino de regreso del hombre a Su corazón –el hombre por sí sólo es incapaz de realizarlo-, es porque además, en este gran regalo, dicho hombre ha sido elevado a la categoría de hijo.

Continuemos con lo anterior. El Liberalismo es el racionalismo individual, social y político; es un inmanentismo; es una secularización y un naturalismo. Forma una unidad en la que hay

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una gran diversidad de grados. Es uno pero se expresa de muchas maneras. El más radical sería un Liberalismo de corte masónico.

Los principios del Liberalismo ya los sabe el lector. Sintetizados por Sardá y Salvany, son los siguientes:

“(…) la absoluta soberanía del individuo con entera

independencia de Dios y de su autoridad; soberanía de la sociedad con absoluta independencia de lo que no nazca de ella misma; soberanía nacional, es decir, el derecho del pueblo para legislar y gobernar con absoluta independencia de todo criterio que no sea el de su propia voluntad, expresada por el sufragio primero y por la mayoría parlamentaria después; libertad de pensamiento sin limitación alguna en política, en moral o en Religión; libertad de imprenta, asimismo absoluta o insuficientemente limitada; libertad de asociación con iguales anchuras. Estos son los amados principios liberales en su más crudo radicalismo”. “(…) la corrupción y el error públicamente autorizados en la tribuna, en la prensa, en las diversiones, en las costumbres (…)” (El Liberalismo es pecado, ELP, p. 17-18) (5). El “principio fundamental es que el hombre y la sociedad son perfectamente autónomos o libres con absoluta independencia de todo otro criterio natural o sobrenatural que no sea el suyo propio” (ELP p. 25)

Para finalizar este epígrafe, mostremos las consideraciones de

Romano Guardini sobre la Imagen de Jesús ya en sí misma según el Nuevo Testamento ya en su diálogo con el hombre. ¿Cristo limita y constriñe al hombre, o lo libera? ¿No incide nuestra época en la Libertad, presentada como objetivo fundamental frente a la perspectiva anterior que era partir de la Verdad? Pues bien, diremos como respuesta que no hay oposición alguna entre la facultad de la libertad humana y la realidad o Verdad, que es la voluntad (libertad) la que debe subordinarse propiamente al entendimiento (verdad), y, sobre todo, que bastaría recordar esta sentencia divina: “La Verdad os hará libres”.

La pregunta de si la Verdad o el mismo Cristo Nuestro Señor constriñen al hombre es muy antigua. En 1960 la trató Guardini al profundizar sobre la persona de Jesús (6). Entrando en materia sobre cómo se aparece Jesús a San Pablo -persona insegura y atormentada la de Saulo, oprimida por una Ley que era todo para él pero que no podía cumplir-, Guardini dice así:

“En la hora de Damasco, Pablo es desatado del yugo de

tener que obrar por sí mismo –y, a par, del tormento de no poder-. Entonces experimenta lo que dirá su palabra posterior: “Ya no vino yo, sino que Cristo vive en mí” (Gal, 2, 20). Y la otra: “Todo lo puedo en Aquél que me conforta, aunque por mí no puedo nada” (Phil, 4, 13). Por Cristo viene la gracia de Dios. Ella es la que obra. Pero al obrarlo todo –iluminando la inteligencia, desatando el interior,

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enderezando la voluntad, elevando y dando alas al ser- ahí justamente es el hombre lo que propiamente tiene que ser. La gracia arranca al hombre de sus propias manos, y, en el mismo momento, respira el hombre y dice: “Ahora empiezo a ser”. Cuanto más fuertemente obra Dios en él, con tanta mayor fuerza siente el hombre ser él mismo; Pablo, ser Pablo mismo. Surge en él la conciencia de una inmensa libertad. De una libertad absolutamente positiva, que viene de Dios, del Pneuma, del Espíritu. Dios es el aire que respira, la fuerza que lo sostiene, el suelo sobre que anda; pero Cristo es Aquel por quien todo esto viene. Este es el Cristo paulino” (p. 50-51).

En su Carta a los Hebreos, Pablo es consciente que sólo en

Cristo él es esencialmente él mismo, y que sólo en Cristo lo de Pablo es realmente suyo, de Pablo. Cristo no es un obstáculo, sino un acceso, es el mediador ante Dios Padre, es luz de “cuanto fulge en la tierra de real magnanimidad y de verdadero amor, es luz de esta luz” (p. 66 y 69), y, además, Cristo nos hace hijos de Dios. Tan veraces y tan libres como Dios por amor Suyo, en el que todo es una unidad. El consuelo de Cristo no sería el consuelo del cuento de hadas, porque aquel va más allá de la muerte.

Si pasamos a la imagen de Cristo en San Juan, la naturaleza humana de Cristo, por hacer suya la voluntad de Dios, florece en su más pura plenitud. Cristo es tan sobreabundante y sorprendente que sobrepasa las categorías psicológicas, de manera que con estas no se le puede aprehender. En efecto:

“En otro gran hombre cualquiera es siempre posible trazar

las leyes de su formación, la historia de su crecimiento, la lógica de su vida interior, la ilación entre su obrar y su pensar; en Jesús no se logra. Por dondequiera tropezamos en El con un alma viva, con un trabajo del espíritu, con un carácter marcado, puesto que es un hombre; por dondequiera corren líneas psicológicas inteligibles; pero sólo se prosiguen durante unos momentos, para quedar luego sorbidas. El camino desaparece bajo los pies, y el buscador se halla en pleno misterio” (p. 125).

Ya por 1960 la crítica del modernismo a las Sagradas Escrituras

estableció la confusión y la destrucción de los textos bíblicos. A ello salió al paso Guardini estableciendo el verdadero enfoque. Cristo no es ni un hombre que se hace pasar por Dios, ni un Dios que se hace pasar por hombre, ni el Nuevo Testamento permite una crítica desde fuera de la realidad del mismo Cristo, ni puede afirmarse al hombre al margen o separado de Cristo.

En su conclusión del libro Imagen de Jesús, el Cristo, en el Nuevo Testamento, Guardini afirma que la manera de acercarse a Cristo no puede ser el inmanentismo y el racionalismo, y que la

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figura de Cristo da al hombre la verdadera medida de sí mismo y le eleva al plano sobrenatural de hijo de Dios.

En relación con la manera de acercarse al nuevo testamento, dice el autor:

“Así no puede ser. Los presupuestos han de invertirse. La

dirección del pensamiento ha de girar en redondo. El hombre no puede acercarse orgullosamente a la Escritura y asentar, partiendo de cualesquiera criterios de este mundo, cuál es en ella la auténtica imagen de Cristo. Tiene que acercarse oyendo y obedeciendo, como a palabra de Dios. Y ha de estar dispuesto a obedecer también con su pensamiento, y con él precisamente. Con ello no se hace heterónomo, ni peca contra el ethos de la verdad, sino que adquiere un orden superior de la verdad, la categoría sacra de la revelación. La revelación no significa que el hombre, dentro de lo que por sí mismo sabe, adquiere un nuevo conocimiento o que, dentro del proceso de su percepción o conciencia religiosa, se le abre una capa más profunda. La revelación sienta un nuevo principio, un comienzo realmente nuevo, tras el cual no puede retrotraerse nada ni siquiera la ciencia. Consiguientemente, el entendimiento humano no puede juzgar de este principio. Tiene que entrar en él, salir de él como nuevo y empezar a pensar por él. “Yo soy el principio, que os hablo” (Juan 8, 25, según la Vulgata). No se trata de retórica mística, sino de exigencia rigurosa y sin distingos.

Es un verdadero supuesto para toda cuestión acerca del Nuevo Testamento. En ese supuesto, la respuesta a la pregunta planteada al principio ha de sonar de modo totalmente distinto” (p. 136-137).

Aquí se abre una nueva manera de acercarse a las Sagradas

Escrituras, desarrollada en nuestros días. Puede Vd. acercarse como un racionalista y nada conseguirá sino confusión, agitación, una situación siempre inconclusa y un desacuerdo permanente consigo mismo… hasta desfallecer. Pero si Vd. se acerca desde la gran posibilidad –realidad- de que Dios se revela al hombre, todo adquiere forma, color, densidad y sentido. Aparece “otra cosa”, que es la única manera de ser fiel a las Escrituras y al sentido de lo divino, por el que Dios se acerca al hombre y le salva.

Guardini continúa así:

“Si bien se mira, la cuestión de si el Jesús de los sinópticos puede ser el mismo que el de Juan está en absoluto mal planteada. Yo no puedo juzgar por mí ni por el mundo quién sea o pueda ser Jesucristo. Ni la psicología, ni la filosofía, ni la experiencia, ni la historia ofrecen criterio para ello. Este criterio sólo puede venirme de su propia y soberana libertad. Y en una actitud críticamente correcta, lo único que yo puedo hacer es mirar, oír y obedecer. Así, la cuestión de si es posible esto o lo otro no tiene sentido. Sólo tiene sentido la disposición de aceptar lo que es. Y es todo lo que viene de la

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revelación. Ahora bien, es revelación todo lo que se halla en la Escritura, abonada por la iglesia. Todo otro punto de vista es falso y disolvente. Se trata de la pureza de la categoría: revelación o juicio mundano autónomo. Si se opta por la revelación, ha de hacerse honrada y enteramente” (p. 137).

Está visto que en 1960 estaba plenamente formulada la crítica

racionalista, a la que Guardini responde con claridad y contundencia: “revelación o juicio mundano autónomo”. Por el dinamismo de las propias Escrituras, por los sinsentidos e interrogantes que ofrece el juicio autónomo, por la oferta y necesidad de verdadera salvación… por la Gracia de la Fe, Guardini opta por la revelación. Así:

“Si reconocemos esto, hemos de dar de mano a los

criterios de personalidad e ideas que subyacen en toda cuestión de posibilidad. Y entonces sabemos que aquí hay algo de especie propia y suprema. Aquí habla, con figura, boca y destino, la palabra esencial de Dios. Aquí no hay ni personalidad ni idea, sino el principio solo en que se empieza lo verdadero.

Entonces aceptamos los rasgos de su figura, que nos dibuja Pablo, los que aparecen en Juan y también los que nos comunican los sinópticos. Todos le pertenecen, pero detrás se levanta una realidad inmensa, que procede de Dios, y rompe toda medida que venga de nosotros. Todo rasgo conduce a ella; pero ella los devora a todos en su inefabilidad.

Así es y esto es Cristo” (p. 137-138). Hasta aquí lo relativo al método o, mejor, a la manera de

acercarse a la comprensión del Nuevo Testamento, a la figura real de Jesús, el Cristo. Pues bien, si las meras fuerzas humanas son absolutamente incapaces para comprender las Escrituras, tampoco puede afirmarse al hombre al margen o sin sujeción a Cristo.

“Si la fe es lo que su concepto significa: que el hombre

sitúe el centro de su vida en lo que viene de arriba, inversión, consiguientemente, y reconstrucción de la vida o, por lo menos propósito y comienzo de ello, la realización no puede menos de ser dura y conducir una y otra vez al punto en que amenaza el escándalo. Ahora bien, no toma uno sobre sí el escándalo por un medio Cristo. Ni se puede siquiera. Porque la existencia de la fe se refiere a lo que el hombre ha de ser propiamente y no puede, por otra parte, cumplir por sí mismo, sino sólo por Dios y para Dios. Qué sea esto, sólo se revela en Cristo. Así, en este principio, se comprendía todo. Sólo el que por encima de todo criterio mundanal acepta de Cristo mismo lo que es Cristo, recibe de Cristo mismo la revelación de lo que, visto desde Dios, es propiamente el hombre. Sólo en El, que llena a quien abiertamente se le acerca con el sentimiento de tan pura humanidad, y es verdaderamente el hijo del hombre, porque es verdadero hijo de

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Dios, sólo en El se ve claramente lo que el hombre puede y debe hacer” (p. 138).

De esta manera concluimos la crítica al espíritu del Liberalismo,

que es la radical autonomía del hombre para entender las Sagradas Escrituras así como la naturaleza humana, autonomía tan vinculada al racionalismo y -con él- a un radical subjetivismo. Quien dice para comprender, también dice para actuar, de manera que en el Liberalismo el hombre se hace ley de sí mismo siguiendo el criterio del libre examen. Se entiende así como Jaime Balmes, Donoso Cortés y abundantes pensadores mostraron que el Liberalismo es hijo espiritual del protestantismo. Pues bien, el Cristo del Nuevo Testamento es el único que afirma al hombre –el rey de la creación-, reconoce y desvela sus verdaderas potencialidades, le potencia a la plenitud, hace posible ésta en la práctica, y sobreeleva al hombre a la categoría de hijo de Dios. En su ser, en su inteligencia, voluntad, sentidos y capacidad de amar.

Para Guardini, la deslealtad propia de la Edad Moderna es considerar la religión cristiana como una mera “introducción” a los valores de la naturaleza humana, valores que el hombre podría cultivar –dicen- sin la necesidad de adherirse a Cristo. Ello reduciría al hombre al límite de la naturaleza creada, ésta no debería ni podría ser salvada de sí misma, y, más todavía, la elevación al plano sobrenatural no sería una llamada universal a la salvación. Así se cae en el pelagianismo moderno con una mayor o menos autosuficiencia de la naturaleza y un mayor o menor desprecio al ámbito sobrenatural. La crisis actual es muy comprensible.

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Imagen del Arcángel San Miguel del Santuario de este nombre en Navarra (España): Nor Jaungoikoa aña? Que significa: “¿Quién como Dios?” Y se responde: “¡Nadie como Dios!”.

Foto:JFG2016

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2. Los grados de liberalismo EL LIBERALISMO tiene sus grados. Es como el camaleón que

ofrece diferentes colores para mimetizarse. Es como el pez roca que se oculta y protege en sus apariencias. También los colores tienen diferentes intensidades. Incluso el vino puede estar más o menos agriado. Toda herejía tiene su “semi”: el semi-arrianismo, el semi-pelagianismo, el jansenismo respeto a Lutero, y el semi-liberalismo o catolicismo liberal. Pues bien, hay diversos tipos básicos de Liberalismo:

“Hay liberales que aceptan los principios, pero rehúyen

las consecuencias, a lo menos las más crudas y extremadas. Otros aceptan alguna que otra consecuencia o aplicación que les halaga, pero haciéndose los escrupulosos en aceptar radicalmente los principios” (ELP p. 26). Sólo los radicales aplican el liberalismo a todo y para todo.

León XIII habló de tres grados de Liberalismo en Libertas

praestantissimum (1888, nº 23). Animo a releer de nuevo esta Encíclica, magisterial y de plena actualidad. El primero grado es el Liberalismo radical, y es –decimos- muy propio de los planteamientos masónicos. He tenido la tremenda desdicha de escuchar hace poco a un amigo totalmente desviado, las mismas palabras que denunciaba un Obispo de Portoviejo (Ecuador) sobre el Liberalismo y los liberales, y que leí hace poco en el diario El Tradicionalista. Diario de Pamplona (15-XI nº 312 y 17-XI nº 314). Ponemos la pastoral en los apéndices por su actualidad.

En efecto, el hombre descreído se considera -contradictoria y sobre todo orgullosamente- el creador del verdadero y único Creador; afirma que Dios tiene que pedirle propiamente permiso para acercarse a él; que el hombre tiene la iniciativa hacia Dios en vez de ser sobre todo Dios quien la tiene hacia él; y que el hombre es la medida de sí mismo por lo que no debe subordinarse a nada que no emane de su inteligencia y voluntad… ya fuese un ser perfecto o cuasi perfecto ya sea un ser imperfecto pero con ánimo de permanente superación y conquista de sí mismo.

Tal hombre confundiría libertad y libre albedrío –como si Dios no pudiera ser libre-, libertad y carencia de vínculos –como si fuese igual la cantidad y calidad de ellos-, libertad e ilimitación –como si el hombre no fuese limitado-, separa y aún opone libertad y verdad –como si la libertad no fuese hacer el bien porque nos da la gana, por amor-, y supone una prevención hacia Dios creador y redentor a todas luces aberrante. Desde luego, por mucho que el hombre quiera

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conquistarse a sí mismo, Dios no se sentirá desbancado de su trono. También es absurdo pensar que Dios no vaya a ayudar al hombre a su propósito de mejora y conquista de sí mismo, pues es precisamente quien la quiere y hace posible, tanto respecto a las facultades humanas y su ejercicio como a la capacidad de amar. Por otra parte, ¿cuándo el hombre es más grande? ¿Cuándo con esfuerzo conquista áreas del cerebro humano -¡oh luces!- o cuando ama verdaderamente a los demás? ¿Quién es humanamente más grande, un Premio Nobel o la Madre Teresa de Calcuta? ¿Cuál de ambos es más digno de imitación, más fácil de imitar para todos, más universal? ¿Qué dijo Nuestro Señor sobre el servicio, el hacerse pequeño y sencillo etc.?

Tal hombre opone obediencia y libertad, como si la obediencia cristiana no fuese una manifestación de libertad, como si el hombre no debiera obedecer por eficacia natural y por amor natural y sobrenatural, y como si la obediencia no supusiera madurez. Afirma el supuesto derecho a corromperse a uno mismo, confundiendo libertad con adicción, derecho con poder, y separando el derecho respecto al deber.

Semejante postura se desliza inexorablemente a tomar la vida como juego, a perder las increíbles posibilidades que ofrece la apertura a Dios tal como Es, a confundir realidad con ficción, al pelagianismo. Tal postura es propia de personas inmaduras, de quien entiende imposible el amor propio y el desprendimiento simultáneo, y bien que la fe brota de la libertad, de quien se olvida la tendencia autoritaria de la sociedad permisiva, pasando del “se puede” todo al “se debe” lo que diga el Estado, y de quien olvida que la sociedad permisiva es una sociedad violenta.

La persona a la que me refiero, al hablar de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, se inclinó por decir que sí, que se crucificase a Nuestro Señor por blasfemo. No admitía la existencia de un Dios personal, y menos que un hombre diga de sí mismo que es Dios.

Todas estas derivaciones reduccionistas y psicologistas, reduce a la persona a unas supuestamente ilimitadas capacidades del cerebro humano -¡oh cuántas luces!-. Este es el pago del Maligno al que le sigue por soberbia. Este es, al final, el núcleo profundo del Liberalismo. Es el orgullo y el rechazo al Dios personal. Ya dijo Nietzsche que si dios existía él no soportaría no ser Dios. Ciertamente, tal persona, con salud y joven, de inteligencia normal y rebosante de inquietud, estaba en una ciudad de importancia masónica y creo yo que también influida por el ambiente vetero-testamentario. Su excesiva sociabilidad todo lo absorbió, y la pena es que fue absorbido por la soberbia. Este abrir puertas y ventanas para que entre de todo en el corazón humano, embota el alma y agota el

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cuerpo, concretamente la delicada por sublime dimensión psicológica del ser humano, de naturaleza espiritual y como tal tan unida a la moral y la verdad.

Las consecuencias del Liberalismo fruto del pensamiento y política de ayer, son similares a las que observamos en la actualidad aunque en menor escala, pues el Liberalismo crece de forma multiplicativa. Por eso es, dejado a sí mismo, aparentemente incontenible.

La crisis actual la origina el haberse hecho al hombre la medida del propio hombre, el encerrar en sí mismo al hombre concreto y limitado en todas sus facetas, en esa desconfianza hacia lo que no proceda inmediatamente de la medida del propio yo. Así escribió el poeta colombiano Eduardo Carranza en 1985, fallecido en dicho año:

“El humanismo renacentista que había hecho del hombre

la medida del hombre, del mundo y de las cosas, llevaba implícitos, por ello precisamente, los gérmenes de su descomposición. De allí se pasó al libre examen y de éste al racionalismo que niega toda realidad sobrenatural. El sitio de Dios en la vida humana se fue reduciendo al avance de estas filosofías. Se fue estrechando al ámbito de lo sobrenatural. Se resquebrajó la unidad teológica, metafísica y moral de la cultura cristiana. El alma europea, occidental, se dividió y subdividió. Y el ensueño unitario, universo, de Occidente entró en liquidación. En este límite vertiginoso fue fácil despeñarse en las vaguedades humanitarias, en las ilusiones científicas, en la torrentera del materialismo histórico, en el vacío existencialista. Así llegamos a la historia que estamos viviendo y en la que es nuestro deber y nuestro destino participar. Nos ha tocado, pues, vivir en el confín de un mundo, en el sangriento atardecer de una edad histórica, en el crepúsculo del Renacimiento, en vísperas de un nuevo milenario y con el presentimiento de una catástrofe cósmica. Tal vez estamos en la puerta de una nueva edad oscura. De una noche oscura sin alma” (ABC, 23-II-1985).

3. El liberalismo católico. DE TODOS los grados de Liberalismo el peor por más sutil y

próximo es el llamado catolicismo liberal. De él destacaremos dos puntos.

Por el primero, para el catolicismo liberal la persona, individualmente considerada, sí está ligada a la ley natural y al Evangelio, pero no el Estado o poder civil supremo. Por ello insiste en la manida máxima de “la Iglesia libre en el Estado libre”. Ahora bien, olvida así que si el hombre debe -está obligado pues no es optativo- subordinarse a la ley de Dios, también está obligado –con deber moral- el ámbito público o social, lo que impide “caer en un

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dualismo extravagante que somete al hombre a la ley de dos criterios opuestos y de dos opuestas conciencias” (ELP p. 29).

Por el segundo punto, los católico-liberales:

“se llaman católicos porque creen firmemente que el catolicismo es la única verdadera revelación del Hijo de dios; pero se llaman católico liberales o católicos libres, porque juzgan que esta creencia suya no les debe ser impuesta a ellos ni a nadie por otro motivo superior que el de su libre apreciación”, cayendo así en el libre examen protestante, en el naturalismo, en la tolerancia universal, en creer que “su inteligencia (es)m libre de creer o de no creer, y juzgan asimismo libre la de todos los demás” (ELP, p. 30-31). En un escalón menos deprimido que el anterior, se encuentran

los liberales prácticos, tan frecuentes desde hace un tiempo en las sacristías de las iglesias en España.

4. El Liberalismo práctico ASÍ COMO el Liberalismo es una herejía doctrinal, también es

una herejía práctica (ELP, p. 172). El Liberalismo práctico es más vergonzoso que el liberalismo doctrinal, porque es propio del borreguismo al que se refería Sardá y Salvany, es decir, en inherente a la masificación actual, a los que no cuidan su vida de piedad cristiana, a los que tienen mucho de material que perder, a los que a toda costa quieren alcanzar puestos sociales para así influir –dicen- desde ellos para el bien.

Insistía Sardá y Salvany en decir que:

“el problema actual en que anda revuelto el mundo, es brutalmente práctico con toda la propiedad del adverbio subrayado. Más que con razones, pues, se ha de resolver con obras, que obras son amores u no buenas razones, dice el refrán” (EPC p. 163).

Aclaremos un aspecto concreto relativo a las formas de

Gobierno: ser republicano no implica ser liberal. Sin embargo, en la vida práctica –no hay otra- es preciso pasar a lo concreto. Así, tiene que demostrarse que el republicanismo en España no ha sido siempre liberal. Cuando hoy alguien habla de República en la España de hoy, y salvo que sea alguna persona piadosa o ingenua que se dice republicana para salvar a la Iglesia de la persecución concreta de los radicales, generalmente es para justificar el laicismo extremo, el jacobinismo de Estado, y la persecución religiosa abierta, fruto de deificar el Estado.

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Por otra parte, sí es ser liberal en España el ser monárquico constitucional, pues en esta llamada monarquía se “declara inviolable al monarca pero no se declara inviolable a Dios” (ELP p. 49). Con decir esto nos basta. Las consideraciones del verdadero sentido religioso del pueblo llano son las mejores. Dios nos libre de tantos “inteligentes” y “sabios” y más que “prudentes” que tienen que dar mil vueltas al cerebro para afirmar algo tan sencillo como que allá donde Dios y la Revelación cristiana no están, se encuentra la herejía liberal con buena o mala fe.

Ser libre es mucho más profundo que rechazar cualquier forma de sometimiento interior. De por sí, el término sometimiento nos remite al marco de un sometimiento exterior, que es el ámbito que menos influye en el interior del hombre. En efecto, ¿qué se entiende por “sometimiento” si hablamos del interior del hombre? ¿Es “sometimiento” recordar cómo es el hombre para que tenga a bien aplicarse a su propia realización con total apertura y entrega en el ámbito natural y sobrenatural? Ser libre es algo más profundo y arriesgado que rechazar cualquier forma de “sometimiento”, pues el hombre es libre cuando logra su realización aún sin buscarla expresa y directamente, y cuando consigue ser el que de verdad es. La libertad es una consecuencia, un fruto, un regalo. El que más ama desinteresadamente, ése es el verdaderamente libre. En este separarse de la realidad de las cosas, y en este huir de la seducción de la verdad, radica la frivolidad cultural de la posmodernidad, por la que según Deniel Bell la sociedad se convierte en una “olla podrida” (ABC, 6-VII-1991).

Vista parcial del salón de conferencias de las Misioneras Eucarísticas de Nazaret,

calle Salduba, junto a El Pilar de Zaragoza. Foto:JFG2016

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PARTE II: Situaciones prácticas que expresan,

conllevan y multiplican los errores liberales.

1. Efecto multiplicador

E HA DICHO -y con razón- que el mal es estéril y que hace mucho daño. El mal hace daño aunque se realice de buena fe. También se multiplica con más facilidad que el bien. En

efecto, el bien y la verdad en su dimensión espiritual, son mucho más costosos y, para llegar a ellos y practicarlos, se necesita el esfuerzo y la Gracia divina. No es fácil mirar siempre y con ojos limpios al cielo. No es que la Gracia divina no sea potentísima, sino que actúa a través de los hombres portadores del pecado original. Cuando Dios actúa lo hace como la brisa ante Moisés, con un gran respeto por el hombre, y no como el terremoto, el trueno, o imponiéndose sobre el libre albedrío.

Dicho de otra manera: sólo hay una religión verdadera, la católica, que tiene en sí todos los elementos de Verdad y todos los medios ordinarios para la santificación, de modo que los católicos tienen la misión de predicar el Evangelio por todo el mundo a toda criatura.

¿Qué es el efecto multiplicador? Por el efecto multiplicador, cualquier incremento de mal provoca sucesivos incrementos de mal con un efecto muy superior a la caída o empujón inicial. Es como un tobogán al que hay que sumarle la altura de caída, la pendiente, y el deslizamiento aún con rozamiento. Cuando el hombre o las sociedades dejan entrar el mal en su seno, se produce un acelerón cuyo efecto sobre en punto de partida es mucho mayor que el mal producido inicialmente. Imaginemos qué ocurre a medida que el mal permitido sea mayor.

La naturaleza multiplicativa del Liberalismo ha conllevado que el hombre actual permita anidar en él, el descreimiento y hasta la apostasía, como hasta querer borrarse del libro de bautismo –el Libro de la Vida- hijos que han recibido una educación cristiana.

El liberal quiere hacer “lo que quiere” sin por ello –afirmará- identificar este querer con lo arbitrario, olvidando no obstante que

S

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esto sólo es válido cuando dicho querer coincide con hacer lo que se debe.

Se cree independiente y sin embargo es menos libre porque piensa y actúa con una absoluta o radical autonomía. Cuando la moderna idea de la autonomía del sujeto se vincula con la práctica individualista derivada de ella, se mira con sospecha cualquier ejercicio de la autoridad. Y sin la medida de la autoridad, que procede “ad extra” del hombre, éste no puede salir de su propia caverna interior.

Por varios motivos dicha autonomía radical que no existe. Y no existe debido a la sociabilidad humana -naturalmente ajena a un individualismo radical-, a la necesidad de aprender, al reconocimiento de que se puede ser gigante subiéndose antes sobre hombros de gigantes, debido a la conveniencia de no explorar en solitario lo que otros ya han explorado, a preocuparse por la posibilidad de perderse en caminos sin retorno, a respetar la realidad y una naturaleza que no perdona los yerros.

Ansioso de independencia al considerar todo en abstracto, el liberal acaba de hecho en la penosa tiranía de sí mismo. Sintiéndose “más libre”, es esclavo de quien quizás le manipula. Si leía, ahora recela del que le transmite algo. Si escuchaba, ahora no quiere ser influido y sólo habla. Si interiorizaba, ahora se aleja de su profundidad personal por recelo hacia sí mismo y por miedo al compromiso. Si primero se actuaba mal, luego se justificará la actuación, y si las pasiones llegaban a arrastrar (el vicio nos subordina a la ley de su cuerpo, que nos sujeta y domina) luego se afirmará con orgullo lo que en la profundidad y silencio de la conciencia se considera falso, esto es, el autodominio y el supuesto absoluto ejercicio del libre albedrío. ¡Ay de los absolutos que por orgullo huyen de la sencillez! El liberal quiere volar sin alas y se encuentra con las propias alas reducidas a la mayor limitación, incapaces muchas veces de responder, sobre todo cuando los vientos de la dificultad están en contra. Quiere caminar solo, pero sin confiar en quien le puede ayudar.

Aplicando esto a la juventud, el doctor Cecilio de Miguel Pbro., presidente de la JUREC de La Plata, escribió a los egresados de los colegios católicos de La Plata, en diciembre de 1990:

“Piensa que por allí pasaron otros. Muchos antes que tú, y

pueden ser más los que faltan. En la vida hay tres manera de indicar: “vete, ven, vamos”. Con el primer verbo te sentirás solo, porque quien te manda queda atrás. Te creerás más tú, porque lo hiciste solo, pero con el riesgo de helarte por el miedo, el no sé, el no tengo o el no valgo. Ni siquiera sabes si elegiste bien por dónde vas.

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Quien te dice “ven”, ya lo cruzó: hay camino, quizá borrado, pero seguridad en llegar, porque al perderte escucharás “ven” y podrás enderezarte. Compañero de aventura será también el miedo, pero esperanzado por el grito orientador de quien con miedo cruzó.

Por eso, conviene el “vamos”. Aparentemente serás menos tú, pero con el alma más despierta, sin miedo que la agarrote, y una mano tendida tras la que corres. Llegarás. Y eso es ser tú” (Archivo privado del autor)..

Sí, la persona, joven o adulto, debe confiar en alguien para no

renegar de todo, para vivir desasido de sí mismo y magnánimamente, para salir de sí mismo y no perderse

El liberal considera que puede leer, ver, y escuchar cualquier cosa, y abrir las ventanas del alma indiscriminadamente, poniéndose así y no pocas veces en situación próxima de pecado grave. Quien tiene cuidado en esta importante cuestión, y evita leer, ver y escuchar cualquier cosa, entenderá que si el poder del Estado busca la felicidad temporal y facilitar la salvación eterna de sus ciudadanos, el Estado no puede ser indiferente a la difusión de todo en la sociedad y de forma indiscriminada. Máxime cuando el bien y el mal no parten de situaciones iguales, sino que hacer el mal es más fácil que hacer el bien, pues éste último exige un esfuerzo personal y la Gracia divina que actúa a través del hombre.

A ello y para justificar la intervención del poder civil en la vida social, se añade la necesaria correspondencia entre lo moral y el poder civil del Estado en aspectos fundamentales, limitando los abusos del mal aunque ello no implique evitar sistemática y prudencialmente todos los abusos. El bien nunca fue totalitario –el rey visigodo que obligó a bautizarse a los judíos fue debidamente abroncado por la Iglesia- mientras que el mal siempre tiende a serlo, ya a la larga ya en un breve espacio de tiempo. Como el mal tiene un efecto multiplicador, se entiende que Pío IX en el Syllabus (1867) condenase la siguiente afirmación:

“Porque es falso que la libertad civil de cultos y la facultad

plena, otorgada a todos, de manifestar abierta y públicamente sus opiniones y pensamientos sin excepción alguna conduzcan con mayor facilidad a los pueblos a la corrupción de las costumbres y de las inteligencias y propaguen la peste del indiferentismo” (prop. 79).

Esta condena pone muy nerviosos a toda clase de liberales,

especialmente a los liberales-católicos. Desde el s. XIX estos hicieron sus interpretaciones para aminorar la fuerza de sus palabras. Hasta he oído a un doctor en filosofía, muy piadoso él pero liberal, que este Magisterio supremo puede ser interpretado en sentido liberal.

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“- Colmado estás, majo”. Si nos fijamos, esta libertad indiscriminada en la que son

responsables tanto los que tienen autoridad como los Estados es, después de la presunción y autosuficiencia mencionadas, la naturaleza del Liberalismo, y una de las principales causas de la multiplicación del mal. Hasta se pueden dar hasta explicaciones psicológicas del actuar humano.

2. Consecuencias que con causas, causas que son consecuencias.

LA ORTOPRAXIS religiosa debe estar unida a la ortodoxia o

sana doctrina en los principios. Los procedimientos no pueden separarse de la doctrina aunque se diferencien de ella. Suponen una aplicación de la doctrina a la realidad, a la que siempre deben iluminar y guiar. Entre los principios los hay de mayor o menor rango y, en cualquier caso, orientan cualquier tipo de aplicaciones.

Los que viven la religión hoy, ¿cómo la viven? Esta es la cuestión que más nos preocupa, pues abre las puertas a todos los males o a todos los bienes.

Lo que explicó Sardá y Salvany en 1884, lo vemos aumentado en Notre Chargue Apostolique de Pío X (1910) y en la publicística católica posterior. De ello tenemos constancia en nuestra propia experiencia personal así como en la de los jóvenes que nos rodean en el ámbito de la educación.

¿Cuál es nuestra experiencia? Es que muchos llegan a pensar en liberal por ingenua autosuficiencia, confundiéndola con la autoafirmación del propio “yo” personal, ya por juvenil presunción, ya por multiplicar quizás las ocasiones de pecado que -al final- desbordan al sujeto no sin interrogar a su responsabilidad.

Los hay que no rezan a Dios ni se forman, que en su primera formación fueron más emotivos que reflexivos, o bien que no estudian la doctrina católica como –por ejemplo- el Catecismo de la Iglesia Católica promulgado por Juan Pablo II, lo que para sus padres fue el Catecismo Mayor de San Pío X. Si su ansiedad crece por un afán de conocimiento indiscriminado, ignoran que hay que conocer bien, y –por pereza- nada hacen por conocer con seriedad y lo que las cosas son.

Quienes de estas personas gozan de una interesante vida interior, están inclinados a huir del compromiso por creer que les resta libertad, alejarse de las concreciones, y se refugian en las abstracciones. En esto son muy cómodos. Es lo que ocurre a algunos.

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Los otros, los que tienen un exceso de sociabilidad, debieran de tener más atención y cuidado. Les gusta tener miles de amigos en todo tiempo y lugar, no digamos en las redes sociales, y se olvidan de la medida prudencial de no hacer amistades de mera afición con liberales, y de no codearse con ellos sin problema alguno. Les gusta llevarse bien con todos sin pensarlo dos veces y a toda costa. Son muy divertidos. Abren demasiado sus puertas y ventanas interiores al mundo pero sin la debida preparación. Hablarán con todos y de todo indistintamente, y cuanto más mejor, ignorando el peligro que esto encierra. Les gusta disputar de todo con cierta frivolidad, creyéndose bien formados. Desean saber de todo pero sin un estudio sosegado, quizás lento, pausado y riguroso. Quieren verse aplaudidos y atendidos por todos.

Unos y otros, más o menos sociables, se abren a todo y no tienen capacidad de analizar y filtrar debidamente la información que continuamente buscan y reciben. Se abandonan a una curiosidad malsana. A lo mejor –o peor- tienen una imaginación calenturienta y son amigos de novedades indiscriminadas.

Unos y otros hablan mucho de tolerancia y caridad, pero no para trabajar, estudiar, esforzarse y negarse a sí mismos. La tolerancia no debiera ser indiferencia, permisivismo o falta de celo por la salvación eterna de las almas. No en vano, Sardá y Salvany recordaba que “la suma intransigencia católica es la suma católica caridad” (ELP p. 85).

Unos y otros compadrean con todo el mundo, en tumultos o en petit comité. No se cuidan de rechazar las malas compañías, y carecen de la preocupación de encontrar buenos amigos. Aita Teodoro decía a sus seis hijos que una manzana podrida pudre el cesto. Y con razón, pues lo vemos con frecuencia entre los jóvenes y no tan jóvenes. Si uno tiene amigos alejados del bien y la verdad, habrá que formarse y prevenirse con un singular denuedo. Ha hecho mucho daño eso de ser amigo de todos e indistintamente por el mero hecho de ser personas. Y más cuando nos damos todos el parabién de ser muy buenas personas:

“ – Ya, ya, eso no se lo cree ni Vd.- Bueno sólo es Dios”. La persona identificada como resabiada de liberalismo no tiene

doctrinas liberales pero en la práctica actúa muchas veces como si las tuviera. Dice Sardá y Salvany que su fuerte es la caridad. Ahora bien, la Caridad no es caer bien –estar a buenas- a todos y en todo. El resabiado cree que no puede llamar malo a un hombre que difunde malas ideas. Que no puede combatir el error combatiendo también a quien lo sustenta, desautorizando su persona cuando se debe y de la debida manera. Cree que no debe resistir ni combatir, sino que siempre debe procurar atraer, siendo su máxima favorita la

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de “ahogar el mal con la abundancia de bien”, lo que, siendo verdad, no es toda la verdad. No quiere lastimar ni herir de alguna manera al enemigo. Hoy, hablar de “enemigos” (- Ponga Vd. el sinónimo que desee aún el más suavizado), es hablar de algo así como de “extraterrestres”. Es certera la afirmación de que “el liberal fiero ruge su Liberalismo; el liberal manso lo perora; el pobre resabiado lo suspira y gimotea”, mostrándose híbrido, infecundo y estéril (ELP p. 71-73). Ayer se hablaba de caridad y hoy se hablará de esa otra realidad maravillosa y necesaria, pero que algunos distorsionan hasta el cansancio, que es la de misericordia.

Liberales y resabiados tienen mucho en común. He aquí su heteropraxis.

En las conversaciones familiares y en el trabajo es frecuente no hablar de religión o bien hablar con ironía sobre ella y con un estilo más o menos anticlerical. A veces en dichas reuniones y saraos se aclara que está prohibido hablar de religión y de política porque eso produce distanciamientos y hasta riñas. Así son de aburridos, y reducen la actividad humana a los deportes, la comida, la profesión y el sueldo o las ganancias. Y sobre todo los viajes –muchos viajes pero muy superficiales-. Pues bien, creemos que se debería hablar de religión en las familias habitualmente y con toda naturalidad, a veces buscando el momento y cuidando la manera o forma de hacerlo.

Creen que los no católicos son siempre a modo de hermanitas de la caridad, que quieren bien a todos, y hablan de todos bien. Vale pues, pero la vida nos dice que no pocas veces eso no es así. No seamos ingenuos porque no se debe ignorar que muchas veces los no católicos son abierta u ocultamente beligerantes, quieren vencer más que convencer con razones, no recomiendan las aportaciones de los católicos, y aunque lo aportado “sea tan bello como lo suyo, antes procuran obscurecerlo con la crítica y enterrarlo en silencio” (ELP p. 80).

No les importa mucho leer malos libros, incluso ofrecidos por un clero aparentemente ortodoxo. Hemos visto como a algunos no les importa ofrecer libros malos –confundidos en el epígrafe de “distintas sensibilidades”- entre otros buenos, con el pretexto de que el lector pueda leer para comparar, y que no vea que sólo se le ofrecen un manjar.

También se suscriben a periódicos y revistas liberales, o a otros periódicos ambiguos, indefinidos e indecisos.

Asisten a todos los espectáculos, ven cualquier programa de televisión, desde los frívolos hasta contrarios a la fe y costumbres.

Al hecho de frecuentar los malos espectáculos se les suma el gusto por vivir de noche, una vida noctámbula y desarreglada, al

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margen del horario razonable y natural, y unas costumbres quizás corrompidas “por arrastre”.

Esta es una posición de personas espiritualmente presumidas, que por un soberbio criticismo, un exceso de información no contrastada, y una falta de formación, van perdiendo la fe católica o sobrenatural.

Critican mucho lo propio con cierto complejo de inferioridad, creen que lo de otros es siempre mejor que lo propio, reniegan de su suerte, y arrinconan los mayores tesoros que han recibido y podían asimilar, sin ejercer el mismo grado de crítica hacia las propuestas de los enemigos de la Fe católica. Lo peor que son petulantes cuando van aceptando los argumentos racionalistas y que están de moda, y se sitúan con cierta superioridad en su conversación con los que antes eran sus correligionarios.

En la incredulidad no ven un vicio, ni una enfermedad, ni una ceguera voluntaria de la inteligencia y del corazón. Para ellos la incredulidad es “un acto lícito de la jurisdicción interna de cada uno, tan dueño en eso de creer como en lo de no admitir creencia alguna” (ELP, p. 31).

Tienen horror a la legislación coercitiva ya civil o bien de la Iglesia, a cualquier influencia y presión moral o física exterior a la persona que le ponga en prevenga, o finalmente a penalizar las opciones tomadas.

Creen que lo importante es el número de seguidores en vez de la calidad de lo seguido y del hecho del seguimiento o compromiso, ignorando que un grupo reducido de hombres buenos pueden hacer mucho bien.

Alquilan y ofrecen sus locales para actos que no pueden agradar a Dios.

Aplauden situaciones corrompidas aunque –añaden- no por la corrupción misma, o aplauden a personajes que no debieran ser aplaudidos, lógicamente haciendo mil distingos por su parte, exhibiendo su dominio al menos aparente de las teorías del mal menor, de la colaboración formal y material con el mal, del voluntario indirecto etc.

Creen que los ministros del Altar sólo pueden ser impecables y nunca liberales, e ignoran la conducta que debe observar el buen católico ante los ministros de Dios contagiados de liberalismo.

Confunden las relaciones diplomáticas de la Iglesia con los Gobiernos de hecho, como si dichas relaciones fuesen una aprobación hacia lo realizado por dichos Gobiernos.

Ignoran que no se puede votar moralmente a cualquier candidato político.

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Debiera ser una preocupación de los padres el evitar los matrimonios mixtos de un católico y un acatólico, pues la comunidad religiosa de los contrayentes es muy importante para el desarrollo armónico del amor humano y el buen desarrollo y convivencia familiar.

Por lo que respecta a la piedad cristiana, el naturalismo convierte la virtud de la piedad en mero pietismo, sobre todo pendiente de la emoción, de “lo que me dice”, de las referencias subjetivas, y de los sentidos. Se ha olvidado el ascetismo cristiano y el don del misticismo, que no es un interior consuelo sino “la unión con Dios por medio de la sujeción a su voluntad santísima y por medio del amor sobrenatural” (ELP p. 33).

Cuando defienden las manifestaciones de la Iglesia como son las órdenes religiosas etc., no lo hacen exhibiendo motivos sobrenaturales, sino únicamente –y no como estrategia de la que no obstante nunca se debe abusar- por los beneficios temporales que ofrecen en el ámbito de la educación, del estudio e investigación, de las virtudes, y de las obras de misericordia y actuaciones sociales a favor de los desvalidos, cubriendo las insuficiencias y errores de la sociabilidad humana, y ahorrando fondos a la administración pública municipal o estatal.

A estas situaciones de ayer y hoy, se suman aspectos de última hora. He aquí la actual promiscuidad sexual, el afán de novedades de otras culturas y civilizaciones no católicas producto de la globalización, el afán de viajes y del uso indiscriminado de internet, el deseo de confundirse con todas las novedades propias de los pueblos descubiertos, la tendencia al sincretismo,… agudizando así los peligros a los que se expone la juventud. ¿Es que ya no hay que estar en vela por uno mismo y por su salvación eterna? ¿Es que el único pecado es la indiferencia, “sacar la lengua”, y odiar al prójimo, o bien el pecado llamado social? ¿Es que da igual el bien que el mal con tal de “no hacer daño a nadie”? ¿Es que todo el mundo es bueno salvo tres desequilibrados que -¡oh extrañeza!- cada vez son más numerosos sin duda fruto del alejamiento de Dios? Sí, para evitar el buenismo, es preciso decir que bueno sólo es Dios.

Se puede observar que, en todo lo enumerado, hay mucho de presunción, de comodidad y egoísmo, de afán por vivir bien y de pasarlo lo mejor que se pueda como si sólo fuésemos a vivir 80 ó 90 años. Obsérvese como el hoy es como el ayer, con más peligros si cabe.

La autoridad consentida, que no es lo opuesto a la autoridad ciega sino a la verdadera autoridad que es inteligente, ha corroído todo y está en la base de los errores prácticos del Liberalismo en materia religiosa. Pío X lo denunció en su carta Notre Charge

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Apostolique (1910), condenando el movimiento sillonista, carta que, aunque ha desaparecido de no pocas colecciones de documentos pontificios, es de una suma actualidad. Leerla ayuda a comprender la situación actual. El brillante y esperanzado movimiento católico Le Sillon, terminó condenado por la Iglesia debido a sus errores modernistas o liberales. Pero no desapareció sino que sus afirmaciones y su talante perduran hoy. Es el precedente de la mal llamada democracia cristiana, esta gran herejía de ámbito social y uno de los orígenes de la enorme crisis de hoy día. Hablaban de la triple emancipación del hombre: política, económica e intelectual o moral; se equivocaban en el concepto de autoridad consentida y negaban la obediencia, eliminaban toda jerarquía, caían en el igualitarismo social, separaban la fraternidad de la caridad cristiana y establecían como principio la tolerancia universal, defendían de forma exclusivista la democracia política, se negaban a defender la iglesia atacada, e incurría en el indiferentismo. Así, todo lo perturbaba y desviaba lastimosamente.

La realidad tiene sus desarrollos lógicos. Después de tanta dejación para el bien, ha triunfado el silencio de los buenos, el apagar la luz del celemín, el éxito de lo malo que tanto daño hace, el arrojo de los malos más que de los pícaros, llevando todo a un sincretismo sociológico que anuncia el sincretismo doctrinal y una religión universal o masónica.

Sociológicamente parece haber triunfado el ambiente sincretista donde todo vale, todo es igual, hay que respetar todo por principio (los hechos y no las personas), expresión refinada de eso también refinado que es el agnosticismo, es decir, el relativismo y ateísmo práctico. Para algunos la buena fe lo justifica todo; sin embargo, el mal hace daño con independencia de la buena o mala fe con el que se practica. Da la casualidad que el término sincretismo lo hemos visto utilizado como término político en 1887, refiriéndose al centro político (El Tradicionalista, nº 18, 12-XI-1886).

El americanismo o tomar la organización de los EE.UU. como modelo general o principio, donde había separación Iglesia y Estado, está en el espíritu de muchos católicos. Ahora bien, la administración o Gobierno de Obama (2016) ha hecho temblar a los médicos, enfermeras y centros asistenciales católicos de los EE.UU., al intentar imponer medidas contrarias a la vida humana desde su concepción. Creen que dicha separación es la situación ideal, la normal conforme a la realidad de las cosas, la que no necesita conversión de parte alguna. León XIII rechazó este americanismo en la encíclica Longinqua oceani (1895, nº 5).

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Capilla de Ntra. Sra. del Pilar, obra de Ventura Rodríguez a finales del s. XVIII, en el interior de la Basílica. Santa Misa a la que asistieron los presentes a las XVIIª Jornadas de la Unidad

Católica, A la derecha don José Ignacio Dallo Larequi, Zaragoza, 2-3 de abril, 2016. Foto:JFG2016

Hoy, podemos incluir un texto publicado en momentos

supremos, cuando altas jerarquías llamadas católica realizan un acercamiento al luteranismo de una manera que muchos no entienden.

V CENTENARIO DEL INICIO DEL PROTESTANTISMO Cardenal Müller: «Los católicos no tenemos

ningún motivo para celebrar el 31 de octubre de 1517» En el libro «Informe sobre la esperanza. Diálogo con el

cardenal Gerhard Ludwig Müller», publicado por la BAC en España, el Prefecto de la Congregación para la Doctrina y la Fe asegura que la Iglesia Católica no tiene motivo alguno para celebrar el V Centenario del inicio del protestantismo.

29/03/16 7:58 AM | Imprimir | Enviar (Chiesa/InfoCatólica) El cardenal asegura que

«estrictamente hablando, los católicos no tenemos ningún motivo para celebrar el 31 de octubre de 1517, es decir, la fecha que se considera como el inicio de la Reforma que condujo a la ruptura de la cristiandad occidental».

Y añade: Si estamos convencidos de que la Revelación se ha

conservado íntegra e inalterada a través de la Escritura y la tradición en la doctrina de la Fe, en los Sacramentos, en la constitución jerárquica de la Iglesia por derecho divino, fundada sobre el

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sacramento del Orden sagrado, no podemos aceptar que existan motivos suficientes para separarse de la Iglesia.

El Prefecto de Doctrina de la Fe explica que «los miembros de las comunidades eclesiales protestantes consideran este evento desde otra óptica, pues piensan que es la ocasión adecuada para celebrar el redescubrimiento de la «palabra pura de Dios», presuntamente desfigurada a través de la historia por tradiciones meramente humanas. Los Reformadores protestantes concluyeron hace quinientos años que algunos jerarcas de la Iglesia no solo eran moralmente corruptos, sino que habían distorsionado el Evangelio y, en consecuencia, habían bloqueado el camino de Salvación de los creyentes hacia Jesucristo. Para justificar la separación, acusaron al Papa, presuntamente la cabeza de este sistema, de ser el Anticristo».

Ecumenismo El purpurado aborda la situación actual del ecumenismo

con los protestantes: ¿Cómo progresar hoy con realismo en el diálogo

ecuménico con las comunidades evangélicas? El teólogo Karl-Heinz Menke está en lo cierto cuando afirma que la relativización de la verdad y la adopción acrítica de las ideologías modernas son el principal obstáculo hacia la unidad en la verdad.

Y advierte: En este sentido, una protestantización de la Iglesia

católica desde un pensamiento secular sin referencia a la trascendencia no nos puede reconciliar con los protestantes ni tan siquiera puede permitir un encuentro con el Misterio de Cristo, pues en Él somos depositarios de una Revelación sobrenatural a la que todos nos debemos desde la completa obediencia del intelecto y de la voluntad (cf. «Dei Verbum», 5).

Valor de la Dominus Iesus El cardenal alemán cree que «los principios católicos del

ecumenismo, tal como fueron propuestos y desarrollados por el decreto del Concilio Vaticano II, siguen siendo plenamente válidos (cf. «Unitatis redintegratio», 2-4). Por otra parte, el documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe «Dominus Iesus», del Año santo del 2000, incomprendido por muchos e injustamente rechazado por otros, creo que es, sin ningún género de dudas, la carta magna contra el relativismo cristológico y eclesiológico de este momento de tanta confusión».

Una conversa del luteranismo al catolicismo, Bärbel Martens,

ha dejado un extenso testimonio de su conversión titulado: “Sentía la necesidad interior de decíroslo”. Las cinco amplias páginas del periódico “Misión Santiago” (VI-VII 2016) finalizan con el testimonio siguiente:

“La Religión Católica, el mensaje de Cristo, han sido

imbatidos en España hasta ahora, han sido defendidos contra el

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mundo islámico y otras influencias, en contra de la Reforma Protestante de forma oficial, institucional, desde los gobiernos, por los distintos monarcas de todos los siglos, desde todos los estamentos del país, y ha podido extenderse desde España al Nuevo Mundo: ¿Por qué no defendéis este tesoro que tenemos con más convencimiento, más entusiasmo, más energía, más unión, más entrega, más pureza, más sentido de responsabilidad, y sobre todo con más intransigencia? ¿Por qué permitís que las cosas de las Iglesias cambien en pro de un falso ecumenismo, ya que éstas nunca pueden y deben cambiar en su esencia?: Arrancan directamente de las fuentes, los Evangelios, el mensaje de Jesucristo. ¿Por qué permitís las dudas, las componendas, el “descafeinado”, el camino hacia el protestantismo encubierto en definitiva? ¿Por qué permitís (y es sólo un ejemplo) que la Iglesia de los Mormones construya su segundo templo más importante a escala mundial en el centro de España, en Madrid, y os arrebate almas a raudales con malas artes y confundiendo a la gente? ¿Por qué dudáis, por qué no defendéis a la Iglesia de Cristo con más vehemencia, con más audacia y más amor? Espero que sepáis perdonar mi atrevimiento, pero sentía la necesidad interior de decíroslo”.

3. Síntesis. ABIERTOS A todas las maravillas por la Gracia de Dios desde la

pequeñez humana, y pidiendo perdón por nuestros tremendos pecados en este Año de la Misericordia, tenemos entre manos cuestiones extremas a solucionar.

En lo público, el problema es qué resolver -¿las consecuencias lógicas de lo establecido o las premisas que las han provocado?-; cómo hacerlo -¿manteniendo las ocasiones próximas de pecado?-; en qué ámbitos -¿sólo como Iglesia o también como ciudadanos?; con qué jefes –¿seguidismo clerical y vaticanismo desacertado cuando se alíe con la política liberal?; y con qué medios.

Aunque hay aspectos que cambian en el tiempo, las consecuencias del Liberalismo en materia de religión en el ámbito privado y social, y en los procedimientos, no han cambiado mucho durante los s. XIX y XX. La verdadera teología y antropología, los principios morales universales, la experiencia, y las enseñanzas de los santos, son tales que iluminan las circunstancias y no al revés.

Al preparar esta exposición había pensado proponer un acertijo. Y era utilizar las consecuencias religiosas del Liberalismo que me fueron surgiendo en una controversia mantenida entre Juan Cancio Mena y Francisco de las Rivas y Velasco en 1886 y 1887, y preguntarles al final de qué año les parecía que podía ser cada una de sus afirmaciones. Seguramente me iban a decir que eran de hoy, y

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quizás se mondarían de risa al saber que eran de 130 años atrás. ¡Qué viejos somos y qué actuales también!

Alguien ha dicho que “Una cosa es estar de moda y otra estar vigente” (Jaime Serrano). Y por eso, conocedores de las circunstancias, tenemos muy en cuenta aquellas máximas del Evangelio de “no quebrar la caña cascada por el viento” y de “no pagar el pábilo vacilante” (como les gusta decir a las Hnas. Misioneras de las Doctrinas Rurales).

Pasemos a otro tema. También la tesis criticada en el largo poema “Responso por un

millón de muertos” escrito por el P. Ramón Cué S.J. en 1961, ha sufrido una evolución que expresa el engaño y la fuerza del mal y, en último término, favorece la tesis de la unidad católica. Partimos de que Gironella, en su libro de 800 páginas titulado Un millón de muertos, publicado dicho año (7), afirmaba que los muertos de la Cruzada de 1936, los de uno u otro bando, habían muerto por nada. Por su parte, el P. Cué lamentaba con hondura que se considerase así. Pues bien: hoy, en 2016, la cultura dominante impuesta propagandísticamente por quienes se conectan con los vencidos en aquella contienda, afirman: unos (los Nacionales) murieron por nada, pero otros (los Revolucionarios) murieron por todo lo bueno. Esta es la evolución coherente de las cosas tras el primer acto de flaqueza de Gironella, pues una vía de agua hunde el barco. Más: ahora proclaman, con las palabras y hechos, que tan sólo ellos se deben exhibirse en la sociedad, nos referimos a los separatistas, los social-comunistas y los laicistas radicales. En dicho poema, el P. Cué tuvo la coherencia de cantar el sacrificio de los muertos de la Cruzada de uno y otro bando frente al cruel silencio y menosprecio al que empezaban a ser sometidos a los 25 años de finalizar este “cósmico” conflicto para los españoles. Lo que no sabía el P. Cué –pero quizás sí intuía-, es que sus palabras se están repitiendo por los neo comunistas, el entorno asesino de ETA, y los separatistas, pues… ¡quienen coger la piqueta para demoler físicamente el monumento del valle de los Caídos, y esa otra llamita más frágil y más apetitosa para ellos que es el Monumento de Navarra a sus muertos en la Cruzada!

Reconocemos que hay aspectos a perfilar en el tiempo y donde se formaliza eso que llamamos Historia. Es decir: en ningún momento hemos olvidado que las costumbres y el entorno pueden modificar en el sentido de matizar las últimas concreciones de las cosas. Por eso hemos analizado el pasado y el presente independientemente entre sí, retratando el presente y, de paso, el pasado. A pesar de la lejanía entre las fechas de 1886 y en 2016, las consecuencias profundas del Liberalismo en materia de religión en

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el ámbito privado, y en los procedimientos o actuación, no han cambiado mucho –insisto- en un siglo, y son básicamente similares. ¿Por qué? Porque se parte de la misma antropología filosófica, de la misma teología, de las mismas virtudes y errores teológicos, de la misma forma de cómo se desarrolla la vida cotidiana del católico. Ahí está, por ejemplo, el análisis clásico de Josef Pieper sobre Las virtudes fundamentales cardinales y teologales (8). Las circunstancias no sustituyen ni anulan una verdadera teología y antropología, aunque las formas de 2016 no sean iguales a las de 1886. Y no sustituyen la verdadera moral porque no en vano ahí están la experiencia en las diferentes circunstancias, las enseñanzas de los santos, los principios morales, y hasta las Sagradas Escrituras.

El Liberalismo religioso en España se ha presentado, desde finales de los años setenta, con un ropaje sociológico –la reconciliación y la caridad- y político –la soberanía nacional o popular-, siendo real y principalmente un error religioso en el ámbito individual, social y político. Este es el producto de la ruptura provocada por el progresismo religioso clerical –muy guay pero con efectos deleznables- posterior a 1960, y la laicización del Estado con la pérdida voluntaria del reinado social de Jesucristo en las instituciones del Estado o poder civil supremo en 1978. Todo ello se manifestó como RUPTURA religiosa con un falso ropaje sociopolítico.

En España la Revolución se ha hecho –como siempre aquí- desde arriba. El proceso descristianizador no se ha dirigido del hombre hacia la sociedad y la política -como si apostasía de los Estados fuese fruto de la apostasía previa de las personas- sino al revés, de la política hacia el hombre. Así fue tras la Constitución de 1876 y tras la Constitución de 1976. Los procesos seguidos tras estas fechas de distancia centenaria han sido similares, con la única diferencia de que si tras 1876 los males atentaban contra los derechos de Dios y de la Iglesia, tras 1976 atentan contra el mismo hombre.

El proceso ha sido coherente. Primero se vulneró el ámbito más externo o social y, al final, se ha hollado el yo íntimo del hombre incluyendo su relación directa con Dios. El descreimiento y apostasía del Estado ha modelado el ambiente social, y éste -¡qué se creían!- la intimidad de muchos católicos.

La política y la sociedad cayeron en la autosuficiencia del hombre y en una falsa reconciliación entre los españoles. Por imitación, la persona se separó de Dios fruto de su autosuficiencia y comodidad. Las leyes civiles y los malos colegios de religiosos –aquí nadie pide perdón pero desaparecen de la sociedad- crearon un mal ambiente y éste deshizo agrupaciones, familias y personas. Se abrió

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las ventanas al mundo para que entrase aire nuevo -¿ha sido puro y gratificante?- prevaleciendo después los peligros reales.

Es contradictorio que quienes hayan hecho necesaria la recristianización y nueva evangelización sean ahora quienes la propongan, aunque muchos de sus responsables ya han muerto. ¡Menuda herencia dejaron! Es contradictorio, incluso que pidan perdón, por haber admitido las causas de tal ruina: el progresismo religioso del clero y la apostasía de las instituciones públicas, sobre todo el Estado español, impulsada por parte de ese mismo clero.

No invertimos lo real, ni ponemos las estructuras por encima del hombre, como si éste estuviese al servicio de ellas y no al revés. Reconquistar el corazón de cada hombre para el Señor es el paso necesario para reconquistar la Unidad Católica. Sí, el hombre es anterior al Estado, pero muchas veces la corrupción y tentación han llegado al hombre desde fuera de aquel, azuzadas por importantes grupos de presión con nombre y apellidos –aquí está el problema-, retrayéndose el Estado de proteger al ciudadano y al fiel, e incluso generando éste tales males. Por esto la crisis ha sido tan colosal y rápida, y la corrupción y descristianización tan galopantes. Mezclarse con la gente para llevarlos a Cristo, e iluminar la debilidad e ignorancia de muchos, no debe suponer un peligro grave para el apóstol.

Ofreceremos nuestro trabajo a la nueva evangelización pero siguiendo a los buenos pastores y sin refugiarnos en la sacristía. Sin dividir al hombre en dos, haremos Iglesia y, en paralelo, sociedad y política, e intentaremos que el poder civil se comporte cristianamente dentro de lo que la Fe tolera, permite o exige en cada circunstancia. Y España, a pesar de los pesares, sigue en tesis católica, aunque menos que antes: si no, adviertan Vds. las fiestas de Navidad y la celebración de la Epifanía de los Reyes Magos, la Semana Santa y Pascua en multitud de lugares de España, así como la piedad popular en las fiestas patronales etc. Lo que ocurre en España es un abismo entre la España real y la oficial, como a comienzos del siglo XX, y que los políticos no expresen los contenidos de la sociedad, espontáneos, en la verdad de la vida cotidiana, sin intervenciones externas, artificiales y ocasionales.

No confundimos Iglesia y Estado; eso lo hacen los laicos y clérigos católico-liberales. Ellos apoyan y sirven –si cada vez más llorosos, allá ellos- a esta democracia falsa y engañosa, partitocrática, contraria a Dios y que lógicamente se ha convertido en inhumana. Tampoco llamamos unión verdadera cuando ésta se basada en la autosuficiencia individual o mayoritaria, y el sincretismo de creencias divergentes en cuestiones esenciales. Esto

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no es unidad, ni da paz, ni da gloria a Dios, y sí perjudica una restauración social y política.

Hay mucha confusión con la virtud de la prudencia. Unos la invocan y en realidad son temerarios y discurren fuera de la realidad, y otros llegan a ser claudicantes a fuerza de oportunos –oportunistas- e ironizan sobre el “no buscar el martirio”. Cierto, hay que ser prudentes, pero con la dirección y modos adecuados. Como la prudencia es la virtud que tiene en cuenta las circunstancias, sus consideraciones no pueden desgajarse de todo el árbol de la vida; es decir, no es suficiente tener en cuenta los criterios barajados por instituciones de una finalidad exclusivamente religiosa y a imitación de la jerarquía eclesiástica. Para algunos su vida es únicamente el apostolado religioso. Se entregan a ella de por vida con miles de personas, multiplicando esfuerzos y compromisos como la Compañía de Jesús antaño. Por eso –pensarán-, para mantener las obras de apostolado están dispuestos a prescindir de todo lo temporal y materias puramente civiles aunque las obras apostólicas vivan en el tiempo y de él; están dispuestos a no tener Patria aunque las obras apostólicas se desenvuelvan en Patrias; a silenciar parte del mensaje no tan necesario para mantener lo que sea más necesario, considerando como núcleo apostólico el apostolado de confidencia; a armonizarse a nuestra sociedad y política absolutamente decadentes y hasta corruptas, aunque se mezcle sin necesidad el trigo y la cizaña y los malos políticos y hasta la política fagocite la sociedad que se quiere salvar. Si los objetivos de una asociación apostólica totalmente arraigada en la sociedad coinciden con los de la jerarquía eclesiástica, sin embargo, aquella tiene autonomía en el ámbito de la decisión ya que se debe a sí misma, mientras que la jerarquía tiene una mayor y más delicada responsabilidad porque se debe a todos los cristianos. Dicha asociación deberá ser vigilante para no utilizar a la sociedad donde se enraíza ni la Patria donde se desarrolla, trabajar social y –de forma indirecta- políticamente porque no se le obligue a silenciar el mensaje apostólico, a que se multiplique la cizaña de modo que ahogue al trigo, o bien entregarse ambiental e indirectamente a una política equivocada.

Los católicos de vanguardia no deben dejarse utilizar para una Reconquista parcial y sesgada. Cuando los fieles y ciudadanos se alarman ante el avance de la revolución laicista, socialista y neo comunista, ¿actuar como cipayos de la gente de orden y temerosa? ¿O decir?: “Mantengamos nuestra unidad (…) (y cuando) vuelvan sus espantados ojos hacia nosotros, les diremos con la conciencia tranquila: Es obra vuestra, sois la causa de ello, no queremos aliarnos con vosotros para remediarla, queremos salvar á España, no vuestras riquezas” (El Tradicionalista, nº 2, 23-X-1886). Dicho de

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otra manera, no les va a salir “gratis” nuestra aportación en lo social y político, que es –añadimos- el Reinado social de Jesucristo.

El grupo de jornadistas que resistió hasta el final sin necesidades de viaje. Salón de Conferencias de las nazarenas. 3-IV-2016. Foto:JFG2016

Las imágenes recogidas a continuación están tomadas del Archivo de

la Hermandad de Caballeros Voluntarios de la Cruz, Pamplona (Navarra)

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Apéndice histórico.

1) Magisterio de Juan Pablo II a los jóvenes.

L PONTÍFICE de origen polaco, aclaró con insistencia las distorsiones y errores de nuestro tiempo, herencia de la Ilustración en su versión anticristiana del siglo XVIII: las

confusiones sobre qué es la libertad, sobre la relación entre razón y fe, qué es la felicidad, la relación entre criador y criatura, cómo Dios no es una amenaza contra la libertad del hombre sino que la permite, la quiere, la hace posible y le da cumplimiento, sobreelevando además al hombre al plano sobrenatural, la relación entre verdad y libertad, qué es el progreso humano, la humanización de las realidades temporales, las relaciones entre lo natural y sobrenatural, entre libertad y Gracia, entre Iglesia y Estado, la relación entre reformismo y tradición etc. temas todos ellos distorsionados y entendidos erróneamente por el racionalismo y la secularización, por el Liberalismo en todos sus grados.

Estos fragmentos pueden ser ampliados en numerosas enseñanzas de Juan Pablo II que abordan los temas de la ciencia, la libertad, la entrega al hombre de la naturaleza como depósito, la vía de las criaturas para llegar al criador, la relación entre la fe, ciencia y cultura, los males que conlleva cosificar al hombre, el verdadero progreso, y la defensa de la persona, la familia e instituciones sociales.

Los fragmentos escogidos a continuación proceden del libro Juan Pablo II a los jóvenes (9).

“En tiempos pasados los defensores de la ciencia moderna lucharon contra

la Iglesia con el siguiente lema: razón, libertad y progreso. Hoy, ante la crisis del sentido de la ciencia, ante las múltiples amenazas para su libertad y ante las dudas que el progreso suscita, los frentes de la lucha se han cambiado. Hoy es la Iglesia la que entra en batalla.

- Por la razón y la ciencia, a quien ésta ha de considerar con capacidad para la verdad, capacidad que la legítima como acto humano.

- Por la libertad de la ciencia, mediante la cual la ciencia misma adquiere su dignidad como bien humano y personal.

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- Por el progreso al servicio de la humanidad, la cual tiene necesidad de la ciencia para asegurar su vida y su dignidad” (Colonia, 15-XI-1980).

“No hay ningún motivo para ver nuestra cultura técnica y científica como

algo contrario al mundo creado por Dios. Es evidente que el conocimiento científico puede ser utilizado tanto para el bien como para el mal. Quien investiga sobre los efectos del veneno podrá emplear ese conocimiento bien para salvar o bien para matar. Pero debe estar perfectamente claro el punto de referencia al que debemos mirar para distinguir el bien del mal. La ciencia técnica, orientada a la transformación del mundo, se justifica por su servicio al hombre y a la humanidad”. (Colonia, 15-XI-1980).

“La ciencia alcanzada con la razón encuentra su plenitud en la

contemplación de la verdad divina. El hombre que camina hacia esta verdad no sufre pérdida alguna de su libertad, sino que es conducido a la libertad plena y a la realización total de una existencia verdaderamente humana en la entrega confiada al Espíritu que se nos ha dado mediante la obra redentora de Jesucristo” (Colonia, 15-XI-.1980).

“Hoy os ruego que penséis en esta desproporción que efectivamente existe

en zonas gigantescas de la civilización contemporánea: el hombre, cuanto mejor conoce el mundo, parece sentirse tanto menos obligado a “doblas las rodillas” y a “postrarse” ante el creador. Es necesario, pues, preguntarse: ¿Por qué? ¿Acaso se piensa que el conocimiento mismo del mundo y el disfrutar de los efectos de este conocimiento convierte al hombre en dueño de lo creado? Pero, ¿no se debería pensar, más bien, que lo que el hombre conoce –las riquezas sorprendentes del microcosmos y las dimensiones del macrocosmos- lo encuentra ya en el cosmos, lo toma de él, por decirlo así, “preparado”, ya hecho, y que lo que, basándose en esto, él mismo produce después lo debe a toda esa riqueza de las materias primas que halla en el mundo creado?” (Roma, 26-III-1981).

“Las criaturas dan testimonio del Creador. En la invitación litúrgica del

Salmo –de este Salmo de hoy y de los otros- se encierra la convicción justa de que cuanto el hombre más se deja arrebatar por la elocuencia de las criaturas, por su riqueza y belleza, tanto más crece en él -¡y debe crecer!- la necesidad de adorar al Creador: “Entrad, postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor”. Estas palabras no son excesivas. Confirman los caminos perennes de la lógica fundamental de la fe y, al mismo tiempo, de la lógica fundamental del pensar en el mundo y en el cosmos” (Roma, 26-III-1981).

“La ciencia y la religión son dones de Dios, que es la Verdad eterna. La

verdad no se contradice a sí misma. La ciencia y la religión no sólo no se oponen, sino que se comprenden mutuamente, trabajan juntas y ambas están al servicio del hombre y de la verdad” (Ibadan, Nigeria, 15-II-1982).

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“La fe iluminará la cultura, le dará sabor, la enriquecerá, como dice el evangelio, de la “luz”, “sal” y “levadura” que los discípulos de Jesús están llamados a ser. La fe preguntará a la cultura qué valores promueve, qué destino ofrece a la vida, qué puesto da al pobre y al desheredado con quien se identifica el Hijo del Hombre, qué concepto tiene del compartir, del perdón y del amor” (Quebec, 9-IX-1984).

“Esta sociedad parece volverse loca cuando moviliza todas sus energías,

para lanzarse a lo que constituye su destrucción. El progreso científico y tecnológico aparentemente ha hecho al hombre dueño del mundo material. La experiencia demuestra, por desgracia, que no se trata de un dominio científico neutro, como han pensado algunos. Efectivamente, el hombre moderno tiene la tentación de considerarlo todo como un objeto de manipulación y con frecuencia ha terminado por situarse también a sí mismo entre dichos objetos. ¡Esta es la gran amenaza de nuestra época!” (Roma, 14-IV-1984).

“Queremos que el progreso sea positivo, y no mortífero; que sea de todos y

para todos, no sólo para algunos; que sirva a la causa de la paz, y no a la de la guerra; que promueva hacia lo alto la autenticidad de la humanitas, y no rebaje ni degrade –nunca jamás- el divino destello en el hombre” (Roma, 14-IV-1984).

“El progreso de la cultura está unido en definitiva al crecimiento moral y

espiritual del hombre. Porque es por medio de su espíritu como el hombre se realiza en cuanto tal. Para ello hay que tener una visión integral del hombre.

Por eso la Iglesia siente la responsabilidad de defender al hombre contra ideologías teóricas o prácticas que lo reducen a objeto de producción o de consumo; contra las corrientes fatalistas que paralizan los ánimos; contra el permisivismo moral que abandona al hombre al vacío del hedonismo; contra las ideologías agnósticas que tienden a desalojar a Dios de la cultura” (Madrid, 2-XI-19812).

“Vuestro valor y vuestra fuerza serán tanto mayores cuanto mejor

comprendáis que, en este combate entre la luz y las tinieblas, no nos corresponde determinar cuáles deben ser sus desarrollos y, mucho menos, cuál ha de ser su conclusión. Sólo nos corresponde realizar en él nuestra parte con lealtad y coherencia, contando con la fuerza de Cristo resucitado, hasta que el Padre, que guía la historia hacia su trascendente destino, juzgue que ha llegado la plenitud de los tiempos”· (Roma, 14-IV-1984).

Juan Pablo II, en su Mensaje “La paz y los jóvenes caminan

juntos”, redactado para la celebración de la “Jornada Mundial de la Paz” del 1 de enero de 1985, explica el valor de la paz, la justicia, la participación, la vida como una peregrinación de descubrimiento, la responsabilidad. También formuló la cuestión ineludible, “¿cuál es vuestra idea de hombre?”, y la cuestión fundamental: “¿quién es vuestro Dios?”. Sobre esta última afirmó:

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“La primera cuestión lleva a otra más básica y fundamental. ¿Quién es

vuestro Dios? No podemos definir nuestra noción de hombre sin definir un Absoluto, una plenitud de verdad, de belleza y de bondad por la que nos dejamos conducir en la vida. Es verdad que el hombre, “imagen visible de Dios invisible”, no puede responder a la pregunta acerca de quién es él o ella, sin afirmar al mismo tiempo quién es su Dios. Es imposible relegar esta cuestión a la esfera de la vida privada de la gente. Es imposible separar esta cuestión de la historia de las naciones. Hoy, las personas se ven expuestas a la tentación de rechazar a Dios en nombre de su propia humanidad. Dondequiera se dé este rechazo, las sombras del miedo extenderán su tenebroso manto. El miedo nace cuando muere Dios en la conciencia del hombre. Todos sabemos, aunque oscuramente y con temor, que allí donde Dios muere en la conciencia de la persona humana, se sigue inevitablemente la muerte del hombre, imagen de Dios” (“L’Osservatore Romano”, 23-XII-1984 pág. 18-20, Año XVI, nº 52(834)

Juan Pablo II con los jóvenes en Miami. Imagen de la Red.

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2) La esencia del Liberalismo: la independencia del hombre respecto de Dios como autoridad, justificación y fundamento.

El Tradicionalista, nº 312, Martes 15-XI-1887 y nº 314, Jueves 17-XI-

1887, Artículo “Sobre el Liberalismo”, pastoral del Obispo de Portoviejo de la República del Ecuador.

STA PASTORAL es una radiografía del Liberalismo en toda su radicalidad y, como derivación del mismo, del Liberalismo moderado, en concreto del primer y segundo grado del

Liberalismo según califica León XIII en su Libertas praestantissimum. Esta pastoral no desarrolla ni menciona el tercer grado de Liberalismo recogido en dicha encíclica, ni –en cuarto lugar- de las deficientes aplicaciones de los principios a las situaciones concretas de una sociedad. El publicista pamplonés Juan Cancio Mena e Irurzun se encontraría en esta cuarta postura, “tocado” del tercer grado pues a su vez tiene sus gradaciones, por lo que fue criticado por el director de “El Tradicionalista. Diario de Pamplona”.

Insertamos dicha pastoral en este trabajo por su claridad y por mostrar las posturas de aquellas personas que se consideran “liberadas” incluso psicológicamente tras aceptar el Liberalismo. Tales viven en la burbuja del “yo” y de sus éxitos personales, o bien se deslizan abiertamente hacia el anarquismo y un modo de egoísmo quizás suavizado por su buen corazón.

El Liberalismo conduce a la pérdida de la Fe, se abre paso con el engaño, y es tan universal que nadie debe ignorar su existencia. Además, los liberales afirman que lo suyo es algo político pero, en realidad, afecta a todos los aspectos de la vida. Adolecen de su “nada con Dios salvo que Dios esté conmigo”, de una falta de dependencia y subordinación de la razón natural hacia Dios, y, sobre todo, ignoran la naturaleza, significado y contenidos de lo más

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maravilloso como es la Revelación cristiana en la que Dios se acerca y revela como Amor. Tales deberían ser respondidos con un “nada sin Dios” o un “todo con Dios”.

Tampoco un católico debiera llamarse liberal porque éste término designaba doctrinas rechazadas por la Iglesia.

Respetamos la grafía del diario El Tradicionalista, que no actualizamos en su acentuación.

“Muchas veces, amados diocesanos, hemos pensado delante de Dios, de

qué manera podríamos presentaros una idea clara y exacta de lo que es el Liberalismo, y daros asi pleno conocimiento de lo que quiere y pretende. Veíamos como esta secta liberal amenaza invadirlo todo; cómo muchos, muchísimos ya, engañados por las tan pomposas como falsas promesas de libertad y progreso, ó intimidados por el arrogante tono de los que llevan la voz en la prensa y en la plaza, se decían liberales, más por moda que por conviccion, poniéndose asi en la fatal pendiente que conduce á la pérdida de la fe. Lo que tenemos á la vista, los hechos que presenciamos y las manifestaciones que el Liberalismo exhibe entre nosotros, nos servirán de prueba y argumento para convenceros de lo que es y de lo que quiere. Cuanto á la teoría ó doctrina del Liberalismo, la veréis en sus propias palabras; lo que hace lo palparéis con la mano, y lo que debeis hacer vosotros, os dictará enseguida vuestra razon y conciencia cristiana.

¡Que nuestra palabra episcopal, llegue á todos nuestros amados diocesanos, á la escuela donde aprende la juventud, al solitario retiro del campesino, y al poblador de la más remota montaña! pues ya nadie debe ignorar lo que es en verdad una secta que logra propagarse sólo merced al engaño con que se cubre.

Algunos han pensado que el Liberalismo era propia y exclusivamente un sistema político, como suele decirse; esto es, que no se ocupaba sino de la manera de gobernar ó ejercer la autoridad pública, y que su propósito era establecer las libertades populares. Pero con esta su pretendida libertad, que de hecho es tirania intolerable, el Liberalismo ha querido dominar en todo: en el Gobierno y en la Iglesia, en la escuela y en la familia, y pretende hacer prevalecer su dañada doctrina en todas las cuestiones que interesan al hombre: Religión, Política y Vida social. Y ¿cuál es este principio del Liberalismo? ¿cuál su doctrina? Contestemos á esta pregunta con las mismas palabras con que se nos dá á conocer.

El Liberalismo, pues, pretende ser el último y más grande de los progresos, y como tal presenta la libertad de creer, pensar y escribir con absoluta independencia del espíritu humano. Ved ahí la misma doctrina que ahora poco nos vimos en la necesidad de condenar, cuando se trató de propagarla por medio de la Prensa. Con casi idéntica expresion habla una publicacion liberal del Interior: “La libertad de imprenta, dice, y la libertad de pensar y escribir, son las mejores concepciones que han salido del entendimiento humano”.

Sin embargo, por mas claras que sean estas palabras con que se dá á conocer el Liberalismo, debemos añadir algo, para mostrar el aguijon ponzoñoso que está escondido en aquellas palabras. De la libertad de creer y escribir sin sujecion á Dios, como la quiere establecer la secta liberal, síguese con evidencia absoluta la libertad de vivir y obrar sin sujecion á Dios, pues el hombre vive y obra conforme á sus creencias y sentimientos. Ved, pues, ahi una

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libertad de creer, pensar, escribir y vivir sin depender de Dios, ó, lo que es absolutamente lo mismo, libertad para creer, hablar y vivir sin ley, sin conciencia, sin moral, sin virtud. El Liberalismo os promete libertad de imprenta, libertad de enseñanza, libertad de la palabra, soberania del pueblo; esto es, imprenta sin Dios, enseñanza sin Dios, gobierno y pueblo sin Dios, todo sin Dios, sin ley ni deber; pues es libre con independencia absoluta.

¡Cuán distinta es la libertad cristiana! Esta verdadera libertad, por lo mismo que se reconoce dependiente de Dios, consiste en el derecho de hacer el bien; es la libertad de hacer la voluntad de Dios, cuyo querer no es otro que el bien y la felicidad de la criatura. Los felices y fecundos resultados de esta libertad, los hallamos enumerados en una admirable Encíclica de nuestro Santísimo Padre León XIII. El Supremo Pastor y Maestro infalible de la Iglesia nos hace ver, cómo en los pueblos verdaderamente cristianos, el soberano es Dios, á cuya ley se deben someter todos, el Gobierno y el magistrado, que administran la cosa pública, la Asamblea que forma las leyes y todos los ciudadanos que las observan. Aqui no es arbitraria ni tiránica la autoridad que manda; pues no puede mandar á su antojo sino con la equidad que imita la justicia de Dios: por lo mismo no se envilece ni abaja el que obedece; pues obedece á Dios, más bien que al hombre, que no es sino su lugarteniente. Idea cristiana, noble y digna para el que manda y obedece, expresada tan exactamente por el Poder que se reconoce recibido “por la gracia de Dios”. Palabras son estas que hacen la exasperacion de la impiedad; pero conformes en todo á lo que dice el apóstol San Pablo en su epístola á los romanos: “No hay potestad que no venga de Dios, y Dios es quien ha establecido las que hay”. Tal es la doctrina apostólica, que debe ser la norma de nuestra conducta; tal es la enseñanza infalible del romano Pontifice, nuestro Santísimo Padre.

Notad por aquí la diferencia esencial y característica que hay entre la doctrina católica y el Liberalismo. Este os hablará de libertad política con la impía pretension de que la Religion no debe dirigir la conciencia de los gobernantes; que los Gobiernos en sus leyes y proyectos se crean libres de la ley de Dios y de la iglesia; igualmente os habla de “delitos políticos”, y quiere que estos delitos, tales como la rebelion y sus consecuencias, no sean considerados como verdaderos crímenes y actos condenados por la ley moral; no así la Iglesia católica: ella enseña que todos los hombres y en todos sus actos, ya públicos, ya privados, están sujetos á la ley de Dios: el Gobierno y el pueblo; el magistrado y el ciudadano. Una misma es la libertad humana en la política y fuera de ella, á saber, sujeta y dirigida por Dios. Esta autoridad de Dios la reconocemos en todas las relaciones humanas. Para el esposo, la consorte es compañera que Dios le ha dado, y no esclava; para los padres, los hijos son prendas sagradas á quienes deben amar según Dios y para Dios, y éstos, á su vez, deben ver en la autoridad paterna la autoridad de Dios, de quien, como dice el Apóstol, es toda paternidad. El rico y el pobre se miran como hermanos en la misma fé y esperanza: Dios es asi el suave vínculo de union para todos los hombres. De aquí la infinidad de obras cristianas y caritativas que ha establecido la Religion para alivivar las dolencias y sufrimientos del prójimo.

A su vez el Liberalismo, despues de haber querido establecer gobiernos sin religion alguna, con su falsa libertad política, ha venido en aplicar este mismo principio á todas las relaciones humanas: imprenta sin Dios, escuela sin Dios; y así es claro, que no es puramente un sistema político, sino error y herejía moral y religiosa. Pero veamos sus obras: por sus frutos conoceréis á sus falsos profetas.

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Al oir las promesas del Liberalismo cuando ofrece libertad para todo y para todos, podría creerse que los liberales dejaran tambien á nosotros, los católicos, libertad siquiera para hacer el bien. De ninguna manera; sus obras lo dirán. Allá, en la República Mejicana, de donde nos ha venido una muestra de las bendiciones liberales, florecía la admirable institución de las Hermanas de la Caridad. Vírgenes consagradas á Dios, hijas de Méjico, en el crecido número de cuatrocientas, ajenas á toda agitacion de política, se ocupaban en consolar al anciano y educar á la niñez; sus caritativos cuidados aliviaban las dolencias del enfermo. Mas, apenas el partido libertad se apoderó de la autoridad pública, cuando se apresuró á satisfacer su ódio contra este benéfico Instituto. Las piadosas vírgenes se vieron obligadas a presentarse una por una ante un Comité de liberales, quienes, en términos que las hacían ruborizar, las solicitaban á dejar su vocacion santa, so pena de ser expulsadas de la patria. Aquellas heroinas cristianas prefirieron abandonarlo todo antes que ser infieles a sus votos sagrados; patria, familia, todo lo sacrificaron, ya que este sacrificio les pidió el Liberalismo, y ahora podeis contemplarlas en los hospitales de Quito y Guayaquil continuando en el ejercicio del bien que la intolerancia liberal no les permitiera en su patria.

Del islamismo dice un axioma vulgar: “Donde el caballo del turco estampó su casco, no vuelven á brotar los pastos”: del Liberalismo se puede decir con más razon todavía, que donde llega á dominar no deja germinar ninguna de las flores de la caridad cristiana.

Continuación: Jueves 17 de noviembre de 1997, nº 314 Pero para mostraros el Liberalismo en sus frutos, no es necesario

transportarnos á paises lejanos; no os diré cómo allá por el antiguo mundo, en Italia, Suiza, Alemania y Francia, el partido liberal ha expulsado á las Corporaciones religiosas que se consagraron á la educación de la juventud, al cuidado de los enfermos y al consuelo de cuantos sufren; cómo éste mismo partido liberal castigó con cárcel y destierro á los sacerdotes católicos, sólo por haber dado los Sacramentos á los moribundos; cómo en Francia un teniente político, acompañado de otros empleados públicos, quitó de la escuela de su aldea el Crucifijo, lo quebró y lo arrojó á un lugar que el decoro no me permite nombrar aqui; no os haré ver á las Repúblicas en donde domina el Liberalismo esclavizadas y empobrecidas en provecho de su partido, ni al pobre pueblo engañado con la mentida soberanía popular y la burla de las elecciones libres, sentado con la corona de espinas, para servirnos de la enérgica expresion del ilustrísimo señor Obispo de Guayaquil, la caña por cetro y saludado como rey de burla, pagando con su sangre, con sus bienes y sudores los gastos de las revoluciones liberales, de cerca podemos ver y contemplar los frutos de la libertad sin Dios…

Si tan solo os declarais adictos á las libertades justas y razonables, decid que sois cristianos, decid que sois católicos y basta; pero si vuestra libertad no se reconoce subordinada á la ley divina, tendrá por base vuestra propia voluntad, ó más bien el capricho, la conveniencia y el egoísmo de cada uno, y no hay para qué distinguiros de los discípulos de la secta liberal que acabamos de ver.

Vosotros llamais radicales á los que aplican á la raíz del árbol social el hacha seductora de la libertad sin Dios, que es el principio liberal; ellos se dicen liberales genuinos, y á vosotros designan con irrision como falsos liberales é hipócritas: ¿por qué, os dicen, parar en medio camino? pues con la libertad

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absoluta de creer hablar y escribir con absoluta independencia, del espíritu humano, nada queda en pié: órden, religion, virtud, son ideas vacías de sentido.

Somos liberales moderados, decis: y ¿en qué haceis consistir esta moderacion? ¿tal vez quereis reservaros el derecho de obedecer á la Iglesia cómo y cuándo os agrada, y negar la obediencia á lo que os exige algun sacrificio? ¿y nó veis que con semejante máxima proclamais el principio de la libertad sin Dios? y ¿qué podrá deteneros en la pendiente una vez que la regla de vuestra conducta y pretendida moderacion, no es Dios ni su mandato, sino vuestra propia voluntad, vuestro juicio particular? Andais cojos, cojeando de ambos lados; quereis tener un pié en el Catolicismo y otro en la secta liberal. Y grande es, por cierto, la multitud de los que de esta manera se hallan enredados y envueltos en el error fundamental del Liberalismo y llevan camino de la apostasia. Si, amados diocesanos, es culpable y cómplice en todos los horrores y crímenes del Liberalismo el que prefiere su propio juicio al dictámen de la Iglesia, el que censura y reprueba los actos de la autoridad de esta misma Iglesia; el negociante que expone en venta las obras condenadas por la Autoridad espiritual, así como lo es el que las lee.

Y aqui no podemos menos de señalaros ciertas aberraciones demasiado comunes, que no se esplican sino como frutos de la doctrina liberal. Los hay que con cierta complacencia se llaman liberales moderados y enemigos de todo extremo; esto es, que quieren quedar bien con todos: con Dios y su adversario, con el error y la verdad. Por una parte no tienen valor para cumplir los preceptos de la Iglesia, ni para sostener y defender la Religion, que seria pedirles mucho: no quieren tampoco aparecer como impios declarados. Pues bien; con semejante conducta son activos trabajadores y propagadores del Liberalismo, y hé ahí de qué manera; un resto de educacion religiosa, el recuerdo de padres y abuelos que fueron cristianos prácticos, ó tal vez una consorte timorata y piadosa los contienen todavia; pero sus hijos que los ven vivir sin práctica religiosa, callar cobardemente en presencia de los que insultan sus creencias, que oyen censurar á la Autoridad eclesiástica y despreciar los dogmas; sus hijos á quienes permiten la lectura de libros inmorales y corruptores de la fé, ellos ven y comprenden el principio de su conducta, que es verse libres de la autoridad de la Iglesia; y mientras no son católicos ni liberales francos, sus hijos, más consecuentes, serán liberales genuinos; ellos serán radicales, y conocerán estos padres el mal que han hecho cuando ya no tengan remedio.

Ved aquí cómo se cumple la palabra de Nuestro Señor: “El que no está conmigo, está contra Mí”; en estos tiempos de guerra y persecucion es necesario que nos pronunciemos abiertamente por una de las dos banderas: por la de Jesucristo, ó por la de Satanás…

Hemos expuesto las doctrinas y tendencias del Liberalismo; ahora es tiempo de proponeros dos preguntas que resumirán en pocas palabras lo que importa saber en esta materia.

Primera: ¿es malo y por lo mismo pecado el Liberalismo? Respuesta: Sí, el Liberalismo es malo, y es pecado, porque es libertad sin

Dios y Religión. Segunda: ¿Puede un católico decirse liberal? Respuesta: No es permitido entre nosotros llamarse liberal, porque así se

llaman los herejes y los que persiguen á la Iglesia. Para explica la respuesta á la segunda de estas preguntas, debemos añadir

una breve exposición histórica.

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El Liberalismo ha dado á la palabra de libertad un sentido distinto del que tenia en el lenguaje cristiano, una significacion que es, como hemos dicho, contraria á la fé, y ha dado el título de liberales á los que se dicen amigos de esta libertad. Ved, pues, como una palabra, antes intachable, ha llegado á ser en nuestros tiempos la expresion del error y la designacion de una secta que se ha alzado contra la Iglesia.

Cuando todos los pueblos del Antiguo Mundo formaban una sola familia cristiana bajo la autoridad paternal del Romano Pontifice, florecían las verdaderas libertades populares. En efecto, por más que unos escritores que desconocen ó ignoran completamente la Historia, os digan que aquellos tiempos han sido de oscurantismo y opresion de los pueblos, la verdad es que en muchos de los Estados de Europa, los pueblos elegían libremente á sus gobernantes; á la sombra del Catolicismo prosperaban grandes y poderosas repúblicas y que en ninguno de los Gobiernos católicos el poder era absoluto; el pueblo tenia verdaderos representantes de sus intereses, elegidos, no como hoy bajo la opresion de un partido, sino por las distintas clases de la sociedad sin intervencion de los gobernantes. Las libertades del pueblo eran tan sagradas, que el monarca debía jurar respetarlas, antes de ser coronado y ungido por la Iglesia.

Más, cuando aparecieron las sectas protestantes cambió la suerte de los pueblos que ese había sustraído del suave yugo de la Iglesia Romana. Los reyes y Gobiernos protestantes se atribuyeron el tiránico poder de cambiar á su antojo la fé y religion de los pueblos, de mandar en las conciencias, y con esta libertad religiosa, arrebataron y suprimieron una á una las saludables libertades que habían hecho prosperar á las naciones bajo el Catolicismo.

Ahí está la Inglaterra que trató de arrastrar en su apostasía á toda la nacion irlandesa, y, no pudiendo conseguirlo, la despojó de sus propiedades, reduciendo á sus habitantes á la mendicidad. Cuéntase por millares los obispos, sacerdotes y seglares católicos que hizo ahorcar y descuartizar la sola reina Isabel, y tras estas crueldades se vieron los católicos despojados de todos sus derechos politicos.

Desgraciadamente la mayor parte de los Gobierno católicos acabaron por imitar el ejemplo de los protestantes, atribuyéndose un poder absoluto en religión y política.

Cuando los pueblos trataron de volver por las libertades que habian gozado bajo la influencia de la Iglesia católica, habia dañado ya el protestantismo la idea de la verdadera libertad. Lutero y los demás sectarios del siglo XVI rechazaron la autoridad de la Iglesia, para decir que la razon de cada uno era el juez supremo en materias de fe y moral. Asi es el Protestantismo verdadero padre y autor de la doctrina liberal, y bajo su funesta influencia se formó la nueva teoría de la libertad sin Dios. Esta doctrina es el Liberalismo; pero mientras se diera á conocer, y pusiera de manifiesto sus tendencias anti-religiosas, habrá podido suceder por algun tiempo que el nombre de liberal ó de instituciones liberales haya sido empleado de buena fe por escritores y hombres públicos nada sospechosos en sus principios católicos. Pero en el dia de hoy y entre nosotros, cuando el Liberalismo se presenta como enemigo de Dios y de la libertad, su nombre no puede asociarse con el de católico. Por esta razon suscribimos con todo nuestro corazon y hacemos nuestras las siguientes palabras del ilustrísimo señor Obispo de Loja: “El Liberalismo, pues, es esencialmente malo, y por eso tantas veces ha sido condenado justamente bajo todas sus formas; y por consiguiente nadie puede abrazar las teorías ó máximas erróneas y perversas del Liberalismo sin prevaricar en la fe. Y siendo asi, no

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comprendemos cómo haya cristianos que aun pretendan ser católicos, y ser al mismo tiempo, y aun gloriarse de ser ó llamarse liberales.

“No, amados hijos, desde que el Liberalismo es intrínsecamente malo, y como tal condenado por la Iglesia, nadie puede ser liberal sin ser prevaricador delante de Dios. Ni se nos diga que son liberales en política, y no en religion; no hay tal distincion: esa es una evasiva cavilosa, sugerida por el padre de la mentira, para engañar á tantos ilusos que cierran los ojos á la luz de la verdad, anteponiendo su dictamen á la enseñanza de la Iglesia, maestra infalible de la verdad”.

“El Tradicionalista. Diario de Pamplona”, nº 1, sábado 16-X-1886. En su período carlista.

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3) Procedimientos fundamentales de política según el catolicismo liberal y los liberales

resabiados

FRUTO DE nuestra investigación histórica, en este apéndice se

recogen las afirmaciones de dos autores del siglo XIX, uno navarro y otro residente en Navarra. En primer lugar, nos referimos a Juan Cancio Mena e Irurzun en su época ex carlista posterior a 1877, concretamente por lo que respecta a sus opiniones manifestadas en el periódico titulado El Eco de Navarra, donde escribía asiduamente. El otro autor es F. M. de las Rivas y Velasco, director de El Tradicionalista. Diario de Pamplona, en su viva y prolongada polémica mantenida con Mena en 1886-1887.

Mena desarrolló su compromiso político de mayor intensidad bajo su filiación carlista de 1869 a 1877. A partir de 1877, pretenderá ser a modo de inspirador político de la sociedad navarra, haciendo aplicaciones en su caso un tanto confusas y desde luego políticamente anticarlistas. En lo fundamental tras 1877, siguió su producción literaria de 1865 (a favor del general Ramón Narváez –liberal conservador- por emergencia sociopolítica). En 1877, Mena será “entrista” en el sistema de la Restauración alfonsina conforme a las posturas del marqués de Pidal y la Unión Católica, diciendo siempre –eso sí- ser contrario al moderantismo. Pidal se sumó y dirigió la Unión Católica creada por los obispos, pero haciéndolo él con el ánimo de talar carlistas, lo que no consiguió. La primera etapa de El Tradicionalista lo evitó. Al poco tiempo, el tal Pidal ingresó en el partido liberal conservador y admitió el Artículo 11 de la Constitución de 1876 que había prometido rechazar. Mena, aunque fue atraído por Cánovas, no lo hizo, lo que le honró ante los carlistas e integristas. En 1891, Mena votará –al parecer- al liberal-conservador marqués de Vadillo frente a ambos sectores políticos. Finalmente, en 1909 se mostrará filocarlista pero para frenar la Revolución radical, anarquista y socialista. No en vano, este último reverdecer filocarlista, coincide con el hecho de que, tras 1900, dos de sus hijos fueron destacados políticos carlistas.

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Por su parte, De las Rivas será carlista, un joven y brillante escritor, y tuvo el apoyo, para dirigir El Tradicionalista. Diario de Pamplona, del insigne publicista Sardá y Salvany así como del filósofo Juan Manuel Ortí y Lara. En ese momento los tres eran carlistas. A sus 29 años polemizó con Mena, que ya era veterano en estas lides, haciéndolo con mucho éxito. Fue carlista por convicción en todos los puntos de su lema: Dios, Patria, Fueros, Rey. No cayó en la trampa de la Unión Católica, creada para utilizar las realidades temporales en beneficio de un pretendido bien de la Iglesia.

De las Rivas y Ortí y Lara, abandonaron a don Carlos VII protagonizando la escisión integrista de 1888, sumándose a Ramón Nocedal y no pocos intelectuales y clases medias carlistas. Aún sin ser integrista y siempre como anticarlista, se les añadirá Arturo Campión, con el lema “Dios y Fueros”. Pasando el tiempo y al igual que Ortí y Lara, De las Rivas dejó el integrismo y se hizo reconocementero de los poderes constituidos conforme a un mal entendido –creemos- ralliement francés de León XIII. La generalidad de los autores integristas como Senante -entre otros-, rechazaron la trampa clerical del ralliement. Los carlistas en general no tuvieron estos problemas, porque reconocían a un monarca que reinaba porque gobernaba, don Carlos VII y sus sucesores don Jaime III y Alfonso Carlos I. También algunos publicistas carlistas como el P. Domingo Corbató se saldrán del Carlismo con el tiempo y por diferentes motivos, pero permaneciendo hostiles a los gobiernos constituidos de hecho.

Este suele ser el camino algo tortuoso de algunos intelectuales metidos en política, y de algunos integristas poco políticos que dependían, incluso en política y en un grado elevado, del clero y de las opiniones políticas y diplomáticas del Vaticano. El integrismo resbaló hacia este lado y, a la larga, cuando Alfonso XIII consagró España al Sgdo. Corazón de Jesús, hubo integristas que se hicieron alfonsinos. Luego volverán a su casa natal del Carlismo siendo su rey Alfonso Carlos I en el transcurso de la IIª República.

El seguimiento de Mena a las tesis de la Unión Católica en dicho periódico El Eco tras 1877, conllevó unas pésimas consecuencias en la sociedad navarra, que se superaron cuando los carlistas rehicieron su prensa con El Tradicionalista y luego La Lealtad navarra y se presentaron con éxito a las elecciones municipales, Forales en Navarra, y a las Cortes bicamerales españolas. De ahí la fuerte polémica mantenida entre De las Rivas y Mena en 1886-1887.

En efecto, Mena corrigió muy indiscreta y arriesgadamente no pocos aspectos prácticos del libro de Félix Sardá y Salvany, El Liberalismo es pecado –aprobado y aplaudido por la Sagrada

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Congregación del Índice el 10-I-1887-, por lo que De las Rivas y Velasco le replicó en El Tradicionalista que dirigía, utilizando para ello sus propios argumentos y los del libro que defendía, añadiendo su propia experiencia, la cita de abundantes autores, y sirviéndose de dicho libro de Sardá como bandera y Norte.

Seguramente detrás de los escritos de De las Rivas había muchos entendidos en filosofía y teología aconsejándole debidamente. Según El Tradicionalista, Mena atravesaba una etapa mestiza, resabiada de liberalismo, y seguía los presupuestos de los unionistas del marqués de Pidal.

El elenco de textos que recogemos a continuación, tiene un carácter práctico y se refiere al ámbito social y político. Continúa y concreta otros ámbitos más ajenos al yo personal. Llama la atención que, en esta polémica entre De las Rivas por un lado y Mena por otro, que duró dos años, salgan a la luz, directa o indirectamente y entre diferentes ideas, todos los argumentos de Sardá y Salvany frente a la doctrina y práctica liberal. Recordemos que según este autor –ya lo hechos dicho- el liberalismo es una ideología rabiosamente práctica.

No es casualidad que lo señalado a continuación -por lo que respecta a la relación entre religión y situación sociopolítica de España-, coincida a maravilla con las afirmaciones de ciertos profesores universitarios de hoy día (estamos en el año 2016) que hacen vida en asociaciones meritorias. Son fruto de una corriente dentro de la Iglesia –precisamente ellos, que dicen que el Carlismo es un tradicionalismo cultural y un romanticismo de época como si de un sarampión se tratase- que hunde sus raíces muy atrás, aunque no tengan la categoría de un José María Cuadrado y otros autores de mediados del siglo XIX.

Por eso, que dichos profesores se consideren “modernos” y actuales ante una juventud que abre sus ojos al mundo, a la cultura y a la actividad religiosa, parece un mero recurso retórico. Seguramente, más renovadores sean los que ellos pudieran llamar con el feo término de ultramontanos y, ahora, con otros calificativos.

La afirmación de El Eco de Navarra está en rojo, y a continuación recogemos la respuesta de El Tradicionalista.

En los textos recogidos a continuación se respeta la grafía original de la prensa de época.

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3.1. En relación con las posibilidades políticas y los límites del católico. 1. La libertad para el católico es muy amplia en el ámbito

socio-político, que es donde el hombre se debe desenvolver libre y cómodamente.

Según El Tradicionalista esto era cierto, pero también lo

era que si se enfatizaba el afán por descubrir los muchos campos que estaban permitidos “a la libertad”, pensando que cuantos más fuesen era mejor, se podía dar por permitido aspectos que no lo estaban, o bien se podía desenfocar la libertad separándola de la verdad, y aceptar los recelos liberales frente a la Iglesia como si ésta no fuese su firme defensora etc.:

“Son maravillosas las armonías que se descubren en el

universo. Así como la imprudente conducta de permitirnos en nuestras acciones morales todo aquello que no está terminantemente prohibido, muchas veces agrandando demasiado el circulo lleva á lo prohibido, y casi siempre produce la confusion en la conciencia, asi el enemigo asociándonos á la obra que con tan simpático ropaje presentó, logró introducir la confusión, y quizás algo mas, en nuestro campo con fórmular ingeniosas en las cuales se salvaba” de momento la mayor pero para negar la menor y desde ella hacer inútil los sanos principios. (El Tradicionalista).

2. Un político católico debe rechazar las malas consecuencias propias de los malos actos.

El Tradicionalista completaba esto diciendo que también

se debían rechazar sus causas. Vázquez de Mella desvelará más tarde esta práctica liberal moderada de poner tronos a las premisas y cadalsos a las consecuencias. Sea lo que fuere, hacer gala de respetar todos los límites, de hecho encubría a quienes los sobrepasaban por entregarse al catolicismo-liberal o los resabios liberales.

Cuando las clases acomodadas del liberalismo se alarmaron ante el avance del anarquismo y el socialismo marxista, los carlistas respondieron que ellos, en cuanto católicos, no iban a actuar como cipayos de nadie, sino exigiendo una reconquista católica de las posiciones perdidas. En 1887 decían:

“Mantengamos nuestra unidad cerrando la puerta de

vuestro santuario (y cuando) (…) vuelvan sus espantados ojos hacia

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nosotros, les diremos con la conciencia tranquila: Es obra vuestra, sois la causa de ello, no queremos aliarnos con vosotros para remediarla, queremos salvar á España, no vuestras riquezas” (El Tradicionalista, nº 2, sábado 23-X-1886).

3. La política católica de principios tenía un carácter universal, de suerte que, en España, la política no podía ser diferente a la mantenida en los restantes países. Esto era una forma muy vana e innecesaria de alardear de cosmopolitas. Según El Tradicionalista el argumento estaba mal formulado y era incompleto. Como la política tenía unos aspectos universales pero también otros particulares, la política española sí podía y debía ser diferente a la de otros países. La política tradicional en España seguía una trayectoria clasicista, aristotélico-tomista, y respetaba las coordenadas espacio-temporales. Estaba lejos del carácter visionario, abstracto e ingenuo del católico involucrado en el romanticismo liberal. No es verdad que los carlistas fuesen los últimos románticos, tanto porque no fueron románticos como porque el liberalismo sigue en vigor. El periodista De las Rivas recordaba la situación de otros países para compararla con la de España, y dar así a cada situación la parte de verdad que le correspondía. Las diferencias entre países, se correspondían con políticas diferentes:

“De vez en cuando nos cuenta el mesticismo que allá en Bélgica, en los Estados Unidos y en otros pueblos existe la hipótesis y que, por lo tanto, aqui, en España se puede reconocer la existencia de la hipótesis. Asi por estas referencias á pueblos extraños como por no atinar nunca con el enlace, ciertamente imposible hoy, gracias á Dios, de estas dos proposiciones: “1ª, hay una teoría respecto de la hipótesis, teoría muy buena; 2ª, entre nosotros existe la hipótesis”; por todo esto junto, el mesticismo viene á desentenderse del ser propio, de la cualidad propia, de las circunstancias actuales y del presente estado social de la nación española; de donde nace que en este negocio de la hipótesis mira y atiende el mesticismo, no á las circunstancias de nuestro pueblo, únicas, absolutamente únicas que en él pueden legitimar ó condenar la hipótesis, sino que pone sus ojos, su entendimiento, su corazón y su alma toda en algo general, universal, que comprende á todos los pueblos; en suma, la hipótesis del mesticismo es la hipótesis del liberalismo católico” (ET, nº 128, 30-III-1887).

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4. Las circunstancias sociopolíticas contrarias a la verdad podían exigir al gobernante una política “no tan clara, no tan ortodoxa” (testimonio de Mena recogido en ET, nº 114, 12-III-1887).

“Diremos hoy solamente á El Eco que el actual momento histórico carece de aquella fuerza que sería menester para destruir el derecho natural y los atributos y prerrogativas de la Iglesia católica. Y otro dia, si Dios quiere, verá El Eco de Navarra hasta qué punto en esa teoría acerca de los derechos supremos del actual momento histórico se contienen y encierran funestas, trascendentales y perturbadoras consecuencias” (ET, nº 232, 10-VIII-1887).

3.2. En relación con los propósitos y estrategia política del momento. 5. Había que aceptar los hechos consumados y la

libertad común que otorgaba el liberalismo. Según Mena, esto era necesario para ocupar cargos

públicos, llegar al mundo de la cultura y trepar en la escala de la influencia social. Ahora bien, decía El Tradicionalista, si quienes así hacían eran individualmente buenos, no por eso iban a poder desarrollar los gérmenes de bondad que llevaban consigo. Creer que las estructuras eran inocuas y que el hombre podía dirigir siempre sus pasos a voluntad, era una ingenuidad de resabio liberal.

“Lo presienten y tiemblan al presentirlo. De estos, muchos

piensan en nosotros y buscan y pretenden afanosos cierta conciliacion inaceptable, ciertas transacciones y avenencias bochornosas. Quizás estaremos en vísperas de una lucha diplomática en la que será menester singular cuidado y una astucia muy exquisita para defendernos. Este es el caso, esta la ocasión, sin duda, de sostener con mayor resolución y con más vivo y fervoroso entusiasmo que nunca la integridad de nuestros principios, esa intransigencia sin la cual iríamos á confundirnos al cabo con cualquiera de las miserables banderías que destrozan la patria”.

6. El programa de Mena era de unión y paz entre

todos los vecinos y ciudadanos para obtener el máximo bien posible en unas circunstancias adversas. Para Mena, la intransigencia era una posición perjudicial debido a la necesidad de amoldarse a las circunstancias de cada momento. Para intervenir con una política de máximos, antes se debía alcanzar las condiciones que permitan impulsarla con éxito. De ésta manera, era preciso evitar cualquier fórmula que contrariase la unión y la transigencia.

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Según Mena, los católicos no liberales debían unirse y

acercarse a otras gentes de orden que en España también eran católicas, transigiendo con ellos en algunas cuestiones.

Sin embargo, para El Tradicionalista, la Revolución tenía dos caras complementarias: la mansa o aristocrática o la violenta de callejera. La más perjudicial en la práctica era la revolución moderada, los partidos liberales-conservadores, porque “han venido á consolidar la revolución, á darle forma y vida permanente y durable; hay en fin, que hundirlos, que sepultarlos, porque son los grandes, los principales y más poderosos agentes de la civilización moderna” (El Tradicionalista, nº 1, 16-X-1886), sin Dios, secularista y materialista. La conclusión era que en la España del momento había que ser intransigente ante el Liberalismo doctrinal y práctico, y alardear de ello si fuera necesario.

“Los partidos conservadores se apartan ó difieren de los

partidos revolucionarios en una mera apreciacion relativa á las circunstancias del momento; pero en lo demás, pero en lo fundamental, en lo esencial, en la doctrina, en las tendencias y propósitos ambos partidos, el de la revolucion mansa y el de la brava concuerdan á maravilla” (El Tradicionalista, nº 1, 16-X-1886).

“Nuestra intransigencia se deriva de los principios que defendemos, incompatibles, en absoluto, con la transigencia que consiste en aceptar el error y en tolerar hipótesis supuestas. Esta intransigencia nuestra se halla escrita en la bandera tradicionalista y en El Liberalismo es pecado. Es en suma, la intransigencia católica” (ET, nº 194, 22-VI-1887).

Ante la insistencia de ofrecer a la sociedad una política de

alianza y de paz, Salvador Casanueva respondió a Mena en El Tradicionalista (nº 29, jueves 25-XI-1886) criticando que El Eco no realizaba las concreciones políticas necesarias, y que si ello se debía al natural deseo de paz, resulta que también él como otros muchos lo tenían:

“¿Qué hará la verdad para reconquistar sus derechos; qué

harán los hombres que profesan las ideas verdaderas y salvadoras para volver á encauzar la sociedad perdida en los senderos del error y del mal?

Nada; callarse y llorar su desgracia; así se lo manda El Eco de Navarra, y caerá la execración de ese periódico sobre aquel que osare levantar la voz para afirmar que la sociedad se pierde sin remedio, si no varía de rumbo”. ¿Qué entendían los carlistas por la paz?:

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“Nosotros llamamos paz á la vida normal de los pueblos

sostenida merced al reinado de la moral católica en sus instituciones, leyes y costumbres, y ellos la consideran como el decaimiento y postracion que provienen á las naciones del enervamiento de su carácter, de la pérdida de su fé y del olvido de sus tradiciones” (ET, nº 166, 17-V-1887).

“Los que con la bandera de la indiferencia política en las

manos, se habían aprovechado hábilmente del recuerdo de la guerra y del amor á la paz (que se despierta siempre en los pueblos despues de los grandes y titánicos esfuerzos de la guerra y del rastro sangriento que dejan los combates); esos, cuyo mérito utilitario, digámoslo así, no cabe negar, emprendieron la tarea de borrar de la memoria de Navarra para siempre, no ya solamente el hecho mismo de la guerra, sino los principios inmortales por cuya defensa se vertió en los campos de batalla tanta sangre generosa, como si fuese igual y tan hacedero acabar con los principios como acabar con los hechos. Fué este un crimen imperdonable á los ojos de la razon cristiana y á los ojos de la propia Navarra que ya, felizmente, ha entendido cómo, por sorpresa y con engaño, se ha intentado hundir en el olvido todo lo que la guerra significaba en conjunto, el espíritu general de los hechos, la razon fundamental de ella, el principio que la enjendró, la bandera gloriosa que enarbolaron nuestros heróicos soldados. So pretexto de que la guerra es un desastre en el órden material y prevalidos del ánsia de reposo que indudablemente se sentía, procuraron adormecer á este insigne pueblo infundiéndole poco á poco, para no suscitar sospechas, aquel espíritu de falsa paz y de quietud enervadora y de conciliación culpable que forma la peculiar fisonomia de las sociedades modernas” (ET, nº 192, domingo 19-VI-1887). 7. Como la política y la religión eran realidades diferentes,

sí era posible unir a los católicos con independencia de sus opiniones y fidelidades políticas.

Ahora bien, preguntará El Tradicionalista: ¿y si había

políticas que un católico no podía mantener? ¿Y si había aspectos temporales que un católico tenía derecho a mantener a pesar de la unión con otros católicos en el ámbito político?

“Buscamos las alianzas de todos los católicos, sea cual

fuese su ideal político”, que es precisamente lo que siempre han sostenido los unionistas” (ET, nº 128, 30-III-1887).

Mena afirmará que los unionistas siempre habían sostenido la conveniencia de buscar alianzas con todos los católicos sea cual fuere su ideal político, y que esto era precisamente lo que la

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Iglesia recomendaba en sus Encíclicas. El Tradicionalista le respondió de la manera siguiente:

“No hay tampoco tales Encíclicas. ¿Dónde están? ¿Cuáles son?

La Encíclica Cum multa, por ejemplo, recomienda la concordia de los católicos, pero no dice: sea cual fuere su ideal político; sino que, al contrario, reprueba á los partidos que repugnan á la Religion ó á la justicia. La encíclica Inmortale Dei asimismo recomienda la unión de los católicos, pero advierte que la integridad de la verdad católica no puede en ninguna manera subsistir con las opiniones que se allegan al naturalismo ó racionalismo. ¿Dónde están, repetimos, esas Encíclicas? ¿Cuáles son?

El Papa quiere la unión de los católicos, de los verdaderos católicos, de los que práctica y teóricamente aceptan la integridad de la doctrina católica. Y esta es la cuestion. Nosotros aseveramos que no cabe union legítima con los liberales católicos, con hombres que se pasan la vida en los partidos liberales siendo, cuando ménos, cómplices del liberalismo. ¿Dónde están las Encíclicas que enseñan lo contrario? ¿Cuáles son?” (ET, nº 132, 3-IV-1887; se insiste en nº 137, 13-IV-1887).

8. Ante las graves circunstancias debían unirse todos los

hombres y partidos de orden, esto es, todos los elementos afines con el propósito de salvar la patria.

El Tradicionalista estaba de acuerdo con esto, pero

discrepaba de Mena y El Eco resaltando que la unión de todos los católicos no podía ser de cualquier manera sino en los sanos principios, en lo católico. También advertía las recomendaciones y encarecimientos de León XIII en ese sentido, y clarificaba que:

“se trata de union de verdaderos católicos, de aquellos que teórica y prácticamente aceptan las doctrinas todas de la Iglesia, y en especial las que miran al gobierno de las sociedades humanas. Afirmamos que el Papa no quiere la union de cualesquiera católicos, de católicos puros y católicos liberales. Decimos que el Papa no quiere la union de los católicos, sea cual fuere su ideal político, porque es esta union holgadamente caben los sagastinos, los izquierdistas, los liberales conservadores y casi todo el mundo” (ET, nº 134, 6-IV-1887).

A los carlistas les parecieron acertadas las afirmaciones de

El Tradicionalista. Más adelante, este diario contestará a El Eco de Navarra de la siguiente manera:

“No queremos que estén unidos tradicionalistas y

liberales; queremos que estén separados. Los separa la doctrina con

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una separación completa, absoluta y total” (…) “Los carlistas de Navarra y los de toda la nacion saben que esa política de indiferencia y de paz y de caridad hasta cierto punto y de moderacion mestiza, tiene por fin principal suyo la ruina definitiva del partido tradicionalista” (…) ”Acontece que merced á esa política notoriamente negadora de nuestra inmortal intransigencia, hay verdadero carlista que se asusta de poner al enemigo el nombre que merece” (ET, nº 20, domingo, 14-XI-1886

9. La prudencia política exigía dejar de lado la reivindicación de la tesis católica y conformarse con lo que se denominaba la hipótesis.

Este era el punto central de la polémica, el más grave y en

el que se sintetizaba si la política era católica o anticatólica. La tesis era una situación social que permitía y exigía la

aplicación del ideal católico, lo que la realidad es, entendiendo por tal la realidad natural y la sobrenatural. La hipótesis era una situación social que no lo permitía y, en sus deficiencias, tampoco lo exigía; era una situación de hecho.

Si la diferencia entre ambas realidades –la tesis y la hipótesis- era fácil de comprender y siempre se había tenido en cuenta en la civilización cristiana –era el ejercicio de la tolerancia como permisión negativa del mal, con motivos debidos y poniendo los medios para superarla-, sin embargo, incidir tanto en ella fue un invento del marqués de Pidal y los unionistas que ingresaron en el partido liberal-conservador que tanto había criticado.

En realidad, el marqués de Pidal y los unionistas, no demostrarán que España estuviese en hipótesis; fue más bien su incapacidad política la que creará la hipótesis para justificarse. Esta incapacidad estaba en el sistema político, en las ideas políticas de las minorías dominantes, no es la sociedad. Es decir, era necesario que dichas minorías se convirtiesen. Pues bien: ¿qué hacer en el entretanto?

El Tradicionalista consideraba absolutamente rechazable hacer una política como si España estuviese en hipótesis social, porque traicionaba la realidad. Así mismo, lo que se debía de hacer era trabajar para lograr dicha conversión, y para ello se utilizaban todos los medios legítimos –oración, prensa, sociedades, elecciones…-, advertían los distintos plazos, y confiaban en la divina providencia y en el trabajo de los seglares:

“(…) No hay la menor duda, en fin, que debe aceptarse la doctrina de la hipótesis.

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Pero es el caso que no se trata de la doctrina de la hipótesis en abstracto. Ello es cierto que versa este debate, en lo relativo á la hipótesis, sobre las circunstancias, no ya posibles, sino reales, efectivas y concretas de la nacion española. Trátase de si existen aquí ó no las circunstancias señaladas por los teólogos en lo que atañe á la hipótesis. Se trata, en suma, de si por la consideracion de evitar mayores males, se deben tolerar en España las libertades modernas, y singularmente el artículo 11 de la Constitucion del Estado. No se trata de otra cosa ninguna.

El liberalismo católico interpreta la doctrina de la hipótesis en el sentido de lo que alguien ha denominado hipótesis universal. Así pues, de que á veces conviene tolerar un mal menor para evitar males mayores, de esta doctrina infiere el liberalismo católicos que siempre, en cualquier pueblo, en cualesquiera circunstancias se debe tolerar el mal menor. Esta es la hipótesis universal. Eso es el liberalismo católico.

Aplicando torcidamente á España la doctrina del mal menor, dicen los liberales católicos que aquí se impone la hipótesis, que la hipótesis es aquí necesaria”.

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10. Vinculado al punto anterior, algunos querían separar la

conducta respecto a los principios, como si las concreciones conductuales sólo dependiesen de la perspicacia del católico, y de los diferentes filtros y circunstancias temporales, modificándose los principios incluso hasta no reflejarlos en la práctica.

La respuesta de El Tradicionalista fue que por muy

perspicaz que se debiera de ser, siempre había unos principios rectores por lo mismo que la ortopraxis estaba vinculada a la ortodoxia:

“Y no se objete que se trataba entonces de una cuestión de

conducta. Nada ménos que eso. Se trataba, al contrario, de los derechos de la verdad y de la Religion católica (…). No se trataba, pues, de una cuestión de conducta, como dijo el Sr. Pidal en el Parlamento. Si acaso seria una cuestión de conducta esencialmente relacionada con los derechos de la verdad, de la Religion y de la autoridad pontificia. ¿Qué quién es capaz de decirlo? Cualquiera. Nosotros lo decimos” (ET, nº 125, 25-III-1887).

“Cuando so pretexto de que hay una doctrina acerca del mal menor ó de la hipótesis, en virtud de la cual doctrina se pueden tolerar aquellos males que sean efectivamente menores para evitar otros que sean mayores efectivamente (porque tiene no poco que entender este negocio de la realidad y de la calidad de los males); cuando so protexto de dicha doctrina se intenta legitimar el presente estado de cosas en España, vienen los liberales católicos á abusar de la propia doctrina que invocan, vienen á torcerla, tergiversarla y falsificarla, como quiera que los teólogos no autorizan para que se interpreten sus enseñanzas sobre el mal menor á la hipótesis en el sentido de que á cualquier hora, en todo momento, en todas las naciones sea lícito y católico dejar á un lado la tésis y poner en lugar suyo la tolerancia de las libertades modernas. Los teólogos explican bien cómo se ha de proceder en lo relativo al planteamiento de la hipótesis. Ellos señalan las circunstancias en que es conveniente y á veces necesario tolerar el mal menor. Esas circunstancias no se dán siempre, ni en todas partes, sino en casos y pueblos determinados. Y claro es que urge ponderar, aquilatar é inquirir bien la condicion de cada pueblo, su peculiar manera de ser, sus costumbres, su estado social, todo aquello, en suma, por donde se llegue á determinar y averiguar con la exactitud que tales resoluciones requieren, la conveniencia ó inopotunidad de la aplicacion de dicha doctrina. Se ha menester en esto de muchísimo tino, de intención recta y de grandes y exquisitas precauciones. Por eso dice el P. Mendive en su excelente tratado de Derecho natural. “Esta (la de que se trata) es la verdadera doctrina, enseñada por los teólogos católicos. Nótese, sin embargo, que en un aplicación á los casos prácticos pueden caber muchas ilusiones, así como también muchas hipocresías y fingimientos. Cuán fácil es en efecto que algunos cobardes, ó ambicionsos, ó demasiados

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amigos de una falsa paz, ó verdaderos liberales ó patrocinadores de la tolerancia religiosa, se forgen (sic.) falsamente la ilusion de que ya no es posible en su patria un modo de ser político, en que sea prestada por los gobernantes á la verdadera Religion una protección franca y sincera, ó finjan traidoramente imposibilidades que en realidad no existen! La teoría del mal menor es en sí buena y laudable, aun aplicada á la tolerancia civil en materia de Religion; pero cuidemos mucho en estos tiempos peligrosos que BAJO SU MANTO no se nos meta la perversa y abominable doctrina del Liberalismo católico” (ET, nº 128, 30-III-1887). 11. Era necesaria la indiferencia política ante las

diferentes concreciones políticas para que las pasiones no nublasen la vista, todos pudieran ceder algo, y los principios fundamentales de la religión y España (según Mena la Patria, los Fueros y la Monarquía) estuviesen a salvo.

Para difundir las doctrinas políticas ortodoxas y fundamentales, era necesario no hacer política, rechazándose a todos los partidos políticos incluido el tradicionalista o carlista.

Esto era contradictorio e injusto según El Tradicionalista,

porque así se rechazaba el único partido que de hecho era católico en la restauración alfonsina.

“Todos esos elementos que enseñaban y propagaban la doctrina de la indiferencia política, de la falsa paz y de un reposo notoriamente incompatible con aquella noble y diligente actividad y entusiasmo que pide la profesion de buen católico en estos luctuosos y tristísimos tiempos, cuando, de estarnos quietos en casa, lo perderíamos todo, hasta la posibilidad, en lo humano, de restaurar nuestro ser político; todos esos elementos se confabularon al punto contra nosotros, como era natural y sin que nos produjese ninguna extrañeza su actitud hostil, porque es claro que este linaje de lucha no cabía evitarle, á menos que ó nosotros transijiéramos (sic.) y callásemos ó ellos renunciasen á sus doctrinas y á sus obras. Surgió, pues, la lucha, y tan ruda y fiera como lo demandaban los intereses del enemigo, por un lado, y por otro el interés de la verdad que nosotros defendíamos” (ET, nº 192, domingo 19-VI-1887).

12. Se decía que el Liberalismo tenía diversas acepciones, que podía existir un Liberalismo sólo político que podía aceptarse, mientras que el Liberalismo doctrinal siempre debía rechazarse.

Los católicos de El Tradicionalista afirmaban que no había

un Liberalismo meramente político que no incluyese mucho o poco

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de Liberalismo doctrinal, toda vez que el Liberalismo político no era más que doctrinal aplicado a la política.

El 7-VI-1887, El Tradicionalista incluía parte de una carta pastoral de Fr. José María Masiá y Vidiella, obispo del Ecuador, donde insistía en que había un solo Liberalismo, y no “dos liberalismos, uno meramente político ó bueno, y otro dogmático condenado” (ET, nº 182).

“El Liberalismo es esencialmente malo, y por eso tantas

veces ha sido condenado justamente bajo todas sus formas; y por consiguiente, nadie puede abrazar las teoría o máximas erróneas y perversas del Liberalismo sin prevaricar en la fé. Y siendo así, no comprendemos cómo haya cristianos que aun pretendan ser católicos, y ser al mismo tiempo, y aun gloriarse de ser ó llamarse liberales.

No, amados hijos, desde que el Liberalismo es intrínsecamente malo, y como tal condenado por la Iglesia, nadie puede ser liberal sin ser prevaricador delante de Dios. Ni se nos diga que son liberales en política, y no en religion: no hay tal distincion: esa es una evasiva cavilosa, sugerida por el padre de la mentira, para engañar á tantos ilusos que cierran los ojos á la luz de la verdad, anteponiendo su dictámen á la enseñanza de la iglesia, maestra infalible de verdad.

Pero, ¿qué entienden por política? ¿Quieren decir ser lícito revelarse contra la legítima autoridad? Eso es condenado por la Iglesia. ¿Que la autoridad ó soberanía reside, como en su fuente, en la muchedumbre, en el pueblo? Ese es otro error, de igual manera condenado. ¿Dónde está, pues, y en qué consiste el Liberalismo político? Esa es una nueva evasiva, repetimos, inventada por el demonio para engañar á las almas incautas; pues, con esa vana y quimérica distinción de Liberalismo en religion ó en política, las mantiene en el error, con menoscabo de su fe, de la sumision y obediencia que debemos á la Iglesia, y con manifiesto peligro de su eterna salvacion.

Nó, lo repetiremos, no hay tal distincion: el Liberalismo es uno, y ese ha sido condenado por la santa Iglesia. Libertad de pensamiento, libertad de conciencia, libertad de cultos, de imprenta, de enseñanza, de rebelión, soberanía popular, etc., etc., todo esto es consecuencia de un mismo principio: esto es, de la autonomía é independencia de la humana razon, constituyéndose ésta cuasi, y sin cuasi, sobre el mismo Dios, llegando hasta negarle. Esto, decimos, es el constitutivo esencial del Liberalismo; todo lo demás no es sino una consecuencia necesaria y legítima, que deriva de tan funesto principio. Por eso, repetimos, y ojalá todos nos oigan, que el Liberalismo es intrínsecamente malo, y por consiguiente nadie puede abrazarlo ni adherirse á sus infernales máximas, sin prevaricar de la fe y gravar su conciencia.

Es, pues, pecado el Liberalismo; sí, es pecado y gravísimo pecado; es el peor de todos los errores modernos, y está condenado en documentos pontificios; es la causa funestísima de innumerables

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pecados, y de los más grandes males que aquejan y afligen á la desgraciada generacion presente, entregada con una ceguedad y cuasi delirio incomprensible, á ese mónstruo horrible de mil formas y colores, salido de los abismos para seducir y perder las almas” (ET, nº 182, 7-VI-1887). En relación con la negativa a llamarse liberales El

Tradicionalista recogía una pastoral del Obispo de Portoviejo de 1887 (ET, nº 312, 15-XI-1887 al nº 314, 17-XI-1887). En ella se indica:

“El Liberalismo ha dado á la palabra de libertad un sentido

distinto del que tenia en el lenguaje cristiano, una significacion que es, como hemos dicho, contraria á la fé, y ha dado el título de liberales á los que se dicen amigos de esa libertad. Ved, pues, como una palabra, antes intachable, ha llegado á ser en nuestros tiempos la expresion del error y la disignacion de una secta que se ha alzado contra la Iglesia” (ET nº 314, 17-XI-1887).

¿Y cuál era tal significado? El que le daba el

protestantismo –al que cita- con el libre examen, esto es, la independencia del hombre respecto a la autoridad divina y de la Iglesia, una libertad sin sujeción a nada y nadie salvo el propio individuo, una libertad sin Dios y sin Iglesia y con absoluta independencia del espíritu humano. Este indicará “la libertad de vivir y obrar sin sujeción á Dios, pues el hombre vive y obra conforme á sus creencias y sentimientos”. Esta libertad de creer, pensar, escribir y vivir sin depender de Dios es igual que la libertad para creer, hablar, y vivir sin ley, sin conciencia, sin moral, sin virtud, y sin deber, “pues (el hombre) es libre con independencia absoluta”.

(Esta falsa libertad hizo que se estableciesen gobiernos sin religión alguna y con una falsa libertad política, ajena a toda autoridad y dependencia de Dios. De los tres grados de liberalismo hablaba León XIII en su encíclica Libertas praestantissimum y de los dos primeros se expresaba el obispo de Portoviejo, localidad situada en el Ecuador). 13. Afirmar la inexistencia de partidos católicos fuera de la

Comunión Tradicionalista, implicaba –según Mena- declarar implícita e indirectamente que la forma de gobierno de dicha Comunión se hallaba ligada esencialmente a la Religión.

La respuesta de El Tradicionalista decía que afirmar en ese

momento que no existía otro partido íntegramente católico a parte de la Comunión Tradicionalista, no vulneraba la distinción entre lo político y lo religioso (ET, nº 121, 21-III-1887; nº 125, 25-III-1887).

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“Lo que aseveramos es que aun cuando todas las formas de gobierno son indiferentes de suyo ó consideradas en abstracto y aun cuando es posible que haya un partido ó muchos partidos íntegramente católicos separados entre sí por cuestiones meramente políticas, lo cierto es, el hecho es que aqui, en España, esos partidos no existen. Por lo tanto, se cifra esta cuestión en distinguir el hecho de la posibilidad.

No hay en España más partido íntegramente católico ó perfectamente antiliberal que la comunión monárquico-religiosa. Tal es el hecho. De la posibilidad de otros partidos perfectamente antiliberales ó integramente católicos no se trata” (ET, nº 121, 21-III-1887). En resumen: ningún partido salvo el tradicionalista o

carlista, estaba en realidad y de hecho exento de Liberalismo, de suerte que un católico sólo podía ser carlista o abstenerse de dictaminar sobre el asunto. En segundo lugar, mientras los monárquicos alfonsinos ponían el énfasis en el Liberalismo que don Alfonso debía sostener, los carlistas enfatizan en que el monarca no podía mantener de manera alguna el Liberalismo.

14. Nadie podía atreverse a decir que no eran católicos

quienes figuraban en partidos políticos distintos al Tradicionalista. Si el punto anterior se refería a los partidos, éste a las personas.

En efecto, eso no decían los carlistas y sí lo decía Mena de

ellos. Lo que afirmaban los carlistas es que, en la realidad del momento y tal como estaban las cosas, un católico sólo podía militar en política dentro del Carlismo o bien no militar en ella.

“Lo que decimos es que son liberales todos los partidos

españoles, menos el nuestro; no decimos más. Ahora, si hay ó no quien ni es carlista ni liberal ni perteneciente á los partidos liberales, no lo hemos tratado. Desde luego reconoce EL TRADICIONALISTA que puede haber y hay de hecho personas muy católicas que no son carlistas. Pero siempre diremos que todos los partidos españoles son liberales, menos el nuestro” (ET, nº 125, 25-III-1887)

15. Nadie podía atreverse a calificar que tales o cuales

escritos y personas eran liberales o racionalistas, porque carecía de autoridad para ello.

Por lo mismo –añadimos- nadie podía atreverse a calificar

a los partidos mismos de anti-católicos porque carecería de autoridad para ello.

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Según Mena, para saber si una persona o un escrito debía combatirse como liberal -en el sentido de liberal racionalista político y no tomando la palabra “Liberalismo” en un sentido inofensivo y perfectamente compatible con las doctrinas ortodoxas-, era necesario acudir al fallo de la Iglesia y la Jerarquía. Sin embargo, El Tradicionalista aclara puntualmente que para Sardá i Salvany y su libro El Liberalismo es pecado ello no era necesario, y que era una tontería puesta en boga por los liberales y resabiados de Liberalismo desde hace algunos años. (ET, nº 118, 17-III-1887). En efecto, esta era una manera de que se diluyese en la sociedad las distinciones claras que deben guiar la vida práctica, y que a la larga se admitiese en la práctica social a todos y todo como católicos, siempre que los interesados quisieran llamarse católicos al menos de palabra. La Jerarquía no iba a estar continuamente dictaminando situaciones morales y doctrinales a más de lo ya dicho, y generalmente se centraría en analizar y rechazar los errores que se fuesen sumando a la vida social.

16. El Carlismo era un aliado necesario en defensa del orden frente a la revolución violenta.

Los tradicionalistas rechazaban esta indebida utilización de

su gente, para defender el dinero y la seguridad de los moderados o liberales conservadores. Los carlistas no eran cipayos de nadie. Su participación sólo debía de ser una realidad de exigir la restauración plena del reinado social de Jesucristo y los derechos de la dinastía legítima.

El Prospecto del diario El Tradicionalista de Pamplona era muy jugoso y razonaba con finura, siendo todo un programa político. En éste se mostraba una oposición a cualquier transacción o cesión práctica al Liberalismo. Al final decía así:

“Nuestro Dios no es el Dios de las restauraciones

incompletas, deficientes, débiles y cobardes, porque el liberalismo las enerva; nuestro Dios vive y alienta en la ley, en el gobierno y en todos los organismos del Estado; nuestro Dios es el Dios católico, único ante el cual deben prosternarse las sociedades humanas. Nuestra Pátria no es el cadáver miserable en que el liberalismo convierte á las naciones (…) nuestra Patria, en suma, es la antigua España, la España tradicionalista. Y nuestro Rey no es ninguna ficcion legal.

Solo con esta política, por otra parte, es posible volver á nuestra integridad foral. (…) Combatir el liberalismo es en nuestros tiempos el único modo eficaz de defender las libertades sociales representadas en nuestro antiguo régimen foral.

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En este programa se resumen y cifra la política que venimos á defender (…) no ya continuar la historia de España, como ha dicho y quiere el señor Cánovas del Castillo, sino romper la tradición liberal y proseguir la historia verdaderamente castiza y católica, eslabonando y fundiendo lo bueno, aceptable y legítimo de nuestro tiempo con todo aquello que nos puso en la cumbre de la grandeza y de la gloria” (ET, nº 1, 16-X-1886).

José Fermín Garralda Arizcun XXVII Jornadas de la Unidad Católica

Zaragoza, 2 y 3 de abril de 2016 7 de julio de 2016

Elegante fachada de la “Sociedad Tradicionalista” de Pamplona. Calle Jarauta. Foto:JFG2010

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“Sociedad Tradicionalista” de Pamplona. En ella dio conferencias –entre otros muchos- el director de “El Tradicionalista”. El arquitecto fue M. Arteaga. Se encuentra en la calle Pellejerías

o actual Jarauta, enfrente de la parroquia de San Cernin y el pocico donde se bautizaron los primeros cristianos de la ciudad romana de Pompaelo. Foto:JFG2010

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Notas: Hemeroteca: “El Eco de Navarra” y “El Tradicionalista.

Diario de Pamplona” (1886-1893) Fotografía: el autor

(1) PIO XII, El Papa habla, Selección y prólogo de Ramón Roquer, Barcelona, Ed. AHR, 1958, 316 pp.

(2) VV.AA. Cuestiones y respuestas. Esquemas de documentación doctrinal, Madrid, OBISA, 1976-1978, 7 vols. 190 pp. cada vol.

(3) José María Iraburu, “Gracia y libertad”, Estella, Fundación Gratis Date, 2011, 52 pp.

(4) WOJTYLA, Karol, Signo de contradicción, Madrid, BAC, 1978, 264 pp.

(5) SARDÁ Y SALVANY, Félix, El liberalismo es pecado, Madrid, EPCSA, 1936, 9ª ed., 192 pp. Las páginas citadas se refieren a esta edición.

(6) GUARDINI, Romano, Imagen de Jesús, el Cristo, en el Nuevo Testamento, Madrid, Ed. Guadarrama, 1960, 138 pp.

(7) GIRONELLA, José María, Un millón de muertos, Madrid, Círculo de Lectores, 1961, 687+8 pp. La dedicatoria es “A todos los muertos de la guerra española 1936-1939.

(8) PIEPER, Josef, Las virtudes fundamentales, Madrid-Bogotá, 3ª ed., Rialp-Gupo editor V Centenario, 1988, 572 pp.

(9) Juan Pablo II a los jóvenes, Pamplona, Eunsa, 1986, 421 pp.

L a u s D e o

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