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El Observador en Medicina. Samuel Hahnemann. Traducción. Lic. Hom. Francisco Navarro Rincón. Con el fin de poder ser capases de observar bien, el médico necesita poseer, lo que no se encuentra entre los médicos ordinarios, inclusive en un grado moderado; la capacidad y el habito de notar cuidadosa y correctamente los fenómenos que toman lugar en las enfermedades naturales. Así como aquellos que ocurren en los estados mórbidos artificialmente excitados por medicinas, cuando son experimentadas en el cuerpo sano, y la habilidad para describirlos con las expresiones más apropiadas y naturales. Con el fin de percibir con precisión lo que debe ser observado en los pacientes, debemos dirigir todo nuestro pensamiento al asunto que vamos a tratar, debe salir de nosotros mismos, como debe ser, y fijar, por así decirlo, todo el poder de nuestra concentración sobre ello, con el fin de que nada de lo que está realmente presente, que tenga que ver con el tema, y que puede ser determinado por los sentidos, pueda escapar de nosotros. Fantasías poéticas, ingenio fantástico, y especulación, debe suspenderse por un tiempo, y todo razonamiento excesivo, interpretación forzada y tendencia a explicar las cosas más allá, debe ser suprimido. El deber del observador es, entonces, solo el tomar nota de los fenómenos y su curso; su atención debe estar en el observar; no solo que nada presente escape a su observación, sino que también, lo que observe lo entienda exactamente como es.

El observador en medicina

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El Observador en Medicina.

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Page 1: El observador en medicina

El Observador en Medicina.

Samuel Hahnemann.

Traducción. Lic. Hom. Francisco Navarro Rincón.

Con el fin de poder ser capases de observar bien, el médico necesita

poseer, lo que no se encuentra entre los médicos ordinarios, inclusive

en un grado moderado; la capacidad y el habito de notar cuidadosa y

correctamente los fenómenos que toman lugar en las enfermedades

naturales. Así como aquellos que ocurren en los estados mórbidos

artificialmente excitados por medicinas, cuando son experimentadas

en el cuerpo sano, y la habilidad para describirlos con las expresiones

más apropiadas y naturales.

Con el fin de percibir con precisión lo que debe ser observado en los

pacientes, debemos dirigir todo nuestro pensamiento al asunto que

vamos a tratar, debe salir de nosotros mismos, como debe ser, y fijar,

por así decirlo, todo el poder de nuestra concentración sobre ello, con

el fin de que nada de lo que está realmente presente, que tenga

que ver con el tema, y que puede ser determinado por los

sentidos, pueda escapar de nosotros.

Fantasías poéticas, ingenio fantástico, y especulación, debe

suspenderse por un tiempo, y todo razonamiento excesivo,

interpretación forzada y tendencia a explicar las cosas más allá,

debe ser suprimido.

El deber del observador es, entonces, solo el tomar nota de los

fenómenos y su curso; su atención debe estar en el observar; no

solo que nada presente escape a su observación, sino que

también, lo que observe lo entienda exactamente como es.

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Esta capacidad de observar con precisión nunca podrá ser una

facultad innata; debe ser principalmente adquirida por la práctica,

refinando y regulando las percepciones de los sentidos, es decir,

ejercitando una severa crítica, en lo que se refiere a las impresiones

rápidas que obtenemos de los objetos externos y al mismo tiempo la

calma necesaria y firmeza de juicio debe ser preservada. Junto con

una completa desconfianza de nuestros propios poderes de

aprehensión.

La vasta importancia de nuestro tema, debe hacernos dirigir las

energías de nuestro cuerpo y mente hacia la observación; y la gran

paciencia apoyada con el poder de la voluntad, debe sostenernos en

esta dirección hasta finalizar la observación.

Para educarnos en la adquisición de esta facultad, un conocimiento de

las mejores obras de los griegos, y romanos es útil, a fin de que

seamos capases de poder alcanzar la franqueza en el pensar y en el

sentir, como también la idónea simplicidad de expresar nuestras

sensaciones; también el arte de dibujar la naturaleza es útil, ya que

pone en práctica y agudiza nuestro ojo, y por lo tanto también

nuestros otros sentidos, enseñándonos a formar una verdadera

concepción de los objetos y representar lo que observamos,

verdadera y puramente, sin ninguna adición fruto de la fantasía.

Un conocimiento de las matemáticas también nos da la severidad

necesaria en la formación de un juicio.

Así equipado, el observador médico, no puede fallar al cumplir su

objetivo, especialmente si tiene constantemente ante sus ojos la

excelsa dignidad de su vocación, --- como representante del padre

todo poderoso, y preservador, de atender a sus amadas criaturas,

mediante la renovación de sus sistemas cuando han sido devastados

por la enfermedad.

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El sabe que la observación de los asuntos médicos debe hacerse con

un espíritu sincero y santo, bajo la mirada del Dios que todo lo ve, el

que juzga nuestros pensamientos más secretos, debiendo registrarse

con el fin de satisfacer una conciencia recta, con el fin de que puedan

ser comunicados al mundo, bajo la conciencia de que ningún bien

terrenal es más digno de nuestros celosos esfuerzos que la

preservación de la vida y la salud de nuestros semejantes.

La mejor oportunidad para ejercer y perfeccionar nuestra facultad de

observación, se produce mediante la institución de los experimentos

con medicamentos sobre nosotros mismos. Evitando al mismo tiempo

todas las influencias extranjeras e impresiones mentales

perturbadoras en esta importante operación, el experimentador

después de que él ha tomado la medicina, mantiene toda su atención

hacia todas las alteraciones de la salud que tienen lugar en y dentro

de él, con el fin de observar y correctamente registrarlos. Con su sentir

cada vez más despierto y sus sentidos siempre a la expectativa.

Al continuar con esta investigación cuidadosa de todos los cambios

que se producen dentro y en él mismo, él experimentador alcanza la

capacidad de observar todas las sensaciones, ya sean siempre

complejas, que experimenta de las medicinas que prueba, y todos

incluso los más finos matices, de la alteración de su salud y de

registrarlos en las expresiones apropiadas y adecuadas a su distinta

concepción de ellos.

Aquí solo es posible para el principiante hacer observaciones puras,

correctas, y no perturbadas, porque él sabe que no se engañaría a sí

mismo, no hay nadie que le diga alguna cosa que sea falsa, y él

mismo siente, ve, y se da cuenta, de lo que sucede sobre él. Así

adquirirá práctica para que pueda hacer observaciones igualmente

precisas sobre otros también.

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Por medio de estas investigaciones puras y precisas, seremos

consientes, de que toda la sintomatología, que hasta ahora existe en

el sistema ordinario de medicina, era solo un asunto muy superficial, y

que la naturaleza acostumbra desordenar la salud del hombre en

todas sus sensaciones, y funciones, por medio de la enfermedad o de

una medicina en infinitas y diversas formas; tanto que una sola palabra

o una expresión general es totalmente inadecuada para describir las

sensaciones morbosas y síntomas que a menudo son de carácter tan

complejo, si queremos retratar realmente, verdaderamente y

perfectamente las alteraciones en el estado de salud con las que

tratamos.

Ningún pintor fue alguna vez fue tan descuidado como para no poner

atención a las marcadas peculiaridades en las características de la

persona de la cual deseaba hacer una semejanza, o de considerar que

es suficiente el hacer dos agujeros redondos debajo de la frente a

modo de ojos y entre ellos dibujar algo largo dirigido hacia abajo,

siempre en la misma forma, a modo de nariz, y debajo de esta poner

una hendidura que cruza la cara, como boca de esta o de cualquier

otra persona; ningún pintor, ¡Yo digo! anduvo delineando los rostros

humanos de una manera tan grosera, ruda y descuidada; ningún

naturalista fue capaz de trabajar de esta manera al describir cualquier

imagen natural, tal, nunca fue la manera en la que ningún zoólogo,

botánico, o minerólogo actuó.

Fue solo la semiología de la medicina ordinaria que se puso a trabajar

de tal manera, al describir los fenómenos mórbidos. Las sensaciones

que difieren tan enormemente unas de otras, y las innumerables

variedades de los sufrimientos de los muchos tipos diferentes de

pacientes, estaban tan lejos de ser descritas según sus divergencias y

variedades, en función de sus peculiaridades, la complejidad de los

dolores se componen de diversos tipos de sensaciones, sus grados y

matices, muy lejos estaba la descripción de ser precisa o completa,

tanto que encontramos todas estas infinitas variedades de sufrimientos

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acurrucados bajo términos generales y sin sentido, tales como

transpiración, calor, fiebre, dolor de cabeza, dolor de garganta, crup,

asma, tos, padecimientos del pecho, puntadas en el costado, dolor de

vientre, falta de apetito, dispepsia, dolores de espalda, coxalgia,

padecimientos hemorroidales, desordenes urinarios, dolores en los

miembros, (llamados de acuerdo a la fantasía, gotosos o reumáticos)

enfermedades de la piel, espasmos, convulsiones, etc.

Con tales expresiones superficiales, las innumerables variedades de

sufrimientos de los pacientes fueron eliminadas de las llamadas

observaciones, por lo que, con la excepción de algunos otros severos

síntomas llamativos en tal o cual caso de enfermedad, casi toda

enfermedad pretendía ser descrita con semejanza, como las manchas

de un troquel, o como diversas manchas de un mal pintor, una sobre

otra en la llanura y falta de carácter.

La vocación más importante de todas las vocaciones humanas, me

refiero a la observación de los enfermos y de las infinitas variedades

de su estado de salud desordenado, solo pueden llevarse a cabo de

una forma tan superficial y descuidada, por aquellos que desprecian la

humanidad, de esta manera no puede haber duda ya sea al distinguir

las peculiaridades de los estados mórbidos ni de seleccionar el

remedio único apropiado para las circunstancias especiales del caso.

El médico consiente, que se esfuerza sinceramente en aprender las

peculiaridades de las enfermedades a ser curadas con el fin de ser

capaz de oponer a ellas el remedio apropiado, tendrá mucho más

cuidado al trabajar en su esfuerzo para distinguir lo que debe ser

observado, el lenguaje apenas le será suficiente para permitirle

expresar con palabras apropiadas las innumerables variedades de

síntomas en el estado mórbido; ninguna sensación aunque sea muy

peculiar se le escapara, que haya sido ocasionada en su sentir por

una medicina que haya probado en el mismo. El tratara de transmitir

una idea de ella en el lenguaje mediante la expresión más apropiada

con el fin de ser capas en su práctica de comparar la precisa

delineación de la imagen mórbida con el medicamento de acción

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similar, por lo que, por sí solo, cómo el sabe, se podrá efectuar una

curación.

Tan cierto es que el observador cuidadoso solamente puede

convertirse en un verdadero sanador de enfermedades.