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LOS ASESINOS DE LA SIERRA FECHA: 2-JUNIO-1994 POR: Tec. ISMAEL ZAMORA C.

Asesinos de la sierra

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Cuento corto, acerca de la leyenda de los bandoleros conocidos como los "Asesinos de la Sierra" Short story about the legend of bandits known as "Murderers of the Sierra"

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LOS ASESINOS DE LA SIERRA

FECHA: 2-JUNIO-1994

POR: Tec. ISMAEL ZAMORA C.

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PROLOGO

En tiempos de los humos dejados por el fuego de la revolución surgieron caudillos y

bandoleros que tal vez fueron producto de la imaginación, o tal vez si existieron para

hacernos recordar que la justicia permanece no importa que tan espesa sea la neblina en

la sierra.

Contenido

SEIS CARROZAS ................................................................ 5 LA APARICIÓN .................................................................. 7 EL DUELO ........................................................................... 9

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SEIS CARROZAS

1927, los años de humo comenzaban a bañar la región con sus cenizas, esa región que ahora estaba

ante mi mirada escéptica, común en el viajero quien nunca descubre las maravillas que le rodean al

primer vistazo. Aún no sé porqué me uní a la caravana aquella, quizá por mi curiosidad de viajar en

carruaje junto a desconocidos, en una jornada no muy cansada a la capital minera, esa ciudad de

muertos intactos.

Seis carrozas conformaban la caravana, las 2 primeras reservadas para los aristócratas, la tercera para

gente del clero, la cuarta estaba reservada para jefes militares, en la quinta viajaban artistas mientras

que en la sexta... bueno, ahí viajaba todo aquel que tuvo el dinero suficiente como para costear sus

gastos, ahí iba yo, sin más equipaje que un título militar con unas cuantas pertenencias sin valor.

Junto a mí, una anciana indígena vestida elegante a la usanza Purépecha, siempre con una sonrisa

dibujada en sus labios resecos; en el mismo lugar también nos acompañaban 2 mujeres enlutadas,

custodiadas por un hombre mayor, barbado, con una pipa siempre en la mano y una mirada

interrogante.

De vez en vez nos deteníamos en un paraje acogedor para ingerir nuestros alimentos o simplemente

para estirar los pies y vaciar el cuerpo, pues el camino iba cambiando, se iba inclinado y los caballos

aminoraban su trote. Esa última parada antes de entrar a la sierra de Guanajuato fue un tanto tensa, el

guía sereno nos habló al término de la merienda.

- Señores y señoras, estamos a punto de arribar a la “Sierra de Codornices”, podremos observar cimas

cubiertas por bosques de encinos, son un bello espectáculo; sin embargo, hay un riesgo intrínseco: “Los

Asesinos de la Niebla”, bandidos quienes asaltan de noche, son seres malvados quienes no conocen

piedad ni moral alguna.

- Pero no teman – interviene un largucho sargento – pues yo y mis hombres custodiaremos con nuestra

vida la caravana, y por mi honor militar juro saldremos con bien hasta la minera ciudad de Santa fe de

Guanajuato.

Era aquella amenaza como una leyenda entre los pobladores de la región, porque sólo un par de

hombres juraban haber sobrevivido a un ataque de “Los Asesinos de la Niebla”, ellos no dejaban

testigos, nadie sabía como ellos eran físicamente, o si se trataba de entes, fantasmas del diablo o

aguerridos forajidos. Antes de reanudar el viaje pude ver en los ojos de los niños el temor, como si en

el destello de sus pupilas cabalgara ya la muerte.

Iniciamos la travesía a través de la sierra, ese día no ocurrió cosa interesante, habló el hombre

barbado del nuevo gobernador Agustín Arroyo, perteneciente al grupo verde; movía su pipa como

dirigiendo una orquesta.

- No creo que él sea capaz de acabar con los bandoleros, sólo Colunga hubiese logrado hacerlo. Y

parece se avecina otra lucha contra los católicos.

- Y del viaje, ¿qué opina? – intervine para evitar la charla política.

- Será grandioso mi joven amigo, maravilloso.

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- Si ves, mirarás, si miras, observarás; si entiendes, escribirás – me dijo la anciana con un gesto de

seguridad, que no le abandonaba nunca – mientras me daba un par de palmadas en la pierna. Cuando

encontraban un paisaje vistoso hacíamos una pausa para admirarle y convivir, por ello nuestro viaje era

lento, además, si las mujeres enlutadas oraban, nadie se atrevía a interrumpir su rezo, las hermanas de

negro debían terminar su rosario en cada parada mientras el hombre barbado las vigilaba a distancia.

Acampamos al anochecer, ese día, luego de 100 km. Recorridos, en medio de una atmósfera

emotiva, quizá todos creíamos haber caído en las manos de nuestro destino cuando escuchamos

aquellas instrucciones: seguiríamos avante temprano para que al atardecer, según concejo del guía,

llegáramos con una vista hermosa de la ciudad capital del estado, estaba seguro que la luna brillaría con

tal esplendor que viajaríamos seguros. No obstante el optimismo de él, la niebla no nos permitía una

visión clara 20 metros lejos de nuestra ventana; cada sombra entre el follaje era un espectro en

potencia, cuando los caballos se detuvieron no fue obra del conductor sino de su sentido primario de

sobrevivencia, jadeaban los corceles y algunos empezaron a reparar nerviosos… en eso, 2 disparos se

escuchan rompiendo el silencio, todos callamos a un tiempo… nadie se movía, las miradas fijas, los

rostros expectantes como tratando de adivinar que había más allá de la visibilidad, éramos unas

víctimas indefensas ante el aviso.

Yo esperaba en mi carruaje asustado, jalaba aire como tratando de armarme de valor, por fin vencí un

poco mi miedo y me asomé por una de las ventanas, vi ahí aproximarse unos jinetes a trote lento,

surgían de entre la bruma cual entes infernales; bajo los sombreros salían negros cabellos, al parecer

bien cortados, mas no así la barba y el bigote en los rostros de aquellos, quienes ya empezaban a

mostrarse; quien parecía el líder lucía diferente, tal vez se afeitó sólo para esta ocasión, dicen que un

buen bandido siempre se afeita antes del atraco, al igual que lo hace un banquero. Eran aquellos

hombres como buitres ante la carroña suculentamente dispuesta e inmóvil bajo la débil luz de la luna,

estábamos seguros nos devorarían, bueno, menos la anciana, ella siempre serena, murmuraba unas

extrañas oraciones a algún dios auxiliador en las causas perdidas.

Mientras nos estudiaban con su vivaz mirada sentíamos el tiempo no correr, una ventisca fría se

filtraba a través de la espesa bruma con olor a humedad, atrapándonos cual víctimas próximas a ser

inmoladas. Se acercan.

Reflexionaba entonces mi vida por si no hubiese otra oportunidad, por si no encontraba salida a esa

situación y ellos me matasen ahí mismo, en mi asiento, ellos, los mercenarios de la sierra; en ocasiones

había soñado mi muerte, había sentido en sueños como una bala penetraba mis carnes; vi mi reloj y

marcaba las 9:36, agonizante día, joven noche tomaría mi último aliento. El sol se había ya ocultado

raudo en complicidad de los jinetes amenazantes, en eso, el jefe se adelantó a su gente lentamente,

desesperantemente para nosotros, quise gritar, mas no pude, la anciana se me acercó para susurrar:

- Observa bien lo que hay frente a ti, así, con calma, prepara tu libro ahora mismo, una gran

historia se aproxima como el águila desde la cima, será un mito de temor y heroísmo.

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LA APARICIÓN

Busqué entre mis bolsillos algo para hacer apuntes, el jefe bandolero se venía acercando como

cortando el viento a su firme paso, mi mano nerviosa no encontró lo que buscaba.

- Los ojos no sólo son útiles para ver sino para observar, tu mente no únicamente piensa sino

archiva y reflexiona.

Estas fueron las palabras de la anciana Purépecha, acto seguido, me señaló hacia un punto en la joven

obscuridad, algo, como un ente, se dibujaba como una figura confusa, un jinete bajaba de su montura

ágilmente, junto a su corcel permaneció sin movimiento, asechando, quizás real o alguna mítica ilusión

en la niebla reina. Observar aquella silueta era como presenciar un alba a la medianoche, estábamos al

límite de nuestro tiempo; sin embargo, nadie más parecía observarla.

Como a 60 metros se detuvo el bandolero, ¿Qué le detuvo?; una águila volando encima de la escena

rompiendo el silencio con su aleteo casual, así hubiera querido volar para huir del acoso, pero ahí

estábamos, indefensos, ante nuestro ejecutor, sin defensa. Él llegó hasta un cofre, en la parte trasera

de una carroza… Lo que sucedió entonces fue dramático: Un joven soldado salió avante a enfrentarle,

pero un tiro en la frente lo paró en seco, se desplomó en frente de nosotros sin vida, hubiese podido

jurar que vi salir una luz de su cuerpo, pero tal vez fue la luz de la luna reflejada en la niebla, ¿qué

estoy diciendo?.

- “Apresúrate a escribir”- Me dijo la anciana y luego comenzó a orar en su dialecto; en tanto, el

bandido abrió el cofre con dos disparos. El humilde sargento que nos iba a proteger no se

movía, ni hablaba, solo temblaba de pies a cabeza.

- Ve, pero no temas Morir- Me ordenó la anciana, de primero no me moví, luego, me dirigí a mi

muerte confiando en la sabiduría indígena, seguro me protegería. ¡Bang, Bang!, Caigo de rodillas, no

me hirieron; mire al cielo como buscando a Dios; sin embargo, sólo vi al águila aquella volar cerca de

las jóvenes estrellas. A una señal la legión avanzó hacia nosotros dispuestos a carroñar, era el golpe

final.

Una oración se escuchaba, el jefe de los mercenarios se dirigió a la mujer para callarla; pero ella se

adelantó al ordenar:

- ¡No avances más, el águila mandará un aliado con la maldición contra ti y tú legión!

- Ridículo, ¡ ja, ja, ja!, ¡todos morirán!

Aquella tensión me parecía que nos mataría antes que cualquier bala; entonces… 6 disparos

rompieron la niebla hasta el corazón de 6 bandidos; vi a la silueta acercarse sin titubear, ¿sería un ángel

u otro de los bandidos?, todos alzaron la mirada, las mujeres de negro tomaron sus rosarios

asombradas. El conjuro de la anciana parecía subir al cielo, infundiendo miedo en el asesino, quien

estaba confundido tratando de identificar aquella silueta. Todos estos actos entraron por mis ojos y

quedaron inscritos en mi mente.

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Yo permanecía en medio de la acción, entre el fuego y el abismo, sentí morir, y me preguntaba cómo

es que fui a dar a ese lugar, el destino seguía tejiendo sus hilos. La silueta se aproximó más, el

bandolero no se percataba de ella porque su mirada estaba fija en la anciana, ¿cómo parar su rezo si no

podía mover el gatillo?

Me incorporé, corrí a un escondite, sentí haber corrido un mundo hasta unos arbustos a un par de

metros; vi que los bandidos habían comenzado el saqueo, los militares yacían rostro a tierra

maniatados, estábamos indefensos.

Uno de aquellos bandidos tomó un rifle, apuntó con cuidado, pacientemente… Disparó la carga

contra el águila sin herirla; en eso… una luz azul, la niebla se disipa por unos segundos, aquel jinete

misterioso surgió de entre las sombras bajo la luz de la luna, alzo su mano izquierda hacia los bandidos,

6 destellos vi, 6 bandidos más cayeron con el corazón en pedazos.

- ¡Vayan por él! ¡mátenlo! - Ordenó el jefe a su legión diezmada; 7 se adelantaron contra la

sombra, la cual movía sus brazos sin que alcanzara a ver para que, los asesinos se acercaron, le

amenazaron, pero sólo vieron un resplandor ante sus ojos y han de haber sentido un fuego

atravesar su cerebro; sin más, uno a uno cayeron al fango, algunos aún con su arma en la mano,

mientras la silueta mantenía ambos brazos alzados hacia el líder.

Caminé a un lugar donde pudiese observar mejor, tropecé con un cadáver, tenía los ojos abiertos,

blancos; un hilillo de sangre surgía del orificio en su frente.

Los asaltadores que seguían de pie amenazan a aquel ser con rabia, pero ignoró toda amenaza, o

quizás, no podía escuchar las palabras amedrentadoras; verle era ver a la muerte cabalgando con su

espada de fuego. Y yo, ahí, junto a un cadáver sin lograr comprender, vi a la anciana alzar su mirada a

donde el águila descendía con pesar, bajó de su vuelo hasta posarse en mis piernas temblorosas,

mientras, a poca distancia los atracadores sobrevivientes disparaban a la silueta con el infierno

reflejado en las pupilas.

Uno a uno, cuerpos caen en el fango y la silueta camina sin estrago; ya yacen 26 bandidos sin alma

sólo resta el líder, quien se aleja de la anciana y enciende las cortinas de una carroza.

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EL DUELO

Frente a frente, nuestra muerte y nuestra salvación, listas a la prueba final; observé con atención

cuando el águila aleteó, volteé a verla, ella me ofreció una de sus finas plumas con el pico, contenía

sangre aun fina, entendí que era para que “escribiera e inmortalizara” su acto, según palabras de la

anciana; “una saga: la noche que murieron los Asesinos de la Sierra”.

Pero aun faltaba el acto final: aquella anciana continuaba orando, el asesino apuntó con su revólver a

su oponente, ahora iluminado por el fuego de la carroza, no podía fallar esta vez, y no lo hizo, 3

disparos surgieron y 3 balas chocaron con el pecho de la silueta haciéndole dar un paso atrás.

- ¡No puedo creer que todavía estés de pie!, y ya no tengo balas; eso no importa mucho porque te

destrozaré con mis propias manos.

Se encaminó hacia su oponente, jadeaba como un corcel de guerra en silencioso susurro, con una

sonrisa rabiosa en los labios resecos. De su camisa sacó una daga y se abalanzó, seguro de dar muerte a

su contrincante, éste esperó hasta tenerlo a un par de metros… Con movimiento rapidísimo lo esquivó

al tiempo que alzó su diestra; esa fue una escena dantesca: la silueta permanecía apoyada en el suelo

con su rodilla izquierda mientras su diestra aun estaba alzada, como saludando al cielo; su respiración

era agitada. Mientras tanto, el bandido estaba de pie, con ambas manos se agarraba la garganta sin

emitir lamento.

Los segundos trascurrían lentos, se me acercó la anciana y me murmuró al oído.

- Ahora él ve a todos aquellos a quien dio muerte, almas y personalidades le acosan.

Sucedió entonces que se desplomo el mercenario; fue hasta entonces cuando la gente corrió a desatar

a los militares y apagar la carroza, yo me dirigí al jinete, que se marchaba, lo alcancé cuando ya había

llegado a su cuaco.

- Permíteme ayudarte – asintió con la cabeza, le ayudé a quitarse la casaca negra cuidadosamente,

pude percatarme de varios orificios en lugares que me parecía debían ser impactos mortales.

- Es una suerte que estés vivo, tienes suerte - asintió por segunda ocasión con la cabeza; vi que se

desprendía de otra prenda, la cual brillaba con la tenue luz de la luna y el fuego de la fogata, de

una sacudida cayeron dos plomos; la tomé, era pesada, en vez de hilo estaba hecho de una fina

malla de metal, ella había por lo menos otras siete balas incrustadas a la altura del pecho,

algunas manchas de sangre llamaron mi atención.

- ¿Estás herido? – no contestó; lentamente se quitó una prenda blanca dejándome ver su espalda

desnuda, su piel mostraba algunos rasguños, tomé mi pañuelo y limpié un poca de su sangre, al

tocar su piel la sentí cuan tersa era, ¿era acaso un ángel?, no, porque la sangre era humana.

Mis pensamientos se vieron interrumpidos cuando su cabello cayó cubriendo su espalda morena, era

aquel un cabello bien cuidado; me percaté que ya no tenía cubierto el rostro así que me paré frente a…

en ese momento quise decir algo, colocó uno de sus dedos sellando mis labios, no pude hablar, acallé

así mi asombro.

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Tomó vestiduras nuevas de su montadura para cubrir su identidad una vez más; montó y se alejó a la

sierra. Regresé a la caravana, al pasar junto al cadáver del jefe de los bandoleros me incliné para ver

porque se había agarrado la garganta con desesperación.

Era un pequeño cuchillo, lo extraje con cuidado para dejármelo como recuerdo de aquella batalla sin

igual; pues no olvidaré cuando conocí a los últimos Asesinos de la Sierra, cuando fuimos salvados por

una mujer.

Al llegar el alba nos cubrió al fin la calma, ante nosotros estaba la ciudad minera; Guanajuato capital;

ahí escribí lo que presencié, mi relato escrito en la sangre de una águila, la saga de los asesinos y una

mujer valerosa.