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90 CUADERNOS DE PEDAGOGÍA. Nº361 OCTUBRE 2006 } Nº IDENTIFICADOR: 361.021 Y ellos, ¿también se esfuerzan? Yo me esfuerzo, tú debes esforzarte FLOR GARCÍA Todo el mundo se esfuerza cuando entiende que el objetivo vale la pena. El autor denuncia en este artículo la tendencia que asimila esfuerzo a autoritarismo, intolerancia e intransigencia. Y reclama desplazar el foco de atención hacia el profesorado para ayudarlo a motivar a su alumnado y a animarlo con metas y propuestas de trabajo relevantes. JURJO TORRES SANTOMÉ Universidade de A Coruña Correo-e: [email protected]

Yo me esfuerzo, tú debes esforzarte. Y ellos, ¿también se esfuerzan? - Jurjo Torres Santomé

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90 CUADERNOS DE PEDAGOGÍA. Nº361 OCTUBRE 2006 } Nº IDENTIFICADOR: 361.021

Y ellos, ¿también se esfuerzan?

Yo me esfuerzo, tú debes esforzarte

FLOR GARCÍA

Todo el mundo se esfuerza cuando entiende que el objetivo vale la pena. El autor denuncia en este artículo latendencia que asimila esfuerzo a autoritarismo, intolerancia e intransigencia. Y reclama desplazar el foco

de atención hacia el profesorado para ayudarlo a motivar a su alumnadoy a animarlo con metas y propuestas de trabajo relevantes.

JURJO TORRES SANTOMÉ

Universidade de A Coruña

Correo-e: [email protected]

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Uno de los eslóganes del Gobierno del Partido Popular fueel de la necesidad de la cultura del esfuerzo en el sistemaeducativo. Eslogan que sirvió para desviar las miradas delcolectivo docente, así como de los medios de comunicaciónhacia la parte más indefensa del sistema: el alumnado. Éstese nos muestra ahora como el principal responsable de losdéficits del sistema, debido a su falta de esfuerzo.

Este reduccionismo explicativo cobra sentido en el marcode una sociedad donde el neoliberalismo y el individualismomás exacerbado se están imponiendo con una gran celeri-dad, donde predomina la desconfianza en los demás, en susposibilidades e intenciones. Ahora son muchas las personasque catalogan al alumnado en el marco de lo que RobertCastel denomina “las nuevas clases peligrosas”, surgidas deuna sociedad que ya no precisa de todos sus miembros, queasume que no hay trabajo para todos.

Los avances en la robotización del mercado de la produc-ción, distribución y comercialización de bienes de consumo,así como el avance de los mercados globalizados controladospor políticas económicas neoliberales contribuyen a excluir amuchas personas del mercado de trabajo. Este colectivo demarginados son las clases peligrosas, pues se atreven a pedirjusticia, a reclamar con los medios a su alcance, e incluso conviolencia, recursos para sobrevivir. La reacción conservadoray la de quienes se llevan la mejor parte del pastel son las polí-ticas de “tolerancia cero”: el encierro de estas clases peligro-sas. Los sectores sociales con probabilidades de engrosareste colectivo van a sentir muy pronto sobre sus carnes estaexclusión, en las aulas, de la mano de una fórmula mágica: lacultura del esfuerzo; algo que a una parte de la sociedad leresulta comprensible, además de tranquilizador, pues nohace más que volver a poner de moda eslóganes con los que,no hace muchos años, una Iglesia fundamentalista y los fran-quistas machacaban a la ciudadanía: “Ganarás el pan con elsudor de tu frente” (Génesis 3:19). Muchas personas se tran-quilizaron, pues creen haber encontrado el bálsamo de Fie-rabrás para remediar los males de este nuevo colectivo socialpeligroso que es el alumnado. En la Biblia está el remediopara domesticar y volver al surco a este sector descarriado;desde el Génesis el trabajo está unido al esfuerzo, y éste nopuede ser algo agradable, apetecible, apasionante, pues nopodemos olvidar que este es el precio para expiar la culpa deuna pareja demasiado curiosa. Si el ser humano está predes-tinado a trabajar, obviamente debe esforzarse. Ésta es la lógi-ca fundamentalista cristiana. Nadie puede salvarse, por tanto,sólo cabe apostar por la resignación. Estamos así en la cultu-ra de la fatalidad, en la que siempre hay que posponer elgozo, esperar un futuro que nunca llega.

Lo que se legitima es una relación pedagógica en la que elprofesorado aparece como autoritario, intolerante, intransi-gente, con complejo de superioridad; mientras que el alum-nado es asimilado a la imagen del ser humano como peca-dor, culpable, vago, egoísta, irresponsable, desmadrado, sinvalores, pasota e ignorante.

Cuando desde las ideologías de derechas se reivindica lacultura del esfuerzo para el alumnado, el implícito que seacostumbra a manejar es el de un sistema educativo domina-do por el síndrome lúdico, afectado por una grave ludopatía.En el fondo, hay una grave confusión en este reclamo de ma-yor dureza y exigencia a la infancia y a la juventud, la de estar

equiparando trabajo alienado o enajenado con trabajo crea-dor o realizador.

El trabajo alienado, cual los trabajos forzados, sólo sirvepara satisfacer necesidades al margen de la propia tarea; esuna actividad no creativa, cosificadora, que no tiene en cuen-ta el interés, la creatividad, capacidades e inteligencia de ca-da obrero y estudiante, sino únicamente la mercancía. ¿Quiénno recuerda las imágenes de los cómics de Francesco To-nucci en las que el alumnado siempre aparece aburrido eincomprendido, haciendo tareas absurdas? La mayoría dequienes acceden a sus irónicos dibujos siempre acaban sin-tiéndose apenados ante el tipo de sufrimiento tan absurdo alque están sometidos niñas y niños en muchas aulas. En másde una ocasión nos traen a la memoria los versos del poetacubano Nicolás Guillén, quien supo traducir la vida cotidianadel proletariado negro: “Me matan si no trabajo, / y si traba-jo me matan. / Siempre me matan, me matan, / ¡siempre mematan!”.

Actividades robotizadas

Estamos ante una concepción del alumnado como conjun-to de actores y actrices. Estudiante ideal es quien deja de serun ser autónomo y se convierte en una máquina cuyo funcio-namiento controla el profesorado. Éste trata de convencerlede que esa conducta pseudoactiva o robotizada que le de-manda acabará por convertirlo en una persona adulta autó-noma, responsable, crítica, democrática e informada. Algo atodas luces imposible de lograr, pues se aprende practican-do, o sea, viéndose impelido a ejercer como ser autónomo,a tomar decisiones y a dar explicaciones, reflexionando sobrelos fracasos y los éxitos, colaborando, debatiendo, contras-tando con los compañeros y compañeras. Pero, lo peor esque, a la exigencia de ese comportamiento de simulación, seunen unas tareas pretendidamente educativas, normalmentemuy fragmentadas, desordenadas, sin conexión entre ellas ylas de las demás asignaturas que cursa simultáneamente, sinvinculación con sus intereses y experiencias prácticas cotidia-nas, cerradas en su modo de realización, no significativas;todo ello de la mano de unos materiales curriculares de pési-ma calidad pedagógica, como son la inmensa mayoría de loslibros de texto.

Con este tipo de rutinas lo previsible y lo lógico es que elalumnado se aburra en las aulas, pero también el profesorado.

Conviene no olvidar que en el Estado español no existeuna carrera docente de interés, con estímulos que inciten alprofesorado a actualizarse y a implicarse de lleno en innova-ciones pedagógicas, haciendo realidad la filosofía del profe-sorado investigador que en la década de los setenta promo-vió el equipo liderado, entre otras personas, por LawrenceStenhouse, John Elliott, Barry MacDonald y Helen Simons.Recordemos que, la única forma de progresar en la actualcarrera docente y de recibir algún incentivo económico escumpliendo años de servicio. Cuantos más años tengas, máscobras. Es obvio que políticas semejantes hacen que, máspronto que tarde, un sector muy numeroso del profesoradoempiece a desanimarse, a cansarse y a aburrirse, pues su tra-bajo lo acaban contemplando como monótono, rutinario,mecánico. Es lógico que, una vez que sus prácticas se escle-

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rotizan, su propio aburrimiento acabe por contagiarse alalumnado, y sea éste uno de los motivos, no el único, queorigine su apatía, desinterés, falta de aplicación y fracasoescolar.

Cuando un docente se aburre acaba por conformarse unarelación también burocrática con el alumnado –y no sólo conla Administración–. Para ambas partes, la vida motivante ysignificativa se halla fuera de las aulas o, en el mejor de loscasos, en los patios de juego y en la sala de reuniones alre-dedor de la máquina de café.

Pienso que hay bastantes estudiantes que “comparten–con los prisioneros, los militares, con ciertos individuos inter-nados o con los trabajadores más desposeídos– la condiciónde aquellos que, para defenderse del poder de la institucióny de sus jefes inmediatos, no tienen otro recurso que el arti-ficio, el ensimismamiento y los falsos semblantes” (Perrenoud,2006, p. 15). Algo que acreditan bien las numerosas estrate-gias de copia y chuletaje, en las que el alumnado gasta enor-mes dosis de energía. Esta dimensión burocrática y rutinariaqueda bien acreditada en la cantidad de visitas que recibe enInternet el portal El Rincón del Vago (http://www.rincondelvago.com).

El trabajo de un sector del alumnado sólo tiene como ali-ciente obtener una determinada nota con la que conseguir

recompensas extrínsecas, o sea, algún premio material osimbólico por parte de su familia. Algo que cualquier profe-sor o profesora considera el objetivo menos relevante de sutrabajo.

Esta nueva ideología del esfuerzo no es neutral, ni tampocoinocente, sino que se utiliza como tapadera de los verdaderosproblemas del sistema educativo y del tipo de sociedad en elque vivimos. Así, se acostumbra a recurrir a la necesidad depromover la cultura del esfuerzo sin tomar en consideración elcontexto social en el que esta demanda se hace, o sea, en elmarco de una sociedad capitalista, de clases, por consiguien-te, con el elitismo, la segregación, la competitividad que lacaracteriza y que, por tanto, trata de reproducir.

La escolarización universal, así como la extensión de losderechos humanos y la apuesta por modelos democráticosde gobierno, de trabajo y de relaciones contribuyeron al sur-gimiento de estudiantes menos pasivos, que piden que serespeten sus derechos, que no aceptan modelos educativosautoritarios. Pero en este escenario una parte importante delprofesorado se encuentra desconcertado (Torres, 2006), puesnadie lo capacitó para diagnosticar el mundo en el que vivey las transformaciones que están afectando a sus rutinas, asus prácticas y a sus saberes.

Una alumna que no atiende en clase es probable que estéreproduciendo el mismo comportamiento que adopta su pro-fesor cuando acude a un curso de formación o conferencia yno encuentra el tema o el modo de exponerlo sugerente-mente. ¿O es que no suele verse en este tipo de situacionesa docentes charlando entre sí, molestando al conferenciante,o leyendo algún periódico o revista sin relación con el acto, osimplemente levantándose y abandonando la sala? Invirtamospor un momento la situación otorgándole al alumnado lamisma libertad que al profesorado. Dependiendo de la pro-puesta educativa, habría estudiantes que abandonarían elaula a los dos minutos de haber empezado, por no encon-trarla interesante; otros, por el contrario, manifestarían aten-ción y optarían por participar en la tarea que se le propone.

¿Qué docente permitiría esas libertades al alumnado? Creoque coincidiremos en que, normalmente, se le trata comoaudiencia cautiva; se le obliga a que atienda a lo que dice elprofesorado, se le exige que desempeñe la tarea que se leimpone.

Hasta el mismo diseño del centro y del aula está concebi-do sobre la base de una arquitectura del miedo, en la que elalumnado se siente vigilado y, sobre todo, se percibe comoun ser sospechoso, una persona vaga que trata siempre deeludir sus responsabilidades, un presunto culpable de cual-quier situación irregular que se pueda plantear. Muchosestudiantes están convencidos de que un sector del profe-sorado desconfía de ellos, los considera con malas intencio-

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nes, como personas sin constancia y que tratan de engañar-lo en todo momento. Recordemos cómo algunos docentesse convierten en policías o marines a la hora de vigilar unexamen.

Más de una vez, algún docente achaca falta de esfuerzo asu alumnado, pero no cuestiona el suyo: en qué medida tratade convencer y animar a su alumnado; tampoco falta quienecha mano de este tipo de justificaciones para eliminar delaula a quienes son diferentes. Estudiantes con los que no co-necta por desconocer las pautas culturales que son típicasdel grupo social al que pertenecen. La población inmigranteprocedente de países pobres, con culturas, religiones y filo-sofías de vida muy distintas, requiere de un colectivo docen-te con mente abierta y dispuesto a revisar y desterrar los pre-juicios que la cultura hegemónica de la que participa leayudó a construir.

Imaginemos por un momento el comportamiento de quiense queja del pasotismo de su alumnado, aplicando ese tipo deesquemas de análisis de su práctica al mundo de los serviciosy del mercado en general. No se le pasaría por la cabeza rea-lizar campañas de publicidad para convencer a los consumido-res y consumidoras de las ventajas y beneficios de sus produc-tos; no realizaría estudios de mercado sobre los hábitos de laciudadanía a la que dirige sus productos, los motivos que laimpulsan a comprar un determinado producto; no indagaríahacia dónde dirigen sus miradas y pasos cuando entran en sutienda, por dónde se mueven, qué obstáculos encuentran, lacalidad de la iluminación, de la acústica y de la música ambien-tal, la temperatura, el colorido de la decoración, las formas deinteracción de empleados y empleadas con el público, su ves-timenta y tono de voz, etc. Si los fabricantes y vendedores secomportaran con la filosofía de la queja del profesorado, pro-testarían airadamente porque el público no se esfuerza enadquirir sus productos; dirían que son consumidores vagos ypor eso no entran en sus negocios, que se niegan a leer susanuncios o los rótulos en los que ofrecen información. Seríanlos clientes quienes debieran esforzarse por comprender queprecisan adquirir los productos que el mercado les ofrece, paracomprar algo que no les apetece o que no saben para quésirve: “Compre usted este producto, que le garantizo que enel futuro le va a venir muy bien; a medida que vaya cumplien-do años le va a ser de una gran utilidad».

Todo el mundo se esfuerza cuando el objetivo merece lapena. En este caso, la mayoría de las veces, la persona no

siente como desagradable su esfuerzo, ya que laintensidad con la que se afana en escribir, leer,realizar o construir algo funciona incrementandolos niveles de endorfinas y la producción deserotonina, lo que hace que, pese a que se pue-da llegar incluso a sudar, uno se sienta animadoa continuar. En este tipo de situaciones, la per-sona se encuentra con buen estado de ánimo ymás alegre.

En el marco de una pedagogía conservadora,el concepto de esfuerzo acaba siendo un sinóni-mo de autoritarismo, intolerancia, intransigencia,lo que a su vez suscita dos efectos en los alum-nos y alumnas. Por un lado acaban construyendoen sus mentes la imagen de las instituciones de

enseñanza como lugares horribles, desagradables,ante los que sienten miedo e incluso terror, y por otro, algoque es igualmente peligroso, se convierte en generador devalores como el egoísmo, el individualismo, la competitivi-dad, la ambición, la intolerancia y el autoritarismo.

Enseñar conlleva un profesorado comprometido y opti-mista con su trabajo, que realiza “diversas formas de esfuer-zo intelectual, físico, emocional y, en particular, apasionado”(Day, 2006, p. 15). Es preciso cambiar el foco de atención,pensando que el elemento fundamental del sistema educa-tivo es el profesorado, pero con todo el apoyo de unaAdministración que confía en él. La mejor vía para conven-cer al alumnado de la necesidad de esforzarse es apostandopor la cultura de la motivación (Torres, 2006); animándolo,entusiasmándolo con propuestas de trabajo y metas rele-vantes. No todo lo que es motivador y tiene sentido parauna persona lo tiene para los demás. Eso es algo que sabenmuy bien quienes trabajan en publicidad o en programacióninformática.

Pensemos en la imagen de una persona golpeando un te-clado o la pantalla de ordenador, gritándole porque no obe-dece a la orden que acaba de introducir, insultándolos. Nosprovocaría una sonrisa maliciosa, ya que sabemos que elordenador tiene su propia lógica, y si no somos capaces deasumirla y acomodarnos a ella, la máquina no funcionarácorrectamente. Salvando las distancias, cada estudiante tam-bién tiene su propia lógica, y lo que se espera de cualquierprofesional de la educación es que sea capaz de descubrirlay acomodarse a ella, para provocar situaciones de enseñan-za y aprendizaje eficaces.

DDaayy,, CChhrriissttoopphheerr ((22000066)):: Pasión por enseñar. Madrid: Narcea.PPeerrrreennoouudd,, PPhhiilliippppee ((22000066)):: El oficio de alumno y el sentido deltrabajo escolar. Madrid: Editorial Popular.TToorrrreess,, JJuurrjjoo ((22000066)):: La desmotivación del profesorado. Madrid:Morata.

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