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Alexandr Solzhenitsin En la lucha por la libertad ALEJANDRO SOLYENITZIN EN LA LUCHA POR LA LIBERTAD EMECÉ EDITORES World copyright © 1975 by Alexander Solschenizyn IMPRESO EN ARGENTINA PRINTED IN ARGENTINA Queda hecho el depósito que previene la ley número 11.725 © EMECÉ EDITORES, s. A. - Buenos Aires, 1976 1

En la lucha por la libertad

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ALEJANDRO SOLYENITZIN

EN LA LUCHAPOR LA LIBERTAD

EMECÉ EDITORES

World copyright © 1975 by Alexander Solschenizyn

IMPRESO EN ARGENTINA PRINTED IN ARGENTINA

Queda hecho el depósito que previene la ley número 11.725 © EMECÉ EDITORES, s. A. - Buenos Aires, 1976

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Este volumen reúne los discursos pronunciados por Alejandro Solyenitzin en los Estados Unidos, en la víspera de la conferencia de Helsinski, durante una visita que realizó a dicho país, en junio y julio de 1975, a invitación de la Central Obrera Norteamericana y ante los miembros del Senado. Su lectura produjo una verdadera conmoción en el mundo occidental.

Con la sinceridad y el sentido de heroísmo que ha impregnado toda su acción y su obra, Solyenitzin denuncia el pseudo aflojamiento de la tensión con la Unión Soviética, y explica la necesidad de substituir la diplomacia de capitulaciones, grandes y pequeñas, que se ha seguido hasta ahora, por una política de moral y firmeza y de auténtica defensa de los valores humanos amenazados y menospreciados con tanta frecuencia. Es un alegato vehemente y veraz, realmente uno de los documentos más importantes de los tiempos recientes.

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Washington

30 de junio de 1975

DISCURSO DE GEORGE MEANY PRESIDENTE DE LA AFL-CIO

Cuando pensamos en las luchas y conflictos de nuestro siglo, pensamos espontáneamente en líderes célebres: en los que gobernaron pueblos, mandaron ejércitos e inspiraron movimientos, ya sea en defensa de la libertad o bien sirviendo a ideologías que pretendían aniquilarla.

Pero hoy, en esta hora de terrible peligro para la humanidad, cuando las fuerzas que luchan contra la libertad del espíritu humano son más poderosas, más crueles, más mortíferas que en cualquier otra época anterior, el hombre que elevó a las mayores alturas la antorcha de la libertad no encabeza un Estado, no manda un ejército ni dirige un movimiento visible.

Pero este movimiento existe —un movimiento oculto, que no dispone de oficinas ni cuarteles generales, cuyos delegados no concurren a los amplios salones donde se reúnen los representantes de las naciones y que, cada día, sufren por ejercer el derecho de hablar, el derecho de pensar, el derecho de ser ellos mismos y arriesgan más que cualquiera de nosotros en toda nuestra vida.

¿Dónde están los miembros de este movimiento oculto? Mientras nos disponemos, esta noche, a honrar a uno de ellos, pensemos en los restantes: millones que sufren en los campos de concentración soviéticos; millares y millares de drogados, sometidos a camisas de fuerza en las así llamadas "clínicas psiquiátricas''; pensemos en multitud de mudos, dedicados al trabado esclavo en fábricas, bajo la dirección de comisarios; en todos aquellos que tratan de escuchar mínimos fragmentos de la verdad en las interceptadas ondas radiales prohibidas por el régimen, y en aquellos que, en las sombras de la tiranía registran y pasan de mano en mano los pensamientos prohibidos.

Pero, aun permaneciendo invisibles, ahora podemos escucharlos: una voz escapó del yugo de la opresión y exige que se la escuche: nadie se negará. Escuchemos esta voz y no porque hable en favor de la izquierda o de la derecha de alguna fracción sino porque enrostra la verdad al totalitarismo, sin miedo alguno.

¡Cuánto más fácil y cómodo sería someterse y aceptar la mentira que sostiene al poder!

¿En qué reside la fuerza de esta voz? ¿Cómo llegó hasta nosotros mientras otras voces fueron silenciadas? Su fuerza reside en el arte. Alejandro Solyenitzin no es un caballero de las cruzadas, ni un líder político, ni tampoco un general. Es un artista. El arte de Solyenitzin ilumina la verdad. En cierto sentido es subversivo porque subvierte la hipocresía, el engaño y la gran mentira. Muy pocos, en nuestra historia, y nadie en nuestros días, ha demostrado con tanta fuerza como Solyenitzin el poder de la pluma aliada al coraje. Esta fuerza es hoy indispensable para demostrar a las nuevas y olvidadizas generaciones lo que significa carecer de

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libertad. El arte y el coraje de Solyenitzin nos ayudaron a entenderlo. Su arte es un don excepcional, intransferible. Roguemos para que su coraje se

torne contagioso. Es indispensable que resuene el eco de sus palabras, que lo escuche la Casa Blanca, el Departamento de Estado, las universidades, las masas y, permítanme decir, también nuestro embajador Patrick Mainiham, en las Naciones Unidas, debe escucharlo.

El movimiento sindical norteamericano, desde sus orígenes, proclamó su fe inquebrantable y sin compromisos en la libertad. En la libertad para toda la humanidad y también para nosotros. Es precisamente por este espíritu que tenemos el honor de presentar al orador de esta noche.

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ALEJANDRO SOLYENITZIN

La mayoría de las personas aquí presentes son gente de trabajo, de un trabajo creador. Yo mismo he trabajado no pocos años de mi vida como albañil, fundidor y como simple peón; por eso en mi nombre y en el nombre de todos aquellos que compartieron conmigo trabajos forzados, como estos dos ex reclusos del Gulag presentes y en el de aquellos que continúan —todavía hoy— bajo el régimen esclavista y opresor de nuestro país, puedo iniciar mi alocución con estas palabras: "¡Hermanos!... ¡Hermanos en el trabajo!" Sin olvidar a los muchos invitados especiales que asisten a esta reunión, agregaré: "Señoras y señores".

"¡Proletarios de todos los países del mundo unios!". Este lema (aplausos) . . . quién de ustedes no oyó este lema, que resuena sobre la Tierra desde hace ya ciento veinticinco años. . . Hoy puede hallarse en cualquier folleto soviético y en cada ejemplar del "Pravda". Pero los conductores de la revolución comunista en la Unión Soviética jamás emplearon estas palabras de un modo franco y en su pleno significado.

Cuando, en el trascurso de los decenios, se acumulan montones de mentiras, nos olvidamos de la mentira fundamental y principal que no se encuentra en el follaje del árbol sino en sus mismas raíces.

Ahora resulta casi imposible acordarse y creer lo que sucedió en 1918. Hace poco reedité, con un propósito especial, un folleto aparecido aquel año. Es un informe detallado de la asamblea de delegados de talleres y fábricas de Petrogrado, efectuada en esa misma ciudad que acostumbramos a llamar "la cuna de la revolución".

Repito. Esto sucedía en marzo de 1918. Habían pasado sólo cuatro meses desde la Revolución de Octubre y todos los delegados de talleres y fábricas de Petrogrado maldecían a los comunistas que los habían engañado con falsas promesas. Más aún: no sólo hundían a Petrogrado en el hambre, el frío y la miseria, sino que se escapaban hacia Moscú después de ametrallar a las multitudes obreras en los patios de las fábricas. Fusilaban a quienes exigían la constitución y elección de comités independientes de talleres y fábricas.

Repito: esto sucedió en marzo de 1918.Muy pocos pueden resucitar en su memoria el aplastamiento de la huelga de

los obreros de Petrogrado en 1921 y el fusilamiento en Kolpino, ese mismo año. . .En aquella época, a comienzos de la revolución, los componentes de los

órganos directivos del Comité Central del Partido Comunista eran intelectuales, ex emigrados, llegados cuando la agitación en Rusia ya había comenzado, con el propósito de implantar la revolución comunista. Uno de ellos era un verdadero obrero, tornero de alta clasificación, que siguió trabajando hasta el último día de su vida: Alejandro Shliapnikov. ¿Quién conoce hoy su nombre? Precisamente porque era portador y defensor de los verdaderos intereses obreros en la dirección partidaria. . . Durante los años que precedieron a la revolución, dirigía en la misma Rusia todo el partido comunista. Lo dirigía precisamente Shliapnikov y no Lenin, que era un emigrado. En 1921 Shliapnikov encabezó la oposición obrera, que sostenía que los dirigentes comunistas habían traicionado y entregado los intereses obreros, aplastando y oprimiendo al proletariado, transformándose en burócratas. Shliapnikov desapareció sin dejar rastros. Más tarde fue detenido y, por su coraje, fue fusilado en la prisión. Su nombre puede resultar desconocido para muchos de los hoy aquí presentes. Pero yo vuelvo a recordarles: antes de la revolución, el que encabezaba el PC en Rusia era Shliapnikov y no Lenin.

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Desde aquel entonces la clase obrera nunca más pudo defender sus legítimos derechos. A diferencia de lo que ocurre en Occidente nuestra clase obrera recibe, en concepto de salario, solamente dádivas insignificantes. No puede defender sus más modestos intereses cotidianos, y la más mínima huelga para reclamar aumentos salariales o cualquier otra mejora dé las condiciones de vida, se considera un acto contrarrevolucionario. Debido al hermetismo del sistema soviético ustedes, probablemente, jamás oyeron mencionar la huelga textil de 1930, en Ivanov, ni el levantamiento obrero de 1961, en Alexandrov y Murom, ni el gran alzamiento obrero de 1962 en Novochierskassk, en plena época de Khruschev después de todos los "deshielos".

Los pormenores acerca de estos hechos serán publicados detalladamente en vuestro país en el tercer tomo de mi Archipiélago Gulag.

Los obreros marcharon pacíficamente hasta el comité municipal del partido con retratos de Lenin, pidiendo cambios en las condiciones económicas. Fueron recibidos con fuego de ametralladoras y armas automáticas, mientras los tanques dispersaban a la multitud. Los familiares no pudieron siquiera recoger los cadáveres o socorrer a los heridos: unos y otros habían sido retirados del lugar en secreto.

No es necesario explicar a los presentes que, en nuestro país, después de la revolución jamás existieron —ni existen tampoco ahora— sindicatos independientes. Los representantes de las Trade Union inglesas tienen plena libertad de llevar a cabo el siguiente juego indigno: viajar para visitar sindicatos imaginarios, provocando visitas en retribución. Pero la AFL-CIO, norteamericana, nunca sucumbió a tales ilusiones, nunca (aplausos)… El movimiento obrero norteamericano jamás se dejó enceguecer, jamás confundió la esclavitud con la libertad. Y hoy, en nombre de todos los oprimidos de nuestro país, se los agradezco (aplausos) . . . Cuando los sabios y los pensadores liberales occidentales, que olvidaron el significado de la palabra liberty, juraban aquí, en Occidente, que en la Unión Soviética no existían campos de concentración, la Federación Norteamericana del Trabajo publicó, en 1947, un mapa, un mapa de nuestros campos de concentración. Y en nombre de todos los reclusos de aquel tiempo yo agradezco al movimiento obrero norteamericano esta acción (aplausos).

Pero del mismo modo que nos sentimos aliados a ustedes, existe otra alianza... A primera vista parece extraña, asombrosa, pero pensándolo bien hasta resulta muy fundada y comprensible. Es la alianza entre nuestros líderes comunistas y vuestros capitalistas (aplausos) . . . Esta alianza no es nueva. El célebre Armand Hammer, que todavía vive, inició esta relación realizando los primeros contactos en vida de Lenin, durante los años iniciales de la revolución. Tales contactos resultaron muy fructíferos y desde aquel entonces prosiguieron a lo largo de cincuenta años, de modo que puede observarse un apoyo ininterrumpido y constante de los hombres de negocio occidentales, quienes ayudaron a los dirigentes comunistas soviéticos en su absurda y torpe orientación económica, que jamás hubiera podido vencer las dificultades que entrañaba sin esa ayuda técnica y material. El mismo Stalin reconoció que dos tercios de todo lo necesario se había recibido de Occidente.

Y si hoy la Unión Soviética dispone de un aparato policial y militar poderoso para un país cuyo nivel de vida —según los criterios modernos— es más que pobre, aparato este capaz de aplastar nuestro movimiento libre en las fronteras del país, debemos agradecerlo a los capitalistas occidentales.

Voy a recordar un hecho muy reciente. Algunos han podido leerlo en los diarios y otros, tal vez, no le prestaron atención. Por iniciativa de los hombres de

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negocio de vuestro país se organizó en Moscú una exposición acerca de las técnicas más modernas, más refinadas, para atrapar criminales: control secreto de conversaciones, vigilancia, fotografía, seguimiento de pistas, reconocimiento de criminales. Llevaron a Moscú (aplausos) . . . llevaron a Moscú la exposición y la presentaron a los agentes soviéticos de la KGB para que pudieran estudiarla. ¡Como si no se supiera qué clase de criminales, qué gente quiere atrapar la KGB! El gobierno soviético se interesó vivamente en estas técnicas, decidió adquirir los aparatos y vuestros hombres de negocio se aprestaron voluntariosos a vendérselos. Sólo cuando aquí, algunas voces sanas protestaron para que se cancelara el negocio, la venta se frustró debido a esa protesta.

Pero hay que conocer la astucia de la KGB. No fue necesario que los materiales expuestos permanecieran en los locales soviéticos dos o tres semanas bajo custodia de funcionarios del régimen. Bastaron dos o tres noches para que los expertos de la KGB revisaran y copiaran todo. .. ¡Y si hoy, en nuestro país, la caza del hombre se efectúa con métodos y técnicas perfeccionadas, superiores, puedo agradecerlo a los capitalistas occidentales!

Resulta incomprensible esta ardiente sed de enriquecimiento que supera todos los límites de la razón, todos los límites de la medida, toda conciencia, sometiendo todo al único propósito del beneficio económico (aplausos) . . . Debo señalar que Lenin predijo todo esto. Lenin, que pasó la mayor parte de su vida en Occidente y no en Rusia, que conocía Occidente mejor que Rusia, siempre escribió y dijo que los capitalistas occidentales harían todo lo necesario para fortalecer la economía de la URSS. Competirán entre ellos para vendernos al precio más barato, para vender más rápido, para que los Soviets le compren a uno y no a otro. Decía: ellos mismos nos traerán todo, sin imaginar qué les espera. Y en circunstancias difíciles, durante un Congreso del Partido en Moscú dijo: "Camaradas, no se dejen llevar por el pánico; cuando nos vaya muy mal, daremos una soga a la burguesía y ella misma se ahorcará". Entonces, Karl Radek —es probable que ustedes hayan oído hablar de este hombre espiritual y ocurrente—, le preguntó: "Vladimir Illitch, ¿dónde hallaremos tanta soga para que se ahorque toda la burguesía?" Lenin le contestó sin vacilar: "La misma burguesía nos la venderá" (aplausos) . . . Durante decenios, en los años veinte, treinta, cuarenta y cincuenta, toda la prensa soviética decía: "¡Capitalismo occidental, llegó tu fin! ¡Te aniquilaremos!" Pero los capitalistas hicieron oídos sordos: no podían entenderlo ni creerlo. Nikita Khruschev cuando llegó aquí dijo: "¡Vamos a enterrarlos!" Pero ellos no le creyeron, lo tomaron como una broma. Ahora, por supuesto, claman por un "aflojamiento" (aplausos). Nada ha cambiado en la ideología comunista y sus propósitos son los mismos. Pero en lugar del candido Khruschev incapaz de callarse la boca, ahora hablan de "aflojamiento".

Para comprender mejor este problema me permitiré hacer una breve reseña histórica de las relaciones que, según las épocas, fueron colocadas bajo la advocación del comercio, o de la estabilización, o del reconocimiento de la realidad, o —como ahora— del "aflojamiento". Estas relaciones se extienden durante no menos de cuarenta años. Quiero recordarles cómo comenzó este sistema:

—llegó al poder mediante las armas;—disolvió la Asamblea Constituyente;—capituló ante Alemania, por entonces el enemigo común;—introdujo la represión violenta mediante la Cheka; una represión ejecutada

sin juicio previo;—aplastó las huelgas obreras;

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—saqueó sin piedad a los campesinos hasta que empezaron las rebeliones agrarias y cuando éstas se extendieron, las ahogó en sangre;

—destruyó la iglesia;—arrojó al abismo del hambre a veinte provincias.Esta última fue la famosa hambruna del Volga, en 1921. Existe una modalidad

comunista muy típica: llegan al poder, sin preocuparse por la parálisis de las fuerzas productivas, que los campos queden sin sembrar, que las fábricas se paralicen, que el país se hunda en el hambre y la miseria; y cuando el hambre y la miseria se apoderan del país recurren a los sentimientos humanitarios del mundo, solicitando ayuda para alimentar al país. Esto podemos observarlo hoy en Vietnam del Norte; Portugal se aproxima a esto y lo mismo sucedía en Rusia en 1921.

Y cuando después de tres años de guerra civil provocada por los comunistas (tal era el lema de los comunistas: "Guerra civil"; tal el propósito de Lenin —guerra civil— y si no, lean a Lenin, su finalidad y su lema), cuando arruinaron a Rusia con la guerra civil, pidieron a Estados Unidos: "¡Dad de comer a nuestros hambrientos!" Y así, Estados Unidos, generoso y magnánimo dio de comer a los hambrientos. Se creó la así llamada ARA —Administración Americana de Ayuda— encabezada por el entonces futuro y actualmente finado ex presidente Hoover. Y, en realidad, muchos millones de vidas rusas fueron salvadas gracias a estas organización. Pero ¿qué agradecimiento recibieron ustedes? En la URSS no sólo trataron de borrar de la memoria del pueblo todo esto, de modo que resulta casi imposible encontrar en la prensa soviética indicios acerca de la existencia de la ARA, como no sean acusaciones de haber sido una organización de espías muy astuta, una treta muy hábil del imperialismo norteamericano para envolver a Rusia con una red de agentes.

Repito y sigo:—Este fue el sistema que estableció los primeros campos de concentración

del mundo;—este fue el sistema que, por primera vez en el siglo xx, se valió de rehenes,

es decir, la detención no sólo de aquel al que se persigue sino de toda su familia y la detención de gente tomada al azar para ser fusilada.

El método de los rehenes y de la persecución familiar es, todavía hoy, el arma más poderosa de represión porque los hombres más valientes, que no temen por sí, pueden temblar y aflojar bajo la amenaza contra su familia.

—Fue el sistema, mucho antes que el de Hitler, que introdujo las falsas citaciones de registro, así, tal o cual persona debe presentarse para registrarse, concurren y son llevados para su aniquilación. Nos faltaban entonces las técnicas necesarias para construir cámaras de gas; empleábamos las barcazas: estas barcazas se llenaban con centenares y miles de hombres y se hundían.

—Fue el sistema que engañó a los trabajadores con sus decretos: el decreto referido a la tierra, el decreto de paz, el decreto sobre las fábricas, el decreto acerca de la libertad de prensa.

—Fue el sistema que aniquiló a todos los otros partidos. Y les ruego que comprendan: no se limitó a anular los partidos, no los disolvió, sino que aniquiló a sus miembros; a los componentes de todos los otros partidos los aniquiló y así aniquiló a los propios partidos.

—Fue el sistema que ejecutó el genocidio de los campesinos: quince millones de campesinos fueron aniquilados.

—Fue el sistema que introdujo la esclavitud a través del así llamado "régimen de pasaportes".

—Fue el sistema que, en plena paz, provocó artificialmente el hambre en

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Ucrania. Seis millones de personas murieron en Ucrania de hambre, a las puertas mismas de Europa, entre 1932 y 1933- Europa no se dio cuenta y el mundo no se dio cuenta. . . ¡Seis millones de personas!

Podría seguir con esta enumeración, pero debo detenerme. Me detengo porque llegué a 1933. Ese mismo año, con todas sus consecuencias, con todo lo que acabo de enumerar, el presidente Roosevelt y el Congreso de Estados Unidos, consideraron que este sistema era digno del reconocimiento diplomático y de amistad y de ayuda. Quiero recordarles que el gran Washington rehusó reconocer a la Convención francesa debido a sus crueldades. Les recordaré que, también en 1933, en vuestro país resonaban voces contra el reconocimiento de la Unión Soviética. Y sin embargo, el reconocimiento se produjo y así fue como comenzó la amistad y, al poco tiempo, una alianza militar.

Recordemos que en 1904 toda la prensa norteamericana se regocijaba por las victorias japonesas y todos deseaban la derrota de Rusia, porque consideraban que era un país conservador. Les recordaré también que en 1914 se escuchaban reproches contra Inglaterra y Francia por su alianza con un país tan conservador como Rusia.

Las dimensiones y los límites de mi discurso de hoy me impiden hablar algo más acerca del pasado ruso. Diré, únicamente, que la información acerca de la Rusia prerrevolucionaria obtenida por Occidente, provenía de personas o insuficientemente competentes o escasamente honradas. Me limitaré a citar, para comparar, una serie de estadísticas que pueden ustedes mismos leer en Archipiélago Gulag, tomo primero, que ya apareció en Estados Unidos y que, tal vez, muchos de ustedes ya hayan leído. Estas son las estadísticas: según cálculos de especialistas, los recuentos más precisos y objetivos, en la Rusia prerrevolucionaria, en el curso de los ochenta años anteriores a la revolución —-años de movimientos revolucionarios, con atentados contra la vida del zar, asesinato del zar y diversas revoluciones— durante todos estos años, fueron ejecutadas diecisiete personas por año. Diecisiete por año. La famosa Inquisición española en el apogeo de sus ejecuciones, mató diez personas por mes.

En el Archipiélago cito un libro, editado por la misma Cheka en 1920. Orgullosamente, rinden cuenta de su trabajo revolucionario en el lapso 1917-1919. Se disculpan por lo incompleto de las cifras, pero he aquí tales cifras: 1918-1919, la Cheka fusiló sin juicio a más de mil personas por mes. Esto lo decía la misma Cheka cuando todavía no tenían conciencia acerca de cómo aparecería esto en la historia.

Pero durante el apogeo del terror stalinista de 1937-1939, si dividimos el número de fusilados por el número de meses, obtendremos más de cuarenta mil fusilados por mes! Así son los números: diecisiete personas al año, diez personas por mes, más de mil por mes y ¡más de cuarenta mil por mes! Tal crecimiento debió dificultar a la democracia occidental una alianza con esa Rusia. Y con este país, con esta Unión Soviética, toda la democracia unida del mundo, Inglaterra, Francia, Estados Unidos, Canadá, Australia y otros países menores, concertaron una alianza en 1941. ¿Cómo se puede explicar esto? ¿Cómo se puede comprender? Es posible proponer varias explicaciones.

Pienso que la primera explicación sería esta: la unión de todas las democracias del mundo resultaba débil frente a la Alemania de Hitler. Si es así, esto constituye un signo horrible. Es un presagio horroroso para el presente. Si todos estos países juntos no pudieron vencer a la pequeña Alemania hitlerista, ¿qué podrán hacer ahora, cuando más de la mitad del mundo está bajo el dominio totalitario? No quiero admitir esta explicación.

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Tal vez sea más justa la segunda explicación: simplemente pánico, miedo de los estadistas. Simplemente no tenían confianza en sí mismos, simplemente carecían de fuerza espiritual y, en su confusión, decidieron aliarse con el totalitarismo soviético. No resulta halagüeño tampoco para Occidente.

Por fin, la tercera explicación: acción deliberada de la democracia que no quería defenderse con sus propias fuerzas, quería defenderse por intermedio de un totalitarismo, del totalitarismo soviético. No trato ahora de valorar moralmente todo esto; de eso hablaré más adelante. Pero en el plano de un simple cálculo ¡qué falta de previsión, qué autoengaño profundo! Hay un proverbio ruso que dice: "Si te atacan los perros no llames al lobo para que te defienda. Si los perros te atacan y te desgarran, ¡pega a los perros! Pega a los perros pero no llames al lobo (aplausos). Porque cuando lleguen los lobos, devorarán a los perros y te comerán a ti."

La democracia mundial podía derrotar sucesivamente a un totalitarismo tras otro —el alemán y el soviético. En lugar de esto fortaleció al totalitarismo soviético y permitió que naciera el tercer totalitarismo, el chino. Y de todo esto proviene la situación mundial actual.

En uno de sus últimos discursos en Teherán, Roosevelt dijo: "No dudo que nosotros tres (o sea Roosevelt, Churchill y Stalin) conducimos a nuestros pueblos de acuerdo con sus deseos y sus propósitos". . . ¿Cómo explicarlo? Dejemos que los historiadores se ocupen de ello. En aquella época escuchábamos y nos asombrábamos. Pensábamos que, al llegar a Europa, nos encontraríamos con los norteamericanos y les contaríamos todo. Yo pertenecía a las tropas que avanzaban sobre el Elba. Poco más y estaría a orillas del Elba y estrecharía las manos de los soldados norteamericanos. Pero poco antes de ese día me detuvieron y me encarcelaron. El encuentro no tuvo lugar en aquel momento. Y ahora, con un atraso tan grande, la misma mano que me detuvo me arrojó aquí. Y aquí vine, en sustitución de aquel momento, a orillas del Elba (aplausos), con un atraso de treinta años... Para mí el Elba es hoy y aquí. . . para decir, hoy, como amigo de Estados Unidos, aquello que nosotros, amigos de Estados Unidos, queríamos decir en aquel momento, lo que nuestros soldados no pudieron decir a orillas del Elba.

Otro proverbio ruso dice: "El enemigo asiente y el amigo discute." Precisamente por ser un amigo de Estados Unidos, precisamente por eso y porque este discurso está promovido por mis sentimientos amistosos (aplausos) vine para decirles: amigos míos, no voy a pronunciar palabras dulces. La situación del mundo no es sólo amenazante, la situación del mundo es catastrófica (aplausos).

Lo que sucedió fue algo incomprensible para la simple inteligencia humana. Nosotros, por lo menos, hombres comunes soviéticos, reducidos a la impotencia, no podíamos comprender año tras año, decenio tras decenio. ¿Qué pasaba?, ¿cómo explicarlo? Inglaterra, Francia, Estados Unidos, eran las potencias victoriosas de la segunda guerra mundial. Las potencias victoriosas siempre dictan las condiciones de la paz. Establecen un orden de cosas que responde a su filosofía, sus ideas acerca de la libertad, su interpretación de los intereses nacionales. En lugar de esto, empezando por Yalta, los estadistas occidentales, por una razón inexplicable, firmaban capitulación tras capitulación. . . nunca, ni Occidente, ni vuestro presidente Roosevelt, pusieron condición alguna a la Unión Soviética a cambio de la ayuda que le prestaban... y ayudaban ilimitadamente, y después también cedían ilimitadamente. Ya en Yalta, sin una necesidad visible, reconocieron en silencio la ocupación de Mongolia, Moldavia, Estonia, Lituania y Letonia. Posteriormente, casi nada se hizo para defender a Europa Oriental y así cedieron siete u ocho países.

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Stalin exigió la entrega de los ciudadanos soviéticos que se negaban a la repatriación. Y los países occidentales entregaron a un millón y medio de personas. ¿Cómo los entregaron?

Los tomaron por la fuerza. . . los soldados ingleses asesinaban a los rusos que no querían ir a las prisiones de Stalin y, por la fuerza, los arrojaban a manos de Stalin para su aniquilación. Ahora sabemos todo esto, pero desde hace poco, muy pocos años. ¡Un millón y medio de personas!

¿Cómo pudo hacer esto la democracia occidental? Y después —durante los treinta años siguientes— continuas retiradas, entrega de un país tras otro. Hasta en África hay satélites soviéticos, y casi toda Asia está tomada, y ahora Portugal se desliza hacia el abismo. En treinta años se le entregó al totalitarismo más de lo que nunca, en toda la historia, haya entregado un país derrotado. No hubo guerra, pero fue como si la hubiera habido. Nosotros, en el Este, necesitamos mucho tiempo para poder comprenderlo. No podíamos comprender la inestabilidad del armisticio concertado en Vietnam. Es decir, que cada soviético común comprendía que se trataba de una treta que permitiría a Vietnam del Norte apoderarse de Vietnam del Sur el día que quisiera. Y de pronto, esta maniobra recibe el Premio Nobel de la Paz. Un premio trágico e irónico (aplausos). Es muy peligrosa la noción que deriva de esta continua retirada durante treinta años. Deja la sensación de que todos se están preguntando: "¿Cómo podríamos ceder mejor, entregarnos más rápidamente, para conseguir, a cualquier costo, la pacificación y la tranquilidad?"

Muchos periódicos occidentales pedían que terminase rápidamente el derramamiento de sangre en Vietnam y que se estableciera la unidad nacional. Ante el muro de Berlín no clamaron por la unidad nacional. Uno de los periódicos más importantes, al concluir la guerra de Vietnam tituló a todo lo ancho de su página: "Bendita quietud". ¡Ni siquiera a un enemigo le desearía semejante bendita quietud! ¡Ni a un enemigo le desearía semejante unidad nacional! (aplausos) Once años de mi vida pasé en el Archipiélago, durante la mitad de mi vida estudié este tema. Y puedo, mirando desde lejos esta horrible tragedia de Vietnam, decir: un millón de hombres será aniquilado, simplemente, mientras cuatro o cinco millones, conforme con el tamaño de Vietnam serán recluidos en campos de concentración para reconstruir el país. Lo que sucede en Camboya ya lo saben ustedes.

Genocidio, aniquilamiento completo ejecutado de un modo original. Otra vez no alcanzan las cámaras de gas. Por eso, sencillamente, en unas pocas horas vacían la capital, la capital culpable; arrojan de ella a los ancianos, las mujeres y los niños, sin efectos personales, sin comida: "vete y muere".

Es muy peligroso que tal sentimiento comience a hacerse carne en el mundo: "Bueno, entrégalo". Ya estamos escuchando voces en Occidente y en vuestro país: "Entreguen Corea, entreguen Corea y vivamos tranquilos. Entreguen Portugal, por supuesto. Entreguen Japón. Entreguen Israel. Entreguen Taiwan, Filipinas, Thailandia, Malasia, entreguen además diez países africanos. Sólo dennos la posibilidad de vivir tranquilos. Dennos la posibilidad de seguir viajando en nuestros espaciosos automóviles a través de nuestras magníficas carreteras. Dennos la posibilidad de jugar tranquilamente al tenis o al golf. Déjennos mezclar tranquilamente nuestros cócteles, tal como estamos acostumbrados. Déjennos ver en cada página de la revista una sonrisa de blancos dientes acompañando una copa" (aplausos).

Pero hay otro aspecto en este asunto: ahora surgen en Occidente acusaciones contra Estados Unidos. Se oye decir: "Es tu culpa, Estados Unidos". ¡Mi deber,

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hoy, es defender resueltamente a Estados Unidos de semejantes acusaciones! Debo decir que los Estados Unidos de Norteamérica son los menos culpables entre todos los países occidentales; hicieron más que ninguno para evitar lo que ha sucedido. Estados Unidos ayudó a Europa a ganar dos guerras mundiales. Estados Unidos levantó a Europa de las ruinas de las dos posguerras. Durante quince, veinte y veinticinco años sirvió de escudo a Europa mientras los países europeos contaban moneditas: no pagaban los gastos de mantenimiento de su propio ejército o, mejor aún, no lo tenían, simplemente, para no gastar en armamentos, tratando de arreglarse para salir de la OTAN, sabiendo perfectamente bien que Estados Unidos habría de defenderlos. Estos países tienen una civilización y una cultura milenarias; todo empezó con ellos y ellos están más cerca para comprender mejor el peligro.

Vine a vuestro continente y desde hace dos meses recorro sus amplios espacios. Estoy de acuerdo: hace falta un gran esfuerzo espiritual para entender desde aquí la aguda situación internacional. Los Estados Unidos de Norteamérica ha demostrado hace rato que es el país más magnánimo, más generoso del mundo. Si en cualquier parte del globo se produce una inundación, un terremoto, un incendio, un cataclismo, ¿quién es el primero que suministra ayuda? Estados Unidos. ¿Quién presta la mejor y más desinteresada ayuda? Estados Unidos (aplausos). ¿Y qué respuesta escuchamos? Reproches y maldiciones: "¡Fuera los norteamericanos!" Queman los centros culturales norteamericanos y los representantes de los países del tercer mundo en la ONU saltan sobre sus pupitres para votar contra Estados Unidos.

Y, sin embargo, todo esto, no alivia la responsabilidad de Estados Unidos. El curso de la historia —lo quieran ustedes o no- el curso mismo de la historia los llevó a ocupar el lugar de conductores del mundo. Vuestro país ya no puede pensar con criterios provincianos, vuestros políticos y estadistas ya no pueden limitarse a pensar sólo en su propio estado, en su partido, en situaciones insignificantes que les han de permitir, o no, ocupar un puesto en el gobierno. Ustedes deben pensar en el mundo entero. Y cuando llegue la nueva crisis política mundial —en cuanto a mí considero que una muy aguda acaba de terminar y la siguiente puede originarse en cualquier momento— las principales decisiones, sea como fuere, pesarán sobre los hombres de Estados Unidos, sobre los hombros de los Estados Unidos.

En vuestro país he escuchado, durante mi permanencia, algunas explicaciones acerca de la situación que me permito mencionar: "No se puede defender a quienes carecen de voluntad para defenderse a sí mismos". Estoy de acuerdo. Esto se dijo respecto de Vietnam del Sur; pero en la mitad de Europa y en las tres cuartas partes del mundo actual la voluntad de defenderse es menor que la que hubo en Vietnam del Sur. Nos dicen: "No se puede ayudar a quienes no pueden defenderse mediante sus propios recursos humanos". Pero contra las inmensas fuerzas del totalitarismo, cuando éstas se aplican masivamente, nadie puede defenderse por sus propios medios, nadie; así, por ejemplo, Japón carece de ejército.

Nos dicen: "No se puede defender a quienes carecen de una democracia verdadera, cabal". Esta es la más notable, la más constante melodía que leo en vuestros diarios y escucho en los discursos de algunos de vuestros políticos. ¿Y quién, en el mundo, encontrándose al borde del totalitarismo pudo resistir, aun disponiendo de una democracia completa? ¡Ustedes —la democracia unida del mundo— no pudieron resistir! ¡Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Canadá, Australia, todas juntas, no pudieron resistir! Ante el primer peligro del hitlerismo

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tendieron la mano a Stalin. ¿Llaman a esto resistir con métodos democráticos? ¡No! (aplausos). Y continúan hablando de este modo: "Si la Unión Soviética llegara a emplear el aflojamiento de la tensión en su propio beneficio, entonces nosotros..." ¿Entonces nosotros qué? ¡La Unión Soviética utilizó ya el aflojamiento en su beneficio, lo utiliza y lo seguirá utilizando! Por ejemplo: junto con China participan del aflojamiento y, mientras tanto, se apoderan de tres países. Mientras tanto, imperceptiblemente, copan tres países de Indochina. Es verdad que, como consuelo, se puede esperar que China les envíe su equipo de ping-pong (risas). Y que la Unión Soviética envíe pilotos que hayan cruzado el Polo Norte. Si hace pocos días volaron junto con los vuestros al cosmos. Un espectáculo muy del tipo, lo recuerdo bien, de aquel año —1937— junio de 1937, cuando Chkalov, Baidukov y Beliakov, sobrevolaron heroicamente el Polo Norte y aterrizaron en el estado de Washington. Fue el año y el mes en que Stalin también fusiló más de cuarenta mil personas. . . Stalin sabía lo que hacía. Envió a los pilotos y provocó vuestro confiado regocijo: amistad de dos países por encima del Polo Norte. Héroes —otra palabra no cabe— héroes. Era sólo un espectáculo para distraer vuestra atención de los sucesos del año 1937. Pero, permítanme, ¿qué se festeja ahora? ¿Cuántos años trascurrieron? ¿Treinta y ocho? ¿Acaso es esto un aniversario? No, sencillamente hay que disimular Vietnam, Borrar Vietnam. Y entonces, de nuevo, envían pilotos. Inauguraron un monumento en el estado de Washington. Chkalov es un héroe y es digno de un monumento. Pero para que el cuadro sea completo habría que erigir tras el monumento un muro y presentar en bajo relieves aquellos fusilamientos, los cadáveres y los huesos (aplausos).

También nos dicen (disculpen que haga muchas citas, pero muchos ejemplos más aparecen en vuestros diarios y radios): "No ignoremos que Vietnam del Norte y el Khmer rojo pisotearon los convenios. Pero estamos preparados para mirar hacia el futuro". ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir: no importa que aniquilen a la gente, pero si estos violadores, asesinos y verdugos nos ofrecen un aflojamiento de la tensión, lo aceptaremos gustosos. Tal como en cierta oportunidad lo expresó Willy Brandt: "Hubiera aceptado un aflojamiento también con el mismo Stalin". Es decir, que en los tiempos en que Stalin aniquilaba cuarenta mil personas por mes, Brandt hubiera negociado gustoso con él. ¡Mira al futuro! Así miraban al futuro en 1933 y en 1941, pero miraban mal. Así miraban al futuro hace dos años, cuando concertaban el absurdo, incomprensible y no garantizado armisticio en Vietnam. Miraban mal. Les preocupaba tanto llegar al armisticio que olvidaron liberar primero a los propios ciudadanos norteamericanos. Bueno, total podemos pasarnos sin ellos. ¿Cómo es posible esto? Bueno, a una parte de ellos, efectivamente, se los declara desaparecidos en la guerra. Pero los mismos líderes de Vietnam del Norte reconocen que una parte de los prisioneros permanece todavía en su poder. ¿Y qué? ¿Entregarán a vuestros compatriotas? No, no los entregan y ponen siempre nuevas condiciones. Primero exigían que Thieu abandonara el poder; después, que Estados Unidos reconstruyera Vietnam. En caso contrario, resultará muy difícil localizar a esos hombres. Si al gobierno de Vietnam le resulta muy difícil explicar qué ocurrió con vuestros hermanos, prisioneros de guerra norteamericanos, no liberados hasta hoy, basándome en las experiencias del Archipiélago puedo explicarles esto con plena claridad. Hay una ley en el Archipiélago: los que cumplen tareas más difíciles, los que se comportan con mayor valentía, con mayor probidad, con más coraje, los que son más inflexibles, jamás volverán a ver el mundo libre. No pueden exhibirlos porque contarían cosas que no caben en la comprensión humana. Unos prisioneros que regresaron contaron que los habían torturado. Quiere decir que los que quedaron

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fueron torturados más. Pero no cedieron ni un paso. Estos son sus mejores hombres, sus héroes mayores, los que permanecieron firmes en la lucha solitaria (aplausos). Y ahora. . . ahora, lamentablemente sus aplausos no pueden alentarlos. No pueden escucharlos desde sus celdas solitarias, donde pueden morir, pero donde también pueden permanecer encerrados durante treinta años, como Raúl Walenberg, un diplomático sueco que, como ustedes saben, fue detenido en la Unión Soviética en 1945. Y allí está, encarcelado, desde hace treinta años. Y no lo entregan.

Y hubo en vuestro país hombres públicos dominados por la histeria que decían: "Iré a Vietnam del Norte, me arrodillaré, imploraré de rodillas hasta que pongan en libertad a nuestros presos de guerra". Esto ya no es actitud política, es masoquismo (aplausos).

Para comprender debidamente qué ha significado el enervamiento de la tensión durante estos cuarenta años, la estabilización, el comercio, debo contarles algo que nunca han visto ni oído. Contarles desde nuestro ángulo, desde nuestro lado, cómo se veía todo esto. El asunto era así: sólo por haber conocido a un norteamericano y si —Dios nos guarde— se ha ido con él a una confitería o a un restaurante, surge la sospecha de espionaje; quiere decir: diez años de prisión.

En el primer tomo del Archipiélago narro el caso que no me fue relatado por un recluso cualquiera sino por todos los miembros de la Corte Suprema de Justicia de la URSS, durante esos breves días durante los cuales fui enaltecido en época de Khruschev. Me contaron este caso: un ciudadano soviético visitó Estados Unidos y al regresar dijo: "En Estados Unidos hay excelentes carreteras". La KGB lo detuvo y pidió para él una condena de diez años. Y el juez dijo: no me opongo, pero hay poco material, habría que agregar algo más. El juez fue confinado en Sajalín por que osó discutir, y al hombre le dieron diez años. Piensen ustedes qué "mentira" había dicho y qué "alabanza al imperialismo norteamericano": "en Estados Unidos hay buenas carreteras". Diez años.

En 1945-1946 mucha gente pasó por nuestras celdas: no fueron colaboradores de Hitler, aunque hubo también algunos de ellos, ni tampoco culpables específicos, sino, simplemente, quienes estuvieron en Occidente y fueron liberados del cautiverio alemán por los norteamericanos. Esto se consideraba un crimen: liberado por los norteamericanos. Significaba que había tenido acceso a una vida buena y holgada. Si regresaba a casa, lo contaría. No era tan horrible lo que había hecho sino lo que podía contar; esto se castigaba con diez años.

Durante la última visita de Nixon a Moscú los corresponsales norteamericanos hicieron reportajes al estilo occidental, reportajes hechos en las propias calles de Moscú. "Camino —decían— por las calles y pregunto a gente común soviética: Dígame, por favor, ¿qué opina acerca del encuentro Nixon- Brezhnev?" Cosa asombrosa: todos replicaban lo mismo. "Excelente, estoy muy contento, entusiasmado". ¿Qué significa esto? ¿Cómo hay que entenderlo? Si voy por la calle y se me aproxima un norteamericano con un micrófono y me hace preguntas, sé con seguridad que del otro lado camina un funcionario de la KGB, también con un micrófono y anotará sin problemas todo lo que yo diga. Hablaré y me encontraré en seguida en prisión. Y entonces contestó: "Sí, sí; excelente. No vi nada mejor" (aplausos). ¿Qué valor tienen semejantes corresponsales, si trasladan mecánicamente su modalidad occidental a nuestro país, sin reflexionar en lo que hacen?

Ustedes nos ayudaron durante muchos años con el lend and léase, pero en nuestro país se ha hecho todo lo posible para olvidarlo, borrarlo, no recordar, si es

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posible. Vine a esta sala postergando mi viaje a Washington porque deseaba conocer antes un poco el Estados Unidos cotidiano; quería visitar varios estados y conversar simplemente con la gente. Entonces me contaron —y por primera vez lo supe— que durante la guerra, en todos los estados de la Unión, la Sociedad de Amistad Soviético-Norteamericana recolectaba ayuda para los ciudadanos soviéticos, ropa, abrigo, víveres, regalos, y los enviaba. Y nosotros no sólo nunca los vimos, jamás los recibimos —fueron distribuidos entre los círculos privilegiados— sino que tampoco jamás nos enteramos. Lo supe ahora, acá, en Estados Unidos, este mismo mes.

Todo lo malo y ponzoñoso que se puede decir de Estados Unidos se dijo ya en la época de Stalin y todo esto permanece ahora como pesado resabio, y puede ser un recuerdo reactualizable en cualquier momento. Cualquier día los periódicos pueden publicar titulares tales como "El sangriento imperialismo norteamericano quiere apoderarse del mundo". Y todo el veneno subyacente ascenderá a la superficie y mucha de nuestra gente lo creerá y los considerará a ustedes como agresores. Así se cumple con el aflojamiento de la tensión en nuestro país.

El sistema soviético es tan cerrado que resulta casi imposible entenderlo desde aquí. Vuestros teóricos, los más sabios, elaboran trabajos científicos, tratan de explicar y comprender qué es lo que ocurre allí. Citaré algunas explicaciones ingenuas que nos resultan directamente cómicas a nosotros, los soviéticos. Unos dicen que los jerarcas soviéticos abandonaron su ideología inhumana. De ningún modo. De ningún modo renunciaron a ella. Otros dicen que hay "izquierdistas" y "derechistas" en el Kremlin y que allí se lucha y que debemos comportarnos de tal modo que no perjudique a los "izquierdistas". Todo esto es fruto de la fantasía: izquierdistas... derechistas. . . Hay, por supuesto, cierta lucha por el poder, pero en lo fundamental están todos de acuerdo. Y hay, todavía, otra teoría, según la cual gracias al crecimiento técnico crece la tecnocracia en la Unión Soviética, crece la ingeniería; los ingenieros dirigen ahora la economía y pronto habrán de decidir el rumbo, ellos y no el partido. Les diré: los ingenieros decidirán el rumbo en la misma medida en que nuestros generales dirigen el rumbo del ejército, o sea cero. Todo se hará según las directivas del partido.

Este es nuestro sistema; júzguenlo ustedes mismos. Es un sistema en el cual, durante cuarenta años, no hubo elecciones genuinas, donde se desarrolla una comedia. Es decir, un sistema que carece de órganos legislativos. Este sistema donde no existe una prensa independiente, donde no hay órganos judiciales autónomos, donde el pueblo no tiene influencia alguna en la política interior o exterior; donde se ahoga cualquier pensamiento que difiera del pensamiento del Estado. Y a propósito: el espionaje electrónico es, en nuestro país, una cosa corriente, un hecho cotidiano. En vuestro país hubo un caso de espionaje electrónico y todo el país se sacudió durante un año y medio. En el nuestro, es algo cotidiano. Existe en cada departamento, en cada oficina; estamos acostumbrados y ni siquiera nos asombra. Es el sistema por el cual los verdugos de millones, aun desenmascarados como es el caso de Molotov y otros de menor importancia, nunca son juzgados y ahora viven de suculentas pensiones, en un bienestar superior. Un sistema en el cual este tipo de espectáculo dura todavía hoy y a cada extranjero, para mostrarle el país, se lo rodea de una claque ad hoc, entrenada para esta clase de puestas en escena. Es el sistema que no ha respetado ni un solo día su propia Constitución, en el cual todas las decisiones maduran en el mayor misterio entre un puñado de irresponsables que descargan sus decisiones sobre nosotros y ustedes como relámpagos. ¿Qué valor tienen las firmas de tales personas? ¿Cómo se puede confiar en sus firmas al pie de los

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documentos para lograr el aflojamiento? Pueden consultar ahora a sus propios especialistas: dicen que, precisamente en los últimos años, la Unión Soviética creó un armamento químico superior y cohetes más perfeccionados que los de los Estados Unidos.

¿Qué conclusión se extrae de todo esto? ¿Hace falta el aflojamiento o no? No sólo hace falta. Es necesario como el aire. La única salvación para la Tierra es que, en lugar de la guerra mundial, se logre un aflojamiento de la tensión. Pero verdadero y si han pervertido el contenido de esa expresión habrá que encontrar otra palabra. Yo diría que las condiciones, las principales condiciones para que desaparezca la tensión, son pocas. Y diría que casi es suficiente que se cumpla con tres condiciones. Primera condición, que el desarme sea no sólo para evitar la guerra, sino también la violencia, es decir, no sólo desarme de las armas que aniquilan a los vecinos, sino también de las armas con las que se ahoga a los compatriotas (aplausos). No es posible que nosotros hoy, aquí, podamos pasar un rato agradable con ustedes mientras allá gimen y perecen hombres, y en los establecimientos "psiquiátricos" siguen produciéndose las visitas nocturnas y se les aplican hasta tres veces por día inyecciones que arruinan sus cerebros y minan su condición de hombres. Como una segunda condición yo propondría que ésta no se base en las sonrisas, ni en las concesiones verbales, sino en cosas sólidas como una roca. Hay un frase evangélica, conocida por todos: "no edificar sobre arena sino sobre roca". Quiero decir que deben existir garantías de que no ha de interrumpirse de la noche a la mañana (aplausos); pero para esto es necesario que allá, en la otra parte, exista un contralor sobre la situación ejercido por la opinión pública, la prensa, y por el Parlamento libre. Mientras tal contralor no exista, no habrá garantías (aplausos). Y la tercera condición simple: ¿qué aflojamiento se logra si continúa la propaganda de odio contra el hombre, que en la URSS denominan guerra ideológica? No; si hemos de ser amigos, entonces, de verdad, amigos. ¡La guerra ideológica debe terminar!

La Unión Soviética y los países comunistas saben manejar las negociaciones. No ceder durante mucho, mucho tiempo, y después ceder un poquitito. Y de repente se oyen gritos de júbilo: ¡ceden, es hora de firmar el tratado! Por ejemplo: las negociaciones entre treinta y cinco países para los acuerdos europeos. Durante dos años se llevaron a cabo penosas negociaciones, con tensa nerviosidad y cedieron: algunas mujeres de los países comunistas pueden ahora casarse con extranjeros y algunos corresponsales podrán viajar un poco más que antes. Otorgar una milésima parte del derecho natural —que en realidad desde el principio debería quedar fuera de toda negociación — provoca la inmediata alegría y ya escuchamos muchas exclamaciones en Occidente: ¡Ceden, es hora de firmar! Durante estos dos años de negociaciones la presión aumentó en todos los países de Europa Oriental, las represiones se hicieron más fuertes, incluso en Yugoslavia y en Rumania, sin hablar de las restantes naciones. Y es justamente cuando el canciller de Austria dice: "¡Hay que apurarse! Llegó el momento de firmar el tratado". ¿Qué es esto? ¿Un acuerdo? El convenio que se ofrece hoy es el funeral de Europa Oriental. Quiere decir que Europa Occidental firma que está de acuerdo con que continúen oprimiendo a Europa Oriental. Solamente no nos toquen, por favor, a nosotros. Y el canciller de Austria piensa que si echan tierra a la fosa común de Europa Oriental, su país —que se encuentra al borde mismo de la fosa— quedará intacto y no se deslizará hacia ella. Y nosotros, que nos hemos pasado toda nuestra vida allí, sacamos la conclusión de que hay una sola cosa que puede resistir a la violencia: ¡la fuerza! Hay que entender la naturaleza del comunismo. La misma ideología del comunismo, toda educación consiste en

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considerar un idiota al que no toma lo que está al alcance de su mano. Si puedes tomar algo, tómalo; si puedes avanzar, avanza; pero si hay un muro, retrocede. Los gobernantes comunistas respetan sólo la firmeza y desprecian y se ríen de los que ceden constantemente. En vuestro país se dice —citaré algunas palabras pronunciadas últimamente por vuestros estadistas—: "El poder sin negociaciones para lograr la paz, lleva a la guerra". Y yo digo: "El poder en ininterrumpida conciliación, ¡no es tal poder!" (aplausos) Y por nuestra experiencia les puedo decir: sólo con firmeza se puede resistir al avance del totalitarismo comunista. Tenemos muchos ejemplos históricos al respecto. He aquí algunos. La pequeña Finlandia, en 1939, resistió con sus propías fuerzas. Ustedes protegieron Berlín en 1948 sólo merced a vuestra firmeza ¡y no hubo conflicto mundial! Ustedes protegieron Corea en 1950 usando únicamente vuestra firmeza y una vez más no hubo conflicto mundial. Ustedes obligaron a los soviéticos a retirar sus fuerzas de Cuba en 1962, nuevamente por vuestra firmeza ¡y no hubo conflicto mundial! Y el difunto Adenauer negociaba con Khruschev con firmeza, y empezó con el mismo Khruschev un verdadero aflojamiento. Khruschev empezó a ceder y si no hubiera sido relevado se proponía, en ese invierno, viajar a Alemania para continuar.

Quiero recordarles la debilidad de aquél hombre cuyo nombre rara vez se asocia con la debilidad. La debilidad de Lenin.

Lenin, al llegar al poder, presa de un miedo pánico, entregó a Alemania todo lo que ésta le exigió. Simplemente, todo lo que le exigió. Alemania tomó tanto como quiso. Pidió Armenia para Turquía; sí, como no. Es un hecho poco conocido, pero Lenin pidió la intervención del Kaiser para que el gobierno de Ucrania permitiera a los comunistas trazar la frontera. No se habló de ocupar Ucrania, sino sólo de trazar, de alguna manera, la frontera.

Nosotros, los disidentes de la URSS, no tenemos ni tanques, ni armas, ni organización alguna. No tenemos nada, nuestras manos están vacías. Disponemos sólo de nuestro corazón y de lo que hemos soportado durante medio siglo bajo este sistema. Y cuando encontramos la firmeza necesaria para pararnos y permanecer de pie, resistimos. Y si hoy estoy aquí... . (aplausos). Nosotros resistimos sólo gracias a la firmeza del espíritu. Y si hoy estoy aquí, de pie delante de ustedes, no es por benevolencia del comunismo, ni por disminución de la tensión, sino gracias a mi firmeza y al decidido apoyo de ustedes (aplausos).

Ellos sabían que no iba a ceder ni un dedo ni un cabello, y cuando no pudieron conseguir nada, retrocedieron. Y esto no es fácil. En nuestro caso, es el resultado de las condiciones penosas de vida que llevamos. No quiero mencionar hoy muchos nombres, pero recordemos a Bukovsky, cuyo nombre casi se ha olvidado (aplausos). ¿Y por qué no quiero mencionar muchos nombres? Porque cuantos más nombre, más quedarán sin nombrar, y cuando recordemos dos o tres, parecerá que olvidamos o traicionamos a los restantes. Hay que recordar los números. Tenemos decenas de miles de reclusos políticos y, según los cálculos de los especialistas ingleses, hay siete mil hombres sometidos a tratamiento psiquiátrico forzado. Entonces volvemos a Vladimir Bukovsky. Le ofrecieron: Bueno, te liberamos; vete a Occidente y cállate. Y este muchacho, este joven casi moribundo, dijo: "No, no voy a ir con tales condiciones. He escrito acerca de los que ustedes encierran en clínicas psiquiátricas; libérenlos y entonces me iré a Occidente". ¡Esta es la fuerza y la firmeza que enfrenta a la roca y a los tanques!

Y nosotros, ustedes y yo, evaluando todo lo que he dicho hoy, no tendríamos que conversar en el nivel de las especulaciones convencionales, es decir, especular por qué tal o cual país actuó de tal modo. ¿Cómo se llevaban esos cálculos? Podríamos elevarnos a una altura moral y decir: entre 1933 y 1941

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vuestros dirigentes, y todo Occidente, hicieron un trato con el totalitarismo, sin respetar los principios éticos. Esto no puede quedar impune. Esto debía provocar consecuencias y las provocó durante treinta años y va a continuar provocándolas de un modo aún más terrorífico. No se puede razonar solamente en el bajo nivel de un cálculo político. Hay que pensar también en lo noble, lo honesto, y no sólo en lo conveniente. Los hábiles juristas occidentales introdujeron la noción del "realismo jurídico". Con este realismo jurídico pretenden disimular los juicios morales. Dicen que hay que reconocer lo real, hay que entender, que si se adoptaron ciertas leyes que preconizan la violencia en algunos países, hay que reconocer y respetar el hecho. Entre los juristas es hoy moneda corriente la idea de que el derecho es superior a la moral. El derecho, dicen es algo definido, pero la moral es algo, según ellos, indefinido. No, ¡precisamente al revés! La moral es superior al derecho (aplausos)... y el derecho es el esfuerzo humano para traducir de algún modo, en las leyes, una parte de la moral que está por encima nuestro, superior a nosotros. Tratamos de comprender esta moralidad, realizarla en la Tierra y darle forma a través de las leyes. A veces resulta mejor, otras, peor; a veces resulta una caricatura de la moralidad, pero la moralidad siempre es superior al derecho. Y no es posible apartarse de este punto de vista. Hay que aceptarlo con alma y corazón. En el mundo de hoy, en el siglo xx; resulta casi cómico hablar de "bien" y "mal". Estos conceptos se han tornado anticuados. Y sin embargo, bien y mal son conceptos que están por encima nuestro. . . (aplausos). Y en lugar de vivir haciendo cálculos y juegos políticos, bajos, mezquinos y de corto alcance, habría que darse cuenta de lo siguiente: aquí se concentra el mal mundial con una capacidad de odio y fuerza enormes, se propaga por toda la Tierra y hay que hacerle frente y no apresurarse para entregarle todo lo que quiere devorar (aplausos). . .

En el mundo se están desarrollando dos procesos importantísimos. Uno es el que ya mencioné y que se desarrolla desde hace más de treinta años. Es el proceso de las concesiones miopes. Es el proceso que implica entregar, entregar y así, tal vez, algún día consigamos que el lobo quede saciado. Y el segundo, que considero como proceso clave, y presagio de lo que nos traerá a todos el futuro... Es el proceso que se desarrolla bajo la corteza de acero del comunismo, en la Unión Soviética desde hace ya veinte años y, en otros países comunistas, desde hace menos tiempo: la liberación del espíritu humano. Crecen nuevas generaciones, inconmovibles en la lucha contra el mal; no aceptan compromisos sin principios; prefieren perderlo todo, salarios, comodidades, la vida misma, con tal de no sacrificar su conciencia, con tal de no negociar con el mal. . . (aplausos).

Este proceso ha calado tan hondo que el marxismo en la Unión Soviética de hoy ha caído muy bajo, convirtiéndose en una simple anécdota; se derrumbó, se convirtió en un objeto despreciable. En nuestro país, nadie, con criterio más o menos responsable, ni siquiera los estudiantes y escolares, hablan del marxismo seriamente, sin sonrisas o mofas.

Pero todo este proceso de nuestra liberación, que provocará, sin duda, también cambios sociales, este proceso es aún más lento que aquél, el primero, el de las concesiones. Cuando observamos desde allá estas concesiones, nos parecen raras. ¿Por qué tan rápido, tan precipitadamente, por qué ceden varios países en un año? Empecé diciendo que ustedes son aliados de nuestro movimiento de liberación en los países comunistas y les hago un llamado: Pensemos juntos cómo podríamos regularizar las relaciones entre estos dos procesos. Cada vez que ustedes ayudan a nuestros perseguidos, no sólo demuestran generosidad y

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nobleza, no sólo los defienden a ellos, sino a ustedes mismos y también vuestro futuro. .. (aplausos). Pero tratemos, en la medida de lo posible, de detener el loco proceso, insensato e inmoral, de las interminables concesiones al agresor... esas astucias jurídicas que permiten encontrar cada vez un nuevo argumento para entregar y entregar un país y otro y otro. ¿Por qué hay que dar una y otra vez al totalitarismo comunista una técnica complicada y refinada, indispensable para su fortaleza, destinada a aplastar a sus ciudadanos? Si nosotros pudiéramos aminorar, no digo parar sino aminorar este proceso de concesiones y posibilitáramos la continuidad del proceso de liberación en los países comunistas, estos dos procesos, al fin de cuentas, podrían asegurarnos el porvenir. . . (aplausos).

No existen ya "asuntos internos" en nuestro pequeño planeta. . . Los líderes comunistas les dicen a ustedes: "no se entrometan en nuestros asuntos internos, déjennos ahogar a nuestro pueblo en paz". Pero yo les digo "por favor, entrométanse más y más en nuestros asuntos internos... les pedimos: ¡entrométanse!" (aplausos).

Por entender así mi misión, tal vez también yo me entrometí en los asuntos internos de ustedes, o los rocé de alguna manera. Discúlpenme... (aplausos).

He viajado mucho por Estados Unidos. Esto se ha agregado a mi noción anterior de vuestro país, originada en lo que escuché por la radio, lo que me contaba la gente experimentada. Estados Unidos provoca en mí, en mis amigos, en nuestros correligionarios allá, en todos los hombres comunes soviéticos —no en los jerarcas— provoca un sentimiento combinado de admiración y compasión. Admiración—por lo que ustedes mismos ignoran, qué porvenir tienen y cuántas fuerzas disponen. Ustedes son un país del futuro. Ustedes son un país joven, con potencialidades todavía sin usar. Un país de grandes espacios geográficos. Espacio del alma. De generosidad. De magnanimidad. Pero a estas calidades de fuerza, generosidad y magnanimidad de cada hombre así como de todo el país, se une, habitualmente, la credulidad. Y nuestra credulidad ya os jugó, varias veces, malas pasadas. ..

Quisiera que Estados Unidos controle su credulidad y no permita que ciertos sabios—unos por arbitrariedad mental, otros por miopía y muchos por codicia— la induzcan a tomar un camino falso, pretendiendo haber alcanzado una justicia más sofisticada mediante sutilezas jurídicas e invocando determinadas cláusulas y normas, con el pretexto de luchar por la paz y la justicia social. Al empujarla por ese camino tratan de debilitar y desarmar- a vuestro hermoso y poderoso país. Ante tal peligro, ante una potencia tan temible, como no había conocido hasta el presente la historia, no sólo la vuestra, sino toda la historia mundial, yo clamo: Estados Unidos de trabajadores y de la gente común, representada hoy aquí por su movimiento sindical, no te dejes debilitar, no te dejes llevar en una dirección falsa. ¡Tratemos de demorar el proceso de concesiones y ayudemos al proceso de liberación! (aplausos).

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DISCURSO DE CLAUSURA DE GEORGE MEANY

Permitidme expresar en vuestro nombre el profundo reconocimiento a nuestro huésped de esta noche por su inspirado discurso, por los pensamientos que nos dejó para estos tiempos en que, Dios lo sabe, el mundo debe pensar con más frecuencia en la libertad humana. El mundo debe pensar con más frecuencia en aquellos que, cada día, pierden la libertad.

Estados Unidos deben estar preparados, creo, para contestar a este llamado, en su calidad de líder del mundo libre. Si Estados Unidos no encabeza al mundo libre, me temo que el mundo libre quedara sin liderazgo.

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Nueva York

9 de julio de 1975

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PRESENTACIÓN DE LANE KIRKLAND, SECRETARIO-TESORERO DE LA AFL-CIO

Un principio de la mecánica enuncia que, disponiendo de una palanca suficientemente larga un hombre podría mover el mundo. Y Solyenitzin es el ejemplo vivo de este principio. La palanca es su pluma; lo que con ella alcanza, se torna diez veces más fuerte gracias a su inteligencia, a su talento, a su valor y a su entereza inquebrantable.

Trata de mover el mundo que se ahoga en la locura y la cobardía. El mundo en el que el terror, los asesinatos, las opresiones, son saludados y glorificados en los palacios de mármol y cristal de la paz y la justicia, edificados después de la Segunda Guerra Mundial por una generación excesivamente optimista. Es un reproche vivo para aquellos estadistas y dirigentes políticos que erigen la abstención en política de nivel superior, aun en cuestiones esenciales como son las de orden moral, y que consideran innecesario poner a prueba la buena voluntad, la bondad y la benevolencia de los enemigos más encarnizados del género humano. Su obra no está al servicio de una doctrina política ni de una política determinada, ni sirve a ningún propósito concreto pasajero; se dirige, antes bien, a los valores fundamentales: la dignidad, la justicia y la libertad del hombre.

AFL-CIO se sienten orgullosas por el honor de esta coincidencia en la misma causa. Y tengo ahora el privilegio de presentarles a Alejandro Solyenitzin.

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ALEJANDRO SOLYENITZIN

¿Es posible, o no, transferir la experiencia de un sufrimiento a quienes tendrán que sufrirlo en el futuro? Entonces: ¿es capaz, o no, una parte de la humanidad de extraer una enseñanza sobre la base de una experiencia amarga sufrida por la otra parte? ¿Es posible, o no, prevenir a alguien acerca del peligro? ¿Cuántos testimonios se enviaron a Occidente durante sesenta años, cuántas olas de emigrantes, cuántos millones de seres 'humanos?

Todos ellos están acá, ustedes los ven, ustedes los distinguen, si no por su ánimo abatido, por su tristeza, o por su nostalgia, los distinguen por su acento, por su aspecto exterior. Ellos no se han puesto de acuerdo; les trajeron desde diferentes países la misma experiencia y hablan de ella, previenen acerca de lo que es y de lo que fue. Pero los duros rascacielos están de pie, penetrando el cielo, y dicen: en nuestro país no sucederá, a nosotros no nos ocurrirá, en nuestro país es imposible. Sucederá. Es posible. Según el proverbio, "cuando tú mismo lo hayas experimentado, nos creerás".

Pero, ¿es que, en realidad, hay que esperar hasta el momento en que el cuchillo se acerque a la garganta? ¿Es que no se puede entender antes el peligro que amenaza con tragarse a todo el mundo? Yo fui tragado. Yo estuve en el estómago del dragón, en la ardiente panza roja del dragón. No me pudo digerir y entonces me eructó (aplausos).

Y yo vine a ustedes como testigo de lo que hay en ese estómago. Resulta curioso que los comunistas escriban sobre el comunismo, durante ciento veinticinco años, negro sobre blanco, sin disimulos; escrito antes más francamente y en el mismo Manifiesto comunista —que todos conocen por nombre y casi nadie se tomó el trabajo de leer— hay cosas aún más horrorosas que todas las que se han producido. ¿No es asombroso? Todo el mundo es alfabeto, todos saben leer y, sin embargo, parecería que no quieren comprender. La humanidad se comporta como si no hubiera comprendido qué es el comunismo; no quiere comprender, no es capaz de comprender. . .

Creo que ya no se trata solo del disimulo comunista de los últimos decenios. Se trata de lo siguiente: la esencia del comunismo se encuentra fuera de la comprensión humana. En realidad, resulta imposible creer que los hombres lo hayan programado y lo realicen asi. Precisamente porque se encuentra fuera del alcance de la comprensión es tan difícil comprenderlo. En mi anterior discurso en Washington hablé bastante acerca del sistema estatal soviético, cómo se formó y cómo es actualmente. Pero quizá es más importante hablar de la ideología que le dio base, lo creó y lo conduce. Mucho más importante es comprender la esencia de esta ideología y, lo que es más importante, su acción constante, que no se modificó, en absoluto, durante ciento veinticinco años. Quedo tal como nació.

Que el marxismo no es una ciencia, la gente culta de la Unión Soviética lo sabe claramente. Hasta resulta incomodo decir que el marxismo es una ciencia. Fuera de las ciencias exactas, las fisico-matematicas y naturales, la sociología contemporánea si predice un acontecimiento cualquiera lo hace indicando dónde puede ocurrir, en qué términos, en qué forma, y cómo ha de ocurrir el hecho. El comunismo nunca hizo tales pronósticos. Nunca se dijo cuándo, dónde y exactamente qué ocurriría. Siempre fue una declamación. Declamación acerca de

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la derrota de la burguesía mundial por parte del proletariado mundial y, luego sobre la formación de una sociedad más radiante y dichosa, donde se realizaría la fantasía de Marx, Engels y Lenin. Ninguno de ellos hizo una descripción del tipo de sociedad que se organizaría. Decían simplemente: la más luminosa, la más dichosa; todo será para el hombre. . .

Sería aburrido enumerar todos los fracasos predictivos del marxismo. Pero veamos algunos de ellos: que la situación de la clase obrera

occidental, bajo el régimen actual, empeoraría, empeoraría hasta llegar a una miseria total, insoportable ¡Si la clase obrera de nuestro país estuviera solo tan bien alimentada, tan bien vestida, tan bien provista de todo y dispusiera de tanto tiempo libre! ... O bien la famosa predicción según la cual las revoluciones comunistas comenzarían en los países más adelantados: Inglaterra, Francia, Estados Unidos, Alemania. Pero, en realidad, fue todo al revés, ustedes pueden verlo, al revés. O bien la predicción de que bajo el socialismo, el Estado tendería a desaparecer. En cuanto el capitalismo fuera derrotado el Estado, en seguida, se atrofiaría. Pueden verlo ustedes: ¿Dónde existen estados tan poderosos como en los así llamados países comunistas? O bien, la afirmación de que las guerras son propias del capitalismo. Sólo por esto, por el capitalismo, se producen guerras, porque el capitalismo existe. Y cuando triunfara el comunismo, todas las guerras cesarían. Ya lo vimos: Budapest, Praga, la frontera chino-soviética, la ocupación de los países Bálticos, el golpe por la espalda contra Polonia. Bastante vimos ya y bastante tendremos, probablemente, que ver todavía.

El comunismo es un intento tan torpe de explicar la sociedad y el hombre, como si un cirujano se valiera del hacha del carnicero para una delicada operación. Todo lo que hay de delicado y agudo en la psicología individual y en la organización de la sociedad —un organismo todavía más complicado— lo reducen a un grosero proceso económico. Toda esta creación—"el hombre"— se reduce a materia.

Es propio del comunismo una carencia tal de argumentos que, en nuestros países, no tienen nada que contraponer a sus oponentes. No hay argumentos, y por esto los palos, la prisión, los campos de concentración, las clínicas psiquiátricas forzadas.

El marxismo siempre estuvo contra la libertad. Haré algunas citas de los padres del comunismo, Marx y Engels. . . Las citas proceden de la primera edición soviética 1929-30. Marx y Engels: "Las reformas son un signo de debilidad", tomo 23, página 339. "La democracia es más temible que la monarquía y la aristocracia", tomo 2, página 369. "La libertad política es una falta de libertad; es peor que la peor esclavitud", tomo 2, página 394. Ambos dicen, en su correspondencia, que después de la toma del poder el terror es necesario, sin duda alguna. Dicen repetidas veces: "Habrá que repetir 1793. Después que lleguemos al poder nos considerarán monstruos, lo que nos importa muy poco", tomo 25, página 187.

El comunismo nunca ocultó su negación de los conceptos morales absolutos. Se mofa de las nociones de bien y mal como categorías absolutas. Considera la moralidad como un fenómeno relativo a la clase. Según las circunstancias y el ambiente político, cualquier acción, incluyendo el asesinato, y aún el asesinato de millares de seres humanos, puede ser mala como puede ser buena. Depende de la ideología de clase que lo alimente. ¿Y quién determina la ideología de clase? Toda la clase no puede reunirse para decidir lo que es bueno y lo que es malo. Pero debo decir que, en este sentido, el comunismo ha progresado. Logró contagiar a todo el mundo con esta noción del bien y del mal. Ahora no sólo los comunistas

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están convencidos de esto. En una sociedad progresista se considera inconveniente usar seriamente las palabras bien y mal. El comunismo supo inculcarnos a todos la idea de que tales naciones son anticuadas y ridiculas. Pero si nos quitan la noción de bien y mal, ¿qué nos queda? Nos quedan sólo las combinaciones vitales.

Descendemos al mundo animal. Y por esto, la teoría y la práctica del comunismo son absolutamente inhumanas. Existe una palabra que tiene amplia divulgación: "anticomunismo". Es una palabra mal compuesta y carece de sentido. Está compuesta de tal modo que parece que el comunismo fuera una cosa eterna, fundamental y básica. El anticomunismo y los anticomunistas se determinan por relación con el comunismo. ¿Por qué digo que esta palabra está mal construida? Por que la compusieron hombres que carecen de nociones etimológicas: la concepción eterna, la concepción permanente es la humanidad. Y el comunismo es la antihumanidad. Quien dice anticomunista dice contra lo antihumano. Una mala construcción. Hay que decirlo así: lo que está en contra del comunismo está a favor del hombre (aplausos).

¡No reconocer y negar la ideología comunista del odio contra la humanidad es el verdadero humanismo! No se trata de una fórmula partidista sino de una protesta de nuestra alma contra quienes nos dicen: olviden las nociones del bien y el mal.

Aparte de todos sus libros ¿qué ejemplos ofreció el comunismo a la humanidad de hoy? Retumbaron los tanques en Budapest. No importa. Retumbaron los tanques en Checoslovaquia. No importa. A cualquier otro no se lo hubieran perdonado, pero al comunismo se le puede perdonar. Valiéndose de un monstruoso procedimiento, como si Dios quisiera castigarlo restándole toda razón, el comunismo levantó el muro de Berlín. ¡En realidad es un símbolo monstruoso! Muestra lo que es el comunismo. Durante catorce años consecutivos fusilan a los que intentan trasponerlo para escapar de la dichosa sociedad comunista. Hace poco ocurrió lo siguiente: un muchacho extranjero cayó al Río Spree desde la orilla occidental. Querían salvarlo. Los guardias fronterizos de Alemania Oriental abrieron fuego. ¡No fue posible salvarlo! El joven, completamente inocente, se ahogó.

¿Convenció a alguien el muro de Berlín? De nuevo, no. De nuevo, lo ignoran. Sí, allí está, pero no nos alcanza. Nosotros no tendremos un muro así. Y los tanques que estuvieron en Budapest y en Praga, tampoco llegarán hasta aquí. En todas las fronteras del mundo comunista, por lo menos en las europeas, funcionan dispositivos electrónicos para matar. Ya no son hombres, son aparatos los que matan a cualquiera. Pero esto no nos amenaza a nosotros, no tenemos por qué temer. En los países comunistas inventaron el tratamiento psiquiátrico forzado. No importa. Nosotros vivimos tranquilos. Allá, tres veces al día. . . ahora mismo, efectúan la visita de la tarde, inyectan sustancias que arruinan el cerebro. No importa. Nosotros vivimos tranquilos.

En Estados Unidos está Angela Davis. No sé si es conocida en vuestro país. Pero en el núestro, literalmente durante todo el año no oímos otra cosa que Angela Davis. En todo el mundo parece que sólo existe, para la Unión Soviética, Angela Davis y lo que ella sufre. Nos zumbaron los oídos con esta Angela Davis. A los niños pequeños, en las escuelas, se les ordenaba firmar peticiones a favor de Angela Davis, a los niños y niñas de ocho, nueve y diez años. Bueno. Liberaron a Angela Davis. Aunque no sufrió un encierro muy riguroso, fue a los balnearios soviéticos para recuperarse. Y algunos disidentes soviéticos y, todavía más los no-soviéticos, entre ellos un grupo de disidentes checoslovacos, se dirigieron a ella:

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"Camarada Angela Davis, usted estuvo encerrada en una cárcel, sabe qué penoso es estar recluido cuando uno se considera inocente. Usted posee ahora una autoridad muy grande, ayude a nuestros reclusos checoslovacos, defienda a los perseguidos de Checoslovaquia". Angela Davis contestó: "¡Lo merecen! ¡Que continúen encerrados!" Esta es la cara de un comunista. . . este es el corazón de un comunista (aplausos).

Quiero recordarles, especialmente, que el comunismo se desarrolla como un tallo, como un tallo único sin modificaciones, como se está pretendiendo ahora. Lenin. Sí, Lenin desarrollaba el marxismo y ocupaba el primer plano con su intolerancia ideológica. Al leer sus obras uno se asombra por el cúmulo de odio originado en mínimos desacuerdos, cuando las opiniones difieren por un pelo. Lenin desarrollaba el marxismo en la dirección de su odio hacia el género humano. Antes de la revolución de Octubre, Lenin escribió las Lecciones de la Comuna de París. Analizaba por qué la Comuna fue derrotada en 1871. Y esta fue su principal deducción: fusiló muy poca gente. La Comuna no aniquiló suficiente cantidad de personas. Había que aniquilar clases enteras. Una vez llegado al poder demostró cómo se hacía.

Después inventaron la palabra "stalinismo". Y tuvo gran aceptación. Y ahora, en Occidente, dicen frecuentemente: ojalá que la Unión Soviética no retorne al stalinismo. Pero nunca hubo tal stalinismo. Esta es una invención del grupo de Khruschev para adjudicarle a Stalin todos los rasgos distintivos y todas las culpas fundamentales del comunismo. Y tuvo mucho éxito. Sin embargo, Lenin tuvo tiempo sobrado de cumplir el tramo principal antes de Stalin. Fue él quien engañó a los campesinos con la tierra, quien engañó a los obreros con la autonomía administrativa, quien convirtió a los sindicatos en organismos de represión, quien creó la Cheka, quien creó los campos de concentración, quien se valió de las tropas para aplastar, en todas las naciones limítrofes, los movimientos nacionales y, así, ensanchar el imperio.

Lo que hizo Stalin, movido por su inseguridad, fue lo siguiente: allá donde era suficiente encarcelar a dos personas para amedrentar a los demás, encarcelaba a cien. La conducción que lo siguió, retornó a la táctica anterior. Allá donde es necesario encarcelar a dos personas, se encarcela a dos personas y no a cien. Stalin era culpable ante su propio partido, porque no confiaba en el propio partido comunista. Y sólo por esto inventaron el stalinismo. Stalin no se apartó de aquella misma línea en nada. Y cuando se erigió el bajorrelieve de Marx-Engels-Lenin-Stalin, pudieron agregar todavía a Mao Tse Tung, Kim II Sung y Ho Chi Minh. Todos ellos forman parte del tallo, el mismo y único tallo.

Ahora se acepta en Occidente la siguiente teoría en cuanto a China, allí, el comunismo es puro, existe el comunismo puritano, no degenerado. En China duró más tiempo la fase del comunismo de guerra o comunismo cuartelero, implantado por Lenin en Rusia, donde se mantuvo sólo hasta 1921. Lenin lo implantó no por exigencias militares. Lo implantó porque así pensaban, así se representaban la futura sociedad. Pero cuando bajo la presión de la situación económica hubo que retroceder, introdujeron la NEP. Y retrocedieron. Pero en China, esta fase se mantuvo más tiempo. Los rasgos característicos de China, hoy, derivan del trabajo forzado de masas, sin una remuneración adecuada a su valor, con trabajos adicionales los días feriados en grupos comunales y el adoctrinamiento a fuerza de lemas que anulan al ser humano. El hombre, así, deja de ser un individuo.

Lo más horroroso en el sistema comunista mundial es su unidad, su cohesión. Hace poco, Enrico Berlinger dijo: "El sol se puso sobre el Comintern". ¡Oh no! El sol no se puso. Su energía se convirtió en electricidad que fluye por cables

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subterráneos. El sol del Comintern fluye en corriente eléctrica de alta tensión en todas partes bajo tierra. Hace poco se produjo el siguiente episodio: los comunistas occidentales se indignaron y negaron veracidad a las afirmaciones de que en Portugal actuaban según instrucciones de Moscú; por supuesto, en Moscú tambien lo negaban. Y luego se descubrió que esto mismo había sido publicado abiertamente en la revista "Problemas del mundo y del socialismo". Eran las directivas de Ponomarev.

Las pretendidas diferencias entre los partidos comunistas del mundo, son ficticias. Están todos unidos en un punto: vuestro régimen debe ser aniquilado. ¿Por qué asombrarnos de que el mundo no lo entienda? ¡Si los socialistas, que están más cerca del comunismo, tampoco pueden creer en la naturaleza del comunismo! Hace poco Palme, líder de los socialistas suecos, dijo: "La única manera de que el comunismo sobreviva es que adopte posiciones democráticas".

La única manera de que sobreviva un lobo es que deje de devorar carne y se convierta en un corderito (risas). Y Palme se encuentra muy cerca, Suecia está muy cerca de la Unión Soviética. Pienso que tanto él como Mitterrand y los socialistas italianos, llegarán un día a la situación de Soares. Pero la situación de Soares no es hoy la peor. Lo peor le espera a Soares en adelante. La verdad acerca de lo que les espera sólo podrían contarla los socialistas rusos, los "mencheviques" y los socialistas revolucionarios. Pero no podrán contarlo jamás. Están todos bajo tierra, todos han sido asesinados.

Lean el Archipiélago Gulag.Por supuesto, la situación actual obliga a los comunistas a emplear variados

modos de simulación. A veces escuchamos hablar de "frente popular"; otras, de "diálogos con los cristianos". ¡Los comunistas establecerán un diálogo con los cristianos! En casa, en la Unión Soviética, el diálogo era sencillo, con ametralladoras o revólveres. Hoy, en Portugal, los comunistas atacan a los católicos desarmados y los apedrean. Hoy. Este es el diálogo. . . Y cuando los comunistas franceses o italianos dicen que dialogarán, denles únicamente fuerzas y veremos ese diálogo. Yo viajé por Italia en abril de este año. Quedé asombrado: sobre el portal de la iglesia, hoz y martillo. En la puerta de la casa del cura, una inscripción ultrajante. Las inscripciones llenas de insultos de los comunistas cubren las paredes de las ciudades italianas. Esto sucede ahora, cuando todavía no han llegado al poder, esto sucede ahora. . . Sus dirigentes, encabezados por Palmiro Togliatti, firmaron acuerdos con Stalin aprobando todas las ejecuciones. Denles el poder en Italia. ¡Veremos este diálogo!

Cuándo los partidos comunistas consiguen el poder pleno se tornan completamente despiadados. Pero en la etapa en que lo comparten, deben disfrazarse. Para nosotros, los rusos, con nuestra experiencia rusa, resulta trágico observar lo que sucede en Portugal. Nos decían siempre, esto sucede con ustedes, los rusos, son ustedes quienes no pudieron conservar su democracia más de ocho meses, y la estrangularon, esto sucedió en el Este de Europa. Pero Portugal se encuentra en el extremo occidental de Europa. Más allá de Portugal termina Europa. ¿Y qué vemos? Vemos como una caricatura, algo modificada, de los sucesos rusos. Para nosotros, esto suena como una repetición. Podemos sustituir a Soares con nuestros socialistas. También en nuestro país se decía que los bolcheviques llegaban al gobierno con la consigna "Todo el poder a la Constituyente".

Pero obtuvieron el veinticinco por ciento de los votos en los comicios. Y la disolvieron. Así inmovilizaron al Parlamento. Qué ironía: dicen que los socialistas ganan en las elecciones. Soares es el líder de los victoriosos. Y lo privan de su

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propio diario. Piensen: ¡al líder, al líder del partido triunfante, lo privan de su propio diario!

El hecho de haber elegido la Asamblea Constituyente y que esta sesione, no tiene ninguna importancia. Y acerca de todo esto la prensa occidental dice muy seriamente: Las primeras elecciones libres en Portugal. Que Dios nos guarde de semejantes elecciones libres (aplausos). Los casos de astucias, de artimañas difieren, por supuesto, según las circunstancias. Pero nosotros reconocemos este carácter, reconocemos el típico carácter comunista cuando dirigentes militares, que pretenden no ser comunistas, resuelven el caso del diario "La República": Bueno, vengan mañana a las doce, les abriremos las puertas y ustedes se arreglan. Pero abrieron a las diez y, por alguna razón, lo sabían únicamente los comunistas. Y los socialistas no. Los comunistas llegaron, quemaron todo lo que había para destruir y sólo después llegaron los socialistas. ¡Oh, fue un error! Error. Por casualidad, no controlaron los relojes. . . Y de semejantes métodos está tejida toda la historia de nuestra revolución. Y habrá muchos casos semejantes aún en la revolución portuguesa. O de este tipo: los actuales dirigentes militares de Portugal, para no perder la ayuda de Occidente (ya han arruinado a Portugal, no hay qué comer), proclaman: Mantendremos el sistema multipartidario y el pobre Soares está obligado —el líder de los trabajadores— está obligado a demostrar alegria por esta proclama. Pero el mismo día y por la misma boca, se declara que empieza la inmediata construcción de una sociedad sin clases. Cualquiera que haya visto alguna vez aunque sea un pequeño fragmento del marxismo, sabe que la sociedad sin clases implica que no habrá partidos. Quiere decir que el mismo día se dijo que habrá un sistema multipartidario y que se estrangulará a todos los partidos. Y esto último no se escucha, pero se escucha lo primero. Y todos repiten: habrá un sistema multipartidario. . . Estos son los procedimientos comunistas.

Prácticamente, Portugal ya no forma parte de la OTAN. Temo ser un mal profeta: estos sucesos no se pueden detener. Muy pronto, Portugal podrá ser considerado como miembro del Pacto de Varsovia. Estos hechos no se pueden detener. Pero no se puede mirar sin dolor esta trágica e irónica repetición de los procedimientos comunistas. En dos extremos de Europa en un lapso de sesenta años y del mismo modo, se estrangula en pocos meses la democracia que quería levantarse de su postración.

La literatura marxista describe también muy bien el problema particular de la guerra. Así consideran los comunistas a la guerra. Cito a Lenin: "No podemos apoyar el lema de la paz porque es un slogan archiconfuso y frena la lucha revolucionaria" (carta a Kollontai, en julio de 1915). "Negar la guerra en general no corresponde a los principios marxistas. Objetivamente ¿a quién favorece la consigna de paz? En todo caso, no al proletariado revolucionario" (carta a Shliapnikov, noviembre de 1914). "Es inútil exponer un programa de buenas intenciones y piadosos votos por la paz, si no se expone, en primer lugar, el programa de la organización clandestina ilegal para la guerra civil". Es así cómo considera la guerra el comunismo. La guerra es necesaria. La guerra es un medio para lograr un propósito.

Pero, por desgracia para los comunistas, en 1945 esta línea directa tropezó con vuestra bomba atómica. Con la bomba atómica norteamericana. Y entonces los comunistas cambiaron de táctica. Entonces se convirtieron, de repente, en partidarios de la paz a cualquier precio. Empezaron a reunirse los Congresos de la Paz y se redactaron peticiones por la paz. Y el mundo occidental cayó en este engaño. Pero los propósitos y la ideología no cambiaron: aniquilar vuestro régimen, aniquilar el modo de vida occidental. Pero con vuestra ventaja atómica

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no se pudieron permitir esto. Y aquí se produjo la sustitución de los conceptos. Hicieron la sustitución y dijeron así: "Lo que no es guerra es paz", es decir, que contrapusieron la paz a la guerra. Y esto es una falacia. A la tesis le contrapusieron sólo una parte de la antítesis. Cuando no se puede llegar adelante la guerra abierta, se puede estrangular a escondidas, se puede emplear el terrorismo, la guerra de guerrillas, la violencia, las cárceles y los campos de concentración. Díganme, ¿esto es paz? Una plena contraposición de la paz es la violencia. Y los que quieren la paz en el mundo deben excluir del mundo no sólo la guerra, sino también deben liquidar la violencia. Y si no hay guerra abierta pero prosigue la violencia, no hay paz.

Entre tanto, en la Unión Soviética, en China y en otros países comunistas no hay límite para la violencia, y ahora parece que se une a esta lista también la India. La señora Gandhi no fue en balde a Moscú, supo asimilar bien sus métodos. Se puede calcular que habrá que agregar otros cuatrocientos millones de hombres a aquella masa. Mientras no haya límites para la violencia nada podrá detener la violencia en una masa tan inmensa, más de la mitad de la humanidad. ¿Cómo pueden ustedes considerarse fuera de peligro? Estados Unidos junto con Europa no son una isla en el Océano. Pero Estados Unidos junto con Europa ya son la minoría. Y este proceso prosigue sin parar. Mientras en los países comunistas la opinión pública no controle a sus gobiernos, y no pueda opinar, no pueda estar debidamente informada, no esté informada sobre todo de los proyectos de sus propios gobiernos, el mundo occidental y todo el mundo carecerán de garantías. Reza un proverbio: "Cuando ruedas desde una montaña, te aferras a lo que puedes".

Es claro que a ustedes les gusta la libertad. Pero en nuestro mundo técnico hay que pagar derechos de aduana por la libertad. No se puede querer la libertad sólo para sí mismo y quedarse tranquilo, si en la mayor parte de la tierra reina la violencia y estrangulan a la gente.

La ideología que ellos defienden propone aniquilar vuestro régimen. Es su finalidad desde hace ciento veinticinco años. Nunca ha cambiado. Sólo los métodos han cambiado un poquito. ¡ Y cuando se lleva a cabo el aflojamiento de la tensión, la convivencia pacífica y el comercio, insisten en que la guerra ideológica debe continuar! ¿Y qué es la guerra ideológica? Un cúmulo de odio, la repetición del juramento: el mundo occidental debe ser aniquilado. Como otrora en el Senado de Roma un famoso senador terminaba sus alocuciones con la sentencia: "Cártago debe ser destruida", también hoy, en cada acto de comercio o de relajamiento de la tensión, la prensa comunista, las instrucciones reservadas y miles de conferenciantes repiten: ¡El capitalismo debe ser aniquilado! Siempre digo que hay que entender los sentimientos humanos: viviendo en el bienestar, resulta difícil creer que hace falta desde ya adoptar serias medidas de precaución. Que gozando de bienestar hay que estar prevenidos.

Si hubiese que enumerar los tratados violados por la Unión Soviética, debería empezar una nueva conferencia. Yo comprendo: cuando vuestros estadistas firman un tratado con la Unión Soviética o China, ustedes quieren creer que este tratado será cumplido. Pero también los polacos, en 1921, en Riga, cuando firmaron el tratado con los comunistas, querían creer que sería así. Pero los atacaron por la espalda. Estonia, Letonia y Lituania, también querían creer que los tratados que habían firmado con la Unión Soviética serían cumplidos. Pero todos fueron tragados.

Estos mismos hombres que firman el tratado con ustedes —ellos mismos, no otros— ordenan las reclusiones en casas psiquiátricas y cárceles. ¿Por qué han de

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ser otros? ¿Por amor a ustedes? ¿Cómo explicarlo? ¿Por qué oprimen a los que tienen cerca y tienen que mostrar rostros honrados y nobles ante ustedes? Hasta ahora, los defensores de la convivencia no lo han explicado.

Ustedes quieren creerles y así, disminuyen su ejército. Disminuyen las investigaciones. Existía un Instituto dedicado enteramente a los estudios acerca de la URSS, por lo menos había uno. Ustedes no saben nada acerca de la Unión Soviética. Allí todo es oscuridad. Estos proyectores no iluminan hasta allá (aplausos).

Y sin saberlo, ustedes liquidaron el único y el último Instituto que, por lo menos, algo pudo estudiar. Les dio pena gastar dinero en él. Pero la Unión Soviética, por el contrario, está estudiándolos a ustedes. Ustedes tienen aquí las puertas abiertas, una gran fuente de información a través de la prensa y el parlamento. Pero ellos siguen estudiándolos y aumentan el número de sus representantes en vuestro país. Y estos observan vuestras instituciones, asisten constantemente a las reuniones y, si es posible, a las sesiones de vuestro Congreso, lo estudian todo.

Por supuesto, todos los acuerdos de paz son muy atractivos para los que los firman. Consolidan su prestigio a los ojos de los electores. Pero llegará el momento en que la historia borre el nombre de estos estadistas. Nadie los recordará. Y los pueblos occidentales pagarán por estos tratados ingenuos (aplausos). Y quizá el aflojamiento de la tensión es necesario hoy, ahora mismo. Pero no, se encuentran teóricos que ven muy lejos. El director del Instituto ruso de la Universidad de Columbia, Schulman, en una sesión de la comisión de asuntos extranjeros del Senado, trazó una lejana pero brillante perspectiva. Dijo: "El relajamiento de la tensión tiene como propósito a largo plazo la colaboración conjunta de Estados Unidos y la Unión Soviética para el establecimiento de un orden mundial". Pero ¿qué orden, en colaboración con este totalitarismo insaciable piensa establecer este profesor? (aplausos). No ha de ser de vuestro orden.

Pero el argumento principal de los partidarios del aflojamiento de la tensión es conocido: es necesario hacer todo esto para evitar la guerra atómica. Pienso que, después de todo lo sucedido en estos años, puedo tranquilizarlos a ellos y a ustedes: la guerra atómica no se producirá. ¿Para qué? ¿Para qué una guerra atómica si hace ya treinta años se le saca al mundo occidental tanto como hace falta? Un país tras otro. El proceso está en marcha. Si hablamos sólo de 1975, comprobamos que ya han obtenido cuatro países. Cuatro. Tres países en Indochina, más India. Y así sigue el proceso. Y muy rápidamente. Hay que apreciar este tiempo. Pero esperemos que llegue el momento en que, por fin, el mundo occidental comprenda y diga: ¡no, ni un paso más! ¿Qué sucedería en tal caso?

Quiero llamarles la atención: ustedes tienen teóricos que dicen que debe detenerse el armamento atómico de Estados Unidos. Ya tenemos, dicen, armamento atómico suficiente como para aniquilar a la mitad del mundo opuesto. ¿Para qué necesitamos más? Que juzguen los científicos atómicos. Pero, por alguna razón, los científicos atómicos de la Unión Soviética, por alguna razón los dirigentes de la Unión Soviética, piensan de un modo distinto. Pregúntenles a sus especialistas. No hablo de la supremacía en tanques y aviones, de cuatro a siete veces. En las actuales conversaciones de la SALT, en las negociaciones para el desarme, vuestro adversario os engaña, os engaña constantemente. A veces utiliza el radar para el control que, según el convenio, no debía utilizar. O viola el tratado sobre la limitación del tamaño de los cohetes. O bien viola las condiciones

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para el desarrollo de sus fuerzas destructoras. O viola las condiciones sobre sus ojivas. "Lo que tus ojos no revisen, lo pagarás caro" (aplausos).

En cierta época, la Unión Soviética no podía compararse con ustedes ni remotamente en el campo del armamento atómico. Después los alcanzó. Más adelante, hoy, lo reconocen todos, empieza a superarlos. En este momento el coeficiente quizá es mayor de uno. Y después será dos a uno. Y luego tres a uno. Y luego cinco a uno. No soy especialista en este punto y ustedes tampoco.

Pero seguramente no estamos muy lejos. Pienso que si les alcanzara este armamento no se esforzarían por producir más. Pienso que debe existir alguna razón. Que con semejante superioridad de armamento atómico será posible parar el vuestro. Y un desgraciado día declararán abiertamente: "Atención, enviamos tropas a Europa y si ustedes se mueven, los aniquilaremos". Y resultará que este coeficiente de tres a uno o de cinco a uno, tendrá efecto. Y ustedes no se moverán. Y en su país se encontrarán teóricos que, digan: "¡con tal de que reine la bendita quietud!..."

Todo esto recuerda, para emplear una comparación con el ajedrez, la siguiente situación. Frente al tablero está situado un jugador que tiene una opinión muy alta de sí mismo y una opinión muy baja de su adversario. Está seguro de que, por supuesto, supera al adversario, que él es muy fino, muy buen calculador, muy ingenioso. Seguramente le ganará. Está sentado, calculando sus combinaciones. Con sus caballos hace cuatro movimientos. Espera con impaciencia los siguientes movimientos. Se estremece de alegría en su asiento. Se saca los anteojos, los limpia y vuelve a ponérselos. No piensa que el adversario es más inteligente que él. No ve que está perdiendo rápidamente los peones, que su torre está amenazada. Él cree que podrá enemistar fácilmente a Moscú, Pekín, Pión Giang y Hanoi, pero es risible. ¿Quién podría enemistarlos? Y, mientras tanto, en Berlín Occidental les han ganado. En Portugal les ganaron con una sutileza ejemplar. En Medio Oriente están ganando. No hay que subestimar de tal manera al adversario. Pero incluso si este ajedrecista pudiera ganar el partido en el tablero olvida, entusiasmado por el tablero, levantar la vista y ver que su adversario tiene ojos de asesino. Y si pierde el partido, a sus espaldas dispone de un garrote y le romperá la cabeza y el mismo tablero y las piezas del ajedrez (aplausos). Este ajedrecista calculador olvida también levantar la vista para ver el barómetro. El barómetro ha bajado. No se da cuenta de que ya no hay luz en las ventanas, que el cielo está cubierto de nubes y se aproxima una tormenta. Todo esto es el resultado de confiar demasiado en sus capacidades para actuar sobre el tablero de ajedrez.

Encaja bien, en realidad. . . Además de la difícil situación política a la cual asistimos, sobre nosotros pende además, otro problema. Se trata de una crisis de tipo desconocido, distinta, de ningún modo política. Se acerca un cambio importante de toda la historia mundial, de toda la civilización. Esto lo observa mucha gente de diversas especialidades y en lugares diferentes. Esta transformación podría, según mi opinión, compararse sólo con el pasaje del medioevo a los tiempos modernos. Es una transformación completa de la civilización. Es una transformación tal que los conceptos tradicionales son de repente insuficientes. Es una transformación tal que las palabras frecuentemente utilizadas, las palabras habituales, comunes, pierden su eficacia, resultan vacías. Es una transformación de tal tipo que los métodos que sirvieron durante muchos siglos, no sirven, dejan de tener vigencia. Es una transformación tal que las escalas de valores más preciadas para nosotros, que estremecen nuestras vidas y nuestro corazón, empiezan a tambalearse y pueden derrumbarse. Y esas dos crisis

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—crisis política del mundo actual y crisis espiritual que se aproxima— concuerdan en el tiempo. Y al parecer, nuestra generación entrará en forma inminente en ella. Los dirigentes de vuestro país que inauguran ahora el tercer siglo de vuestra existencia como país, tendrán sobre sus hombros una carga que nadie soportó todavía en toda la historia norteamericana. Los dirigentes de vuestro país en estos tiempos tan cercanos, necesitarán una profunda intuición, visión espiritual, aguda inteligencia y gran espíritu. Quiera Dios que en tales momentos ustedes resulten estar encabezados por personalidades tan grandes como las que crearon vuestro país (aplausos).

Mientras viajaba últimamente por algunos estados de vuestro país comprendía que Washington y Nueva York no son representativos, ni en lo más mínimo, de Estados Unidos, con toda la diversidad y recursos que éste posee. Del mismo modo que el antiguo San Petersburgo no expresaba a toda Rusia. Como Moscú no refleja a la actual Unión Soviética, como París, maliciosamente, pretendía que reflejaba a toda Francia. Quedé muy impresionado al concurrir a los lugares de donde fluyeron y fluyen vuestros manantiales. Una vez más uno queda pensando: los hombres que crearon vuestro país jamás se apartaron de la brújula moral. Y es asombroso: la política calculada con la brújula moral resulta la más previsora y la más segura.

Aunque en un horizonte más limitado parecería inútil esta moralidad. Hay que mirar aquí, más cerca. Los dirigentes que crearon vuestro país nunca dijeron: "no importa que reine la esclavitud en otros países; nos entenderemos con ellos con tal de que no pretendan imponérnosla". Viajé bastante por varios estados de la Unión, de uno a otro extremo, y puedo decirles que estoy persuadido del espíritu sano, fuerte y amplio de los Estados Unidos. Estoy seguro de que estas fuerzas sanas, generosas e inagotables, ayudarán a que vuestros conductores eleven su estilo.

Cuando uno viaja por vuestro país ve su vida verdaderamente libre e independiente; todos estos peligros mundiales acerca de los cuales hablé hoy, parecen irreales. Ya sé que vine para hablarles de ellos. Pero aquí, en estos vastos espacios empiezo a contagiarme. La verdad parece irreal. En este continente resulta difícil creer en todo lo que ocurre en la Tierra. Pero, señores, ya no puede haber vida despreocupada, ni en vuestro país ni en el nuestro. Nuestros dos países tienen un destino no muy fácil. Y es mejor prepararse para esto de antemano (aplausos).

Yo entiendo: ustedes están cansados. Están cansados y sin embargo no han experimentado aún los verdaderos horribles suplicios del siglo xx, que rodaron por el viejo continente. Ustedes están cansados, pero no como nosotros; hace sesenta años que estamos aplastados contra la tierra. Pero los comunistas, que tienen el propósito de destruir vuestro sistema ¡no se cansan! ¡No se cansan en absoluto! (aplausos). Comprendo que llegué en el momento menos apropiado a este país, para pronunciar estos discursos. Pero si el momento fuera apropiado, cómodo, no habría necesidad alguna de mis discursos (aplausos). Justamente por eso, porque el momento no es apropiado, justamente por eso vine a contarle mis experiencias. Si nuestra experiencia en el Este llegara hasta ustedes por sí misma, no necesitaría convertirme en orador, que no es mi oficio ni lo quiero. Soy escritor, me quedaría sentado escribiendo mis libros.

Pero el mal, enemigo del hombre, está difundido por todas partes. Y está firmemente decidido a liquidar vuestro régimen. ¿Hay que esperar hasta que golpee en vuestra fronteras y que la juventud de Estados Unidos tenga que ir a pelear a los extremos del continente?

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Después de mi primera conferencia los periódicos publicaron, como siempre, algunos comentarios superficiales. Uno de ellos era así: suponía que yo había llegado a Estados Unidos para formularles un llamado para que nos liberaran del comunismo. Quien ha seguido de cerca mis escritos y lo que yo he expresado durante muchos años en la Unión Soviética y después en Occidente, lo sabe: yo siempre he dicho lo contrario. He llamado a mis compatriotas, a aquellos que flaquearon en momentos difíciles y miraban, suplicantes, a Occidente; yo los exhortaba a no esperar ayuda: ¡y no han pedido ayuda! Esto no es honesto. Nosotros debemos levantarnos por nuestros propios medios. Occidente tiene bastantes preocupaciones propias sin nosotros. Si nos apoya, gracias de todo corazón. Pero pedir y reclamar, nunca.

Dije en mi discurso anterior: en el mundo se desarrollan dos procesos. Un proceso de liberación espiritual de la URSS y de los otros países comunistas. Otro proceso por el cual Occidente ayuda a los dirigentes comunistas. Concesiones, aflojamiento de la tensión, entrega de países enteros. Y dije: recuerden, nosotros allí debemos levantarnos por nuestras propias fuerzas, pero defendiéndonos, ustedes defienden su propio porvenir. Nosotros somos allí esclavos de nacimiento. Nacemos como esclavos. Yo no soy joven y nací en la esclavitud. Y los que son más jóvenes que yo, tanto más. Somos esclavos pero aspiramos a la libertad. Pero ustedes, ustedes son libres de nacimiento. Pero, si son libres de nacimiento, ¿por qué tienden sus cuellos para la esclavitud? ¿Por qué ayudan a nuestros esclavistas? (aplausos).

Lo único que les pedí en mi discurso anterior y les pido ahora es que, cuando nos entierren vivos (comparé el futuro acuerdo europeo con la fosa común para Europa del Este. . . ¿saben que es una sensación muy desagradable que la tierra les llene la boca cuando todavía están vivos?) . . . que cuando nos entierren vivos, por favor, ¡no envíen palas a los sepultureros! ¡Por favor no les envíen modernas máquinas excavadoras! (aplausos).

Por una extraña casualidad, el mismo día que pronuncié el discurso en Washington, Suslov se dirigió a los senadores norteamericanos en el Kremlin. Y les dijo: en realidad, el significado de nuestro comercio es más político que económico. Podemos prescindir de comerciar con ustedes. ¡Mentira! Toda la existencia de nuestros esclavistas, desde el principio hasta el fin, depende de la ayuda económica de Occidente (aplausos). Yo decía, en mi discurso anterior: empezando con los materiales y repuestos con los que se reconstruyeron nuestras fábricas durante los años veinte; siguiendo con la construcción del Magnitostroi, Dnieprostroi, de las fábricas de automóviles, de tractores, durante el Primer Plan Quinquenal y luego, durante los últimos años de la guerra y ahora, y todo lo que exigen ahora, todo esto es absolutamente imprescindible para el sistema soviético, no desde el punto de vista político sino económico. La economía soviética posee un coeficiente de utilidad extremadamente bajo. Es extremadamente ineficiente. Para lo que aquí se realiza con un pequeño número de hombres y una reducida cantidad de máquinas, nosotros requerimos multitudes de personas y grandes masas de equipo. Por eso la economía soviética no puede hacer frente a todo a la vez. La guerra, y el cosmos ligado con la guerra, la industria pesada y la industria liviana, y alimentar y vestir a su población. Las fuerzas de toda la economía soviética se concentran en la guerra, donde ustedes no van a prestar ayuda. Y todo lo que hace falta, todo lo que se puede agregar, o lo que hace falta para alimentar al pueblo, o para el resto de la industria, todo lo toman de ustedes. De esta manera, ustedes ayudan indirectamente a los preparativos militares y a la policía soviéticos (aplausos).

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Para darse cuenta de lo absurda que es la economía soviética, veamos un pequeño ejemplo. Díganme qué clase de país es éste, gran potencia mundial que posee un enorme potencial militar y conquista el cosmos y, sin embargo ¿qué puede vender? Toda la técnica pesada, la técnica sofisticada, la compra. Entonces, ¿es un país agricultor? Nada de eso. También compra cereales. ¿Qué podemos vender, entonces? ¿Qué economía es ésta? ¿La creó el socialismo? ¡No! Lo que Dios puso desde el principio en el subsuelo ruso, todo esto lo despilfarramos y vendemos. ¿Y cuando no tengamos nada para vender? Pero el comercio no se detendrá por esta razón. El presidente de la AFL-CIO, señor George Meany, dijo muy acertadamente, hace poco: no son préstamos los que damos a la Unión Soviética sino ayuda económica. Se concede a un interés más bajo que el que puede conseguir un obrero norteamericano para la construcción de su casa. Es una ayuda directa.

Pero si esto fuera todo... En mi discurso anterior dije —y quiero recordarlo, que es necesario mirar el anverso y el reverso de cada cosa. Nuestro país acepta vuestra ayuda pero en las escuelas enseñan, en los diarios publican y en las conferencias dicen: el mundo occidental se está pudriendo. La economía del mundo occidental está agotada, se cumplen las grandes profecías de Marx, Engels y Lenin, el capitalismo ha perecido. ¡Pereció! ¡Y nuestra economía socialista, dicen, está floreciente! Demuestra, por fin, el triunfo del comunismo. Entonces digo: ¡Señores, especialmente aquellos que tienen un punto de vista socialista, den, por fin, la posibilidad, de que la economía socialista pruebe su supremacía! Dejen que pruebe que está a la vanguardia, que es omnipotente, que los derrotó, que se les adelantó. No se inmiscuyan. Dejen de venderle y prestarle dinero (aplausos).

Si es omnipotente se levantará sola, se mantendrá diez o quince años sobre sus propios pies y veremos. Les diré lo que ocurrirá. Bueno, bromas aparte. Y, sin bromas, sucederá que, cuando la economía no pueda arreglarse de ningún modo, tendrá que disminuir sus preparativos bélicos. Tendrá que abandonar el inútil cosmos y deberá alimentar al pueblo y vestirlo. Y el sistema tendrá que ablandarse. Lo que propongo es esto: ya que es una economía tan floreciente, ya que es tan orgullosa, y la vuestra está podrida y ha fracasado, dejen de ayudarlos. ¿Desde cuándo un inválido ayuda al fuerte? (aplausos y risas). Y una tergiversación más se publicó en los periódicos en relación con mi último discurso. Dijeron: Se trata de un orador más de la guerra fría. Llegó uno más que trata de persuadirnos para que reanudemos la guerra fría. No. Entendieron mal. La guerra fría es una guerra de odios, sigue todavía hoy, pero desde el comunismo. ¿Qué es la guerra fría? Una guerra de insultos. A ustedes los insultan de todas las formas imaginables. Comercian con ustedes, firman tratados con ustedes, y al mismo tiempo los insultan y los maldicen. En las fuentes que ustedes pueden leer y mucho más en aquellas que ustedes no leen ni escuchan, en los confines de la Unión Soviética, la guerra fría contra ustedes nunca se interrumpió, ni por un solo minuto.

Para ustedes no hay otro nombre que el de imperialistas norteamericanos. Repito: basta que los diarios publiquen un día que ustedes quieren aplastar al mundo y nuestra gente no tendrá otra información. Pero, ¿es que yo convoco a la guerra fría? De ningún modo. Dios nos guarde, ¿para qué? Solamente den oportunidad a esta economía para desarrollarse. No nos entierren vivos. Que la economía se desarrolle. Después veremos.

Pero ¿es que el sistema libre y diversificado occidental es capaz de adoptar esta línea? ¿Es capaz de ponerse de acuerdo, de unirse y realmente dejar de

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competir, abandonar la complacencia, dejar de atropellarse diciendo a mí, a mí, esta concesión para mí, por favor, a mí denme esa otra. . . Es muy posible que no se pongan de acuerdo. Y si tal acuerdo no se encuentra, si la competencia loca empresaria continúa enviando préstamos y tecnología, y suministrando las máquinas excavadoras para nuestros sepultureros, me temo que Lenin tenía razón: la burguesía misma nos venderá las sogas con las que la colgaremos. Desde los tiempos antiguos el comercio ha comenzado con el encuentro de dos personas llegadas del bosque o a través del mar o por el río, que para demostrar que no tenían ni palos ni piedras, que no estaban armados, mostraban sus manos abiertas. Y así nació la costumbre de estrecharse la mano. Pero hoy, lo que se llama "aflojamiento", es aflojamiento de una soga tirante. (¡Qué coincidencia macabra! ¡Otra vez sogas! . . . ) En verdad el relajamiento es un aflojamiento. Yo diría, que hace falta una mano abierta. Hacen falta relaciones entre la Unión Soviética y los Estados Unidos, en las que no haya engaños, en lo que respecta al armamento, que no haya campos de concentración, que no haya clínicas psiquiátricas para gente sana. Que las gargantas de las mujeres no se ahoguen de lágrimas. Que cese esta eterna guerra ideológica que libran contra ustedes. Que una conferencia, como la mía de hoy, no tuviera un carácter excepcional allá. Que la gente de la Unión Soviética, de China, de los otros países comunistas puedan visitarlos a ustedes sin adoctrinamientos de la KGB, sin previa aprobación del Comité Central del partido y por su propia iniciativa, y puedan contarles qué pasa en verdad, en nuestro país.

Esto sería lo que yo llamo "una mano abierta" (aplausos).

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Recepción en el Senado de los Estados Unidos

15 de julio 1975

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Estimados señores:

Aquí, en el edificio del Senado de los Estados Unidos de Norteamérica, no puedo comenzar sino señalándoles que no he olvidado en absoluto el alto y excepcional honor que me han hecho ustedes al acordarme el título de "ciudadano honorario de los Estados Unidos". Interpreté este gesto pensando que no iba dirigido sólo a mi persona, sino a la multitud de seres sin derechos que viven en mi país y en otros países comunistas, aquella multitud de seres que no tuvo y no tiene la posibilidad de expresar su opinión ni en la prensa, ni en el parlamento, ni en las conferencias internacionales.

Al expresarles mi gratitud por la decisión adoptada por el Senado respecto de mí, siento más que nunca esa responsabilidad que supera las fuerzas de una sola persona por la magnitud de la representación que inviste. Pero como nunca olvidé los sufrimientos, búsquedas y arrebatos de esta silenciosa multitud y no tuve otra finalidad en mi vida que la de expresar todo esto, obtengo fuerzas para mis discursos en los Estados Unidos y para mi conferencia de hoy, aquí. Son pocos los que hablan libremente en los países comunistas, pero son millones los que comprenden lo abominable del sistema, y lo repudian; quien puede, "vota con los pies", huyendo de la violencia y aniquilación masiva.

Además de los miembros del Senado veo a un grupo de miembros de la Cámara de Representantes. De este modo, por primera vez hablo ante legisladores de vuestro país que han ejercido una influencia creciente durante los últimos años sobre el curso de la historia, no sólo de Estados Unidos.

Nuestras experiencias vitales, las vuestras y las mías, son casi totalmente opuestas. La experiencia rusa del siglo xx ha sido rica en amarguras y parece precederos en el porvenir. Tanto más es necesario, por lo tanto, que nos relatemos nuestras mutuas experiencias, con insistencia y plena fuerza. Uno de los más grandes peligros de la actualidad consiste en que los destinos de todo el mundo, como nunca, están ligados en un solo haz, de modo que los hechos o los errores de una parte del mundo, repercuten en seguida en la otra y, sin embargo, el intercambio de opiniones e informaciones está obstruido por cortinas de hierro por una parte, y deformado por la distancia, por la otra, debido a la poca información, el estrecho horizonte o la premeditación de las teorías de los observadores.

Algunas de las conferencias que pronuncié en vuestro país, estaban destinadas a romper este muro de fatal desconocimiento o de despreocupado orgullo. Traté de hacer llegar a vuestros compatriotas el soplo encadenado de los habitantes de Europa del Este, justamente en estas semanas, cuando por acuerdo conjunto de las palas diplomáticas serán sepultados y apisonados en la fosa común, pechos que todavía respiran. Traté de explicar a los norteamericanos que en el tierno florecimiento del "aflojamiento de la tensión" ha aumentado aún más, en 1973, la ración de hambre en las cárceles y en los campos de concentración de la URSS y, justamente en los últimos meses, cuando una cantidad siempre mayor de oradores occidentales habla de las consecuencias positivas del "aflojamiento", en la Unión Soviética se ha aprobado un nuevo régimen perfeccionado del sistema de punición: conservando la prioridad inmortal de los campos de concentración y de trabajos forzados, los carceleros especialistas de la Unión Soviética, establecieron un nuevo modo de reclusión solitaria: trabajo forzado en las celdas solitarias, con frío, con hambre, sin aire, sin luz suficiente y con normas de producción imposibles de cumplir; en caso de no cumplirlas, prisión punitiva.

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Pero lamentablemente la naturaleza humana impide que un sufrimiento ajeno ensombrezca nuestro momentáneo bienestar y no podemos sentirlo hasta que nos ataca directamente No estoy seguro de haber podido trasmitir con mis palabras este soplo de la realidad que amenaza a la sociedad norteamericana ahita de bienestar. Pero hice lo que debía y lo que pude. Sería muy triste que la justeza de mis prevenciones fuera reconocida sólo dentro de algunos años.

Hace poco ustedes vivieron la larga prueba vietnamita que fatigó y dividió a vuestra sociedad. Les digo con absoluta seguridad: esta fue la más fácil de la cadena de pruebas que, en un futuro cercano, esperan a vuestro país. Los Estados Unidos de Norteamérica, lo quieran o no, están en la cresta de la historia mundial y cargan con la dirección, si no del mundo entero, por lo menos de la mayor parte. Los Estados Unidos carecen de una preparación milenaria y en doscientos años tal vez no tuvieron tiempo para consolidar su conciencia nacional. Pero el peso de las obligaciones y los problemas llega sin anuncio previo. Por esto, cada uno de ustedes, miembros del Senado y de la Cámara de Representantes, no es el miembro corriente de un parlamento común, sino que alcanzan una altura particular en el mundo actual. Quisiera trasmitirles de qué modo nosotros allá, en los países comunistas, interpretamos vuestras palabras, proyectos y resoluciones que difunden las radioemisoras mundiales. A veces las recibimos con calurosa aprobación, a veces con horror y desesperación, pero sin ninguna posibilidad de gritar todo esto a voz en cuello. Tal vez algunos de ustedes, en su fuero íntimo, se sientan todavía sólo como los representantes de su estado o de su partido, pero nosotros, allá, muy lejos, no percibimos estas diferencias, las interpretamos no como demócratas o republicanos sino como representantes de la Costa del Pacífico o del Oeste Medio. Los percibimos como hombres públicos que en un futuro cercano, tendrá cada uno su papel en la trágica o salvadora marcha de la historia mundial.

Esta futura crisis política mundial y el actual vuelco de la humanidad cansada y enlodada por las falsas jerarquías de los valores, los encontrará a ustedes y a sus iguales en el Capitolio y pesará sobre ustedes como cargas desmesuradas, mucho mayores que los minúsculos cálculos de los diplomáticos, de la lucha interpartidaria o entre poderes. Y no hay alternativas, es preciso elevarse a la altura de los problemas del siglo.

Muy pronto, demasiado pronto, vuestro Estado necesitará no sólo de gente capaz sino de gente grande. Encuéntrenlos en sus almas. Encuéntrenlos en sus corazones. Encuéntrenlos en las profundidades de vuestra patria.

FIN

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