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EL CUENTO DE LA VIUDA Por Mayo Zamora 2012 9 de la mañana, de la noche de navidad de 1827, aquel religioso agoniza en su lecho sintiendo la necesidad de contar algo que lleva cargando por años, cerca de él un joven monaguillo lo acompaña. - Acércate, tengo algo que contarte, escucha bien este relato: Caminaba aquel día una dama de Sociedad sin más preocupación que la decisión de saber qué comprar, la comida de ese día debía ser especial, cuesta abajo pasó cerca de una casa que le llamó la atención, vio la puerta de madera gruesa y sintió un escalofrío, hasta le pareció escuchar gritos de dolor provenir del interior. Esta casa está en frente de los huertos de los carmelitas, “tan cerca de los religiosos no debiera haber peligro” pensó ella, así que siguió su camino al norte, pues en el jardín terregoso hay un tianguis donde se pueden conseguir verduras frescas. Y sí, ahí las encontró, esta refinada dama, altiva sólo observó la mercancía, apartó todo lo necesario y sus sirvientes pasarían después por los víveres. Salvatierra en aquellos días del 1791 no era muy grande pero se esperaba mucho de ella, paso estratégico por su puente de piedra, las calles se expandían lentamente, las casonas aparecían poco a poco por varios rumbos. Regresó la señora a su casa, que no te diré dónde queda para que no caigas en tentación; la cosa es que ella se sentía protegida por llevar en sus venas sangre “española” pura, aunque no existía tal concepto en verdad, pero cuando las personas aspiran a la nobleza son capaces hasta de metamorfosear su sangre y cambiar de color sus venas. Y es que Salvatierra había nacido española y así debía permanecer por los siglos de los siglos, ya que la Nueva España sería súbdita de los Reyes peninsulares europeos por mil años, o al menos eso esperaban.

El cuento de la viuda

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EL CUENTO DE LA VIUDA

Por Mayo Zamora

2012

9 de la mañana, de la noche de navidad de 1827, aquel religioso agoniza en su lecho sintiendo

la necesidad de contar algo que lleva cargando por años, cerca de él un joven monaguillo lo

acompaña.

- Acércate, tengo algo que contarte, escucha bien este relato:

Caminaba aquel día una dama de Sociedad sin más preocupación que la decisión de saber

qué comprar, la comida de ese día debía ser especial, cuesta abajo pasó cerca de una casa que

le llamó la atención, vio la puerta de madera gruesa y sintió un escalofrío, hasta le pareció

escuchar gritos de dolor provenir del interior.

Esta casa está en frente de los huertos de los carmelitas, “tan cerca de los religiosos no

debiera haber peligro” pensó ella, así que siguió su camino al norte, pues en el jardín terregoso

hay un tianguis donde se pueden conseguir verduras frescas. Y sí, ahí las encontró, esta

refinada dama, altiva sólo observó la mercancía, apartó todo lo necesario y sus sirvientes

pasarían después por los víveres.

Salvatierra en aquellos días del 1791 no era muy grande pero se esperaba mucho de ella,

paso estratégico por su puente de piedra, las calles se expandían lentamente, las casonas

aparecían poco a poco por varios rumbos.

Regresó la señora a su casa, que no te diré dónde queda para que no caigas en tentación; la

cosa es que ella se sentía protegida por llevar en sus venas sangre “española” pura, aunque no

existía tal concepto en verdad, pero cuando las personas aspiran a la nobleza son capaces

hasta de metamorfosear su sangre y cambiar de color sus venas.

Y es que Salvatierra había nacido española y así debía permanecer por los siglos de los siglos,

ya que la Nueva España sería súbdita de los Reyes peninsulares europeos por mil años, o al

menos eso esperaban.

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Sin embargo, a veces los lobos son criados en la casa y no en los montes.

Había, un español, moreno a más no poder, con inteligencia y argucias se había colado por

entre las huestes de los conquistadores y vino a parar por un mal designio a Salvatierra.

- ¿Cómo fue eso?

Después de ser expulsado de Valladolid por ser sospechoso de provocar un suicidio a un

incauto quien le creyó le daría un título nobiliario, se encaminó en la ruta a Querétaro, pero

para su fortuna, en el camino se encontró a un viejo inquisidor, con engaños le robó su libro de

reglas del Santo Oficio, así que al pasar por San Andrés ya sabía qué decir, cómo decirlo y

cuánto sacar de provecho. Llegó presentándose como enviado especial para preparar a un

comisario inquisidor en la joven ciudad, un clérigo franciscano fue engañado, reclutado y

nombrado inquisidor.

Juntos llegaron esa noche a cenar a la casa que no te he de decir donde estaba, ahí los

recibió la rica viuda, ávida de atención y de prestigio, recibió como regalo esa noche un

extraño té de mano del religioso, quien tenía su casa cerca del Molino de la Esperanza, con

elegancia bebió de aquel brebaje.

La charla se prolongó por varias horas, hasta el punto de que los ojos de la altiva mujer se

entrecerraron más que de costumbre. Y en una de esas cabeceadas descendió al letargo que

nunca debió ser.

No supo cuánto tiempo pasó, y cuando despertó estaba semidesnuda, atada en una vieja

cama de madera de mezquite, ahí, de pie, estaban dos hombres, mirándole con odio y avaricia.

La acusaban de hechicería y de ideología en contra de la religión católica. La atormentaron por

casi una hora.

- ¿Cómo?

No te diré porque oficialmente esos métodos nunca se practicaron, así que solo te diré que

acabó confesando lo que los verdugos deseaban oír, a la luz de una antorcha vio la parte

interna de una gran puerta de madera, y le pasó por su mente la sensación que le había

causado aquella casa cuando iba al tianguis, trató de gritar por si alguien pudiese escucharla,

pero fue en vano. Volteó al otro lado y por una puerta abierta vio como alguien más cavaba

una tumba en el jardín de aquella casa, no soportó la impresión de pensar que sería para ella y

se desmayó.

- ¿Cómo sabe todo esto padre?

Porque fui a confesarla antes de morir, murió en una casa de pobres en el barrio de

Pescadores, sucedió que después de la confesión forzada, le quitaron todas sus posesiones, el

10% fue para el inquisidor, una parte para el asesor del inquisidor, otra parte para una orden

religiosa, y lo demás se subastó, ella se quedó sin nada, uno de sus sirvientes le dio asilo en su

casa.

- Pero yo he visto los archivos del Santo Oficio y en Salvatierra no hay registros de

hechos como este que me relata.

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Claro que no, la cifra que debes conocer por tu propio bien es 88, no más, no menos, si se

supiera la cifra verdadera rodarían demasiadas cabezas, y ya ha corrido demasiada sangre en

estos últimos 15 años.

- Entonces, ¿por qué me lo cuenta?

Para no llevarme ese secreto a la tumba, mi conciencia me sofoca, hay paredes que ocultan

tantas cosas: monedas, pergaminos, cruces franciscanas talladas en cantera.

Esto lo relato hoy que mi hora llega para no llevarme este secreto tapiado en mi alma.

Así pues estimado lector, puede ser una leyenda, un cuento, pero lo que sí es cierto es que

esa casa en Hidalgo sigue dando escalofríos, entre el callejón a los mesones y la antigua calle

Álvaro Obregón, no te diré más para que no tengas que llevar el secreto contigo.

Y dicen que aún hoy en día personas que asan cerca de esa casona en la calle Hidalgo sienten

un extraño escalofrío, y las de alma más sensible siguen escuchando los lamentos que surgen

del interior.