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El cielo nublado se extendía hasta donde alcanzaba su vista, con un sol que tras esa cortina, era apenas una tenue esfera de luz moribunda. El páramo estaba seco y grisáceo con sus árboles calcificados que se elevaban tristes por doquier, separados entre sí por varios pies de distancia. Sus raíces, como dedos esqueléticos, se irradiaban hacía arriba buscando alimento y regalando sombras negras e inmóviles al suelo resquebrajado. En silencio, el viajero se escondió tras un hosco arbusto, a unos veinte metros del lago fétido que estaba por delante. Respirando con dificultad el aire viciado, observó la acuosa superficie. Estaba calma y cubierta por una extraña alga, color sangre, que dominaba ese ecosistema infecto. Se odió a sí mismo por fanfarronear con la exploración de la Tierra y más que nada por asegurar a los suyos que haría contacto directo con su antigua raza dominante. Ahora no podía regresar a su hogar sin lograrlo. En caso contrario lo humillarían a él, y sobre todo a su familia. Otra pestilencia, esta vez ácida y picante, impregnó su nariz, era el bípedo. Caminaba por la orilla, lento y con pasos cortos. Estaba cubierto por alguna especie de manto gris que casi llegaba hasta su cintura y que tenía el lúgubre aspecto del lugar. Se mantenía en pie ayudado de un cayado de madera. Lo vio detenerse, clavando los talones en la arena y girando en su dirección. El viajero comenzó a sentir que la respiración se le aceleraba y el estómago se le sacudía, mientras que un sudor frío que desprendía su piel contrastaba con el asfixiante ambiente. El monstruo se dirigió hacia él. La cara de la bestia era lo más impresionante, de piel partida y estriada, parecía áspera como una roca. Se dio cuenta de que el manto era en realidad una cabellera desgreñada, de hebras gruesas y blancuzcas, y

1 el monstruo del páramo

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Page 1: 1 el monstruo del páramo

El cielo nublado se extendía hasta donde alcanzaba su vista, con un sol que tras esa

cortina, era apenas una tenue esfera de luz moribunda. El páramo estaba seco y grisáceo

con sus árboles calcificados que se elevaban tristes por doquier, separados entre sí por

varios pies de distancia. Sus raíces, como dedos esqueléticos, se irradiaban hacía arriba

buscando alimento y regalando sombras negras e inmóviles al suelo resquebrajado. En

silencio, el viajero se escondió tras un hosco arbusto, a unos veinte metros del lago fétido

que estaba por delante. Respirando con dificultad el aire viciado, observó la acuosa

superficie. Estaba calma y cubierta por una extraña alga, color sangre, que dominaba ese

ecosistema infecto.

Se odió a sí mismo por fanfarronear con la exploración de la Tierra y más que nada por

asegurar a los suyos que haría contacto directo con su antigua raza dominante. Ahora no

podía regresar a su hogar sin lograrlo. En caso contrario lo humillarían a él, y sobre todo a

su familia.

Otra pestilencia, esta vez ácida y picante, impregnó su nariz, era el bípedo. Caminaba

por la orilla, lento y con pasos cortos. Estaba cubierto por alguna especie de manto gris que

casi llegaba hasta su cintura y que tenía el lúgubre aspecto del lugar. Se mantenía en pie

ayudado de un cayado de madera. Lo vio detenerse, clavando los talones en la arena y

girando en su dirección. El viajero comenzó a sentir que la respiración se le aceleraba y el

estómago se le sacudía, mientras que un sudor frío que desprendía su piel contrastaba con

el asfixiante ambiente. El monstruo se dirigió hacia él. La cara de la bestia era lo más

impresionante, de piel partida y estriada, parecía áspera como una roca. Se dio cuenta de

que el manto era en realidad una cabellera desgreñada, de hebras gruesas y blancuzcas, y

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el cayado, un arma. El viajero se replegó hacia atrás, tropezando con raicillas que de forma

conveniente, atraparon sus pies. La criatura abrió la boca y el explorador observó una hilera

de dientes amarillos y retorcidos, que hacían que luciera una sonrisa macabra. Luego oyó

un sonido cruel, era como si esa voz fuera una rama espinosa que azotaba su cerebro, sus

pulmones. El venusino lo miró a sus ojos y comprendió, el reto estaba cumplido. Jamás

otro de su especie había estado, cara a cara, ante un ser tan horrendo, ante un humano, o al

menos, lo que quedaba de ellos. El terrestre quiso tocar al visitante, pero antes de hacerlo

vio que convulsionaba. Tardó pocos segundos en morir. El horror y el pánico habían sido

demasiado para el frágil corazón del viajero.