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ESCOBAR LINAREZ MARÍA ANDREA. BARQUISIMETO, SEPTIEMBRE DE 2015. UNIVERSIDAD FERMIN TORO VICERECTORADO ACADÉMICO FACULTAD DE CIENCIAS JURÍDICAS Y POLÍTICAS ESCUELA DE DERECHO DEPARTAMENTO DE FORMACIÓN BÁSICA

Utilitarismo

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ESCOBAR LINAREZ MARÍA ANDREA.

BARQUISIMETO, SEPTIEMBRE DE 2015.

UNIVERSIDAD FERMIN TOROVICERECTORADO ACADÉMICO

FACULTAD DE CIENCIAS JURÍDICAS Y POLÍTICASESCUELA DE DERECHO

DEPARTAMENTO DE FORMACIÓN BÁSICABARQUISIMETO

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ELABORADO POR:

Escobar Linarez María A. C.I. 26 005141

ASIGNATURA: Filosofía .

TEMA: Utilitarismo .

Abg. María Verónica Suárez . .

SECCIÓN: SAIA B/I. .

LAPSO ACADÉMICO: 2015/B. .

BARQUISIMETO, SEPTIEMBRE DE 2015

Por utilitarismo se entiende una concepción de la moral según la cual lo bueno no es sino lo útil, convirtiéndose, en consecuencia, el principio de utilidad en el principio fundamental, según el cual juzgar la moralidad de nuestros actos. Es posible encontrar algunos esbozos de la doctrina utilitarista en A. Smith, R. Malthus y D. Ricardo, si bien se trata de una doctrina moral y social que halla sus principales teóricos en J. Bentham, James Mill y J. Stuart Mill. Para estos autores, de lo que se trata es de convertir la moral en ciencia positiva, capaz de permitir la transformación social hacia la felicidad colectiva.

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J. Bentham, como hiciera el epicureísmo, estoicismo y Espinosa, considera que las dos motivaciones básicas, que dirigen o determinan la conducta humana, son el placer y el dolor. El ser humano, como cualquier organismo vivo, tiende a buscar el placer y a evitar el dolor. Sólo dichas tendencias constituyen algo real y, por ello, pueden convertirse en un principio inconmovible de la moralidad: lo bueno y el deber moral han de definirse en relación a lo que produce mayor placer individual o del mayor número de personas. Decir que un comportamiento es bueno, significa que produce más placer que dolor. Al margen de esto, según Bentham, los conceptos morales no son sino entidades ficticias. La felicidad misma no sería sino existencia de placer y ausencia de dolor. Bentham complementa este postulado básico con la aceptación de los siguientes supuestos o principios, que constituyen su sistema: 1) que el objeto propio del deseo es el placer y la ausencia de dolor (colocando así el egoísmo o interés propio como el fundamento del comportamiento moral); 2) que todos los placeres son cualitativamente idénticos y, en consecuencia, su única diferenciación es cuantitativa (según intensidad, duración, capacidad de generar otros placeres, pureza –medida en que no contienen dolor–, cantidad de personas a las que afecta, etc.); y 3) los placeres de las distintas personas son conmensurables entre sí. En otros términos, si el segundo principio suponía una indiferenciación cualitativa de los placeres para un mismo individuo, este afirma una indiferenciación cualitativa inter individuos. En efecto, si el origen o la modalidad de la sensación placentera (como la del dolor) son variables irrelevantes, el bien global de una

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persona cualquiera queda determinado unívocamente por el sumatorio de las magnitudes de las distintas modalidades de sensación. Esto tiene también un corolario, y es que, si lo dicho se asume consecuentemente y la tendencia natural de todo ser humano es hacia la maximización de su placer y minimización del dolor, los medios elegidos para ello son irrelevantes prima facie. La cláusula prima facie indica no que cualquier medio sea bueno, sino que (siendo las consecuencias las mismas –en términos de satisfacción–) la elección de uno u otro sería moralmente indiferente. Hechas estas asunciones, es fácil ver que los asuntos morales podrían dirimirse fácilmente recurriendo a un simple cálculo utilitarista de las opciones o alternativas de acción puestas en juego. Finalmente, la atención hacia otras personas (denominada en los sistemas morales tradicionales bajo los términos de altruismo, bondad, amor, etc.) tiene cabida en el sistema de Bentham, pero en la medida en que satisfagan los postulados anteriormente mencionados, es decir, en cuanto contribuyan a la satisfacción del interés propio. En la medida en que una persona necesita ser amada, para así eliminar el dolor de su soledad, en esa misma medida debe ocuparse de los demás, con el fin de que los demás también se ocupen de uno: los deberes para con los demás, son deberes en la medida en que los demás nos puedan resultar útiles.

Por un lado, las tesis utilitaristas del siglo XIX (Bentham y Mill) pretendían ser, antes que un sistema teórico abstracto, un instrumento de reforma social y política, vinculadas a

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reivindicaciones de corte socialista, en una realidad caracterizada por la explotación, la miseria o indigencia de las clases obreras (D. Ricardo) y el problema del crecimiento indiscriminado de la población en un medio adverso (Malthus). En este sentido, podemos considerar el utilitarismo (independientemente de las singularidades de su sistematización teórica y de su suficiencia o no suficiencia) como una sensibilización filosófica hacia la realidad social, y como una defensa del /individuo frente a su disolución /ética, económica y política. Por otro lado, el utilitarismo (en cuanto moral consecuencialista o teleológica) se opone a la moral superflua, al /deber por el deber (ética kantiana), al dogmatismo, al precepto moral que no se halla legitimado o justificado teóricamente (en función de sus consecuencias); en definitiva, se halla opuesto a toda moralidad que obstaculiza al hombre el gozo terreno y su felicidad. El utilitarismo, en su modalidad racionalista, implica y fomenta asimismo el análisis y la reflexión sobre nuestra conducta moral, el /diálogo y el /consenso (es decir, la tolerancia), sin reconocer otra instancia superior a la razón como legitimadora de lo moralmente correcto. En otros términos, se trata de una moral que sitúa en primer lugar la /autonomía del sujeto, dentro de un marco de racionalidad: no de una racionalidad concreta y dogmática, sino de una racionalidad abierta, tolerante y dialógica.

J. Stuart Mill, por su parte, asume la máxima general utilitarista, según la cual, la tendencia natural de todo individuo hacia la felicidad presupone el esfuerzo por aumentar el placer y disminuir el dolor. Sin embargo, nocoincide con Bentham en la

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necesidad de admitir los tres principios anteriormente citados. Respecto al primero arguye que la felicidad propia no es alcanzable totalmente sin, de una u otra forma, procurar también la felicidad de los demás. Además, Mill admite el sacrificio, la renuncia o el comportamiento, en general, no interesado como una actitud moral que, en ciertas circunstancias, puede coincidir con la propia teoría utilitarista (matizando que dicho sacrificio no constituye un bien en sí mismo, sino un bien en la medida en que contribuya a la felicidad de los demás). Así, en El Utilitarismo, se nos dice: «En la norma áurea de Jesús de Nazaret, leemos todo el espíritu de la ética utilitarista: "Haz como querrías que hicieran contigo y ama a tu prójimo como a ti mismo"». Respecto a lo segundo, Mill no cree en una indiferenciación cualitativa de los placeres; al contrario, habla de la necesidad de distinguir placeres superiores de otros inferiores. Finalmente, reconoce que si esta diferenciación cualitativa debe observarse en una misma persona, ya no podemos hablar coherentemente de la comparabilidad de los placeres entre diferentes personas. Ciertamente, es preferible (moral y utilitariamente hablando) una persona que ha conquistado los placeres intelectivos, aunque insatisfecha en otros terrenos, a una satisfecha en los placeres sensoriales, pero vacía de los contemplativos. En este punto, el utilitarismo de Mill tiene rasgos de Aristotelismo, epicureísmo (que no hedonismo craso) y estoicismo innegables.

Estas diferencias entre los sistemas de Bentham y Mill, ha permitido que se distingan entre dos actitudes utilitaristas

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subyacentes a cada sistema: un utilitarismo psicológico (Bentham) que pretende el análisis desapasionado —y no desprovisto de cierta ironía— de las motivaciones del comportamiento individual y colectivo, y un utilitarismo idealista (Mill) cuya pretensión es destacar que ciertos valores éticos tradicionales (libertad, compasión, igualdad, etc.) son lo que más conviene (utilitaristamente hablando) al ser humano.

En este sentido tenemos que dejar patente que se trata de una palabra que tiene su origen etimológico en el latín. Así, podemos ver que se encuentra conformada por dos partes latinas: el vocablo utilitas, que puede traducirse como “cualidad de útil”, y el sufijo –ismo, que equivale a “doctrina”.

El utilitarismo es una doctrina filosófica que sitúa a la utilidad como principio de la moral. Es un sistema ético teleológico que determina la concepción moral en base al resultado final.

Una de las éticas filosóficas más importantes del siglo XIX fue el utilitarismo que, podemos dejar patente, tiene entre sus principios fundamentales lo que se conoce como bienestar social. Todo ello sin olvidar tampoco otra de sus máximas u objetivos más relevantes como sería el caso del fomento del conjunto de las libertades.

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Los resultados, por lo tanto, son la base al utilitarismo. Jeremy Bentham (1748–1832) fue uno de los pioneros en el desarrollo de esta filosofía, al plantear su sistema ético en torno a la noción de placer y lejos del dolor físico. El utilitarismo de Bentham aparece relacionado con el hedonismo, ya que considera que las acciones morales son aquellas que maximizan el placer y minimizan el dolor.

Es interesante tener en cuenta que la ruptura que Bentham estableció respecto al clasicismo de las sociedades anteriores la expresó perfectamente en obras tales como la titulada “Introducción a los principios de la moral y de la legislación”.

En este tipo y en otros de corte similar dejaba patente que lo bueno será todo aquello que dé placer a un mayor número de personas sin que en ningún caso se tenga en consideración lo que es el estatus social de ellas. Una afirmación que asentó además con la creación y desarrollo de lo que dio en llamar cálculo de placeres, una serie de reglas que le servían para tener claro, en base a esos criterios, qué era bueno y qué era malo.

John Stuart Mill (1806–1873) avanzó con el desarrollo de esta filosofía, aunque apartándose del hedonismo. Para Mill, el placer o felicidad general debe calcularse a partir del mayor bien para el mayor número de personas, aunque reconoce que ciertos placeres tienen una “calidad superior” a otros.

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Entre las aportaciones que realizó Mill al utilitarismo destaca el hecho de que consideraba que la sociedad para poder tener calidad moral debía estar instruida e informada.

Es importante tener en cuenta que el utilitarismo supuso un quiebre en la forma de pensar. Mientras que la moral religiosa se basaba en reglas y en revelaciones divinas, el utilitarismo antepuso los resultados. De esta forma, la razón reemplazó a la fe en la determinación de la moral.

El utilitarismo siempre sobresalió por su relativa sencillez. Para pensar si una acción es moral, no hace falta más que estimar sus consecuencias positivas y las negativas. Cuando lo bueno supera a lo malo, puede considerarse que se trata de una acción moral.

La doctrina utilitarista es definida por dos elementos: la felicidad y el consecuencialismo. La felicidad utilitarista, es el componente más grande en el que todo ser humano investiga. En la doctrina utilitarista todo lo que es útil, relacionado con el principio de felicidad es bueno y deseable en donde el nombre de la doctrina: el utilitarismo, se escarole bajo el principio de utilidad. La utilidad, es todo lo que contribuye a la felicidad de cualquier ser racional. El criterio del bien y del dolor se encuentra en un equilibrio entre la felicidad del individuo y el de la comunidad, " cada uno es valor

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dado de manera igual " (Bentham, Introducción a los principios de moral y de legislación). El consecuencialismo del utilitarismo se encuentra en el hecho que una acción debe ser juzgada para sus consecuencias por la felicidad del número más grande de personas. Es decir, mi principio de felicidad deja de ser en el momento en que se disminuye la felicidad de otro individuo o del número más grande de individuos de una sociedad o comunidad. Así como la libertad individual se concibe en el respeto de la libertad de los individuos y de la comunidad, mi libertad deja de ser cuando se atenta contra la libertad de los individuos o contra el buen funcionamiento de la sociedad. Podríamos decir que el utilitarismo es la continuación de la legislación romana, y que su aspecto moderno se encuentra en el hecho que la doctrina utilitarista añade una dimensión, ya sea económica, legislativa y política hacia un concepto ético, el de la felicidad y del bienestar. Es esta perspectiva, en dónde se analiza el componente moderno de la doctrina que evolucionará a lo largo del siglo XIX, para terminarse con Sidgwick, en el que llega a dar a esta doctrina una dimensión práctica y racional para nuestra sociedad moderna, ya sea en el aspecto económico, político y ético.

"La vitalidad continua del sistema de la felicidad más grande no es difícil de comprender - encarna un modelo muy natural e indiscutible de racionalidad. Este modelo, que prácticamente domina toda la economía contemporánea (tanto la teoría de decisión, "el análisis costes-ventajas "como" la teoría pública de elección"), ve la acción razonable como una tentativa de maximizar la utilidad neto (es decir el resultado de sumar (añadir) los

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beneficios y los costes y de sustraer al segundo del primero). Este punto de vista, que frecuentemente es llamada la racionalidad "de fin que justifica los medios", sube (por lo menos) a Aristóteles. En la Ética en Nicomaque, Aristóteles afirma que "no podemos deliberar fines, sino solamente medios por los cuales los fines pueden padecer. "Si asumimos, con Aristóteles, que esta felicidad es "más grande muy accesible por la acción," y de ahí, el fin de la política, podemos obtener algo muy próximo desde el punto de vista de Bentham. Es en efecto, posible, y no inverosímil, interpretar (las vistas) de filósofos por muy diferentes, tales como Adam Smith o el Presidente Mao, como si admitiendo sobre el hecho que el fin de las instituciones sociales es la maximización y la realización de este fin (más felicidad para el número más grande). Por supuesto los filósofos que comparten esta visión de la función limpia de las instituciones sociales, como la ley y la moralidad, pueden tener una opinión diferente sobre los mejores métodos de alcanzarlo. Así como lo dice Aristóteles, comúnmente está admitido que la felicidad es el fin, pero el desacuerdo es considerable, en cuanto a lo que constituye la felicidad. Para Bentham la respuesta es simple: la felicidad es justa, el placer y la ausencia de dolor. El valor (o la nulidad) de un placer (o del dolor) depende solamente de su intensidad y de su duración, y puede (por lo menos en principio) ser evaluada cuantitativamente y precisamente. De decir asi, podemos reconstruir la línea del argumento de Bentham en el UTILIDAD es defined de la sanguine manera:

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1. El bien (felicidad) de una sociedad es la suma de la felicidad sus individuos.

2. El fin de la moral es promover el (bien) felicidad de sociedad.

3. Un principio moral es ideal si y solamente si su conformidad universal maximizaría la felicidad (bien) de la sociedad.

4. La conformidad Universal a principios de UTILIDAD (" Siempre actuar con el fin de maximizar el equilibrio neto total de los placeres y de los dolores ") maximizaría la felicidad (bien) de sociedad.