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PRÓLOGO. Si existía un territorio neutral en la Galaxia ese era- sin dudarlo- el complejo estelar del planeta Staap. Circundando a este planeta gaseoso e inhabitable situado en el Vacío Estelar- a mitad de camino entre la región estelar de Gharmia, en territorio de la Jerarquía Unificada y los primeros planetas de la Periferia Estelar- flotaba un abigarrado conjunto de satélites artificiales, estaciones estelares y puertos de atraque flotantes denominado “El Muro”. El planeta Staap – por lo demás una bola de gas anaranjado carente del menor interés - estaba dotado de una importante virtud. Se encontraba justo en el “muro de autonomía”. El “muro de autonomía” o simplemente “el muro” era la distancia que una nave de tamaño estándar podría cubrir sin realizar un repostaje o una reparación si emprendía una viaje desde la Región de Gharmia hacía la Periferia Estelar o la inversa. Todo viajero convencional que no tuviera la capacidad de repostaje en vuelo debía realizar una parada en las proximidades de “El Muro”. Casi holgaba decir que “El Muro” y el planeta Staap se superponían en los mapas estelares. A medida que, tras la Guerra del Conocimiento, la situación se fue estabilizando entre la Jerarquía y los Pueblos Libres de la Periferia Estelar los viajes entre ambos territorios estelares se fueron haciendo menos inusuales. Alguien comprendió entonces que el planeta más cercano al “El muro de autonomía” era el punto idóneo para una instalación de repostaje y mantenimiento. Un buen negocio. Como no podría ser de otra forma, alrededor de aquella instalación inicial fue creciendo un mundo flotante que proporcionaba a los viajeros toda suerte de servicios: células de energía, comida barata, entretenimiento. El elenco de actividades moralmente irreprochables del lugar. De igual forma, junto a estas actividades moralmente irreprochables, en las estructuras – precariamente interconectadas- que constituían “El Muro de Staap” se podía encontrar armas, explosivos, mercenarios, tóxicos ilegales y todo tipo de placeres de moral mucho más que discutible. En una de las cantinas de “El Muro”, no especialmente amoral ni peligrosa para los patrones del lugar, los representantes de dos mundos conversaban entre susurros.

NOVELA INSURRECCIÓN CAPÍTULOS UNO AL DIEZ

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Novela Insurrección. La historia de un conflicto estelar. La odisea del Capitán Litis. La venganza del pueblo haashi. La liberación de los enzaams.

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PRÓLOGO.

Si existía un territorio neutral en la Galaxia ese era- sin dudarlo- el complejo estelar del planeta Staap.

Circundando a este planeta gaseoso e inhabitable situado en el Vacío Estelar- a mitad de camino entre la región estelar de Gharmia, en territorio de la Jerarquía Unificada y los primeros planetas de la Periferia Estelar- flotaba un abigarrado conjunto de satélites artificiales, estaciones estelares y puertos de atraque flotantes denominado “El Muro”.

El planeta Staap – por lo demás una bola de gas anaranjado carente del menor interés - estaba dotado de una importante virtud.

Se encontraba justo en el “muro de autonomía”.

El “muro de autonomía” o simplemente “el muro” era la distancia que una nave de tamaño estándar podría cubrir sin realizar un repostaje o una reparación si emprendía una viaje desde la Región de Gharmia hacía la Periferia Estelar o la inversa.

Todo viajero convencional que no tuviera la capacidad de repostaje en vuelo debía realizar una parada en las proximidades de “El Muro”.

Casi holgaba decir que “El Muro” y el planeta Staap se superponían en los mapas estelares.

A medida que, tras la Guerra del Conocimiento, la situación se fue estabilizando entre la Jerarquía y los Pueblos Libres de la Periferia Estelar los viajes entre ambos territorios estelares se fueron haciendo menos inusuales.

Alguien comprendió entonces que el planeta más cercano al “El muro de autonomía” era el punto idóneo para una instalación de repostaje y mantenimiento.

Un buen negocio.

Como no podría ser de otra forma, alrededor de aquella instalación inicial fue creciendo un mundo flotante que proporcionaba a los viajeros toda suerte de servicios: células de energía, comida barata, entretenimiento. El elenco de actividades moralmente irreprochables del lugar.

De igual forma, junto a estas actividades moralmente irreprochables, en las estructuras – precariamente interconectadas- que constituían “El Muro de Staap” se podía encontrar armas, explosivos, mercenarios, tóxicos ilegales y todo tipo de placeres de moral mucho más que discutible.

En una de las cantinas de “El Muro”, no especialmente amoral ni peligrosa para los patrones del lugar, los representantes de dos mundos conversaban entre susurros.

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A un lado Ruudy Leew, portavoz de los Pueblos Libres de la Periferia Estelar. El pueblo derrotado en la I Guerra del Conocimiento, mil años atrás.

Al otro un secreto interlocutor, con fuerte acento de Los Siete Planetas del Núcleo Estelar y los ademanes propios de un Jerarca de la Heptalogía.

Tras dos horas de conversación ambos habían intercambiado información sobre el estado actual de la política galáctica.

La Federación Revolucionaria. La Hermandad de las Doce Puntas. Los acontecimientos de la Colonia 267- Gh- Bld. Los planes de la Jerarquía respecto a los Pueblos Libres…

- Lo cierto, Ruudy, es que las cosas van a ponerse feas. - ¿Cómo de feas? - El Primus Inter Pares ha convocado reunión de Los Siete. Ya sabes cuál

es el orden del día… - ¿Y esta vez quién ganará la votación?. - Estará ajustado, como siempre, pero creo que el Primus tiene un as en la

manga y lo va a estrellar en las narices de los no partidarios de la guerra.

Ruudy Leew mantuvo su rostro en la más absoluta inexpresividad. En su mente, sin embargo, se procesaba a toda velocidad la información recibida: sabía cuál era el as en la manga y valoraba el efecto que el mismo podía tener en los integrantes de Los Siete.

No se engañaba. Sabía cuál iba a ser esta vez el resultado de la votación.

- Bien pues ¿hemos terminado?. Asuntos urgentes me esperan en la Periferia….

- Aguarda, Ruudy. Tengo un mensaje de nuestro amigo.

El portavoz Ruudy Leeuw levantó los ojos y los cruzó con su interlocutor. Conocía de antemano lo que iba a escuchar.

- ¿Jiunna? - Si Ruudy. Jiunna.

Por vez primera desde que fue nombrado portavoz de los Pueblos Libres, Ruudy Leeuw sintió encima de sus hombros todo el peso de la Historia.

Mil años de poder absoluto, de dominio, de esclavitud, iban a ser puestos en tela de juicio por la fuerza de las armas.

Jiunna.

Doble o nada.

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CAPITULO 1: LA ÚNICA VERDAD.

“A veces pienso que debería comprarme un terreno en algún planeta de Las Colonias, casarme con una buena chica campesina, y retirarme de toda esta basura.

Pero ¿sabes? Siempre termina apareciendo alguno como tú, joven, estirado, triunfador, valiente, sabelotodo y tengo ganas de demostrarle lo equivocado que está. Creéis que sabéis todo lo que se cuece en la Galaxia, que no hay nada en las Colonias, Gobiernos, Metrópolis, ni en toda la maldita Periferia Estelar, ni siquiera en los planetas controlados por la Federación Revolucionaria, que se escape de vuestra brillante inteligencia, vuestra exuberante vitalidad, vuestro dominio de la tecnología y vuestras ganas de actuar mucho y pensar poco….

Pero mi querido y joven copiloto, si hay alguien que sepa todo lo que se mueve en todos los condenados planetas de esta galaxia, ese soy yo….O al menos soy portador de la única verdad incontestable del Universo conocido…..”Nadie, o al menos ni tu ni yo, vamos a saber jamás nada de lo que realmente se cuece y quien mueve los jodidos hilos”.

Acércame la botella.

Hasta que no comprendas esa única verdad universal, ese dogma galáctico, te relajes y disfrutes como buenamente puedas de tu parte del pastel….hasta que no se te borre esa sonrisa presuntuosa, ese idealismo de la Academia de Pilotos, no pienso retirarme a mi planeta de las Colonias con esa buena campesina de cabellos rubios….considero que esa será mi contribución a la Historia.

Por cierto cambiando de tema, y antes de que esté demasiado borracho como para preguntártelo ( este licor de Vaalgard es bueno, realmente bueno).. ¿Cuánto queda para la llegada?..”

- El tiempo suficiente para un sueñecito, señor. - Es usted bien listo, mi querido copiloto, segundo al mando. Sea un buen

profesional y ponga la nave a punto. Yo, como bien has sugerido, entraré en contacto con mis más íntimos pensamientos y seguiré reflexionando sobre tu formación como hombre de provecho.

- ¿Algún protocolo de seguridad en especial Señor? - Nada en especial, lo de siempre, pero con los artilleros bien atentos. Esta

Colonia ha sido atacada por la Federación hace poco ¿no? - Cierto, señor. - Bien, pues, lo de siempre. - ¿Algo más señor? - Si, Bherg… Puedes reírte de lo que acabo de decirte. Puedes irte ahora

pensando en que tu nunca te emborracharás al mando de una nave, que nunca lanzarás un discursito sobre las verdades inmutables de la Galaxia. Puedes incluso creerte que lo sabes todo y que yo estoy aquejado de demencia senil. Que no herederas mis errores. Pero te

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equivocas, como me equivoqué yo, se equivocó mi generación, y se equivocaron todas las generaciones anteriores. Borracho o sobrio, viejo o joven, piloto o copiloto, si no eres un cínico, te estás equivocando. Si crees en algo, te estás equivocando. El único ideal que sobrevive a todos los ideales y causas de la Galaxia es el poder y su hermano gemelo el dinero. Ellos son el motor y el gobierno de todos nosotros, como individuos y como colectivo. Ni la Ley, ni el amor, ni la patria, ni la razón…El poder, su hermano gemelo el dinero, y su hermanastra la Guerra. Algún día y probablemente con dolor, como se aprenden las verdades que merecen la pena, te acordarás de este monologo de borracho. Nada más Bherg, puedes retirarte.

- Gracias señor. Pondré la nave a punto.

CAPITULO DOS: COLONIA 267-Gh-Bld

En el curso de la historia de la exploración y colonización de la Galaxia el descubrimiento de un nuevo planeta se convirtió en algo tan poco sorprendente y tan burocrático que simplemente, en un determinado momento, se abandonó la anticuada costumbre de ponerle nombre.

La División Territorial de la Administración de Exploración que correspondiese informaba a la Heptalogía sobre el hallazgo. En virtud de los Protocolos de Exploración y Colonización ese planeta quedaba a cargo de la Metrópolis en cuya demarcación se hubiera descubierto, quien a su vez, más o menos por proximidad,

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lo asignaba a una Región Estelar que era, en definitiva, el que se encargaba de meter al planeta en cintura, y de ser necesario, a sus habitantes.

Éste último extremo era incierto, realmente.

Nunca en la historia de la exploración y colonización se encontró un planeta previamente habitado. En todo caso los informes hablaban, en clave de eufemismo, de “conflictos”, “fauna local” “posicionamiento por la fuerza”…

La “fauna local” a su vez se solía dividir en dos grandes categorías: la que fue, en el curso del ajetreado periodo de tiempo que solía mediar entre el descubrimiento del planeta y la declaración del mismo como P.R.S( Planeta Razonablemente Seguro) pacíficamente negociadora, ahora llamada “minoría alienígena” o la que le echó agallas al asunto y ahora se denominaba en los informes “especie alienígena extinguida o en riesgo de estarlo”.

Lo cierto es que la Colonia 267-Gh-Bld fue denominada así por riguroso turno de numeración en el expediente: 267 ª en el orden correlativo, Gh por pertenecer a la Región Estelar de Gharmia y Bld por estar, en definitiva, bajo los amorosos brazos del poder de la Metrópolis de Belg-land. Para sus habitantes, todos ellos colonos humanos, “La doscientos sesenta y siete” o “El Agujero”.

La fauna local no-muy-inteligente (extinguida) llamaba a su planeta con una palabra tan llena de consonantes que resultaba impronunciable en Idioma Común Estelar (ICE ) y por tanto, salvo en los libros de algún erudito, pocos recordaban aquel nombre nativo.

A menos aún le importaba.

La Doscientos Sesenta y Siete carecía de recursos mineros. Sus tierras no eran especialmente fértiles. La situación estratégica comercial era, en términos oficiales “Parada de Ruta Estelar”, y en términos de la menos solemne jerga de los Pilotos: “masa planetaria en medio de ninguna parte y en la ruta a ningún sitio especialmente interesante”.

Militarmente irrelevante hasta el reciente y sorprendente ataque de unas fechas atrás.

Su misma condición de planeta anodino, gris, aséptico, prácticamente olvidado por el poder de la Jerarquía Única, confería a la Colonia 267-Gh-Bld las características ideales para convertirse en el perfecto terreno neutral para una Galaxia en conflicto. Ser ignorado por las instancias oficiales había tenido la bondad de convertir a “El Agujero” en puerto franco para toda clase de acuerdos y tratados de dudosa legalidad.

Para la clase de negociaciones que debían mantenerse en secreto a toda costa.

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- Aquí Puerto Estelar, Colonia 267-Gh-Bld Carguero Armado, identifíquese.

- - Carguero Armado Estelar “La Flecha de Belg” al mando del capitán Darius Litis. Al habla el copiloto Teniente Alfred Bherg.

- Muy bien Teniente. Hemos tenido problemas con los sistemas, así que no nos constaba su llegada. ¿Podría indicarnos el motivo de su viaje?

El Teniente Bherg, recostado sobre la consola de mando de la nave sonrió torcidamente. Sabía muy bien cuáles habían sido los problemas en “los sistemas” del Puerto Estelar, que tenían la forma y la dureza de una docena de cruceros de la Federación armados hasta los dientes. Subió de forma inconsciente la manga derecha de su uniforme azul de Piloto Estelar, y apretó el intercomunicador:

- Transporte de mercancía prioritaria.

Bherg pudo intuir, incluso allí, a kilómetros de distancia de la Terminal de Control del puerto estelar, la ligera sorpresa de su interlocutor. No era nada habitual una “mercancía prioritaria” en “El Agujero”. Pero allí estaban.

- Err….Flecha de Belg….colóquense en posición. Ahora mismo envío la Escolta.

- Puerto Estelar, no creo que en esta caso, una escolta…. - Flecha de Belg, las ordenanzas estipulan claramente que, para el caso de

“mercancía prioritaria”, el Puerto Estelar receptor deberá escoltar al transporte.

- -El necio habitual…Los sacas de la Academia de Suboficiales, los envías a una Colonia y se convierten en unos incompetentes en menos de dos años, para no desentonar con las costumbres locales.- Se escuchó la voz, todavía somnolienta del Capitán de la nave.

- ¿ Se ha despertado ya, capitán?

No había que ser un estudioso de la psicología humana para adivinar que al segundo al mando le molestaba infinitamente el carácter de su ilustre capitán Darius Litis, quien acababa de entrar en la cabina de mando tras su sueñecito al calor de aquel buen Licor de Vaalgard.

- Eres un prodigio de observación Alfred. Si, estoy despierto. Y tomo el mando.

- El mando es suyo, señor.

El capitán Litis se desplomó en el sillón de mando. Acariciando su barbilla mal afeitada pulsó el intercomunicador.

- Puerto Estelar, aquí el Capitán Litis. Claro que no queremos escolta. Mercancía prioritaria….sin duda le habrán enseñado en la Academia que quiere decir “Mercancía prioritaria” y sin duda usted, en su suprema inteligencia, debería saber que una “mercancía prioritaria “necesita una escolta tanto como necesito yo que me disparen con un desintegrador o

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tanto como necesita un Controlador de puerto un informe negativo de un Capitán Estelar…Me da igual lo que digan las Ordenanzas. Esta mercancía prioritaria no quiere escolta, ni quiere llamar la atención de los Agentes de la Federación Revolucionaria, que sin duda están observando, con el candor de una quinceañera enamorada, la llegada de este humilde Carguero Armado Estelar. Así que sea bueno, levante la barrera sónica, prepárenos un muelle de aterrizaje y deje a la Escolta en tierra.

Tras unos segundos de espera, usados por el Controlador a modo de rendición digna, se escuchó al otro lado de intercomunicador, con voz fría y desapasionada:

- Muelle de aterrizaje 6. Barrera abierta en 4 minutos.

Bherg, que observaba la escena desde atrás, situado en la consola secundaria de mando, no pudo menos que, de mala gana, admirarse de la veteranía y la eficacia del viejo. Debía reconocer que de estar él al mando y no el Capitán, se habría producido una interminable discusión cuyo previsible final contaba con la presencia y fanfarria de dos relucientes Patrulleras Zyxel, anunciando a bombo y platillo la llegada de la mercancía prioritaria.

El viejo bebía demasiado, se creía en poder de toda la sabiduría de la Galaxia, y tenía mal genio. Sus procedimientos, como mínimo, eran irregulares. Pero sabía lo que hacía. Y había que tener especial cautela con esta mercancía prioritaria en particular.

Como si escuchara sus pensamientos, el veterano capitán se dio la vuelta y clavó sus ojos grises en Bherg.

- Teniente, voy al camarote de la “mercancía prioritaria” a avisarle de la llegada a Puerto. Espero que esta mercancía en particular no nos cause más problemas de los debidos. Tome el mando para la operación de aterrizaje.

- A sus órdenes Capitán.

El Capitán Litis abandonó el puente de mando y se dirigió al camarote del alto dignatario de la Jerarquía Unificada cuyo transporte a la Colonia Doscientos Sesenta y Siete le habían ordenado sus superiores.

El aquel momento Darius Litis, capitán de la Flecha de Belg, no podía saber que al final de aquel pasillo le esperaba una conversación cuyo contenido cambiaría para siempre el destino de la Galaxia.

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CAPÍTULO TRES: MERCANCÍA PRIORITARIA.

El Capitán Litis avanzó por el pasillo de la sección de autoridades de “La Flecha de Belg”.

La mercancía prioritaria. Un Comendador de la Jerarquía Unificada. Un depredador de la peor especie.

Cualquier Jerarca a bordo era un problema. Un problema considerable si el Jerarca era de Rango Superior. Pero un Comendador, precisamente uno de ellos, suponía una fuente de problemas del tamaño de un Crucero de Carga.

Los Comendadores no tenían una función concretamente definida dentro del organigrama de la Heptalogía. Ni jurisdicción, ni competencias. No estaban bajo la

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autoridad de ninguna región o metrópolis concreta. Ni siquiera bajo la supervisión de una Administración.

Solo obedecían órdenes de Los Siete, directamente. Sin pasar por nadie más. Sólo a ellos daban cuentas. De ellos, de los Siete dirigentes que regían los destinos de la Heptalogía y de la Galaxia en suma, nacía su autoridad.

Cuando hablaba un Comendador, hablaba la Heptalogía. Así era desde mil años atrás. Los perros de presa, los mensajeros, los ejecutores de los Siete.

Cuando el centro del Poder Unificado Estelar necesitaba extender su brazo para repartir una caricia o, la mayor parte de las veces, asestar un puñetazo, se encargaba a un Comendador el cometido concreto. Colonias enteras, y con ellas millones de hombres, mujeres y niños de los miserables pueblos que las habitaban (la masa informe de no-conocedores) habían sentido el tacto de las terribles manos que coronaban cada uno de los siete brazos que dominaban la Galaxia. Si esa masa informe conociera de su existencia, los temerían. Si la masa informe concreta y particular que habitaba El Agujero supiera de la llegada inminente de uno de ellos...

No obstante, en lo que concernía al Capitán, poco importaba el destino, supervivencia o destrucción de una Colonia más o menos. Siempre, claro estaba, que ese destino, supervivencia o destrucción no fuera compartido con La Flecha de Belg. Podrían fundirse las Colonias de la Galaxia, todas y cada una de ellas, ser arrasadas una a una

por orden de todos los Comendadores de la Jerarquía Unificada. Que ardiesen, mientras no lo hicieran con él dentro.

Todo lo más brindaría por la triste suerte de esos millones de billones de parias estelares. Benditos ignorantes...

....Y Bendito Licor de Vaalgard.

La resaca solía tener un efecto narcótico sobre cualquier asunto que no fuera el estrictamente prioritario en el orden del día. La mercancía prioritaria. Los pensamientos sobre el destino de los pueblos de la Heptalogía podrían esperar.

Quizá eternamente.

- Excelencia, ¿se puede? - Queridísimo Capitán Litis, pase. - Agradecido, Comendador. Hemos llegado y vamos a aterrizar. De la

forma más discreta posible, como ordenó. En cuatro minutos tomaremos tierra.

- Buen trabajo Capitán. No se retire. ¿Sería tan amable de tomar asiento?

El estudiado gesto del burócrata cortando el aire con la mano, en un ademán fronterizo entre la desgana y la desidia, no dejaba, curiosamente, lugar a dudas. No

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existía opción alternativa a su orden, con independencia de la amabilidad del interlocutor.

El Capitán se preguntó si aquel tipo de lenguaje corporal, afectadamente autoritario, se estudiaba en la Escuela de Jerarcas de la Heptalogía.

- Nada me gustaría más, Comendador. - Lo intuyo Capitán. Sé que le encanta la compañía de políticos y

burócratas. Es usted sin duda uno de esos oficiales veteranos de la Armada Estelar que se complacen en departir amigablemente con un Comendador y aceptar su autoridad superior.

- Desde luego Excelencia.- El Capitán Litis ensayó una sonrisa torcida. Era un pez gordo, pensó, pero al menos un pez gordo con sentido del humor.

- Vayamos al grano Capitán. ¿Sabe usted, o intuye gracias a su gran veteranía, el motivo de nuestra visita a “El Agujero”?

- Saber no sé nada. ¿Intuir? Hace más de una década que no intuyo con menos de 10 jarras de licor de kamooro bailando en la sangre, y nunca, por mucho kamooro que me corra por las venas, expreso mis intuiciones delante de un Comendador de la Jerarquía Unificada Estelar. Es una de mis leyes. Así que no, Comendador, ni sé ni intuyo nada.

- Me pregunto por qué tiene usted la fama que tiene, siendo tan eficaz y cumplidor de sus órdenes. Lo cierto, capitán, es que la misión que hemos venido a cumplir aquí requiere de sus mejores dotes, de su más especial atención.

- Soy todo oídos, señor - Excelente Capitán. Lo cierto es que esta misión es delicada, especial, y en

cierta medida, “no oficial”. - Al grano, Comendador. ¿En qué problema quiere meterme? - Esta misión, aunque oficialmente en nombre de la Metrópolis de Belg-

Land, en realidad se realiza por decreto directo de la Heptalogía. Sin informar a la Armada Estelar, ni al Servicio Secreto. Ni a nadie que no sea a mí, que soy, para esta misión en concreto, los ojos y la voz de Los Siete . Mi guardia personal, usted y dos hombres de su confianza tomaremos tierra e iremos a entrevistarnos con las autoridades de la Colonia y después, con la mayor de las discreciones, realizaré una gestión cuyo contenido no le será revelado. Usted y sus hombres no asistirán a esta segunda gestión. Su presencia en tierra únicamente se requiere para dar a los agentes de la Federación Revolucionaria, que sin duda estarán observándonos, una apariencia rutinaria, cumpliendo de esta forma con el protocolo de los viajes oficiales.

- Entiendo, Señor… - Para dar mayor apariencia de normalidad levantaremos una cortina de

humo. Usted y sus hombres se darán una vuelta por el planeta, se tomaran unas rondas y filtrarán información a moderadas dosis. De los demás detalles se enterará usted en la reunión que celebraremos con las autoridades locales. ¿Alguna pregunta Capitán? - La misión señor….¿ tendremos que ir armados?

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- Combine mentalmente las expresiones “armado hasta los dientes” y “con suma discreción” y tendrá la respuesta a su pregunta. Puede haber problemas, y serios. ¿Algo más, oficial?

- Si Comendador…dada la importancia que parece tener esta misión, me pregunto, ¿Sabe usted quién soy yo? ¿Cuál es mi familia?-

- Evidentemente, Capitán Darius Litis, hijo segundo del 34 º Barón de Lithus- Khan. Lo sé perfectamente. Lo sabemos. De hecho le hemos elegido precisamente por eso. Puede retirarse, oficial. Tiene una hora para preparar a sus hombres.

- Gracias señor.

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- Zack. Abra la puerta –

Al otro lado de la hoja metálica se escuchaba en sordina el ruido de una música indescriptible. A los oídos del capitán se antojaba que lo que su subordinado estaba escuchando en su camarote era el desguace de un Crucero Pesado Marloriano.

- Música no, desde luego. - ¡ Suboficial Zacharías Woldman ¡ ¡Abra la condenada puerta ¡

Sólo tras el alarido desesperado del comandante de la nave la puerta pareció cobrar vida y se deslizó lateralmente, apareciendo la figura de un joven alto, despeinado y con aire desafiante.

- Capitán…disculpe, no había oído su llamada.

- Lo sé, lo increíble es que la hubiera oído. Atienda Zak. En menos de una hora le requiero para una misión en tierra. Armas cortas. No sea tacaño con la munición.

- Pero señor yo soy el Suboficial de Comunicaciones….. - Escuche, Sr. Woldman, no quiero protestas de ninguna clase. Usted y el

teniente me acompañaran a una misión en tierra. Iremos con el Comendador a una reunión. Será mero trámite…

- Señor, con los debidos respetos, si algo he aprendido sirviendo a su mando es que con usted no existen los meros trámites … así que, y de nuevo con los debidos respetos, deje de venderme cuentos de hadas y dígame la verdad. Al menos la que pueda saber.

- Zak, usted es uno de mis mejores subordinados. De hecho, en realidad, no descolla usted particularmente por su eficacia, pero al menos es el único que no se cree a pies juntillas toda la basura oficialista de la Academia y sus discursos sobre la democracia estelar y la defensa del orden y la Ley. Usted piensa como yo, o al menos lo parece. Y además sabe beber. Sea un buen chico y confíe en mí.

- Capitán, tiene mí confianza, pero la protección de dignatarios en particular, y disparar, en general, nunca fueron mis especialidades. Usted lo sabe.

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- Lo sé Zak. Pero no me fio del estirado del Teniente Bherg y sólo podemos bajar tres a tierra. Así que te necesito conmigo. Necesito de tu fidelidad y sobre todo, maldito seas, de tu habilidad para los sistemas camuflados de intercomunicación y escucha.

- ¿Señor? - Las cosas se pueden poner feas. Puede que nos veamos metidos en líos.

Si algo he aprendido en todos estos años dando vueltas a la Galaxia es que cuando un Comendador o cualquier burócrata de la Jerarquía Unificada te dice que no va a haber problemas, tu vida corre serio peligro en más del noventa por ciento de los casos. Quiero protegerme. Protegerte a ti y a toda la tripulación. Ese pez gordo va a hacer algo feo y llegado el caso podría ser necesario un salvoconducto.

- Señor, le conozco bien, ¿Me oculta alguna información?- - Si Zak. La mercancía prioritaria dijo que la elección de esta nave para la

misión de escolta había estado condicionada por la identidad de su capitán, es decir yo mismo. Parece que las carreras políticas de mis hermanos tienen algo que ver con que tengamos que escoltar a este pez gordo y prestarle cobertura para una reunión secreta. Me gustaría estar informado del porqué.

Woldman observó con detenimiento a su superior jerárquico. Su cadena de razonamientos le llevo desde el comienzo de su relación con el capitán hasta éste mismo momento.

Recordó cuando fue nombrado suboficial de comunicaciones de un carguero armado hasta aquel entonces desconocido para él. La Flecha de Belg, con base en la Metrópolis de Belg- Land.

En la actualidad aquella nave era su hogar y su tripulación una familia - algo distorsionada - en la que Darius Litis ejercía las funciones de padre y amigo.

- De acuerdo Capitán. ¿De qué se trata? - Nada serio para su talento, Zak. Quiero que diseñes e instales un sistema

de grabación indetectable en la túnica ceremonial del Comendador. Tienes 30 minutos. En 40 minutos le veré en el puente de mando.

El Capitán Litus dio media vuelta y abandonó la estancia sin esperar siquiera la contestación de su subordinado. No hacía falta. Sabía que Zak jamás sería capaz de resistirse a una orden que comportara un poco de irreverencia a la autoridad establecida.

Le gustaría pensar que de joven fue como el Suboficial Woldman, pero no era el caso.

Él fue un joven como el Teniente Bherg. Estirado, remilgado, oficialista. Un chico de buena familia. Hijo de Barón. Todo por Los Siete. Todo por la Heptalogía.

El Suboficial de Comunicaciones Woldman observó la salida de su superior con una sonrisa sardónica. El Capitán le conocía perfectamente.

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De modo que el viejo crápula, su superior, le había ordenado conculcar todas las Ordenanzas y Reglamentos de la Armada Estelar.

Diseñar un equipo de grabación indetectable en menos de media hora. Pan comido.

Engatusar a la División Especial de Tierra y entrar en el vestidor del Comendador. Nada serio. Por no mencionar la dificultad de instalar un equipo de escucha a un superior jerárquico (en este caso concreto la expresión superior jerárquico se quedaba a todas luces corta) y grabar una conversación secreta y privada. Fácil, y nada peligroso.

El hecho de que el fracaso supusiera la inmediata ejecución y el deshonor para toda su familia, lo que conllevaba la expulsión a perpetuidad del Registro de Conocedores, sin duda contribuía a hacer que la misión fuera mucho más atractiva a sus ojos. No se le ocurría nada más excitante que espiar a un alto miembro de la Jerarquía Unificada.

Nada.

Volvió a sonreír. El viejo sabía de licores, de mujeres y de problemas (lo que, bien mirado, la mayor parte de las veces era idéntica cuestión) más que nadie en la Galaxia.

Le encantaba ser el Suboficial de Comunicaciones de la Flecha de Belg. Trabajar para Litis, el viejo borracho.

Revolvió sus pertenencias y entresacó todos los elementos necesarios para cumplimentar el encargo del Capitán.

¿Un dispositivo indetectable en la Túnica de un Comendador? Esa pregunta constituía una paradoja en sí misma.

Barajó mentalmente varias opciones.

Tras un par de minutos de reflexión dio con la respuesta. Lo celebró con una sonrisa.

Zak Woldman no podía saberlo pero aquella sonrisa fue el pistoletazo de salida de lo que habría de llamarse, pasados los siglos, Segunda Guerra del Conocimiento.

Y el joven Zak Woldman tendría un destacado papel en la misma.

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CAPÍTULO CUATRO: HOGARES PARA CORDEROS

La Doscientos Sesenta y Siete.

El Agujero.

Uno de los peores destinos para un Jerarca, para un miembro del Registro de Conocedores, fuera del Rango que fuese. Para todos los Subalternos, oficiales y soldados de la Armada Estelar, para los burócratas de la Administración Civil.

Para todos los Maestres y Supervisores.

Todos, sin excepción, terminaban pensando que su estancia en el Planeta se debía a un castigo de la Heptalogía. A alguna represalia causada por un error imperdonable en sus carreras. A algún ajuste de cuentas contra su familia. A alguna maniobra de pasillo urdida entre las oscuras sombras de la estructura de poder de Los Siete.

No era posible que alguien que había sido educado desde su nacimiento para la conducción de los destinos de la Galaxia tuviera que quemar sus días gestionando los asuntos monótonos y carentes de importancia de El Agujero. ¿Qué hacía un vástago del Conocimiento, heredero de una tradición milenaria, gobernando los asuntos de un rebaño de campesinos, las querellas sin sentido de los políticos locales? ¿Por qué se desperdiciaba a un cachorro de la élite entre las élites para gobernar a una piara de cerdos?

Era imposible, además, descollar en la Colonia 267- Gh- Bld. Si existía un centro de excitación máxima de la Galaxia la Doscientos Sesenta y Siete se encontraba en la periferia diametralmente opuesta. El centro de aburrimiento máximo de la Galaxia. Un menú diario de problemas con el reparto del agua para usos agrícolas, los robos de ganado y las ocasionales elecciones locales constituía el monótono y frustrante quehacer administrativo habitual. Determinar cuánto grano debía destinarse al consumo local y cuanto a la exportación ( eufemismo bajo el que se enmascaraba el pago de impuestos a la Heptalogía ) era lo único excitante que había que resolver año tras año.

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Un sumidero de vidas. El final de muchas carreras. El mensaje que la Heptalogía te mandaba para decirte, con elegancia, que estabas acabado o que tu carrera nunca iba a progresar demasiado.

Un Supervisor Planetario de la Heptalogía, aun no siendo un cargo de los más altos niveles, gozaba del respeto de todos en el seno de la Jerarquía Unificada.

Todo el mundo en la galaxia sabía que la estabilidad de la Heptalogía y su reinado de mil años eran posibles gracias al buen hacer de decenas de miles de Supervisores Planetarios. Un buen Supervisor podría retirarse con los máximos honores, e incluso conseguir una Baronía, si sus servicios lo justificaban.

Pero ser el Supervisor Planetario de El Agujero carecía de honor y de prestigio. Ser el Supervisor de la Doscientos Sesenta y Siete era una cruel ironía: haber alcanzado el cargo que muchos ambicionaban en el sitio al que nadie querría ir. Un callejón sin salida. De oro, pero sin salida.

Sumido en esos pensamientos Jonathan Seerp, Supervisor Planetario de la Colonia 267-Gh-Bld, fue sorprendido por la voz atiplada del Gobernador.

- Señor, nuestros invitados están aquí. - Muchas gracias Gobernador.

Seerp alzó la vista y contempló como, de la rampa de desembarque de un Carguero Armado Estelar (de aspecto no demasiado pulcro) bajaba la comitiva.

El Comendador, rodeado de su Guardia Personal, uniformes azules oscuros, charreteras negras. Un grupo escogido de soldados de la División Especial de Tierra.

Tres marinos, con sus uniformes azul claro, charreteras doradas. Un Capitán Estelar entrado en años, de cabellos grises, cuya cara le sonaba pero no alcanzaba a saber de qué, y dos hombres de la tripulación. Moreno, fibroso, estirado y de mediana estatura uno, teniente por más señas. Visiblemente orgulloso de pertenecer a la Armada Estelar. Tres años de servicio desde la salida de la Academia, como mucho. Alto, desgarbado, de mirada torva y desafiante el otro. El suboficial con el porte menos militar que recordaba en la Armada Estelar.

El Capitán miraba de soslayo al Suboficial desgarbado. Como si tuvieran algo entre manos. Le sonaba su cara, maldita sea, pero no conseguía recordar de qué.

El Supervisor dio un paso al frente, seguido del comandante militar del Planeta, el Maestre Coronel Frank Aastard y del Gobernador. El protocolo indicaba que la autoridad civil de la Heptalogía debía tener preferencia, seguida de la militar y sólo en tercer lugar la autoridad civil local (la única, por otra parte, democráticamente elegida).

- Excelentísima, le doy la bienvenida a esta su Colonia. El mando es suyo.

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Los protocolos de mando de la Heptalogía indicaban que cuando un Comendador visitase una colonia el Supervisor debía ponerse a sus órdenes quedando subordinado a él durante toda su visita. Era infrecuente que el Comendador tomase el mando efectivo y de hecho con el tiempo había pasado a ser una frase casi meramente protocolaria. En cualquier caso, si existía alguna posibilidad de salir de El Agujero, Seerp no la iba a desperdiciar por cometer un error en el protocolo.

- Le confirmo en el mando, a expensas de la autoridad del Gobernador Planetario respondió el Comendador, completando así la fórmula ritual, como si a alguno de los dos le importase lo más mínimo la autoridad del político regordete – no conocedor, por más señas- que contemplaba, expectante, la escena.

- Me acompañara el Capitán de la Armada, y dos de sus tripulantes, como marca la Ordenanza. Vayamos al grano Supervisor.

- Esa es sin duda la cuestión, caballeros, tenemos pendiente un reunión. Así que si es tan amable, Comendador….

-Seerp trató de sobreponerse a la decepción de no conocer el nombre de ese capitán cuyo rostro le sonaba pero no sabía de qué. Mirarle a los ojos casi le dolía. Había visto esa mirada gris en alguna otra parte, aunque quizás en otro rostro. Era evidente que el oficial de la Armada había detectado su examen y un segundo más de silencio provocaría una situación incómoda.

- Comendador, Caballeros, acompáñenme. El Gobernador ha puesto a nuestra disposición un transbordador, que nos conducirá a mis dependencias.

El grupo subió a bordo de un transbordador de carga, elegido por expreso deseo del Comendador para evitar la atención que habría generado un transbordador de ceremonias. La reunión comenzaría en tan sólo unos minutos.

El transbordador comenzó a deslizarse sobre las planicies que circundaban el Puerto Estelar de la Doscientos Sesenta y Siete. Atardecía.

Seerp se acomodó a la derecha del Comendador y se preparó mentalmente para lo que habría de venir en las próximas horas. Después de más tiempo en el ostracismo del que quería recordar los acontecimientos parecían por fin girar a su favor. Un ataque de la Federación Revolucionaria, gestionado con éxito por las defensas planetarias a sus órdenes (o al menos con un éxito razonable, si se medía únicamente en términos de victoria o derrota) había motivado la visita de nada menos que un Comendador de la Jerarquía Unificada. Sin saber muy bien cómo, un rayo de luz del Los Siete había iluminado la oscuridad de El Agujero donde estaba enterrado desde aquel incidente que arruinó su carrera. Había llegado la hora de restaurar los errores del destino. La hora de restaurar su honor y el prestigio de su familia. La hora de retomar su carrera y salir de la Doscientos Sesenta y Siete.

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Nada le impediría alcanzar ese objetivo. Nada. Ni siquiera la sensación envenenada, sucia, viscosa que le recorría la espina dorsal al contemplar los ojos grises de aquel Capitán de la Armada Estelar.

- Tienen ustedes un bonito planeta. Muy interesante.

- Gracias señor- El Comendador, al parecer, tenía sentido del humor. Desde la salida del Puerto Estelar no se había divisado otra cosa que campos de grano y ocasionales rebaños de ganado. Algún miserable poblado. Sin duda muy interesante para alguien que conocía algunas de las mayores maravillas de la Galaxia. Sin duda alguna.

Sentado en la parte posterior del transbordador, El Capitán Litis miró a Zak de soslayo.

Todo estaba preparado. Su subordinado había instalado el equipo de escucha en algún lugar de la túnica ceremonial del Comendador. El Suboficial le había apuntado ciertos problemas técnicos en el sistema de escucha y grabación, pero no hubo tiempo para más detalles. Ahora era el momento de jugar el papel de leal oficial de la Armada Estelar. Si todo marchaba bien sería una falsa alarma y en unas horas podrían estar tomando algo en alguna taberna local, “filtrando información a moderadas dosis”.

También podría ser interesante desentrañar por qué aquel Supervisor no le quitaba los ojos de encima. Pero no era prioritario. En este mismo momento estaba demasiado ocupado luchando contra su resaca. El Sr. Seerp podría esperar.

Con el avance lento del transbordador la figura anodina de la ciudad de Bosstra (cuyo nombre completo era Bosstra-267-Gh- Bld para no confundirla con los centenares de ciudades de la Galaxia con el mismo nombre) se recortaba en el horizonte. La capital del El Agujero era exacta a tantas otras ciudades que había contemplado a lo largo de su vida. Idéntica en su trazado y estructura a todas las capitales de todas las Colonias de la Heptalogía. Economía administrativa. Asepsia. Colonización y planificación previa.

El procedimiento (con su correspondiente Protocolo previamente aprobado y estandarizado por la Jerarquía Unificada) era siempre el mismo. La Heptalogía descubría, pacificaba y colonizaba un planeta. Algún jerarca con su equipo de burócratas procedía calmadamente a calcular cuántos seres humanos podían habitarlo en función de su tamaño y de los recursos disponibles. Los costes de transporte de la nueva población, terraformación y mantenimiento del planeta eran confrontados con las expectativas de beneficio, vulgo, impuestos.

Un sesudo análisis financiero determinaba la población que podía reasignarse al nuevo planeta sin peligro de déficit.

La Administración de Colonización y Desarrollo aterrizaba con sus inmensas naves. Destruía montañas, secaba lagos. Construía presas, carreteras y puertos estelares. Y un número suficiente de ciudades vacías e idénticas. Ciudades sin alma diseñadas

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para el alojamiento productivo de los hijos de los hijos de las manadas de corderos que superpoblaban otras Colonias. Las sobras humanas de la maquinaria de poder de Los Siete.

Ciudades trazadas mediante amplias avenidas y edificios altos, repletos de hombres grises que trabajaban para sus amos. De esclavos que creían ser libres.

El tiempo en el que un territorio inhóspito era arrancado a la naturaleza en estado puro y ocupado por hombres valientes que construían ciudades con alma y calles estrechas pertenecía a los libros de Historia. El tiempo en el que la frontera de una patria era la que quedaba trazada con el ingenio y la sangre de los hombres había terminado.

En el reinado ya milenario de la Heptalogía los hombres no eran hombres y las ciudades se construían, todas idénticas, antes de ser habitadas.

El Capitán Litis se preguntó fugazmente si llegaría el día en el que los hombres volverían a ser hombres, y las ciudades, distintas las unas de las otras. Se preguntó si alguna vez los pueblos volverían a construir sus propias ciudades y no se conformarían con ocupar las que sus amos habían construido para ellos. Si retornaría el tiempo en el que los hombres pudieran elegir el lugar donde querían vivir y criar a sus hijos. Si volverían a ser libres y a poder reclamar como suyo un pedazo de tierra. Si volverían a ser dignos de ser llamados hombres aunque tuvieran que sangrar para conseguirlo.

Pero descartó rápidamente el pensamiento. No le concernía la vida de los hombres, fueran amos o esclavos.

No le concernía la vida de la Galaxia. En días como hoy casi no le concernía ni la suya propia.

Bosstra. Abusina. Adher. Dubrix. Misenyu. Rhenus. Tinxhi. Valcum. Y un largo etcétera. Nombres repetidos a lo largo de la Galaxia, asignados en un lejano despacho administrativo para ciudades idénticas las unas a las a otras.

Una letanía interminable de hogares para corderos.

Contemplando la figura recortada en el horizonte de la capital de la Colonia 267-Gh- Bld el Capitán Litis echó de menos un buen trago de Kamooro.

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CAPÍTULO CINCO: ESTADO DE GUERRA

Sentados ante una amplia mesa semicircular decorada con las Siete Estrellas de ocho puntas de la Heptalogía seis hombres esperaban el comienzo de una reunión. El Comendador tomó la palabra:

- Si me permiten, caballeros, pasaré a exponerles un breve resumen de la situación y de cómo la misma puede afectar a los asuntos de este planeta. Posteriormente les proporcionaré instrucciones. ¿Algo que señalar?

Nadie respondió.

Con la naturalidad de alguien acostumbrado a usarlo desde su nacimiento el Comendador se dispuso a ejercer el caudal de autoridad que le confería la Jerarquía Unificada Estelar.

- Bien entonces. Sin más preámbulos. La Federación Revolucionaria prosigue su campaña de desestabilización de nuestro Estado. Pese a que nuestra política frente a ellos sigue siendo meramente defensiva, sin adoptar medidas agresivas de ninguna clase, sus ataques se tornan cada vez más virulentos y desproporcionados. Algunos días atrás atacaron este Planeta, que, no se me ofendan, hasta hace muy poco ignorábamos que tuviese importancia estratégica alguna para los Revolucionarios. Ustedes lo ignoran, pero han generalizado dicho política, atacando otros planetas de esta Región Estelar. No son los habituales golpes de mano de la Federación. Son ataques militares en toda regla con objetivos ambiciosos. Casi desde el comienzo de su autodenominada revolución no adoptaban este modus operandi.

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La figura rectilínea del Comendador, enfundada en su túnica ceremonial, se asemejaba a una estatua de cera. Ningún gesto. Ni siquiera la típica mirada en derredor con la que un conferenciante trata de seducir a sus interlocutores.

Ojos al frente, mirando al vacío. Tono monocorde. El poder absoluto no necesita seducir a sus gobernados. El poder absoluto simplemente se ejerce, aséptica, quirúrgicamente.

- -El ataque de unas semanas atrás se resolvió de forma satisfactoria... - -Gracias… - -No me interrumpa Supervisor Seerp- El Jerarca de primer Rango

clavó su mirada sin emoción en los ojos del mandatario de la Doscientos Sesenta y Siete- Como decía, el ataque se resolvió de forma satisfactoria... pero no puede decirse que el éxito de la batalla pueda atribuirse a los hombres del Coronel Aastard, ni a sus órdenes.

El Supervisor Seerp palideció.

- De hecho señor, con su permiso señor, la flota que la Federación empleó para atacarnos tuvo un comportamiento de lo más extraño durante la batalla – Señaló el Coronel Aastard.

- Extiéndase, Coronel-

Aunque, por supuesto, el Comendador gracias a la eficaz actuación del Servicio Secreto ya conocía del extraño comportamiento de la Federación.

De hecho era el “leit motiv” de su visita.

- -El ataque se dividió en dos oleadas, empleando la táctica habitual de los revolucionarios. La primera oleada tuvo el comportamiento que se espera de la Federación, atacando las defensas planetarias y tratando de destruir nuestra cobertura de patrulleras Zyxel. La segunda oleada tuvo un comportamiento que podríamos calificar de…er….extravagante…

- -Expliquese. - -La segunda oleada, formada por un número igual de Cruceros que la

primera, pareció en un primer momento unirse a sus camaradas. Sin embargo, cuando estuvieron a distancia de fuego de nuestras defensas planetarias dieron media vuelta y comenzaron a disparar contra sus aliados…

¿Contra sus aliados? El Capitán Litis miró furtivamente a sus subordinados. Algo no marchaba bien. En el orden universal de las cosas, o al menos en el orden que había terminado aceptando para su comodidad, los buenos (ellos) disparaban a los malos, y los malos a la Armada Estelar. Nunca había oído que los malos se disparasen entre ellos. No era mala noticia, no obstante.

- Siga, Coronel. -Lo cierto es que la refriega duró poco. Minutos después de que empezaran a batirse el cobre entre ellos cesaron los disparos y se retiraron. Por cortesía de nuestro Servicio de Comunicaciones

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interceptamos algunos fragmentos de la conversación mantenida entre los comandantes de las dos flotas.

- ¿Dispone de esa grabación, Coronel? -Ciertamente Excelencia, aunque lamento decirle que solo se aprecian con nitidez algunas palabras sueltas. Sargento, conecte el dispositivo.

- Un momento Coronel- interrumpió el Comendador. Se giró al punto de la estancia donde estaba situado el Gobernador planetario- Gobernador, debo rogarle que se retire de la estancia. Invoco para ello el Precepto Quincuagésimo Octavo del Protocolo de Seguridad de la Jerarquía.

¿El Protocolo? ¿El precepto Quincuagésimo Octavo? Si los años transcurridos desde su salida de la Academia y el kamooro no le jugaban una mala pasada, el Protocolo de Seguridad significaba “problemas serios” y el precepto en cuestión “problemas serios que no debía conocer nadie que fuera ajeno al Registro de Conocedores, vulgo, los colonos, fueran Gobernadores o el último de los granjeros”.

- Protocolo aceptado, Excelentísima.- El Gobernador abandonó la estancia, sin añadir ningún comentario.

La personificación de la obediencia sumisa.

- Conecte ahora el dispositivo, Coronel.

Se hizo el silencio en la sala de reuniones. Inicialmente sólo se escuchó el chisporroteo metálico del sistema de interferencia de comunicaciones y después, unas palabras ininteligibles. Tras ello, una voz que parecía desgañitarse:

“……….¿Pero qué demonios estáis haciendo? ( más ruido metálico ) ........disparáis?..”

Otra voz, que sonaba mucho más templada, respondía:

“ -…Canciller(…)órdenes (…) debéis retiraros…. -….¿Retirarnos? ¿Quién eres tú para decirme de dónde tengo que retirarme? - (... ) batalla a muerte (…) No pienso dar marcha atrás…

Tras unos segundos de silencio- esta vez no causados por la pobre calidad de la grabación- una de las voces continuaba:

-…. Muy bien… esta vez habéis ganado. (….) la verdad se sabrá….(...). Corto. “

Súbitamente la grabación finalizaba.

- No hay más Excelentísima. - Muy bien caballeros- Intervino rápidamente el Comendador- Un ajuste de

cuentas entre facciones de la Deferación. Nada que deba extrañarnos.

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- -Con el debido respeto, Excelentísima, creo que lo escuchado merece una investigación más detallada- repuso el Supervisor Seerp. Personalmente me ofrezco a…

- -Supervisor Seerp. Simplemente cállese. La Jerarquía Unificada no investiga reyertas de revolucionarios. Que se maten entre ellos si es preciso. Usted limítese a supervisar el gobierno de esta Colonia y sea un buen chico. A cambio la Jerarquía le dejará seguir jugando a hombre de negocios aquí en “El Agujero”.

- Lo dicho, pensó el Capitán Litis. El Comendador era un pez gordo con sentido del humor. Algo ácido para su gusto, no obstante.

- El Comendador retomó la palabra. - -Que pase nuevamente el Gobernador- La Guardia personal del alto Jerarca

hizo entrar al político de la Doscientos Sesenta y Siete que tomó asiento en el más sumiso de los silencios. – Señores, habida cuenta el estado de cosas que se ha planteado en esta Región Estelar, en virtud del mandato y del poder de Los Siete y en aplicación del Protocolo de Seguridad decreto el Estado de Guerra para la Colonia 267-Gh-Bld. ¿Algo que señalar señores?

Nadie en la sala musitó palabra alguna.

- ¿Ni siquiera usted Señor Litis? Es el oficial más veterano de la Sala-

Una forma sutil de recordarle que, en efecto, era el oficial más veterano de la Sala pero no el de mayor rango. Lo dicho, demasiado ácido para el gusto del Capitán. ¿Qué demonios le pasaba al Supervisor? Casi se había desmayado al escuchar su nombre.....

- Nada que decir, Excelentísima. - Muy bien señor Litis. Se decreta pues el Estado de Guerra. Las medidas a

tomar se concretarán en fechas sucesivas. Debo continuar mi viaje por la región. Nada de lo anterior, en la medida de lo posible, será comunicado a la población local. Se levanta la sesión.

Todos los presentes se levantaron de sus asientos y se dirigieron a la puerta de la Sala.

El Supervisor Seerp, sin embargo, permaneció hundido en su sillón. Sus planes habían sufrido un evidente revés. Decretar una colonia bajo Estado de Guerra equivalía a suspender provisionalmente el Protocolo de Gobernación de la Heptalogía y con él, a suspender temporalmente la superioridad de la autoridad civil ordinaria. Su autoridad.

A partir de ahora la colonia sería gobernada por un oficial militar de algo rango o un Jerarca de Primer Rango. Era probable que el propio Comendador se hiciera cargo del gobierno de planeta y de la Región Estelar circundante hasta que pasara la emergencia. Al deshonor de ser el Supervisor de una de las peores colonias de la Galaxia había que añadir ahora el inconveniente de supeditar su poder a la superior ejecutoria de otro burócrata.

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Sin embargo, no todo era malo.

Al menos ya sabía por qué le sonaba la cara de aquel maldito Capitán de la Armada Estelar.

Litis...

Una sensación viscosa, envenenada, le recorrió la espina dorsal. Esta vez no le desagradó. Muy al contrario, la canalizó mentalmente y halló en ella la pasión por el poder y la victoria que parecían haberle abandonado muchos años atrás.

Ahora sabía que lo que experimentaba era un legítimo deseo de venganza.

Se giró discretamente y pulsó su intercomunicador.

- -¿Declerk? Tengo una misión para ti. Quiero que no le quites la vista de encima a cierto Capitan de la Armada Estelar. Sube y te daré más datos. De acuerdo. Cinco minutos.

La templada voz con la que Seerp se dirigía a su subordinado contrastaba con su mano derecha, cerrada firmemente en puño.

Ensayó un aborto de sonrisa. Un rictus oscuro que ensombreció su semblante.

Litis...No importaba cuál de los tres hermanos…

Litis…la razón de su desgracia.

"Cuando el gobierno viola los derechos del pueblo, la insurrección es el más sagrado de los derechos y el más indispensable de los deberes". Marqués de Lafayette

CAPITULO SEIS: UNA FLOTA VARADA EN EL ESPACIO

En algún punto de la Periferia Estelar una cincuentena de naves de todos los tamaños, estilos y formas gravitaba en aparente desorden alrededor de una luna de color azulado.

El cinturón de asteroides que circundaba a la luna aumentaba más aún la confusión. Era difícil diferenciar, a cierta distancia, entre las naves y los asteroides. Algunas de ellas parecían tener formas similares a los gigantescos trozos de roca con los que parecían bailar al compás que marcaba la fuerza de gravedad de la luna azulada.

La confusión era del agrado de sus tripulantes.

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Cargueros Armados, sustraídos a la Heptalogía. Cruceros Marlorianos. Acorazados Estelares de antiquísima factura. Transportes modificados. Patrulleras Zyxel, cazas de todo pelaje. Navíos construidos por los pueblos de la Periferia Estelar.

La habitual falta de estandarización de una Flota irregular. De una flota revolucionaria.

Súbitamente, como salidas de la nada, entraron en escena media docena de estelas procedentes de las profundidades del espacio. Al reducir su velocidad las estelas adoptaron lentamente la forma de seis Cruceros Estelares con signos visibles de haber participado recientemente en una batalla.

Unos ojos cansados observaban la escena en silencio.

Sonó una voz metálica procedente del intercomunicador del puente de mando de una de las naves varadas junto al cinturón de asteroides.

- Señor, ya han llegado. - Gracias, cabo. Comunique al comandante de la misión que tome un

transbordador y acuda directamente a mi presencia.

El emisor de esta orden se levantó del sillón de mando y observó minuciosamente los primeros informes que ofrecía el ordenador de a bordo. Los sensores no dejaban lugar a dudas. Las seis naves que había destacado a la Colonia 267- Gh- Bld habían regresado sanas y salvas. Heridas, pero funcionales.

Suspiró aliviado. Estaba demasiado en juego para perder ninguna unidad, ningún hombre. La valentía y la tecnología no eran valores que sobrasen en la Galaxia.

Sobre todo la valentía. O la temeridad.

Todo hombre que se embarca en una guerra y lo hace de forma voluntaria, luchando por un ideal, tiende necesariamente un puente a mitad de camino entre el arrojo y la locura.

Exponer la vida por algo intangible y de dudoso éxito, en una guerra sin esperanza, corresponde a un alto grado de inconsciencia y a un no menor grado de desesperación.

En otras ocasiones un hombre se embarca en una cruzada de este tipo no por ideal o por desesperación, sino por pura venganza. El sentimiento más primario de los que movían una guerra. El odio a quien te había arrebatado tus tierras, había arrasado tu planeta, había asesinado a tu familia o había hecho todo lo anterior simultáneamente.

Muchas veces se preguntaba qué porcentaje de aventureros, de idealistas, de desesperados, de vindicadores, había en su Flota. Entre sus tropas.

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Al final siempre llegaba a la misma conclusión. Fuera cual fuera la razón inicial por la que se habían sumado a esta guerra en tan sólo unos meses de lucha quedaba en el olvido.

Lo había visto cientos de veces. Inspirados por un ideal, sedientos de acción o masticando el odio a quien los dejó sin nada, al final terminaban olvidando la utopía y las aventuras. Incluso la sed de venganza terminaba apagándose, aunque había excepciones...

Al final luchaban por quien luchaba a su lado. Son ellos o nosotros. Mis amigos y yo contra el tío que nos dispara. Nada más. Básico. Primario.

Repasó los últimos datos. El reclutamiento iba razonablemente bien. Incluso bastante bien. Los descubrimientos realizados en los últimos meses les habían proporcionado una buena fuente de nuevos adeptos.

La adquisición de naves todo lo bien que podía ir. Pocos medios.

Pero todo ello era mucho menos que insuficiente. Forcejear eternamente contra la Heptalogía no iba a llevarles a ninguna parte. No dejaban de ser un grupo de locos mal entrenados raspando en una corteza de hielo de infinito grosor.

Podían arañar esta parte o aquella, incluso abrir algún agujero, pero el bloque de hielo seguiría allí. Inmóvil. Imperturbable.

Sus subordinados podían haber olvidado el motivo por el que luchaban. Conformarse con una victoria local y con volver sanos y salvos, acompañados de sus camaradas, a aquella luna de color verde inexistente para la cartografía que la Heptalogía, desganadamente, había realizado de la Periferia Estelar.

Pero él no. El no veía la guerra en términos de camaradería ni en términos de ganar o perder una escaramuza o controlar un planeta secundario, tan secundario que sus enemigos no se molestarían en recuperar. El sólo podía ver el bloque de hielo, inmóvil, imperturbable. Y le obsesionaba. Le quitaba el sueño.

Sabía que detrás de aquella apariencia inmaculada, de aquella superficie aparentemente lisa y serena, el bloque de hielo de la Heptalogía enterraba la podredumbre de mil años de carroña y de mentiras.

Para destruir ese bloque de hielo haría falta más, mucho más, que un puñado de escaramuzas en esta o aquella colonia perdida de la Galaxia. Mucho más que un puñado de locos mal entrenados y su cincuentena de naves de diverso pelaje.

Inmerso en esa reflexión fue sorprendido por el ruido del comunicador.

- Señor, el Mayor está aquí. - Gracias Cabo. Avise a la Comisión. Nos reuniremos en la Sala de mando en

15 minutos.

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Cinco hombres y tres mujeres se sentaban frente a otra mesa de reuniones, muy diferente de aquella en la que, casi simultáneamente, se sentaba el Capitán Litis junto a dos Jerarcas de Los Siete, a miles de años luz de distancia. Escuchaban a su líder.

- El Mayor acaba de regresar de una misión en la Colonia 267- Gh- Bld. Como ustedes conocen, ésta ha sido la última de varias misiones de ataque e infiltración en dicha región. Informe Comandante.

- Señor, el ataque se desarrolló como estaba previsto. Les zurramos un poco las defensas planetarias y montamos un buen número. La cápsula enana de nuestro agente infiltrado se confundió en el desbarajuste y, según su propio comunicado, tomó tierra con éxito. Infiltración conseguida.

- Perfecto, ahora sólo queda esperar que el numerito haya funcionado y que la Jerarquía haga lo que suele hacer. Si no han cambiado sus protocolos de actuación, enviarán a un Comendador para resolver la cuestión. Será muy interesante enterarnos de qué planean, usando el don “especial” de nuestro espía. Buen trabajo Mayor. En otro orden de cosas….

- Señor, disculpe, hay un detalle de la misión de El Agujero que quizás debería saber.

- ¿Si? - Cuando la misión estaba casi concluida y nos disponíamos a dar un poco

más de estopa a la Armada Estelar y marcharnos, aparecieron de la nada seis cruceros de batalla y nos hicieron frente.

El líder de aquellos hombres se revolvió inquieto en su asiento.

- ¿De la Armada Estelar? - No Señor, no eran de la Armada Estelar. Eran los otros.

Recostado en el sillón principal de la sala de mando sonrió ampliamente. Miro a su Estado Mayor. A sus Coroneles, a sus Comandantes. A sus fieles colaboradores. A los locos que habían decidido unirse a él en aquella causa sin esperanzas. Ellos no parecían entenderlo…

…Pero el Bloque de hielo había comenzado a resquebrajarse.

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CAPÍTULO SIETE: ¿ UN COMENDADOR EN EL AGUJERO?

Un voz resonó sonó a través de unos altavoces.

- Gobernador, en tres minutos comienza la emisión. - Muchas gracias-

El Gobernador Williamson, de la Colonia 267- Gh- Bld, sentado en el estudio de emisión en directo de la Sede local del Servicio de Comunicación Interestelar se disponía a dar el discurso más importante de su carrera política.

Secó su frente sudorosa.

Era mucho lo que estaba en juego. Mucho. Así se lo había indicado, amable pero firmemente, el Supervisor Seerp.

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Órdenes directas del Comendador.

Seguía sorprendido ¿Un Comendador en la Doscientos Sesenta y Siete?¿ Todo un jerarca de primer rango?. Nunca, que él recordase, la Colonia 267-Gh- Bld había merecido tal atención de la Jerarquía.

Tan sólo habían transcurrido dos siglos desde que la Colonia había obtenido el status de Colonia Establecida, lo que significaba que la Jerarquía Unificada consideraba que el planeta y su población se encontraban al fin maduros para retirar el gobierno directo a la Colonia y permitir a sus habitantes establecer sus propias instituciones de gobierno.

Tras la consecución de dicho estatus la Colonia pasó a elegir cada cinco años a un Gobernador que regiría sus destinos y a una Cámara Planetaria que se encargaría de legislar los asuntos de la vida en el Planeta.

A partir de aquel entonces la Jerarquía retiró a buena parte de su Administración Civil, manteniendo únicamente los funcionarios suficientes para sustentar la oficina de un Supervisor de la Jerarquía Unificada, Jerarca de la Heptalogía que se encargaría de velar por el buen gobierno de la Colonia y de arbitrar en los conflictos.

Dicho Supervisor gestionaba además los presupuestos y recaudaba los impuestos del Planeta, descontando, claro está, los gastos que ocasionaba a la Jerarquía Unificada el mantenimiento de servicios, comunicaciones, transporte de mercancías, artículos de consumo y a sufragar la Guarnición Planetaria de la Armada Estelar, imprescindible para la protección de la Doscientos Sesenta y Siete frente a los peligros que asolaban la Galaxia. El ataque de la Federación Revolucionaria, era una clara muestra de aquellos peligros.

La Cámara Planetaria legislaba a su voluntad, según las tradiciones locales, a condición, por supuesto, de que sus leyes nunca contradijeran lo dispuesto en una Ley de rango superior o Protocolo que hubiera dictado la Jerarquía Unificada.

En resumidas cuentas, pensó el Gobernador Williamson, un cálculo bien sencillo: ellos nos protegían, nos traían lo que nuestro planeta no producía y dejaban que nos gobernásemos a nuestro estilo. Más o menos.

A cambio, en justo pago, cobraban algunos impuestos e intervenían nuestros asuntos para evitar que nos saliéramos de madre. En definitiva ellos son Los Conocedores, los viajeros de la Galaxia, los que conocen el secreto de los viajes estelares y nosotros somos “El Pueblo” una masa de sencillos ciudadanos. Aunque El Pueblo no podía viajar a otros planetas sin expresa autorización (u orden) de los Jerarcas, y por supuesto en las naves de la Heptalogía (los no conocedores, obviamente, no disponían de navíos estelares) disponía del Servicio de Comunicación Interestelar.

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El Servicio de Comunicación Interestelar era una amplia red de información libre, medios de comunicación y plataformas de interrelación que garantizaba que “El Pueblo” siempre estaría debidamente informado. El acceso al S. C. I no estaba sometido, salvo en casos excepcionales, al control de la Jerarquía Unificada.

Tenían paz y pan. Información. Ocio. Democracia. Elegían a sus propios gobernantes.

Los Conocedores los protegían y garantizaban que no hubiera conflictos. A cambio pasaban una factura razonable a final de año.

En su opinión era un negocio justo para ambas partes. Incluso un magnífico negocio si uno sabía colocarse en una buena posición de negociación.

Suspiró profundamente.

Habían transcurrido tres años desde que fue elegido Gobernador con el apoyo de la Plataforma de Gobierno Justo derrotando al candidato de Ciudadanos para el Progreso y la Democracia. Todos los analistas coincidieron que su carisma ante las cámaras, y un gigantesco esfuerzo publicitario por parte de la Plataforma habían decantado los últimos votos hacía el candidato Williamson.

Fue una noche electoral realmente emocionante. La imagen de apacible granjero que Williamson ofreció a los electores ganó muchos corazones, frente al carisma agresivo y con mayor contenido político del otro candidato, de perfil más urbano e intelectual.

Tres años de gobierno de la Colonia, trabajando junto al Supervisor Seerp. Tres años cuyo discurrir apacible y fructífero sólo habían sido rotos por la presencia de un Comendador en la Colonia y la declaración secreta de Estado de Guerra.

Ahora se disponía a hablar a la población de la Doscientos Sesenta y Siete.

Había llegado la hora de reforzar la fe de sus electores en su Gobierno y en la paternal protección de la Jerarquía Unificada.

Había mucho en juego. Mucho.

Volvió a secar su frente sudorosa. Permaneció inmóvil frente a la cámara:

- Gobernador, prepárese, entramos en tres, dos, uno…

El obeso mandatario comenzó a hablar con tono firme pero no exento de esa llaneza campesina que tanto apreciaban sus electores:

“Ciudadanos de la Colonia 267- Gh- Bld les habla el Gobernador Williamson. Días de paz y de progreso han iluminado la historia de nuestro Planeta. Han transcurrido más de cuatro siglos desde que la Jerarquía Unificada trajo a nuestros antepasados a poblar este planeta que habían descubierto, colonizado, pacificado y preparado para

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ellos. Cuatro Siglos desde que Los Siete otorgaron a los abuelos de nuestros abuelos la oportunidad de un nuevo comienzo en unas tierras vírgenes. Más de cuatrocientos años de paz y de protección. Ha llegado la hora, ciudadanos de la Doscientos Sesenta y Siete, de que renovemos nuestra fidelidad a la Heptalogía y que recordemos que éste nuestro sistema, que elegimos democráticamente, ha reportado mil años de felicidad a nuestros ancestros y que reportará otros mil años a nuestros hijos….”

El plano se acercó al rostro regordete del Gobernador Williamson, acentuando aquella irresistible imagen de hombre sencillo que había ganado los corazones de los habitantes de El Agujero.

“……. Ha llegado también la hora, queridos conciudadanos, de que veamos la verdadera faz de nuestros enemigos. De que conozcamos, en definitiva, la ejecutoria criminal de esos autodenominados libertadores. De aquellos que con la violencia pretenden destruir los mil años de paz de nuestros ancestros e impedir que transcurran otras cien centurias de progreso para quienes nos sucedan. Ha llegado la hora de que conozcan la verdadera cara de la revolución. A continuación contemplarán ustedes unas imágenes sobre el ataque que recientemente perpetró la Federación Revolucionaria contra nuestro planeta.”

A kilómetros de aquel Estudio, el Supervisor Seerp observaba las imágenes cómodamente sentado en sus dependencias.

Observó cómo, tras pronunciar su discurso, el rostro del Gobernador se desvanecía de la pantalla y era sustituido por unas imágenes y unos sonidos bien distintos.

Contempló escenas de batalla y pudo escuchar los sonidos de una conversación entre dos líderes de facciones revolucionarias enfrentadas. A la crudeza de la destrucción causada en las instalaciones del Puerto Estelar (causa, como se explicaba en el video, de la carestía de productos de primera necesidad de las últimas semanas) se unía el impacto que, para la ciudadanía, tendría escuchar como dos grupos de rebeldes armados entraban en conflicto por el control de su planeta, como si de un botín se tratase.

Al acabar la transmisión el Supervisor Seerp pulsó su intercomunicador.

- Servicio de Información, aquí el Supervisor Seerp. Transmitan los primeros datos.

Al cabo de unos minutos sonrió. A través de sus comentarios en las diferentes plataformas de opinión e interrelación social del Servicio de Comunicación Interestelar el veredicto estaba claro. Los ciudadanos de la Doscientos Sesenta y Siete habían aceptado la verdad que les transmitía la comparecencia del Gobernador y el vídeo adicional.

Más del noventa por ciento de ellos desaprobaban las acciones armadas de los revolucionarios y solicitaban mayor presencia de la Armada Estelar para la protección de su planeta. Algunos, incluso, mostraban su acuerdo a una posible

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subida de impuestos para sufragar el refuerzo de la Guarnición Planetaria de la Armada Estelar. Tomó buena nota.

Este estado de opinión, a través del Servicio de Comunicación Interestelar, pronto se propagaría a otras Colonias y Regiones Estelares.

El trabajo de los informáticos del Servicio Secreto había sido perfecto. Las imágenes y el audio habían sido convenientemente manipuladas para mostrar a los “no conocedores” la única verdad que debían conocer.

El Gobernador Williamson había sido todo un acierto y una gran inversión. Habría que pensar en alguna forma de recompensarlo debidamente.

Pensó fugazmente en el cabo Declerk, quien andaba tras los pasos de Capitán Litis, en misión de vigilancia. ¿Quién sabía? Quizás aquella labor de espionaje aportaría nuevas bazas a para jugar en aquel tablero en movimiento.

Sonó el intercomunicador. Como si adivinara sus pensamientos.

- ¿Declerk?

- Supervisor. Lo tenemos. Al parecer a nuestro Capitán le va el doble juego.

Los ojos aviesos del Supervisor Seerp se encendieron con brillo de placer.

Algo le decía que su carrera iba a tomar un rumbo drásticamente diferente.

CAPÍTULO OCHO: CUESTION DE LEALTAD

En el mismo instante en que concluyó la emisión del Gobernador Williamson, el Teniente Alfred Bherg, de la tripulación de la Flecha de Bhelg, se levantó a pagar la cuenta.

El Capitán Litis y el Suboficial Zak Woldman se quedaron solos.

- Señor, yo no soy ningún experto en inteligencia y espionaje, pero creo que hemos sido las estrellas de la velada. Sin duda.

- Eso parece Zak-

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El Capitán Litis asintió, dando un trago largo a su bebida. El viejo oficial sonrió para sí. Ciertamente habían sido las estrellas de la velada.

Tal y como les había ordenado el Comendador departieron de buen grado con los habituales parroquianos del Centro de Ocio nº 16 de la capital de El Agujero.

Una cortina de humo para los posibles espías. Entre tragos de kamooro y licor de Vaalgard. De pésima calidad, cabía añadir.

No obstante, no había motivo de queja. Aquella misión en el Planeta Vertedero 3589-Fh-Chi fue bastante más desagradable.

Habían sido cuidadosos en sus conversaciones. Ni una sola palabra sobre el Comendador o el Estado de Guerra.

Sin embargo, no se engañaba.

Conocía lo suficiente de la Armada cómo para dar por hecho que ambas informaciones eran ya moneda común en todos los comedores de oficiales, subalternos y personal civil de la Heptalogía.

Mil años de poder absoluto habían convertido a la Armada Estelar en un ejército acomodado, mucho más dado al chisme que a la alarma.

La mera aparición en las instalaciones militares de la guardia personal del Comendador, a la sazón miembros de la exclusiva y elitista División Especial de Tierra de la Armada Estelar, ya habría alertado a todos los servicios de inteligencia presentes en el Planeta, amigos o enemigos.

Las charreteras negras que distinguían a los miembros de dicha División, eran a la presencia de algún pez gordo lo mismo que la Banda Oficial de Música a los festejos de la Unificación. Ruidosos e inseparables.

Todo ello, en realidad, daba clara muestra de la insultante prepotencia de Los Siete en el gobierno de la Galaxia. Se mantenía una cierta discreción en las operaciones, pero a desgana. Las precauciones eran pocas. Aunque se intuyera la presencia de agentes de la Federación Revolucionaria, no se realizaba un esfuerzo real para mantener el secreto. Se daba por hecho que el poder de la Jerarquía Unificada era tan inmenso que nada podría hacerlo tambalear.

Nadie podía culparles. Tenían mil años de pruebas a su favor.

Ni siquiera la aparición, en los últimos tiempos, de la Federación Revolucionaria, parecía hacer temblar los cimientos del sólido edificio levantado por Los Siete.

Los revolucionarios habían comenzado muy fuerte. Tras la defección de varios cientos de oficiales y tripulantes descontentos con la forma en la que la Heptalogía conducía el gobierno de la Galaxia la Federación, después de una serie de batallas favorables, tomó el control de algunas colonias periféricas.

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Desde aquellos primeros días el fuego de la lucha revolucionaria pareció extinguirse gradualmente.

En los últimos años los revolucionarios parecían haberse acomodado al “status quo” y se contentaban con ocasionales golpes de mano y ataques a las comunicaciones comerciales de la Heptalogía, más para autoabastecerse que para causar una molestia real al enemigo. La Jerarquía a su vez había decidido mirar hacia otro lado y no embarcarse en una guerra civil frente a quienes fueron sus aliados.

Un empate técnico que nadie parecía con ganas de romper.

Sólo las inquietantes noticias a las que había tenido acceso en la reunión con el Supervisor parecían ensombrecer mínimamente el horizonte de la Jerarquía Unificada. Al parecer los revolucionarios se estaban tornando en un movimiento más agresivo y debían manejar serios problemas internos. Podrían avecinarse tormentas.

No obstante, no pasaría de mera molestia para el gobierno de la Jerarquía.. Los Siete todavía conservaban una superioridad de mil a uno en recursos, naves y tropas.

Por supuesto, a él no le concernía toda la maldita guerra en su conjunto. Su trabajo estaba hecho.

En unas horas, si no pasaba nada raro estarían a bordo de la Flecha de Bhelg y de regreso a casa. Estuviera donde estuviera su casa, claro está.

Tampoco le concernía la comparecencia del Gobernador y su show de patriotismo con montaje de video y audio incorporado.

Había visto mil cosas así, o parecidas.

Y no podía decirse que el Gobernador Williamson fuera mal actor, vaya que no. Esperaba que la Jerarquía supiera pagar los honorarios que merecía un artista de ese calibre. Estaba seguro de ello.

Todo estaba en orden. Mercancías prioritarias. Manipulaciones de la Jerarquía. Una jornada de trabajo común para un Capitán de la Armada Estelar con resaca.

Sólo quedaba un detalle. Algo que si le interesaba vivamente.

- Por cierto, Zak, ahora que el teniente no está. ¿Qué era eso que me quería contar acerca del dispositivo de escucha que le puso al Comendador?

- Bueno señor, con las prisas no puede instalar el dispositivo que me habría gustado, de tener más tiempo. No pude diseñar nada que fuera de un tamaño lo suficientemente reducido como para ser indetectable y a la vez lo suficientemente grande como para que fuera un dispositivo transmisor.

- Abrevie, Zack.

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- El dispositivo es únicamente de grabación, lo que quiere decir, en definitiva, que no podremos escuchar lo que el Comendador haya dicho hasta que no recuperemos el aparato en sí.

- De acuerdo pues. No debe haber problemas. Según la hoja de ruta debemos llevar al Comendador a la Colonia 593 -gh-bld. Cuando suba a bordo buscaremos la Túnica Ceremonial y recuperaremos el aparato…

La conversación fue súbitamente interrumpida por la presencia del Teniente Bherg.

Aquí estaba el estirado chico de la Academia, con su uniforme hecho a medida. Impecable. Tan rígido como siempre.

No quería ni pensar el escándalo que armaría si se enterase de la existencia del dispositivo de grabación..

- Capitán, todo en orden. - Buen trabajo mi Teniente. Déjeme decirle que paga usted las cuentas con la

mayor eficacia que haya visto en mis años de servicio en la Armada. Escribiré un informe de mención destacada para usted. Ojalá le asciendan pronto a Capitán y pueda disfrutar del mando de una nave para usted sólo. Su carrera es muy importante para mí, Alfred. Aunque le echaremos de menos en La Flecha de Belg.

El capitán Litis ensayó una amplia sonrisa de pirata.

El teniente Bherg, por el contrario, deseó más que nunca que el ascenso se hiciera realidad.

Siendo sinceros, se conformaría incluso con que le destinasen a la Unidad de Enterradores de la Armada Estelar con el grado de Tripulante Raso.

Lo que fuera necesario para quitarse de encima al viejo borracho.

- Brindemos por no volver nunca más a El Agujero. Nuestra misión aquí ha terminado. Retirémonos al Puerto Estelar - ordenó el Capitán.

Los tripulantes de la Flecha de Bhelg abandonaron la estancia acompañados por las miradas más o menos disimuladas de la práctica totalidad de los presnetes en el Centro de Ocio nº 16 de la capital de El Agujero.

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Sentado en la sombras de ese mismo Centro, el cabo Cristopher Declerk del Servicio Secreto de la Guarnición de la Colonia 267-gh-bld, observó como el Capitán Litis y sus subordinados abandonaban el salón de licores.

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Discretamente sacó del bolsillo de su chaqueta una Agenda Electrónica e interrumpió el proceso de grabación en curso.

No había sido difícil acercarse a la mesa del Capitán con unas jarras de bebida e iniciar una conversación banal. Parecía simpático el tal Litis. El típico oficial veterano de carrera mediocre, con un punto cínico y amargado. Imbatible a la hora de beber kamooro o cualquier otro tipo de brebaje alcohólico de la Galaxia.

Menos difícil aun había sido instalar un dispositivo adhesivo de grabación bajo la mesa en la que estaban sentados. Para un integrante del Servicio de Inteligencia era pan comido. La lección uno del cursillo de espías.

Accionó el reproductor. Había llegado el momento de averiguar si la gestión encomendada por el Comendador Seerp había tenido algún fruto o, alternativamente, si se disponía a escuchar una conversación anodina entre tres obedientes miembros de la Armada Estelar.

Apurando su bebida escuchó mediante unos discretos auriculares los 26 minutos de la grabación. Sólo al final de la misma recibió su premio. Sin inmutar el gesto apagó el reproductor y salió del Centro de Ocio.

Realizó sus cálculos mentales. Aunque en teoría trabajaba al servicio de la Jerarquía Unificada en los años transcurridos bajo las órdenes de Seerp había aprendido que la lealtad era un concepto sumamente relativo.

Había visto demasiado.

No podía decirse que los métodos de gobierno de Los Siete le produjeran una repulsa de índole moral, pero si que le habían dejado clara una consigna: Los Siete sólo son fieles a los Siete, los Jerarcas de Primer Rango son fieles a los Siete en la medida en que esa fidelidad les suponía su correspondiente y jugosa parte del pastel y así sucesivamente a medida que uno iba descendiendo en la escala de poder de la Heptalogía.

Allí en la Doscientos Sesenta y Siete, al final de la cadena de mando que se iniciaba en el Núcleo Estelar ser fiel a Los Siete era como ser fiel a un Agujero Negro, distante, silencioso, peligroso y egoísta.

Allí en El Agujero él debía fidelidad a quien le hacía partícipe de su parte del pastel. A quien realmente le necesitaba, a quien no podía prescindir de él ni delatarlo.

Al Supervisor Seerp.

Los dos sabían demasiado el uno del otro: En cierta medida sus destinos eran uno sólo.

Accionó el intercomunicador.

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- Supervisor. Lo tenemos. Al parecer a nuestro Capitán le va el doble juego. - Siga Declerk- Los ojos del Supervisor, se iluminaron súbitamente.

El Cabo Declerk aguardó unos segundos. Un oficial de la Armada Estelar inusualmente alto se disponía a entrar en ese momento en el Centro de Ocio nº 16 y se acercaba a su posición. Se cruzaron un breve saludo de cortesía.

Al ver alejarse al altísimo oficial, asegurándose de que no podría escucharle, el Sargento Declerk volvió a accionar el intercomunicador.

- Señor, el Capitán Litis está espiando al Comendador. Lo tengo todo grabado.

A unos kilómetros de allí, en la Sala de Gobierno de la Colonia el Supervisor Seerp cerró los ojos en un rictus de placer. El apellido Litis, causante de su desgracia, sufriría una grave deshonra y él podría sacarle buen provecho.

A unos cientos de metros de la posición de Declerk el altísimo oficial de la Armada que se había cruzado segundos antes con el Cabo Declerk reprimió un grito de agonía.

Las previsiones del alto mando eran correctas. Un Comendador había acudido a El Agujero.

Le asaltaron recuerdos de gritos.

De fuego.

De traición.

Recuerdos de un juramento.

Y una palabra.

Haashadam.

CAPITULO NUEVE: HAASHADAM. LA COLONIA 122- XH- DHER.

“Acaso piensas que puedes ser feliz mientras yo me arrastro bajo el peso de mi desdicha? Podrás destrozar mis otras pasiones; pero queda mi venganza, una venganza que a partir de ahora me será más querida que la luz o los alimentos”

Mary Shelley

Detenido frente al Centro de Ocio nº 16 de la Colonia Gh- Bld-267 un altísimo oficial de la Armada Estelar recordó un nombre y un juramento.

El nombre era Haashadam.

El juramento: venganza.

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Inmóvil en mitad de la noche de la Doscientos Sesenta y Siete recordó los gritos, el fuego y los llantos desesperados de los recién nacidos.

A su mente retornó el paisaje púrpura de Haashadam, arruinado para siempre.

Y recordó al patriarca de su Hoori, sentado en la oscuridad de la noche, narrándole, para que nunca la olvidara, la historia de aquellos gigantes brillantes que oscurecieron el cielo.

Habían transcurrido las cuatro estaciones más de trescientas veces desde el Descubrimiento de la Cueva cuando, llegados en sus brillantes naves metálicas, los hombres de uniforme azul hollaron la superficie de Haashadam y solicitaron hablar con el pueblo Haashi.

El pueblo Haashi los escuchó.

Los hombres de los uniformes azules eran serios y distantes. Tenían bordadas en sus pecheras siete estrellas negras de ocho puntas.

Hablaron de paz, de comercio, de mutua colaboración. Ansiaban explorar el planeta, buscando minerales y tierras de cultivo.

El Pueblo Haashi dijo a los hombres de las siete estrellas que sus tierras eran pobres, que la hierba púrpura que poblaba sus hermosas llanuras apenas permitía el crecimiento de otros vegetales. El pueblo Haashi era frugal, pero necesitaba alimentos para los tiempos de sequía.

Los hombres pidieron a los haashi que les permitieran explotar su planeta. Si encontraban algo de su interés, dijeron, traerían alimentos para que el pueblo haashi ya nunca sufriera periodos de escasez.

A cambio, sólo debían dejarles establecer una colonia y extraer todo el mineral que quisieran. El pueblo Haashi se mostró de acuerdo.

Entonces llegaron a Haashadam otras naves de tamaño aun mayor, que exploraron el planeta. Los hombres de los uniformes azules se reunieron con los líderes de los haashi : había minerales de su interés en el subsuelo. La Jerarquía Unificada ( así se llamaban a si mismos los hombres de las siete estrellas) protegería a los haashi, les traería alimentos. El pueblo de Haashadam sólo tendría que permitir la explotación de esos minerales y dejar que los hombres de la Jerarquía establecieran algunas ciudades.

El más anciano de nuestros líderes y el más alto cargo de aquellos hombres se dieron la mano. El pueblo de Haashadam había sellado un acuerdo con los hombres de la Heptalogía.

Para el pueblo haashi cuando dos hombres libres enlazan sus manos lo acordado es ley y quebrantar ese acuerdo, la peor de las traiciones.

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Llegaron entonces más naves, máquinas y hombres. Construyeron sus ciudades y sus minas.

Los haashi decidieron por aquel entonces que los hombres de la Heptalogía no conocieran el Don con el que la Cueva había agraciado al pueblo de Haashadam. No era prudente que aquellos desconocidos supieran que el pueblo haashi podía escuchar todos los sonidos que volasen en el aire.

Los haashi decidieron no usar el Don para escuchar a los hombres venidos del espacio. Los líderes decidieron que debían respetar su intimidad.

Y así, los hombres de la Jerarquía trajeron alimentos. Pocos, pero suficientes para que los haashi vivieran en paz en sus llanuras de hierba púrpura y para que una generación más fuera llevada a la Cueva a recibir el Don de sus ancestros.

Cuando transcurrió una Estación completa desde la llegada de los Jerarcas, llegaron a Haashadam más naves cargadas de hombres que poblaron las ciudades que la Jerarquía había construido para ellos. Trabajaron en sus minas.

Estos nuevos hombres, que vestían sencillos atuendos sin ningún emblema bordado, enseguida trabaron amistad con los haashi.

Aquellos hombres eran muy diferentes de los primeros. Eran sencillos. Trabajadores. Hablaban con respeto a los haashi. Compartían sus alimentos.

Se llamaban a si mismos “el pueblo” y a los otros hombres “los conocedores”.

En un principio llamaban a Haashadam con un nombre extraño que les había sido impuesto por los otros hombres. Llamaban a nuestro planeta Colonia 122- XH- DHER, pero pronto olvidaron ese nombre y aprendieron a amar el horizonte púrpura que les cobijaba, y a llamarlo por su nombre ancestral.

Los haashi eran de una estatura muy superior a los hombres, y de cuerpos más delgados, pero ambas razas se asemejaban y se atraían.

Al amparo de las praderas púrpuras los hombres y las mujeres de ambos pueblos se citaron bajo el manto de la noche.

Se concertaron matrimonios.

La mezcla de la sangre haashi con la de aquellos hombres buenos no podría traer malos augurios para Haashadam. Quizás la era dorada de aquel planeta de hierba púrpura vendría de la mano de aquellos hombres honrados que llegaron desde el cielo y vestían sencillos atuendos.

Los hombres de los uniformes azules, los Conocedores, no trabaron amistad con los haashi, y solo se relacionaban con ellos para los asuntos estrictamente esenciales.

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De los enlaces entre los haashi y "el pueblo" nacieron hijos. Aquellos vástagos eran más altos que los pueblos venidos del espacio pero de menor estatura que los haashi de raza pura. Por lo demás podrían confundirse entre ambas razas como uno más de sus hijos pues en casi nada se diferenciaban.

Entonces los líderes tomaron una decisión: los nacidos de aquellos matrimonios mixtos eran hijos de Haashadam y tenían por tanto el derecho a ir a la Cueva a recibir el Don.

Con alegría pudieron comprobar que aunque su sangre no era totalmente haashi, tras el ritual de los siete soles y siete lunas aquellos nacidos podían escuchar todos los sonidos que flotaban en el aire.

Así mismo se comprobó que los hombres del “el pueblo” no recibían el Don aunque permanecieran en la Cueva junto a sus hijos los siete soles y las siete lunas que marcaba la tradición.

El Don entonces llegó al conocimiento de los hombres de la Jerarquía. Insistieron en ver la Cueva y trajeron sus máquinas para averiguar que estaba pasando.

Cuando obtuvieron sus resultados hubo un gran revuelo entre los hombres de las siete estrellas. Los Haashi, alarmados, usaron el Don para escucharlos y pudieron saber que el subsuelo de Haashadam estaba compuesto en su mayor parte por una roca hecha del mismo material que la Cueva. Sus científicos relacionaron el Don de nuestro pueblo con aquella roca.

Entonces llegó un Jerarca al que los hombres de las siete estrellas llamaban El Comendador. El Comendador se reunió con sus científicos. Aquel mineral, les dijo, ponía en peligro la seguridad de la Jerarquía Unificada. Nadie podría conocer su existencia.

Entonces los científicos idearon un sistema para cambiar la composición de las rocas del subsuelo de Haashadam. Hablaron de graves consecuencias para los habitantes, de retirar a la población, de abandonar el planeta.

Aquel Comendador descartó las advertencias y les dijo que usaran sus máquinas para cambiar la composición de las rocas de Haashadam. Que él se encargaría de la población.

Los Haashi y los hombres de “el pueblo” conocedores de los planes de los Jerarcas solicitaron una audiencia con aquel Comendador para negociar un acuerdo. Los Jerarcas dijeron a los líderes de nuestro pueblo que en ocho días recibirían su respuesta.

Y a los ocho días desde aquel en el que pidieron audiencia al Comendador, apareció en el horizonte un enjambre de naves.

Algunas de ellas esparcían un líquido de color negro encima de las montañas, praderas y lagos hasta que toda la tierra quedó oscurecida y arruinada.

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Otras, las más grandes, vomitaban fuego y desembarcaban hombres armados.

Uno a uno, los asentamientos de los haashi fueron masacrados. Una a una, las ciudades de los hombres buenos fueron destruidas.

Hombres que luchaban desesperadamente, mujeres que protegían a sus niños y niños que lloraban desconsoladamente.

Solo unos cientos de haashi y algunos hombres de El Pueblo pudieron ocultarse en las junglas más sombrías del planeta y permanecer ocultos a los Jerarcas.

Los hombres de las siete estrellas todavía permanecieron algunos meses en el planeta, esparciendo más líquido negro hasta que con ayuda de sus máquinas se aseguraron de que no quedaba más roca como aquella que estaba en la Cueva.

Entonces se marcharon.

Los haashi supervivientes volvieron a quedarse solos en su planeta, y salieron de sus escondrijos.

El horizonte púrpura de Haashadam era ahora una infinita línea negra.

Las tierras, ya de por sí pobres, ahora apenas otorgaban alimento alguno.

El aire, enrarecido por los efluvios de aquel líquido, causaba decenas de muertes entre los haashi y provocaba que muchos hijos de Haasadam nacieran con horribles deformidades.

Pocos recien nacidos, aun los sanos, sobrevivían más de una estación en aquella atmósfera viciada.

Las bestias adoptaron formas de pesadilla y se tornaron feroces y poderosas.

Los supervivientes de los Haashi y los de El Pueblo unieron sus esfuerzos.

Fueron diezmados, pero sobrevivieron.

Pronto descubrieron que La Cueva había sido destruida y sus rocas de color púrpura, pulverizadas. El Don desaparecería con la muerte de los que habían sido iniciados antes de la destrucción de La Cueva.

El ritual de los siete soles y la siete lunas ya no tenía sentido, y fue abandonado.

Los líderes de los haashi decicieron entonces que debían curtir a su raza en la lucha, en la guerra, y en el odio inextinguible a sus genocidas. Los supervivientes del El Pueblo quedaron asimilados a los haashi y compartieron la misma sed de venganza.

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El entrenamiento que no pudiera dar la arruinada tierra de Haashadam y sus extremas condiciones de vida lo daría una educación enfocada a convertir a los nuevos nacidos en expertos guerreros con un sólo enemigo y un sólo objetivo.

Aquel sería su nuevo Don.

Los haashi no conocían el universo ni sabían viajar por el espacio pero sabían, dentro de sus corazones, que llegaría la oportunidad para vengar a sus muertos. Su deber como pueblo era estar preparados para cuando ese momento llegase.

El antiguo rito iniciático fue sustituido.

Ahora, cuando un haashi cumplía dieciocho ciclos de estaciones se le llevaba a las ruinas de la Cueva.

Allí, rodeado de todo el pueblo de Haashadam, repetía un juramento.

Paralizado ante el Centro de Ocio nº 16 de la Colonia 267- Gh- Bld un hombre alto, enfundado en un uniforme de la Jerarquía Unificada, recordó las palabras del Patriarca de su Hoori y que sólo transcurrieron ocho días desde que él realizó el ritual ante la Cueva cuando aparecieron aquellas naves que masacraron a su pueblo y arruinaron a su planeta. Que él fue el último de entre los suyos que recibió el Don.

También fue el primero que realizó el juramento ante las ruinas.

Y ahora, a miles de millones de kilómetros de distancia de su patria, se encontraba a tan sólo unos metros de alguien que tenía el mismo título que el que ordenó la muerte de su padre, de su madre y de sus dos pueblos.

Recordó que fue un Comendador de la Jerarquía Unificada el que ordenó el genocidio de los suyos y la destrucción de aquellas praderas púrpuras donde jugaba de niño.

Sonrió amargamente.

Su pueblo siempre estuvo en lo cierto. La esperanza que aliviaba la tristeza en los funerales no era vana. El objetivo que secaba las lágrimas de dolor por cada niño muerto ahora estaba al alcance de la mano.

Los hijos de Haashadam iban a ser vengados.

Aspiró profundamente. Aquel aire era limpio.

Un odio sereno le recorrió la espina dorsal.

En un susurro prácticamente inaudible, con voz ronca, lenta, cadenciosa, acariciando las palabras como si pudiera segar con cada una de ellas la vida de los

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culpables de aquella masacre, repitió en lengua haashi el juramento que pronunció ante su pueblo:

“Declaro ante las ruinas de la Cueva que soy hijo fiel del Pueblo de Hasshadam. Nieto, hijo y hermano de los mártires que fueron traicionados y asesinados por la Jerarquía. He sobrevivido dieciocho ciclos al hambre, a la tierra envenenada, al aire putrefacto y a las bestias enloquecidas. Juro ante mi pueblo que no conoceré el descanso hasta que los haashi encuentren la venganza. Hasta que las muertes provocadas por el Comendador de los hombres de las siete estrellas y sus soldados sean pagadas con muerte. Sólo entonces seré libre y mi pueblo conmigo”

CAPÍTULO DIEZ: UNA REUNIÓN SECRETA

El Supervisor Seerp descendió apresuradamente del transbordador. Su escolta le seguía a duras penas.

Repasó mentalmente la revelación que, minutos antes, le había realizado su fiel Declerk. Había escuchado la grabación de la conversación mantenida por el Capitán con uno de los miembros de su tripulación.

No había espacio para la duda.

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El Capitán Darius Litis, de la Armada Estelar, hijo segundo del Barón de Lithus- khan, era un espía. Un traidor.

Sin duda era cosa de familia. De una parte de aquella familia, al menos.

Las bazas estaban ahora en su mano. La cuestión estribaba en el modo de jugarlas.

Y era una cuestión en extremo delicada. La baza era magnifica pero los jugadores sentados a la mesa, muy peligrosos.

No se trataba de acusar de traición y espionaje a un mero Capitán de la Armada Estelar.

Se trataba de acusar al hermano de uno de Los Siete.

Y no a cualquiera de ellos.

Los Siete, como órgano supremo de gobierno de la Galaxia, funcionaban como dirección colegiada, solidaria. Cada uno de Los Siete representaba a una de las siete Repúblicas planetarias fundacionales de la Jerarquía Unificada.

Ellos eran la voz y la voluntad de uno de los miembros fundacionales de aquella coalición para tiempos de guerra formada hace mil años y que a la postre terminó dominando la práctica totalidad de la Galaxia y convirtiéndose en el gobierno hegemónico de la misma.

En una casta de gobernantes.

En la Comisión Federal de Gobierno (aunque casi nadie usaba esta antigua denominación oficial para referirse a Los Siete) cada una de las entidades fundacionales obraba en pie de igualdad. Un miembro, un voto.

Sin embargo, por razones de eficacia en el gobierno de la Jerarquía, cada siete años Los Siete elegían a un Primus Inter Pares, a un Primer Administrador que se encargase del gobierno ordinario del estado.

Paradojas del destino, aquel Capitán de carrera mediocre era hermano de Frederick Litis, el Primus Inter Pares de Los Siete. El Primer Administrador de la Jerarquía Unificada. El regidor de la galaxia.

Y también, para engrosar la paradoja, hermano del traidor por antonomasia. Del enemigo público número uno de la Jerarquía Unificada. De aquel que lideró un movimiento insurreccional de oficiales de la Jerarquía para cambiar el estado de cosas en nombre de la libertad.

Del General Hermann Litis, Canciller de la Federación Revolucionaria. Del hombre que arruinó la carrera del Supervisor Seerp.

El terreno era delicado, pero la baza era magnifica.

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La grabación de Declerk no dejaba lugar a dudas. El Capitán Darius Litis espíaba al Comendador al servicio de la Federación Revolucionaria que comandaba su hermano Hermann.

En cualquier caso, debía andarse con mucho cuidado. Acusar al hermano del Primus era una apuesta arriesgada y perderla sólo podía significar una cosa.

Prefería no pensarlo.

Tenía la grabación cuidadosamente guardada en sus archivos. No había ningún cabo suelto.

- ¿Qué desea, Supervisor? Se le advirtió que no se aproximara a este Edificio mientras el Comendador dispusiera de él.

Seerp contempló la imponente figura de un Sargento de la División Especial. La élite de las tropas de tierra de la Armada Estelar. Conocidos por su fidelidad a las órdenes de los Altos Jerarcas y su fría capacidad para llevarlas a cabo.

Hizo acopio de bravura y de calma.

- Sargento. Sin duda los asuntos del Comendador son de la mayor importancia y en cualquier otro caso no le molestaría. Pero tengo en mi poder una información que compromete la seguridad de la Jerarquía y creo que sería del mayor interés y de la mayor urgencia comunicárselo al Comendador. Déjeme pasar.

El Sargento de la División Especial de Tierra Thadeus Morsel observó al Supervisor Planetario Seerp como si se tratase del último de los funcionarios de la Heptalogía. Cruzo su mirada con él unos segundos, sin pronunciar palabra.

- No. Entraré yo y le diré al Comendador que tiene usted una información importante para él. Su Excelencia decidirá.

- Que sea así Sargento, pero adviértale que la rapidez en este caso es esencial.

El Sargento de la guardia personal del Comendador abrió la puerta y se introdujo en el Edificio que la División Especial había vaciado, registrado y acondicionado para la celebración de aquella misteriosa reunión.

Ninguno de los hombres del Servicio Secreto de Seerp había podido averiguar nada.

Un equipo de hombres del Comendador supervisó el aterrizaje de un anodino Carguero comercial en el Puerto Estelar de la Doscientos Sesenta y Siete. Se encargó asimismo de transportar al misterioso dignatario a aquel edificio previamente preparado, asegurándose de crear una impenetrable burbuja de seguridad a su alrededor. Nadie pudo ver el rostro del interlocutor del Comendador.

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Fuera quien fuera el misterioso personaje, resultaba meridianamente claro que era de la mayor importancia que nadie, más allá de la fiel Guardia Personal del Comendador, conociera su identidad.

Sin duda, pensó Seerp, ese era el motivo de celebrar aquella reunión en tierra ( y concretamente en la Doscientos Sesenta y Siete ) y no a bordo de un navío de la Armada.

De todos era conocida la rivalidad entre la Armada Estelar y la Jerarquía Civil.

Si los Siete necesitaban ese grado extremo de discreción sólo podría garantizárselo la División Especial de Tierra, a salvo de las celosas miradas de la Armada Estelar ordinaria, cuya fidelidad en otros tiempos había dado señales de no ser todo lo inquebrantable que debiera.

Lo demostraba el hecho de la defección de un número importante de oficiales de la Armada durante los acontecimientos que dieron lugar al nacimiento de la Federación Revolucionaria.

Sin embargo, en el transcurso de aquellos hechos ni uno sólo de los miembros de la División Especial tomó partido por los revolucionarios.

Aunque jerárquicamente dependiente de la Armada, la División Especial realmente sólo obedecía órdenes directas de Los Siete y de los Comendadores. Su cadena de mando era independiente de la Junta de Jefes de la Armada Estelar.

Solo respondían ante sus propios oficiales y, en último extremo, ante el comandante de la División, quien a su vez, con el grado de General Especial de la Jerarquía, sólo respondía ante Los Siete y sus Comendadores. Un integrante de la División Especial tenía el derecho a desobedecer una orden emitida por un oficial de la Armada ordinaria si contravenía un dictado de su Unidad.

En cuanto al lugar de celebración de la entrevista, si querían un lugar secundario y alejado de los focos de atención de la Galaxia, El Agujero era sin duda el candidato ideal.

Sumido en aquellas reflexiones el Supervisor Seerp se dispuso a esperar las noticias del Sargento.

Si algo había aprendido en todos estos años en la Doscientos Sesenta y Siete era el valor de la paciencia.

Y la baza era tan buena que cualquier espera, por larga que fuese, valdría la pena.

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El Sargento Thadeus Morsel, de la Guardia personal del Comendador, se dirigió con paso firme a la sala donde su jefe se reunía con aquel interlocutor secreto.

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Información reservada.

Reservada para el resto del planeta, pero no para él y sus hombres que habían escoltado al dignatario desde el Puerto Estelar, al descender del Carguero, garantizando que nadie más lo viera.

No obstante para el sólo era un rostro. Su identidad no le importaba.

La fidelidad de la familia Morsel a Los Siete y a la División Especial se encontraba registrada en muchas páginas de los Libros de Actas de la unidad.

Cinco generaciones de Morsel habían tenido ya el honor de lucir las charreteras negras.

Escoltar. Transportar. Disparar. Obedecer.

Ninguna pregunta.

Veinte años de servicio (la carrera de un integrante de la División Especial era mucho menos larga que la de otro integrante de la Armada) y un retiro dorado en uno de los planetas del Nucleo Estelar o las Primeras Colonias, donde tenían reservadas las mejores tierras y los mayores privilegios.

Veinte años para obedecer y no hacer preguntas y toda una vida de comodidad y lujos. Era un buen trato.

La puerta de la Sala estaba abierta. El Comendador no consideraba necesaria la cautela. Nunca, en la historia de la División se había producido un caso de defección o de espionaje.

Y aquellos hombres en concreto habían sido seleccionados con especial cuidado para realizar la misión. La crema de la División. Los perros más fieles.

Al acercarse a la habitación que ocupaba el Comendador con su interlocutor secreto, pudo escuchar un retazo de la conversación…

- Pero mi querido Comendador, creí necesario… - Usted ha cometido un craso error. El Primer Administrador y los restantes

Jerarcas están decepcionados con...digamos...las libertades que se toma y su falta de discreción y de sentido común. Con imprudencias como esta todo el plan podría irse al traste…

- Pero… - Guarde silencio. Lo hecho ya no tiene arreglo. Aunque los acontecimientos

han ocurrido demasiado a la vista de todos todavía tenemos las cosas firmemente controladas. Hemos trazado un plan para eliminar todo riesgo….

- Comendador, disculpe la interrupción - Si Sargento. Espero que sea importante.

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- El Supervisor Seerp está en la puerta. Dice que tiene una información de crucial importancia, que compromete a la seguridad de la Jerarquía…dice que es cuestión urgente, Señor.

- Bien. Dígale que se retire a sus dependencias. Cuando acabe la reunión me reuniré con él.

- A sus órdenes Excelentísima.

El Sargento de la División Especial se retiró de la estancia. Mientras avanzaba por el pasillo pudo todavía escuchar la voz del Comendador dirigiéndose a su interlocutor.

- Escuche. Lo primero que hay que hacer es continuar con el plan original, en su versión más dura. Lo segundo, y simultaneo… Hay que aplastar esa revolución de una vez por todas. Y usted se encargará de ello….

El Sargento se alejó lo suficiente para dejar de escuchar la conversación de su jefe con aquel misterioso dirigente.

Pensó en que sólo le restaban 6 años de servicio para tomar posesión de aquellas tierras frescas y fértiles. En llevar a su familia a un retiro dorado y en criar a sus hijos hasta que fueran reclamados por la División Especial.

Escoltar. Transportar. Disparar. Obedecer.

Olvidar.

La vida le trataba bien.

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Unos ojos espiaban desde la lejanía el momento en el que el Sargento de la División Especial de Tierra salía del Edificio y se dirigía al Supervisor Seerp.

Aunque a cientos de metros de distancia, observando la escena con unos binoculares electrónicos aquel observador silencioso pudo escuchar con nitidez la conversación. Así lo hacía posible el Don de sus ancestros haashi.

-Supervisor, el Comendador le ordena que aguarde en sus dependencias. Él irá a entrevistarse con usted.

- Que así sea Sargento. Esperemos que no sea tarde para entonces.

Aquellos ojos azules observaron como el Supervisor subía a un transbordador y desaparecía de la escena. Se posaron en los hombros de aquel Sargento de porte marcial. Aquellas charreteras negras lo delataban como un miembro de las huestes que arrasaron a su pueblo y convirtieron su planeta en un infierno.

Desconectó los binoculares.

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Acarició levemente su cinturón.

Había llegado la hora de pasar a la acción.