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joaquiniglesias
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CUARESMA 2013
quinto domingo
Le trajeron a una mujer sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio, le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. En la ley nos ordena Moisés apedrearla. Tú, ¿qué dices? […] Jesús se incorporó y les dijo: Aquel de vosotros que esté libre de pecado, arroje la primera piedra.
Juan 8, 1-11.
Los escribas y fariseos quieren comprometer a Jesús. Y le traen a una mujer adúltera, apelando
a la ley. ¿Y tú, que dices?
Están muy lejos de comprender la
misericordia de Dios. Pero Jesús responde
con una táctica inteligente: «El que esté
libre de culpa, que tire la primera piedra».
Los fariseos y los escribas reconocen, a regañadientes, que ellos también son pecadores.
Y dejan solo a Jesús con la mujer.
Jesús, con suavidad y firmeza, le pide que no peque más.
Y a continuación otorga el perdón a la mujer.
Es el fiel reflejo del corazón de Dios, que nos invita a vivir llenos de su gracia y de su amor.
El legalismo religioso antepone la ley al bien de la persona. Jesús se muestra libre ante la ley: esta debe estar al servicio de la persona
y no al contrario.
El mundo semita marginaba a al mujer. Muchas conductas que hoy juzgamos reprochables eran
permitidas a los varones y condenadas en las mujeres.
Jesús sale a favor de la mujer, rompiendo con el machismo de la sociedad judía.
La ley es el amor: esta es la gran
revolución de Jesús.
No hay ley que valga por encima de
la dignidad de la persona.
Muchas leyes se valen de los sentimientos humanitarios para favorecer intereses ocultos de grupos de poder. Toda ley que suprima la vida de
un ser humano atenta contra la dignidad de la persona y se convierte en instrumento de
dominación.
El perdón es la muestra del mayor amor.
A la mujer adúltera, Jesús le enseña el valor del amor incondicional y verdadero. Ella conoce la
pureza de este amor con el perdón.
Libre de su condena, se siente amada y perdonada.
Ya puede empezar una nueva vida.
El perdón regenera y da fuerzas para recomenzar.
Dios es el único libre de pecado y de culpa.Si Jesús, pudiendo condenar, no lo
hace, ¿quiénes somos nosotros para hacerlo? La Iglesia está llamada a ser
misericordiosa, como Dios mismo.
Textos: Joaquín Iglesias Aranda.