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Curación y salvación
Le salieron al encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos. Y levantaron la voz, diciendo: Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros.
Luego que Jesús los vio, les dijo: Id, mostraos a los sacerdotes.
Y cuando iban, quedaron curados […]
¿No ha vuelto más que este extranjero a dar gracias a Dios?
Lc 17, 11-19.
En su caminar, Jesús no solo predica: actúa.
No solo anuncia a Dios, sino que cura a muchos enfermos.
El Papa Francisco nos habla de una Iglesia
Madre, que debe curar las heridas, que sale a
los caminos: “un hospital de campaña”…
La mejor manera de hacer el bien es actuando. La Iglesia sigue atendiendo a quienes desean curarse, no sólo el
cuerpo sino el alma.
Hay otras lepras: el egoísmo, la envidia, los celos... Dañan el corazón y lo alejan de Dios.
Antes de curar a los leprosos, Jesús los envía a los sacerdotes.
Así rescata su dignidad y los vuelve a integrar en el pueblo. Pero con este gesto Jesús está reconociendo la mediación de
los sacerdotes entre Dios y el pueblo.
Hoy muchas personas niegan la mediación eclesial. Dicen creer en Dios, la Virgen y Cristo. Pero no confían en la fuerza
del Espíritu Santo, que actúa en la Iglesia.
Olvidan que la Iglesia fue creada por el mismo Cristo, como puente entre Dios y la humanidad.
Jesús nos puede curar a todos. Pero ha venido para algo más que sanar enfermedades.
Su primera misión es traernos la salvación: el amor de Dios.
De los diez leprosos curados, solo uno
regresa a dar gracias. Jesús le dice: «Tu fe te
ha salvado».
No sólo está curado, sino salvado.
Caridad y santidad deben darse la mano
en nuestra vida diaria.
Nuestra oración
Cuando rezamos, solemos pedir. Es un primer grado de oración, equivalente a la infancia: los
niños siempre piden a sus padres, incluso llorando o con insistencia…
Un segundo grado es la oración de gratitud. Esta requiere mayor madurez: reconocemos lo que Dios
nos ha regalado, incluso en medio de los sufrimientos.
Existe un grado superior y gozoso de oración: la de alabanza. Esta oración surge del corazón exultante
de gratitud y alaba a Dios por su grandeza y su bondad con nosotros.
La plegaria se convierte en cántico.
«Te doy gracias, Señor, porque has revelado estas cosas a los sencillos de corazón…»
Jesús nos enseña a agradecer cuanto tenemos. Y especialmente, el mayor regalo:
el don de la fe.
28º Domingo Tiempo Ordinario – Ciclo C
Textos: Joaquín Iglesias Aranda.