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QUE NO TE PERTURBE EL TIMBREJosé Rodríguez
Peláez
Al sonar el ring - ring de la puerta, algunos se sobresaltan.
Pero lo más usual es comprobar quien llama, facilitar su entrada y después de cerrar,
atenderlo.
Nadie se entretiene con el timbre o llamador. Lo que interesa es el recién llegado.
Esta sencilla y frecuente acción me ilumina una situación que también sobreviene
con periodicidad variable.
Me refiero a la llamada del error, ya sea que se revista con la etiqueta de propio
o con la de ajeno. En realidad a nadie pertenece.La enfermedad, el conflicto,
el dolor o el problema,nos sorprenden con la insistencia del timbre.
Pero en vez de abrir la puerta y descubrir quien está allí siempre
(«Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta,
entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo». (Ap 3,20),)
la preocupación y ocupación se centra en lo que sólo consiste,
en un vacío sonido estridente.
Tratar ese aldabonazo a nuestra conciencia, es tan loco como dejar en la calle al visitante
y detenernos en examinar una y otra vez al timbre.Lo que está ocurriendo siempre
es la venida del Cristo a nuestra “casa” para quedarse.
Es sabia y fructífera costumbre mantener abierta la puerta a la Verdad,
desde cada mañana. Pero los aires de este mundo
parecen bloquearla frecuentemente.
Entonces la ilusión de pecado o enfermedad “tientan”.
De algún modo nos avisan que “algo” parece que nos cerró.
Es el momento de franquear la entrada al Amor siempre presente,
y dispuesto a cenar, a convivir, con cada uno de nosotros.
La llamada de ayuda o el reto que nos llega, en realidad siempre es una tentación.
¿Qué hacer? No se trata de ponderar “la mentira” gritona.
Atenderla a nada conduce.Ella continuará persistente,
hasta que abramos y saludemos al eterno visitante, y no al timbre o llamador.
Porque aparte del perfecto e infinito Bien, nada ni nadie más hay a la entrada.
Por eso, dar la espalda a lo de afuera, e introducirnos con Él en lo más dentro.
Donde no hace falta hablar. Sólo ceder a lo que proclama la Mente.
Esa debe ser nuestra principal ocupación: escuchar al visitante.
Los otros sonidos, al no ser del Amor, son huecos como la campana de la que habla Pablo
(1 Corintios 13:1)
Así, cada reto, es una invitación a gozar de la presencia divina,
silenciando las molestas distracciones del sonido que la anunció.
(1 Corintios 13:1)
(P) Rodríguez Peláez, José CS www.rodriguezpelaezcs.org