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Cuando a mi abuelo le daba por pensar... ...o la historia de los camarones dormidos
Mucho hemos hablado ya sobre algunos temas que, desde una visión centrada en la cultura popular, nos ayudan a gestionar mejor nuestras organizaciones. Muchas son, también, las ocasiones en las que se ha discutido sobre lo táctico y lo estratégico. Os dejo una más…
En ocasiones mi abuelo, siempre de forma tan previsible como sigilosa, desaparecía de la
“escena pública”. Lo normal era encontrarlo en la trastienda, sentado en un saco de garbanzos
o de azúcar –de cuando casi todo se vendía “a granel”– junto a aquella enorme nevera roja.
Tengo que confesar que ese monstruo helado, que tantas jaulas naranja engullera a diario con
cientos de bolsas de leche Lauki, se convirtió en el protagonista involuntario de no pocas
pesadillas de mi infancia.
Son muchos los recuerdos que tengo de aquella trastienda, lugar que podría definir como el
mayor y más nostálgico caos que haya visto jamás, pero en donde, y de forma absolutamente
paradójica, todo parecía estar en su sitio. Podría dedicar folios y folios a la descripción del
lugar: sus espacios, sus luces, su vida, sus aromas, nuestras vivencias, pero hoy quiero
compartir con vosotros sólo un par de pinceladas.
Nunca olvidaré aquel teléfono negro, tenuemente iluminado por una triste y desnuda
bombilla, y que tantas veces sirviese como punto de enlace entre la barriada y el resto del
mundo, ese mundo pequeño y cercano.
– “Chaval, vete volando a avisar a la Sra. Jerónima que le llama su sobrina de Barcelona. ¡Vamos corre, que es conferencia!”
Todavía aún me pregunto por los cientos de números, la mayoría de ellos sin prefijo, que tan
pronto aparecían escritos a lapicero sobre la pared, formando círculos concéntricos alrededor
del teléfono, como desaparecían bajo aquella mágica pasta de colamina durante el “blanqueo”
anual de la trastienda, siempre aprovechando el cierre patronal de las tardes de Feria. Eso sí
que era un auténtico management visual; para mí lo intrigante era el poder observar la nula
importancia que se daba a la desaparición, con periodicidad anual, de toda aquella información.
Otro de los recuerdos que más me han marcado, ¡qué extraordinaria es la memoria
sensorial!, está íntimamente unido a los momentos “consagrados” a moler café. Cierro los ojos
y veo aquella máquina de color verde –prodigio asimétrico de dos bocas– que como muestra
de modernidad sustituyera al molinillo tradicional, al de toda la vida, una joya que todavía
conservo. Y aun sin abrirlos escucho los diferentes sonidos, y llego incluso a sentir las
diferentes vibraciones que provoca el acompasado machaqueo de un trozo de pan duro o de
un puñado de granos de café.
Pero por encima de todo, aún se me siguen erizando los recuerdos con el olor a café recién
molido; torrefacto, por favor. Podía pasarme las horas muertas junto a la máquina del café, con
la única esperanza de que alguno de mis mayores viniera a regalar mis sentidos.
En uno de esos días en los que mi abuelo estaba “de retirada” me senté a su lado, sin
disimulo, como queriendo entender lo que su mirada perdida pudiera estar viendo. Para ello
imité la posición de sus manos, la inclinación de su cuerpo, la dirección de su mirada y el gesto
hierático de su cara; gesto que yo perdía con cada mirada de reojo con la que intentaba
controlar su reacción. Así estuvimos algunos minutos; sin mirarnos, sin hablarnos, sin tocarnos,
pero tremendamente conectados.
De repente mi abuelo me miró fijamente, dando por finalizado nuestro momento de
contemplación con un escueto,
– “Toma, prueba”.
A mi abuelo le gustaba mucho beber tónica. Decía que le venía muy bien para los gases,
aunque mi abuela estaba convencida de que para lo que le venía bien era para “fabricarlos”.
Por cierto, algún día os hablaré sobre la sonrisa más pícara que yo haya visto jamás; esa
sonrisa que se dibujaba en la cara de mi abuelo cuando mirándome a los ojos inclinaba su
cuerpo, con un movimiento lento y premonitorio, intentando pasar desaparecido a los ojos, y a
los oídos, de mi abuela.
Nunca podré olvidar ese día en el que probé la tónica; yo debía tener 8 añitos. El intenso
cosquilleo de sus burbujas, y ese inesperado amargor, además de taladrarme la lengua dibujó
en mi cara una sucesión de muecas que arrancaron la carcajada de mi abuelo. Después de
despeinarme el flequillo, me acurruqué en su regazo mientras escuchaba:
– “Bajaste la guardia, compañero; no esperabas este final, ¿verdad?”
Una vez recuperada la compostura, mi abuelo me confesó las razones de sus retiros a la
trastienda. Me explicó lo importante que es estar siempre cerca de las parroquianas, ¡cómo me
ha gustado siempre este término!, para escuchar sus problemas, sus inquietudes, sus
necesidades… (eso que ahora conocemos como pisar el Genba; es decir “estar en el lugar en
donde ocurren las cosas”). La mayor parte del tiempo tenemos que estar allí, sin remedio ni
remisión, pero no menos importante es el poder encontrar pequeños momentos para alejarse,
tomar perspectiva y pensar en futuro.
Mi abuelo me alertó sobre los peligros del éxito, muy especialmente cuando las cosas van
bien durante mucho tiempo; confieso que han tenido que pasar muchos años para entender
esta contradicción. Huir de la autocomplacencia, mantenerse permanentemente alerta,
preguntarse continuamente los porqués, anticipar los peligros (ya hemos hablado en este libro
de riesgos y prevención), alejarse de la exitosa rutina que pueda acabar por invitarnos a la
dejadez…, son sólo algunas de las razones por las que mi abuelo se retiraba a pensar,
alejándose del hoy para proyectarse hacia el mañana. Muchos se refieren a todo esto con el
término Estrategia; él lo resumía con la expresión “soñar en futuro”.
Mi abuelo cerró nuestra conversación de trastienda con el mejor de los consejos posibles;
no sé decir si lo hizo pensando más en estrategia o en sueños de futuro:
– “nunca bajes la guardia chaval, que no te pase como con la tónica, porque camarón que se duerme, se lo lleva la corriente”
Y tú, ¿te regalas momentos de retiro y reflexión para, sin perder contacto
con la realidad, pensar en futuro?