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E L E S P E J O D E L A C A R I D A D 1

El espejo de la caridad san elredo de rieval(1)

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E L E S P E J O

D E L A

C A R I D A D

EL ESPEJO DE LA CARIDAD

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CARTA DEL BIENAVENTURADO BERNARDO,ABAD DE CLARAVAL, AL ABAD ELREDO

1. La humildad es la virtud más sobresaliente de los santos con tal que sea auténtica y modesta. Porque la humildad no debe establecerse en el campo de la mentira ni debe mantenerse con el sacrilegio de la desobediencia. Supliqué a tu fraternidad, o más bien te mandé, e incluso te conjuré en el nombre del Señor, que me escribieras unas cuantas páginas, y en ellas salieras al paso de las quejas de algunos que se esfuerzan por pasar de una vida mediocre a otra más perfecta. No condeno ni reprendo tu excusa, pero repruebo tu obstinación. Será humildad presentar excusas, pero ¿es propio de la humildad no obedecer? ¿Es un gesto de humildad no condescender? Todo lo contrario: la rebeldía es como un pecado de superstición y la arrogancia como un crimen de idolatría1.

2. Pero replicas que no se deben imponer grandes pesos sobre hombros femeninos, y que es más prudente no aceptar la carga que se ofrece que desplomarse por la carga que hayas aceptado. Tal vez te ordene algo difícil, arduo o imposible. Pero ni aun en ese caso tienes excusa. Insisto en mi criterio y renuevo el precepto. ¿Qué piensas hacer? ¿Acaso no dijo aquel a quien prometiste seguir: Sepa el súbdito que así le conviene, y confiando en la ayuda de Dios, obedezca?2. Has hecho, sin duda alguna, lo que debías, pero no más de lo que debías. Llegaste hasta donde podías. Has expuesto los motivos que te lo imposibilitaban, aduciendo que apenas conoces la literatura o que eres casi un ignorante, que has venido al desierto no desde las escuelas sino desde la cocina, y que allí vives como un rústico y campesino entre rocas y montañas, agotándote con el hacha y el martillo por el pan de cada día. Que allí no se aprende a hablar, sino a callar, y que bajo el sayal de unos pobres pescadores no encaja el coturno de los oradores.

3. Acojo encantado tu excusa, con la cual, lejos de apagarse siento que aumenta la chispa de mi deseo; pues me resulta mucho más sabroso, al decirme eso, que no te has educado con ningún gramático, sino en la escuela del Espíritu Santo, pues tal vez posees un gran tesoro en una vasija de arcilla, y esa fuerza extraordinaria es de Dios y no tuya3. Y el hecho de que hayas sido trasladado de la cocina al desierto por un cierto presagio del futuro, me agrada también mucho: tal vez se te confió durante una hora la distribución de los alimentos corporales en la casa real, con el fin de que más tarde, en la casa de nuestro Rey, prepararas alimentos espirituales para los hombres de espíritu y alimentaras a los hambrientos con el pan de la palabra de Dios.

4. Tampoco me estremecen las crestas de las montañas, las asperezas de las rocas ni la

1 1 Re 15,23.

2 RB 68,5.

3 2 Cor 4,7.

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hondura de los valles, pues en estos días los montes manan dulzura, y los collados se deshacen en leche y miel, los valles rebosan de trigo, la miel se cría entre las peñas y el aceite en la roca de pedernal, y los peñascos y sierras producen el pasto de las ovejas de Cristo. Por eso creo que con ese martillo eres capaz de cincelar de esas rocas algo que nunca hubieras conseguido con toda la sagacidad de tu ingenio en las aulas de tus maestros, y que más de una vez en el ardor del mediodía experimentarás a la sombra de los árboles lo que jamás hubieras aprendido en las escuelas.

5. Por tanto, no te ensalces a ti, sino glorifica al que no sólo sacó a un desesperado de la fosa fatal y de la charca fangosa, del prostíbulo de la muerte y del fango más vergonzoso, sino que como Señor compasivo y misericordioso, recordó sus antiguas maravillas, y para levantar copiosamente la esperanza de los pecadores, dio vista al ciego, instruyó al ignorante y educó al inexperto. Así pues, si todo el que te conoce sabe que no es tuyo lo que se te exige, ¿por qué te sonrojas, por qué vacilas, por qué disimulas? ¿Por qué, ante la voz imperiosa del que te lo concedió, rehúsas distribuir lo que te otorgó? ¿Temes acaso la presunción o la envidia de otros? Como si fuera posible alguna vez escribir algo útil sin suscitar envidias, o puedas ser tachado de presunción por obedecer como monje a un abad.

6. Te mando, pues, en nombre de Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios, que escribas cuanto antes todo cuanto sabes, por tus continuas reflexiones, sobre la excelencia de la caridad, sus frutos y su proceso; que en este trabajo, como en un espejo, veamos en qué consiste la caridad, cuánta dulzura se experimenta al poseerla, qué angustia se siente con la concupiscencia, que es su contraria; cómo el dolor externo no disminuye el gozo de la caridad, como piensan algunos, sino que lo aumenta; y finalmente, qué discreción se exige al ponerla en práctica. Y por consideración a tu pudor, figure esta carta al comienzo de tu obra, con el fin de que todo aquello que desagrade al lector en el Espejo de la Caridad -éste es el nombre que le pongo- no te lo aplique a ti, que has obedecido, sino a mí, que he forzado al que se resistía.

Vive bien en Cristo, querido hermano.

COMIENZA EL PREFACIO DEL ABAD ELREDO AL LIBROQUE SE TITULA “EL ESPEJO DE LA CARIDAD”

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1. Sin duda alguna, la humildad verdadera y discreta es la virtud de los santos; en cambio, yo y los que son como yo carecemos de esa virtud. De ella dice el profeta: Mira mi humildad y líbrame 4. No pedía que le librase de ninguna virtud, ni se engreía de la humildad, sino que imploraba ayuda en su abyección. ¡Qué miserable es mi humildad, y ojalá que así como es verdadera fuese también una virtud discreta, si para que no parezca que la empaño con una importuna desobediencia, obedezco a la súplica tan amable, al mandato y a la persuasión, porque es digno, aunque por mi parte se hará con menos dignidad! Acojo, pues, una tarea imposible, inexcusable y digna de acusación; imposible por mi pusilanimidad, inexcusable por tu mandato y expuesta a la acusación por cualquiera que la examine.

2. Pues ¿quién soportará al que, alardeando de una especie de autoridad apostólica, pretende escribir sobre el camino más excelente de la caridad, si es no sólo rudo para escribir o -como a ti te gusta- iletrado y mudo, e incapaz todavía de beber leche? ¿Cómo va a tratar de la eminencia de la caridad el que sólo posee una mínima proporción o más bien ninguna con ella, o de su orden el que está desordenado, y el estéril de su fruto? ¿Extraerá su dulzura el fatuo e insípido? ¿Se podrá enfrentar a ella el esclavo de la concupiscencia? Finalmente, ¿quién soy yo para exponer cómo crece la caridad con el dominio de la carne, y cuál es su discreta manifestación? ¿No te das cuenta -y permíteme que te lo diga- que al venir de la cocina al desierto cambié de lugar pero no de oficio?

3. Tal vez me digas: no debes excusarte. Lo sé, señor, lo sé. Pero como no puedo excusarme quiero acusar, para que si el lector no se siente a gusto no se vea obligado a seguir, si ya desde el comienzo advierte lo que con toda razón puede desagradarle. Por otra parte ¿inspira alguna confianza para escribir ese afecto tan santo de caridad que me infundiste sin vacilar, para acoger las molestias que me pudieran sobrevenir? Así pues, con muy poca esperanza de realizar lo que me mandaste sobre la caridad, hice lo que pude con ese martillo mío al que te refieres, para lograr un espejo, totalmente convencido de que aunque desaparezcan la esperanza y demás virtudes, la caridad siempre permanece. El que no concedió la habilidad otorgó la gracia. En efecto, en este espejo de caridad a nadie se le mostrará el rostro de la caridad si no permanece en el amor, lo mismo que nadie puede ver su propio rostro si no está en la luz.

4. Al acoger el encargo de esta obra medité algunas cosas yo mismo, y otras casi yo mismo, o incluso más que yo mismo, pues se las había dictado a mi entrañable y queridísimo prior Hugo, que es para mí más íntimo que yo mismo, para ser expuestas en forma de cartas. De ello me he servido para esta obra, e insertándolas donde parecía más oportuno, dividí el conjunto en tres partes. Y aunque en cualquier parte trato de todo, en la primera parte se recomienda especialmente la excelencia de la caridad, ya sea por su dignidad o reprobando su contraria la concupiscencia; en la segunda se sale al paso de las objeciones infundadas de algunos; y en la tercera se intenta concretar cómo debe manifestarse la caridad.

5. Así pues, si con nuestro sudor surge algo adecuado a lo que he pretendido, se debe al que da la gracia y a tu oración; lo que no sea así, atribúyaseme a mí que carezco de habilidad y costumbre. Y para que no te asuste la prolijidad de esta obra, fíjate primero en los capítulos que siguen, y al verlos elige lo que merece leerse y lo que hay que desechar.

4 Sal 118,153.

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ACABA EL PRÓLOGO

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COMIENZAN LOS CAPÍTULOS DEL LIBRO PRIMERO

1. Lo más digno es que el Creador sea amado por su criatura.

2. Naturaleza, forma y utilidad otorgadas, en común a todas las criaturas.

3. El hombre ha sido creado a imagen de su Creador y es capaz de la bienaventuranza

4. El hombre se apartó del amor que contenía el gozo pleno de su felicidad, y también se

apartó de Dios; se volvió un miserable y corrompió la imagen de Dios en sí, aunque no la

suprimió.

5. Con la venida del Salvador se renueva en el hombre la imagen de Dios, y su renovación

perfecta no ha de esperarse aquí sino en el futuro.

6. Disputa contra el necio que dice en su corazón: No hay Dios.

7. El hombre se alejó de Dios por el afecto del alma.

8. El hombre se reforma como imagen de Dios por el afecto de la caridad.

9. Nuestro amor está dividido contra sí mismo por las tendencias contrarias de la caridad y de

la concupiscencia .

10. El libre albedrío ocupa un lugar central en el alma, pero no influye del mismo modo en el

bien como en el mal.

11. La gracia no suprime el libre albedrío.

12. Ni a los que se salvan ni a los condenados se les priva del libre albedrío; y la gracia sólo

actúa mediante el libre albedrío.

13. Por qué razón no influye del mismo modo el libre albedrío en el bien que en el mal.

14. Qué diferencia existe entre la gracia de los primeros hombres en el paraíso y la que

poseen los predestinados en este mundo; al hombre se le imputa con justicia la mala

voluntad, aunque para obtener la buena voluntad no basta la facultad del libre albedrío.

15. La condenación, incluso la de los niños, es muy justa.

16. La caridad posee toda la perfección.

17. La circuncisión espiritual se contiene en la caridad.

18. El sábado verdadero y espiritual ha de buscarse en la caridad.

19. Cuánto ha de preferirse el día séptimo a los demás y ensalzar en él la caridad de Dios.

20. Por qué se consagra el numero seis a la obra de Dios y el séptimo a su descanso.

21. En todas las criaturas aparece algún vestigio de la caridad divina, y por eso todas tienden

a una especie de sábado o descanso.

22. La criatura racional sólo descansa cuando consigue la bienaventuranza, y por qué, aunque

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desee la felicidad, rehuye del modo más infeliz el camino para alcanzarla.

23. Sobre la prerrogativa de la criatura racional, y cómo el descanso que naturalmente anhela

no debe buscarse en la salud corporal ni en las riquezas de este mundo.

24. Cuál es la diferencia entre los ricos elegidos y los ricos réprobos.

25. Ni siquiera en la amistad mundana se debe buscar el reposo.

26. El descanso no se halla en el placer corporal ni en el poder mundano,

27. La caridad es aquel yugo suave, bajo el cual se halla el verdadero descanso, como un

auténtico sábado.

28. El ejemplo de sí mismo y de su conversión.

29. Cuánto se equivocan los que se quejan de la aspereza del yugo del Señor, ya que el peso

que se siente procede de las lacras de la concupiscencia, y el descanso es fruto de la

infusión de la caridad.

30. Quienes se quejan que la carga del Señor es pesada están muy dominados por el peso del

mundo.

31. Cuánta perfección hay en la caridad, cómo se diferencia de las demás virtudes, y cómo las

otras virtudes no son tales sin ella.

32. Las obras de los seis días se aplican a las otras virtudes, pero el descanso del séptimo día

se asigna a la caridad.

33. En esta vida las demás virtudes sirven a la caridad, y después de esta vida se fundirán en

la plenitud de la caridad.

34. Por la muerte de un amigo se pospone la consideración de la triple concupiscencia y su

epitafio pone fin a este libro primero.

ACABAN LOS CAPÍTULOS DEL LIBRO PRIMERO

COMIENZAN LOS CAPÍTULOS DEL LIBRO SEGUNDO

1. Consideraciones expuestas en el libro primero y cómo los viciosos públicos deben ser

apartados de esta consideración.

2. El cansancio exterior proviene de la actitud interior, y a veces disminuye por causa del

interior.

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3. El amor modera con su tranquilidad todo lo que es accidental, y la concupiscencia todo lo

corrompe con su perversidad.

4. De la triple concupiscencia procede todo el sufrimiento interior.

5. Sobre la opinión de quienes afirman que las mortificaciones exteriores son contrarias a la

caridad y a la dulzura interior.

6. La opinión anterior se rechaza con la autoridad de apóstoles y profetas.

7. Por qué algunos sienten una compunción más tierna en una vida moderada que en otra más

rigurosa.

8. Tres causas de la visita espiritual.

9. El primer género de compunción, como otras gracias, incita a los réprobos al juicio y a los

elegidos a progresar.

10. Dos motivos de la segunda visita, y cómo de ella se pasa a la tercera que es la más

perfecta.

11. Qué realiza Dios en cada una de estas visitas.

12. En la primera visita domina el temor, en la segunda el consuelo y en la tercera el amor.

13. Cuál es el fruto de cada una y por qué algunos se privan del consuelo de la segunda visita.

14. Se citan algunos testimonios divinos para que cada uno examine su estado.

15. Cómo se pasa a los consuelos espirituales.

16. Nadie debe abandonar el propósito de una vida más estrecha, aunque no se experimente

aquel suave afecto.

17. Se incluyen las preguntas de un novicio y las respuestas.

18. En qué debe creerse que consiste el amor de Dios.

19. Se responde a un novicio que pregunta cuál es el fruto de las diversas compunciones.

20. Donde el novicio afirmaba que más había amado a Dios se convence que era donde

menos le había amado.

(Y se indica a quiénes aprovecha derramar lágrimas).

21. De todo lo anterior se puede comprender qué realizan la caridad y la concupiscencia en el

proficiente.

22. Qué gozo tan grande engendra el desprecio y victoria de los placeres.

23. El vano placer de los oídos.

24. La concupiscencia de los ojos, que consiste en la curiosidad exterior e interior, aflige a los

que se convierten a una vida más perfecta.

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25. Sobre la soberbia de la vida. Trata en primer lugar de la vanidad.

26. El ansia de dominio.

COMIENZAN LOS CAPÍTULOS DEL LIBRO TERCERO

1. Se expone la ley que distingue los sábados.

2. La distinción entre estos sábados ha de buscarse en un triple amor; y qué conexión existe

en este triple amor.

3. El sábado espiritual se experimenta en el amor de sí mismo.

4. Qué sábado se percibe en el amor fraterno, y cómo se armonizan con la caridad los seis

años que preceden al séptimo.

5. Cómo se conserva este doble amor con el amor de Dios.

6. El sábado perfecto se halla en el amor de Dios, y el año quincuagésimo se compara a este

amor.

7. En qué consiste el amor, la caridad y la concupiscencia.

8. El ejercicio recto o perverso del amor depende de la elección, del movimiento y del fruto.

9. Qué nos conviene elegir para disfrutar.

10. Nuestro amor se inclina hacia el acto y el deseo, unas veces lo hace por el afecto y otras

por la razón.

11. Se expone qué es el afecto y cuántos son los afectos, y se indica que el afecto espiritual

tiene una doble acepción.

12. El afecto racional e irracional.

13. El afecto obligado.

14. El afecto natural.

15. El afecto carnal tiene un doble contenido.

16. Qué pensar de estos afectos.

17. Cómo mueve la razón al alma al amor de Dios y del prójimo.

18. Distinción del doble amor, entre los cuales fluctúa el espíritu del proficiente.

19. Se prueba con dos comparaciones por qué el hombre benévolo y manso, aunque sea

menos perfecto, es amado con un afecto mayor y más dulce que el austero y más

perfecto; y se muestra cómo no es peligroso amar a ambos.

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20. Existen tres amores: el del afecto, el de la razón, y el de ambos.

21. Síntesis de lo dicho y cómo se reconoce el verdadero amor de Dios.

22. Qué debe tenerse en cuenta en el amor al prójimo.

23. Qué afectos no deben admitirse y cómo hay que seguir el espiritual que procede de Dios.

24. Cómo seguir el afecto racional.

25. Cómo precaverse y admitir el afecto obligado

26. Qué normas hay que observar en el afecto natural y en qué consiste amar en Dios y por

Dios.

27. El afecto carnal no se debe rechazar totalmente ni admitírsele sin reservas.

28. Se examina no sólo el origen, sino también el proceso y el fin de los afectos, y se dan

ejemplos de cómo se cambia un afecto en otro.

29. Muchas veces diversos afectos luchan en la misma alma, y por eso se indica con ejemplos

cuál debe anteponerse.

30. Qué utilidad ha de buscarse en los afectos.

31. Con qué actos nos conviene tender a Dios y con cuáles atender a nosotros mismos y al

prójimo.

32. Al comenzar a tratar de cómo moderar la vida humana, indica la sobriedad a seguir en el

orden natural.

33. Se describe el modo de satisfacer y expiar en el orden necesario.

34. Cuál es el orden voluntario y modo de actuar en él.

35. Controversia sobre cierta carta referente a la regla y profesión de los monjes.

36. Se exponen las normas a seguir en el orden voluntario.

37. Se indica qué debe hacer el hombre para sí mismo y qué para el prójimo, y se expone si

debe preferirse a sí mismo o al prójimo.

38. Se precisa a qué prójimo debe darse la preferencia.

39. De quiénes podemos disfrutar en esta vida.

40. Cómo debemos disfrutar mutuamente.

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COMIENZA EL LIBRO QUE SE TITULA ESPEJO DE LA CARIDAD

CAPÍTULO PRIMERO

Lo más digno es que el Creador sea amado por su criatura

1. Extendiste, Señor, el cielo como una piel1, colocando en él las estrellas para que nos iluminen en esta noche en que rondan las fieras de la selva y los cachorros de los leones rugen para devorar y hacer de nosotros su comida2. Cubres también con aguas los espacios más altos, con los cuales, a través de secretas cataratas empapas la tierra de nuestro corazón, para que abunden sus frutos de trigo, vino y aceite3 y no nos afanemos inútilmente en busca de nuestro pan, sino que quienes buscamos encontremos, los que encontramos nos alimentemos y experimentemos qué dulce eres, Señor. Mi alma, un alma árida, un alma estéril e infructuosa, ansía empaparse de estas gotas que destilan, para que también a ella se le aparezca aquel pan celestial que alimenta a los ángeles y del que chupa el niño. Que mi paladar saboree todos los deleites y ya no suspire por las ollas de carne que dejé en Egipto, donde por orden del Faraón hacía adobes sin dárseme la paja4.

2. Resuene, pues, buen Jesús, tu voz en mis oídos5, para que aprenda cómo debe amarte mi corazón, te ame mi mente, y te amen hasta las entrañas de mi alma. Que te abrace la médula de mi corazón, pues eres mi bien único y verdadero, mi gozo dulce y exquisito. Pero ¿qué es el amor, Dios mío? Si no me engaño es una admirable complacencia del alma, tanto más dulce cuanto más pura, tanto más suave cuanto más verdadera, tanto más gozosa cuanto más amplia. Es el paladar del corazón el que te saborea, porque eres dulce; es el ojo el que te ve, porque eres bueno; y es el espacio capaz de acogerte, a ti que eres inmenso. Pues quien te ama te contiene, y te contiene en la medida que ama, porque tú eres amor, eres caridad. Esa es aquella opulencia de tu casa de la que se embriagarán tus amados, los que se pierden a sí mismos para pasar a ti. ¿Y cómo se realiza eso, Señor, sino amándote? Pero con todo el ser. Descienda, Señor, te ruego, a mi alma una partícula de esta inmensa dulzura tuya, con la que se endulcen los panes de su amargura. Guste de antemano con la prueba de un pequeño sorbo aquello que desea, lo que ansía, por lo que suspira en esta peregrinación. Saboree y siga con hambre, beba y siga con sed, pues los que te comen tendrán más hambre, y los que te beben tendrán más sed6. Pero se saciarán cuando aparezca tu gloria7, cuando se manifieste el cúmulo inmenso de tu dulzura, que reservaste para los que te temen8, porque sólo lo revelas a los que te aman.

11 Sal 103,2.

22 Sal 103,21.

33 Sal 4,8.

44 Ex 5,7.

55 Cant 2,14.

66 Eclo 24,21.

77 Sal 35,15.

88 Sal 30,20

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3. Mientras tanto, Señor, que yo te busque, y te busque con el amor; porque quien camina amándote es indudable, Señor, que te busca; y quien te ama perfectamente ése es, Señor, el que ya te ha encontrado. ¿Hay algo más justo que el que te ame tu criatura, que recibió de ti ese don para poder amarte? Los seres irracionales o insensibles no pueden amarte: no son capaces de ello. Tienen su naturaleza, su figura y su orden, no para ser felices o poder serlo amándote, sino para que todo lo hermoso, bueno y bien ordenado por ti contribuya a la gloria de aquellos que pueden ser dichosos porque pueden amarte.

CAPÍTULO I I

Naturaleza, forma y utilidad otorgadas en común a todas las criaturas

4. Nuestro Dios, que es el ser sumo e inmutable, que es siempre el mismo, como dice David: Tú eres siempre el mismo9, dio a todas las criaturas estas tres cosas: naturaleza, forma y utilidad. Por la naturaleza son buenas; por la forma son hermosas; por la utilidad son provechosas si están bien ordenadas. Quien les dio el ser las hizo también buenas, hermosas y bien ordenadas. Y como proceden del que es infinito e inmutable, por eso existen todas. Como aquel de quien dimanan es infinita e inmutablemente hermoso, todas son hermosas. Y todas son buenas por causa del que es la bondad suma e inmutable; todas están bien ordenadas por el que es infinita e inmutablemente sabio. Son, pues, buenas por naturaleza, hermosas por la forma y bien ordenadas al esplendor de todo el conjunto.

5. Vio Dios, dice, todo lo que había hecho y era muy bueno10. Por el hecho de ser, son buenas; en cuanto que cada parte se armoniza con la totalidad, son hermosas; y si cada una halla en todo el conjunto su lugar, tiempo y modo adecuado, entonces están perfectamente ordenadas. Cada cosa tiene un lugar propio para estar; por ejemplo, el ángel el cielo, los seres irracionales la tierra, y el hombre -como intermedio- el centro del paraíso. Tienen también el tiempo en que existen o hasta cuando existen, de manera que en la belleza del conjunto unos comienzan todos a la vez, como sucede en la naturaleza angélica; otros no comienzan todos a la vez, pero una vez que comienzan no dejan de existir, como los hombres; y otros tampoco comienzan a la vez, y con el tiempo dejan de existir, como los irracionales.

6. Para que no se piense que callo el modo en que subsiste cada criatura y cuál es el más adecuado de cada una, ¿hay algo más propio de la criatura racional que la bienaventuranza, si es justa? ¿Y algo más apropiado que la miseria si es malvada? ¿O qué modo más oportuno para la criatura irracional e insensible, incapaz de ser feliz ni miserable, que servir a la salud de unos o aumentar la desdicha de otros? Tiene mucha razón el sabio que dice: El agua, el fuego y el hierro, la leche, el pan y la miel, el racimo de uvas, el aceite y el vestido, todo eso se convierte en bueno para los santos11 y en malo para los impíos y pecadores. Y no se queje el hombre de tener el mismo lugar que las bestias, pues no comprendió la dignidad que poseía, y por eso se rebajó con los animales y se hizo semejante a ellos 12. Y no sólo por el

99 Sal 101,28.

010 Gen 1,31.

111 Cfr Eclo 39,33.

212 Sal 48,13.

12

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lugar. ¿Quién es capaz de decir cuánta semejanza con los animales irracionales brotó al quedar abolida en el alma racional, no la imagen, pero sí la semejanza divina? Pero esto queda para otro momento.

7. Ahora hay que resaltar y predicar la sabiduría del Creador: él no es el origen ni provocador de los males, pero sí es su prudentísimo coordinador. ¿Por qué no impide mi Señor dulcísimo y omnipotentísimo que exista el mal, de modo que no pueda manchar ni lo más mínimo su plan eterno? ¿No brillaría más su omnipotencia, no sería más admirable su sabiduría, y más dulce su misericordia si convirtiera con su poder los males en bienes, ordenara sabiamente lo ordenado y otorgara misericordiosamente la bienaventuranza a los miserables?

CAPÍTULO I I I

El hombre ha sido creado a imagen de su Creador y es capaz de la bienaventuranza

8. Así pues, en el conjunto de toda la creación, al hombre no sólo se le ha concedido existir, o ser simplemente algo bueno, hermoso u ordenado como las demás criaturas, sino también ser dichoso. Pero así como ninguna criatura existe por sí misma, ni es hermosa o buena por sí misma, sino por el que es infinito y totalmente hermoso o bueno, y es, en consecuencia, la bondad de todo lo bueno, la belleza de todo lo hermoso y la causa de todo cuanto existe, tampoco el hombre es dichoso por sí mismo, sino por aquel que es infinitamente feliz y por ello la felicidad de todos los bienaventurados.

9. Únicamente la criatura racional es capaz de esta bienaventuranza. Creada a imagen de su Creador, posee la capacidad de adherirse a aquel de quien es imagen, y esto es un bien exclusivo de la criatura racional, como dice el santo David: Para mí lo bueno es adherirme a Dios13 . Esta adhesión no es de la carne sino del alma, pues el Creador de las naturalezas infundió en ella tres facultades para hacerle capaz de la eternidad divina, partícipe de la sabiduría y saboreador de la dulzura. Estas tres son la memoria, la ciencia y el amor o voluntad. La memoria es capaz de la eternidad, la inteligencia lo es de la sabiduría, y el amor de la dulzura. Creado el hombre con estas tres facultades a imagen de la Trinidad, tenía presente a Dios en la memoria sin olvidarle, le conocía sin error por la inteligencia, y con el amor lo abrazaba sin ansiar nada más. Por eso era feliz.

CAPÍTULO IV

El hombre se apartó del amor que contenía el gozo pleno de su felicidad, y también se apartó de Dios; se volvió un miserable y corrompió la imagen de Dios en sí, aunque no la suprimió.

10. Aunque la felicidad consista en estas tres cosas o se consiga con ellas, sin embargo su deleite reside propiamente en la tercera. Es indudable que deleitarse en cosas viles es lo más repugnante, pero donde no existe deleite tampoco hay felicidad. Y donde falta el amor también el deleite. En cambio, cuanto más se ama el bien supremo, mayor es el deleite y la felicidad. Ya puede la memoria recordar muchas cosas, y la inteligencia comprender lo más

313 Sal 72,28.

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profundo, si la voluntad no se ocupa de lo recordado y conocido no existe deleite alguno.

11. Nuestro primer padre, dotado del libre albedrío, con la ayuda de la gracia de Dios podía deleitarse perpetuamente, amando siempre a Dios con su recuerdo y conocimiento, y ser siempre dichoso. También pudo dirigir su amor a otra realidad inferior, y de ese modo enfriarse al apartarse de su amor y condenarse a la miseria. Si la dicha única de la criatura racional es adherirse a Dios, su miseria consiste en apartarse de Dios. Pero encumbrado en dignidad, no comprendió. ¿Qué? Tal vez lo que comprendió uno que entró en el santuario de Dios y percibió las realidades presentes y las últimas; pues como él dice: Los que se alejan de ti perecerán; destruyes a los que te son infieles14. No comprendió que quienes abandonan a Dios por la soberbia caen en la necedad, y que quien usurpa la semejanza con Dios por la rapiña, se viste justamente con la desemejanza de los jumentos.

12. Al abusar, pues, del libre albedrío, desvió su amor del bien inmutable, y cegado por la propia codicia se volvió a otro menor; al apartarse del bien verdadero y pasarse a lo que no era bueno por sí mismo, donde se imaginaba que iba a ganar, en realidad perdió; y al amarse perversamente se perdió a sí mismo y a Dios. La consecuencia justísima fue que a quien atentaba contra Dios ansiando la semejanza de Dios, si la curiosidad le incitó a querer ser semejante a Dios la codicia le volvió más desemejante. La imagen de Dios en el hombre quedó corrompida, aunque no totalmente eliminada. Por ello conserva la memoria, aunque expuesta al olvido; y la inteligencia, aunque sometida al error; y el mismo amor, aunque proclive a la codicia.

13. Todavía persevera en el alma racional en esta trinidad la marca muy pobre de la Trinidad bienaventurada, y volviéndose hacia la substancia misma el alma recuerda quién es, se conoce y se ama. Ama, conoce y recuerda su propia memoria; y recuerda, conoce y ama su propia ciencia y ama, recuerda y conoce su propio amor. En la sustancia está la unidad y en las tres palabras que citamos aparece la trinidad. Por eso dice el salmista: El hombre permanece en la imagen, pero se turba inútilmente15. Con estas palabras el santo David insinúa de manera concisa pero muy clara que el alma humana posee la imagen por naturaleza, y la corrupción por el pecado. Pues el olvido corrompe la memoria, el error oscurece la ciencia y la codicia mengua el amor.

CAPÍTULO V

Con la venida del Salvador se renueva en el hombre la imagen de Dios; su renovación perfecta no ha de esperarse aquí sino en el futuro.

14. Una vez saldada la deuda que pesaba sobre la naturaleza humana, por el Mediador entre Dios y los hombres Jesucristo hombre16, y cancelado el documento por el cual nos tenía amarrados la cruel soberbia del enemigo antiguo; expoliados los principados y potestades17, a los que nos había sometido la justicia divina, y aplacado Dios Padre por aquella hostia única

414 Sal 72,27.

515 Sal 38,7.

616 1 Tim 2,15.

717 Col 2,15.

14

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de la cruz, la memoria se repara de nuevo por la doctrina de la Sagrada Escritura, el entendimiento por el sacramento de la fe y el amor por el crecimiento diario de la caridad. La renovación de la imagen sería perfecta si el olvido no alterase la memoria, si ningún error ofuscara la inteligencia, y ninguna especie de codicia turbara el amor. Pero ¿dónde y cuándo sucederá eso? Esa paz, esa tranquilidad y esa felicidad hay que esperarlas en la patria, donde no existe el olvido entre los que viven en la eternidad, ni se desliza el error en quienes disfrutan de la verdad, ni ataca la codicia a los que están absortos en la caridad divina. ¡Oh caridad eterna y verdadera, verdadera y amada eternidad, amada y eterna verdad, eterna, verdadera y amada trinidad! Aquí, aquí está el descanso, aquí la paz, aquí la dichosa tranquilidad, aquí la tranquila felicidad, aquí el gozo tranquilo y dichoso.

15. ¿Qué haces, alma humana, qué haces? ¿Por qué te enredas con tantas cosas? Sólo una cosa es necesaria. ¿Para qué más? Lo que ansías en tantas cosas lo tienes en uno. La grandeza, la ciencia, el deleite, la abundancia, todo lo tienes aquí, plenamente aquí, y en ningún otro lado. ¿Acaso existe la verdadera grandeza en esta fosa fatal y charca fangosa? ¿Se halla la ciencia perfecta en este país de sombras de muerte? ¿Es posible el gozo puro en este lugar horroroso y en esta inmensa soledad, o la plena abundancia entre tanta miseria? ¿Qué grandeza existe en el mundo que no la destruya el temor? ¿Qué ciencia tiene el hombre si se desconoce a sí mismo? Y si te gozas en la carne, eso es propio del caballo y del mulo que carecen de razón18. Si te recreas en la fama o riquezas, cuando mueras no te llevarás nada ni te acompañará tu fama19. Así pues, la verdadera grandeza reside donde ya no hay nada mayor a que aspirar; la ciencia verdadera consiste en no ignorar nada; el auténtico placer es el inmune al hastío; y la auténtica abundancia es la que nunca se agota. ¡Ay de nosotros, Señor, que nos alejamos de ti! ¡Ay de mí, que se ha prolongado mi destierro!20 ¿Cuándo llegaré y me presentaré ante ti?21 ¡Quién me diera alas de paloma para volar y descansar!22

16. Mientras tanto, Señor Jesús, te pido que mi alma se emplume en el nido de tu disciplina, descanse en los huecos de la peña y en las grietas del cercado. Que te abrace ahora a ti crucificado y beba un sorbo de tu dulcísima sangre. Que esta meditación apacible llene mi memoria, para que el olvido no la oscurezca por completo; que declare no saber otra cosa sino a mi Señor y a éste crucificado23, y así la vanidad del error no desvíe mi conocimiento de la solidez de la fe. Que tu amor admirable se apodere de todo mi amor, y no lo arrastre la codicia del mundo. ¿Pero qué digo? ¿Deseo esto sólo para mí? Que se cumpla, Señor, que se cumpla por favor lo que dijo el profeta. Se acordarán y volverán al Señor todos los confines de la tierra24. Dice que se acordarán. Por lo tanto, comprendo que el recuerdo de Dios está escondido, pero no totalmente sepultado en la mente racional, para que sientas que no se trata de algo nuevo que se incluye sino de lo antiguo que se restaura. Pues si la razón humana no resplandeciera al menos un poco y de modo casi espontáneo en el recuerdo de Dios, creo que ni siquiera el insensato diría en su corazón. No hay Dios.

818 Sal 31,9.

919 Sal 48,18.

020 Sal 119,5.

121 Sal 41,3.

222 Sal 54,7.

323 1 Cor 2,2.

424 Sal 21,28.

15

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CAPÍTULO V I

Disputa contra el necio que dice en su corazón : “No hay Dios”.

17. Si eres, pues, tan necio que dices en tu corazón: No hay Dios, ¿crees que habrá algún sabio? Tal vez tú. Supongamos que así sea, ¿y eres tan sabio que no puedes volverte necio? ¿O tan necio que no puedas llegar a sabio? Si rechazas ambas cosas, no sólo diría que has perdido el juicio sino que ni siquiera vives. Pero porque tú devanees ¿crees que ha desaparecido la sabiduría? No, puedes llegar a sabio. ¿Y con qué otro medio sino con la sabiduría? Por lo tanto, aunque tú pierdas el juicio, existe la sabiduría. - Es cierto, me dirás, pero en el sabio. - ¿Pero hay acaso un hombre que no pueda desvariar? Aunque todos los hombres pierdan el juicio, persiste la sabiduría, pues en caso contrario no podrían volver a saber. - Me dirás que la sabiduría persiste en los ángeles. Incluso ellos por naturaleza pueden desvariar, como lo muestra la inmensa multitud de ángeles necios, cuya naturaleza era igual que la de los otros, aunque su gracia es distinta. Por lo tanto ninguna criatura es sabia por sí misma. ¿Cómo lo será, pues, sino por la sabiduría? ¿Y dónde la encuentra el necio para ser nuevamente sabio? Si la encuentra, la sabiduría hallada por el necio le hace sabio. Pero, ¿cómo encontrar lo que no existe si no comienza antes a existir?

18. Yo no la encuentro así -replicas-, sino que me hago sabio con la meditación y el ejercicio. - Así que ¿te haces tú mismo sabio? ¿Tú mismo creas la sabiduría? - ¿Y por qué no? - Yo te había imaginado necio, y tú te has hecho tan sabio que eres capaz de conseguirte la sabiduría. ¿Acaso sabe poco el que hace a otro sabio? Porque si alguien afirma que un necio puede hacer sabio a otro, todos se reirán de él. ¿De dónde, pues, le viene al necio la sabiduría? Tal vez de otro hombre sabio. ¿Y ése por qué es sabio? Tal vez se hizo él mismo sabio. Pero antes de hacerse sabio ¿no era necio? Caemos en la misma contradicción del necio que hace sabio a otro.

19. Si me dices que el ángel puede hacer sabio a otro, ¿de dónde le viene ser sabio? Si es él quien se hizo sabio, volvemos a la contradicción antedicha. Concluyamos, pues, que la sabiduría que hace sabios a los demás no es una realidad creada. La sabiduría no puede volverse necia, porque no puede ser necedad, como la muerte no puede ser vida, aunque la muerte de Cristo sea nuestra vida. Ni la luz puede ser tiniebla, aunque nosotros fuimos en otro tiempo tinieblas y ahora somos luz en el Señor. Ni el mismo Juan era luz, sino el que daba testimonio de la luz. Existía ya la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo25. Esa es la verdadera sabiduría, que se infunde en las almas santas, para que también ellas sean sabias. ¿Te parece poco todo esto, oh necio?

20. Vuelvo a preguntarte: ¿sabes que existes? Me dirás que nadie lo ignora. Cierto, ni siquiera el escolar. Pero ¿has existido siempre? ¿De dónde has recibido la existencia? ¿Te has hecho a ti mismo? Si no eras nada ¿cómo pudiste hacer algo tan grande? ¿De dónde, pues, te viene la existencia? ¿Acaso de otro hombre? ¿Y al otro? ¿Acaso del ángel? ¿Y al ángel? Concluyamos, pues, que la esencia que da el ser a todos los demás no ha sido creada, como tampoco ha sido creada la sabiduría que otorga el saber a todo lo demás. No te escuches, por tanto, a ti para saber esto o lo otro, o para ser así o de otro modo; que te hable en el corazón el que es la sabiduría y el ser, y no dirás en tu corazón: No hay Dios, porque en él percibirás que

525 Jn 1,9.

16

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ni siquiera puedes existir ni decir en tu corazón: No hay Dios, si no existiera Dios.

21. Insisto: ¿quieres existir y saber? Creo que no lo rechazas. Pues reúne estas tres cosas: el ser, el saber y el querer. Vuélvete, oh rebelde, al corazón26. Considera qué unidad e igualdad reina entre las tres. Y cuando percibas que estas tres se hallan en ti y que no proceden de ti, piensa en la esencia eterna, en la sabiduría eterna y en la voluntad eterna de la sabiduría y esencia eterna, y no digas en tu corazón. No hay Dios, sino que, al recordarla conviértete al Señor tu Dios con todos los confines de la tierra.

CAPÍTULO V I I

El hombre se alejó de Dios por el afecto del alma

22. ¡Qué admirable es, Señor, el conocimiento que tienes de mí! Es inmenso y no puedo abarcarlo27. Mientras tanto te abrazaré, Señor Jesús. Como pequeño al pequeño, como débil al débil, como un hombre a otro hombre, y aún más, como pobre a pobre. Porque tú, Señor, eres un pobre, te montaste sobre una borrica y sobre una cría de borrica28. Así te abrazaré, Señor. Pues toda mi grandeza proviene de tu pequeñez, toda mi fortaleza de tu debilidad, toda mi sabiduría de tu necedad. Señor: correré tras el aroma de estos ungüentos29. ¿Te asombra que llame ungüento lo que sana al enfermo, fortalece al débil y alegra al triste? Te seguiré, pues, Señor Jesús, estimulado por el olor de estos ungüentos y confortado con su aspersión. Te seguiré, Señor, si no a los montes de los aromas, donde te encontró tu esposa30, sí al huerto, Señor, donde quedó sembrada tu carne. Allí, sin duda, exultas; aquí duermes. Aquí, Señor, aquí duermes, aquí descansas31, aquí gozas de ese dulce Sábado. Que mi carne, Señor, quede sepultada contigo, para que lo que vivo en la carne no lo viva en mí sino en ti, que te entregaste por mí32. Sea yo ungido contigo, Señor, con la mirra del pudor, para que el pecado no reine más en mi cuerpo mortal33, ni me vuelva un jumento que se pudre en su propio estiércol34.

23. Pero ¿de dónde viniste al huerto? ¿De dónde, sino de la cruz? ¡Ojalá, Señor, tome tu cruz y te siga! Pero ¿cómo te voy a seguir? - Tú me respondes: ¿Cómo te apartaste de mí? - Creo, Señor, que no fue con los pasos de los pies sino con el afecto del alma. No quise conservar para ti la substancia de mi alma y me la apropié; y al querer poseerme a mí mismo sin ti, te perdí a ti y a mí. Y yo mismo me siento muy pesado35; me he convertido en un antro de miseria y tinieblas, en un lugar horroroso y en un campo de escasez. Por lo tanto, me

626 Is 46,8.

727 Sal 138,6.

828 Jn 12,15.

929 Cant 1,3.

030 Cant 8,14.

131 Cant 1,6.

232 Gal 2,20.

333 Rom 6,12.

434 Joel 1,7.

535 Job 7,20.

17

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levantaré e iré a mi Padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti36.

CAPÍTULO V I I I

El hombre se reforma como imagen de Dios por el afecto de la caridad

24. Si no me engaño, está claro que la soberbia humana se malogra a sí misma y corrompe la imagen de Dios que hay en ella, cuando se aleja del sumo bien, no con los pasos de los pies sino con los afectos del espíritu; y que la humildad humana se renueva a imagen de quien la creó cuando se acerca a Dios con el afecto del espíritu. Por eso dice el Apóstol: Renovaos en el espíritu de vuestra mente y revestíos del hombre nuevo, que fue creado a imagen de Dios37. ¿Y cómo se realizará esta renovación sino con el precepto nuevo de la caridad, del que afirma el Salvador: Os doy un mandamiento nuevo38? Así pues, si el espíritu se reviste perfectamente de esta caridad reformará las dos facultades que dijimos están corrompidas, es decir, la memoria y el conocimiento. Por eso se nos inculca como muy saludable para nosotros el contenido de este único precepto, del cual depende el despojo del hombre viejo, la renovación del espíritu y la reforma de la imagen divina.

25 . Nuestro amor, en efecto, envenenado de codicia y miserablemente amarrado en la red del placer, se hundía en el abismo, esto es, iba de vicio en vicio por su propio peso. Pero al infundírsele la caridad, y disolver ésta con su calor su innata indolencia, se eleva a las alturas, se despoja de la vetustez y se reviste de la novedad, y adquiere las alas plateadas de paloma39

para volar hacia el bien sublime y puro, de quien todos proceden, como lo proclama abiertamente el bienaventurado Pablo a los Atenienses40.

26. Pues después de disertar sutil y ampliamente sobre Dios, y demostrar con vehemencia con textos de los filósofos que Dios es único, y que en él vivimos, nos movemos y existimos, dice: Somos su raza. Y añade: Por tanto, si somos de la raza divina41. Nadie piense, sin embargo, que el Apóstol afirma que somos raza de Dios para demostrar que poseemos la misma naturaleza o sustancia que Dios, y en consecuencia, que ya dejamos de ser mudables, corruptibles o miserables, como sabemos que lo es su Unigénito, nacido de su sustancia y semejante en todo al Padre. Afirma que somos raza de Dios, o más bien no lo niega, porque sabemos que el alma racional, creada a imagen de él, puede participar de su sabiduría y bienaventuranza. La caridad, pues, eleva nuestra alma hacia aquello para lo que fue hecha; y la pasión le empuja hacia lo que libremente se deslizó.

CAPÍTULO I X

Nuestro amor está dividido contra sí mismo por las tendencias contrarias de la caridad y de la concupiscencia

636 Luc 15,18.

737 Ef 4,23-24.

838 Jn 13,34.

939 cfr Sal 67,14.

040 Hech 17,28.

141 Hech 17,28.

18

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27. Como la única facultad de nuestra alma capaz de la caridad o de la pasión es lo que solemos llamar el amor, éste es el que está dividido en sí mismo por una especie de dos apetitos contrarios: la nueva infusión de la caridad y las secuelas de la inveterada pasión. A esto se refiere el Apóstol: No hago lo que quiero42. Y en otra ocasión: La carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Son tan opuestos que no hacéis lo que queréis43. Aquí el Apóstol, al hablar del espíritu y de la carne, no se refiere a dos naturalezas contrarias en cada hombre, como se imaginan los inmundos Maniqueos; sino que al referirse al espíritu expresa la novedad de la mente por la infusión de la caridad, pues el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado44. Y al hablar de la carne insinúa la mísera esclavitud del alma por las secuelas de lo antiguo, y afirma que en una misma mente se entabla un conflicto continuo entre lo viejo tan arraigado y lo nuevo tan insólito.

CAPÍTULO X

El libre albedrío ocupa un lugar central en el alma, pero no influye del mismo modo enel bien como en el mal

28. Así pues, entre estas dos realidades, es decir, lo que el Apóstol llama codicia de la carne, no porque toda codicia mala proceda de la carne, pues los demonios no tienen carne y poseen la codicia, sino porque no viene de Dios sino del hombre, a quien la Escritura suele llamar carne. Entre ese apetito, que con pleno rigor se llama codicia, y aquel otro del espíritu, que con razón llamamos caridad, porque es del espíritu de Dios y no del nuestro, ya que la caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado45; entre estas dos -insisto- ocupa en cierto modo el centro lo que en el hombre se denomina libre albedrío, porque cuando el alma se inclina a uno de los dos lo hace por el libre albedrío. Nadie sea tan ignorante que se atreva a conceder que el hombre, por su libre albedrío, tiene la misma posibilidad para hacer el bien que el mal, pues no somos capaces de pensar nada por nosotros mismos46, ya que es Dios quien produce en nosotros el deseo y su realización, según su designio47; porque, no depende de querer ni de correr, sino de que Dios se apiade48. Conclusión: ¿negamos con esto que existe en el hombre el libre albedrío? De ninguna manera.

29. El libre albedrío es esa energía o naturaleza del alma, o si es posible decirlo de manera adecuada, eso propio del hombre por lo que consiente a algo con el juicio de la razón. No es el consentimiento a esto o aquello, sea bueno o malo, sino aquello con lo que se consiente. Así como una cosa es la vista y otra la visión, ya que la vista es uno de los cinco sentidos corporales y la visión es la actuación del sentido, del mismo modo distinguimos entre el

242 Rom 7,15.

343 Gal 5,17.

444 Rom 5,5.

545 Ibidem.

646 2 Cor 3,5.

747 Flp 2,1.3

848 Rom 9,16.

19

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consentimiento y aquello con que se consiente. El consentimiento es una acción del alma, y el libre albedrío es cierta energía o naturaleza del alma por la cual consiente, y que posee un juicio innato, por el cual elige aquello en que consiente. Pero como el consentimiento se hace con la voluntad y el juicio con la razón, la voluntad y la razón integran el libre albedrío. La razón propone el bien y el mal, lo justo e injusto, y lo intermedio; la voluntad consiente y todo consentir procede de la voluntad.

30. Donde hay voluntad, allí hay cierto grado de libertad. El libre albedrío, como he dicho, parece que incluye ambas facultades: la libertad de la voluntad y el juicio de la razón. Ya ves, pues, cómo el libre albedrío no está determinado por la buena voluntad del hombre, sea cual sea su origen, pues no pierde la decisión ante una voluntad buena ni mala; y en consecuencia, tampoco la libertad, ni la razón, ni el juicio. Pero como Dios produce en nosotros el deseo ¿perdemos la capacidad de desear? Si es don de Dios el que usemos bien de la razón, ¿por eso no usamos de la razón? Si se debe a Dios todo el bien que hacemos, ¿por eso no hacemos el bien? Si no podemos pensar nada por nosotros mismos, porque nuestra capacidad proviene de Dios, ¿somos incapaces? Aunque todo esto lo hacemos por la gracia de Dios, sin embargo lo hacemos, y lo hacemos con la voluntad y la razón; y por tanto, no lo realizamos sin el libre albedrío.

CAPÍTULO X I

La gracia no suprime el libre albedrío

31. Dios actúa de un modo muy distinto en los seres que carecen de voluntad y de razón, y en consecuencia, de libre albedrío -como por ejemplo las bestias- y tampoco ellas hacen nada de esto. El bien que Dios hace por medio de nosotros, o desde nosotros, pero sin nuestra voluntad, es exclusivo de Dios y no nuestro; y lo que hace con nuestra voluntad es suyo y nuestro. Si lo hago queriendo -dice Pablo- recibo salario; si no es por mi voluntad es que me han confiado una administración49. Por tanto, para que la obra que Dios realiza en nosotros y por nuestro medio sea también nuestra, él mueve nuestra voluntad para que consintamos; y de este modo, por su gracia nosotros tenemos recompensa. Pues si lo hago queriendo recibo salario; y para que yo quiera hacer el bien Dios produce en mí el deseo. Excita la voluntad a pedir, a buscar y a llamar, y añade una gracia a otra, es decir, realizarlo con una voluntad buena.

32. Finalmente, como la vida eterna es la recompensa de las obras buenas, al otorgarla Dios corona sus dones, que quiso fueran méritos nuestros. Observa todo esto en Pablo: Fui blasfemo y perseguidor e insolente50. Aquí hay una voluntad, pero mala: hay méritos, aunque pésimos. Pero alcancé misericordia, para ser fiel. Aquí hay una voluntad buena; pero fíjate de dónde procede. No porque existió antes en mí algo bueno, sino porque me precedió su misericordia. Yo alcancé misericordia para ser fiel. Como dice San Agustín, uno puede ir a la iglesia, escuchar la palabra de Dios o recibir el sacramento de Cristo no queriéndolo. Pero creer sólo es posible queriéndolo. Sobre las obras escucha: Trabajé más que todos ellos51.

949 1 Cor 9,17.

050 1 Tim 1,13.

151 1 Cor 15,10.

20

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¿Esto es, Pablo, lo que tienes y no lo recibiste? - Lo recibí. Es cierto que trabajé más que todos ellos, pero no yo.

33. ¿Cómo es posible esto: yo y yo no? Yo no, porque no procede de mí, de mis fuerzas, sabiduría o méritos, sino de la gracia de Dios. ¿Que ha sucedido? ¿Te quita el libre albedrío, destruye tu voluntad y aniquila el juicio de la razón? De ninguna manera. Dije que yo no, porque es la gracia de Dios; pero dije que yo, porque la gracia de Dios está conmigo. ¿Cómo está conmigo? Haciendo que consienta con el que obra, y de este modo coopere yo, y coopere queriendo; pues si yo no quiero y él actúa desde mí o por medio de mí, no podré afirmar: He peleado un buen combate, he terminado la carrera, he mantenido la fe52. Por tanto, el libre albedrío no basta para hacer el bien, pero Dios hace muchas cosas buenas en él, con él y por él. En él cuando le incita al bien con una inspiración interior; con él, cuando une a él el libre albedrío por el consentimiento; por él, cuando con la cooperación de Dios, uno realiza algo por medio del otro. Me espera la corona de la justicia53. ¿Qué corona, sino la vida eterna? Me espera la corona de la justicia, que el Señor me entregará aquel día.34. Dice que le entregará. Por tanto, si se la entrega, la recompensa es la vida eterna. Verdadera recompensa, porque ha precedido una buena obra: He peleado un buen combate. ¿Pero de dónde procede esta obra? No yo, sino la gracia de Dios conmigo54. Los méritos son, pues, nuestros, y la gracia es de Dios. Y por esos méritos da la vida eterna: una gracia por otra gracia. Dará a cada uno según sus obras. Pero sólo merecen la recompensa celestial aquellas obras que han sido dispensadas antes por su favor. Que la vida eterna es gracia nos lo dice el mismo Apóstol: El salario del pecado es la muerte, y el don de Dios es la vida eterna55. La vida eterna -insisto- es gracia y doble gracia. Es gracia porque se da por otra gracia; y es también gracia porque la gloria supera a los méritos. Los sufrimientos del tiempo presente no tienen proporción con la gloria futura que se ha de revelar en nosotros56.

CAPÍTULO X I I

Ni a los que se salvan ni a los condenados se les priva del libre albedrío;y la gracia sólo actúa mediante el libre albedrío

35. ¿Acaso en la gloria careceremos de voluntad para consentir un bien tan inmenso, o estaremos privados de la razón para apreciar ese bien nuestro? Por tanto, tampoco del libre albedrío; y no para poder hacer el mal sino para ser capaces de ese bien. Las bestias no están expuestas a la condenación ni son capaces de la salvación, porque carecen de razón y de voluntad. Los niños no poseen más razón y voluntad, pero sí una gracia más evidente; carecen del don de los méritos, pero aunque por la limitación que procede de la pena del pecado viven y mueren sin libre albedrío, al ser despojados de este envoltorio de la carne que les condiciona, en modo alguno debemos admitir que participarán de la felicidad eterna o de una merecida condenación sin hacer uso de la voluntad racional.

36. Los niños que se salvan muestran una gracia más evidente, pues carecen del libre

252 2 Tim 4,7.

353 2 Tim 4,8.

4541 Cor 15,10.

555 Rom 6,23.

656 Rom 8,18.

21

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albedrío al que puedan asignarse los méritos; la gracia que otorga los méritos y los premios me parece una gracia más colmada. De nada podemos gloriarnos, cuando no hay nada nuestro. ¿Qué es lo que te distingue, oh hombre? ¿El libre albedrío? Sin duda, pero te distingue de los jumentos, no de los injustos. Porque también los malvados poseen libre albedrío, sin el cual no podrían ser ni siquiera injustos. Exceptuando, pues, el pecado original, que por otro motivo oprime incluso a los que no lo quieren, nadie puede ser justo o injusto sin su voluntad, y por tanto sin el libre albedrío. Pero la voluntad sólo se levanta hacia la justicia con la gracia, mientras que se hunde por sí misma en la injusticia.

37. Es indudable que donde existe la voluntad hay libertad. Pues donde se está voluntariamente no se obliga a estar por coacción. ¿Quieres escuchar cómo se da cierta libertad en la injusticia? Atiende al Apóstol: Mientras erais esclavos del pecado os emancipabais de la justicia57. ¿No adviertes cómo la voluntad no carece de libertad, incluso en la esclavitud del pecado? ¿Pero acaso falta el juicio de la razón en la libertad de una voluntad injusta? ¿No puede discernir lo que quiere de lo que no quiere, o juzgar que es provechoso, bueno o deshonesto incluso lo que quiere de manera desordenada? Porque si carece de alguna de estas facultades podría apetecer sólo lo voluptuoso, tener los mismos instintos que los animales, pero sin ser capaz de consentir o disentir de ellos por el juicio de la razón, que es lo propio del libre albedrío. El profeta nos demuestra que el hombre puede abusar de la razón haciendo el mal: Son sabios para obrar el mal58. El libre albedrío no deja de existir ni en las penas del infierno, ya que los réprobos rechazan voluntaria y libremente las penas que sufren; tampoco falta el juicio de la razón, por el cual se acusan y juzgan a sí mismos como merecedores de lo que padecen.

38. Creo que la cuestión está clara: ni la gracia elimina el libre albedrío, ni el libre albedrío debilita la gracia. ¿Cómo va a suprimir la gracia el libre albedrío, si la gracia sólo actúa en el libre albedrío? Y esta gracia de que hablamos no actúa en los brutos animales ni en las realidades insensibles, sino sólo en los que son capaces de sentir un precepto o prohibición y escuchan: haz esto o aquello, o no hagas esto o aquello. Lo cual únicamente se aplica a los que gozan de libre albedrío, y con él pueden querer esto o aquello. Para que quieran el bien, la gracia no actúa destruyendo el libre albedrío e impidiendo que quieran algo, sino inclinándolo a que quieran el bien. De este modo, cuando practicas el bien no creas que lo haces con tus fuerzas; pero no lo enajenes de tu voluntad, ya que no es posible llamarlo bueno si no es voluntario.

CAPÍTULO X I I I

Por qué razón no influye del mismo modo el libre albedrío en el bien que en el mal

39. Dirá alguno: Estoy de acuerdo, y queda demostrado que la gracia de Dios puede obrar todo en todos sin atentar en nada contra la libertad de albedrío. Pero ¿quién sabe si eso sucede así? ¿Cuál es el motivo de que si no necesita la más mínima ayuda para el mal, no pueda obrar el bien? -¿Habrá alguien a quien no le baste el firme asentimiento de la fe católica, el peso de la experiencia diaria del que vive bien, lo que afirman los profetas y apóstoles, y lo que es aún mayor, el testimonio de aquellos labios verídicos que dicen: Sin mí no podéis

757 Rom 6,20.

858 Jer 4,22.

22

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hacer nada59? En unos ojos purificados con esta fe no puede faltar la razón, la inteligencia estará presente y penetrará la luz de la verdad.

40. El que pueda que vea, y quien no pueda ver, crea. El que ve, gócese con humildad; el que no ve, crea con perseverancia, pues si no creéis no entenderéis60. Vea -insisto- que la criatura ha sido hecha de la nada y es mutable, y por un cierto impulso natural de su mutabilidad tiende a aquello de donde procede, es decir, a la nada. Y de hecho es muy fácil ver que todo lo que es mudable por naturaleza necesita de algo inmutable para no cambiar. Nada mudable posee en sí la inmutabilidad, pues no sería mudable; y mucho menos puede dársela a otro. Pero si la criatura cambia sin la ayuda de nadie, ¿no es evidente que cambia de manera más natural y vigorosa por un impulso necesario hacia aquello de que fue hecha? Por eso, para que por su mobilidad no se deslice hacia lo más bajo, para que mantenga su mutabilidad en lo que es, y se eleve hacia lo alto con felices auspicios, siempre necesitará la gracia de quien le creó con su poder.

CAPÍTULO X I V

Qué diferencia existe entre la gracia de los primeros hombres en el paraíso y la que poseen los predestinados en este mundo; al hombre se le imputa con justicia la mala voluntad,

aunque para obtener la buena voluntad no basta la facultad del libre albedrío.

41. Aunque el ángel en el cielo y el hombre en el paraíso no estaban coaccionados por ninguna flaqueza ni les dominaba la maldad, por el hecho de poseer una naturaleza mudable ambos necesitaban la gracia; y si no se les hubiera otorgado, hubieran tenido excusas de su pecado. Pero como por la gracia creadora se les otorgó una voluntad buena, y por la gracia auxiliante la facultad de perseverar en ella si querían, no tenían motivos para quejarse de su naturaleza mutable. La bondad divina no dejaría de mantenerla e impulsarla si su propia maldad no la hubiera abandonado. No me atrevo a opinar sobre si a los condenados se les dará una gracia especial que les inspire una voluntad buena o si se les concede otra gracia, en la que no falte -si quieren- la posibilidad de perseverar.

42. Si los elegidos sufren una miseria mayor que los primeros hombres en el paraíso, también reciben una gracia mayor; y cuanto más les ataca la fragilidad más poder de resistir se les concede. A aquellos, como dijimos, vemos que se les otorgó la posibilidad de perseverar, si querían; a éstos se les otorgó también el hecho de perseverar. Pero ¿por qué el vicio es propiedad del hombre inicuo si carece de una voluntad buena, la cual no puede adquirir por su fuerza ni conservarla por sí mismo? El que ha sido dotado de buena voluntad ¿por culpa de quién se ha hecho malo? ¿No será más justo imputarle su impotencia, ya que no le fue impuesta por el Creador sino que fue él mismo quien se abrazó espontáneamente a ella? Si no parece justo culparle de no tener la voluntad buena, que no podría tener si no la hubiera recibido, ¿será injusto que se le impute la que recibió y perdió? ¿Será injusto que se le impute el mal que cometió sin que nadie le obligara?

CAPÍTULO X V

959 Jn 15,5.

060 Is 7,9.

23

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La condenación, incluso la de los niños, es muy justa

43. Me dices que la razón condena con toda justicia a quienes pueden usar la razón, y por ello no carecen de juicio para elegir o de voluntad para consentir. ¿Pero qué motivo existe para condenar a los párvulos, que no son malos por creación ni la voluntad propia les hace injustos? - Dime: ¿crees que es injusto que el fuego consuma un árbol inútil y estéril? Mira, te ruego, a todo el género humano como un árbol seco, estéril, viciado de raíz, infectado del veneno de la antigua serpiente, destinado justísimamente a las llamas, reservado para el fuego y entregado a la condenación. ¿Qué dices? ¿Te irrita, árbol estéril, que algunas ramitas cortadas de tu raíz ya muerta sean arrebatadas del fuego, e injertadas en un tronco fecundo recuperen la prístina hermosura?

44. Fíjate cómo aquel árbol verde, el árbol de la vida, cuyas hojas no se marchitan y todas sus obras prosperan, ha hecho un lugar en su dulcísimo costado, que quiso le abrieran en la cruz, para aquellas ramas, separándolas de aquella raíz enferma por pura misericordia. Y así, injertadas y trasplantadas en él, y convertidas en una misma cosa con él, reviven y florecen, no por su virtud -que es nula- sino participando de su espíritu; y al recibir la lluvia generosa que Dios derrama sobre su heredad, y ser caldeadas con el sol de la caridad divina y saturadas de la savia de la gracia celeste, den frutos espirituales que se almacenarán en los graneros del cielo. - Pero yo he quedado abandonada, dice aquella rama inútil. Totalmente abandonada. - ¿De qué te quejas? ¿Acaso tu ojo es malo porque yo sea bueno?

45. He dado a muchos sin debérselo a nadie; ¿y tú -repito- eres por eso malo y envidioso, te enfrentas y calumnias? - Me respondes: si ambos niños son víctima de la misma condena ¿por qué se elige a uno y se rechaza a otro? - Escucha el por qué: porque amé a Jacob y rechacé a Esaú61. - Es injusto, me gritas. - ¿Puede la obra reclamar al artesano por qué la hace así? ¿No tiene el alfarero libertad para hacer de la misma masa un objeto precioso y otro sin valor62? Pues si el hombre puede destinar algunos objetos que hace para usos nobles y reservar otros para servicios innobles, sin que nadie le llame injusto, ¿murmuras tú, porque Dios tome para sí algunos objetos que estaban destinados con toda justicia para la ignominia y prescindir de los que quiera? ¿Ensalzar a su prístina dignidad a los que prefiera y dar a otros la condena merecida? Si el alfarero hace de su voluntad la norma de justicia para clasificar los objetos que fabrica con una misma arcilla, ¿cómo no va a ser norma suprema de justicia la voluntad del Omnipotente, para separar, ordenar, tomar, rechazar, salvar y condenar a todo lo que ha creado de la nada?

46. Por tanto, se compadece de quien quiere y otorga misericordia a quien le place; a otro endurece, abandonándolo justamente; a quien quiere lo ablanda con la ternura de su misericordia; hace lo que quiere y no comete injusticia, pues la norma que distingue lo justo de lo injusto es su voluntad, la cual se identifica con la equidad; y su voluntad no depende de ninguna ley de justicia, sino que es la ley de la justicia la que dimana de su voluntad. He dicho todo esto para que no parezca injusta la condenación de los niños. Por tanto, oh hombre, no penetres en lo sublime, sino teme. Pues si Dios no se compadece de las ramas que tienen la misma naturaleza y el mismo mérito que tú, es posible que tampoco se apiade de ti.

161 Rom 9,13.

262 Rom 9,20-21.

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47. Contempla la severidad y bondad de Dios. La severidad con los que quedan abandonados, y la bondad contigo, con tal que permanezcas en la bondad. Pues en caso contrario también tú quedarás olvidado. Para no ser olvidado sino escogido de entre los olvidados, no presumas de ti, no desesperes de la bondad de Dios, no seas negligente en el obrar, ni perezoso para orar con el profeta que dice: Separa mi causa de la gente no santa63. Y para perseverar en la bondad, no te complazcas en tus fuerzas, sino fíate de aquel a quien grita el profeta: Tú, Señor, nos guardarás y nos librarás eternamente de esa generación64. De esa generación de la que añade: Los malvados no cesan de dar vueltas . Son como Sansón, que despojados de los cabellos de las virtudes y privados de las luces del conocimiento, se les destina a la muela del molino; abandonan el atajo de la caridad y giran en torno a la codicia.

CAPÍTULO X V I

La caridad posee toda la perfección

48. Y tú, alma mía, ¿no te sientes también sometida a este continuo merodear? Su cabeza no cesa de dar vueltas, dice la Escritura, y les abruma el esfuerzo de sus labios65. ¿Qué sacas con tanto esfuerzo? ¿Unas simples algarrobas de cerdos? Eso no sacia. Y si te sacia, ¿a qué nivel? Es mucho más suave, gozoso y agradable tener hambre de caridad que hartarse de codicia. Y no puede compararse en felicidad. Cuanto más enfrascado está uno en la codicia, más vacío de verdad y más miserable se siente. Al oír, pues, alma, el oprobio de tantos que merodean sin cesar, hazte como un cacharro inútil, olvídate de ti misma y enfráscate en Dios; no vivas ni mueras para ti, sino para aquel que murió y resucitó para ti.

49. ¡Quién me diera embriagarme de esta saludable bebida, quedar absorto de admiración y presa de este suavísimo letargo, para que, amando al Señor mi Dios con todo el corazón, toda el alma y todas las fuerzas, no busque jamás mis intereses sino los de Jesucristo! Y amando al prójimo como a mí mismo, no busque mi provecho sino el del otro. ¡Oh palabra que consuma y condensa en la equidad! ¡La palabra caridad, la palabra amor, la palabra dilección, la palabra de la plena perfección interior! Palabra que desborda y nada le falta; palabra que condensa, y, en la que se compendia toda la ley y los profetas. Judío, ¿qué necesidad tienes de tantas cosas? Aquí está la circuncisión, aquí el sábado, aquí las hostias salvadoras, aquí el sacrificio perfumado, aquí el incienso más delicado. Posee la caridad y nada de esto te faltará; descuida la caridad y nada te será provechoso.

CAPÍTULO X V I I

La circuncisión espiritual se contiene en la caridad

50. Aquí se halla, no la amputación de un miembro carnal, sino la verdadera y perfecta circuncisión del hombre interior y exterior, que refrena la lujuria, apaga la sensualidad, reprime la gula, domina la ira, disipa totalmente la envidia y derrota la soberbia, raíz de todos los vicios. Moderando con cierta dulzura espiritual los impulsos de la voraz tristeza, se

363 Sal 42,1.

464 Sal 11,8.

565 Sal 139,10.

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enfrenta a la molicie de su compañera la acedia. Hiriendo con la espada penetrante de la liberalidad la peste de la avaricia, libera y protege al alma del vicio de la idolatría. ¿Hay, acaso, algo más perfecto que esta circuncisión, por la que se amputan los miembros de los vicios, se aniquila el cuerpo del pecado, se deja el adorno velludo de los primeros padres, y desaparece toda la roña e inmundicia de la antigua vetustez? Al alma que está llena de la dulzura de la caridad no la cohíbe el temor, no la mancha la sensualidad, no la desgarra la ira, no la encumbra la soberbia; no la agita el humo fatuo de la vanagloria, ni le turba la pasión, ni la consume el vértigo de la ambición; no le halaga la avaricia, ni le hunde la tristeza, ni le corroe la envidia. Porque la caridad no es envidiosa ni fanfarrona, no es orgullosa ni destemplada, no busca sus interés, no se irrita, no piensa mal ni se alegra de la injusticia 66. Ya ves cómo esta circuncisión espiritual extermina todos los vicios y purifica los sentidos corporales con una especie de cuchillo divino amputando la insolencia de los ojos, raspando la comezón de los oídos, alejando los inútiles caprichos del gusto, reduciendo el descaro de la lengua, evitando a la nariz los olores de las rameras, y arrancando la molicie perniciosa del tacto.

CAPÍTULO X V I I I

El sábado verdadero y espiritual ha de buscarse en la caridad

51. Advierta ya el judío cuál es este Sábado, si es que un hombre ruin que gime bajo el peso de los pecados67, está amarrado con las redes de las pasiones, y que no ha saboreado nada o muy poco estos consuelos, puede decir algo de esto. ¡Ojalá me concedieran un pequeño respiro los capataces del Faraón, para que mi alma pudiera reposar media hora al menos en el silencio de este Sábado! Seguro que callaría dormido en la paz y descansaría en mi sueño con los reyes y magistrados que reconstruyen las ruinas y tienen sus casas repletas de dinero. Pero ¿cómo puede esperar eso un miserable? Buscaré, buscaré este Sábado, pues tal vez tú, Señor, escucharás el deseo del pobre, y sacándolo un día de la fosa fatal y de la charca fangosa, le concedas saborear un poquito y ver qué inmensa es la dulzura que reservas para tus fieles68

(Sal 30, 20), porque sólo se la manifiestas a los que te aman.

52. Pues quienes te aman descansan en ti; y allí se halla el verdadero descanso, la auténtica tranquilidad, la paz verdadera, el auténtico sábado del espíritu. Pero a ti, judío, ¿de dónde te viene el Sábado? - Del hecho de que Dios descansó el día séptimo de todas sus obras, me respondes. - ¿Entonces no descansó en los seis anteriores? - Evidente -insistes-, durante seis días Dios creó el cielo y la tierra; y en el séptimo descansó. Por eso se te manda estar ocioso. Estar ocioso, repito y no danzar. ¡Ojalá supieses estar ocioso y ver que este Jesús es Dios! Desaparecería al instante la tiniebla de la infidelidad, y contemplarías a cara descubierta por la caridad el Sábado perfecto! Y no te afectarían ya tanto los manjares carnales de tu sábado carnal, porque una vez dentro del tabernáculo admirable de la casa de Dios, envuelto en gritos de júbilo y acción de gracias, prorrumpirías gozoso en aquel canto: Nos regocijaremos y alegraremos en ti69, recordando tus pechos que son mejores que el vino70. Incluso en el

666 1 Cor 13,4-6.

767 Sal 39,3.

868 Sal 30,20.

969 Is 25,9.

070 Cant 1,3.

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colmo de tu gozo harías tuyo lo que dijo Habacuc: Yo me gozaré en el Señor y me regocijaré en Dios71, mi Jesús.

CAPÍTULO X I X

Cuánto ha de preferirse el día séptimo a los demás, y en él se ensalza la caridad de Dios

53. Pero indiquemos brevemente las prerrogativas del día séptimo. Es innegable que fue grande el día en que, disipadas las tinieblas, por mandato de Dios brilló la luz; también fue grande aquel otro en el que la voz divina separó las aguas inferiores de las superiores, colocando en medio el firmamento. No es menos hermoso aquel otro en el que, reunidas las aguas por la palabra de Dios, la tierra seca se viste de hierba, se adorna de árboles, se embellece con flores y rebosa de frutos. Y no es inferior aquel otro en que el cielo se engalana con sus inmensas lumbreras, con las cuales se establecen el correr de los días, la diversidad de climas, el curso del año y el conjunto del zodíaco. No digamos nada de la eminencia de aquel otro día, en el que el agua engendró toda clase de animales, sumergiendo a una parte entre sus olas y enviando a otra parte por los aires. No carece de admiración el día sexto, en el que nacen de la tierra los cuadrúpedos y serpientes, y en el que el hombre, formado de arcilla, es animado con el aliento divino. Pero ninguno de éstos parece comparable al día séptimo, en el cual no se crea nada en la naturaleza, pero se ensalza el descanso de Dios y la perfección de todas las criaturas. Así te lo dicen: En el día séptimo completó Dios la obra que realizó, y descansó de todo lo que había creado72. Día grande, descanso inmenso, sábado sin fin.

54. ¡Ojalá comprendieras! Si no me engaño, ese día no es fruto del curso del sol visible, no comienza con su salida ni acaba con su ocaso; no tiene mañana ni tarde. Al día primero no veo por qué hay que llamarle primero, ya que la Escritura no lo llama primero sino uno. Me dirás que el siguiente no puede ser el segundo, si éste no es el primero. Fíjate bien si al segundo no se le llama también uno, y lo mismo al tercero; y si al hablar de un día repetido seis veces no se nos recomendará el número seis. Sea lo que sea de esta ambigüedad, pasó, dice, una tarde y una mañana: el día uno; y después añade: pasó una tarde y una mañana: el día segundo73. Y lo mismo con los demás. Creo que con estas palabras se indica la mutabilidad de todas las criaturas, sus avances y carencias, su comienzo y su fin. Pero del día séptimo no se dice nada de eso. No se dice que tenga tarde y mañana, comienzo ni fin. Por eso, el día del descanso de Dios no es temporal sino eterno. Hace un momento imaginabas a Dios trabajando durante cierto tiempo, y reposar de su cansancio durante otro tiempo. Eso no era pensar en Dios, sino fabricar un ídolo.

55. Ten cuidado: no sea que carezcas de ídolos en el templo de Jerusalén y los tengas en tu corazón. No hizo nada con esfuerzo, pues lo dijo y se hizo. No descansó sólo un día porque estuviera fatigado, sino que su día de descanso es eterno. Así pues, su descanso es su eternidad, que no es otra cosa que su divinidad. Creías que es como tú, y que había creado casi por necesidad, para complacerse al mirarlo o disfrutar al descansar. Por eso no se dice que descansó en alguna criatura, para que sepas que no necesita nada, sino que se basta a sí

171 Hab 3,18.

272 Gen 2,2.

373 Gen 1,5-8.

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mismo y que no creó para remediar su carencia sino para satisfacer su absoluta caridad. En realidad creó todo para que exista, lo conserva para que persista, y todo lo que permanece lo dirige según sus designios. Y no hace esto por necesidad sino sólo por su amable voluntad. Llega de un extremo a otro con firmeza, por su omnipresente y omnipotente majestad, pero lo dispone todo con suavidad, siempre tranquilo y descansando en su apacible caridad.

56. La caridad es su descanso inmutable y eterno, su tranquilidad eterna e inmutable, su Sábado eterno e inmutable. Ella sola explica por qué creó todo lo que iba a crear, dirige lo que debe ser gobernado, administra lo que necesita dirección, impulsa cuanto se mueve, promueve lo que debe progresar y perfecciona lo que necesita perfección. Por eso al recordar su reposo se indica con mucho acierto la perfección de todas las cosas. Su caridad se identifica con su voluntad y su bondad: y todo esto no es otra cosa que su ser. Para él descansar en su íntima caridad, en su apacible voluntad y en su bondad desbordante es lo mismo que ser. En los días que se suceden y que en cierto modo se distinguen por sus alternancias de mañana y tarde, y en los cuales se relata el conjunto de la creación, se indica la mutabilidad de la criatura; en cambio, en este día al que no se añade nada, ni le precede o sigue nada, que ignora las angustias del comienzo y los límites del ocaso, se ensalza con razón su eternidad y en ella se describe perfectamente su descanso, para que nadie piense que creó algo por indigencia o con esfuerzo. ¿Pero por qué allí se usa el número seis y aquí el siete? Acoge la explicación que puedo ofrecerte.

CAPÍTULO X X

Por qué se aplica el número seis a la obra de Dios y el siete a su descanso

57. El número seis parece que contiene toda la perfección: está formado por todas sus partes y no las supera. Sus componentes son el uno, el dos y el tres. Si preguntas qué parte del seis es el uno, se te dirá que es la sexta; y que el dos es la tercera, y el tres la mitad. Y ya no hay otro número que pueda ser una parte del seis. Así pues, las partes del número seis son el uno, el dos y el tres. Si los sumas verás que hacen exactamente seis. Por eso en la creación del mundo se conservó este número, para que no creas que hay algo superfluo o imperfecto en todas las criaturas. Pero el número siete se dedica al descanso de Dios; y ya dije que el descanso de Dios es su caridad. Y con toda razón, pues el Padre ama al Hijo y le enseña todo lo que hace74. Y más aún: Yo cumplo los mandatos de mi Padre y me mantengo en su amor75. Y el mismo Padre dice: Este es mi Hijo amado, en quien me complazco76. Esta mutua dilección entre el Padre y el Hijo es amor mutuo, abrazo entrañable, caridad dichosísima: por ella el Padre reposa en el Hijo y el Hijo en el Padre. En efecto, este es el reposo imperturbable de ambos, la paz sincera, la tranquilidad eterna, la bondad incomparable y la unidad indivisible. Esto que es único para los dos, o que más bien los unifica, a ese espíritu dulce, suave y jubiloso lo llamamos Espíritu Santo. Y se cree que asumió con toda propiedad este nombre porque consta que es común a los dos.

58. Es verdad que el Padre y el Hijo son Espíritu, y ambos son santos; pero el que es propio

474 Jn 5,20.

575 Jn 15,10.

676 Mt 3,17.

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de ambos, esto es, la caridad y unidad consustancial de ambos, se llama con propiedad Espíritu Santo. Es uno, y uno con el Padre y el Hijo, pero por la gracia septiforme que creemos brota de la plenitud de esa fuente, en las Escrituras se le aplica el número siete. Por eso, según Zacarías, en una piedra hay siete ojos77; y según el Apocalipsis hay siete espíritus ante el trono de Dios 78. Admira, pues, la excelencia de la caridad, en la cual el Creador y guía de todas las cosas quiere disfrutar una especie de Sábado perenne e inefable.

CAPÍTULO X X I

En todas las criaturas aparece algún vestigio de la caridad divina,y por eso todas tienden a una especie de sábado o descanso.

59. Si contemplas atentamente todas las criaturas, desde la primera a la última, desde la mayor a la menor, desde el ángel más excelso hasta el gusano más insignificante, comprobarás que la bondad divina, que no es otra cosa que su caridad, lo contiene todo. No se propaga localmente, ni se difunde en los espacios, no se mueve de una parte a otra, sino que por la permanente e incomprensible simplicidad de su presencia sustancial, lo contiene todo, lo invade todo, lo penetra todo, une lo ínfimo con lo sublime, lo contrario con lo contrario, lo frío con lo caliente, lo árido con lo húmedo, lo suave con lo áspero, lo blando con lo duro, y lo establece en una paz armónica. Su deseo es que entre todas las criaturas no haya nada opuesto ni contrario, nada que desdiga o perturbe, nada que altere la hermosura del universo, sino que todas las criaturas descansen en una paz tranquilísima, en la tranquilidad del orden que él había asignado al universo. Por eso lo que se engríe y rompe el orden de la bondad divina es expulsado al instante del plan de su invicto poder, para que si él se halla inquieto y desordenado no turbe la tranquilidad de todo lo demás, sino que sea de gran provecho, pues al compararse con él lo hermoso parecerá más hermoso, y lo bueno mejor.

60. He aquí por qué todo tiende a su orden, se dirige a su lugar, y fuera de su orden están inquietos, y una vez ordenados descansan. Si lanzas una piedra al espacio ¿no vuelve al instante a la tierra, como forzada por su propio peso? Y sólo reposará si no se desliza por las laderas ni se precipita en el abismo al chocar contra otra piedra. Si mezclas aceite con otros líquidos, al instante sube a la superficie como si estuviera inquieto por estar abajo, y no cesa en su empeño hasta que disfrute del descanso que le pertenece, estando por encima de todos. ¿Qué decir de las hortalizas y arbustos? Para dar frutos más abundantes y sabrosos ¿no desean una tierra más consistente, esponjosa, fértil, arcillosa o arenosa?

61. Si se plantan o trasplantan, si se las pone en un sitio o se las cambia de lugar, según sus condiciones naturales, con la expresión de su desarrollo nos dicen que ya están satisfechos. Finalmente, si observas atentamente los distintos cuerpos, verás que cada uno consta de diversas partes; que unas partes se unen a otras por un cierto vínculo de caridad, conservan el orden de su naturaleza y que en él hallan su paz. De tal modo que si intentas cambiar la situación ordinaria de una cosa, se perturba de algún modo la paz de las partes, hasta que las coloques en la nueva posición y descansan en la nueva tranquilidad que perciben.¡Qué afán tienen los animales irracionales para conservar su salud, evitar la muerte, saciar los apetitos carnales! Y cuando lo consiguen descansan, porque no apetecen otra casa. Carentes de razón

777 Za 3,9.

878 Ap 1,4.

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y de conocimiento no pueden ni desear lo que supera el sentido carnal.

CAPÍTULO X X I I

La criatura racional sólo descansa cuando consigue la bienaventuranza, y por qué,aunque desee la felicidad, rehuye del modo más infeliz el camino para alcanzarla.

62. A ti, alma racional, te está reservado un privilegio que no poseen los demás seres animados: superar los instintos carnales y tender hacia realidades más dignas, y no saciar el apetito hasta que llegue en alas de una gozosa curiosidad al bien sumo y óptimo, al más excelso y maravilloso de todos. Si te quedas en otro inferior, por muy digno, grande y gratificante que parezca, serás una desgraciada. Miserable por mezquina. Mezquina porque hay otros horizontes: hay algo mejor a que aspirar, está la bienaventuranza, que el alma racional anhela por un impulso natural. Y como la conciencia de cada uno atestigua que todos los hombres quieren ser felices, y esta aspiración es algo que no se puede suprimir, debemos concluir que la criatura racional sólo puede alcanzar el reposo tan deseado por todos cuando posea la bienaventuranza.

63. Por eso debemos lamentar mucho la ciega perversidad del hombre miserable que desea ardientemente la felicidad, y no sólo no hace lo necesario para alcanzar lo que desea, sino que se dedica con más gusto a lo que aumenta su miseria. Creo que jamás obraría así si no estuviera engañado por una imagen falsa de la felicidad, y le aterrara la visión de la verdadera miseria. ¿Quién no ve que la pobreza, el llanto, el hambre y la sed son parte importante de la miseria? Pero con eso suele evitarse la verdadera miseria y alcanzar la bienaventuranza eterna. Dichosos los pobres, dice Jesús, porque es vuestro el reino de los cielos. Dichosos los que lloráis porque seréis consolados. Dichosos los que ahora pasáis hambre porque quedaréis saciados79. Así pues, la pobreza es galardonada con riquezas eternas, el llanto se torna en gozo eterno, al hambriento se le reserva una saciedad eterna. Nadie duda que la bienaventuranza incluye riqueza, gozo y hartura. Pero como el réprobo queda engañado en el afecto de su voluntad por una apariencia de felicidad, el falso placer le defrauda de conseguir su deseo, y el miserable ignora el gozo inmenso de los elegidos en medio de las dificultades , y el parabién de la esperanza.

64. Le horroriza la apariencia de infelicidad que aparece externamente, pero bajo la capa de felicidad se esconde una auténtica infelicidad, es un gozo falso que no ahuyenta el verdadero dolor, y se prefiere a la miseria cuyo fruto es la auténtica bienaventuranza. Le ocurre lo que a ese enfermo que desea vivamente la salud, pero para evitar el dolor que le aqueja rechaza la intervención, aborrece la cauterización y, halagado por un dulce remedio, pide un lenitivo de ungüentos, aunque la enfermedad es tan grave que con esta medicina se agrava aún más, y es imposible atajarla sin el dolor del bisturí y del fuego. Esto ocurre al hombre miserable: se engaña tomando por felicidad lo que no es, se lanza al consuelo de las realidades presentes y se hunde más en la miseria sin saciar el apetito de la felicidad, y presa del vértigo más desdichado no descansa nunca. Si únicamente Dios es superior al alma racional, el ángel es igual que ella, y todos los demás seres son inferiores ¿hay algo tan próximo a la locura como abandonar lo superior y buscar descanso en aquello que es un medio para mejorarse?

979 Mt 5,3.

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CAPÍTULO X X I I I

Sobre la prerrogativa de la criatura racional, y cómo el descanso que naturalmente anhelano debe buscarse en la salud corporal ni en las riquezas de este mundo.

65. Criatura admirable e inferior sólo al Creador ¿a dónde te precipitas? ¿Amas el mundo? Tú eres más que el mundo. ¿Admiras el sol? Eres más deslumbrante que el sol. ¿Discutes sobre la disposición de este cielo voluble? Tú eres más sublime que el cielo. ¿Escudriñas los misterios de las criaturas? Ninguna te supera en misterio. ¿Dudas de que si tú reflexionas sobre todas ellas, ninguna de ellas piensa en ti? Júzgalas si quieres, pero no las ames. Ni ames siquiera el hecho de pensar. Ama al que te puso por encima de todas y no te sometió a ellas. Te puso sobre ellas, no para que fueras más dichoso por ellas, sino para que, siendo tú superior y sometiéndolo todo a ti para plenitud de tu honor, él se reservara como fruto de tu bienaventuranza. ¿Por qué, pues, persigues las hermosuras fugaces, si tu hermosura no se marchita con la vejez, no se desdora con la pobreza, no palidece con la enfermedad y ni siquiera muere con la muerte? Busca eso que buscas, pero no lo hagas allí. Busca que tu deseo sea total y así descanses. Busca eso. - ¿Dónde? -me dices-. - No en la salud corporal, pues si la amas para hallar en ella descanso piensa cuánto cuesta recuperarla cuando falta, y en qué penoso desenlace acaba casi siempre una enfermedad grave. Si se tiene salud, ¡cuánto hay que cuidarla y cuántas enfermedades, fiebres, pestes, y muertes la acechan!

66. ¿Acaso en las riquezas? ¡Cuánta fatiga para adquirirlas, qué preocupación para conservarlas, cuánto miedo a perderlas y qué dolor si desaparecen! Aumentas el dinero y aumentas el miedo. Temes que te las quite otro más fuerte, o que te las robe el ladrón. O que las pierda el siervo. Cuántas veces acontece lo que dice un sabio: Las riquezas guardadas perjudican al dueño80. El pobre descansa mucho más. El peregrino desnudo y sin nada, como dijo un autor, no teme las asechanzas del ladrón. El pobre duerme tranquilo de los ladrones nocturnos, y no refuerza los cerrojos. Por eso canta el poeta:

El viajero sin blanca, ante un ladrón canta81.

Otro sabio se ríe graciosamente de las punzantes preocupaciones de los ricos: la hartura del rico no le deja dormir82. Esto suele suceder en sentido literal, pues hay ricos que comen hasta sentir náuseas y al acostarse con el estómago tan repleto se sobresaltan con continuos eructos. Pero hay que aplicarlo a ese sueño del que se gloría la esposa en el Cantar y del que se dice: Yo duermo pero mi corazón está en vela83. Y el salmista añade: Por eso yo dormiré y descansaré en paz84.

67. Ese sueño es aquel en que tras sosegarse los sentidos carnales y alejar de lo íntimo del corazón las preocupaciones temporales, el alma santa descansa en la suavidad de Dios, saboreando y percibiendo qué dulce es el Señor85, y qué dichoso el que confía en él. No creas

080 Ecl 5,12.

181 Juvenal, Sat, X, 22

282 Ecl 5,11.

383 Cant 5,2.

484 Sal 4,9.

585 Sal 33,8.

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que rico alguno pueda disfrutar de este sueño, pues está siempre pendiente de las ganancias y cuanto más adquiere mayor es su ansia insaciable de lo que no posee. Por eso dice Salomón: El codicioso no se harta de dinero y el avaro no lo aprovecha86. Cae en aquella maldición del profeta: ¡Ay del que acumula bienes ajenos87! Y al instante su mismo montón de monedas se mofa diciendo: ¿para qué amontona tanto barro?88.

CAPÍTULO X X I V

Cuál es la diferencia entre los ricos elegidos y los ricos réprobos.

68. Hay que advertir que Salomón no dice: “el que tiene riquezas” sino el que ama las riquezas no las aprovechará89. Porque los elegidos, aunque tengan riquezas no las aman, y no buscan en ellas descanso; atentos a lo que el Apóstol manda a los ricos de que no se envanezcan ni pongan su esperanza en las riquezas inciertas90, sino que las distribuyan y compartan de buena gana, para atesorar un buen capital y alcanzar la vida auténtica. Y de este modo, con sus riquezas reciben un fruto no desdeñable, pues oirán al Señor: Venid, benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer...etc91.

69. Estos no se afanan en adquirir riquezas pues temen lo que dice el Apóstol: quienes desean enriquecerse caen en la trampa del diablo92. No les atormenta la frívola solicitud de conservarlas, conscientes por encima de todo de la promesa del Señor, que prohíbe toda preocupación y garantiza lo necesario al decir: No os angustiéis pensando qué comeremos o qué beberemos93. Y un poco más adelante: Buscad ante todo el reino de Dios y su justicia, y lo demás os lo darán por añadidura94. Y por último no murmuran cuando las pierden, sino que aceptan gozosos que se les robe sus bienes, sabedores de que poseen otra herencia mejor y perenne. A los perversos, en cambio, les sucede lo contrario. Creen que con la vulgar abundancia de bienes mundanos pueden calmar el deseo del alma racional, que únicamente se sacia con Dios, y al no cesar de aumentar sus bienes no se liberan un momento de las malditas preocupaciones ni dejan de trabajar. Y lo que es más lamentable, con el afán de esas cosas caen en una insensata ceguera. Eso ahora, pero ¿cuál será su final?

70. Oigamos sus últimas palabras, que la santa Escritura no calla: Dirán entre sí arrepentidos, entre sollozos de angustia95; y añade sus palabras, de las cuales citamos éstas: Nos enredamos en los matorrales de la maldad y la perdición, recorrimos desiertos intransitables, sin reconocer el camino del Señor. ¿De qué nos ha servido nuestro orgullo? ¿Qué hemos sacado presumiendo de ricos? Todo aquello pasó como una sombra, como un

686 Ecl 5,9.

787 Hab 2,6.

888 Hab 2,6b.

989 Ecl 5,9.

090 1 Tim 6,17.

191 Mt 25,35.

292 1 Tim 6,9.

393 Mt 6,31.

494 Mt 6,33.

595 Sab 5,3.

32

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correo veloz; como nave que surca las undosas aguas, sin que quede rastro de su travesía ni estela de su quilla en las olas. Igual nosotros: apenas nacidos, desaparecemos, sin dejar rastro de virtud, nos consumimos por nuestra maldad. Esto decían en el infierno los que pecaron: la esperanza del impío es como tamo que arrebata el viento; como escarcha menuda que arrastra el vendaval; se disipa como humo al viento, pasa como el recuerdo del huésped de una noche96.

Por tanto, parece que hay que buscar en otra parte este descanso y este Sábado.

CAPÍTULO X X V

Ni siquiera en la amistad mundana se debe buscar el reposo71. Pero dirás: ¿hay algo más placentero que amar y ser amado? Si es en Dios y por Dios, no lo desapruebo; más aún, lo apruebo. Pero si es según la carne o el mundo, fíjate cuántas envidias, sospechas y azotes abrasadores del espíritu celoso excluyen la quietud de la mente. Y aunque no ocurra nada de eso, la muerte que todos deben experimentar, disolverá esta unión y ocasionará dolor al que vive y pena al que se va. Aparte de que en esta vida sabemos que surgen terribles enemistades entre los mejores amigos. Del amor que existe entre los buenos trataremos en otra ocasión.

CAPÍTULO X X V I

El descanso no se halla en el placer corporal ni en el poder mundano

72. Me veo obligado a insertar en esta obra una especie de lunar, es decir, tratar del placer carnal, del cual sería preferible callar si no viera a muchos como desprovistos de lo humano y tan cubiertos de cierta semejanza con las bestias, que creen que todo el fruto de su vida está orientado al placer de su vientre y a todo lo relacionado con él. Diré, pues, algo, para que nadie piense que la paz del alma ha de buscarse en esas cosas.

¿Hay algo más perverso que situar el bien del alma racional en la voracidad del vientre, y subordinar lo más noble del hombre a la parte más vil de su carne, particularmente si advierte que en esto no puede distinguirse de las bestias más insensatas? Además, el hambre engendra tortura y la saciedad produce tedio. Pues aunque se satisfaga el placer, es inevitable no superar los límites de lo necesario. Y al romper el equilibrio natural es imposible evitar el dolor corporal. Recrearse en la obscenidad sexual y revolcarse como los cerdos en el cieno de sus excrementos, no sólo es lo más torpe, lo más grosero, lo más repugnante y vergonzoso, sino que es también el mayor tormento y lo más ajeno al reposo y a la tranquilidad. ¿Qué decir de su torpeza, si esta mancha horrible contamina la carne, afemina el espíritu y oprime y destruye todo cuanto hay de honesto, decoroso y viril en el espíritu?

73. Los otros vicios se tapan generalmente con el manto de otras virtudes, y por eso no sólo no sonrojan a los humanos sino que incluso son motivo de orgullo; pero este otro vicio es tan repugnante que en los momentos que subyuga y avasalla a la carne busca la oscuridad. El sapientísimo Creador colocó con toda honestidad esos miembros en el cuerpo humano, pero la sensualidad los hace tan obscenos que quien prefiere mirarlos en vez de cubrirlos respetuosamente será sancionado con la maldición eterna del Padre. En cambio, quienes

696 Sab 5,7-10.13.15.

33

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sienten pudor de su desnudez serán premiados con la gracia de la eterna bendición. Y no hay que extrañarse de que con el triunfo y dominio universal de la Cruz de Cristo, vencedora de la molicie, quede descubierta y patente la afrenta de esta pasión; ya que en aquella plebe endemoniada que, por la astuta sagacidad de los demonios, veneraba las torpezas de los dioses falsos y hacía espectáculos públicos en su honor, jamás permitió el asquerosísimo Júpiter que ningún deshonesto hiciera un gesto obsceno. Los mismos que adoraban a los dioses adúlteros castigaban el adulterio y ensalzaban abiertamente la castidad. ¿Qué no harán, pues, quienes veneran al Hijo de la Virgen y autor de la virginidad?

74. Por tanto, evitemos que a nadie nos suceda lo que el profeta refiere de algunos : los jumentos se pudrieron en su estiércol97. Con esas palabras expresa gráficamente las consecuencias y condición de esta repugnante pasión; pues quien absorbe la Caribdis de la lujuria se corrompe en el cieno de su carne como fruto de su propia basura, hasta el punto que no sólo lo ve acabado y consumido, sino que lo siente tan corrompido y fétido como un cadáver insepulto que despide el hedor de su sangre asquerosa.

75. Es inevitable que el alma dominada por este espíritu no sea agitada por delirios, e impulsada por los estímulos abrasadores de la lujuria y, roto el freno de la honestidad, no se lance ebria y vagabunda a toda clase de torpezas; y si alguna vez se extingue el incendio de la pasión, brota de nuevo con mayor ardor. Es, pues, absurdo soñar con el reposo del alma racional entregada a este placer, sobre todo cuando se lee que la mayor pena que la justicia divina impone en esta vida es obligarla a llevar la deshonra de los propios deseos. Como dice la Escritura: Mi pueblo no escuchó mi voz; Israel no me obedeció. Los entregué a su corazón obstinado98. Y el Apóstol es más tajante sobre quienes trocaron la gloria de Dios por unos ídolos: Por eso Dios los entregó a los deseos inmundos de su corazón, que degradan sus propios cuerpos99. No quiere decir que Dios incite al mal y los empuje a estas maldades, sino que, abandonados justamente por él, no pueden evitar tales delitos.

76. Paso por alto otras muchas cosas que me sugiere el espíritu contra esta peste tan horrorosa, por respeto a tus ojos tan pudorosos, amantísimo y deseadísimo mío, a quien he destinado este opúsculo. Estoy viendo cómo tu rostro pudoroso se cubre de vergüenza ante esto que escribo y me ordena silencio con un gesto delicado de los ojos. Sé que ese pecho castísimo está tan empapado de fina caridad y exhala un perfume tan celeste y divino por estar envuelto entre las flores del pudor, que te resulta insoportable el simple escuchar algo del hedor de este fango.

77. Pasando, pues, a otros temas, conviene pedir consejo a Salomón, aquel rey tan rico, poderoso y sabio, sobre los placeres de los oídos, los ojos y demás sentidos, y sobre el deseo de dominio y poder. En él debemos escuchar con suma atención a la misma Sabiduría. En primer lugar, hablando en nombre propio o de otros dice: Dije en mi corazón: voy a colmarme de deleites y a gozar de placeres100. Y después: Me construí palacios, planté viñedos, me hice huertos y parques y planté toda clase de árboles101. Y después de otras

797 Joel 1,17.

898 Sal 80,12.

999 Rom 1,24.

0100 Ecl 2, 1.

1101 Ecl 2,4.

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muchas cosas, añade: Adquirí esclavos y esclavas, tenía una gran servidumbre. Acumulé también plata y oro, las riquezas de los reinos y provincias102. Tras referirse al placer de los oídos con estas palabras: Contraté cantores y cantoras103, añade un poco más adelante: Cuanto los ojos me pedían se lo concedía, no rehusé a mi corazón alegría alguna; sabía disfrutar de todas mis fatigas104. ¿Hay algo más delicado, más suave, y más grato para esta vida? Pues escucha cómo es pura vanidad: Cuando examiné todas las obras de mis manos y la fatiga que me costó realizarlas, todo resultó vanidad y aflicción de espíritu, y que nada es estable bajo el sol105. Por eso había puesto al principio esta sentencia general: Vi todo lo que existe bajo el sol y todo es vanidad y aflicción de espíritu106. Añadamos aquella frase de nuestro Salvador: Quien comete pecado se hace esclavo del pecado107. Uniendo, pues, estas tres cosas: la vanidad, la servidumbre y la aflicción de espíritu, ¿dónde está el reposo, dónde el Sábado? Máxime cuando la ley dice: No haréis ningún trabajo servil en él108. No hay duda que quien comete pecado es siervo del pecado. ¿Dónde está, pues, la verdadera vacación de ese trabajo servil, dónde se evita el contagio de esa servidumbre, dónde se halla el Sábado perfecto y auténtico? En una palabra ¿existe un solo justo en la tierra libre de pecado? El santo David confiesa: Fui engendrado en la maldad, y pecador me concibió mi madre109.

CAPÍTULO X X V I I

La caridad es aquel yugo suave, bajo el cual se halla el verdadero descanso,como un auténtico sábado.

78. Escuchemos, por tanto, al que dice: Si el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres110. Oigamos cómo llama, convoca al descanso e invita al Sábado a cuantos trabajan: Venid a mí los que trabajáis y estáis fatigados, y yo os aliviaré111. Aquí está el consuelo como preparación del Sábado. Y sobre el mismo Sábado escuchemos: Tomad mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis reposo para vuestras almas112. He aquí el descanso, la tranquilidad y el Sábado. Y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera113. Como mi yugo es suave y mi carga ligera, por eso encontraréis descanso para vuestras almas. Este yugo no oprime, sino que une; esta carga no tiene peso, sino alas; este yugo es la caridad, esta carga es el amor fraterno. Aquí se descansa, se goza del Sábado, y no hay trabajos serviles. La caridad no obra perversamente, no piensa mal114; y el amor del prójimo no obra mal. Ya ves, judío, dónde está el Sábado. Si

2102 Ecl 2,7.

3103 Ecl 2,8.

4104 Ecl 2,10.

5105 Ecl 2,11.

6106 Ecl 1,2.

7107 Jn 8,34.

8108 Lev 23,8.

9109 Sal 50,7.

0110 Jn 8,36.

1111 Mt 11,28.

2112 Mt 11,29.

3113 Mt 11,30.

4114 1 Cor 13,4.

35

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en él acontece algún desliz de pecado, no por falta de caridad sino por debilidad, como la caridad cubre una multitud de pecados115 (1 Pe 4,8), no desaparece la fiesta del Sábado. Y con toda razón se dedica esta vacación al día séptimo, porque la caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado. Ya dije anteriormente que en el número siete se designa al Espíritu Santo.

CAPÍTULO X X V I I I

El ejemplo de sí mismo y de su conversión.

79. Yo también, dulce Señor, recorrí el mundo y las cosas que hay en él, y comprobé que todo lo que el mundo contiene (como dice aquel conocedor de tus misterios) es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos o soberbia de la vida116. Busqué en ellas el reposo de mi pobre alma, pero en todas partes hallé fatiga y lamento, dolor y aflicción de espíritu117. Clamaste, Señor, clamaste, llamaste, atemorizaste y rompiste mi sordera; golpeaste, azotaste y venciste mi dureza; endulzaste, sazonaste y descubriste mi amargura. Oí ya tarde ¡hay de mí! al que gritaba: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados. Y yo respondí: Extiende tu mano derecha a la obra de tus manos118. Yacía manchado y enfangado, maniatado y cautivo, rehén en la trampa de mi empedernida maldad, oprimido por la mole de mi inveterada costumbre. Me pregunté quién era, dónde estaba, cómo vivía. Me horroricé y estremecí, Señor, ante mi propia imagen; me aterrorizó la imagen espantosa de mi desgraciada alma. Me desagradaba a mí mismo, porque tú me agradabas. Quería escapar de mí y huir a ti, pero me quedaba en mí. “Reteníanme, como dijo alguien, las bagatelas de las bagatelas y las vanidades de las vanidades, antiguas amigas mías 119. Me amarraba la cadena de mi pésima costumbre, me dominaba el amor de mi sangre, me ataban los lazos del trato social, sobre todo el nudo de una amistad, más dulce para mí que todos los encantos de aquella vida mía. Todo esto me agradaba y complacía, pero tú más. Considerándolas una por una, vi que lo dulce está mezclado de amargor, lo triste de gozoso, y lo adverso de próspero. Me agradaba la grata unión de la amistad, pero siempre temía ser infiel y era inevitable la futura separación. Reflexioné en los comienzos de aquellos encantos, me fijé en su proceso y contemplé su final. Vi que los comienzos no carecían de reprensión, ni en el medio faltaba la ofensa, ni podía evitarse el final. La muerte temida me aterraba, porque a esa alma le esperaba una pena segura tras la muerte. Y los hombres, al fijarse en lo que me rodeaba e ignorantes de lo que me sucedía interiormente, decían: ¡Qué bien vive! ¡Qué feliz es! Desconocían que en el único lugar donde podía estar bien, allí me sentía mal. Mi herida estaba muy dentro, atormentando, aterrorizando y corrompiendo todas mis entrañas con un hedor intolerable. Y si no me hubieras tendido pronto la mano, incapaz de soportarme, tal vez hubiera acudido al pésimo remedio de la desesperación.

80. Comencé, pues, a deducir, en cuanto que mi inexperiencia me lo permitió, o más bien, en la medida que tú me concediste, cuánto gozo hay en tu amor, cuánta tranquilidad en el gozo y cuánta seguridad en la tranquilidad. No se equivoca quien se decide a amarte, porque

5115 1 Pe 4,8.

6116 1 Jn 2,16.

7117 Ecl 1,8.

8118 Job 14,15.

9119 San Agustín, Confesiones, VIII, 11, 26

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tú eres lo mejor. La esperanza no defrauda, porque nada se ama con más ganancia; no hay peligro de excederse, porque en tu amor no existen medidas; no se teme a la muerte como exterminadora de la amistad mundana, porque la vida no muere. En tu amor no se teme la ofensa, porque no existe si no se abandona el amor. No aparece sospecha alguna, porque juzgas con el testimonio de la propia conciencia. Aquí el gozo, porque se excluye el temor; aquí la tranquilidad, porque se refrena la ira; aquí la seguridad, porque se desprecia el mundo.

81. Con esto mi paladar comenzó a saborear poco a poco, aunque no estaba todavía sano, y decía: ¡Si sanara! Y era arrebatado hacia ti, aunque nuevamente volvía a mí. Me tenían como atenazado las sensaciones agradables de la carne, con la fuerza de la costumbre; pero me complacían más lo que el espíritu intuía con el esfuerzo de la razón. Y decía con frecuencia, incluso a los demás: “¿Dónde están ahora, por favor, todos nuestros placeres, deleites y regocijos que hemos disfrutado hasta este momento? En este instante ¿qué sentimos de todo eso? Todo lo placentero ha desaparecido. Lo único que queda de todo eso es lo que aflige a la conciencia, lo que infunde temor ante la muerte, y lo que nos lleva a la condenación eterna. Comparad, os ruego, todas nuestras riquezas, placeres y honores, con eso que poseen los siervos de Cristo: no temer a la muerte.”

82. Me desprecié muchas veces con estas palabras y llegué a llorar con una contrición muy amarga de mi alma. Todo lo que veía me resultaba despreciable, pero me impelía la costumbre del placer carnal. Pero tú, que escuchas los lamentos de los cautivos y libras a los hijos de los condenados120, rompiste mis cadenas. Y como ofreces tu paraíso a las meretrices y publicanos, me convertiste a ti que soy el primero de todos. Y ahora respiro bajo tu yugo y descanso bajo tu carga, porque tu yugo es suave y tu carga ligera.

CAPÍTULO X X I X

Cuánto se equivocan los que se quejan de la aspereza del yugo del Señor,ya que el peso que se siente procede de las lacras de la concupiscencia,

y el descanso es fruto de la infusión de la caridad.

83. Yerran, Señor, yerran y se engañan quienes por desconocerse a sí mismos y no advertir lo que les sucede, se quejan de la aspereza de este yugo y del peso de la carga. ¿Acaso tú -me dices- que pareces haber doblegado tu cerviz a este yugo y haber tomado esta carga sobre tus hombros, no sientes el peso? - Sí, y muchas veces. Hoy mismo he sufrido mucho. Hace un momento dije una palabra imprudente y un amigo íntimo se molestó tanto que manifestó su ofensa en el rostro; yo me postré a sus pies y él tardó bastante en hacerme levantar. Mi espíritu no ha superado aún del todo ese disgusto. Señor, tú sabes que el motivo no es haber estado yo postrado largo tiempo, sino porque él se sintió ofendido al excederme yo con una palabra inoportuna. Como solía hablarle con plena libertad por la amistad que nos une, tal vez me salieron espontáneas esas palabras; como solemos decir: “El dueño exclusivo hace necio al siervo”.

84. Ahora, Señor, escrutador de mi debilidad, médico de mi alma y esperanza única de mi salvación, contra ti solo pequé, incluso porque pequé contra él. El pecado no consiste en haberle ofendido, sino en que tú lo prohibiste para no ofenderle. Contra ti, Señor, contra ti

0120 Sal 101,21.

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solo peca quien peca, porque al pecar o no se hace lo que mandas o se hace lo que prohíbes. El homicidio, Señor, es pecado porque tú dijiste: No matarás121. Y por eso cuando tú has dicho alguna vez: Mata, no sólo no fue pecado el matar, sino que hubiera sido una gran maldad no querer cumplir tu orden de matar. Tu ley condena también el fraude122, pero cuando los hebreos por orden tuya saquearon a Egipto de los enseres y vestidos que les habían prestado, no pecaron porque te obedecieron a ti. Incluso dices: No cometerás adulterio123 y por eso el adulterio es un pecado muy grave. Sin embargo, siguiendo tu mandato, tu Profeta no dudó tomar una mujer adúltera para engendrar hijos de fornicación124. Esto no lo hubiera hecho si se hubiera unido a ella con el vínculo matrimonial. Aunque es dudoso si lo hizo tal como lo dice la letra. De todos modos: contra ti sólo pequé125.

Además, en la Escritura no aparece la expresión he pecado contra ti, dirigida al hombre, aunque sí se dice: te ofendí. Creo que insinúa algo grande al decir contra ti. ¿Qué significa, pues, contra ti solo pequé, sino: tu arbitrio valorará mi pecado, tu arbitrio lo juzgará, tu arbitrio lo castigará? Contra ti sólo pequé. ¿Por qué prepara piedras el judío? Sólo contra ti pequé. Quien esté libre de pecado, dijo, sea el primero en arrojar la piedra126. He pecado sólo contra aquel a quien incumbe juzgar el pecado, y juzgar de que eso es verdadero pecado. Por eso, Señor, perdona lo que he pecado, porque contra ti solo pequé. Pero como también ofendí a ese otro me postraré de nuevo a sus pies; e inspírale que perdone mi ofensa, aunque sabes que en aquel momento ni pensé ni quise ofenderle.

85. Pero volviendo al tema anterior ¿esta fatiga proviene del yugo del Señor o más bien de mi fragilidad? Estoy convencido que toda la tranquilidad, paz y gozo que siento me la otorga este yugo suavísimo; en cambio, el cansancio, la fatiga y la opresión proceden de las secuelas de la codicia mundana. Con aquel yugo que impuso a mi desdichada cerviz el príncipe de Babilonia, o de la confusión, mis fuerzas decaen y se cascan mis huesos127; y aunque en cierto modo haya desaparecido el cautiverio, persiste cierta debilidad por causa de la antigua opresión, que con frecuencia turba un poco la serenidad de la suavidad experimentada, hasta que aquel que se apiada de mis iniquidades sane también todas mis flaquezas, y salvando mi vida de la muerte me colme de misericordia y compasión. Es decir, cuando esto corruptible se revista de incorrupción y esto mortal se cubra de inmortalidad, y se cumpla lo que está escrito: la muerte ha sido aniquilada por la victoria128.

Mientras tanto, de la suavidad de este yugo brota un gran consuelo y no faltan conflictos con la inveterada fragilidad.

CAPÍTULO X X X

1121 Ex 20,13.

2122 Ex 3,22.

3123 Ex 20,14.

4124 Os 1,2.

5125 Sal 50,6.

6126 Jn 8,7.

7127 Sal 30,11.

8128 1 Cor 15,54.

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Quienes se quejan que la carga del Señor es pesadaestán muy oprimidos por el peso del mundo.

86. Por tanto, quienes se quejan de la aspereza de este yugo tal vez no se sacudieron totalmente el yugo pesadísimo de la concupiscencia del mundo, o después de rechazarlo volvieron a tomarlo para mayor confusión suya; y aunque en apariencia prefieren el yugo del Señor, en lo íntimo del espíritu arriman sus hombros al peso de los negocios mundanos, y atribuyen las fatigas y sufrimientos con que se atormentan a la pesadez del yugo del Señor. De este modo les hastían los preceptos del Señor que, como dice Juan, no son pesados, y vuelven como los perros a comer su propio vómito. Bajo hábito de abstinentes dan culto al vientre; bajo túnica de penitentes suspiran por las glorias y honores mundanos; bajo el santo sayal de continentes se manchan con la suciedad de la carne; bajo el vellón de cordero tienen un espíritu de lobo; abrasados en una insaciable codicia unen casas a casas y campos a más campos; no tienen compasión de las viudas ni les importan los huérfanos, se apropian el patrimonio de los pobres y para ello se meten al instante en pleitos y litigios, y van a juicios. Con estas continuas preocupaciones se agotan, se abrasan de odio y viven llenos de angustia. Pero no es áspero el yugo del Señor sino el del mundo; y el peso del mundo es muy grande. El yugo del Señor es suave y la carga del Señor es ligera.

CAPÍTULO X X X I

Cuánta perfección hay en la caridad, cómo se diferencia de las demás virtudes,y cómo las otras virtudes no son tales sin ella.

87. ¿Hay algo más delicioso o más glorioso que, por el desprecio del mundo, verse por encima del mundo y permanecer en el vértice de la buena conciencia, tener al mundo entero bajo los pies, no apetecer nada de lo que se ve, no temer a nadie, no envidiar a nadie, no ser propietario de nada que pueda ser arrebatado por otro o que pueda decir que es malo para él? Al dirigir la mirada de su espíritu hacia aquella herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en el cielo, desprecia con nobleza espiritual las riquezas del mundo como corruptibles, los placeres carnales como contaminados, y todas las pompas del mundo como fugaces, y canta gozoso con el profeta: Toda carne es hierba y su belleza como flor del campo; se agosta la hierba, se marchita la flor, pero la palabra del Señor permanece para siempre129. Decidme, ¿existe algo más dulce y apacible que no agitarse por los torpes movimientos de la carne, no abrasarse en el fuego de los impulsos carnales, no dejarse llevar de miradas obscenas, sino al contrario, tener sometida la carne al espíritu por el rocío del pudor, para que no la seduzca el placer carnal sino que sea una sumisa colaboradora en los ejercicios espirituales? Finalmente, ¿hay algo más afín a la tranquilidad divina que no inmutarse ante las injurias recibidas, no temer ningún suplicio ni persecución, mantener idéntica fortaleza de espíritu en la prosperidad y en la adversidad, acoger del mismo modo al amigo y al enemigo, y actuar como el que hace salir el sol sobre buenos y malos y envía la lluvia a justos e injustos130?

88. Todo esto se encuentra en la caridad, y únicamente es posible hallarlo en la caridad; y también reside en ella la verdadera tranquilidad, la verdadera suavidad, porque ella es el yugo

9129 Is 4,4-8.

0130 Mt 5,45.

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del Señor; si aceptamos la invitación del Señor y llevamos ese yugo, encontraremos descanso para nuestras almas, porque el yugo del Señor es suave y su carga ligera. Y es que la caridad es paciente, es amable; no es envidiosa ni fanfarrona; no es orgullosa ni ambiciosa, etc (1 Cor 13,4-5). En consecuencia, las demás virtudes son para nosotros como vehículo para el cansado, como el viático para el caminante, lámpara que alumbra en las tinieblas, o arma para los que combaten. Pero la caridad, a pesar de que está presente en todas las virtudes para que sean virtudes, es también y de una manera especial descanso para el fatigado, albergue para el caminante, plenitud de luz para el que llega y corona espléndida para el vencedor. ¿Qué es la fe sino nuestro vehículo para ir a la patria? ¿Qué es la esperanza sino el viático con que nos sustentamos en esta vida miserable? ¿Qué son esas cuatro virtudes, la templanza, la prudencia, la fortaleza y la justicia, sino las armas con que combatimos? Pero cuando la muerte quede absorbida totalmente por la caridad -cuya perfección es la visión de Dios y cuyo comienzo se inicia en la fe- ya no habrá fe, porque ya no es preciso creer en aquel a quien se ve y se ama. Ni existirá la esperanza, porque a quien abraza a Dios con los brazos de la caridad no le queda ya nada por esperar.

89. Es cierto que la templanza lucha contra la concupiscencia, la prudencia contra los errores, la fortaleza contra las adversidades y la justicia contra las desigualdades; pero en la caridad se halla la castidad perfecta, y por eso no hay sensualidad contra la que luche la templanza; en la caridad está la ciencia perfecta, o ningún error que combata la prudencia; en la caridad se encuentra la verdadera felicidad, y por ello ninguna adversidad que deba ser vencida por la fortaleza; en la caridad reina la paz, y no existe desigualdad contra la que vigile la justicia. La fe no es siquiera virtud si no obra por la caridad, lo mismo que la esperanza si no se ama lo esperado. Si lo consideras más atentamente ¿qué es la templanza sino un amor al que no seduce la concupiscencia? ¿Qué es la prudencia sino un amor al que no engaña ningún error? Qué es la fortaleza sino un amor que soporta con valor la adversidad? ¿Qué es la justicia sino un amor que regula con cierta equidad las desigualdades de esta vida? Así pues, la caridad comienza en la fe, se cultiva con las demás virtudes y se perfecciona en sí misma.

CAPÍTULO X X X I I

Las obras de los seis días se aplican a las otras virtudes,pero el descanso del séptimo día se asigna a la caridad.

90. Sea, pues, la fe para nosotros como el día primero, en el que los fieles nos separamos de los infieles, como la luz de las tinieblas. La esperanza sea el día segundo, por la cual separamos a quienes habitan en el cielo y esperan lo super celestial por los méritos de la fe, de aquellos que gustan la tierra y sólo piden a Dios bienes terrenos, se deslizan y fluctúan con la ayuda de Dios, bajo el firmamento como las nubes. La templanza brille sobre nosotros como el día tercero, en el cual mortificamos nuestros miembros que pertenecen a la tierra y reducimos las aguas amargas de las concupiscencias carnales a unos límites necesarios, para que aparezca la tierra árida y reseca de nuestro corazón, sedienta del Señor su Dios. Irrumpa la prudencia como la luz del día cuarto, con el cual separemos lo que se debe y no se debe hacer, como se distinguen el día y la noche; con su ayuda brille la luz de la sabiduría como el resplandor del sol, y la luz de la ciencia espiritual, que en algunos de nosotros crece y en otros mengua, aparezca como la belleza de la luna. Y por ella el alma ferviente reciba los

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ejemplos de los padres antiguos como una multitud de estrellas, y divida por su medio los días y los años, los meses y las horas.

91. ¿Qué diferencia existe entre los que están antes de la ley y los que están bajo la ley? ¿En qué se distinguen éstos de los que están bajo la gracia? ¿Qué es lo propio de cada uno? ¿Es posible discernir con un examen objetivo sus preceptos, tiempos, costumbres y sacramentos? Sea para nosotros la fortaleza como el día quinto, por la cual soportamos las borrascas de este mar inmenso y dilatado, es decir, este mundo; y convertidos por obra de Dios en peces espirituales conservemos la vida entre olas y tempestades; y levantando los deseos y afectos de nuestro espíritu hacia lo celestial como aves volanderas, y saboreando lo de arriba, produzcamos con la bendición de Dios frutos abundantes de buenas obras. Que el día sexto nos lo marque la justicia, y revestidos con ella de la semejanza divina, dominemos con noble autoridad las bestias crueles de los vicios, los reptiles de los deseos terrenos y los jumentos de los impulsos corporales; y de este modo el cuerpo se someta al espíritu y éste a Dios; y con el dictamen de la justicia se dé a cada uno lo suyo. He aquí otra bendición que se otorga, no a las bestias, jumentos o reptiles, sino a los hombres. En esta historia, tomada incluso en sentido literal, se nos amonesta a cosechar frutos espirituales al decírsenos que se otorgó la bendición de Dios a los peces del mar y a las aves del cielo; en cambio esta largueza divina no vemos fuera concedida a las bestias, jumentos o reptiles de la tierra, aunque también crecen y se multiplican. Pero como don divino se concedió a los peces y volátiles, según está escrito: Y Dios los bendijo, diciendo: creced, multiplicaos, llenad las aguas del mar y que las aves se multipliquen en la tierra131. De las bestias y jumentos no se dice nada de eso. En verdad, a las virtudes y afectos santos, que nos parece son comparables a las aves, se les debe la bendición, la multiplicación y la sucesión por generación espiritual.

92. Pero así como las bestias y jumentos por deseo de Dios se someten al hombre creado a imagen y semejanza de Dios, así también una vez reparado en dicha imagen y semejanza por los méritos de la justicia, aceptan el imperio de Dios las bestias espirituales a que se refiere el salmista: no entregues a las bestias el alma que te alaba132, y que no tienen promesa de sucesión. Nos falta el día séptimo, es decir, el Sábado, en el cual se concluyen todas estas obras, se recibe el verdadero descanso, y se pone término y fin a nuestro trabajo. Es la caridad, plenitud de todas las virtudes, ágape delicioso de las almas, mesura honesta de las costumbres. Ella es la raíz de la que provienen todas las obras buenas para que sean buenas, y en la cual se realiza todo lo bueno. Ella es el día séptimo, en el cual nos alimenta la gracia divina; ella el mes séptimo, en el que reposa tranquilamente el arca del corazón tras el diluvio de las tentaciones. Para ella sirve la templanza, vigila la prudencia, combate la fortaleza y escolta la justicia.

CAPÍTULO X X X I I I

En esta vida las demás virtudes sirven a la caridad,y después de esta vida se fundirán en la plenitud de la caridad.

93. El objetivo de la templanza es reprimir y atenuar los impulsos sensuales de la carne y del espíritu, para que el alma no sea seducida, ni prefiera las delicias del placer culpable al

1131 Gen 1,22.

2132 Sal 73,19.

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encanto de su hermano el amor; la solicitud constante de la prudencia es discernir lo que debe y no debe ser amado, para que la concupiscencia, bajo capa de caridad no sorprenda al corazón incauto; y el vigor de la fortaleza se opone a las adversidades de este mundo, para que el alma no se sienta oprimida por cosas que no satisfacen el deseo, o por las contrariedades y demás circunstancias que sobrevienen, y abandone la ley de la caridad. Es evidente, pues, que estas tres actividades merecen el nombre de virtudes si su ejercicio se dirige por todos los medios a conseguir y conservar la caridad. En caso contrario la templanza no será virtud si, aunque refrene y reprima el instinto carnal, permite que la mente, al amparo de la castidad, busque con avaricia torpes ganancias y no modere la perniciosa lascivia del hombre interior. Tampoco se admitirá como virtud esa prudencia por la que el hombre astuto en el arte de engañar, no se preocupa de lo que se debe y no se debe amar, sino de las ganancias y daños temporales, y prescindiendo del fin de la caridad pretende conseguir su provecho con el perjuicio de los demás. Lejos de nosotros calificar de virtud la fortaleza de Catilina, pues aunque soportó de modo increíble todas las adversidades, sólo pretendía con esa fortaleza el poder mundano o su propio halago, y se privó del premio que merece la virtud. Por tanto, por muy poco que el hombre moderado aparezca deseoso de la gloria mundana, por muy poco que el prudente sea tenido por la opinión general como astuto y codicioso, y aunque el estoico filósofo no se altere ante ninguna contrariedad y sea la admiración de todos, lo que no procede de la raíz de la caridad nuestros filósofos decidieron que debe apartarse de los frutos de las virtudes; lo que en arquitectura no va en linea recta a aquella única clave de bóveda, intuyeron con mucha sutileza que debía rechazarse en la construcción del arca espiritual.

94. Así pues, para que el alma racional no se aparte de la norma de la caridad necesita una templanza no seducida, una prudencia no engañada y una fortaleza no oprimida. Para que la caridad perfecta lleve a sus seguidores al reino de su tranquilidad deben estar aniquilados todos los halagos de la carne por la muerte de la carne, y disipadas todas las tinieblas del error por la contemplación de la luz divina, y que a las inquietudes de este mundo siga una sólida seguridad; abandonadas, por así decirlo, las armas que se usan en este tiempo de guerra, la caridad reanima a los vencedores con su misma dulzura. Entonces todas las demás virtudes se fundirán de tal modo en la plenitud de la caridad, que en aquella felicidad ya nada aparecerá como templanza, prudencia o fortaleza, sino todo caridad; será tan casta que no será tentada por ningún placer, tan clarividente que ningún error la turbará, y tan valerosa que no se rendirá ante ninguna adversidad.

95. El Señor nos prometió este estado de tranquilidad con esta frase misteriosa: Apartaré las malas bestias de la tierra y os haré dormir tranquilos133. Una vez desaparecidas de nuestra tierra, es decir, de la carne que llevamos, las bestias crueles de las pasiones, nos hará reposar en un sueño celestial; absortos en el océano inmenso de aquel divino resplandor, y arrebatados fuera de nosotros mismos de manera inefable, estaremos totalmente liberados y comprobaremos que el Señor es Dios, celebrando aquel Sábado perenne de la caridad que describe el santo profeta Isaías al decir: Se pasará de un mes a otro mes, y de un Sábado a otro Sábado134. Esto es, cuando desde este Sábado -en el que saboreamos las primicias de la caridad en cuanto nos lo permite la maldad del día y nos liberamos de los negocios- seamos introducidos en aquel otro perfecto, donde no hay molestias que inquietan ni miserias

3133 Lev 26,6; Os 2,20.

4134 Is 66,23.

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carnales que embarazan, amaremos al Señor nuestro Dios con toda nuestra alma, toda nuestra virtud y todas nuestras fuerzas, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos.

96. A la justicia, por la que se da a cada uno lo suyo, según dice el Apóstol: Dad a cada uno lo debido: impuesto, respeto, honor135, yo la llamaría estímulo del amor fraterno; su primera condición es no dañar a nadie, y va creciendo si se convive en paz con todos. ¡Cómo conquista el afecto de los demás con la dulzura de la benevolencia el que no ofende a nadie por su conducta apacible, sometiéndose a los ancianos, simpatizando con los iguales y condescendiendo con los más jóvenes! A los primeros les manifiesta respeto y reverencia, a los del medio estima y buen humor, y a los últimos una humilde compasión. Cuando se trata de dinero, esta virtud incita a quienes la contemplan a practicar la caridad, pues según el anterior precepto del Apóstol, no se demora en pagar la deuda hasta que se la reclame el importuno recaudador, sino que se anticipa con gusto a devolverla. Pero si esta virtud se reduce sólo a la distribución de lo temporal, temo que suprima la quietud de aquel dichoso estado en el que la equidad por excelencia otorga a cada uno los premios o tormentos que merece; unos son castigados con la sentencia irrevocable de la condenación y otros recompensados con el premio de la bienaventuranza eterna. Y como la eternidad es idéntica para todos, tampoco puede darse diferencia en los bienes temporales.

97. Pero si examinas más atentamente las normas de la justicia, nadie da a otro lo suyo de un modo mejor y más perfecto que quien ama lo que debe amarse, y sólo ama en cuanto debe amarse. Es decir, a Dios más que a sí mismo, al prójimo como a uno mismo; a Dios sólo por él mismo, a sí mismo y al prójimo por Dios. Ya ves, si no me equivoco, cómo la perfección de la justicia depende de la perfección de la caridad, de tal modo que la justicia no es otra cosa que la caridad ordenada, y cuanto más se progresa en ella más paz se halla.

CAPÍTULO X X X I V

Por la muerte de un amigo se pospone la consideración de la triple concupiscencia,y su epitafio pone fin a este libro primero.

98. Parece, pues, que debemos considerar aquellas tres cosas que el Apóstol proclama que existen en el mundo: la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida136, no sea que experimentemos algo poco grato bajo el yugo del Señor y proceda de la emponzoñada raíz de estas pasiones.

Pero el dolor me impide continuar y la muerte reciente de mi entrañable Simón me impulsa de manera violenta a la necesidad de llorar. De aquí procedía tal vez aquel temor nocturno que turbaba mi espíritu; de aquí aquellos sueños terribles que me robaban el reposo necesario: aquel que yo más quería iba a ser arrebatado repentinamente de este mundo. Nada extraño que mi espíritu presagiara con la turbación la marcha de aquél de cuya vida gozaba tan dulcemente. Ya me llegó la desgracia que temía, ya sucedió lo que me amedrentaba. ¿Por qué disimulo? ¿Por qué callo? Tal vez por eso no se aleja de mí esta turbación. Salte a los ojos y llegue a la lengua lo que se oculta en el corazón. Tal vez, tal vez, tal vez con las gotas de lágrimas y el acento de las palabras, el corazón dolorido expulsará la tristeza que anida en

5135 Rom 13,7.

6136 1 Jn 2,16.

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sus entrañas. Compadecéos de mí, compadecéos de mí, si sois mis amigos, porque me ha tocado la mano del Señor137. Admirad al que llora, o más bien admirad al que vive. ¿Quién no se admirará de que Elredo viva sin Simón, sino el que ignora lo dulce que fue vivir juntos y lo dulce que hubiera sido volver juntos a la patria? Soportad, pues, pacientemente mis lágrimas, mi sollozo, el rugido de mi pecho.

99. Y tú, mi amado, aunque ya hayas sido introducido en el gozo de tu Señor, y banquetees dulcemente en la mesa del sumo padre de familia, y te embriagues felizmente de aquel fruto nuevo de la vid en el reino del Padre con tu Jesús, soporta que derrame mis lágrimas ante ti, que te exprese mi afecto, que vacíe en ti, si es posible, toda mi alma. No me prohíbas verter estas lágrimas que brotan del dulce recuerdo tuyo, hermano carísimo. No te moleste este gemido, que no procede de la desesperación sino del afecto. No impidas estas lágrimas que arranca la compasión y no la falta de fe. Si recuerdas a dónde has venido, qué has evitado, dónde dejaste a tu íntimo, comprobarás qué justo es mi dolor y qué lamentable es mi herida. Permíteme, pues, llorar unos momentos mi dolor. El mío, sí, el mío; porque no debe llorarse tu muerte, precedida por una vida tan laudable, tan amable y tan grata a todos, y que enaltece tu admirable conversión, tu ejemplar forma de vida y tu dichosa perseverancia.

100. Realmente, tu conversión fue admirable. ¿Quién no se asombra, quién no se admira de que un joven tierno y delicado, de ilustre alcurnia y talle esbelto, elija semejante camino y lo elija tal como lo hizo? Te retiraste, dulce hermano mío, ignorante a sabiendas y sabiamente indocto 138; a semejanza de aquel primer patriarca saliste de tu tierra, de tu familia y de la casa de tu padre139, e ibas por donde no sabías, y venías a donde ignorabas. Pero lo sabía el que te guiaba, el que había inflamado tu tierno corazón con la llama de su amor; y tu corrías al olor de sus perfumes140. Te precedió el más hermoso de los hijos de los hombres141, el ungido con aromas de fiesta entre todos sus compañeros142, el ungido con espíritu de sabiduría y entendimiento, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y de piedad143. Y tú corrías atraído por sus perfumes. Te precedió aquel gamo espiritual por las crestas y montañas, rociando sus caminos con fragancias de incienso y mirra y toda clase de polvos de tocador; y tú corrías tras esos perfumes. Precedió a su niño el niño Jesús, mostrándole el pesebre de su pobreza, el cobijo de su humildad, la alcoba de su caridad, repleta de las flores de su gracia, destilando la miel de su dulzura y empapada del bálsamo de su consuelo; y tú corrías al olor de estos perfumes. Ignoro qué experiencia tan grande e inefable había tenido ya entonces esa alma que creyó deber alimentar con heno a un cuerpo debilitado por el hambre, como a un jumento agotado. El piadoso niño huía de la presencia de su padre, pero iba sobre todo al encuentro de su Padre. Quiso olvidar su patria y la casa de su padre, para que el Rey, el hijo del Rey se prendara de su belleza y fueran dos en un solo espíritu144, de modo que su Padre hiciera a uno por la gracia lo que el otro es por naturaleza.

7137 Job 19,21.

8138 S. Greg. Diálogos, L. II, Prol.

9139 Gen 12,1.

0140 Cant 1,3.

1141 Sal 44,3.

2142 Sal 44,8.

3143 Is 11,2.

4144 1 Cor 6,17.

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101. ¡Qué devoción tan admirable! ¡Qué olvido tan extraordinario de sí mismo! Al emulador del venerable patriarca José le pareció poco dejar a la mujer egipcia el manto con que se sentía retenido y escapar desnudo de las manos que le abrazaban145; se hizo cumplidor diligente de la perfección evangélica y no pensó en el mañana. Tomó un camino muy duro sin llevar provisiones, y al sentir desfallecer sus miembros por el hambre, dijo: “He oído que los siervos de Cristo se alimentan de hierbas; ¿por qué yo no?” Se desvió un poco del camino y comenzó a comerlas y dijo: ¡Oh qué dulzura!”

102. Oh buen niño ¿qué saboreabas? ¿Aquella hierba o la fe? ¿El heno o la caridad? Jesús infundía sabor en el corazón y por eso la boca gustaba la hierba. Pero insisto ¿de dónde le venía esto al niño? Todo esto es tuyo, Señor Jesús, que das y recibes, otorgas y exiges. ¿Quién puede darte algo que no sea tuyo? Y si alguien quisiera darte algo que no lo haya recibido de ti, no te dignarías acogerlo. Así pues, Señor Jesús, este niño lo recibió de ti; lo recibió de ti y te lo devolvió, lo recibió y lo ofreció. Recibió y ofreció la devoción del alma, el fervor de la fe, el ardor de la caridad.

103. Todo es tuyo, Señor, que consagraste los inicios de su conversión con estos milagros, que acogiste después el sacrificio agradable de su piadosa forma de vida, y que ahora has llevado misericordiosamente ese holocausto gratísimo a tu excelso templo. Allí, en el seno de Abrahán, descansa mi Simón, mi entrañable amigo, y tu mendigo, Señor Jesús. Allí descansa, trasladado de la muerte a la vida, del trabajo al reposo, de la miseria a la felicidad.

104. Y yo, que comencé lamentándome, he hallado de qué gozarme. Lo he hallado, sí, pero en ti, hermano querido, no en mí. No lloréis por mí, dice, sino llorad por vosotras146. Querido hermano, me gozo por ti, pero me lamento por mí. Hay que alegrarse de ti, pero yo soy digno de lástima, que puedo vivir sin Simón. Aunque es asombroso que viva -si a esto se llama vivir- después de arrancárseme una parte tan grande de mi vida, un consuelo tan dulce de mi peregrinación, y el único alivio de mi miseria. Parece que me han arrancado las entrañas y tengo mi pobre alma desgarrada ¿Y esto es vivir? ¡Qué vida tan miserable, qué vida tan lastimosa, vivir sin Simón! El patriarca lloró a su hijo Jacob, José lloró a su padre, el santo David lloró a su entrañable Jonatán. Todo eso era para mí Simón: hijo por la edad, padre por la santidad, amigo por la caridad. Llora, pues, miserable, a tu padre tan querido, llora a tu hijo amantísimo, llora tu dulcísimo amigo. Rómpanse las cataratas de mi pobre cabeza y mis ojos derramen lágrimas día y noche147. Llora, repito, no porque él haya sido llevado, sino porque tú quedas abandonado. Padre mío, hermano mío, hijo mío ¡quién me concediera morir contigo! Yo no hubiera querido morir por ti, pues eso no sería buscar tu bien sino el mío. El santo David decía esto de su hijo parricida: Absalón, hijo mío; hijo mío, Absalón ¡quién me diera morir por ti!148 ¿Acaso dijo eso de su amigo Jonatán? ¿O lo dijo José de su padre? Eso tuvo que decirlo de un parricida y de un pecador, porque la muerte de los pecadores es pésima149. Era piadoso querer morir por un impío, para que el otro hiciera penitencia y llorara, y así Dios se compadeciera y no pereciera para siempre. Pero aquellos otros habían sido llevados ya al reposo y no debían volver a esta miseria, no debían soportar de nuevo tantos

5145 Gen 39,12.

6146 Lc 23,28.

7147 Jer 9,18.

8148 1 Re 17,33.

9149 Sal 114,15.

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temores y sufrimientos.

105. También Raquel lloró a sus hijos y no quiso ser consolada150 ¿Qué lloraba? El afecto. Pero el afecto quedaría consolado si los hijos volvieran a la vida y la madre disfrutara nuevamente al verlos. Raquel no quiso eso ¿Por qué? Porque si salían del sepulcro volverían de la felicidad a la miseria. No quería, pues, que el hijo volviera a esta vida, sino que ella fuera llevada con el hijo al descanso. El afecto reclamaba a los hijos, y la razón se oponía al afecto para que no volvieran a la vida. Y la providencia divina difería la asunción de la madre. Por eso Raquel lloraba a sus hijos y rechazaba el consuelo.

106. Eso me sucede a mí. Sufro porque he perdido a mi amadísimo y con el que tenía un solo corazón; y me alegro porque ha sido llevado a los eternos tabernáculos. El afecto busca su dulce presencia que era un gratísimo manjar, pero la razón no acepta que esa alma a quien tanto amo, y que está liberada de su carne, se envuelva de nuevo en las miserias de la carne. Mi alma ansía gozar, unida a su otra parte, de los abrazos de Cristo, pero lo impide mi fragilidad, lo impide mi maldad, y lo impide también la providencia divina. No hay duda que quien estaba preparado entró con el esposo en las bodas, y que para mí, miserable, la puerta todavía está cerrada. ¡Ojalá, Señor Jesús, ojalá que se abra algún día! Espero, Señor, de tu misericordia que se me abra algún día. Envié ya las primicias, envié mi tesoro, envié una parte y no pequeña de mí mismo. Que llegue hasta ti lo que falta. Donde está mi tesoro esté también mi corazón.

107. Que siga aquí, Señor, sus caminos, para que goce en ti de su compañía. Podía hacerlo, Señor, aunque a paso lento, cuando su santa vida se hacía patente a mis ojos, cuando su notoria humildad reprimía mi soberbia, cuando su sensata tranquilidad frenaba mi inquietud, cuando a mi ligereza la dominaba el freno de su admirable gravedad. Recuerdo que muchas veces, al vagar con los ojos de aquí para allá, me infundía tanto pudor una simple mirada suya, que vuelto de nuevo en mí mismo, calmaba aquella ligereza con la ayuda de su gravedad, y una vez recogido comenzaba a hacer algo útil. La autoridad de nuestra orden prohibía hablar, pero me hablaba su semblante, me hablaba su andar, y su mismo silencio. Un aspecto pudoroso, un andar reposado, la gravedad de sus palabras y su silencio carente de amargura.

108. Finalmente, en este último año de su vida, casi consciente de su próxima llamada, ¡con qué tranquilidad, con qué paz y con cuánta mesura transcurría su vida! Parecía olvidado de todo lo exterior, incluso de mí; y recluido en lo más íntimo de su espíritu, era una imagen exacta de aquel hombre que describe el santo profeta Jeremías al decir: Le irá bien al hombre si carga con el yugo desde joven; estará solo y callado porque se superará a sí mismo151. Tomó el yugo de tu disciplina, Señor Jesús, en la flor de su vida, eligiendo el camino estrecho que lleva a la vida, comer su pan con el sudor de su frente y someter su voluntad al juicio ajeno. También soportó desde su adolescencia el yugo pesado de la enfermedad, con la que lo azotaste gravemente durante ocho años, si no me equivoco, de manera continua y con afecto paterno. Y por eso, al no hallar nada visible que le recreara, se había recluido en la soledad interior de su espíritu, permaneciendo solo y callado, aunque sin atrofiarse en la ociosidad. Escribía, leía, o se entregaba sobre todo a la meditación de las Escrituras, a la que dedicaba gran atención. Con el prior sólo hablaba lo indispensable. Vivía como un sordo que no oye, o

0150 Mt 2,18.

1151 Lam 3,27.

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como un mudo que no abre la boca; era como quien no oye y no tiene qué replicar152. Pero si alguien, en cualquier momento, conversaba con él, era tal la dulzura que rezumaban sus palabras, y tal la alegría que brillaba en su semblante, sin pizca de disipación, que su modo de hablar y su humildad en escuchar trasparentaba un silencio totalmente vacío de amargura y henchido de dulzura.

109. Eso es lo que he perdido, de eso he sido privado. ¿A dónde fuiste, modelo de mi vida, norma de mis costumbres? ¿A dónde fuiste y te retiraste? ¿Qué haré? ¿A dónde me dirigiré? ¿A quién me propondré como modelo? ¿Cómo te arrancaste de mis abrazos, te has alejado de mis besos y hurtado de mis ojos? Yo te abrazaba, querido hermano, no con la carne sino con el corazón. Te besaba, no con el contacto de la boca sino con el afecto del alma. Te amé a ti, que me acogiste como amigo desde el comienzo mismo de mi conversión, que fuiste conmigo más íntimo que con los demás, que me asociaste con Hugo en las entrañas de tu alma. Tu amor hacia los dos era tan grande, tan semejante tu afecto y tan exclusiva tu entrega que, según pude colegir de tus palabras, tu afecto no tenía preferencias con ninguno, aunque la sana razón indicaba que él debía ser preferido a mí por su santidad. ¿Por qué te marchaste cuando yo estaba ausente? ¿Por qué al marchar no quisiste que estuviera presente el único que tenías siempre tan cercano para bien de los dos? ¿O creíste que debías compadecerte de los dos, es decir, de ti y de mí, para que tu marcha no turbara mi rostro y mi dolor no entristeciera lo más mínimo tu salida gozosa y tranquila? ¿O tal vez, y esto me convence más, la misericordia divina se fijó solo en ti, para trasladar con toda tranquilidad tu alma apacible y pacífica de las miserias de esta vida a la patria deseada, y desatar el lazo de tu morada corpórea con tal suavidad que no lo percibieras ni tú mismo, y así no molestara a esa alma tan querida de él, el mínimo temor a la muerte?

110. El que estaba junto a tu lecho no percibió en ti indicio alguno de la muerte ya cercana; incluso tu rostro más radiante y tu conversación más amena aumentaban la esperanza de que recuperarías la salud. Y cuando inclinaste suavemente tu cabeza para entregar tu espíritu, no creyó que habías muerto sino que dormías. Se ha buscado tu bien, querido hermano, pues marchaste con tanta paz, y has manifestado con toda evidencia con una muerte tan dulce, que has sido acogido por los ministros de la paz. No me extraña. No temías esa hora, sino más bien la deseabas, pues el día antes de partir dijiste al prior de nuestro monasterio que te visitó, que ya no querías más treguas en esta vida.

111. Y tú, muerte amarga ¿qué provecho sacaste? ¿Qué conseguiste? Es cierto que invadiste la tienda de su peregrinación, pero rompiste el cordel que lo aprisionaba. Enterraste la morada de que disfrutaba, pero le evitaste el peso que le agobiaba. Sabemos, dice el Apóstol, que si la tienda terrestre en que vivimos se deshace, recibimos de Dios alojamiento, una vivienda eterna en el cielo, no construido por manos humanas153. Por tanto, esa alma amiga de las virtudes, ansiosa de quietud, amante de la sabiduría y victoriosa de la naturaleza, dejado el envoltorio de esta carne, vuela con alas más ágiles, por así decirlo, hacia el bien puro y sublime, y es acogida con los abrazos tan deseados de Cristo.

Pero me dices que la carne, confiada a la tierra, se convierte en ceniza. Es cierto. ¿Por qué te regocijas? Ha muerto para ser vivificada; se disuelve para ser maravillosamente reparada. Se siembra llena de fragilidad pero surgirá vigorosa. Se siembra corruptible, pero

2152 Sal 37,14-15.

3153 2 Cor 5,1.

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surgirá incorruptible. Se siembra sin honor, pero resucitará gloriosa. Se siembra, en fin, un cuerpo animal, pero resucitará un cuerpo espiritual154. ¿Dónde queda, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde queda, oh muerte, tu aguijón?155. No lo dudo, donde ves que ha actuado en él allí le ha sido provechosa. A mí, en cambio, me inyectaste todo tu veneno, y al atacarle a él me causaste terribles heridas. Yo, yo soporto el dolor, la amargura, la desazón; a mí se me ha arrebatado el guía del camino y el magisterio de mi forma de vida.

112. Pero ¿por qué, alma mía, presenciabas sin llorar aquel dulce funeral? ¿Por qué dejaste marchar ese cuerpo que tanto amabas, sin besarlo? Yo, miserable, sufría y rugía, y suspiraba profundamente desde lo íntimo de mi corazón; pero no lloraba. Sentía un dolor tan inmenso que ni me daba cuenta de que sufría, aunque sufría horriblemente. Eso lo comprobé después. Tal fue el asombro que invadía mi alma, que ni incluso cuando lo habían desnudado para lavarle creía que había muerto. Me asombraba que aquel con quien estaba unido por los fuertes lazos de un amor dulcísimo, se hubiera desprendido súbitamente de mis manos; me admiraba que aquella alma que era una con la mía pudiera desligarse sin la mía de las ataduras del cuerpo. Pero aquel estupor cedió el paso al afecto, al dolor, a la compasión. ¿Y ahora qué hacéis, ojos, qué hacéis? Por favor, no seáis tacaños, no disimuléis. Ofreced en las exequias de mi amado todo lo que tenéis, todo lo que podéis. ¿De qué me avergüenzo? ¿Acaso soy el único en llorar? Ved cuántas lágrimas hay por doquier, cuántos gemidos y suspiros. ¿Son acaso reprensibles estas lágrimas? Nos excusan tus lágrimas, Señor Jesús, las que derramaste en la muerte de tu amigo; expresaban nuestro afecto e insinuaban tu caridad. Te cubriste, Señor, con el afecto de nuestra debilidad, pero cuando querías eras capaz de no llorar. ¡Qué dulces tus lágrimas, qué suaves! ¡Qué sabrosas para mi alma inquieta y cómo la consuelan! Mirad, dicen, cómo le amaba156. Y ved también cómo amaban todos a mi Simón, cómo le abrazaban, cómo lo mimaban. Pero tal vez algunos fuertes censuren mis lágrimas, afirmando que mi amor es demasiado carnal. Que piensen lo que quieran. Míralas y contémplalas tú, Señor. Algunos observan lo exterior y no perciben cuánto sufro en mi interior. Allí llegan tus ojos, Señor. Estoy seguro que este siervo tuyo no halló nada en mis ojos, Señor, que pudiera impedirle pasar a tus abrazos.

113. Ningún hombre conoce lo propio del hombre sino el espíritu humano que está dentro de él157 (1 Cor 2,11). Tu mirada, en cambio, Señor, penetra hasta la separación de alma y espíritu, articulaciones y médulas, y discierne los sentimientos y pensamientos del corazón158. Y como dice un gran servidor. ¡Ay de la vida gloriosa de los hombres si se la juzga sin piedad!159 Aquí, Señor, aquí radica mi temor y mis lágrimas. Tenlas en cuenta, oh piadosísimo, dulcísimo, misericordiosísimo. Acógelas, única esperanza mía, único y exclusivo refugio mío, meta a la que me dirijo, Dios mío, misericordia mía. Recíbelas, Señor; es el sacrificio que te ofrezco por mi amigo amadísimo; y si todavía hay en él alguna mancha, perdónalas o impútamelas a mí. Sea yo castigado y flagelado; yo lo pagaré todo. Sólo te pido que no le escondas tu rostro dichoso, no le prives de tu dulzura, no le retrases tu santo consuelo. Que experimente, Señor mío, la dulzura de tu misericordia que con tanto

4154 1 Cor 15,42-43.

5155 1 Cor 15,55.

6156 Jn 11,26.

7157 1 Cor 2,11.

8158 Hech 4,12.

9159 S. Agust. Confesiones IX, 18, 34

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ardor deseó, de la que con tanta seguridad se enorgulleció, la que recomendó con tanto afecto, la que le supo tan gratamente aquella noche, en la que una vez retirados todos a descansar, excepto un hermano que le atendía, prorrumpió lleno de gozo en este grito: Misericordia, misericordia, misericordia. Dicen que quería recitar íntegramente el verso: Señor, voy a cantar tu misericordia y tu justicia160. Pero creo que, ensimismado en la dulzura de esa primera palabra, la repitió con toda confianza, y volviéndose por fin al que le asistía junto al lecho, le repitió varias veces esa palabra. Y al ver que el otro estaba tan lleno de asombro, un poco indignado por su insensibilidad, es decir, de que no percibiera semejante dulzura ni disfrutara de tal sabor, comenzó a querer despertar con la mano al que creía dormido, y con una voz más expresiva y varonil repitió: Misericordia, misericordia.

114. ¿Qué veo, Señor mío? Me parece ver con los ojos aquella alma embelesada de gozo inefable al sorber este verso, y ver cómo quedaban sumergidos sus pecados en el océano inmenso de la misericordia divina, sin que quedara nada que le angustiara, nada que ensombreciera lo más mínimo su conciencia. Es un placer contemplar a esa alma bañada en la fuente de la misericordia divina y libre del peso de los pecados, aspirar a lo más alto por un impulso natural mediante sutiles movimientos, a punto ya de desprenderse de los despojos de la carne y meditar la inmensa misericordia de Dios, en la que confía plenamente. Ea, pues, oh alma, retorna a tu descanso161, porque el Señor te ha colmado de bienes; pasa al lugar del tabernáculo admirable, hasta la casa de Dios, con gritos de júbilo y acción de gracias, en el bullicio festivo162. Yo te seguiré con mis lágrimas, te seguiré con mis pobres plegarias, te seguiré con mi afecto, te seguiré con el sacrificio único de nuestro Mediador. Y tú, padre Abrahán, extiende una y otra vez tus manos para acoger a este pobre de Jesús, a este otro Lázaro; abre tu regazo, dilata tu seno, y recibe con piedad, acaricia y consuela al que retorna de las miserias de esta vida. Y a mí también, miserable, que le he amado lo que he podido, concédeme un día el lugar de la quietud con él en tu seno.

ACABA EL LIBRO PRIMERO

0160 Sal 100,1.

1161 Sal 114,7.

2162 Sal 41,5.

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COMIENZA EL LIBRO SEGUNDO

CAPÍTULO I

Consideraciones expuestas en el libro primeroy cómo los viciosos públicos deben ser apartados de esta consideración.

1. Al exponer en la parte primera de este opúsculo la perfección de la caridad, demostré como pude que en ella radica la plenitud de todas las virtudes. Pues no existe virtud alguna que no brote de esta raíz; ni se puede hablar de una obra perfecta si no concluye con este remate. Es indudable que en ella se halla la plenitud de la ley y la perfección evangélica: allí encontramos la circuncisión del hombre interior y exterior, el verdadero sábado del alma, la autenticidad de los sacrificios y la plenitud total de los preceptos. Anteriormente dije algo sobre la circuncisión e indiqué que el sábado del alma sólo existe y puede existir en la caridad.

2. Ella es, en efecto, ese yugo suave y esa carga ligera que nos ofrece la clemencia del Salvador al decir: Y encontraréis descanso para vuestras almas1.

Pero como muchos de nosotros, que al parecer hemos agachado la cabeza bajo ese yugo, vivimos cansados, me he esforzado en explicar que es el yugo de la concupiscencia el que engendra cansancio. Por eso propuse que debemos tratar de aquellas tres cosas en las que el evangelista Juan parece incluir todo género de concupiscencia, es decir, la concupiscencia de la carne, la codicia de los ojos y la soberbia de la vida2.

Pero al ocurrir la muerte de nuestro amadísimo, quedó interrumpido el trabajo: me permití dedicar un tiempo a las lágrimas y al llanto y reservar esta consideración para otro tratado.

3. Así pues, para comenzar con palabras de Pablo, afirmo que la concupiscencia es la raíz de todos los males3, y que por el contrario, la caridad es la raíz de todas las virtudes. Por eso, mientras esta raíz envenenada reside en las entrañas del alma, aunque se poden externamente algunas ramas brotarán otras de ese germen renovado, hasta que se arranque totalmente la raíz y ya no se permita que surjan esos brotes tan malignos de los vicios. Hay algunos que enfrascados en los vicios más visibles, y por así decirlo, más groseros, muestran al instante en su frente la marca de la confusión; a éstos no creo oportuno tenerlos en cuenta, pues ya se demostró anteriormente que su alma estaba vacía de todo reposo. Pero nosotros creemos haber sometido los hombros del espíritu al yugo evangélico, del cual la sentencia del Salvador declara que es suavísimo, y a la carga del Señor, cuya misma autoridad demuestra que es muy ligera; y sin embargo comprobamos que vivimos inquietos. Nosotros, repito, los profesionales de la cruz de Cristo, empuñando la llave de la palabra de Dios, abramos las puertas de nuestro pecho y llegando hasta la separación de alma y espíritu, de articulaciones y médulas, discernamos los pensamientos e intenciones del corazón; y comprobando sin

11 Mt 11,29.

22 1 Jn 2,16.

33 1 Tim 6,10.

50

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lisonja adulatoria lo que se esconde en los repliegues recónditos del alma, intentemos más bien descubrir las raíces de los vicios.

CAPÍTULO I I

El sufrimiento exterior proviene de la actitud interior,y ésta a veces disminuye el sufrimiento exterior.

4. Este sufrimiento no es, ciertamente, de la carne sino del corazón, lo mismo que el reposo del que hablamos consta que es del corazón y no de la carne; pero aunque el sufrimiento exterior proviene de la actitud interior, no debemos afirmar que no existe ningún sufrimiento exterior si no existe el interior. Fíjate, por ejemplo, en los que se dedican a la caza y a la montería, o en aquellos que se entregan a parecidas vanidades. Si observas los movimientos exteriores del cuerpo ¿hay algo más agotador? Pero si miras las actitud del espíritu ¿qué hay de más gratificante? Eso mismo es muy fácil de descubrir en las actividades loables. ¡Cuánto sufrimiento exterior padecían los apóstoles al ser encarcelados, amarrados con grillos y cruelmente azotados con látigos! Y sin embargo se marcharon del tribunal contentos de haber sido considerados dignos de sufrir desprecios por el nombre de Jesús4. ¡Cuántos sacrílegos sufrían entonces las mismas penas! Pero como su conciencia era distinta, aquellos miserables en ambos sentidos, sufrían por dentro y por fuera; y éstos disfrutaban del gozo interior en medio de penas externas. Y no es de extrañar, pues muchas veces el sufrimiento exterior disminuye con el interior, y los mayores ardores del cuerpo se atenúan con los ardores del espíritu. ¿Sufren los adúlteros? ¿Sufren los ladrones? Para unos es zambullirse en abrazos sensuales, para los otros gozar de los bienes ajenos. Pero uno arde internamente con el fuego de la lujuria y no siente ningún sufrimiento exterior, y a este otro la llama secreta de la avaricia le hace insensible a las penalidades de su cuerpo. De ellos dice el profeta: Sufren para hacer el mal5.

5. Considerando todo esto atentamente, es innegable que los sufrimientos externos del cuerpo en modo alguno engendran fatiga interior, sino que la raíz se halla en las entrañas interiores, y todo lo que sucede externamente se adapta a la propia naturaleza. ¿Por qué están dos sentados a una misma mesa, se les sirven los mismos alimentos, y uno se alegra y el otro murmura? ¿Por qué hay dos que sufren idénticas heridas, y uno se sume en la tristeza y el otro rebosa de gozo admirable? ¿Por qué hay dos marcados por el infortunio de la orfandad o de la pobreza, y uno blasfema y el otro da gracias? Una misma imagen penetra por los ojos de ambos, y mientras el uno se agita torpemente el otro disfruta de una paz perenne. Se ofrece la ocasión de ambicionar honores, y uno se inflama de tal modo con la pasión de dominar que no le asusta cometer cualquier crimen para escalar la cumbre de la gloria, mientras que el otro permanece tan liberado de esa pasión, que cuando se le ofrecen las ínfulas de las vanidades las rechaza o casi nunca las acepta.

CAPÍTULO I I I

El amor modera con su tranquilidad todo lo que es accidental,y la concupiscencia todo lo corrompe con su perversidad.

44 Hech 45,41.

55 Jer 9,5.

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6. ¿No sucede esto mismo en los cuerpos, de modo que según el grado de la salud o del malestar, lo que sucede externamente molesta o agrada? La comida que aumenta la enfermedad de uno acrecienta la salud del otro, y el sol que ofusca al ojo enfermizo ilumina gozosamente al sano. Así pues, lo mismo que las cosas externas de que se sirven los cuerpos les resultan saludables o nocivas, según el estado de la naturaleza interior, también es fácil comprender por los indicios antes indicados, que el sosiego de uno o la inquietud del otro dependen de la condición interna de su alma. Si la caridad perfecta, o el yugo suave y tranquilo del Señor reina en el alma, atraerá todo lo accidental al ámbito de su tranquilidad, y no permitirá que se conmueva por las vicisitudes de las cosas, sino que intentará valerse de esas vicisitudes para su provecho. Pero si el alma está sometida al durísimo yugo de la concupiscencia, mientras no exista ninguna ocasión de alterarse, cree que ese descanso es la suavidad del yugo del Señor. Mas en cuanto surge un motivo de indignación salta la bestia cruel de las profundidades del corazón como de unas cavernas secretísimas, y maltrata y desgarra al alma miserable con los crueles mordiscos de las pasiones, sin darle un momento de paz y reposo. Es preciso, pues, que se pudra el yugo a fuerza de aceite, el yugo de la concupiscencia con la presencia de la caridad; y pronto se experimentará que la carga de Cristo, como ha dicho alguien es muy ligera, muy suave, muy gozosa, arrebata hacia el cielo y arranca de la tierra6 . Si queremos experimentar la dulzura de este descanso, busquemos atentamente las causas y raíces de nuestro cansancio, no limitándonos sólo a lo exterior con un afecto lánguido como con un hierro romo, sino penetrando con un deseo vehemente en el origen mismo de las enfermedades.

CAPÍTULO I V

De la triple concupiscencia procede todo el sufrimiento interior

7. Creo que si analizamos más sutilmente el origen de nuestros sufrimientos, comprobaremos con toda evidencia que proceden de la concupiscencia de la carne, de la codicia de los ojos o de la soberbia de la vida, como de fuentes envenenadas. Pues si me contrista un alimento desabrido, ese malestar me lo produce la concupiscencia carnal; y no sufro por haber abrazado el yugo de Cristo, sino por no haber abandonado del todo el yugo de la concupiscencia. ¿Qué sucede cuando me consume el deseo de un exquisito banquete y me turbo al dárseme otro más vil, o se me da menos de lo normal, o con retraso y negligencia, y me domina la peste de la murmuración? ¿De dónde proceden estas aflicciones: de la pasión de la concupiscencia o de la suavidad de la caridad? ¿Qué diremos del monje que exige al prior una cantidad de alimentos por el número de lecturas nocturnas, o en las fiestas solemnes anhela comidas suculentas y condimentos especiales, y porque en alguna ocasión falta algo de eso prorrumpe en riñas y contiendas, o no es capaz de reprimir el ímpetu de la pésima pasión y perturba la paz de los hermanos con frases impertinentes o murmuraciones secretas? ¿No le está oprimiendo la codicia del mundo con el pesado yugo de esta miserable esclavitud y los tormentos de tan vil sufrimiento? Santiago reprende magníficamente a estos tales, diciendo: ¿de dónde nacen vuestras peleas y contiendas, sino de vuestro afán de placeres que batalla en vuestros miembros?7.

66 S. Agust. Enarraciones sobre los salmos LIX, 8

77 Sant 4,1.

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CAPÍTULO V

Sobre la opinión de quienes afirman que las mortificaciones exterioresson contrarias a la caridad y a la dulzura interior.

8. Pero dices que arruinar el cuerpo con vigilias continuas, afligir la carne con trabajos diarios y debilitar los miembros con alimentos despreciables, no sólo es una gran mortificación sino que perjudica en gran modo su caridad, que tanto te empeñas en recomendar, porque priva al alma de todo consuelo y la hace incapaz de la dulzura espiritual.

Esta es la graciosa opinión de algunos que ponen la dulzura espiritual en un cierto halago de la carne, afirmando que la mortificación del cuerpo va contra el espíritu y que los sufrimientos del hombre exterior merman la santidad del interior. Añaden que, como la carne y el espíritu se armonizan con un afecto natural, es inevitable que no compartan sus sufrimientos; y por eso es imposible que el gozo de uno no se altere con la opresión del otro; de tal manera que un espíritu abatido por cualquier ansiedad de aflicción no puede disfrutar en modo alguno del gozo espiritual. Y parece que esto ha sido investigado y comprobado. ¡Qué vergüenza! ¡La gracia espiritual depende de los cánones de Hipócrates! Así se engañan quienes se fían más de los motivos naturales que de los preceptos apostólicos.

9. Esta sabiduría, sin duda, no es la honesta y pacífica que desciende de arriba, sino esa otra terrena, animal y diabólica. Es la sabiduría de simples palabras, que enseña a halagar la carne y pretende anular la cruz de Cristo, en la cual no hay nada que halague a la carne, nada muelle, blando o sensiblero. Pero no queda anulada; más bien echa por tierra esa afeminada teoría que rechazan los clavos incrustados en los miembros divinos, y vence con saludable agudeza aquella lanza clavada en sus dulces entrañas. Yo pienso lo contrario, y defiendo audazmente la mortificación corporal, guiada por una intención recta y con la debida discreción, la cual no conviene buscarla en la propia iniciativa sino en los ejemplos de los ancianos, para que la relajación y flojedad no se filtren bajo capa de discreción; con estas condiciones la mortificación de la carne no es contraria sino necesaria al espíritu, y lejos de mermar el consuelo divino creo que lo estimula. Incluso afirmo que ambas realidades coexisten en esta vida, esto es, la tribulación exterior y el consuelo interior.

10. ¿Qué dices? ¿Me fiaré más de tu teoría que de mi propia experiencia? ¿Qué ocurriría si otro atestiguase que ha experimentado algo muy distinto? Tú, por haber abrazado una forma de vida rigurosa, afirmas que la gracia espiritual ha quedado mermada; otro, en cambio, cuanto más se mortifica tanto más experimenta la gracia de la dulzura divina. ¿Qué teoría debemos aceptar? ¿Pensaremos acaso que la gracia divina está supeditada a condiciones naturales? No; en modo alguno. Es indudable que Dios se compadece de quien quiere. Pero ¿otorgará, tal vez, la dulzura de su consuelo al que nada en riquezas y placeres, y se la negará con rígida severidad al pobre que da la vida día a día por él? Lejos de nosotros pensar esto del que es el más dulce, amable, piadoso y compasivo. Si soy yo quien esto dice, puedes ponerlo en duda; pero si lo afirma Cristo, es herético no creerlo.

CAPÍTULO V I

La opinión anterior se rechaza con la autoridad de los apóstoles y profetas.

53

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11. Acérquese, pues, ese atleta valeroso, testigo fidelísimo y egregio polemista; Cristo habla en él y él muere diariamente por Cristo8; ha sufrido toda clase de tribulaciones: por fuera asechanzas y por dentro temores9; castiga su cuerpo y lo somete a servidumbre10, no come el pan de balde sino que se agota trabajando día y noche, y se gana lo necesario para él y los que le acompañan11, brega como valiente soldado bajo la bandera de Jesús, entre penas y fatigas, con muchas vigilias, con hambre y sed, con frío y desnudez12. Sea él quien dirima esta cuestión, y muestre si tanta tribulación y agotamiento le arrebataron el consuelo espiritual. Tal vez esa cabeza, reseca por completo de flujo natural a causa de tantas vigilias e infortunios, sea incapaz de hacer brotar lágrimas, y ese corazón, marchito de tantas desdichas no sienta el menor gozo espiritual.

12. Pero veo que está escribiendo a algunos en medio de gran congoja y ansiedad de corazón y con muchas lágrimas13; lo veo llorar por algunos que han pecado y no se arrepienten14, lo veo alegrarse con los que están alegres y llorar con los que lloran15; le oigo lamentarse porque no quiere desvestirse sino revestirse16. ¿Y qué diré de su consuelo espiritual, si al experimentar su inmensa dulzura las mejores ganancias le parecen estiércol17? ¿No se lanza al abrazo íntimo con Cristo, impulsado por una admirable dulzura, cuando dice: Mi deseo es morir para estar con Cristo, y eso es mucho mejor18? ¿No está embriagado de un maravilloso amor de Cristo cuando renuncia a toda especie de gloria, excepto la de la cruz de mi Señor Jesucristo19? ¿No está inflamado en llamas de inmensa caridad al maldecir a quienes no amen al Señor Jesús? Oidle: Quien no ame a nuestro Señor Jesús sea maldito ¡Maran atha!20.

13. Pero que nos diga también si en medio de la tribulación se vio privado de consolación, y nos manifieste qué debemos esperar en nuestra tribulación21; y de este modo traspase con la espada apostólica la cabeza de la serpiente que infiltra con sus silbidos este pernicioso veneno en los sentidos humanos. Todo esto procede de la que se arrastra sobre su vientre, come tierra22, duerme en lugares húmedos y sombríos, e impele a recrearse en la lujuria y sensualidad bajo capa de santidad. De este modo cree que atemorizará fácilmente de la pobreza apostólica y de la pureza evangélica a los simples, si piensan que alcanzarán una mayor gracia de dulzura divina con una vida más confortable. Si se convencen que sus rostros

88 1 Cor 15,3.

99 2 Cor 7,5.

010 1 Cor 9,27.

111 2 Tes 3,8.

212 2 Cor 11,27.

313 2 Cor 2,4.

414 2 Cor 12,21.

515 Rom 12,15.

616 2 Cor 5,2.

717 Flp 3,7.

818 Flp 1,23.

919 Gal 6,14.

020 2 Cor 16,22.

121 2 Cor 7,4.

222 Gen 3,14.

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estarán santamente humedecidos de lágrimas entre banquetes y licores, entre convites regios y opíparos festines, entre conversaciones inútiles y orgías nocturnas, y que sus rostros pálidos aparecerán con unos ojos resecos por causa del trabajo y la fatiga, las muchas vigilias, el hambre y la sed, el frío y la desnudez23, el cansancio de cada día y la mortificación de la propia voluntad, el desprecio del mundo y el menosprecio de la carne.

14. Diga, pues, Pablo si ese piadoso consolador deja a los suyos sin consuelo en la presente tribulación, y que actúe con su autoridad ante la herejía de Joviniano, que vuelve a pulular. Incluso esta herejía parece más perniciosa que la de Joviniano, pues aquella equipara los banquetes a la abstinencia, ésta en cambio los prefiere. Así pues, los que ponen más consuelos de dulzura divina en el bienestar corporal que en la tribulación, escuchen lo que dice Pablo: Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre compasivo y Dios de todo consuelo, que nos consuela en cualquier tribulación24. Por tanto, si nos afligimos con ayunos, si nos fatigan las vigilias, si nos agotamos trabajando, bendito sea Dios que nos consuela en toda tribulación. Si nos apedrean, nos amarran con cadenas, nos azotan con látigos y debemos soportar las estrecheces de la cárcel, bendito sea Dios que nos consuela en toda tribulación. Brame el mundo, muestre su crueldad, lance sus odios, ataque por medio de los malvados, arrebate los bienes, empañe la fama: bendito sea Dios, que nos consuela en todas las tribulaciones. Y añade: para que podamos consolar a los que pasan cualquier tribulación 25. Y aquí no promete el consuelo a los que nadan en riquezas y placeres, sino a los envueltos en toda clase de contrariedad. Y para concluir la discusión añade: Pues como abundan nuestros sufrimientos por Cristo, así por Cristo abunda nuestro consuelo26. ¿Deseas más claridad? Aquí tienes lo que decíamos hace un momento: las penalidades exteriores se armonizan con los consuelos internos.

15. ¿Habrá, pues, alguien tan necio y tan presuntuoso que afirme con descarada vanidad, en contra de una verdad tan manifiesta y de la autoridad apostólica, y apoyándose en argumentos naturales, que la participación en los sufrimientos de Cristo perjudica al espíritu y merma la gracia de la dulzura espiritual? Participar en los sufrimientos de Cristo es someterse a las observancias regulares, mortificar la carne con la abstinencia, las vigilias y trabajos, someter la voluntad al juicio ajeno, no preferir nada a la obediencia; y para resumirlo todo en una palabra: participar en los sufrimientos de Cristo es cumplir la profesión que hemos hecho de vivir según la regla de San Benito, como lo afirma nuestro mismo legislador: Y así, perseverando en el monasterio hasta la muerte, participemos de los sufrimientos de Cristo por la paciencia y merezcamos también acompañarlo en su Reino 27. Lo mismo había dicho el Apóstol: Sabemos que como compartís nuestros sufrimientos, así compartiréis nuestro consuelo28.

16. Claramente se nos instruye sobre la gran necesidad de mortificar el hombre externo, con estas palabras del Apóstol: Si nuestro exterior se va deshaciendo, nuestro interior se va renovando día a día. La tribulación presente, liviana, nos produce una carga incalculable de

323 2 Cor 11,27.

424 2 Cor 1,3.

525 2 Cor 1,4.

626 2 Cor 1,5.

727 RB Pról.

828 2 Cor 1,7.

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gloria29. Salomón, por su parte, indica con estas palabras misteriosas a quiénes se infundirá el consuelo divino: Dad sidra al vagabundo y vino al afligido; que beban y olviden su miseria, que no se acuerden de sus penas30. Con estas palabras promete el vino que alegra el corazón del hombre, no a los disipados en el ocio, ni a los que consumen los días en chismes y carcajadas, sino a los que tienen un espíritu apenado; y proclama que aquella sidra, elaborada con manzanas nuevas y añejas, y que la esposa conserva para regocijo del esposo, se dará, no a los hartos de comer y beber sino a los afligidos por las penas de esta vida, y a los que soportan la pobreza y el dolor. Que beban y olviden su miseria, es decir, afirma que la grandeza del sufrimiento disminuirá con el consuelo divino. El salmista se adhiere sin vacilar a esta frase, diciendo: Según la grandeza de los dolores de mi corazón tus consuelos alegraron mi alma31. Por tanto, nadie sienta horror de ese arduo camino que conduce a la vida32; nadie vuelva a tomar, por una cobarde pusilanimidad, el camino más cómodo que había rechazado; sino, como dice nuestro legislador, aguante y no afloje ni dé marcha atrás, consciente de que según sean las penas que soporta por Cristo, así sus consuelos alegrarán su alma.

CAPÍTULO V I I

Se pregunta por qué algunos sienten una compunción más tiernaen una vida moderada que en otra más rigurosa.

17. Pero me dices: cuando vivía con un poco más de comodidad, tomaba alimentos más sazonados, me permitía beber un poco, alargaba algo el descanso nocturno, y no quebrantaba mi cuerpo con el trabajo o un vestido tan rudo, ni me reprimía con tanto silencio, ¿por qué estaba tan compungido y tan afectado, y gozaba de tanto consuelo espiritual? ¿Y por qué ahora, con esta vida rigurosa vivo tan árido y reseco que ni por la fuerza puedo sacar lágrimas de mis ojos?

18. Yo te pregunto: ¿qué pensarías de aquel que se sumerge en el abismo horroroso de los vicios y se entrega a toda clase de torpezas e inmundicias sin que le atemorice castigo alguno, y a la vez se compunge muchas veces de esa vida y llora con frecuencia no sólo por temor al castigo y el recuerdo de sus pecados, lo cual no extrañaría a nadie, sino que enternecido con admirable afecto por la dulzura del amor de Jesús, parece que le abraza con el ósculo de su alma? ¿Qué te parece? ¿Habrá que emular esa vida, imitar esas costumbres, cultivar los placeres de la carne, esclavizar los miembros al placer, para gozar de semejantes dulzuras? ¿Habrá alguien tan loco que diga eso? No quiero ser ambiguo, sino afirmar lo que es verdadero y cierto, como lo sabe muy bien el mismo Jesús.

19. También yo conocí a un hermano que pasaba el día con hombres y mujeres del mundo y entretenido en charlar y beber, y cuando volvía por la tarde al monasterio prorrumpía en tantas lágrimas y suspiros que molestaba a muchos con sus clamorosos gemidos; pero no se corregía lo más mínimo de tales excesos. ¿Vamos, pues, a dejar la observancia regular fiándonos de esta compunción, y seguir semejante torpeza? ¿Quién no se horroriza al oír

929 2 Cor 1,16-17.

030 Prov 31,6-7.

131 Sal 93,19.

232 Mt 7,14.

56

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esto?

CAPÍTULO V I I I

Tres causas de la visita espiritual

20. Reconozcamos, pues, que una visita como esa no siempre es signo de santidad, ya que unas veces la provoca y otras la conserva. A mi parecer hay tres causas en esa visita. Algunas veces acontece para excitar, otras para consolar, y no pocas como premio. Para excitar a los dormidos, consolar a los que sufren y premiar a quienes suspiran por lo celestial. La primera estimula a los tullidos, la segunda reconforta a los cansados, y la tercera acoge a los que se elevan. La primera compunción induce a la santidad, la segunda la conserva, y la tercera la premia. La primera atemoriza a quien desprecia o atrae al que teme; la segunda apoya y anima al que se esfuerza, la tercera abraza al que llega. La primera es como un aguijón que corrige al descarriado, la segunda es como un báculo que sostiene al débil, y la tercera es el lecho que acoge al sosegado.

21. Así como la divina clemencia llama a la salvación a quienes viven con tibieza o como unos desgraciados, unas veces con la palabra, otras con el ejemplo, otras con la corrección y no pocas con el dolor, así también invita a mejorar la vida por medio de una secreta compunción, suscitada por el temor o engendrada por el afecto. La finalidad de esta visita es doble: resulta provechosa para los elegidos y condenatoria para los réprobos.

CAPÍTULO I X

El primer género de compunción, como otras gracias,incita a los réprobos al juicio y a los elegidos a progresar.

22. No es extraño que esta gracia sea común a los réprobos y elegidos, ya que nos consta que incluso los carismas mejores, como hablar con sabiduría, la profecía, hablar diversas lenguas o realizar milagros, se concedieron a los réprobos. Así vemos a Saúl entre los profetas33, y Judas entre los apóstoles34. Muchos, dice el Señor, me dirán aquel día: ¿no hemos expulsado demonios en tu nombre? ¿no hemos hecho milagros en tu nombre? Y yo entonces les declararé: nunca os conocí35. Y para que veamos que también se refiere a la gracia de la compunción, oigamos a Balaam compungido: Que mi muerte sea la de los justos, y que mi fin sea como el suyo36. Y deplorando su perversidad añadió: Oráculo de Balam, hijo de Beor; oráculo del que escucha palabras de Dios, del que cae con los ojos abiertos37. Pero nada se aprovechó de esta compunción el que enseñó a Balac a provocar escándalos ante los hijos de Israel, a fornicar y a beber, y a comer de lo ofrecido a los ídolos 38. ¡Cuántas veces los hijos de Israel, reprendidos por Moisés en el desierto, lloraron ante el Señor, y de nada les

333 1 Sam 13,13.

434 Mt 10,1-7.

535 Mt 7,22-23.

636 Núm 23,10

737 Núm 24,4.

838 Núm 24,15-16.

57

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valió esa compunción porque volvieron de nuevo a las concupiscencias anteriores! Introducidos incluso en la tierra prometida les habló un ángel en el lugar del llanto 39 y lloraron a gritos; pero después volvieron a obrar el mal ante el Señor.

23. ¿Qué decir de Judas? ¿No dijo compungido: He pecado entregando una sangre inocente?40 Pero nada aprovecha semejante compunción a quienes vuelven a su perversión, como lo dice aquel sabio: Uno se purifica del contacto de un cadáver y lo vuelve a tocar: ¿de qué le sirve el baño?. Se purifica de un cadáver el que deplora compungido su vida vacía del calor del fervor, o corrompida y sepultada por los vicios. Pero de nada vale tal lavatorio si no le acompaña la enmienda. Los elegidos, en cambio, para quienes todo concurre al bien, se conmueven con la compunción, no para su condenación sino para mejorar; e impresionados por esta visita celestial ya no se adormecen tranquilos en una vida más cómoda, sino que cuanto más gozan de la dulzura del amor divino, con más ardor se lanzan a la práctica más exigente de las virtudes.

CAPÍTULO X

Dos motivos de la segunda visita, y cómo de ella se pasa a la tercera que es la más perfecta.

24. Quienes abandonan la tibieza para entregarse inmediatamente a sudar y luchar por Cristo, son acogidos en aquel género más excelente de compunción que sana a los enfermos, fortalece a los débiles y anima a los desesperados. Es el consuelo de los que gimen, reposo para los cansados, escudo de los tentados y viático de los caminantes. Pierden, en cambio, este consuelo los que ceden ante los primeros esfuerzos y recaen en la indolencia anterior o buscan míseros consuelos en una cháchara incesante, en visitar amigos o guiarse por la propia voluntad. El santo Profeta desprecia estos mezquinos consuelos diciendo: Mi alma rehusó el consuelo41. ¿Qué ocurre? ¿Quedó privado de todo consuelo? En modo alguno: Me acordé de Dios y quedé consolado.

25. En esta visita también hay una doble intención. Influye unas veces en los tentados para que no caigan, y otras veces en quienes van a ser tentados para que lo soporten más fácilmente. Con la primera se robustecen y con la segunda se defienden. Que nadie mida, pues, su santidad según aquella primera clase de visitas, porque está claro que a veces se concede a los réprobos; ni tampoco según esta otra, que aunque sea más perfecta, es preparación y no signo de santidad. En la primera se engendra y en esta otra se alimenta. Quien se ejercita en esta segunda clase con una compunción continua y se alimenta con sorbos frecuentes de la dulzura divina, es conducido a otra más sublime, mediante un paso más excelente, que ya no sostiene y fortalece al débil, sino que premia como a perfecto vencedor con una gracia más abundante.

CAPÍTULO X I

Qué realiza Dios en cada una de estas visitas.

939 Ju 2,4

040 Mt 27,4.

141 Sal 76,3

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26. Por tanto, en el primer estado el alma se despierta, en el segundo se purifica y en el tercero goza de la tranquilidad del sábado. En el primero actúa la misericordia, en el segundo la piedad y en el tercero la justicia. La misericordia busca al perdido, la piedad reforma al encontrado y la justicia premia al que ya es perfecto. La misericordia levanta al caído, la piedad ayuda al que lucha y la justicia corona al vencedor. ¿Puede concebirse un indicio mayor de misericordia divina que el hecho de que esa suavidad, ese gozo y esa admirable serenidad a la que nada inmundo se le pega, conceda al alma todavía manchada la gracia de su visita, y no sólo la conmueva con el temor, sino que rompiendo con su agudeza todas las puertas del alma, cerradas con los cerrojos de los vicios, imprima en sus labios todavía manchados el beso de su dulzura, y con su inefable suavidad acaricie a la que se aleja, sostenga a la que vacila y anime a la que desespera?

27. ¡Oh dulce Señor! ¿Qué te daré por todo lo que me has concedido?42 ¡Qué suave es tu espíritu para con todos! Ciertamente, Señor, tu misericordia es inmensa para conmigo: extendiste tu mano desde arriba43, me sacaste y libraste de las aguas caudalosas y del poder de los hijos de la perdición; libraste mi alma del abismo profundo, donde probé una gota de tu dulzura y oí tu voz como de lejos: “¿Qué haces, indigno y manchado? ¿Por qué te revuelcas en estas inmundicias? ¿Por qué te recreas en estas torpezas? En mí está la dulzura, la suavidad y el regocijo. ¿Desesperas ante la enormidad de tus crímenes? Si voy tras del que huye ¿voy a rechazar al que vuelve? Si te abrazo y atraigo cuando apartas de mí tu rostro ¿despediré al que se cobija bajo las alas de mi misericordia?”

28. Tu voz, Señor, es tu inspiración. ¿De dónde le viene tal esperanza al alma desesperada, sino de ti, Señor, que por puro don sanas con medios admirables nuestras enfermedades y reparas nuestras deformidades?

¿Y qué decir de ese segundo estado, en el cual la piedad divina actúa tan admirablemente en el hombre que saca provecho de la tentación y se robustece de la debilidad? A pesar de que todas las almas rehuyen instintivamente las fatigas, tentaciones y dolores, se siente tan consolada en sus tentaciones que no sólo resiste a quienes le atacan, sino que en cierto modo provoca y busca a quienes la frenan. En este estado había progresado aquel santo que decía: Escrútame, Señor, ponme a prueba44. Y en otro lugar: Sondéame, Señor, y conoce mi corazón45. Habituada el alma en este estado a los innumerables incentivos de los afectos celestiales, es conducida poco a poco a aquel sublime y tan poco conocido género de visita, en el que comienza a saborear unas primicias de su futura recompensa, pasando al lugar del tabernáculo admirable hasta la casa de Dios; y derritiéndose el alma en sí misma, se embriaga con el néctar de los secretos celestiales, y al contemplar con sus ojos purísimos el lugar de su futuro reposo exclama con el profeta: Este es mi descanso para siempre: aquí viviré porque lo elegí46.

Así como en aquel estado, donde no hay méritos previos, actúa únicamente la

242 Sal 115,12.

343 Sal 117,17.

444 Sal 25,2.

545 Sal 138,23.

646 Sal 131,14.

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misericordia, también en éste, en el que corona sus dones -que quiso fueran nuestros méritos- actúa la justicia con la misericordia.

CAPÍTULO X I I

En la primera visita domina el temor, en la segunda el consuelo y en la tercera el amor.

29. Me parece oportuno advertir que, aunque en la primera visita la dulzura de la suavidad suele mezclarse con el temor, y en la segunda se advierte muchas veces el estímulo del temor unido a la suavidad, sin embargo propiamente hablando en la primera predomina el temor, y en la segunda la dulzura del consuelo. Porque en la tercera el amor perfecto expulsa el temor47. El comienzo de la sabiduría es el temor del Señor48, y la plenitud de la sabiduría es el amor del Señor. Se comienza por el temor y se consuma en el amor. Aquí el esfuerzo, allí el premio. Con el temor se sube al amor, pero no se llega a la sabiduría sino por el amor. En efecto, al alma afectada por el temor, espoleada por el dolor, deprimida por la desesperación, sumida en la tristeza y corroída por la acedia, la gota de exquisita suavidad que desciende del bálsamo de ese monte fecundo y rebosante de bienes, se esparce como por un placidísimo efluvio. Al resplandor de esta radiante luz divina se disuelve toda la niebla de los sentimientos irracionales; ante su exquisito sabor huye toda especie de amargura, el corazón se dilata, el alma se satura y queda dispuesta de modo admirable la capacidad de elevarse. De este modo el temor expulsa al tedio, y se suaviza con el sabor de la dulzura divina. El temor excita al alma para que no se enfrasque en lo insignificante, y el afecto la alimenta para que no se agote en el trabajo.

30. Así es educada con estas alternancias, hasta que el alma, totalmente absorta en la caridad inefable, ya no codicia gozar del amor, sino que inflamada en los ansiados abrazos del más hermoso de los hijos de los hombres49, comienza a querer disolverse y estar con Cristo50, repitiendo sin cesar con el Profeta: ¡Ay de mí que se prolonga mi destierro!51. Esta es la bendición que da el legislador: otorga a los principiantes el vino de la compunción junto con el temor, a los proficientes la leche de los pechos de su consuelo; y al destetarlos disfrutarán del banquete de su gloria.

Así pues, la primera visita denuncia la iniquidad, la segunda sostiene en la debilidad y la tercera manifiesta la santidad. Nadie se gloríe en la primera, en la que se reconoce malvado y tibio; ni en la segunda, en la que se patentiza que es un débil; y en la tercera quien se gloría gloríese en el Señor52.

CAPÍTULO X I I I

Cuál es el fruto de cada una y por qué algunos se privan del consuelo de la segunda visita

747 1 Jn 4,18.

848 Prov 1,7

949 Sal 44,3.

050 Flp 1,23.

151 Sal 119,5.

252 2 Cor 10,17.

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31. El fruto de la primera visita es la conversión sincera a Dios; el fruto de la segunda es la mortificación de la propia voluntad y de todas las pasiones; y el fruto de la tercera es la felicidad perfecta. En efecto, una vez recibido el fruto de la primera compunción mediante la excelencia de la perfecta conversión, cesa ya de actuar ella por haber cumplido, en cierto modo, su misión, y le sucede inmediatamente la prueba de las tentaciones y fatigas, para culminar con razón en la devoción íntima con Dios. Porque no se concede fácilmente el afecto de esta dulzura si no precede, acompaña o sigue el sufrimiento o la tentación, ya que dicha dulzura no se otorga para alcanzar méritos, sino para fortalecer la debilidad o aligerar la tentación. Y por eso los que se retiran ante las primeras tentaciones y sufrimientos, y no quieren imitar la pasión del Señor, lo mismo que hicieron algunos discípulos escandalizados de comer el cuerpo y la sangre del Señor, que dijeron: Este discurso es duro: ¿quién podrá escucharle?53, no son aptos para el reino de Dios, porque miran hacia atrás o admiten los consuelos terrenos, viles y humanos. Estos, repito, se excluyen a sí mismos de la dulzura de este consuelo y, totalmente miserables, no ascienden a ese grado sublime de visita; hastiados de practicar la virtud sin gustar este consuelo, tampoco se atreven a volver a su estado anterior porque la conciencia se resiste. Reaccionarían como deben ante el abandono del consuelo divino si renunciaran plenamente a su vida anterior, y abandonando sin reservas su propia voluntad, no prefirieran los viles y despreciables consuelos del mundo al consuelo de Dios.

32. Pero ahora, nada más comenzar el camino de un ideal más exigente comienzan a soñar en no se qué ínfulas de dignidades, y a usurpar su libertad con una vanísima presunción, sin esperar a que se les diga: amigo, sube más arriba54. Al contrario, ellos mismos se encaraman descaradamente a los puestos más altos, y valiéndome de las palabras del Evangelio, codician los primeros puestos en las sinagogas, los primeros asientos en los banquetes, los primeros saludos en las plazas y que los hombres les llamen maestros55. Presumen de ser maestros los que ni un día aprendieron a ser discípulos. Si son conscientes de tales estupideces, me admira con qué cara o irreverencia creen que se les debe otorgar el consuelo divino, y que su alma, violada por los afectos terrenos, sea agraciada con los abrazos íntimos y purísimos de Jesús. Si a éstos se les concede una gota de la dulzura celestial, no por los méritos de su santidad, ni para calmar sus fatigas, sino como a los que se hallan en el último lugar, es sin duda para que se reanimen. Aunque los que pecan voluntariamente o se estancan en la tibieza después de abrazarse a la verdad y emprender el camino de la pureza perfecta, apenas o nunca reciben esta gracia. Lo que sí hay que afirmar es que una cosa es ser tentado con afectos terrenos, otra caer de vez en cuando en alguno, otra ceder y consentir o entregarse totalmente a ellos; y otra aceptarlos contra su voluntad si proceden de ocupaciones que se imponen.

CAPÍTULO X I V

Se citan algunos testimonios divinos para que cada uno examine su estado

33. Por tanto, si quieres percibir con más claridad las causas y motivos de tu visita, examina primeramente con un profundo análisis aquel estado al que llegaste; y considera con diligente

353 Jn 6,59.

454 Lc 14,10.

555 Mt 23,6.

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cuidado, teniendo por testigo tu conciencia, la calidad de tu vida y costumbres; pero no te guíes por tus propios criterios, sino por las reglas de las Escrituras y la línea de los preceptos celestiales o la norma de la propia profesión. Esto dijo el Señor: Poned atención que no se os embote la mente con el vicio, la embriaguez y las preocupaciones de la vida56. Y también: Todo el que se deje llevar de la cólera contra su hermano responderá ante el tribunal. Quien llame a su hermano inútil responderá ante el consejo. Quien lo llame loco incurrirá en la pena del fuego57. Y en otro lugar: Quien quiera ser grande entre vosotros que se haga vuestro servidor58. O esto otro: Tratad a los demás como queréis que os traten a vosotros59. Y: El hombre dará cuenta el día del juicio de cualquier palabra inconsiderada que haya dicho60.

El apóstol Pablo dice también: No en comilonas y borracheras, no en orgías y en desenfrenos, no en riñas y contiendas. Revestíos del Señor Jesucristo y no satisfagáis los deseos del instinto61. Y también: Nadie que milita para Dios se enreda en asuntos civiles62. Y a los Gálatas: Si os mordéis y os devoráis unos a otros acabaréis consumiéndoos todos63. Y a los Tesalonicenses: Os pedimos, hermanos, que sigáis progresando. Esmeraos en mantener la calma, en atender a vuestros asuntos y trabajar con vuestras manos, como os recomendamos. Así procederéis dignamente ante los extraños y no estaréis faltos de nada64. Y en la segunda carta a los mismos: Si alguno no quiere trabajar, que no coma65.

Santiago dice también: Hermanos míos, que vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo no vaya unida a favoritismo66 (Sant 2,1). Y también: Si dentro lleváis una envidia resentida y rivalidad, no os gloriéis engañándoos contra la verdad: Donde hay envidia y rivalidad, allí hay desorden y toda clase de maldad67. Y un poco después: ¿No sabéis que ser amigo del mundo es ser enemigo de Dios68? Lo mismo unos versos después: Hermanos míos, no habléis mal unos de otros69. Vayamos al príncipe de los apóstoles: Como a huéspedes y forasteros os exhorto a absteneros de los deseos sensuales70. Y en la misma carta: Deponed toda malicia y todo engaño, la hipocresía, envidia y maledicencia71. Y más adelante: Si habla, como quien pronuncia oráculos de Dios72. Y un poco después dice a los pastores: Apacentad el rebaño de Dios que os han confiado, no por lucro sórdido, ni como tiranos de

656 Lc 21,34.

757 Mt 5,22.

858 Mt 20,26.

959 Mt 7,12.

060 Mt 12,36.

161 Rom 13,13-14.

262 2 Tim 2,4.

363 Ga 5,15.

464 1 Tes 4,11-12.

565 2 Tes 3,10.

666 Sant 2,1.

767 Sant 3,14-16.

868 Sant 4,4.

969 Sant 4,11.

070 1 Pe 2,11.

171 1 Pe 2,1.

272 1 Pe 4,11.

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los que os han asignado73.

Lo mismo vosotros, jóvenes, sometéos a los ancianos. Y todos en el trato mutuo manifestad la humildad74. Y también en la segunda carta: Escapad de la corrupción que habita en el mundo por la concupiscencia75. Y también: Sed sobrios y vigilad76

34. Ahora debemos ir al discípulo amado de Jesús: Quien dice que conoce a Dios y no cumple sus preceptos es un mentiroso77. Y : No améis el mundo ni lo que hay en él78; y más adelante: Quien odia a su hermano es homicida79. El apóstol Judas añade: ¡Ay de los que siguieron la senda de Caín, se entregaron por dinero al extravío de Balaán, y perecieron por rebeldía como Coraj!80. Y algo después: Protestan quejándose de su suerte y dejándose llevar de sus pasiones81. Y también: Aborreced aun la túnica contaminada por su contacto82.

35. Si te presentas estos testimonios de la doctrina evangélica y apostólica, y otros semejantes, como una especie de espejo espiritual, contempla atentamente el rostro de tu alma, y si observas que frecuentas los banquetes, te cargas frecuentemente de vino, te implicas en negocios del mundo, te distraes con las preocupaciones mundanas, fomentas los deseos de la carne, pierdes el día en chismes y riñas, desgarras la carne de tu hermano con los impuros mordiscos de las detracciones, te disipas en un ocio estéril, te inquietas por cualquier cosa, vas de acá para allá con fútiles habladurías, y que halagas tu estómago no con tu propio trabajo sino con la sangre y el sudor de los pobres. Si te manchas sin cesar de ira, impaciencia, envidia y desobediencia; si te preocupas más del vientre que de la mente; si violas continuamente las fronteras de tu profesión. En una palabra, si te entregas a todo esto tranquilo y satisfecho, no te gloríes mucho, por favor, de tus lagrimillas. Pues es posible que, siguiendo ahora nosotros las teorías de los naturistas, broten fácilmente al hincharse las venas por el vino, o por los diversos olores de las comidas y especias que multiplican los humores de la cabeza. Pero si te compunges en este estado por el temor de Dios o por el afecto, no abuses tan descaradamente de una gracia tan grande revolcándote tranquilamente en tus inmundicias. No obligues a Dios con tu tibieza a que te vomite, y que tu final sea peor que el principio, pues parece que con esta señal indica que no te ha despedido totalmente del calor de sus entrañas. La experiencia de cada día nos demuestra que así sucede.

CAPÍTULO X V

Cómo se pasa a los consuelos espirituales

373 1 Pe 5,3s.

474 1 Pe 5,5.

575 2 Pe 1,4.

676 1 Pe 5,8.

777 1 Jn 2,3.

878 1 Jn 2,15.

979 1 Jn 3,15.

080 Jds 1,11.

181 Jds 1,16.

282 Jds 1,23.

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36. Así pues, si movido por esos aguijones de los afectos has rechazado las míseras ollas de los egipcios, y has preferido la pobreza de Jesús a todas la riquezas del mundo; si has cambiado la mesa real con panes exquisitos por un plato de verduras; si antepones la sumisión y abyección a los honores; si te has alejado de las preocupaciones y negocios del mundo y has decidido procurarte el alimento no abusando de los campesinos sino con tu propio trabajo y el de tus hermanos; si has cambiado la locuacidad por el silencio y te has cubierto con el afecto del amor fraterno a cambio de las riñas constantes; si ya has comenzado a cumplir los votos que pronunciaron tus labios; en una palabra, si con estos indicios y otros semejantes adviertes que has salido de Egipto y has cruzado como verdadero israelita las olas de este mar ancho y dilatado, es decir, de este mundo; aunque no haya descendido sobre ti al instante el maná de la dulzura celestial, no murmures contra Dios, no le tientes, ni digas: ¿Está Dios con nosotros o no?83 Porque el cumplimiento de sus preceptos es la señal más evidente de su presencia, como él mismo dice: Si alguien me ama cumplirá mi palabra, mi Padre lo amará, vendremos a él y habitaremos en él84. No murmures, te repito, ni blasfemes diciendo: No vale la pena servir a Dios, ¿qué provecho sacamos de guardar sus mandamientos?85 O aquello del salmista: ¿Para qué purifico mi corazón y me lavo las manos como inocente? ¿Por qué me mortifico todo el día y me corrijo cada mañana, si los malvados y millonarios acumulan riquezas?86 Y lo que es el colmo: riquezas espirituales. Si a mayores riquezas corresponde mayor gracia ¿por qué estamos a la muerte todo el día y nos tratan como a ovejas de matanza?87 ¿No es mejor comer y beber y gozar de los bienes en esta vida y en la otra? ¿No es de hombre imbécil buscar con grandes sacrificios corporales lo que es fácil conseguir sin esfuerzo alguno?

37. Pero ¿dónde queda aquello de Pablo: Hay que pasar muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios?88 Y lo que dice a los Tesalonicenses: Nadie flaquee en estas tribulaciones, pues sabéis que tal es nuestro destino89. Pero te extrañas que esta dulzura espiritual no te invada inmediatamente. Los hijos de Israel, que estaban entusiasmados por la gloria de los portentos divinos y se alimentaron con la carne sagrada de aquel místico cordero, después de pasar el mar Rojo no merecieron al instante el refrigerio del alimento angélico; más aun, fueron conducidos primeramente a las aguas de Mará y fueron tentados allí90; y cuando llegaron a donde había doce manantiales en lo más recóndito del desierto, se hartaron maravillosamente de un pan bajado del cielo91.

38. También tú, salido de Egipto, si has atravesado a pie enjuto las olas turbulentas de este mundo has de ir primero a las aguas de Mará, esto es, a las amargas, para que te atemorice la amargura de las penalidades corporales y experimentes aquello del Evangelio: Angosto es el

383 Ex 17,7.

484 Jn 14,23.

585 Mal 3,14.

686 Sal 72,12-14.

787 Sal 43,23; Rom 8,36.

888 Hech 14,22.

989 1 Tes 3,3.

090 Ex 15,22-25.

191 Ex 15,27.

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camino que conduce a la vida92. Y cuando te haya probado allí el Señor, tal vez merezcas pasar a la compañía de aquellos a quienes dice: Vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en las pruebas93. De allí pasarás a las doce fuentes, es decir, a los arroyos de la doctrina apostólica, en un estado más noble, para que, habituado a la meditación asidua de las Escrituras, te hagas en cierto modo extraño al mundo; y tomando de los oráculos divinos -que son plata depurada por el fuego- unas alas plateadas como de paloma94, volarás como castísima tórtola al desierto espiritual95, donde, si la piedad del Creador derrama sobre ti alguna llovizna espiritual, reconoce que no está a tu arbitrio cuándo ni cuánto recogerás, o hasta cuándo guardarás lo que recojas. Pues si sales el sábado a recoger algo de alimento espiritual, ni siquiera podrás hallarlo. En los demás días el gomor96 te marcará una cantidad determinada, es decir, la medida de la providencia divina. Pero si intentas guardar algo para el mañana, a fin de alimentarte sin el trabajo diario, tu reserva se te convertirá en gusanos97.

39. Por eso, cuando gustes la dulzura espiritual no te entregues de inmediato al ocio, porque aparecerá muy pronto por un costado el Amalec espiritual, al que debes vencerlo no con armas sino con la oración. Alternándose, de este modo, los consuelos que proceden de la piedad divina con las numerosas penalidades de las propias concupiscencias, tras no pocos combates merecerás ascender a esa clase especial de visita, en la cual te inflamarás íntegramente en el ardor de la caridad por entrar de lleno en la gloria de Dios, y te saciarás felizmente del fruto de la tierra prometida; y al consumir totalmente el fuego del amor divino el yugo de la concupiscencia, descansarás en el fulgor del oro, en el resplandor de la sabiduría, en la suavidad de la contemplación divina, y experimentarás hasta no más qué suave es el yugo del Señor y qué ligera su carga.

CAPÍTULO X V I

Nadie debe abandonar el propósito de una vida más estrecha,aunque no se experimente aquel suave afecto

40. Pero supongamos que no experimentas nada de esta dulzura, ni gustas la suavidad de las lágrimas. Ni aún así debes volver al pasado; más bien debes comparar los frutos de ambas formas de vida y sopesarlas con un justo examen en la balanza de la conciencia, para que en tu valoración lo menor no pese más que lo mayor, lo peor no se equipare a los mejor, ni lo dudoso influya en lo cierto, o lo poco sobre la mayoría. Si no puedes hacer otra cosa, te será más provechoso tener un miembro enfermo, o amputarlo si es preciso, y seguir sano y activo con los otros, mejor que quedarte con todos los miembros secos y apoyarte indiscretamente en la salud de uno.

CAPÍTULO X V I I

292 Mt 7,14.

393 Lc 22,28.

494 Sal 67,14.

595 Sal 54,7-8.

696 Ex 16,16.

797 Ex 16,20.

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Se incluyen las preguntas de un novicio y las respuestas

41. No hace mucho tiempo, cierto hermano renunció al mundo e ingresó en nuestro monasterio. Nuestro reverendísimo abad lo confió a mi pequeñez para que lo instruyera en las disciplinas regulares. Un día me preguntó admirado cuál podría ser la causa de que mientras vivía en el mundo sentía frecuentemente la compunción, le empapaba el afecto del amor divino, y gozaba de mucho gozo espiritual; y en cambio ahora -dijo-, no sólo no me dura mucho tiempo, sino que no puedo saborearlo nunca. Yo le dije:

- ¿Crees que aquella forma de vida tuya era más santa y grata a Dios?- No quiero decir eso -respondió-, sobre todo porque realizo ya muchas cosas de las que

si entonces hubiera hecho una, todos me hubieran tenido por santo e incluso creerían que debían adorarme.

42. - Por favor -insistí yo-, ¿cuántas veces experimentaste lo que dice el Apóstol: Tenemos que soportar muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios?98 ¿Y aquello otro del santo Job: Si fuera inocente no levantaría cabeza, saciado de afrentas y miseria?99

- Respondió: No recuerdo haber experimentado nada de eso, pero de ordinario sentía que amaba a Cristo más sensible y dulcemente.

- Le contesté: ¿Hubieras padecido entonces por Cristo lo que ahora padeces?- Dijo él: no hubiera soportado ni una hora lo que ahora soporto sin cesar. Prescindiendo

de otras cosas, jamás hubiera aceptado observar ni un solo día un silencio tan intenso, ni me hubiera privado por ningún motivo de las conversaciones ociosas y vanas. Pues después de aquellas lágrimas que he comentado volvía al instante a las risas y cuentos; según la veleidad de mi espíritu iba sin cesar de un sitio a otro, y como dueño de mi voluntad, disfrutaba de la presencia de mis padres, gozaba charlando con los compañeros, compartía los banquetes bien surtidos y no despreciaba el licor. Por la mañana dormía lo que quería, y en la comida y bebida sobrepasaba los límites de lo necesario. Callo los ímpetus de ira que a veces me dominaban, y las riñas, disputas y codicia de bienes mundanos que aprovechaba cuanto podía.

43. - Y ahora -le dije yo- ¿cuáles son tus costumbres, tu vida y tus obras?- Sonriendo respondió: es fácil decirlo, y es imposible ocultarlas. La comida es más

sobria, el vestido más tosco, la bebida agua natural, el sueño muchas veces sobre un códice. Los miembros agotados sólo cuentan con una estera más bien dura, y en lo mejor del sueño el toque de campana nos obliga a levantarnos. Omito que nos ganamos el pan con el sudor de la frente, y que sólo hablamos con tres personas, muy pocas veces y lo estrictamente necesario. ¿No se cumple abiertamente en nosotros lo que dice el Apóstol: Mortificad los miembros que pertenecen a la tierra100? ¿Y lo del Salmista: Estoy ante ti como un jumento?101 Ciertamente, nos hemos convertido en jumentos: vamos sin rechistar a donde nos llevan, y llevamos sin resistencia lo que se nos carga102. No queda espacio para la voluntad propia, no hay un momento para el ocio o la disipación. Creo que no debo omitir algunas cosas cuyo deleite supera la fatiga de las otras. No hay riñas ni disputas, jamás se oyen las quejas lastimosas de

898 Hech 14,22.

999 Job 10,15.

0100 Col 3,5.

1101 Sal 72,22.

2102 Sal 72, 23.

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campesinos oprimidos, jamás el grito estremecedor de los pobres escarnecidos, nada de caprichos ni de criterios mundanos. Por todas partes paz, tranquilidad y una admirable liberación de las preocupaciones mundanas. Reina tal unión y concordia entre los hermanos, que cada cosa parece de todos y todo de cada uno. Y lo que más me encanta es que no existe acepción de personas, ni se tiene en cuenta la alcurnia familiar. Sólo la necesidad engendra diversidad, y sólo la debilidad justifica la diversidad. El fruto del trabajo común se distribuye a cada uno, no dejándose llevar del afecto carnal o el amor personal, sino según las necesidades de cada uno. Es también digno de admirar que la voluntad de un hombre se convierte en ley de unas trescientas personas, de modo que cualquier cosa que diga se cumple tan solícitamente por todos, como si todos lo hubieran conjuramentado o lo hubieran escuchado de la misma boca de Dios. Y para resumir muchas cosas en pocas palabras, todo lo que oigo de perfecto en los preceptos evangélicos y apostólicos, todo cuanto hallo en los escritos de los Santos Padres, o conozco de los dichos de los monjes antiguos, concuerda con esta Orden y esta profesión.

44. - Dije yo: eres novicio. Por eso no diré que esto procede de la jactancia sino más bien del fervor. Pero quiero que seas prudente, y no creas que existe profesión alguna en esta vida que no tenga miembros falsos; y si ves que alguno se excede en palabras y obras sobre lo que te parece normal, no te inquietes como si fuera algo nuevo. Sin embargo, todo esto que confiesas con tanto fervor ¿crees que se puede comparar con tus lágrimas?

- De ningún modo -respondió-, pues aquella abundancia de lágrimas nunca me dejaba la conciencia segura ni me libraba del miedo a la muerte. Ahora, en cambio, no me preocupa casi nada, incluso deseo ardientemente que mi Creador me lleve cuanto antes. Y aunque sea pusilanimidad -como sueles achacármelo- querer liberarme de estas penalidades, en modo alguno sería capaz de ello sin una firme esperanza en la misericordia divina. Por eso me admiro muchísimo de que amara más a Dios cuando gozaba de menos seguridad.

45. - Le pregunté: imagínate que tienes dos servidores; uno de ellos no sólo cumple perfectamente tus mandatos, sino que también soporta penalidades por ti; el otro, en cambio, vulnera sin cesar tus órdenes y es incapaz de soportar ninguna adversidad por ti. Si ambos dijeran: “Amo a mi señor”, ¿a quién creerías?- Respondió: ¿Quién no ve que el primero debe ser generosamente recompensado y el otro reprendido por trasgresor y muy desvergonzado?- Así debes juzgar tú -le dije- de estos dos estados tuyos.- Pero para no fiarme de mi experiencia, repuso él: ¿a qué otra razón puedo acudir?- Si alguien te pregunta -insistí yo- quién es mejor, el que ama más a Dios o el que le ama menos ¿no responderás sin vacilar que es mejor el que veas que ama más?- Es un insensato quien lo ponga en duda, dijo él.

46. Ahora te pido -le dije- que abandones los encantos mundanos que todavía te halagan, - pues eres novicio- o los placeres vividos que recuerdes; no hagas caso a las insinuaciones de la carne sino a lo que te dicte la razón, y respóndeme guiado por la verdad y el testimonio de tu conciencia, si prefieres estar en aquel estado o en el que ahora estás.- Si no quiero engañarme -respondió- ni hacer que mi propia boca sea como ungüento del impío que perfume mi cabeza103, debo confesar que si escogiese aquel estado no sería ciertamente por Cristo sino por el mundo, ni por el deseo de mayor perfección sino por hastío

3103 Sal 140,5.

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de las penalidades presentes, o al menos por afán de mayor regalo.

47. - Consciente ya de tu fervor -continué-, no dudo afirmar que no quieres vivir en aquel estado.

- No te engañas, respondió.- Pero si entonces -insistí yo- amabas más a Dios, es que eras mejor. Y si entonces eras

mejor ¿por qué ahora estás más seguro? ¿O prefieres estar más seguro que ser mejor? Pero si alguien afirma que es mejor quien se entrega con más intensidad a cumplir los preceptos del Señor, creo que no lo negarás.

- Me veo totalmente cercado -contestó- y como zarandeado de escollo en escollo por los embates de la razón, sin encontrar solución. No debo dudar que entonces amaba más a Dios y que saboreaba muchas veces su amor con dulces lágrimas, porque lo experimenté; pero no me atrevo a negar que no es mejor quien ama más fervientemente a Dios. Si antepongo aquella vida a esta otra forma de vivir, se me enfrenta toda la autoridad de las santas Escrituras, se me opone la razón y lo reclama nuestra misma conciencia. Por eso creo una insensatez dudar de que el mejor es aquel cuya conducta más se conforma con la autoridad de la Escritura. Pero como esto repugna mucho, debo considerar cuál es lo menos peligroso: dudar de la verdad de las Escrituras y de la razón más evidente, o de la interpretación de la propia experiencia.

- Nadie es católico -repuse yo- si rechaza la Escritura, y nadie vive en paz si va en contra de la evidencia de la razón; pero ¿quién no se engaña fácilmente siguiendo su juicio? Los sentimientos engañan, y como dice la Escritura: No hay que fiarse de cualquier espíritu104, pues el mismo Satanás suele disfrazarse de ángel de luz105.48. - Es posible -dijo él- que entonces amara más a Dios; pero como ahora me someto más a su voluntad, procuro cumplir mejor sus preceptos y sufro más por su nombre, por eso mi alma está más segura, mi conciencia más alegre, y mi espíritu -consciente de tantas fatigas- está más dispuesto, con la esperanza de los premios, a soportar la misma muerte.

49. Afirmas -repuse yo- dos cosas muy contrarias: amabas más a Dios y cumplías peor su voluntad. Pero esa opinión tuya queda anulada con esta frase del Salvador: Si alguien me ama guardará mis mandamientos106. Y con esta otra: Quien conserva y guarda mis mandamientos, ése sí que me ama107. Y la siguiente: Quien no me ama no cumple mis palabras108. Por eso el discípulo amado de Jesús, el que apoyó su cabeza sobre aquel pecho divino, dice: El amor de Dios consiste en que cumplamos sus mandatos109. De aquí que un santo dijera: “Los que quebrantan los mandatos de Dios de palabra o de obra, o incluso con un mal pensamiento, se engañan si creen que aman a Dios”. Y San Gregorio añade: “El amor de Dios nunca está ocioso: si existe hace cosas grandes, y si no quiere hacerlas no es amor. Porque la prueba del amor son las obras”110 .

4104 1 Jn 4,1.

5105 2 Cor 11,14.

6106 Jn 14,21.

7107 Jn 14,23.

8108 Jn 14,24.

9109 1 Jn 5,3.

0110 Homilía. 30, 2.

68

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50. - Entonces -dijo él- ¿debemos pensar que aquel dulcísimo afecto fue inútil, y vamos a considerar engañosas aquellas lágrimas?

- De ningún modo -repliqué-. Incluso su fruto es muy grande, si sabes comprenderlo. Advierte en primer lugar que el amor de Dios no se ha de apreciar por aquel afecto momentáneo, y casi diría, de una hora. Aparece claro con estos ejemplos contrarios: en las tragedias y poemas ilusorios alguien finge que es injuriado u oprimido, o se ensalza su atrayente belleza, su valor admirable y su afecto encantador. Si alguno oye esos cantos o escucha lo que se recita, y se conmueve hasta derramar lágrimas, ¿no sería un absurdo deducir la intensidad de su amor por esa vanísima compasión, y afirmar que alguien ama a ese personaje ficticio, si para rehabilitarlo, en caso de que todo fuera verdad, no está dispuesto a desprenderse de la más mínima parte de su herencia? Y es también una necedad, por no decir el colmo de la locura, que un lujurioso o perezoso, que se siente compungido por una gracia misteriosa de Dios con ciertos afectos íntimos, y vuelve de nuevo a las vanidades, diversiones y vicios antiguos tras esas lágrimas estériles y esos fugaces afectos, nos parezca que ama a Dios más que quien se entrega con toda su alma al servicio divino, rechazando con horror lo que ve que es contrario a su voluntad y acogiendo con fervor por su nombre las penalidades que le sobrevienen.

51. - Ante estas palabras, lleno de vergüenza, bajó la cabeza y fijos los ojos en tierra, dijo: Es verdad, es verdad. Recuerdo que al escuchar la fábula inventada para la gente sobre un tal Arturo, llegué a emocionarme y derramar lágrimas. Por eso mi vanidad se sonroja mucho cuando considero que he llegado a verter alguna lágrima por las cosas piadosas que se leen, cantan o predican públicamente sobre el Señor, y en seguida me creo tan santo como si me hubiese acontecido un milagro grande e inusitado. Es indudable que revela un espíritu muy vanidoso llenarse de vanagloria por estos afectos, aunque procedieran de la compasión, con los que solía compungirme al oír las fábulas y mentiras. Pero como has dicho hace un momento que estos afectos son muy provechosos, te ruego que continúes lo que habías comenzado.

52. - Con mucho gusto -contesté-. No se te puede negar el conocimiento de la verdad, por la cual no te perdonas ni a ti mismo. Hay muchos que en cuanto oyen que se dice algo contra su desidia, inventan falsas razones para oponerse a la verdad, incluso si se lo reprocha la conciencia; e inclinando su corazón a palabras falsas, buscan excusas para sus pecados. Es preferible reconocerse ante el Señor y exclamar: Ten piedad de mí que soy débil111, más bien que decir: Soy rico, tengo abundancia y no me falta nada. Y no te das cuenta que eres desgraciado, miserable y pobre, ciego y desnudo112.

Pero volvamos al tema.

CAPÍTULO X V I I I

En qué debe creerse que consiste el amor de Dios

53. Así pues, como he dicho, el amor de Dios no debe ser apreciado por estos afectos momentáneos que, como ningún espiritual ignora, no dependen de nuestra voluntad, sino por

1111 Sal 6,3.

2112 Ap 3,17.

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la constante disposición de la voluntad. Amar a Dios consiste en unir la voluntad propia a la de Dios, de modo que la voluntad humana acepte cuanto prescribe la voluntad divina, y que el motivo único de querer esto o aquello es saber que Dios lo quiere. En realidad la voluntad es amor, y las voluntades buenas o malas no son sino amores buenos o malos. Y la misma voluntad de Dios es su propio amor, el cual no es sino el Espíritu Santo por el cual se derrama la caridad en nuestros corazones. Esta difusión del amor es la unión de la voluntad divina y humana, o más bien la sumisión de la voluntad humana a la voluntad divina. Esto sucede cuando el Espíritu Santo, que es la voluntad y el amor de Dios, y es Dios, se introduce e infunde en la voluntad humana y elevándola de las realidades inferiores a las superiores, la transforma totalmente en su condición y cualidad, para que adhiriéndose a él con el aglutinante indisoluble de la unidad llegue a ser un espíritu con él, como lo dice claramente el Apóstol: El que se adhiere al Señor se hace un espíritu113.

54. Esta voluntad debe ser examinada a la luz de dos principios: la pasión y la acción; es decir, si se soporta con paciencia lo que Dios envía o permite que suceda, y si se cumple con fervor lo que ordena. Como dice San Gregorio, nadie se fíe de lo que le dice su espíritu sobre su amor a Dios si faltan las obras114 El que no miente dice esto: Quien conserva y guarda mis preceptos, ése sí que me ama115.

55. Así pues, cualquiera que sea el modo como se otorguen estos habituales afectos y visitas internas, o los juicios de Dios que son un abismo profundo; y cualesquiera que sean las causas por las que alguna vez se infundan, de modo repentino, a quienes ni buscan ni llaman, o se niegan a quienes se esfuerzan con todo empeño en adquirirlas y su voluntad se conforma con la voluntad de Dios: el que soporta con paciencia lo que Dios envía y cumple con fervor lo que ordena, ése debemos decir sin vacilar que ama a Dios. Porque si medimos nuestro amor por tales afectos, y solamente podemos decir que amamos a Dios o al hombre cuando experimentamos ese afecto, entonces debemos concluir que no amamos de manera continua sino en algunos momentos especiales. Observemos, sin embargo, que si un hombre justo desea, por ejemplo, la salvación de otro, pero Dios no la quiere, su voluntad no disiente de la voluntad de Dios, ya que al querer eso se guía por la voluntad de Dios; él, en efecto, quiere que todos los hombres se salven116 y hace que los suyos lo deseen117

56. Además este amor tiene su comienzo, su progreso y su perfección. No es ahora el momento de tratar con más amplitud de todo eso, y supera mi capacidad. Por tanto, sentir aquellos afectos no significa amar a Dios, como tú dices, sino sentir el suave contacto de esa gota de dulzura que se ofrece e infunde al espíritu y que se hace presente en el paladar interior. Una cosa es que el deseoso de la dulzura de la miel se esfuerce en adquirirla, y otra que se derrame en los labios de quien no la busca ni ama, pero no puede evitar sentir esa dulzura. El primero no la experimenta, pero ama; este otro no ama, pero la experimenta.

Usaré palabras más sencillas para que lo comprendas mejor: quien se esfuerza cuanto puede en poseer a Dios, cumpliendo sus mandatos y viviendo sobria, justa y piadosamente

3113 1 Cor 6,17.

4114 S. Greg. Homilía 30

5115 Jn 14,21.

6116 1 Tim 2,4.

7117 Un texto realmente oscuro, que nosotros reproducimos literalmente. Elredo, siguiendo la manera bíblica, aplica a Dios lo que en realidad es una decisión de libertad humana.

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conforme a los preceptos apostólicos y evangélicos, aunque no sienta nada de esa dulzura, debe afirmarse que a ama a Dios, pues así lo dice él mismo: Quien cumple mis mandatos, ése me ama118. Pero quien experimenta cada día ese afecto, y sin embargo antepone sus deseos a la voluntad divina no debe creerse que ama a Dios, sino que sólo puede sentir el sabor espiritual infundido en su alma por don de Dios.

CAPÍTULO X I X

Se responde a un novicio que pregunta cuál es el fruto de las diversas compunciones

57. Sin embargo esta experiencia de dulzura es para los negligentes un fuerte impulso a obrar el bien, un consuelo necesario para quienes se fatigan en las buenas obras, y un refrigerio suave y seguro para quienes se hallan en la cumbre de la perfección. El Misericordioso realiza maravillosamente nuestra salvación con modos prodigiosos e inefables: es sabiduría que ilumina, es justicia que atemoriza, es suave dulzura que atrae. Si quieres despertar el gusto por la miel a quien la desconoce, pero ves que se complace con otras especies menos sabrosas, no inflamarás su deseo con un discurso ni ensalzando sus propiedades, sino tomando una gota de ese néctar y depositándolo en su boca. En cuanto lo gusta se aficiona tanto por él que no ahorra los mayores esfuerzos por adquirirla, y cuando ves que se enfría en ese ardor inicial, porque el arduo esfuerzo le agota, le vuelves a regalar otra gota de dulzura. Así estimula hacia la salvación la clemencia de nuestro piadosísimo Salvador con un pequeño consuelo de dulzura interior a los inmersos en los placeres carnales, a quienes ni la luz de la razón ni el temor del juicio futuro son capaces de apartar de los falsos consuelos; mientras son atraídos poco a poco por su propio apetito, como reza aquel dicho:

A cada uno le arrastra su propio apetito 119,

y les impone el yugo de su servidumbre.

58. Pero como el que se acerca al servicio de Dios escucha lo que dice la Escritura: Sé fuerte y prepara tu alma para la prueba120, es preciso que cuando le agobia el esfuerzo de la tentación, se le infunda un pequeño consuelo espiritual al que zozobra y casi desespera. Renovado con ese rocío se entrega con mayor ardor espiritual a combatir contra los vicios, soportándolo con magnanimidad y superándolos o evitándolos más fácilmente. Obsérvate con más atención a ti mismo: después de esa experiencia de un afecto tan dulce, si retornabas a las diversiones y vanidades ¿no te avergonzabas al volver a tu interior y te airabas, por así decirlo, contra ti mismo, con un odio saludable? De aquí que decidieras abrazarte a una vida más austera, y comprometerte de tal modo que aunque la voluntad consintiera en tales cosas, no fuera posible volver a ellas.

- Así es, en efecto, dijo él.

59. - ¿No ves, pues -dije yo-, cómo aquella ferviente conversión tuya, y esta tu actual forma de vida tan estricta es, en cierto modo, fruto de aquellas lágrimas? Para esto te fueron dadas, esto es lo que iban realizando poco a poco, o más bien Dios a través de ellas. ¿Debemos

8118 Jn 14,23.

9119 Virgilio, Églogas, II, 65

0120 Eclo 2,1.

71

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admirarnos de que al conseguir su intento, por así decirlo, cesaran? Ahora debes sufrir por Cristo, ejercitar la virtud de la paciencia, castigar la insolencia de la carne con vigilias continuas y ayunos, soportar las tentaciones, alejar tu espíritu de toda solicitud terrena, y sobre todo, mortificar tu voluntad propia con la virtud de la obediencia. Y siempre que tu espíritu se fatiga excesivamente en todo esto, debes correr con la devoción solícita de las oraciones a los pechos maternos de Jesús, de cuya abundancia sorberás la leche del maravilloso consuelo, y dirás con el Apóstol: Bendito sea Dios que nos consuela en todas nuestras tribulaciones121; y: Si los sufrimientos de Cristo rebosan sobre nosotros, gracias a Cristo rebosa también nuestro consuelo122. De este modo aquel piadoso afecto, que antes había excitado al tibio para que no pereciera, consolará al que se esfuerza para que no desfallezca, hasta que tras muchas victorias se convierta en experto soldado, y totalmente acalladas estas tentaciones en que ahora te agotas como novicio, descanses en el placer de las virtudes. Y admitido por la gracia de la piedad divina en ese género sublime de consuelo, que es, en cierto modo, el premio de los justos, dirás con el profeta: ¡Qué inmensa es tu dulzura, Señor, que reservas para los que te temen123!

60. Con lágrimas en los ojos, dijo él: Me gusta y agrada mucho lo que dices, porque no sólo comprendo guiándome por la razón que esto es así, sino porque lo veo en mí mismo con toda claridad. He experimentado la primera clase de visitas, tal como lo explicas; siento que la segunda comienza a realizarse en mí por tus instrucciones; y confío alcanzar algún día aquella otra, sublime e inefable.

CAPÍTULO X X

Donde el novicio afirmaba que más amaba a Diosse convence que era donde menos le amaba.

Y se indica a quiénes aprovecha derramar lágrimas.

61. - Fíjate, pues, cómo la realidad es muy distinta de tu teoría.- ¿En qué sentido?, preguntó él.- Pues que en donde tú creías que más amabas a Dios, te estás convenciendo que es

donde menos le amabas.- Comienzo a intuir ese argumento -dijo él-; pero, quisiera conocerlo mejor con tus

explicaciones.- ¿No es cierto -repuse- que cuanto más negligente es uno o más débil de espíritu, tanto

más imperfecto se manifiesta en el amor de Dios?- Eso no se puede negar, contestó él.- Tú mismo has afirmado -añadí-, al verlo con más claridad, que el primer afecto

reprendía al equivocado, y este segundo sostiene al débil.- Perfectamente, así es.- Por tanto, demuestran quién es menos perfecto en el amor.

62. Entonces suspiró y dijo: ¡Oh, qué miserablemente se equivocan, y qué traidores son de su salvación quienes están inmersos en vicios innumerables y abominables, y al experimentar

1121 2 Cor 1,3.

2122 2 Cor 1,5.

3123 Sal 30,20.

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algún afecto de estos que dices, no sólo creen que se les ha perdonado lo anterior, sino que vuelven de nuevo a ellos con más tranquilidad y sin sacar fruto alguno de este impulso espiritual. Más aún, se tienen por más santos y se enfrascan descaradamente en sus torpezas y negligencias. Tal vez se refiera a ellos el Apóstol al decir: Dios les dio un espíritu de compunción, ojos que no ven, oídos que no oyen124. ¿Acaso esta clase de compunción no ciega los ojos y cierra los oídos de quienes creen que la inmensa suciedad de sus vicios se limpiará con esas pocas lágrimas y sin hacer penitencia?

63. No hay duda, dije yo, que derramar lágrimas es un sacrificio muy grato y acepto a Dios, y un holocausto capaz de perdonar todos los pecados reconocidos; pero para aquellos que se arrepienten y confiesan, para quienes no vuelven a recaer en lo que se arrepienten, para quienes se acogen con espíritu de humildad y espíritu contrito a las piadosas entrañas de Jesús, para quienes hacen todos los frutos de penitencia que pueden. Por eso, tú y todos los que se preocupan de su salvación, deben esforzarse en que la mortificación de la carne, la diligencia en las vigilias y en el trabajo, la rusticidad del vestido, la sobriedad de la comida, el peso del silencio, y todo lo relacionado con los miembros del hombre exterior e interior esté empapado como holocausto agradable con lágrimas abundantes y con la suavidad de los devotos afectos, para que exhale su aroma en el ara del corazón por el fuego de la caridad, y como dice el profeta: Tu sacrificio sea sabroso125. Pero si no puedes hacer ambas cosas, es preferible vivir sin lágrimas en la pobreza apostólica y pureza evangélica, que con lágrimas diarias quebrantar sin cesar los mandatos divinos. Pues los que obran el mal, aunque resuciten muertos, expulsen demonios y den vista a los ciegos, oirán del Señor: Apartaos de mí

CAPÍTULO X X I

Con todo lo anterior se puede comprenderqué realizan la caridad y la concupiscencia en el proficiente.

64. Tal vez no sea inútil lo que hemos tratado hasta aquí. Si se considera todo con atención, diligencia y humildad, creo que será muy fácil advertir que todo convertido es levantado a las alturas por la nueva infusión de la caridad, por el ágil impulso y los suaves movimientos de su espíritu; pero no hay que olvidar que la concupiscencia le arrastra hacia abajo, y todo en lo que se apoya le empuja siempre por su peso natural hacia el abismo. Tal empeño le exige mucho esfuerzo.

Y cuanto más clava sus raíces este arbusto pernicioso en lo recóndito del alma, tanto más cuesta arrancarlo, y menor es la facilidad para ascender. El perezoso e indolente, y el que no entiende de agricultura, aunque tenga su campo poco invadido de zarzas y espinos, tarda mucho en limpiarlo y desbrozarlo. En cambio, el diligente, solícito y conocedor de este arte, aunque tenga el campo entero lleno de maleza, enseguida la arranca y lo convierte de estéril e infecundo en productivo y fértil. Lo mismo ocurre con quien renuncia al mundo: si es indolente y tibio, o se preocupa muy poco de purificarse, aunque se manche poco en el mundo tardará mucho en alcanzar la serenidad de la conciencia y la libertad de la caridad. Pero si es ferviente de espíritu, diligente y solícito, si se apoya en la virtud de la discreción y utiliza los instrumentos de los ejercicios espirituales para arrancar con valor del campo de su corazón los brotes de los vicios, respirará muy pronto las auras de una conciencia más pura y,

4124 Rom 11,8.

5125 Sal 19, 4.

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libre del yugo de la concupiscencia y del peso de las pasiones, comprobará que el yugo del Señor es suave y su carga ligera.

CAPÍTULO XXI I

Qué gozo tan grande engendra el desprecio y victoria sobre los placeres

65. El que viva así comprobará que no sólo no produce pena alguna sino una gran felicidad empaparse del encanto del pudor, aunque sea costoso reprimir con el freno de la templanza los instintos naturales y malos deseos que brotan de la concupiscencia de la carne. Y es también no sólo gozoso sino glorioso haber superado la concupiscencia de la gula y verse dueño y no esclavo del vientre, diciendo rebosante de alegría: He aprendido a bastarme como me encuentro. Sé carecer y abundar. Estoy plenamente iniciado en la saciedad y el ayuno, en la abundancia y escasez126.

66. Cuando el amor carnal queda perfectamente dominado o absorbido por el fuego del amor divino, ya no cuesta nada lo exterior, porque no puede turbarse el espíritu de aquel cuyo amor es inalterable. Algunos abusan con torpeza de la molicie de los perfumes, pero como aquellos a quienes ahora me refiero apenas se preocupan de adquirirlos o dejarlos, no quiero hablar de ello. Sin embargo, el placer de la vista y del oído supone para muchos un gran peso, que no es precisamente el propio del yugo del Señor, pues todo eso lo engendra la mala costumbre. Y como les resulta gravoso prescindir de él, prefieren quejarse de la aspereza del yugo del Señor, cuya dulzura no han experimentado. Como esto se apoya en el desprecio de los placeres, confiere a quienes los desprecian una libertad no menor que el infeliz consuelo que producen las juergas y vanidades.

CAPÍTULO X X I I I

El vano deleite de los oídos

67. Como dije abiertamente que no iba a decir nada de los malvados, tratemos ahora de esos que, bajo capa de religión, buscan la satisfacción del placer; o de esos que ponen al servicio de su vanidad lo que los padres antiguos usaban con provecho como figura de los acontecimientos futuros. Si ya no tienen sentido los tipos y figuras ¿a qué viene tanto címbalo y órgano en la iglesia? ¿Para qué, repito, ese inmenso fuelle, que imita más el estrépito del trueno que la suavidad de la voz? ¿Para qué esa contracción y corte de la voz? Mientras uno suena otro enmudece, otro canta después y otro divide e introduce algunas notas intermedias. Unas veces se comprime el sonido, otras se quiebra, otras salta violentamente o se dilata en acorde interminable. A veces -vergüenza da decirlo- se apiñan como relinchos de caballo, o prescindiendo del vigor varonil se afinan en primores afeminados; o se embrollan y se enredan en artificiosos laberintos. No es raro ver a un hombre boquiabierto, con la respiración entrecortada, que no canta, y que parece imponer silencio con su ridícula interrupción de la voz; o a otros que imitan la agonía de los moribundos o el desmayo de los que sufren. De vez en cuando se agita el cuerpo con gestos de comediante, hace muecas, gira los ojos y agita los hombros, y acompaña cada nota moviendo los dedos. Y a esta ridícula disolución la llaman

6126 Flp 4,11-12.

74

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religión; y donde con más frecuencia se hace todo esto, allí se proclama que se sirve a Dios con más honor. El pueblo, mientras tanto, admira puesto en pie, trémulo y atónito, el sonido de las trompetas, el estrépito de los címbalos y la armonía de las flautas; pero observa con risas y carcajadas los gestos lascivos de los cantores, y los cambios y cortes sensuales de las voces; lo cual hace pensar que no vienen al templo sino al teatro, y no para orar sino para divertirse.

68. No se teme a la tremenda majestad que está presente, ni se venera el místico pesebre al que se sirve, donde Cristo está místicamente envuelto en pañales, donde su santísima sangre se derrama en el cáliz, donde se abren los cielos, asisten los ángeles, lo terreno se une a lo celeste y los hombres se asocian con los ángeles. De este modo, lo que los santos Padres instituyeron para mover a los débiles al afecto de la piedad, se utiliza como incentivo de placeres ilícitos. El sonido no debe preferirse al sentido, sino que el sonido unido al sentido debe cooperar de ordinario a aumentar el afecto.

69. Así, pues, el sonido debe ser de tal calidad, tan moderado y tan grave que el deleite no absorba totalmente al espíritu, sino que facilite percibir mejor el sentido. Como dice San Agustín: “Al oír el canto divino el espíritu se excita al afecto de la piedad; pero si el placer de escuchar prefiere el sonido al sentido, sería reprobable”127. Y en otro lugar: “Cuando me recreo más en el canto que en las palabras, reconozco que cometo pecado, y preferiría no oír al cantor”128. Supongamos, pues, que uno desprecia esa vanidad ridícula y dañina y se guía por la moderación antigua de los Padres; y después esta honesta gravedad produce un tedio enorme en sus exaltados oídos por el recuerdo de las canciones teatrales, y juzga y condena como algo vulgar la seriedad de los Padres; y además antepone esos cantos que llaman “ibéricos” o las vanísimas canciones de algunos escolares, al modo de cantar instituido por el Espíritu Santo, por medio de esa especie de órganos suyos que son Agustín, Ambrosio y, sobre todo, Gregorio. En fin, si esto le atormenta y le hace sufrir, y anhela ansiosamente lo que antes había vomitado ¿cuál es el origen de esta pena: el yugo de la caridad o el peso de la concupiscencia mundana?

CAPÍTULO X X I V

La concupiscencia de los ojos, que consiste en la curiosidad exterior e interior,aflige a los que se convierten a una vida más perfecta.

70. Resta ya por decir un poco sobre la concupiscencia de los ojos, que los santos Padres creyeron que debe llamarse curiosidad, porque piensan que no sólo atañe al hombre exterior sino también al interior.

A la curiosidad exterior pertenece toda la belleza superflua que apetecen los ojos en su diversidad de formas, en los colores brillantes y agradables, en las múltiples manipulaciones, en la vestimenta, calzado, vasos, pinturas, esculturas y demás enseres superfluos para una vida sobria y moderada. Los enamorados del mundo ansían todo eso para gozo de los ojos, exteriorizando todo lo que hacen, olvidándose internamente del que los hizo y destruyendo aquello para lo que fueron hechos. En los claustros de los monjes también se encuentran grullas y liebres, gamos y ciervos, picazas y cuervos, y caprichos propios de mujeres en lugar

7127 Confesiones X, 33, 49.

8128 Ibid, X, 33, 50.

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de lo que usaron Antonio y Macario; eso no concuerda con la pobreza de los monjes , sino que ceba los ojos de los curiosos. Bien, supongamos que uno ha preferido la pobreza de Jesús a estos placeres de los ojos, contentándose con lo necesario, y escoge la cabaña de unos pobres hermanos a la grandiosidad de los edificios y su inútil altura; imaginemos que entra por casualidad en un oratorio construido con piedras sin labrar, totalmente vacío de pinturas, esculturas u objetos de valor, sin mármoles enlosados ni paredes cubiertas de tapices que representan historias profanas, batallas de reyes, o quizá escenas de las Escrituras; y además carece del fulgor deslumbrante de los cirios o del brillo del radiante metal de los diversos utensilios. Si no ve nada de esto y comienza a desagradarle cuanto contempla, y se lamenta de haber sido expulsado de una especie de paraíso y encerrado en la oscuridad de una cárcel ¿de dónde procede esa angustia de espíritu y todo ese sufrimiento?

71. Si hubiese aprendido del Señor Jesús a ser manso y humilde de corazón, y a tener la mira puesta con el Apóstol, no en lo visible sino en lo invisible, pues lo visible es transitorio y lo invisible es eterno129; si saborease un poco al menos aquella gloria de la que está escrito. Toda la gloria de la hija del rey está en su interior130; o aquello otro del Apóstol: Cada cual examine su conducta y entonces será suya la gloria sin depender de otros131. Y si esto no se halla en otro hombre, ¡cuánto menos en un metal mudo e insensible! Insisto, si ha doblegado su cerviz interior al yugo del amor divino, y allá dentro el dulce Jesús le ha regalado su dulzura, ¿se sentirá tan atraído por esas insignificantes satisfacciones externas?

72. Añadamos ahora algo sobre la curiosidad interior, que radica sobre todo en tres cosas: el apetito de una ciencia vana y nociva; indagar la vida ajena, no por deseo de imitarla sino por envidia si es buena o para denigrarla si es mala, o sólo por la simple curiosidad de saber si es buena o mala. Y finalmente, en la curiosa inquietud de conocer las cosas y sucesos del mundo. Los espíritus cautivos de todo esto sienten un gran desasosiego, porque se entregan a ello con exceso o les está prohibido a los que se enfrascan gustosos en ello. De aquí procede que muchos se han ocupado de la vana filosofía y tienen la costumbre de meditar las Bucólicas junto con los Evangelios, leen a Horacio junto con los Profetas, y a Tullio lo mismo que a Pablo; se divierten con el metro rítmico, tejen poemas amatorios con versos primorosos, o atacan a otros con sus invectivas. Al dejarse llevar de todo esto son reprendidos por la disciplina regular como sembradores de vanidad, causantes de discusión e incentivos de concupiscencia, y comienzan a entristecerse y airarse. Y como no tienen sobre quién sembrar las semillas de su vanidad, parecen repetir las palabras de Eliú: Mis entrañas están como vino sin escape, que revienta los odres nuevos132. Es fácil deducir de dónde brota tal desazón. Esta es también la causa de que si nos damos todo el día a espectáculos inútiles o nos entretenemos en escuchar noticias, viviendo en cierto modo fuera de nosotros mismos, al volver a nuestro interior introducimos las imágenes de las vanidades, llevamos al lugar de nuestra quietud un corazón repleto de fantasías, perdemos el sueño por estúpidas vanidades, con necia presunción nos imaginamos como si lo viéramos las peleas entre los reyes y las victorias de los jefes, y durante la salmodia o nuestras oraciones solucionamos todos los asuntos del reino con fantásticas arengas.

9129 2 Cor 4,17-18.

0130 Sal 44,14.

1131 Gal 6,4.

2132 Job 32,19.

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73. Existe todavía otra pésima especie de curiosidad, que ataca únicamente a quienes creen tener grandes virtudes. Consiste en examinar su santidad mediante la exhibición de milagros, lo cual es tentar a Dios. La ley de Moisés prohíbe esta clase de curiosidad: No tentarás al Señor tu Dios133. Lo mismo dice el Apóstol: No pongamos a prueba a Cristo, como hicieron algunos de ellos y perecieron mordidos por las serpientes134. El que consiente en este pésimo vicio, al sentir la inmensa angustia de no conseguir su deseo cae en el lazo de la desesperación o en el sacrilegio de la blasfemia.

CAPÍTULO X X V

La soberbia de la vida

74. Nos falta por tratar la tercera rama de esta perversa raíz, que el santo Apóstol llamó soberbia de la vida. Como tiene múltiples especies, ahora vamos a limitarnos a dos de ellas.

En primer lugar infunde el amor de la propia alabanza, y después inspira el ansia de dominar. ¿Quién podrá explicar con claridad cuánto desasosiego y angustia de espíritu brota de esto? Siempre que me turbo al ser corregido o injuriado, me irrito ante la detracción o la contienda, o lo que es más lamentable, me consumo en la peste de la tristeza, si examino con atención los motivos de este malestar encuentro que la raíz de la vanidad está muy arraigada en lo profundo del alma, por la cual presume de grandezas y se muestra defraudada; y en consecuencia cree que no debe ser corregida ni reprendida, sino aplaudida y honrada por todos. Suele ocurrir también que el espíritu esté infectado del veneno de esta peste horrible y se finja santo en la estimación de los otros y digno de admiración; pero al percibir que otros disienten de su vanidad queda frustrado de su gloria y de su gozo, porque quien se apoyaba por falsa apreciación en la estima de los otros, forzosamente le afligirán los aguijones de la tristeza. Por esta pésima enfermedad se apetecen con torpeza los primeros asientos, los primeros saludos, hablar el primero en las reuniones y ocupar los primeros puestos en el convento: todo lo cual lo mismo que agrada al adquirirlo o ser ofrecido, conturba si se niega o retira.

CAPÍTULO X X V I

El ansia de dominio

75. Cuando el ansia de dominar corrompe el espíritu, únicamente puede saber la inquietud que produce quien ha experimentado la tiranía de esta pésima pasión, y ha sido finalmente liberado de su esclavitud por el auxilio de Dios. Pues en cuanto el espíritu insensato contrae este virus nocivo, se somete por su degenerada vileza a quien atisba que puede satisfacer su deseo, y antes de ser postergado por otros, se hace él mismo el esclavo más abyecto de cuantos cree que pueden serle favorables o peligrosos. De aquí que por temor a unos anula la verdad, para ganar el aplauso de otros adula torpemente; y con ello pierde toda libertad de palabra, pues se ve obligado a ensalzar lo que su conciencia ve reprensible, y condenar lo que juzga debe ser aprobado. Y si ve que es preferido alguno de sus más íntimos, los dardos de las sospechas se clavan en su espíritu envilecido y le domina un terrible temor, al ver que ese tal puede ser elevado pronto a los honores que él ambiciona. Sufre de tal modo los férreos azotes de la envidia que ni el alimento le aprovecha ni el sueño le proporciona descanso.

3133 Dt 6,16.

4134 1 Cor 10,9.

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76. Entonces se entrega a la detracción y murmuración, indica y da a conocer lo que le parece debe ser denunciado en el otro, y lo que no puede refutar públicamente lo desfigura con una mala interpretación. Si su esperanza queda defraudada y es elegido el otro ¡qué cruces y tormentos sufre su alma! Se abochorna, se desploma, se trastorna, pierde el control, y al no poder soportar los ardores internos abandona la comunidad espoleado por las pasiones, o si permanece en ella por respeto humano se opone a todo. Incapaz de dominar ya la llama de la ambición, anhela, se abrasa y se atormenta de tal modo que cuando calla aparece su amargura, y cuando habla su indignación. Como vasija de barro ante el ardor de un horno oculto, él cruje desdichadamente con reacciones del hombre exterior hablando con rabia, mirando con crueldad y respondiendo con insolencia a todo cuanto se le objeta. A los que antes adulaba torpemente ahora los encara abiertamente, los contradice, les interrumpe, los desprecia a sus espaldas con horrendas detracciones y los ataca públicamente sin el mínimo respeto y consideración. Se fija con mala intención en todas las palabras de sus ancianos, examina cada sílaba y controla sus acciones; y expiando, por así decirlo, con miradas deshonestas todos los movimientos y caminos, lo anota todo, lo juzga todo y todo lo interpreta con la ponzoña de su maldad. Y si por casualidad, como es propio de la fragilidad humana, el anciano cae en alguna falta, él entonces encuentra el momento de vengar su injuria, como él piensa: frunce las cejas, arruga la frente e hincha sus labios con expresiones importunas.

77. Sin embargo, para hacer ver a los demás que obra por celo de Dios, a veces derrama unas lágrimas, profiere suspiros engañosos, se lamenta con tono quejumbroso de que ya no hay caridad, y solloza porque se profana la pureza y se conculca la justicia. Si no lo conoces dirías que actúa con el mismo espíritu que inflamaba en otro tiempo al profeta Jeremías, cuando decía: Sentía la palabra del Señor como fuego ardiente en mis huesos; hacía esfuerzos por contenerla y no podía135. También éste proclama que sus entrañas se consumen por el fuego del celo de Dios, que se alza en favor de la justicia, que lucha por el orden, y afirma que es aborrecido por causa de la caridad. ¿Qué más? Se muestra tan rebelde y contumaz que se hace absolutamente necesario expulsarlo, o se le permite vivir libremente según su voluntad. Y de aquí ha brotado un curioso abuso. Cuando se vivía en toda su pureza el estado religioso, como pide la regla de la verdad, los más humildes, los más propensos a obedecer, los más dispuestos a las humillaciones, los más entusiastas para todo lo bueno, los más reacios a los honores eran no sólo promovidos sino forzados a gobernar a otros, o realizar diversas gestiones. Ahora, en cambio, cuando se teme la insolencia de algunos o se prevé su rebeldía, o se sospecha de su maldad, porque se muestran quejumbrosos, iracundos, frívolos y perezosos, como son incapaces de permanecer en casa, son promovidos fuera o dentro de casa, porque en el fondo se les teme. Y lo que debió ser para ellos motivo de bochorno y humillación se convierte en cebo de soberbia.

78. Baste ya con lo dicho sobre estas tres formas de esta concupiscencia. El que observa en ellas el rostro de su alma como en un espejo, creo que hallará las deformidades que tenga y percibirá también a la luz de la verdad las causas ocultas de su deformidad; y en vez de argüir contra la aspereza del yugo del Señor, que no la tiene, le echará en cara su propia perversidad. Por tanto, arrancadas de cuajo estas raíces de las pasiones, como origen de todo nuestro desasosiego, y sometidos los hombros de nuestro espíritu al yugo de la caridad, aprenderemos

5135 Jer 20,9.

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que el Señor Jesús es manso y humilde corazón, y hallaremos descanso para nuestras almas, celebrando no el sábado carnal de los judíos, sino el eterno y espiritual en la dulzura del amor.

FIN DEL LIBRO SEGUNDO

COMIENZA EL LIBRO TERCERO

C A P I T U L O P R I M E R O

Se expone la ley que distingue los Sábados

1. Leemos en el Antiguo Testamento ciertas clases de sábados, a cuya consideración vamos a dedicar el comienzo de este libro. Tienes, efectivamente, en la ley tres tiempos consagrados al descanso sabático: a saber, el día séptimo, el año séptimo, y después de siete veces siete, el año quincuagésimo. El primero es el sábado de los días, el segundo el de los años, y al tercero le llamamos con razón el sábado de los sábados, pues consta de siete sábados de años, y un año más; de este modo el número siete se encierra en la unidad, pues comienza en la unidad y culmina en la unidad. Toda obra buena se inicia por la fe en el único Dios, y se realiza por los siete dones del Espíritu Santo, para culminar en aquel que es verdaderamente uno y todo lo que somos se haga una sola cosa con él. Y como la unidad no admite división, tampoco tu mente esté dispersa en varias cosas, sino sea una sola cosa en el uno, con el uno, por el uno y en torno al uno; sintiendo y saboreando una sola cosa; y como siempre es uno, descanse siempre y celebre un sábado perenne.

2. En esta vida tienes el sábado de los días, el sábado de los años y, con un cierto sabor anticipado, el sábado de los sábados. ¿Quién estará tan iluminado por el Espíritu de Dios que no use estas especies de sábados recordando lo que dicen otros, sino porque lo experimenta en sí mismo, y no habla de oídas sino por propio conocimiento? Sé propicio, oh buen Jesús, sé propicio con este pobrecito tuyo, que no mendiga las migajas del rico vestido de púrpura, sino lo que hace el cachorro: las migajas que caen de la mesa de mis señores, tus hijos. Pues aquel gran hijo tuyo, y señor mío por ser tu hijo, es decir, el santo Moisés, fue admitido a tu mesa y comió tu pan en el banquete de Salomón. Ya sé, mi dulce Señor, que dijiste: No está bien tomar el pan de los hijos y echarlo a los perros1. Pero como los cachorros comen las migajas que caen de la mesa de sus amos, parte ese pan con tu cachorro para que recoja las migajas el que no puede comer aún la corteza.

C A P I T U L O I I

La distinción entre estos sábados ha de buscarse en un triple amor;y qué conexión existe en este triple amor.

11 Mt 15,26.

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3.. Escuchemos, pues, al que reparte: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma y con toda tu mente, y al prójimo como a ti mismo. En estos dos preceptos se contiene toda la ley y los profetas2. Si creemos a la verdad, o mejor, porque creemos en ella, debemos buscar la diversidad de los sábados en estos dos preceptos, ya que también ellos proceden de la ley. Si examinas atentamente estos dos preceptos, hallarás que debes amar tres cosas: a ti mismo, al prójimo, y a Dios. Al decir: Amarás al prójimo como a ti mismo, es evidente que debes amarte a ti mismo. Pero esto no está mandado, ya que es innato a la naturaleza. Como dice el Apóstol: nadie aborreció jamás su propia carne3.Y si no se odia la carne, mucho menos el espíritu, al que todo hombre, aún sin saberlo, ama más que a su carne. Todos prefieren estar enfermos en el cuerpo que ser enfermos mentales. Así pues, el amor a sí mismo sea para el hombre el sábado primero, el amor al prójimo sea el segundo, y el amor de Dios el Sábado de los Sábados. Como dije ya antes, el Sábado espiritual consiste en el descanso del alma, la paz del corazón y la tranquilidad del espíritu. Este sábado se siente alguna vez en el amor a uno mismo, otras veces brota de la dulzura del amor fraterno, y alcanza su plenitud en el amor de Dios. Es preciso cuidar que el hombre se ame a sí mismo cual conviene, que ame al prójimo como a sí mismo, y a Dios más que a sí mismo; porque sólo por amor a él se amará a sí mismo y al prójimo. Más adelante indicaré, si Dios quiere, cómo ha de manifestarse este amor a sí mismo y al prójimo. Ahora es preciso considerar que, a pesar de la clara distinción de este triple amor, existe también entre ellos una admirable conexión, de tal modo que cada uno se halla en todos y todos en cada uno; no es posible poseer uno sin los otros, y al fallar uno se pierden los otros. Porque no se ama a sí mismo quien no ama al prójimo o a Dios, ni ama al prójimo como a sí mismo quien no se ama a sí mismo. Ni ama a Dios quien no ama al prójimo: pues quien no ama a su hermano a quien ve ¿cómo va a amar a Dios a quien no ve?4.

4. Por lo tanto, el amor al prójimo precede en cierto modo al amor de Dios; y el amor de sí mismo al del prójimo; lo precede según el orden, no en dignidad. El más excelente es el amor perfecto del que se ha dicho. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente5. Es necesario, sin duda, que algo de este amor, aunque no sea perfecto en su plenitud, preceda al amor de sí mismo y del prójimo, pues sin aquél estos dos están muertos y no existen. Yo creo que el amor de Dios es como el alma de los otros amores: él vive plenamente en sí mismo, con su presencia imparte a los otros su esencia vital, y su ausencia lleva a la muerte. Así pues, para que el hombre se ame, comience en él el amor de Dios; y para amar al prójimo es concebido en una especie de seno más amplio, de modo que el fuego divino lo calienta un poco más y absorbe de modo admirable en su plenitud las demás centellitas; y atrae todo el amor del alma hacia aquel bien sublime e inefable en el que sólo se ama a sí mismo y al prójimo, en cuanto que ambos son limitados y se orienta sin reservas hacia Dios.

5. Ahora estos tres amores se engendran mutuamente, se alimentan entre sí y se excitan entre ellos, para perfeccionarse todos a la vez. Esto se realiza de un modo maravilloso e inefable: pues aunque estos tres amores se poseen mutuamente y no puede ser de otro modo, sin embargo no siempre se sienten del mismo modo. Unas veces se siente quietud y gozo por la

22 Mt 22,37-40.

33 Ef 5,29.

44 1 Jn 4,20.

55 Mt 22,37.

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pureza de la propia conciencia; en otro momento procede de la dulzura del amor fraterno, y otras veces se adquiere más plenamente en la contemplación de Dios. Así como el rey que posee varias boticas de perfumes, escoge en cada momento la que prefiere y se empapa de éste o aquél perfume, lo mismo ocurre al alma que posee una despensa llena de riquezas espirituales: sin traspasar los linderos de su conciencia pasea por aquí o por allí, y armoniza libremente la materia de su gozo con la diversidad de sus riquezas.

C A P I T U L O I I I

El sábado espiritual se experimenta en el amor a sí mismo

6. Cuando el hombre se recoge de este tumulto exterior a la soledad de su espíritu, y cerrando la puerta a la multitud de vanidades que le rodean contempla las riquezas interiores, nada le inquieta, nada está desordenado, nada le remuerde ni alborota; al contrario, todo es gozo, concordia, paz y tranquilidad, y a semejanza de una familia ordenada y pacífica, la multitud de sus pensamientos, palabras y obras sonríen a su espíritu como la casa al padre de familias. De esto surge inmediatamente una admirable seguridad, de la seguridad un gozo maravilloso, y del gozo un júbilo que prorrumpe en alabanzas a Dios con tanta más devoción cuanto más claramente percibe que es puro don divino lo bueno que halla en sí mismo. Esta es la gozosa solemnidad del día séptimo, a la que deben preceder seis días, es decir, la realización de las obras; de modo que primero nos afanemos en las buenas obras y al final descansemos en la tranquilidad de la conciencia. Porque de las buenas obras brota la pureza de conciencia, por la cual se juzga el amor a sí mismo. Pues así como el que practica o ama la maldad no ama sino que odia su alma, quien ama y practica la justicia no odia sino que ama su alma.

Esta es la gozosa solemnidad de aquel primer Sábado, en la cual no se realizan las obras serviles del mundo, ni se enciende el fuego de la torpe concupiscencia, ni se soportan la cargas de las pasiones.

C A P I T U L O I V

Qué sábado se percibe en el amor fraterno,y cómo se armonizan con la caridad los seis años que preceden al séptimo

7. Si el espíritu pasa de esta alcoba íntima donde ha celebrado este primer Sábado al salón de su corazón, donde acostumbra gozar con los alegres, llorar con los tristes, enfermar con los débiles, abrasarse con los que se escandalizan, y siente que su alma se une por el vínculo de la caridad con las almas de todos sus hermanos, que no le turban los aguijones de la envidia, ni le sofocan los ardores de la indignación, que no le hieren los dardos de las sospechas, ni le consumen los mordiscos de la voraz tristeza. Y si de este modo atrae a todos al regazo tranquilísimo de su mente, donde acaricia y abraza a todos con dulce afecto, convirtiéndolos en un solo corazón y una sola alma con él. Ante el gusto suavísimo de esta dulzura, inmediatamente calla todo el tumulto de las concupiscencias, se apacigua el fragor de los vicios y reina en su interior la ausencia absoluta de todo impulso nocivo, y la holganza grata y gozosa en la dulzura del amor fraterno.

8. En el reposo de este Sábado la caridad fraterna no permite la presencia de vicio alguno; así lo testifica el apóstol Pablo, celebrador asiduo de este Sábado, al decir: No cometerás

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adulterio, no matarás, no robarás, no jurarás en falso, y cualquier otro precepto, se resumen en éste: amarás al prójimo como a ti mismo 6. Imbuido del reposo y dulzura de este Sábado, el profeta David entona un canto gozoso y solemne diciendo: ¡Qué dulzura, qué delicia convivir los hermanos unidos!7.Verdaderamente es bueno y agradable. Bueno porque nada hay más útil; y agradable porque es lo más sabroso. Pero así como a aquel primer Sábado sólo se dedica un día, porque es único lo que reside en la paz de la propia conciencia, así, con toda razón, a este otro se le dedica un año entero. Y es que así como el año se compone de muchos días, así muchas almas se funden con el fuego de la caridad en un solo corazón y una sola alma. Si quieres esculpir una imagen mística con aquellos seis años que preceden a este Sábado espiritual, ten por cierto que hay seis clases de hombres con los que el alma debe practicar el amor. Del mismo modo que el año está formado de muchos días, en cada una de esas clases se nos unen muchos hombres con el vínculo del amor.

9. En primer lugar nuestro amor se orienta por disposición natural hacia los de nuestra propia sangre. Tal amor se posee por ser inherente a la misma naturaleza, y es inhumano carecer de él. Por eso dice el Apóstol: Si uno no cuida de los suyos, especialmente de los viven en su casa, ha renegado de la fe y es peor que un incrédulo8. Y nadie crea que esta afirmación del Apóstol va contra aquellas palabras del Señor: Si alguien acude a mí y no pospone a su padre y a su madre, y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío9. Pero esto lo trataremos más adelante. Así pues, como hay quienes son más crueles que las bestias y no cuidan de sus familiares, el que ama a los suyos como conviene se acerca ya un poco a este Sábado espiritual. Pero como este amor procede de la naturaleza, se ratifica en primer lugar con los preceptos que pertenecen al amor del prójimo, como lo proclama Dios: Honra a tu padre y a tu madre10. Después nuestro amor se dirige a quienes nos une un lazo de especial amistad o las circunstancias del oficio, y en cierto modo se amplía a un círculo mayor. Pero este amor no supera la justicia de los fariseos, a quienes se les dijo: Amarás a tu amigo y odiarás a tu enemigo11. Aunque estos dos amores alcancen un premio muy pequeño por practicarlos, ya que la ley natural impulsa al primero y la gracia recibida nos incita al otro, el no cumplirlos merece la pena de la condenación. De estos dice el Señor en el evangelio: Si amáis sólo a los que os aman ¿qué premio merecéis? ¿No lo hacen los paganos? Si saludáis sólo a vuestros hermanos ¿qué hacéis de extraordinario?12. En consecuencia, para que nuestro amor se haga más amplio, abrace también a los que se someten con nosotros al mismo yugo de la profesión. Este amor, sin duda, no quedará sin premio, porque el motivo de practicarlo es Dios. En este estado el alma se agarra a los vestidos de Jesús y percibe algo de aquel ungüento que baja de la cabeza, impregna la barba del verdadero Aarón y llega hasta la orla del vestido, y ungida con esta exuberancia se esparce durante unos momentos: en primer lugar, a cuantos llega esta unción los hace partícipes del nombre de Jesús, para que sean ungidos por el Ungido, es decir, sean llamados cristianos por Cristo, y los recibe en un regazo más amplio para ser amados.

66 Rom 13,9.

77 Sal 132,1.

88 1 Tim 5,8.

99 Lc 14,26.

010 Ex 20,12.

111 Mt 5,43.

212 Mt 5,47.

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10. Quedan aún dos clases de hombres, que si los estrechamos a nuestro pecho con los lazos del amor, nada nos impedirá disfrutar del descanso del verdadero Sábado. Es preciso que lamentemos la ignorancia, sintamos la fragilidad y lloremos la malicia de los que están fuera, es decir, de los paganos y judíos, de los herejes y cismáticos; y que les ofrezcamos con piadoso afecto el auxilio de nuestra oración, para que también ellos estén con nosotros en Cristo Jesús nuestro Señor.

Y de aquí hay que pasar a lo que supone la cumbre de la caridad fraterna, por lo cual el hombre se convierte en Hijo de Dios, y se restaura plenamente la semejanza de la bondad divina, como dice el Salvador en el evangelio: Amad a vuestros enemigos y haced el bien a quienes os odian, y orad por los que os persiguen y calumnian: así seréis hijos de vuestro Padre del cielo13

11. ¿Qué falta ya, sino el año séptimo, en el cual no se nos permite reclamar nada a los deudores, y el siervo recupera la libertad? Quien puede mirar al enemigo con ojos limpios, ése puede decir en verdad: Perdónanos como nosotros perdonamos14. Porque quien comete pecado es esclavo del pecado15, y permanece sujeto a esta deplorable esclavitud hasta que por perdonar y amar sea perdonado y amado, y de siervo pase a ser libre y amigo. Este es, verdaderamente, el tiempo de la paz, el tiempo del descanso, el tiempo de la tranquilidad, de la gloria y del regocijo. ¿Qué molestia, turbación, tristeza o ansiedad puede empañar la alegría del que avanza desde aquel primer Sábado en que se alimentaba del fruto de su trabajo, hasta este grado de semejanza divina lleno de gracia, abrazando a todo el género humano con el amor de su alma y sin que le afecten las injurias de nadie? Lo mismo que hace el padre más compasivo con su hijo loco, así siente él ante sus enemigos, de modo que cuanto más le injurian tanto mayor es el sentimiento de caridad con que se compadece de quienes le molestan.

12. Quien está saturado de esta virtud ése es quien celebra por excelencia este Sábado, porque al adentrarse su corazón en la dulzura de la caridad fraterna se dilata el espíritu, y fundido en un suavísimo afecto con los que tanto ama, experimenta qué bueno y gozoso es convivir los hermanos unidos.

C A P I T U L O V

Cómo se conserva este doble amor con el amor de Dios

13. Como antes dijimos, tanto el amor con el que procuramos nuestro bien, como aquel por el que nos unimos al prójimo con un afecto puro, es preciso que estén animados de algún modo por el amor divino. Pues hay que saber que el amor de Dios nos mueve e impulsa a este doble amor, según aquello de que el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros16. Por este doble amor se adquiere la inocencia, la cual sin duda alguna incluye a ambos. Porque es inocente el que no hace daño a sí mismo ni a nadie. Y se daña a sí mismo el que se corrompe con la infamia de algún vicio o torpeza. El placer y el deleite de la carne impulsan mucho

313 Mt 5,44-45.

414 Mt 6,12.

515 Jn 8,34.

616 Jn 1,14.

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hacia dicha corrupción, pero cualquiera puede rechazarla y evitarla si, penetrado de un piadoso afecto hacia la carne de nuestro Salvador, goza al contemplar con ojos espirituales al Señor de la majestad recostado en la estrechez del pesebre, cómo desea la leche de unos pechos virginales, cómo recibe los abrazos de su madre, y es besado con los labios gozosos de un trémulo anciano, el santo Simeón. Quien es capaz, se representa dulcemente con la mirada de la mente qué manso es su aspecto, qué dulce su hablar, qué compasivo con los pecadores, qué condescendiente con los enfermos y miserables, cómo no rechaza en su bondad el contacto de la meretriz, ni rehuye el banquete de los publicanos, cómo acoge la causa de una adúltera para que no la apedreen, y habla con otra para convertirla de adúltera en evangelista. Ante este dulce espectáculo ¿quién no aborrecerá los placeres de una carne corrompida? De aquí brotan suavemente las lágrimas que apagan el ardor de las concupiscencias, sosiegan la carne, moderan la voracidad de la gula, y calman todo halago de vanidad.

14. Y para amar a los enemigos, en lo cual reside la perfección de la caridad fraterna, nada nos anima tanto como la grata consideración de aquella admirable paciencia, con que el más hermoso de los hijos de los hombres ofreció su hermoso rostro a los infames para que le escupieran, y permitió que unos malvados cubrieran aquellos ojos que rigen el universo, expuso sus espaldas a los azotes y sometió a la crueldad de las espinas la cabeza que hace temblar a los principados y potestades. Con esa paciencia aceptó los ultrajes y afrentas, y soportó finalmente la cruz, los clavos, la lanza, la hiel y el vinagre y permaneció siempre afable, manso y tranquilo. Por fin fue llevado como oveja al matadero, y como cordero ante el esquilador enmudeció y no abrió la boca. Considera, oh soberbia humana y altanera impaciencia, cuánto soportó, quién y por qué, y cómo lo soportó. Pido que se medite, no que se ponga por escrito.

15. ¿Quién no depone inmediatamente la ira ante este cuadro admirable? ¿Quién no abrazará al instante con todo afecto a sus enemigos al oír esa palabra admirable, rebosante de dulzura, saturada de caridad y colmada de inmutable tranquilidad: Padre, perdónales? ¿Puede añadirse a esta oración más dulzura y caridad? Pues él lo añadió. Le pareció poco orar por ellos, y quiso excusarlos: Padre, perdónales, que no saben lo que hacen17. Es verdad que son grandes pecadores, pero son incapaces de valorar; por eso, perdónales, Padre. Crucifican, pero desconocen a quién crucifican, porque si lo hubieran conocido nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria18. Por eso, perdónales, Padre. Creen que soy un prevaricador de la ley, creen que usurpo la divinidad, que soy un seductor del pueblo. Les oculté mi rostro y no conocieron mi majestad. Por eso, perdónales, Padre, pues no saben lo que hacen.

16. Así pues, el hombre se ama si no se degrada en el placer carnal. Y para no sucumbir a la concupiscencia carnal vierta todo su afecto en la suavidad de la carne del Señor. Para descansar más suave y perfectamente en el gozo de la caridad fraterna, estreche incluso a los enemigos con los brazos de un amor verdadero. Y para que este fuego divino no se enfríe con el viento de las injurias, contemple siempre con los ojos de su mente la serena paciencia de su amado Señor y Salvador.

717 Lc 23,34.

818 1 Cor 2,8.

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C A P I T U L O V I

El sábado perfecto se halla en el amor de Dios,y el año quincuagésimo se compara a este amor

17. Purificada el alma por este doble amor, desea ardientemente los dichosos abrazos de la misma divinidad, con tanta más devoción cuanta mayor es su seguridad; de tal modo que, abrasada en un gran deseo, se desprende del velo de la carne y entra en aquel santuario donde Cristo Jesús es un espíritu ante él, para ser absorbida totalmente por aquella luz inefable y aquella inusitada dulzura. Y hecho un total silencio de todo lo corporal, de todo lo sensible, de todo lo mudable, fija su mirada en el Uno que es y permanece siempre el mismo, se dedica sólo a contemplar que el Señor es Dios, y celebra el Sábado de los sábados entre los tiernos abrazos de la caridad.

18. Este es el año jubilar en que el hombre vuelve a su heredad, es decir, a su mismo autor, para ser poseído y poseerle, para ser acogido y acogerle, para ser retenido y retenerle. Esta es la posesión que fue malvendida por el vil precio del pecado, por el amor del hombre que se alejó de su Creador adhiriéndose a la criatura. Con razón se aplica el número cincuenta a este Sábado, pues en él se expulsa el temor servil, se adormece la concupiscencia y el recuerdo mismo de la carne, y se recibe la plenitud del espíritu. Antes, es decir, antes de Pentecostés, no se había dado el Espíritu, porque Jesús no había sido aún glorificado19. Sí que se había dado, pero no con tanta plenitud y perfección. Se da, en efecto, en el primer Sábado y también en el segundo, pero en el Sábado de los sábados se da plenamente: en los dos primeros Sábados se ve a Jesús pequeño y no grande, humilde y no sublime, injuriado y no glorioso. No se había dado aún el Espíritu porque Jesús no había sido glorificado.

19. Pero como la caridad ha sido derramada en nuestros corazones, precisamente por el Espíritu Santo que se nos ha dado, siempre se mantiene el número siete, aunque al multiplicarse el siete por sí mismo se nos revela el progreso de la caridad. Porque el día séptimo es como el inicio de la caridad, el año séptimo su progreso, y el año cincuenta, que es el siguiente al resultado de siete por siete, su plenitud. En todos hay reposo, en todos holganza, en todos cierta fiesta espiritual. Primeramente el descanso consiste en la pureza de la conciencia, después en la dulcísima unión de muchos espíritus, y finalmente en la contemplación de Dios. En el primer sábado se está libre de delito, en el segundo de la concupiscencia, y en el tercero de toda clase de ocupación. En el primero la mente saborea qué dulce es Jesús en su humanidad, en el segundo ve qué perfecto es en su amor, y en el tercero cuán sublime en su Divinidad. En el primero se recoge en sí mismo, en el segundo se abre al exterior, y en el tercero es arrebatado sobre sí mismo.

C A P I T U L O V I I

En qué consiste el amor, la caridad y la concupiscencia

20. El lugar y el momento exigen que expongamos con un poco más de amplitud lo que habíamos dejado pendiente, es decir, cómo se ha de manifestar la caridad. Y para hacerlo con más claridad, creo que debe exponerse más ampliamente en qué consiste la caridad.

919 Jn 7,39.

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Es evidente que la caridad es amor, aunque también es evidente que no todo amor es caridad. Por eso es preciso indagar con más precisión, para que cualquiera pueda conocer qué es el amor, ya que si uno conoce el género no se le ocultará la especie. Según solemos expresarnos, la palabra amor tiene un doble sentido. Se llama amor a la energía o naturaleza del alma racional, por la que posee naturalmente la facultad de amar o no amar algo. Se llama también amor al acto del alma racional que pone en ejercicio aquella energía, usándola en lo que conviene o en lo que no conviene. A este acto de amor suele añadírsele otra palabra, como, el amor de la sabiduría o amor del dinero, la cual hace que el amor sea bueno o malo. Pero esa energía del alma o naturaleza con que se realiza el amor bueno o malo es un bien del alma, y tanto en el bien como en el mal nunca deja de ser algo bueno. Pertenece a la naturaleza de aquella sustancia que procede del sumo bien, el cual hizo buena cada cosa, y muy buenas a la totalidad.

21. Pero el hombre, dotado de libre albedrío, ayudado por la gracia puede usar bien de todos los bienes de su naturaleza, y también de éste; o puede abusar de ellos si se aparta de la justicia. Si alguien ha dicho que las buenas o malas costumbres proceden de los buenos o malos amores, el buen uso de ese bien hace bueno al hombre porque realiza un buen amor; y el abuso, en cambio, hace malo al hombre, por realizar un mal amor. ¿Vamos, pues, a dudar en llamar a la caridad el uso recto del amor, y concupiscencia al abuso?

C A P I T U L O V I I I

El ejercicio recto o perverso del amor depende de la elección, del movimiento y del fruto

22. Distingamos ya ahora con un poco más de precisión su uso recto o perverso. Creo que su uso depende de tres cosas: la elección, el movimiento y el fruto. La elección es obra de la razón, el movimiento brota del deseo y de las obras, y los frutos se alcanzan al final. La criatura racional ha sido creada capaz de ser feliz, y por eso está siempre ávida de dicha felicidad, aunque por sí misma es incapaz de alcanzarla. Impulsada por la desdicha de no conseguir por sí misma la dicha, cree que para conseguir la ansiada felicidad debe gozar de otra cosa distinta de ella. Por eso, llevado cada uno de su propia opinión o conocimiento, del engaño del error o de la experiencia de los sentidos, cifra ante todo su felicidad en conseguir una o varias cosas. A continuación elige sin vacilar gozar de aquello cuyos frutos él se imagina que pueden hacerle feliz. Esta elección la efectúa el amor, pues la realiza el alma racional por esa energía o naturaleza suya que anteriormente denominamos amor. El amor siempre va acompañado de la razón, no porque siempre ame razonablemente, sino porque distingue con una perspicaz atención lo que escoge y lo que rechaza. Pertenece a la razón discernir entre el Creador y la criatura, lo temporal y lo eterno, lo dulce y lo amargo, lo grato y lo arduo; y es propio del amor escoger aquello que quiere disfrutar.

23. A la elección se le llama también amor, y es un acto del alma; el amor por el que elige siempre es bueno, pero esa elección -llamada también amor- puede ser buena o mala, y en consecuencia el amor será bueno o malo. Pues si el alma, atraída por la experiencia de algún deleite o engañada por el error, se lanza a gozar de lo que en modo alguno debe disfrutarse, entonces ama perversamente. Para nosotros disfrutar es usar con placer y alegría. A la elección sigue de manera inmediata, o suele acompañar un impulso oculto del amor, que en cierto modo excita o mueve al espíritu a desear lo que pensó elegir. Este movimiento es

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también un acto del espíritu, procede del amor y es amor. Si se orienta a lo que debe y como debe, será un amor bueno; pero si tiende a lo que no debe o de modo distinto a como se debe, será un amor malo.

24. Si realiza, en cambio, los actos oportunos para alcanzar lo que decidió disfrutar y lo deseó tras elegirlo, descansará con gozo y placer cuando use de ello. A dicho uso, por llamarlo de algún modo, lo denominamos fruto. Por tanto la caridad o la concupiscencia parece que constan de estas tres cosas: elección de la mente, movimiento y fruto. La elección es el comienzo del amor bueno o malo, el movimiento es el desarrollo de ese amor, y el fruto es la meta del amor. Por eso si la mente escoge disfrutar de lo que conviene, y se dirige a ello como conviene o disfruta de ello dignamente, esa elección tan saludable, ese movimiento tan competente y ese fruto tan provechoso merece con toda razón el título de caridad. La caridad comienza con esa elección, crece con el movimiento y se perfecciona con el fruto. En cambio, si la mente elige neciamente, actúa de modo indecente y abusa torpemente, es fácil comprender que con ese proceso llega a dominar la concupiscencia.

He aquí las dos fuentes y el origen del bien y del mal: la concupiscencia es la raíz de todo mal20, y la caridad es la raíz de todo bien.

CAPÍTULO I X

Qué nos conviene elegir para disfrutar

25. Ya que hemos hecho la distinción entre el amor bueno y el malo, nos toca ahora mostrar qué es lo que debe elegir la razón para gozar, y cómo conviene que se dirija a lo que ha elegido, según se digne inspirarnos aquel en cuyas manos estamos nosotros y nuestras palabras! Así sabremos qué hay que amar y cómo debe ser amado.

Aclaremos que no debemos decir que amamos todo lo que usamos, sino sólo aquello que elegimos para disfrutarlo. El alma inmersa en el lodazal de la carne no intenta aspirar a nada elevado que supere la grosería de lo sensible, y escoge como meta de su intención las riquezas falaces, los fútiles honores, el placer corporal o los halagos del mundo, bien sea algo de esto o todo a la vez, imaginando falsamente la felicidad en el disfrute de ello. Pero para conseguir ese fruto no todos toman el mismo sendero. Uno escoge los negocios, otro combatir, otro cualquier habilidad, y otro intenta alcanzar el fin que pretende dándose al robo y a la rapiña. Sólo puede decirse que ama en verdad quien se entrega sin reservas a disfrutar de algo, y usa de todo lo demás como medio para poder llegar más fácilmente a conseguir el objeto tan deseado.

26. El alma perversa, mientras no colma sus deseos imagina que la felicidad está en conseguir sus frutos; pero cuando ha logrado lo que desea, al experimentar que siente la indigencia de siempre o que le hastía aquello de que ha abusado, se inflama en ansias de otra cosa, no para quedar saciada sino para ser torpemente engañada de nuevo por las bagatelas de la vanidad. Tal es el enredo de los impíos, de cuya miserable indigencia ya tratamos amplia y suficientemente en la primera parte de esta obra. En cambio, quien tiene un juicio más sano, una mirada más limpia y una vida más sosegada, examina la realidad con una miras más altas, y al comprobar que nadie puede conseguir por sí mismo la felicidad, ve que lo que es inferior y más vil por naturaleza puede abatir al hombre que lo ama, en vez de elevarle más

020 1 Tim 6,10.

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alto, y envolverle en las miserias más bien que otorgarle el sosiego de la verdadera felicidad. Por eso valorándose rectamente a sí mismo y apreciando el privilegio de su naturaleza, comprende cuán digno, magnífico y justo es lo que la ley divina ordena al hombre: Al Señor tu Dios adorarás y a él sólo servirás21. Lo cual jamás hubiera sido proclamado si existiera otra naturaleza más sublime a quien la naturaleza humana debiera ese obsequio singular, o de la que pudiera esperar el premio de la felicidad. Por tanto, debemos elegirle por encima de todo, para disfrutar de él, porque es el origen del amor; debemos desearle por encima de todo, porque es como el cauce e impulso del amor; y al alcanzarlo, como se habrá amado perfectamente un bien perfecto, la felicidad será también perfecta.

27. Con razón, pues, la ley divina estableció el amor de Dios como mandato primero y supremo, al decir: Amarás al Señor tu Dios22. Pero como cada uno disfrutará de este bien beatífico, cuando lo alcance, según su capacidad, y será mayor la capacidad de todos juntos que la de cada uno, la felicidad será sin duda más copiosa si lo que uno no puede poseer por sí mismo lo comienza a poseer en el otro. Pero el bien del otro no será suyo si no ama ese bien en el otro. Lo cual es también imposible si no ama al otro. Por eso con toda razón la autoridad divina proclama el segundo precepto: Amarás a tu prójimo23.

28. Como Dios será nuestro sumo bien, en sí mismo, en nosotros y en el otro, por eso manda ser amado totalmente: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas24. Como el bien del prójimo nos reportará tanto gozo como el nuestro propio, con razón se dice: Amarás al prójimo como a ti mismo25. Es evidente, pues, que debemos elegir para nuestro gozo a Dios y al prójimo, aunque de modo diverso. A Dios para disfrutar de él en sí mismo y por él mismo; al prójimo para gozar de él en Dios, o mejor, para gozar de Dios en él. Pues aunque el verbo “disfrutar” usado en sentido estricto no puede aplicarse al disfrute de las criaturas, sino sólo de Dios, Pablo lo aplica al hombre cuando dice: Así, hermano, disfrutaré de ti en el Señor26.

En consecuencia, cuando la razón comprenda - como hemos dicho - que deben elegirse estas dos cosas y, despreciando todas las demás al contemplar éstas, las elige el consentimiento, entonces comienza a amar a Dios y al prójimo, porque su amor se convierte a lo que debe.

CAPÍTULO X

Nuestro amor se inclina hacia el acto y el deseo,unas veces lo hace por el afecto y otras por la razón.

29. Baste lo dicho sobre la elección, y hablemos ahora del desarrollo del amor. Ese movimiento tiene una doble dirección: internamente hacia el deseo, y externamente hacia el acto. Hacia el deseo, cuando el espíritu se lanza por una especie de impulso interno y del

121 Dt 6,13; Mt 4,10.

222 Dt 6,5.

323 Mt 5, 43.

424 Mt 22,37.

525 Mt 22,39.

626 Flm 20.

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apetito hacia lo que cree que debe disfrutar. Hacia el acto, cuando una cierta energía oculta del amor impulsa a la mente a realizar alguna acción externa. Por eso creo que debemos examinar las causas, que como incentivos excitan al amor e impulsan a estas dos cosas, y en cierto modo ordenan y determinan su evolución. Después será preciso averiguar con más atención qué o cuánto debe permanecer de ellos, qué hay que evitar, qué conviene admitir, reducir o aumentar para que el desarrollo sea adecuado.

30. A mi parecer son dos las causas que mueven y excitan al espíritu hacia lo que hemos dicho: el afecto y la razón. Unas veces nuestro amor se enardece hacia una acción pública, o hacia el deseo oculto, sólo por el afecto, y otras sólo por la razón. Intentaremos explicar ambos temas lo que sea necesario. Pero tengamos en cuenta que si anteriormente la razón nos enseñó que debemos elegir a Dios y al prójimo como objeto de nuestro gozo, en adelante prescindiremos de todos los demás y nos limitaremos a ver cómo conviene que se oriente a esos dos objetos nuestro amor. Veamos, pues, cuál es el impulso que debe seguirse principalmente entre tantos como agitan nuestro amor. Y en primer lugar, continuemos lo que iniciamos sobre el doble origen de ese movimiento.

CAPÍTULO X I

Se expone qué es el afecto y cuántos son los afectos,y se indica que el afecto espiritual tiene una doble acepción.

31. El afecto es una inclinación espontánea y grata del espíritu hacia alguien. Puede ser espiritual, racional, irracional, obligado27, natural o carnal.

El afecto espiritual puede entenderse bajo dos aspectos, es decir, el alma se siente impulsada por un afecto espiritual cuando la mente, estimulada por una visita oculta y casi imprevista del Espíritu Santo, se entrega a saborear el amor divino, o la dulzura de la caridad fraterna. El modo y las causas de esa visita recuerdo haberlo expuesto anteriormente, lo mejor que pude.

A este afecto se opone el que procede del influjo del diablo, por el que consta que son arrastrados a realizar acciones torpes aquellos de los que dice el profeta: Les engañó el espíritu de fornicación28.

32. Nuestro asqueroso enemigo ataca con un doble tormento el pudor de los santos: unas veces abrasa su carne con una llama intolerable, y otras embriaga su espíritu con el afecto de un pernicioso placer. Si mal no recuerdo, Amós el hijo de David, arrastrado por el afecto de una malvada suavidad que le inspiró el sutilísimo enemigo, se inflamó en abrazos ilícitos con su propia hermana, y empañando con un incesto la casa de un padre tan glorioso, provocó contra sí la espada de su hermano e infiltró ocasiones y motivos del futuro parricidio con el que el desgraciado Absalón, por ambicionar el reino, puso en peligro a su propio padre. Nadie se extrañe de que llamemos espiritual a este afecto, pues lo engendran los vicios espirituales; ni discuta el nombre, pues se trata de algo evidente.

727 Esta nos parece la palabra castellana más apropiada para traducir el original “oficcialis” del autor. También se podría decir “afecto de compromiso”.

828 Os 4,12.

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CAPÍTULO X I I

El afecto racional e irracional

33. El afecto racional es el que brota al considerar la virtud ajena, es decir, cuando vemos con nuestros propios ojos la virtud o santidad de alguien, la propaga la fama o se descubre en los libros, e invade nuestro espíritu de dulce suavidad. Es ese afecto que nos conmueve con tierna devoción al escuchar la pasión victoriosa de los mártires, y nos pone ante los ojos los actos gloriosos de los antepasados, por medio de una sabrosa meditación. De aquí procede aquella voz con que Pablo, el atleta admirable de Jesús, ensalza sus hazañas, arranca con frecuencia lágrimas de quienes le escuchan como signo del gozo que sienten, y estrecha con la ternura infusa del abrazo al alma henchida de gozo. ¿Quién es capaz de escuchar aquellos peligros de ríos, peligros de bandidos, peligros por sus paisanos, peligros por los paganos, y sobre todo, aquella vigorosa confesión: Estoy plenamente iniciado en la saciedad y el ayuno, en la abundancia y la escasez. Todo lo puedo con el que me da fuerzas29? Quien esto oye o lee ¿no se siente atraído hacia ese hombre por un afecto admirable? Ese afecto consagró las primicias de un amor santísimo entre David y Jonatán, y estrechó con el pacto de la sabrosa caridad un vínculo de amistad que ni la misma autoridad paterna podría deshacer. Y es que al contemplar la firmeza inmutable de aquel pecho, con la que un niño inerme había derribado a un gigante bien armado, lo que para otro pudo ser motivo de envidia, para este joven extraordinario se convirtió en estímulo de virtud, y el valor del amigo excitó el afecto del virtuoso joven, como dice la Escritura: El alma de Jonatán se unió al alma de David, porque Jonatán le amó como a sí mismo30. El mismo Jesús, infinitamente misericordioso, transformando con ternura este afecto, miró al joven que le había manifestado sus virtudes, como indica el evangelista, y le amó31.

34. Contrario a este afecto es el irracional, por el cual cuando uno descubre un vicio en el otro, se mueve hacia él por una inclinación del espíritu. Pues son muchos, los que se ganan el ánimo de algunos por su vana filosofía o por su estúpida audacia en las batallas. Y lo que es aún más triste, muchos se atraen y conquistan el afecto de otros por ser derrochadores, lujuriosos, impúdicos y malvados, fautores y protectores de hombres perversos, espectadores frívolos y apasionados de triviales espectáculos.

CAPÍTULO X I I I

El afecto obligado

35. Llamamos afecto obligado al que surge como efecto de regalos y obsequios. El santo Moisés, después de superar las insidias del Faraón, se ganó el afecto del sacerdote Madián con un gesto memorable: aunque era extranjero, protegió valientemente a sus dos hijas vírgenes frente a la maldad de los pastores32; y admirando aquel hombre la bondad del joven, no sólo solicitó su amistad sino que le pidió ser su yerno. Asimismo, Barzilay, el galaadita, despertó con sus dones el afecto agradecido del rey David, acogiéndole con profunda

929 Flp 4,12-13.

030 1 Sam 18,1.

131 Mc 10,17-21.

232 Ex 2,16s.

90

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delicadeza cuando huía del Absalón. Y se unió de tal modo al espíritu de un hombre tan fiel, que estando ya próximo a la muerte mandó a su hijo Salomón en testamento que recompensara semejante generosidad.

CAPÍTULO X IV

El afecto natural

36. Cada uno tiene también afecto natural a su propia carne, como la madre al hijo, o el hombre a sus consanguíneos, pues nadie odió su propia carne33. La madre no puede olvidarse de su hijo, y no apiadarse del hijo de sus entrañas34. O aquello otro: El que no se interesa por los suyos, sobre todo de los de su familia, ha renegado de la fe y es peor que un infiel35. El afecto a los familiares no lo olvidaron ni los varones más santos, los cuales movidos por el amor que es incapaz de odiar a su propia carne, al pensar en su sepulcro, se dice que obligaron bajo juramento a sus descendientes que no los enterraran en país extraño sino en el de sus padres36. El de la madre hacia los hijos lo quiso comprobar el sapientísimo Salomón, cuando dos meretrices disputaron ante él por quedarse con el niño superviviente, pues al otro lo había aplastado su madre. Para ello se trajo una espada, y con su autoridad real mandó partir en dos al niño: entonces el afecto natural descubrió a su madre, y la que no se había rendido ante la maldad cedió ante el afecto; la que había luchado para que la verdadera madre no quedara privada de su hijo, estaba dispuesta a que se le diera a la otra: Te ruego, dijo, que le des a ésta el niño vivo y no lo mates37. Por el contrario, la que carecía de compasión hacia las entrañas ajenas y estaba endurecida, decía: Ni para ti ni para mí, que lo dividan.

37. El afecto hacia los familiares prevaleció en el corazón del santísimo José, incluso sobre la injuria fratricida; acusó de espías a sus hermanos fratricidas con una premeditada severidad, pero al verlos tan angustiados y suficientemente arrepentidos de haber traicionado a su hermano, cedió al afecto y como dice la Escritura: se apartó un poco y lloró38. Ni la misma crueldad del hijo parricida arrebató este afecto de las piadosas entrañas del patriarca David; los que se opusieron a esta locura le pedían que lo condenara a muerte, pero olvidando la injuria, y guiándose por la naturaleza, actuó como padre y disimuló ignorar al perseguidor diciendo: Tratadme bien al joven Absalón39. Este afecto de admirable compasión invadió también al Salvador, el cual al ver la ciudad que era la suya según la carne, y de la cual descendían sus padres según la carne, conmovido de piedad natural lloró con lágrimas abundantes su ruina futura. Y su imitador Pablo, compungido por afecto natural, según creo yo, deseó en algún momento ser proscrito de Cristo en favor de sus hermanos según la carne.

333 Ef 5,29.

434 Is 49,15.

535 1 Tim 5,8.

636 Gen 47,29-30.

737 1 Re 3,26.

838 Gen 42,24.

939 1 Sa 18,5.

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CAPÍTULO X V

El afecto carnal tiene un doble contenido

38. El afecto carnal tiene un doble origen. Muchas veces no es la virtud o el vicio de una persona lo que se gana la benevolencia del observador, sino su compostura externa. Una figura elegante, un hablar delicado, un andar reposado y una presencia graciosa, aunque se ignore cómo es realmente ese hombre, provoca y atrae el afecto. Esta cualidad brillaba de tal modo en Moisés, siendo aún niño, que sus padres lo conservaron durante tres meses, en contra del mandato cruel del Faraón, que había condenado a muerte a los niños varones de los hebreos, pues como dice el Apóstol veían que era un niño hermoso40. Una vez expuesto al peligro, el encanto de su hermosura le ganó la compasión de la hija del Faraón. Y adoptado por hijo, llegó a ser grande ante los siervos del Faraón. Nadie en su sano juicio dudará que al recordar un placer nocivo se mueve por el afecto carnal, si le invade cierta suavidad miserablemente tierna. Cuando David paseaba en el solario de su casa y vio la hermosura de Betsabée, este afecto se adelantó al incauto, al incauto lo hizo un disoluto, y derrumbó al disoluto. Y en sentido contrario, al que enervó a abrazarse ilícitamente a una mujer ajena, le dio fuerzas para matar cruelmente a su propio soldado. Este afecto dilapidó la sabiduría de Salomón, que se entregó al placer carnal y se hundió en el abismo de la fornicación espiritual por el culto abominable de los ídolos.

CAPÍTULO X V I

Qué pensar de estos afectos

39. La persona reflexiva suele percibir estos afectos, que yo no llamaría amor, sino una especie de manantiales o raíces de amor. No creamos, en efecto, que es muy digno de alabanza el hecho de sentirse excitados o impulsados por tales afectos cuando son buenos, ni que sea reprobable cuando son malos. Pues como indicamos en el libro anterior, algunos abusan para su perdición del que pusimos en primer lugar y es el mejor de todos; y otras veces los varones eminentes son halagados, para crecer en méritos, por ese último afecto que a todos parece el más temible. Para nosotros lo provechoso o nocivo no consiste en sentir esos afectos, sino en guiarse por ellos. Pues cuando tales afectos actúan en el espíritu puede ser una visita o una tentación; pero cuando se actúa según esos afectos, nos hallamos ante un pleno consentimiento de la voluntad. El consentimiento, por su parte, puede ser oculto o manifiesto. Oculto, cuando se actúa internamente consintiendo al deseo; y manifiesto si el deseo se exterioriza en una acción. Intentaremos examinar si nuestro amor debe guiarse por esos afectos y en qué medida; pero antes tratemos brevemente de la razón, que dijimos ser la otra causa de este movimiento.

CAPÍTULO X V I I

Cómo mueve la razón al alma al amor de Dios y del prójimo

40. Al espíritu que no se siente movido por ningún afecto a amar a Dios y al prójimo, con frecuencia le mueve la razón, y de un modo tanto más santo cuanto más seguro, y tanto más

040 Heb 11,23; Ex 2,2.

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seguro cuanto más límpido, y tanto más límpido cuanto que nada puede existir más útil y puro que el amor racional. La razón, para excitar al espíritu tibio hacia el deseo de su Creador, se apoya en tres motivos: nuestra necesidad, nuestra utilidad y su dignidad. La razón persuade que debe amarse a Dios porque eso nos es necesario, provechoso y digno. Necesario para evitar la condenación, provechoso para adquirir la glorificación, y digno porque si él nos amó primero, con razón nos exige la compensación de ese amor. Dios debe ser deseado por el hombre como su bien, pues sin él será siempre un desgraciado, y con él será siempre totalmente feliz; él no necesita de nuestros bienes, pero quiso ser miserable por nosotros. Si el espíritu asiente a la razón, se sentirá impulsada al deseo de Dios, si no por el afecto sí por la voluntad. Y la razón continúa su obra, probando que es necesario perseverar valerosamente en la observancia de sus preceptos si se quiere alcanzar lo que desea.

Así el deseo innato de nuestro corazón, impelido por la razón, se dirige al acto. Y como entre sus preceptos el mayor es tratar al prójimo como a uno mismo, la razón insiste en que el espíritu se mueva a hacer bien al prójimo. Todo prójimo es amigo, no enemigo o enemigo. El amigo nos fue o es ahora útil; el no enemigo ni nos perjudica ni nos ha perjudicado; y el enemigo nos daña o nos ha dañado. El amigo lo es por parentesco o gratuitamente; el no enemigo, por la inocencia; y el enemigo por la injuria. La razón propone tres motivos para que el hombre trate con su amigo, dos para que se relacione con el no enemigo, y una con el enemigo. Al amigo se le debe el bien por naturaleza, por cortesía y por precepto. Por naturaleza porque es hombre y a veces familiar; por cortesía porque es amigo; y por precepto, porque es prójimo. Al no enemigo se le debe por naturaleza, ya que es hombre; y por precepto, ya que es prójimo. Y al enemigo sólo por precepto, porque el Señor ha mandado amar al enemigo.

Si el espíritu acepta estos motivos y se dispone a hacer el bien, no sólo al amigo sino incluso al enemigo, aunque no sienta el afecto no se privará del mérito de la caridad.

CAPÍTULO X V I I I

Distinción del doble amor, entre los cuales fluctúa el espíritu del proficiente

41. Es preciso, pues, distinguir estos dos amores: el del afecto y el de la razón. Con frecuencia el espíritu del proficiente que desea tener un amor ordenado, teme y fluctúa entre estos dos amores, pues cree que ama poco al que debe ser más amado, o que ama mucho al que debe amar menos. El amor ordenado consiste en que el hombre no ame lo que no debe amarse, y ame cuanto debe ser amado; pero no ame más de lo que debe amar, ni ame por igual lo que debe amarse de manera diversa, ni haga distinción en lo que debe amarse por igual.

42. Imaginemos dos hombres: uno dulce, delicado, tranquilo, agradable y dispuesto a compartir todos sus dones; despierta simpatía en los demás, es afable al hablar y comedido en sus costumbres, aunque no del todo perfecto en algunas virtudes. Otro es más perfecto en la virtud, pero es de semblante más triste, de aspecto más severo, su frente está ceñuda por sus austeras costumbres; hace el bien a todos y da cuanto se le pide, pero no es tan amable en el trato, ni su benevolencia atrae a los demás. El espíritu se siente movido de un afecto casi espontáneo a amar al primero, y para amar a este otro debe guiarse por la razón y la norma de una caridad ordenada. Por eso, al percibir el hombre que su espíritu se abraza dulcemente con el primero, y que se retrae del segundo por carecer de suavidad, se inquieta, sufre y teme

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infringir la regla de la caridad, al pensar que ama a uno más de lo justo y al otro menos de lo debido.

CAPÍTULO X I X

Se prueba con dos comparaciones por qué el hombre benévolo y manso,aunque sea menos perfecto es amado con un afecto mayor y más dulce

que el austero y más perfecto; y se muestra cómo no es peligroso amar a ambos.

43. Quisiera ahora sondear los arcanos de mi propia conciencia, para que no me engañe este afecto por ignorar su causa y origen. Si esa persona hacia la cual tiende mi espíritu con una especie de dulce atractivo, aunque no sea perfecta tampoco es viciosa, e incluso está adornada de muchas virtudes ¿por qué no vamos a creer que tal afecto procede de la virtud, y por lo tanto no debe ser temido sino simplemente acogido? Pero si afirmo que la virtud es su causa y origen ¿por qué no se orienta de un modo más fácil, o al menos semejante, hacia aquel que reconozco más virtuoso? ¿Debe ser considerado como carnal el afecto que brota del atractivo exterior del hombre? En caso afirmativo ¿por qué no acojo con la misma delicadeza a esa otra persona de buenas costumbres externas, aunque crea que es un vicioso?

Me ha sucedido alguna vez que la apariencia externa de alguien me atraía en gran manera hacia él, mientras suponía que era virtuoso o desconocía sus vicios. Pero al descubrir sus defectos se desvanecía todo aquel afecto y mi espíritu sentía gran horror hacia él. ¿Cuál era la causa? Tal vez la virtud o el vicio deben considerarse como alimentos provechosos o nocivos al alma, y la austeridad o amabilidad exterior del hombre hay que tomarlas como recipientes toscos o finos. Un alimento muy sabroso se come aunque sea en un plato vulgar, pero una mala comida no se acepta ni en la mejor vajilla.

44. Suele suceder que un mal alimento se acepta con gusto si está bien presentado, y que un manjar exquisito se toma con repugnancia en un plato repelente. Entre los hombres suele ocurrir que el vicioso no agrada aunque corporalmente sea atractivo, y en cambio la virtud atrae mucho aunque se presente externamente con aspecto duro y austero. No obstante es manifiesto que se aprecia con más gusto una virtud menor en una persona buena y alegre, y que desagrada una virtud mayor en la que es dura y austera. Creo que la semejanza más hermosa, por ser la más exacta, es que la virtud sea considerada como verdad y el vicio como falsedad: la severidad excesiva en las costumbres es como un sermón tosco y agresivo, y el trato agradable del hombre como un sermón refinado y elocuente. Por tanto, si no debe admitirse la falsedad bajo formas melosas, tampoco hay que rechazar la verdad bajo tonos duros e incorrectos. O dicho de otro modo: no se permita el vicio de un hombre externamente impecable, ni se rechace la virtud de otro que es duro y austero.

45. Supongamos que dos hombres quieren persuadir de algo, y que uno lo hace de manera oscura, desordenada y sin entusiasmo, mientras que el otro lo realiza con agudeza, elegancia, dulzura y ardor. Hasta que se ignora quién de ellos se apoya en la verdad y quién se mueve en el error, no es extraño que el oyente se complazca más en las palabras del que, por medio de su discurso, es capaz de conciliar a los separados y animar a los pusilánimes, y ganarse desde el principio al oyente benévolo, atento y dócil. Y como ignora cuál es su intención, insistirá en lo que deben esperar. Si ambos enseñan una doctrina cierta y hermosa, el mensaje de uno se acepta con cierto amargor por sus palabras, y el del otro se acoge con gusto y avidez por su

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contenido suave y sabrosa suavidad. Con cuanta más delicadeza se presenta una verdad, tanto más aprovecha su mensaje. En cambio, si ambos afirman la verdad, y uno explica con poca elocuencia cosas maravillosas y profundas, y otro dice cosas más simples en tono moderado, éste penetrará mejor en los oídos. Se precisa mucho valor para no aburrirse, complacerse en comprender y creer con gusto las cosas grandiosas que se dicen de una manera incompetente.

46. Lo mismo sucede si nos fijamos en dos personas, una de las cuales es benévola, afable, de grata presencia y palabra agradable, y que con el encanto de su porte exterior se conquista el corazón de quienes le miran; la otra, en cambio, es dura, austera, demasiado seria y casi infunde miedo. Mientras se desconoce la virtud o el vicio de cada uno ¿quién va a reprender que la sensibilidad interior acoja con más gusto a la primera, y que a la segunda lo rechacen, no la voluntad o la razón, sino el afecto? Y si se llega a conocer que ambas son de idéntica virtud o que la más agradable es algo menos perfecta en algunas virtudes, no tiene nada de extraño ni carece de fundamento que la virtud interior sepa más sabrosa si se manifiesta en la amabilidad exterior, como la verdad en un hermoso sermón. Lo mismo que es normal que se reciba con cierta ansiedad espiritual, e incluso a la fuerza, la verdad expresada con una excesiva austeridad de costumbres, o una enseñanza que se hace con palabras fuertes y agresivas. Así como hay una elocuencia propia de la juventud y otra de la ancianidad, y la que se interpreta como fervor y vitalidad entre los jóvenes, en los ancianos tachamos de ligereza, del mismo modo el joven posee una benevolencia alegre, audaz, dispuesta a complacer, y rápida en realizarla, mientras que la del anciano es honesta, grave, nada disoluta, alegre, vacía de liviandad y llena de madurez. Ni aquél debe ser tachado de ligereza ni este otro de austeridad.

47. Sea cual sea el afecto del que ama, no quebrantará las normas de la caridad si a aquel por quien siente más simpatía no le entrega su propia persona ni nada prohibido por la razón, y al otro no le niega nada de lo que la misma razón le indica. Pues como estos afectos no dependen de nuestra voluntad, a veces nos movemos por ellos en contra de nuestro querer, y otras veces no los sentimos aunque lo queramos. El amor no procede del afecto porque el afecto influya en el espíritu, sino cuando el espíritu se guía por esa tendencia siguiendo el afecto. Lo mismo hay que pensar de la tendencia, que brota de la razón.

CAPÍTULO X X

Existen tres amores: el del afecto, el de la razón, y el de ambas

48. El amor procede del afecto cuando el espíritu consiente al afecto; de la razón, cuando la voluntad se une a la razón; y de estos dos puede brotar un tercer amor si la razón, el afecto y la voluntad se unen profundamente. El primero es dulce, pero peligroso; el segundo es costoso, pero fecundo; y el tercero es perfecto con las cualidades de ambos. El sentimiento de la dulzura conocida incita al primero, la evidencia de la razón impulsa al segundo, y en el tercero se recrea la razón. Este último difiere del primero en que en aquel se ama alguna vez lo que debe amarse, pero se ama más bien por la dulzura del afecto; en éste, en cambio, no se ama una cosa porque resulta agradable, sino porque es digna de amor, y en consecuencia es dulce.

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CAPÍTULO X X I

Síntesis de lo dicho y cómo se reconoce el verdadero amor de Dios

49. Después de todo lo expuesto, repitamos brevemente en qué consiste la energía del amor. Si el espíritu primeramente elige algo para disfrutar, después se lanza hacia aquello por un deseo interno, y finalmente hace lo necesario para alcanzar el objeto deseado, a eso sin duda hay que denominar amor. Con cuanto más fervor y ardor se realiza esto, tanto más se ama. Si lo hace movido por el afecto, ama más dulcemente y obra con más facilidad. Si lo que uno realiza por afecto otro lo hace sólo a impulsos de la razón, amará con menos consuelo pero obtendrá sin tardar lo que desea. Si la elección es mala, por elegir algo ilícito para gozar, lo que sigue a esa elección será también malo; dicho amor es desordenado y no merece el nombre de caridad sino de concupiscencia. Como dije anteriormente, si el espíritu, seducido o engañado, quiere gozar de algo que no sea Dios en sí mismo o el prójimo en Dios, traspasa los límites del auténtico amor. Además la elección puede ser buena, pero los movimientos pueden ser malos.

50. La elección y el consiguiente movimiento del deseo pueden apoyarse en la razón, y el último movimiento de la acción puede corromper todo el amor. Se verá más claramente con unos ejemplos.

Quien escoge gozar de Dios hace una elección buena; pero si en ese mismo fruto desea algo carnal, confiando que cuando se encuentre con Dios abundará en banquetes y disfrutará de todos los placeres, como refieren las fábulas judías, no le aprovechará la integridad de una elección que va acompañada de un deseo tan perverso. Y si escoge a Dios como objeto de su felicidad, y en Dios sólo le desea a él, pero pretende un bien tan grande por medio de actos no aptos, como son las ceremonias judaicas, los sacrificios paganos, o cualquier otra superstición, entonces anula todo el fruto del amor.

51. Sea, pues, sana la elección, adecuado el deseo y razonable el acto; y de ese modo no se desviará de la caridad. Es muy conveniente que cada uno sea lo más afectuoso, discreto y fuerte posible en este amor. Afectuoso para amar dulcemente, discreto para amar con prudencia, y fuerte para amar sin desfallecer. Afectuoso para saborear lo que elige con el deseo; discreto para no excederse en los actos; y fuerte para que ninguna tentación le separe. El afecto es útil contra los falsos placeres, la discreción contra los engaños, y la fortaleza contra las persecuciones. Quien se reconoce perfecto en estas tres cosas, ama feliz y tiernamente. Si el amor no puede ser afectivo, sea al menos discreto y fuerte; y si no redunda ahora en consuelo, que aproveche sobre todo para la felicidad futura.

CAPÍTULO X X I I

Qué debe tenerse en cuenta en el amor al prójimo

52. Consideremos esto mismo en el amor al prójimo. Si elegimos al prójimo para estar unidos con él en Dios, dicha elección es buena. Pero si dicha elección procede de un deseo torpe o de un acto desordenado, entonces queda manchada toda esa elección. Al amar a Dios nos fijamos en nosotros y no en él, porque es nuestro Dios y no necesita de nuestros bienes; pero en el amor mutuo, como nos necesitamos unos a otros, es preciso que nos fijemos en los dos. El deseo debe dirigirse también a los dos, y el acto debe realizarse en las dos direcciones. El deseo debe consistir en que , tal como conviene, ambos gocemos de nosotros en Dios, y

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que ambos gocemos de Dios en nosotros. Pero como el hombre consta de cuerpo y alma, nuestros actos, en cuanto sea posible, deben considerar ambas partes. Cuanto con más fervor y prudencia se actúa ahí, tanto más perfecta es la caridad. Cuanto más afectuosa, tanto más suave será la caridad. Y como, según hemos dicho, unas veces mueve a esto el afecto y otras la razón, ambas pretenden ordenar según sus facultades las tendencias y actos del deseo. Por eso, se precisa una atenta consideración para ver qué afecto debe seguirse y hasta dónde.

CAPÍTULO X X I I I

Qué afectos no deben admitirse y cómo se reconoce el verdadero amor de Dios

53. Así pues, el afecto espiritual que procede del demonio, el irracional que fomenta el vicio, y el carnal que lleva al vicio, no deben seguirse ni admitirse, e incluso, si es posible, deben arrancarse de raíz de nuestros corazones. En cambio, el afecto espiritual que proviene de Dios debe admitirse y promoverse por todos los medios y fomentarse. A él acompaña provechosamente nuestro deseo, pues cuanto más dulce se nos muestra su gran excelencia con tanto mayor fervor se ansía su deseada presencia. Nuestra acción debe excitarse con este afecto, pero no debe ordenarse por él. Debe excitarse por él, para que la voluntad nunca cese de obrar bien y perfectamente; pero la acción no debe ordenarse por el afecto, para que no supere las posibilidades corporales. El cuerpo, en efecto, es un instrumento para ejercitar el afecto, y como es de arcilla y expuesto a innumerables sufrimientos, no puede soportar el ardor de un espíritu ferviente si la acción externa no se templa con cierta moderación: con una actividad inmoderada el cuerpo desfallece y sucumbe.

54. Es propio de este afecto desconocer la moderación, no tener en cuenta las fuerzas humanas, absorber las energías carnales, y al lanzarse hacia el amado con un impulso ciego, sólo piensa en lo que desea y desprecia todo lo exterior. Se abraza a lo duro, arduo e incluso imposible, como si fuera lo más liviano y que no exige esfuerzo, y con el gozo del afecto interior no siente las gravísimas molestias del hombre exterior. Por eso, para que la voluntad se caliente con este fervor continuo, y para que cualquiera soporte con paciencia, e incluso con gozo las molestias externas, el ímpetu de este afecto ha de preferirse a la inclinación del deseo; pero una vez que pasa a los actos debe regularse por la norma de la razón, para que no se superen las posibilidades corporales. Por ignorar algunos esta norma de vida, y dejarse llevar ingenuamente del ímpetu de su afecto, se hacen más débiles que santos. El afecto se enfría por tales acciones excesivas, y la misma voluntad languidece con semejante opresión. En su momento indicaremos cómo deben moderarse los actos siguiendo a la razón, si el Espíritu que inspira y ordena los buenos afectos y solamente reforma los malos, se digna sugerirme algo útil. Ahora continuemos la distinción de las afectos que habíamos comenzado.

CAPÍTULO X X I V

Cómo seguir el afecto racional

55. Así pues, el afecto racional que brota al contemplar la virtud ajena, consta que es el más perfecto de cuantos nos incitan a amar al prójimo. Amar la virtud es, en efecto, un indicio grande de virtud. Y es muy útil consentir a ese afecto, sea para emular las virtudes, lo cual se consigue mejor con este afecto, sea para aborrecer los vicios, que nos repugnan al considerar

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con diligencia las virtudes. Si nuestro deseo se guía por este afecto, creo que no será pernicioso ni nocivo; no perjudica, sino que aprovecha mucho desear la presencia del que nos corrige con su ejemplo si somos malos, nos espolea si somos buenos, o si somos perfectos nos confirma con el mutuo coloquio.

56. Debe desearse la presencia temporal de personas santas, pero mucho más la de Cristo para siempre en los cielos. Aunque sea el mismo afecto quien excita ese deseo, no las alcanzamos con los mismos actos. Para conseguir la presencia corporal de los santos basta recorrer un breve camino si están ausentes, pero a la eterna nos dirigimos viviendo santa, justa y piadosamente. Por eso, aunque nos movemos a realizar ambas cosas impulsados por un mismo afecto, su impulso ha de seguirse sin vacilar en el ejercicio interno y no ha de temerse ningún exceso en la santidad interior. Pero la práctica exterior de las virtudes, de la cual se dice: No quieras ser demasiado justo41, debe moderarse con el criterio de la razón. Por otra parte, aunque sea útil desear la presencia corporal de los santos, no siempre se busca con provecho; por eso en esta acción no debe seguirse el afecto sino consultar a la razón. ¡Qué grata fue para los hermanos de Antioquía la presencia corporal de Pablo y Bernabé, cuya sabiduría les instruía, su ejemplo les confirmaba y cuyas charlas les protegían de los que pensaban de manera distinta! Pero al oír al Espíritu que decía: Apartadme a Bernabé y a Pablo para la tarea a que los he llamado42, a pesar de la repugnancia de su afecto, les impusieron las manos, oraron y los despidieron. ¿Acaso Pablo no experimentó el afecto de Timoteo que derramó copiosas lágrimas? Pero si ese varón tan eximio hubiera cedido a ello, hubiera seguido de manera irracional las huellas de Pablo, que dijo: Doy gracias a mi Dios siempre que te menciono.. Al recordar las lágrimas que derramaste para colmar mi gozo43.

CAPÍTULO X X V

Cómo precaverse y admitir el afecto obligado

57. Tratemos del afecto obligado que es el más peligroso de los que pueden admitirse. Porque debe admitirse, pero con las máximas cautelas. ¿Hay algo más digno y razonable que corresponder a quien te ama, cumplir con quien te hace un favor y ser agradecido con quien te regala algo? ¿Y no debe evitarse por encima de todo ser sobornado con dádivas o comprado con favores y fomentar los vicios o apoyar al vicioso? No me refiero a los que aman los regalos, buscan recompensas, y quedándose en una justicia egoísta no se interesan por el hombre sino por los favores. Trataré de aquellos que, provocados por los regalos y dones, no se apegan a las dádivas, sino que se vinculan a la persona con un afecto interior.

58. Insisto en que tal afecto debe admitirse, pero con cautela. Debe admitirse para no ser ingratos al favor; y con cautela, para no dedicarlo al vicio sino a la persona. Por tanto, como se requiere la máxima discreción al recibir regalos y donaciones, lo más importante es conocer con qué afecto nos movemos hacia aquel que nos ayuda con dones y beneficios: atiéndase sobre todo a la dignidad de su persona, para que si lo merece, este afecto de cortesía se convierta en racional; y si comenzamos a amarle por sernos grato, amémosle a continuación por las virtudes que le adornan.

141 Ecl 7,17.

242 Hech 13,3.

343 2 Tim 1,3-4.

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59. Suele suceder que una persona irreprochable, como ya dijimos anteriormente, no se atrae fácilmente el afecto de quienes la ven por la austeridad de su aspecto; pero si se muestra generosa con nosotros, surge y se aviva insensiblemente el afecto que antes estaba oprimido y abrumado por la seriedad. La virtud que antes agradaba pero no se saboreaba, pasa y penetra por su suavidad al afecto, como al paladar del corazón, aunque no sea ésa su función propia; y de este modo admirable deleita y resulta sabrosa. Pero si es de tal condición que no posee ninguna virtud agradable, debe admitirse el afecto en la medida en que puede desearse su corrección. Con todo es preciso moderar el afecto espontáneo que surge y actúa por unos motivos muy precisos y se dirige a la persona prescindiendo de otras causas. La misma devolución de obsequios y regalos no debe regularse por el afecto sino por la razón. Y asimismo, al desear su presencia, o hacer algo para lograrla, sígase la razón y no el afecto.

CAPÍTULO X X V I

Qué normas hay que observar en el afecto naturaly en qué consiste amar en Dios y por Dios

60. Examinemos ahora atentamente qué normas deben observarse en el afecto natural. Es imposible no admitir este afecto, y supone una gran virtud no seguirlo. Nadie se aborrece a sí mismo; y sin embargo quien me sigue, dice el Salvador, y no odia su alma no puede ser mi discípulo44. Y esto otro: Quien me sigue y no aborrece a su padre y a su madre, no puede ser mi discípulo45. El Apóstol, en cambio, afirma: Quien no atiende a los suyos, sobre todo a los de su familia, ha renegado de la fe y es peor que un incrédulo46. ¿En qué quedamos? ¿Piensan de distinta manera el maestro y el discípulo, el siervo y el Señor, la verdad y el amigo de la verdad? ¡En absoluto!

61. Debemos distinguir entre aquellos dos amores, que citamos anteriormente: el uno según el afecto, y el otro conforme a la razón. Es natural que el hombre sienta afecto hacia sí y los suyos, pero no debe amar según el afecto sino conforme a la razón. El afecto aparece en lo que dice el Apóstol: nadie odia su propia carne47. Pero amar según el afecto está prohibido con aquella sentencia del Salvador: Quien me sigue y no aborrece a su padre y a su madre, e incluso su propia alma, no puede ser mi discípulo48. El Apóstol ordena amar conforme a la razón, al decir: Quien no cuida de los suyos, sobre todo de sus familiares, ha renegado de la fe y es peor que un incrédulo49. Amar según el afecto queda excluido por el Apóstol al predecir entre los males futuros que los hombres se amarán a sí mismos50. Lo que sigue indica claramente que se refería al amor según el afecto: Los hombres serán egoístas y codiciosos, fanfarrones, arrogantes... más amigos del placer que de Dios51. Y es que este

444 Lc 14,26.

545 Ibidem

646 1 Tim 5,8.

747 Ef 5,29.

848 Lc 14,26.

949 1 Tim 5,8.

050 2 Tim 3,2.

151 2 Tim 3,2-4.

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afecto inspira siempre lo muelle y blando; acoge con gusto lo gratificante, lo delicado, lo voluptuoso y lo placentero; en cambio, evita y rehuye horrorizado todo lo que es difícil, arduo y contrario a la voluntad. Por eso seguir dicho afecto es un amor malo, que despoja al hombre de lo humano y lo convierte en animal, y encubre y oculta lo que posee de razonable, honesto y hasta de provechoso.

Este amor es propio de los animales y se tolera en los niños, pues los primeros carecen de razón y en los segundos está adormecida. El mismo Salvador distingue con precisión estos dos amores al decir: Quien ama su alma la perderá, y quien desprecia su alma en este mundo la encontrará en la vida eterna52. Como dijo un santo. “Si amas mal, la odias; y si la odias bien, la amas” 53. Quien ama según el afecto odia, porque quien ama la maldad aborrece su alma54. Y quien odia según el afecto, ama conforme a la razón. Por eso se añade “en este mundo”, porque todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y soberbia de la vida55. En consecuencia, quien ama su alma según el afecto ama en este mundo, pues ama en la concupiscencia de la carne y de los ojos y en la soberbia de la vida, que es lo que sugiere el afecto.

62. Con esta distinción se responde también a la pregunta de algunos sobre qué diferencia existe entre amar en Dios y amar por Dios. El afecto en sí no tiene a Dios por motivo, sino que nace en el alma de modo natural o accidental. Por tanto, si a impulsos del afecto se manifiesta el amor hacia quien el espíritu se ve atraído con una inclinación dulce y espontánea, en ese caso no se ama en Dios ni por Dios, sino por uno mismo. Pero si además de sentir afecto se acoge al otro en el amor de Dios, y ese amor es sabroso por el afecto, y su expresión la modera la razón, tal amor no se recibe originariamente de Dios, pero se practica saludablemente en él. Por otra parte, si movidos por el precepto divino tratamos como conviene al que el afecto rechaza y evita, y le asistimos en sus necesidades como lo indica la razón, ese tal no es amado por sí mismo sino solamente por Dios.

63. Así pues, ámese en Dios al amigo a quien no se puede no amar; y al enemigo, a quien no puede amársele por el mismo, amésele por Dios. Al primero por el afecto y al segundo por la razón. En el afecto natural sígase esta norma: es bueno que exista y se sienta, pero que lo regule siempre el criterio de la razón. El santo José manifestó primeramente con lágrimas el afecto natural a sus hermanos56, pero si este santo varón hubiera obrado sin tener en cuenta la razón, sus hermanos nunca hubieran expiado con un sufrimiento eficaz su crimen de traición. También el Salvador, movido de un piadoso afecto, lloró con admirable compasión la ruina de la ciudad, pero castigó justamente con la infamia del exterminio los crímenes de esa misma ciudad57.

64. ¡Ojalá los jerarcas de la Iglesia sometieran su afecto a esta norma! Pues muchos de ellos acogen demasiado carnalmente a sus familiares, y no sólo no reprenden con rigor sus vanidades y placeres mundanos, sino que con horrible presunción les ayudan a satisfacer su sensualidad con el precio de la sangre de Cristo. ¡Qué pena! Entrar en las casas de algunos

252 Jn 12,25

353 S. Agust. Coment. sobre Juan, 51, 10

454 Sal 10,5.

555 1 Jn 2,16.

656 Gen 42,24.

757 Lc 19,41.

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obispos, y para más vergüenza, vestidos de cogulla, es como entrar en Sodoma y Gomorra. Allí aparecen personas con luengos cabellos y afeminados, con las nalgas medio descubiertas con gestos de meretrices, como aquellos de la Escritura: Pusieron niños en el prostíbulo58. Y entre esas liviandades se toma tu sangre, Señor Jesús, se levanta tu cruz, se muestran tus heridas, se consume el precio de tu muerte. Para que éstos tengan ágiles galgos, aves muy veloces y briosos caballos, se desnudan tus espaldas en los pobres, tus azotes son objeto de burla, y se desgarran tus entrañas. Y tú, Jesús mío, lo ves, ves todo eso y callas. ¿Vas a estar siempre callado? No: Hablaré como mujer en parto59. Pero volvamos al tema.

CAPÍTULO X X V I I

No se debe rechazar totalmente el afecto carnal, ni admitírsele sin reservas

65. Así pues, el afecto carnal, producido por el atractivo exterior del hombre, ni debe rechazarse totalmente ni acogerse de tal modo que se desborde. Pues está muy de cerca de él ese otro afecto que lleva al vicio; y si no se evita éste con prudencia se infiltra el otro sin que casi lo advierta el que lo siente. Por eso, tal afecto se acoge con provecho si se admite con cautela y moderación. Es decir, si acaso brilla en él la virtud, acójase fácilmente; pero si domina el vicio, insístase tenazmente en corregirlo. Todo lo que dijimos del afecto oficial, apliquémoslo sin vacilar a éste. Y los que son aún muy proclives a los vicios carnales hacen bien en rechazarlo, pues casi siempre que lo perciben les halaga el vicio.

CAPÍTULO X X V I I I

Se examina no sólo el origen, sino también el proceso y el fin de los afectos,y se dan ejemplos de cómo se cambia un afecto en otro.

66. No sólo debe examinarse el origen de estos afectos, sino analizar sagazmente su proceso y su fin. Pues suele ocurrir que surge sutilmente un afecto y después acaba en otro, o al menos cambia. Bastará que nos fijemos en dos o tres. Alguien se conmueve ante la fama de una virgen, a quien se ensalza por su santidad de cuerpo y alma, su fe sincera, su gran discreción, estar arraigada en la virtud de la humildad hasta el completo desprecio de sí misma, su extraordinaria abstinencia y obediencia sin límites; admirando tales virtudes, se la venera con sumo afecto. Es un afecto que anteriormente definimos como racional. Si se comienza a disfrutar de su familiaridad, recibir obsequios, saborear su conversación, y se le envía cartas, cumplidos y pequeños regalos, entonces ese afecto pasa insensiblemente de racional a obligado. Y la que comenzó siendo amada por el mérito de su santidad, ahora es visitada por el favor de la mutua liberalidad. Y si ese afecto se permite después ciertas caricias, se introduce el carnal, que es el peor de todos, por incitar al vicio.

67. He conocido hombres muy honestos, abstinentes y que desechaban con gran horror toda indecencia; se unieron a otros jóvenes, que a pesar de su tierna edad les veían colmados de virtud, y por su admirable madurez de costumbres y santidad de vida habían llegado a ser, por así decirlo, unos espirituales cubiertos de canas: les profesaban y manifestaban el afecto

858 Joel 3,3.

959 Is 12,14.

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más tierno y profundo. Al permitirse tanto regalo, y recrearse con su semblante, y en cierto modo, de sus abrazos, fueron sorprendidos por un afecto vicioso que se infiltraba sutilmente. Y los que no se dignaban mirar a otros que sabían que eran pecadores, e incluso los rechazaban con horror de su espíritu que sentía nauseas, ahora no pueden visitar, sin sentir los halagos del vicio, a las personas más pudorosas, graves y envueltas en la hermosura de la virginidad, a las cuales el más impúdico o desesperado mira con todo respeto.

68. ¿Por qué esto? Sin duda, porque es más fácil que un afecto se mude en otro, que un impúdico abrace con un corazón pudoroso o que se perciba el pudor sincero en un impúdico. Por eso, cuando nuestro afecto, aunque sea racional o espiritual, se orienta hacia una edad o sexo sospechosos, es muy conveniente que sea reprimido por la mente y no se le permita deslizar a fútiles blanduras y suaves caricias, sino que progrese en la madurez y templanza para practicar con más fervor la virtud que ama y ensalza.

CAPÍTULO X X I X

Muchas veces diversos afectos luchan en la misma alma,y por eso se indica con ejemplos cuál debe anteponerse

69. Tenemos que hablar aún más de esos afectos, pues a veces rivalizan juntos en el alma, y ver cómo combaten entre sí. Cuando esto sucede, se necesita mucha discreción para saber cuál debe anteponerse, y es preciso usar la virtud para que el inferior no desplace al superior. Cuando a Abrahán se le mandó inmolar a su propio hijo, en modo alguno endureció sus entrañas anulando su afecto natural, sino que al rebelarse en el pecho de este santo varón el afecto natural hacia su hijo y el espiritual hacia Dios, antepuso el superior al inferior; aún más, despreció el inferior por el superior. Asimismo, el maravilloso joven Jonatán no ocultó para injuria de su padre el plan con que éste pretendía matar a David, con quien le unía un pacto sagrado, sino que prefirió con todo derecho el afecto racional al natural. Y no hay que admirarse si por el amigo se relegase al olvido en ese santo pecho el afecto a su padre, por lo cual despreció con inalterable virtud lo que él creía una injuria personal hacia él. Y cuando David huía de Saúl, este hombre de invicta caridad se le acercó en un lugar oculto para manifestarle el plan de su padre, y después de abrazarse con besos y lágrimas, y redoblar con piadosos sollozos su profundo afecto, Jonatán renovó su alianza diciendo: Tú ciertamente serás rey, y yo seré tu segundo60. ¡Oh varón digno de ser ensalzado con las mayores alabanzas! Hombre sin envidia y carente de ambición, que prefirió un amigo a un reino, y lo que parecía que era suyo quiso que fuera de otro: Yo, dice, seré tu segundo.

70. ¡Qué corazón tan humilde! Un hombre de sangre real, a quien esperaba la herencia de la sucesión, que podía esperar escalar las más altas cumbres por su estirpe, su valor, el apoyo de las tropas, el favor popular, y la fama de su triunfo admirable cuando con un solo compañero atacó los fuertes escuadrones del ejército enemigo y consiguió para su pueblo una inesperada victoria, ahora se postra ante un servidor suyo y le dice: Yo seré tu segundo. Ese, repito, en cuya alabanza se canta : El arco de Jonatán nunca se volvió atrás, ni su espada se blandió en vano61, ahora parece ignorarse a sí mismo para reconocer al amigo: Tú serás el rey, y yo seré tu segundo. ¿Quién es capaz de pensar así, incluso hacia un hermano uterino, sin algo de

060 1 Sam 23,17.

161 2 Sam 1,22.

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envidia? ¿Quién renuncia a tantas esperanzas por un amigo? Los hijos del patriarca Jacob, por envidiar excesivamente el cariño paterno del que uno era objeto por encima de los demás, acarrearon la esclavitud del hermano y a su padre una inmensa tristeza. El primer pontífice, inducido, si no me engaño, por su hermana profetisa, murmuró por envidia de su mansísimo hermano, y apenas pudo librarse del castigo divino por las súplicas de Moisés62. El sapientísimo Salomón, en cuanto tuvo ocasión, mató a su hermano que aspiraba al reino63. Sólo Jonatán despreció por su amigo al padre, la patria y el reino, y dijo: Tú serás el rey, y yo tu segundo. Si hubiera dicho: “Yo seré el rey y tú serás mi segundo”, no hubiera violado la ley de la amistad ni la fidelidad de amigo. Lloraban los dos, dice la Escritura, pero David más64.

71. Se imponía, en efecto, una separación más cruel que la muerte, por la que esos dos corazones ya no podrían verse. Con ella se acabaron sus íntimos coloquios, los consuelos que compensaban todos los peligros, y la revelación de sus secretos que valía más que la misma vida: por eso lloraban los dos. Contempla, te ruego, a un hombre de amor ordenadísimo. Jonatán, en efecto, debía afecto a su amigo y respeto a su padre. Ser fiel al amigo y atender a su anciano padre. Si se hubiese unido al amigo siguiendo el afecto, hubiera lesionado los derechos del amor paterno. Pero si, ante los avisos e incluso amenazas del padre hubiera roto con su amigo, habría quebrantado la ley de la alianza contraída y de la más santa amistad. Por el afecto les resultaba grato estar unidos, pero guiados por la razón aceptaban la separación. Llorando pagaban el tributo debido al afecto, y al separarse, aunque fuera a la fuerza, cedían a la razón. Ambos lloraban, porque ambos amaban. ¿Por qué David más? Porque Jonatán había predicho de algún modo que él menguaría y su amigo crecería, que él sería privado del reino y lo recibiría David. La ley de la amistad exigía que uno llorara por compasión la desgracia del amigo, y el otro reprimiera un poco las lágrimas para que no pareciera que sufría por el éxito de su amigo.

Así pues, antepuso el afecto natural al racional, pero ordenó los actos guiándose por la razón. David, por su parte, cuando aquel mensajero le anunció la victoria de su ejército sobre el hijo parricida, cedió al afecto natural y lloró la muerte de su hijo; pero corregido por el general, antepuso el afecto obligado al natural, y reprimiendo el llanto se unió con gozo al pueblo victorioso.

72. También nuestro Salvador, a impulsos de ese afecto natural por el que nadie odia su propia carne, exclamó: Padre, si es posible que pase de mí este cáliz; pero por el afecto espiritual, por el cual estaba siempre unido al Padre, lo sometió plenamente a la razón, diciendo: Pero no como yo quiero, sino como tú65. Por tanto, la norma a seguir en estos afectos, es que el que impulsa nuestro espíritu hacia Dios debe anteponerse a todos los demás; y después el racional al obligado, el obligado al natural y el natural al carnal.

CAPÍTULO X X X

Qué utilidad ha de buscarse en los afectos

262 Núm 12,12.

363 1 Re 2,25.

464 1 Sa 20,45.

565 Mt 26,39.

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73. Después de analizar diligentemente lo que hemos dicho sobre los diversos afectos, resulta evidente, a mi parecer, qué provecho ha de buscarse en ellos. Sin duda alguna, que con esos afectos nos excitemos a desear lo que debe amarse, como si fueran unos aguijones de amor; que conservemos el amor con más suavidad y diligencia por la dulzura que infunden los afectos; y que practiquemos los actos con los que tendemos a lo deseado, con tanto más gusto cuanto mayor es el afecto, y con tanto más fervor cuanto mayor es el consuelo. El deseo debe ser excitado por el afecto, pero casi nunca debe seguirlo, como lo hemos indicado. Del mismo modo, es muy provechoso practicar las buenas obras, impulsados por el afecto, y perseverar en ellas por afecto; pero ordenarlas según el afecto carece de orden. Nos queda, pues, decir lo que podamos sobre cómo deben ordenarse nuestras obras según la razón. El deseo guiado por la razón es uniforme: se experimenta sólo en el amor que procede del afecto, y es la voluntad quien lo acoge tras pasar por la razón.

CAPÍTULO X X X I

Con qué actos nos conviene tender a Diosy con cuáles atender a nosotros mismos y al prójimo.

74. Hay algunos actos por los que tendemos espiritualmente al sumo bien, que debe ser amado y deseado por encima de todo; hay otros con los que atendemos a nuestra necesidad y al bien y necesidad del prójimo, y esta preocupación no dudamos que debe ser orientada a aquel mismo fin. Parece que el Apóstol ha resumido en una breves palabras la condición de una vida perfecta, al decir: vivamos sobria, justa y piadosamente en este mundo66. La sobriedad es un estilo de vida humana y de templanza que evita prudentemente los excesos y nos dirige por el camino real sin desviarse a la derecha ni a la izquierda. Los sabios de este mundo la llaman frugalidad, cuya prestancia expone maravillosamente el más elocuente de ellos: Cada uno piense como quiera; para mí la mayor virtud es la frugalidad, es decir, la moderación y templanza67. Ahora bien, aquel a quien tendemos de manera absoluta es también la suprema moderación, no carece de nada, no le molesta, ni le sobra, ni le falta nada. Cuando lleguemos a él no apeteceremos nada ajeno a él ni nos hastiará lo que hay en él. Es, pues, necesario que nos mantengamos dentro de cierta medida y mesura, sin rebajarnos más de lo justo ni levantarnos con arrogante presunción más de lo que conviene.

75. Creo oportuno recordar que el Apóstol llama justicia a la virtud por la que, atendiendo a la necesidad o salud del prójimo, y discerniendo al hacer los favores qué conviene a cada uno y quién debe ser el preferido, otorgamos a cada uno lo justo. A estas dos virtudes, es decir, la sobriedad y la justicia, añade con mucho acierto la piedad, para que ni los filósofos ni nadie que no crea en Cristo se gloríe de ellas; dicha piedad consiste en una fe sincera y en una intención pura. La intención parece referirse a la elección del amor, de la cual ya hemos tratado. Tal vez el lector exija ahora que expliquemos más ampliamente esa manera de vivir que puede convertirse en peligrosa e incluso perniciosa. A nadie se le oculta que eso es muy arduo y difícil de exponer, pues las cualidades humanas son tantas como los hombres, y es casi imposible hallar dos personas que sean idénticas en todo. Lo que a uno basta, para otro es insuficiente; con lo que éste va bien, el otro desfallece; y lo que para uno es necesario, para otro es superfluo. Pero parece oportuno decir algo que sea apto para todos, y que cada uno se

666 Tit 2,12.

767 Cic. Pro rege Deiotaro, IX, 26

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lo pueda aplicar, y con la ayuda de la razón discierna si sobrepasa las exigencias normales de la vida.

CAPÍTULO X X X I I

Al comenzar a tratar cómo moderar la vida humanaindica la sobriedad a seguir en el orden natural

76. Existen tres formas de vida humana: la natural, la necesaria y la voluntaria. La primera se nos da, la segunda se nos impone y la tercera se nos ofrece. La primera depende del poder, la segunda de la necesidad, y la tercera de la voluntad. La primera necesita de la gracia, la segunda de misericordia y la tercera merece la gloria. Expongamos lo mejor que podamos lo que puede decirse de cada una.

77. El orden natural consiste en no cometer nada ilícito, pero permite usar lícitamente de lo lícito. Una cosa lícita es, por ejemplo, comer carne, beber vino, usar del matrimonio, poseer riquezas. Como dice el Apóstol. Para los puros todo es puro68, y nada es desechable si se toma con acción de gracias69. El mismo Apóstol condena a los herejes que prohíben casarse y mandan abstenerse de los alimentos que Dios creó para que los fieles los tomen con acción de gracias. Pero para usarlos lícitamente debe tenerse muy en cuenta el modo, tiempo, lugar y su naturaleza. Todos deben ser moderados y no excederse por ningún motivo, como dice el Salvador: Poned atención que no se embote la mente con el vicio, la embriaguez y las preocupaciones de la vida70. Sobre el uso del matrimonio dice Pablo: Que cada uno sepa usar de su cuerpo con respeto sagrado, no por pura pasión71. Al describir la clase de vestidos, Pablo afirma: No con vestidos lujosos72.

En el uso de lo lícito es preciso cumplir esta norma: al comer y beber no llegar hasta la crápula y embriaguez, no angustiarse por conservar las riquezas, evitar las pasiones vergonzosas en el uso del matrimonio, y no buscar en los vestidos lo más costoso sino remediar la necesidad. También hay que reservar un tiempo para cada cosa y, por ejemplo, no violar sin causa razonable el ayuno en los tiempos que la tradición eclesiástica ordena abstenerse de alimentos; no usar del matrimonio en los tiempos que deben consagrarse a la oración; no enfrascarse en negocios mundanos en los días destinados por la autoridad eclesiástica a un saludable descanso para escuchar la palabra de Dios; y no abusar de vestidos lujosos los días que la santa religión instituyó para manifestar el dolor y la penitencia cambiando de vestidos.

También se debe tener en cuenta el lugar en todo lo que se usa. ¿Quién no tachará de sacrilegio hacer banquetes en una iglesia, o usar allí del matrimonio o montar negocios? Escribiendo a los Corintios el Apóstol les reprocha no haber observado el tiempo legítimo para comer y beber: Cuando os reunís no coméis la cena del Señor, pues cada uno se adelanta a consumir su propia cena73. No observaban el tiempo oportuno quienes antes de recibir la Eucaristía tomaban alimentos ordinarios en contra de las ordenanzas apostólicas. Y

868 Tit 1,15.

969 1 Tim 4,4.

070 Lc 21,34.

171 1 Tes 4,4.

272 1 Tim 2,9.

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sobre la manera de la transgresión acusa también a los mismos al decir: Y mientras uno pasa hambre, el otro se embriaga74. A continuación echa en cara cómo desprecian el lugar: ¿No tenéis casas para comer y beber? ¿Menospreciáis la Iglesia de Dios?75.

78. Finalmente es preciso analizar atentamente la naturaleza de lo que puede usarse; no porque se crea con sacrílega impiedad que alguna criatura de Dios sea inmunda, sino porque la autoridad sagrada nos obliga a abstenernos de lo que sabemos que se ha ofrecido en sacrificio a los demonios, o está comprobado que ha sido arrebatado a otros por el robo o la rapiña, y evitar así que los impíos o los débiles crean que se consiente en tal impiedad al tomar esos alimentos. Por eso dice el Apóstol: Si alguno os dice: esto fue inmolado a los ídolos, no lo comáis76. El santo Tobías, aunque estaba ciego conservaba íntegramente las facultades mentales, y al oír balar a un cordero que su mujer había recibido como regalo de un trabajo, temió injuriar a alguien y mancharse él mismo comiendo algo ilícito, y dijo: ¿No será robado?77. Baste lo dicho sobre la naturaleza de las cosas; con ello hemos indicado algunas cosas que pueden usar los hombres. Quien esté interesado hallará en ello cómo actuar en todo lo demás. Ahora tratemos someramente del orden necesario.

CAPÍTULO X X X I I I

Se describe el modo de satisfacer y expiar en el orden necesario

79. El orden necesario consiste en que quien ha hecho algo ilícito se abstenga del uso de lo lícito. En esta restricción deben considerarse dos cosas: el modo de satisfacer y la necesidad de purificarse. El modo de la satisfacción pide que el rigor de la continencia se adapte a la gravedad de la culpa, y como dice el Bautista hagamos frutos dignos de penitencia. Como la calidad de la satisfacción pertenece a la solicitud pastoral, y hay muchos libros y sentencias de los santos Padres, desisto de decir nada más. Pero no sólo ha de mantenerse el modo de la satisfacción, sino conocer la necesidad de la purificación. Y no sólo se debe abstener de lo lícito para satisfacer, sino también entregarse a duros trabajos para eliminar o reducir las pasiones arraigadas con malas costumbres. Los ejercicios externos son instrumentos del hombre interior, con los cuales se arrancan fácilmente las pasiones viciosas que manchan el alma y se diluyen por completo las manchas del rostro interior por una especie de tratamiento áspero. Por eso quien desea purificarse debe fijarse ante todo en las pasiones que le atacan, examinar después cuáles son las que más le agobian, y finalmente buscar con la máxima prudencia los medios para combatirlas. Tras considerar todo esto, oponga el medio oportuno a cada pasión, y empéñese con todo ardor en aplastar a la que más se resista. La pasión carnal se reprime fácilmente con la sobriedad en el comer, el corazón flojo y veleidoso se fortalece con el rigor de las vigilias, el silencio mitiga la ira, y la laboriosidad fustiga el tedio del espíritu. Pero no debe insistirse con tanta vehemencia en extinguir una pasión que el instrumento corporal se debilite para luchar contra las demás; ni hay que esforzarse indiscretamente en no sentir ya pasión alguna, sino en moderarlas con el juicio de la razón

373 1 Cor 11,20-21.

474 1 Cor 11,12.

575 1 Cor 11,22.

676 1 Cor 10,18.

777 Tob 2,13.

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cuando se sientan.Baste lo dicho para tratar brevemente el modo de la purificación. Quien desee conocer

mejor la lucha contra los vicios y los remedios, lea el libro de Juan Casiano titulado:“Cómo formar a los que renuncian”. Allí expone con estilo elocuente sus orígenes, el modo de combatirlos y el remedio para expulsarlos.

CAPÍTULO X X X I V

Cuál es el orden voluntario y el modo de actuar en él

80. Nos toca ahora examinar el orden voluntario, del cual dice el salmista: Gustosamente te ofreceré sacrificios78. Existe holocausto gratuito, hostia agradable y sacrificio voluntario cuando alguien, por los dones que ha recibido y por lo que se le ha mandado, se eleva con libertad de espíritu a lo que se ofrece a quienes suspiran por los premios de una gloria superior. El Salvador invita a los más fervientes a esa cumbre de perfección al decir: Si quieres ser perfecto, anda, vende tus bienes, dáselo a los pobres y después sígueme 79. Y en otro lugar: Hay eunucos que se han castrado por el reino de los cielos. El que pueda con ello que lo acepte80. Así pues, renunciar al mundo, conservar la castidad y profesar una vida más austera, se consideran sacrificios voluntarios. Es cierto que después de renunciar al mundo no se puede mirar atrás sin que se cierre la entrada al reino de los cielos, y que el voto de castidad hace ilícita toda acción carnal, o que habiendo profesado una vida austera es un desastre retornar a la molicie. Pero esta vida perfecta que se acepta voluntariamente y sin coacción alguna, no debe concebirse como algo necesario y obligatorio, sino plenamente voluntario; como nadie impone dicha obligación al que no quiere, sino que se acepta espontáneamente por deseo de la perfección, debe llamarse voluntaria y no coaccionada.

81. Por tanto, quien aspira a estas realidades excelsas y sublimes, considere primeramente con diligencia cuáles y cuán importantes son las exigencias del voto o propósito, y discierna en la balanza de la experiencia sus facultades humanas externas e internas. Llamo energías interiores a aquellas con que se lucha en los ejercicios diarios en el combate de las tentaciones; y energías externas aquellas con que se soportan con infatigable generosidad el peso de los trabajos corporales. Aunque el ejercicio interior y exterior sea siempre necesario en cualquier estado para el que quiera progresar, los corporales purifican especialmente al alma de las manchas de las pasiones, y los espirituales derraman sobre ella una especie de aromas celestiales por la suavidad de las fragancias espirituales. Así como el que está manchado con la inmundicia de los vicios no siente la dulzura del ungüento, el que es víctima de las pasiones carnales necesita sobre todo las penalidades externas. Una vez adormecidas o extinguidas las pasiones, se puede moderar un poco lo externo y practicar con más intensidad y fervor lo espiritual. Pero de tal modo que no se sobrepase con presunción la norma de la profesión, ni se anulen o confundan los distintos tiempos que se ordenan en la regla que se ha abrazado; antes bien, cúmplase cada obra en el tiempo establecido y entréguese a ellas con la calma o fervor que cada uno crea conveniente.

878 Sal 53,8.

979 Mt 19,21.

080 Mt 19,12.

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CAPÍTULO X X X V

Controversia sobre cierta carta referente a la regla y profesión de los monjes

82. Aunque no esté muy relacionado con esta materia, creo oportuno que nosotros los monjes examinemos con atención la obligatoriedad de nuestra regla. Y como en ella hay muchas normas espirituales y corporales, analicemos con sumo cuidado dónde reside sobre todo la obligatoriedad de la regla y de nuestra profesión.

He leído una carta que responde de este modo a quien le preguntaba sobre esta materia: “No temo afirmar que la norma de vida monástica, o la calidad del orden monástico, e incluso la esencia de la profesión monástica, reside en aquello que constituye al monje si se prescinde de todo lo demás, y sin lo cual lo demás no hace al monje ni tiene sentido”.

83. “¿Y qué es eso? Aquello que prometimos, y en cuya observancia y perseverancia hemos puesto como testigos a Dios y a los santos. ¿De qué se trata? De la estabilidad en nuestro monasterio, de la conversión de nuestras costumbres y de la obediencia según la Regla de San Benito”. Y más adelante añade: “Quiero que el libro de San Benito se lea a los monjes, y que yo abrace de corazón lo que crea que es necesario de cuanto hemos establecido como esencial a nuestra Regla y a la profesión monástica. Que con la ayuda del Señor me esfuerce en cumplir con la máxima devoción los votos y cuanto he prometido. Todo lo demás intentaré cumplirlo, no como núcleo de la Regla sino como algo que la ayuda y mantiene”.

84. Dudaríamos, acaso, cuáles son esas otras cosas, si él mismo no las hubiera insinuado a continuación: no salir de clausura, practicar el trabajo manual, la cantidad, multiplicidad o variedad en la comida y bebida, el aderezo del lecho, y usar calzones sólo en los viajes. “Si pertenecieran a la esencia de la profesión monástica, pregunta él, ¿sería lícito dispensar de algunas de ellas en ciertos momentos, o cambiarlas de algún modo? Por otra parte, si no existe nada esencial, yo no seré monje al no reconocer en mí la esencia de monje”.

Y al final del tratado afirma: “Así pues, querido hermano, se puede dispensar de estas cosas, lo mismo que San Benito permite comer carne a los muy débiles y usar calzones a los que van de viaje; y como se pueden dispensar y cambiar estas cosas, no pertenecen a la esencia de la profesión”. Esto dice él.

85. El verá si lo que dice sobre el uso de calzones o comer carne debe llamarse dispensa o disposición de San Benito. No hay duda que debe tratarse con misericordia a los ancianos y niños, pero no por dispensa sino por precepto de la Regla: “La autoridad de la Regla mire por ellos” dice expresamente81. Pero volvamos a lo primero.

Es evidente lo que él llama núcleo de la Regla y esencia de la profesión monástica: la estabilidad en un lugar, la conversión de costumbres y la obediencia según la regla de San Benito. Pero me extraña que, al hablar de lo que no pertenece y ayuda a cumplirla, omita la lectio. Pues si puede ser dispensada, está claro que, a su juicio, no pertenece al núcleo de la Regla. Por tanto, si el trabajo manual, la cantidad de pan y bebida, el número de platos, el modo de vestir, la largura de las vigilias, la calidad de los lechos, la gravedad del silencio, la abundancia de lectio, el canto de los salmos, la prolongación del ayuno, la acogida de los huéspedes, y otras cosas semejantes, no pertenecen al núcleo de la Regla ni a la esencia de la profesión monástica, porque se dan múltiples dispensas y cambios en ello, hasta el punto que numerosos monasterios no observan muchas de esas cosas tal como lo establece la Regla,

181 RB 37, 2

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¿dónde, pregunto yo, dónde podré encontrar en la Regla el núcleo de la Regla y la esencia de la profesión monástica? ¿Acaso la Regla no se compone de todas esas cosas, e incluso casi sólo de ellas?

86. Me dirás que el núcleo de la Regla y la esencia de la profesión monástica reside solamente en lo que profesamos, es decir, en esas tres cosas que dijimos antes. ¿Y no puede darse dispensa para cambiar de lugar? ¿Por qué, pues, una vez promulgada ya la Regla, el mismo Padre Benito envió a Mauro a las Galias? Si yo leyera ya en la Regla ese cambio, no lo tomaría como dispensa sino que sería una institución regular. Pero la encuentro, no como algo prescrito en la Regla, sino como algo establecido después de compuesta la Regla; y pregunto: ¿por qué no voy a llamarla libremente dispensa, si él califica de dispensa comer carne, cosa que concede la Regla a los muy débiles? ¿No vemos que nuestros abades hacen cada día dispensas semejantes? ¿Cuántas veces no cambian los monjes de un monasterio a otro, o de una región a otra con dispensa de sus abades? ¿Cómo va a pertenecer, pues, la estabilidad del lugar al núcleo de nuestra Regla y a la esencia de la profesión monástica, que no admite dispensas, si es objeto de tantos cambios? ¿Qué decir si muchas veces los promovidos al estado clerical quedan libres por la autoridad eclesiástica, no sólo de la estabilidad del lugar, sino también de la obediencia a su abad? ¿Tanto cambio no destruye la esencia del monje? ¿Qué tiene, pues, la dispensa de la estabilidad de lugar, para dejar de ser monje? Dirá él, tal vez, que se trata de pasar de un monasterio a otro sin permiso de su abad, y sin peligro de su salvación. ¿Eso es dispensa, o no es más bien una prevaricación? Si no es prevaricación, afirmo rotundamente que semejante cambio no anula al monje.

87. Tal vez se arrepienta de su argumentación, y no afirme que esas tres cosas son la esencia de la profesión monástica, por el hecho de no admitir dispensa, sino que eso es lo que el monje profesa. De momento también nosotros admitimos esto. El núcleo de la Regla y la esencia del monje son la estabilidad, la conversión de costumbres y la obediencia según la Regla de San Benito. Démonos un apretón de manos y examinemos con más atención en qué consiste esa estabilidad, esa conversión de costumbres y esa obediencia.

88. Quisiera saber si él cree que, así como el monje debe obedecer según la regla, también debe cumplir del mismo modo las otras dos observancias anteriores, o de una manera indeterminada. No me parecería oportuno hacer esta pregunta, si no supiera de algunos que afirman haber hecho profesión por haber prometido obediencia según la Regla, y las otras dos cosas no según la Regla sino de manera indeterminada. Como una es la regla de San Agustín, que abrazan los canónigos, y otra la de San Benito a la que se someten los monjes mediante una profesión, pregunto en qué se distinguen ambas profesiones. En las dos se promete estabilidad, conversión de costumbres y obediencia. Si las dos primeras se prometen sin precisar nada, parece que la Regla de San Benito sólo discrepa de las otras reglas en la profesión de la obediencia. En consecuencia, ¿será distinto obedecer según la Regla de Benito que según la Regla de Agustín? San Benito recomienda la obediencia y quiere que no se realice con lentitud, tibieza, tristeza o murmuración, que no se canse ante las contrariedades y que dure hasta la muerte. ¿Será distinta la obediencia según la Regla de San Agustín? ¿Será distinta la del clérigo al obispo, del obispo al arzobispo, y la del arzobispo al obispo de los obispos? ¿Podrá ser lenta, tibia, triste o murmuradora, frágil ante las injurias y contrariedades, y que no dura hasta la muerte? ¿En qué está, pues, la diferencia de ambas profesiones? ¿Acaso obedecer según una Regla no será someterse a los preceptos de esa Regla, a los cuales no están obligados quienes profesan según otras reglas? ¿Cuáles son esos

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preceptos?

89. Si se refiere a lo que dice sobre la caridad, humildad, paciencia y demás virtudes, ¿qué canónigo, e incluso cristiano no está obligado a ello? ¿Es distinta la caridad que pide Benito en su Regla y Agustín en la suya? ¿No es en ambos casos la que solicita Cristo en la ley y en el Evangelio? Y la misma pregunta puede hacerse sobre las demás virtudes. ¿Qué persona que esté en su sano juicio exhortará a la virtud diciendo que son mandatos suyos y no de Cristo? ¿Dónde reside, pues, la diversidad de preceptos de las distintas Reglas? No hay duda que en el modo de comer, vestir, trabajar, leer, vigilar, salmodiar, corregir y ser corregido, y demás cosas que cada regla establece de un modo diverso. Por tanto, lo que se dice ser propio de Basilio, Agustín o Benito no lo impone a todos los cristianos la autoridad del Evangelio, sino que se propone; pero a quienes profesan dichas reglas, no sólo se les propone sino que también se les impone.

90. Si no se trata de eso, ¿de qué se trata? Lo que establecen en sus reglas sobre la caridad, humildad y demás virtudes, no lo recomiendan como suyo propio sino como preceptos del Señor. E invitan a los monjes y a todos los cristianos a cumplirlo, no como si fuera algo suyo (¿quién les iba a creer?), sino como que son preceptos del Señor. Si, pues, obedecer según la Regla de San Benito es cumplir los preceptos de esa Regla, y los preceptos de dicha Regla se reducen a lo que antes recordamos, y la obediencia que profesamos es esencial a la profesión monástica, ¿cómo cumple lo esencial de la profesión monástica quien no los observa?

91. Tal vez responda, como así es en efecto, que nosotros profesamos también esas dos primeras observancias según la Regla; y es posible que añada que la diversidad entre las Reglas no depende de la estabilidad u obediencia que se imponen a los monjes, clérigos, canónigos y obispos, sino solamente de la conversión de costumbres. ¿No deben observar todos idéntica estabilidad, es decir, no cambiar de lugar de manera temeraria sin consentimiento del superior? Y si profesamos conversión de costumbres, no según la Regla sino simplemente y de modo impreciso, eso también lo hacen los penitentes de la Iglesia y los que se refugian del naufragio de la fornicación en el puerto del matrimonio. ¿Quién de éstos no profesa conversión de costumbres?

92. Debemos, pues, averiguar en qué consiste la conversión de costumbres según la Regla de San Benito. Si nos fijamos en las virtudes, y por ejemplo, el que era soberbio se vuelve humilde, y el iracundo es manso, afirmaremos con razón que esta conversión de costumbres no se la pide a los monjes la Regla de San Benito sino el evangelio a todos los cristianos. Por tanto, para hallar lo propio de la conversión de costumbres según se profesa en cada regla, debemos fijarnos sólo en aquello que se establece de manera distinta en ellas; y de eso ya hemos hablado suficientemente. ¿Cómo será fiel a su profesión quien no cumple eso? Alguien me dirá: si uno es soberbio, contumaz e impaciente, pero guarda todo eso que se ha dicho, ¿podemos decir que observa la Regla de San Benito? Afirmo sin vacilar que si el monje comete alguna falta contra la regla de Dios y se corrige de ello según el modo prescrito en la Regla, no será reo de su profesión.

93. ¿Y qué pensar si alguien considera la Regla de San Benito como un medio para desarraigar más fácilmente los vicios y cumplir mejor los preceptos evangélicos, y que abusando tal vez de ese magnífico instrumento, no arranca los vicios ni adquiere las virtudes,

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y en consecuencia, tiene la regla para perdición suya, y no cumple los preceptos de Cristo? ¿No insinúa eso mismo San Benito, al decir: Vamos a instituir, pues, una escuela del servicio divino. Y al organizarla, no esperamos disponer nada que pueda ser duro, nada que pueda ser oneroso. Pero si se encuentra algo un poco más severo...82

94. Pregunto en primer lugar cuál es esa severidad a la que exhorta que no teman los principiantes. No hay duda que en esa severidad fundamenta su institución. Si pensara en la paciencia, humildad o demás virtudes, ¿diría que iba a establecerlas como algo nuevo? Tenemos que cifrarnos en lo que él establece como nuevo, y no en lo mandado por la ley, los profetas o el mismo Cristo. Y para los principiantes parece una gran severidad fijarse en la escasez y vileza de la comida y bebida, la aspereza del vestido, el sacrificio de los ayunos y vigilias, el penar del trabajo diario, y todo lo que él estableció en su Regla. El que no admite que la Regla consiste sólo en esto, conceda al menos -y eso no puede negarse sin pertinaz obstinación- que nuestra profesión y la Regla se refieren a ambas cosas, esto es, a las virtudes y a las observancias, y no niegue que debemos observar ambas cosas. Es verdad que el mismo autor de la Regla parece indicar otra cosa en aquellas palabras que citamos: Pero si, no obstante, cuando lo exija la recta razón, se encuentra algo un poco más severo con el fin de corregir los vicios o mantener la caridad...83. ¿Por qué buscamos tinieblas en la luz o nudos en el junco? ¿Por qué andamos a tientas en pleno mediodía, como si fuera de noche? ¿Acaso en toda institución no es una cosa la institución y otra la causa de la institución? ¿No se atestigua aquí que el motivo de su institución es conservar la caridad y corregir los vicios?

95. Pero se levanta otro y dice: ¿Qué me hablas a mí de la Regla? Ama y haz lo que quieras. Por tanto, comamos y bebamos, no porque vayamos a morir mañana, sino porque estamos llenos de caridad. - ¿De caridad, pregunto yo, o de vanidad? - Pero me replicas: ¿quien tiene caridad no cumple la Regla? - Cuántos canónigos santos, sacerdotes santos, obispos santos y esposos santos sienten que tiene caridad, y sin embargo saben que no han prometido la regla de los monjes ni la profesión, y que no la cumplen. Si esto se aplica a quienes han profesado la regla, está bien, con tal que se precise lo que se dice. -¿Por qué, pues, -sigues insistiendo- me obligas a esas asperezas con la autoridad de la Regla? - Más aún, si tienes caridad no es necesario que te sientas obligado a cumplir los votos que pronunciaron tus labios. Si te niegas a observar lo que prometiste mediante una cédula colocada ante Dios y poniendo por testigos a los santos, demuestras que no tienes caridad. ¿Cómo puedes amar a aquel de quien te ríes? Si hiciera otra cosa de lo que profesó sepa que será condenado por el Dios de quien se ríe 84. En resumen ¿Condenamos las dispensas de la Regla que han hecho o hacen los Padres? Sostenemos que pueden hacerse razonablemente, porque son preceptos humanos y no divinos, pues ningún hombre puede cambiar ni disminuir los mandatos divinos. Pero hay que cuidar mucho que el cambio o la variación sea una dispensa y no una total destrucción. Como el motivo de la institución es conservar la caridad y corregir los vicios, la dispensa será razonable si ayuda a esa finalidad. Pero si con la dispensa se nutren los vicios más que con la institución, se daña la caridad, y aunque no sea nociva, tal dispensa resulta de hecho peligrosa.

282 RB Pról. 45-46

383 Id. Pról. 47.

484 Idem 58, 18.

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CAPÍTULO X X X V I

Se exponen las normas a seguir en el orden voluntario

96. Quien aspira a la cumbre de la perfección en el orden voluntario dirija sin cesar su mirada a la caridad, con la cual nos acercamos de modo particular a Dios, más aún, nos adherimos a Dios y nos conformamos a él; y como en ella reside la plenitud de toda perfección, propóngaselo como el fin al que se oriente toda su vida, y después diríjase con infatigable audacia a su plenitud por el camino que le indican las normas de su voto y profesión. A este fin sirva la abstinencia, ayuden las vigilias, colabore la lectio y coopere el trabajo manual. Si resulta que en algún ejercicio de estos se viola la caridad, por cuya causa han sido establecidos, entonces el responsable tiene la obligación de moderar y disponer todo de tal modo que no se dañe la caridad, sino que se busque siempre sus frutos. Pero no se omita nada de lo establecido, ni se cambien los tiempos consagrados para determinados ejercicios, a no ser por una extrema necesidad; pues en caso contrario no se tratará de una dispensa sino de una destrucción. Pero para realizar unos ejercicios en su momento apropiado, háganse las modificaciones que pidan la condición personal y el sano juicio.

97. A eso se refiere el mismo santo al legislar sobre el trabajo manual: Disponga las cosas de tal modo, que las almas se salven y los hermanos hagan lo dispuesto sin justificada murmuración85. Y en otro lugar: En atención a los más débiles, hágase todo con moderación86 ¿Dijo acaso que se suprima esto o aquello por los pusilánimes? Llega incluso a decir: A los enfermos y delicados se les encomendará una clase de trabajo mediante el cual ni estén ociosos ni el esfuerzo les agote87. Así pues, trabajen los enfermos y delicados, pero de modo que no se agobien por el trabajo. ¿A quién libera del trabajo si manda trabajar hasta a los enfermos y delicados? La norma que conviene mantener en estos ejercicios es entregarse de tal modo a cada uno de ellos que no se canse para los otros; y aquello que uno siente serle más provechoso, practíquelo con más fervor. Me vienen a la mente sobre este particular las palabras de un sabio, y creo más oportuno citar lo que está dicho que expresar con otras palabras la misma idea: “La reflexión -dice- considera primero en las costumbres lo que debe practicarse en virtud del precepto o del voto, y juzga que debe hacerse ante todo lo que si se hace tiene mérito, y si no se hace conlleva culpa”88 . Por tanto, lo primero que debe realizarse es lo que no puede omitirse sin culpa. Si a esto se añade otro ejercicio voluntario, hágase de modo que no perjudique al obligatorio. Hay quienes son incapaces de hacer lo que deben y quieren hacer lo que no deben. Otros pueden cumplir lo obligatorio, pero ponen impedimentos voluntarios queriendo lo que no deben. También deben evitarse en toda obra buena la aflicción y la preocupación. Con la aflicción se amarga la dulzura del alma, y con la preocupación desaparece la tranquilidad. Hay aflicción cuando uno se consume de impaciencia ante lo que no puede, y preocupación cuando actúa sin moderación en lo que puede. Para que el espíritu no se amargue, soporte con paciencia su imposibilidad, y no pretenda hacer lo que supera su capacidad.

CAPÍTULO X X X V I I

585 RB 41, 15

686 Idem 48, 9

787 Idem 48, 24

888 Hugo de S. Víctor: De meditatione, III, 6-7

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Se indica qué debe hacer el hombre para sí mismo y qué para el prójimo,y se expone si debe preferirse a sí mismo o al prójimo

98. Baste lo dicho sobre el comportamiento que debe observarse en los distintos grados, para que al dirigirnos hacia aquel que comprendemos debe ser amado por encima de todo, atendamos a la salvación del alma y otorguemos al cuerpo lo que pide la naturaleza. Como la autoridad divina nos manda amar al prójimo como a nosotros mismo, debemos conocer ante todo qué orden conviene a cada uno; y después intentar que nadie infrinja la norma de vida establecida en cada orden. Pero como es evidente que unos presiden, otros obedecen y otros conviven, si alguno de ellos quebranta el orden establecido, el súbdito debe manifestarlo al superior, el igual corregir al igual, y el superior obligar al inferior, si fuere preciso. Adáptese el consejo, la corrección y la coacción a la condición de cada uno, de modo que en el consejo reine la sumisión, en la corrección el amor, y en la coacción la compasión. Al que vive legítimamente en un orden inferior se le puede aconsejar que escoja otro más alto, pero no se le puede obligar. Al que se somete espontáneamente a un grado superior, debe tratársele según el rango de su profesión, pero no debe exigírsele nada más sin previo consentimiento suyo. En el amor al prójimo, al que se debe amar como a uno mismo, cuídese no rebasar la medida de amarle, que debe ser la misma que se usa para sí mismo, y eso sucede cuando se desdeña al que debe amarse más que a sí mismo.

99. No debe atenderse a quienes piensan que la frase: amarás a tu prójimo como a ti mismo, ha de interpretarse que hay que amar a cada uno como a sí mismo, y más que a sí mismo si se trata de dos o más; y que por ello debe preferirse la propia condenación a la de los otros. Pero ¿qué precio pagará el hombre por su alma? Qué le aprovecha al hombre ganar todo el mundo, incluso para su salvación, si pierde su alma?89. Hay que advertir, además, que todo cuanto se añade por la razón antedicha al amor fraterno, se sustrae al amor divino. Si el amor a sí mismo se mide por el grado del amor a Dios, entonces cuanto menos ame a Dios menos se ama a sí mismo. Y quien se ama a sí mismo ¿no se compadecerá de la perdición de los demás? ¿Cómo amará al otro como a sí mismo quien no se ama a sí mismo? Cuando el Apóstol dice: Quisiera estar separado de Cristo por mis hermanos, los de mi linaje90, para atraerlos a la salvación mediante su admirable caridad, manifiesta su afecto, pero no expresa un consejo. Cuán diverso es lo que sugieren al espíritu el afecto y la razón, lo hemos indicado ya suficientemente.

100. Por eso, cuando el Apóstol dice: Quisiera estar separado de Cristo, afirma ciertamente la verdad, pero manifiesta el afecto que sentía. Y si hubiera añadido que prefería que pereciera todo el mundo antes que separarse él solo de Cristo, también hubiera dicho la verdad, pues hubiera expresado el consejo de la razón. El mismo Salvador, movido por el afecto por el que nadie odia su propia carne91, y que recibió voluntariamente de nosotros y por nosotros, deseó que pasara la hora de la pasión92, pero guiado por la razón él mismo decidió que no pasara. Sin embargo la Escritura acertadamente no dice: Amarás al prójimo tanto como a ti mismo, sino como a ti mismo. Por tanto, prescribe el modo de amar, no indica la intensidad. Que cada uno, pues, exprese su amor procurando primeramente la

989 Mt 16,26.

090 Rom 9,3.

191 Ef 5,29.

292 Mt 26,39.

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salvación de su alma, que es lo mejor de uno mismo; y después atienda a las necesidades del cuerpo. Y si alguna vez surge la necesidad de despreciar una parte, sopórtese la muerte corporal antes que el daño del alma. Lo cual no es odiar el cuerpo, sino amar más el alma que el cuerpo. No abandone jamás este amor de sí mismo, sino que manteniéndolo con constancia y perseverancia, acérquese tranquilamente a atender al prójimo.

101. La norma para atender al prójimo tómela de la que se aplica a sí mismo. Haga lo que pueda para que el prójimo esté sano en el cuerpo y en el espíritu. Si descuida uno de los dos no ama al prójimo que está formado de ambos. Pero si el prójimo se halla en tal estado que no puede conseguir la salud del alma sin cierto detrimento del cuerpo, sopórtese con compasión y dolor de corazón la muerte de su carne para que su espíritu se salve el día del Señor. No existe motivo ni precepto que obligue a perder la propia alma para buscar la salvación de la del hermano, ni preservar al hermano de la muerte corporal mediante la propia muerte corporal. Pues lo que se nos manda de dar el alma por los hermanos93, se refiere al desprecio de la vida, no a perder el alma. No se da para la perdición sino para la salvación. Por eso, dar el alma es buscar el bien del alma. Quienes evitan la muerte temporal de sus señores terrenos con su propia muerte temporal, si lo hacen rectamente, no lo hacen por salvar un cuerpo ajeno sino su propia alma. Pues su conciencia les exige tal fidelidad que creen deben preferir en semejante peligro la vida de ellos a la suya. Pero quienes no lo hacen por fidelidad sino por conseguir fama y evitar el bochorno, obran neciamente, pues no lo hacen por un cuerpo ajeno sino por su propio prestigio. Tal vez el único motivo aceptable de exponer el propio cuerpo por el cuerpo de otro es el amor. Pero perder el alma por otra alma, e incluso por la salvación del mundo entero, no puede hacerse teniendo en cuenta el orden del amor verdadero: pues perder el alma es dejar de amar a quien debe amarse por encima de todo.

102. ¿Dirá alguien que esto puede hacerse alguna vez de manera laudable, o al menos sin culpa? Quien comete algo digno de condena o deja de hacer algo necesario para la salvación, se aparta del amor de Dios.

Algunos medios, como la lectio, la meditación, el trabajo corporal, el ayuno, la oración íntima y otros semejantes, pueden dispensarse, variarse, cambiarse, e incluso a veces suprimirse, por salvar a un hermano. De ellos dice el Apóstol: Nadie busque su interés sino el de los demás94. Y también: Como yo, que intento agradar a todos, no buscando mi ventaja sino la de todos, para que se salven95. Y aquello otro: Deseaba estar separado de Cristo por mis hermanos96. Lo cual puede interpretarse que por la salvación de sus hermanos estaría dispuesto a volver al estrépito del mundo y dejar la intimidad de su oración con la cual descansaba dulcemente abrazado a Jesús, aquella sublime contemplación en la que admiraba con ojos purísimos los secretos de los misterios divinos, y esa gratísima dulzura de compunción que destilaba gotas suavísimas de afectos espirituales en esa alma sedienta de lo celestial. Esa disposición no duda llamarla separación de Cristo, quien se entrega a placer y saborea cuán suave es el Señor, y qué feliz quien confía en él. Pero quien escoge separarse así de Cristo por amor al hermano, o consiente obligado por la autoridad de los superiores, debe cuidar que no le oprima esta necesidad ni desaparezca aquella suavidad.

Lo que dije de la lectio y oración también debe aplicarse al bienestar del cuerpo y al

393 1 Jn 3,16.

494 Flp 2,4.

595 1 Cor 10,33.

696 Rom 9,3.

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mismo cuerpo: lo que vea que debe despreciar, utilizar o variar por su salud, reconozca que también debe hacerlo por la salud del prójimo.

CAPÍTULO X X X V I I I

Se precisa a qué prójimo debe darse la preferencia

103. Al tratar de la caridad hemos expuesto lo que está mandado que el hombre debe hacer para sí mismo y para el prójimo. Pero como las necesidades son tan grandes que no es posible remediar las necesidades corporales de todos, toca al juicio de la razón discernir a quién se debe preferir entre ellos. Consideremos, pues, la amplitud de nuestro corazón como un arca espiritual, construida con las maderas incorruptibles de las buenas costumbres y virtudes, en la cual hacemos las pequeñas habitaciones y pisos de locales espirituales, y distribuyámoslos entre todos según su orden y dignidad.

En lo más bajo pongamos a las bestias que rugen con instinto cruel y que están ansiosas de bebernos ferozmente la sangre, es decir, a nuestros enemigos. Démosles el consuelo de nuestra oración y lo necesario para esta vida, después de hacerlo con los demás.

104. Como hay locales interiores y exteriores, destínense los exteriores a ese género de hombres que están fuera; en cambio, a los que comparten de algún modo nuestra fe no se les niegue la mansión interior. El piso que está encima de éste otórguese a los reptiles y jumentos, que al arrastrarse por lo terreno y mancharse con las miserias del vientre y de la concupiscencia, se degeneran como hombres, pero no se muestran inhumanos ni crueles, ni nos molestan para nada. Ofrezcamos a éstos el recurso de la oración, la ayuda de nuestra exhortación y el cauterio de la corrección, y socorrámosles en lo que necesiten, antes que a los que están abajo, pero después que a los que están más arriba. Participen de nuestra intimidad, entre otros, los que nos son más próximos por el vínculo de la sangre o relaciones humanas; los demás no sean excluidos de los locales exteriores.

105. En otro piso más alto coloquemos a los hombres, es decir, a los que el deseo de la perfección no les eleva por encima de lo humano, pero no les arrastran la crueldad de las bestias, ni el instinto de los animales, ni la miseria de los reptiles. En este piso, el que nos sea más cercano por la carne, o más grato por la amistad, o más entrañable por la abundancia de sus favores, goce de una mansión más íntima en el corazón.

106. Y el piso más alto resérvelo para los volátiles, que se ciernen por encima del hombre con las alas espirituales de las virtudes, y cuanto más cerca están de Dios tanto más arriba deben estar en esta arca espiritual. Entre ellos guárdese suavemente en los lugares más íntimos y secretos de nuestro pecho, reciban fuertes abrazos y sean tiernamente acariciados, los que nos están unidos con el dulcísimo vínculo de la amistad espiritual. Existe, además, otra estancia más eminente que todas las demás, donde reside únicamente Jesús, el fabricante y reparador de esta arca espiritual, y el que gobierna con suavidad todo lo que se halla debajo de él: que disfrute de todo, brille, resplandezca y destelle en todo, y lleve a la totalidad de las criaturas por el camino más recto al lecho de su amor. Él sólo excita nuestro afecto en todo y sobre todas las cosas, y reclama nuestro amor; él solicita el mejor asiento y el más alto; y no sólo el más alto sino también el más íntimo en la mansión de nuestro corazón.

Guárdese, pues, el orden indicado en esta clasificación, y manteniendo el propósito de

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atender a todos; pero ya que nuestra pobreza es incapaz de cuidar de todos, antepóngase el orden superior al inferior, y en todos ellos se dé la preferencia al interior.

CAPÍTULO X X X I X

De quiénes podemos disfrutar en esta vida

107. Nos queda todavía una cosa que tratar, siguiendo el plan de nuestra exposición. Dijimos, en efecto, que la caridad consiste en que el espíritu elija convenientemente el objeto de su fruición, se oriente cual conviene y lo use dignamente. Sobre la elección y el movimiento hemos dicho lo suficiente para esta obra. Pero si la elección es sana y el movimiento es íntegro ¿puede darse un uso perverso? En la posesión del amado puede desviarse la intención y fallar la estima. Puede ocurrir que con una intención recta y un movimiento apto se logre la presencia del que se eligió para gozar de él, y al percibir el fruto se cambie la intención, varíe el movimiento y se exceda el orden. Como en páginas anteriores clasificamos a los prójimos según sus grados y méritos, hemos de aclarar si debemos o podemos disfrutar de todos, o de algunos de ellos.

108. Existe un fruto temporal del que podemos disfrutar en esta vida, como disfrutó Pablo de Filemón97. Y existe otro fruto eterno, del que gozaremos en el cielo, como gozan los ángeles por la unidad pura de su espíritu. Si disfrutar es usar algo con gozo y delectación, creo evidente que ahora no podemos disfrutar de todos, sino de muy pocos. En mi opinión, podemos disfrutar de algunos para ser probados, de otros para instruirnos, de otros para consolarnos y de otros para sustentarnos. De los enemigos para ser probados, de los maestros para recibir formación, de los ancianos para percibir consuelo, y de los ecónomos para mantener la vida. Pero sólo alcanzamos la dulzura de la vida y la delectación del espíritu en aquellos a quienes abrazamos con tierno afecto, sea cual sea su clase. De esos, pues, es de quienes ahora podemos disfrutar, es decir, usar de ellos con gozo y delectación. Por lo que toca a la elección y el impulso a obrar, la caridad puede manifestarse en esta vida a todos por parte de todos; pero en cuanto al fruto, pocos, o mejor dicho, nadie es capaz de comunicarlo a todos. Porque son muy pocos, si es que hay alguno, que profesen a todo el género humano, no sólo un amor racional sino también afectivo. En efecto, son muchos los que muestran su amor a Dios realizando la elección y la inclinación, pero el fruto de ese amor no se les concede en esta vida, sino que les está reservado para después de ella en la visión dichosa. Pues los que perciben algún fruto de esta dulzura en la luz de la contemplación y en la blandura de la compunción, si se compara con los goces futuros, no puede afirmarse que disfrutan de Dios, sino más bien que usan de él. Anteriormente indiqué ampliamente que el suavísimo gusto de esa dulzura no se otorga a la mayoría como fruto de su amor sino para aliviar su debilidad.

109. En verdad, es un gran consuelo en esta vida tener alguien con quien puedas unirte con un afecto íntimo y en el abrazo de un amor santísimo; tener alguien en quien descanse tu espíritu y se derrame tu alma, y a quien acudas en los momentos tristes, para hallar en sus tiernos coloquios cantos de consuelo; poder acercarte seguro al seno gratísimo de su amistad en las tribulaciones de la vida; depositar sin vacilaciones en su pecho amantísimo, como si fuera en el tuyo, hasta lo más íntimo de tus pensamientos; calmar con los fomentos

797 Flm 20.

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medicinales de sus besos espirituales las congojas de las preocupaciones que te acucian; que llore contigo en las angustias, comparta el gozo de tus triunfos, y busque luz en tus dudas. Que puedas introducirlo por los lazos de la caridad en lo más íntimo de tu alma, para que, aunque esté ausente con el cuerpo, se halle presente en el espíritu, y allí te recrees dulcemente y en secreto a solas con él, le hables de tú a tú; y lejos del ruido del mundo descanses sólo con él en el sueño de paz, en el abrazo del amor, en el beso de la unidad, empapados de la ternura del Espíritu Santo; más aún, que te unas y adhieras tanto a él, y fundas de tal modo tu alma con la suya, que las dos sean una sola cosa.

110. Por tanto, ahora podemos gozar de aquellos a quienes amamos no sólo con la razón sino también con el afecto; y entre ellos de manera especial de quienes están unidos a nosotros más íntima y estrechamente que los demás por el vínculo dulcísimo de la amistad espiritual. Para que nadie repruebe este género santo de caridad, el mismo Jesús, condescendiendo en todo por nosotros, padeciendo y compadeciéndose siempre de nosotros, y transformando mediante la manifestación de su amor, permitió a uno, no a todos, reclinarse sobre su dulcísimo pecho como señal de un amor especial, y que su cabeza virginal se apoyara entre las flores de su pecho virginal, y los aromas secretos del tálamo celestial destilaran a raudales la fragancia de sus perfumes espirituales entre afectos virginales. Por eso, aunque todos los discípulos sintieran la dulzura de la infinita caridad del piadoso Maestro, sólo a éste le concedió el título de “discípulo a quien amaba Jesús”98, como prerrogativa de un afecto más íntimo.

CAPÍTULO X L

Cómo debemos disfrutar mutuamente

111. Quien pueda disfrutar dulcemente de un amigo, hágalo en el Señor, no a lo mundano; no en el placer de la carne, sino en el regocijo del Espíritu. ¿Me preguntas qué es gozar en el Señor? El Apóstol Pablo dice del Señor: Fue hecho por Dios para nosotros sabiduría, justicia y santificación99. Como el Señor es sabiduría, santificación y justicia, disfrutar en el Señor es disfrutar en la sabiduría, disfrutar en la santificación y disfrutar en la justicia. Por la sabiduría se excluye la vanidad mundana, por la santidad se deshecha la impureza de la carne, y por la justicia se reprime toda especie de lisonja y adulación. La caridad es auténtica si, como dice el Apóstol, brota de un corazón puro, de una buena conciencia y de una fe sincera100. El corazón puro acoge la sabiduría, el pudor calma la conciencia y la fe sincera ennoblece la justicia. Hay quienes se regocijan en la vanidad y en la burla, en las pompas y espectáculos mundanos, en el afán de la fatuidad y en el gozo de la falsedad. Esos no se recrean en la sabiduría, y por tanto tampoco en aquel que es la virtud de Dios y la sabiduría de Dios. Otros no son peores, pero sí son más viles, y carecen casi de humanidad: su obscenidad los ha transformado en animales, disfrutan con banquetes lujuriosos y torpes deseos, porque no se recrean en la santidad, que consiste en el encanto de la castidad, es decir, no se recrean en el Señor, a quien Dios hizo santificación para nosotros. Los que se gozan en la lisonja, adulándose y permitiéndose todo, por evitarse molestias, se precipitan mutuamente en la ruina, y al no disfrutar de la libertad de la justicia no se regocijan en el

898 Jn 13,23.

999 1 Cor 1,30.

0100 1 Tim1,5.

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Señor.

112. Por eso, si te agrada conversar con otros, habla de las costumbres, de las Escrituras; deploremos las miserias de esta vida, gocémonos con la esperanza de los bienes futuros, disfrutemos manifestando nuestros secretos, y suspiremos por la visión dichosa de Jesús y de los bienes celestiales. Pero si, lo que a veces es provechoso, relajamos el espíritu hacia cosas más comunes y jocosas, que sea con entretenimientos honestos y carentes de ligereza, y aunque no sean muy serios no dejen por ello de ser edificantes. Disfrutemos mutuamente en la santificación, para que cada uno sepa usar de su vasija, es decir, de su propio cuerpo, con santidad y decoro101, y no a impulsos de la pasión. Regocijémonos en la justicia, exhortándonos con espíritu de libertad y corrigiéndonos unos a otros, conscientes que son mejores las heridas del amigo que los besos engañosos del enemigo

113. Estas son, Padre amadísimo, mis meditaciones sobre la caridad. Si en ellas aparece un vestigio de su excelencia, de sus frutos y de la manera competente de expresarla, llámese a este libro “Espejo de la caridad”, como me escribiste. Te ruego, sin embargo, que no expongas en público este espejo, no sea que no refleje la caridad sino que aflore en él la imagen vergonzosa de su autor. Y si lo publicáis para confusión mía, suplico al lector por el dulce nombre de Jesús, que no piense que me lancé a esta obra por presunción, sino obligado por la autoridad paterna, la caridad fraterna y mi propia necesidad. Porque es peligroso no obedecer al superior, pero es dulce y gozoso conversar en espíritu sobre esta materia con un ausente queridísimo; y creí necesario sujetar las vacuas e inútiles divagaciones de mi mente con los lazos de estas reflexiones.

Si alguien al leerlas se aprovecha en el afecto o en el pensamiento, compense mis fatigas e interceda ante el juez justo y misericordioso por mis innumerables pecados.

ACABA EL LIBRO TERCERO

1101 1 Tes 4,4.

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ÍNDICE DE CITAS BÍBLICAS

Gen 1,5-8 (pág. 28).Gen 1,31 (pág. 12).Gen 1,22 (pág. 42).Gen 2,2 (pág. 28).Gen 3,14 (pág. 56).Gen 12,1 (pág. 45).Gen 39,12 (pág. 46).Gen 42,24 (pág. 93 y 103).Gen 47,29-30 (pág. 93).Ex 2,2 (pág. 94).Ex 2,16s (pág. 93).Ex 3,22 (pág. 39).Ex 5,7 (pág. 11).Ex 15,22-25 (pág. 66).Ex 15,27 (pág. 66).Ex 16,16 (pág. 66).Ex 16,20 (pág. 66).Ex 17,7 (pág. 65).Ex 20,12 (pág. 84).Ex 20,13 (pág. 38).Ex 20,14 (pág. 39).Lev 23,8 (pág. 36).Lev 26,6 (pág. 43).Núm 12,12 (pág. 106)Núm 23,10 (pág. 59).Núm 24,4 (pág. 59).Núm 24,15-16 (pág. 59).Dt 6,5 (pág. 90).Dt 6,13 (pág. 90).Dt 6,16 (pág. 78).Ju 2,4 (pág. 59).1 Sam 13,13 (pág. 58).1 Sam 18,1 (pág. 92).1 Sa 18,5 (pág. 94).1 Sa 20,45 (pág. 105).1 Sam 23,17 (pág. 105).2 Sam 1,22 (pág. 105).1 Re 2,25 (pág. 105).1 Re 3,26 (pág. 93).1 Re 15,23 (pág. 2).1 Re 17,33 (pág. 46).Tob 2,13 (pág. 109).Is 4,4-8 (pág. 40).Is 7,9 (pág. 23).Is 11,2 (pág. 45).Is 12,14 (pág. 103).Is 25,9 (pág. 27).Is 46,8 (pág. 17).

Is 49,15 (pág. 93).Is 66,23 (pág. 43).Jer 4,22 (pág. 22).Jer 9,5 (pág. 52).Jer 9,18 (pág. 46).Jer 20,9 (pág. 80).Os 1,2 (pág. 39).Os 2,20 (pág. 43).Os 4,12 (pág. 91).Joel 1,7 (pág. 18).Joel 1,17 (pág. 35).Joel 3,3 (pág. 103).Hab 2,6 (pág. 32).Hab 2,6b (pág. 32).Hab 3,18 (pág. 27).Za 3,9 (pág. 29).Mal 3,14 (pág. 65).Sal 4,8 (pág. 11).Sal 4,9 (pág. 32).Sal 6,3 (pág. 71).Sal 10,5 (pág. 102).Sal 11,8 (pág. 25).Sal 19, 4 (pág. 75).Sal 21,28 (pág. 16).Sal 25,2 (pág. 61).Sal 30,11 (pág. 39)Sal 30,20 (pág. 12, 27 y 73).Sal 31,9 (pág. 15).Sal 33,8 (pág. 32).Sal 35,15 (pág. 12).Sal 37,14-15 (pág. 48).Sal 38,7 (pág. 14).Sal 39,3 (pág. 27).Sal 41,3 (pág. 15).Sal 41,5 (pág. 50).Sal 42,1 (pág. 25).Sal 43,23 (pág. 65).Sal 44,3 (pág. 45 y 61).Sal 44,8 (pág. 45).Sal 44,14 (pág. 78).Sal 48,13 (pág. 13).Sal 48,18 (pág. 15).Sal 50,6 (pág. 39).Sal 50,7 (pág. 36).Sal 53,8 (pág. 109).Sal 54,7 (pág. 15).Sal 54,7-8 (pág. 66).Sal 67,14 (pág. 18 y 66).

Sal 72,12-14 (pág. 65).Sal 72,22 (pág. 68).Sal 72,23 (pág. 68).Sal 72,27 (pág. 14).Sal 72,28 (pág. 13).Sal 73,19 (pág. 42).Sal 76,3 (pág. 59).Sal 80,12 (pág. 35).Sal 93,19 (pág. 57).Sal 100,1 (pág. 50).Sal 101,21 (pág. 38).Sal 101,28 (pág. 12).Sal 103,2 (pág. 11).Sal 103,21 (pág. 11).Sal 114,7 (pág. 50).Sal 114,15 (pág. 47).Sal 115,12 (pág. 60).Sal 117,17 (pág. 60).Sal 118,153 (pág. 4).Sal 119,5 (pág. 15 y 61).Sal 131,14 (pág. 61).Sal 132,1 (pág. 84).Sal 138,6 (pág. 17).Sal 138,23 (pág. 61).Sal 139,10 (pág. 25).Sal 140,5 (pág. 69).Cant 1,3 (pág. 17, 27 y 45).Cant 1,6 (pág. 18).Cant 2,14 (pág. 11).Cant 5,2 (pág. 32).Cant 8,14 (pág. 18).Lam 3,27 (pág. 47).Job 7,20 (pág. 18).Job 10,15 (pág. 67).Job 14,15 (pág. 37).Job 19,21 (pág. 45).Job 32,19 (pág. 78).Prov 1,7 (pág. 61).Prov 31,6-7 (pág. 57).Ecl 1,2 (pág. 36).Ecl 1,8 (pág. 37).Ecl 2,1 (pág. 35).Ecl 2,4 (pág. 35).

Ecl 2,7 (pág. 35).Ecl 2,8 (pág. 35).

Ecl 2,10 (pág. 35).Ecl 2,11 (pág. 36).

Ecl 5,9 (pág. 32, 33).Ecl 5,11 (pág. 32).

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Ecl 5,12 (pág. 32).Ecl 7,17 (pág. 100).Sab 5,3 (pág. 33).Sab 5,7-10.13.15 (pág. 33).Eclo 2,1 (pág. 73).Eclo 24,21 (pág. 11).Eclo 34,25 (pág. 59).Cfr Eclo 39,33 (pág. 13).Mt 2,18 (pág. 47).Mt 3,17 (pág. 29).Mt 4,10 (pág. 90).Mt 5,3 (pág. 31).Mt 5,22 (pág. 63).Mt 5,43 (pág. 84 y 90).Mt 5,44-45 (pág. 85).Mt 5,45 (pág. 40).Mt 5,47 (pág. 84).Mt 6,12 (pág. 85). Mt 6,31 (pág. 33).Mt 6,33 (pág. 33).Mt 7,12 (pág. 63).Mt 7,14 (pág. 57 y 66).Mt 7,22-23 (pág. 58).Mt 10,1-7 (pág. 58).Mt 11,28 (pág. 36 y 37).Mt 11,29 (pág. 36 y 51).Mt 11,30 (pág. 36).Mt 12,36 (pág. 63).Mt 15,26 (pág. 81).Mt 16,26 (pág. 116).Mt 19,12 (pág. 110).Mt 19,21 (pág. 110).Mt 20,26 (pág. 63).Mt 22,37 (pág. 82 y 90).Mt 22,37-40 (pág. 81).Mt 22,39 (pág. 90).Mt 23,6 (pág. 62).Mt 25,35 (pág. 33).Mt 26,39 (pág. 106 y 116).Mt 27,4 (pág. 59).

Mc 10,17-21 (pág. 92).Lc 14,10 (pág. 62).Lc 14,26 (pág. 84, 101 y 102).Lc 15,18 (pág. 18).Lc 19,41 (pág. 103).Lc 21,34 (pág. 63 y 108).Lc 22,28 (pág. 66).Lc 23,28 (pág. 46).Lc 23,34 (pág. 86).Jn 1,9 (pág. 17).Jn 1,14 (pág. 85).Jn 5,20 (pág. 29).Jn 6,59 (pág. 62).Jn 7,39 (pág.87),Jn 8,7 (pág. 39).Jn 8,34 (pág. 36 y 85).Jn 8,36 (pág. 36).Jn 11,26 (pág. 49).Jn 12,15 (pág. 17).Jn 12,25 (pág. 102).Jn 13,23 (pág. 120).Jn 13,34 (pág. 18).Jn 14,21 (pág. 70 y 71).Jn 14,23 (pág. 65, 70 y 72).Jn 14,24 (pág. 70).Jn 15,5 (pág. 23).Jn 15,10 (pág. 29).Hech 4,12 (pág. 49).Hech 13,3 (pág. 100).Hech 14,22 (pág. 65 y 67).Hech 17,28 (pág. 18 y 19).Hech 45,41 (pág. 52).Rom 1,24 (pág. 35).Rom 5,5 (pàg. 19 dos veces).Rom 6,12 (pág. 18)Rom 6,20 (pág. 22).Rom 6,23 (pág. 21).Rom 7,15 (pág. 19).Rom 8,18 (pág. 21).

Rom 8,36 (pág. 65).Rom 9,3 (pág. 116 y 117).Rom 9,13 (pág. 25).Rom 9,16 (pág. 20).Rom 9,20-21 (pág. 25).Rom 11,8 (pág. 74).Rom 12,15 (pág. 55).Rom 13,7 (pág. 44).Rom 13,9 (pág. 83).Rom 13,13-14 (pág. 63).1 Cor 1,30 (pág. 120).1 Cor 2,2 (pág. 16).1 Cor 2,8 (pág. 86).1 Cor 2,11 (pág. 49).1 Cor 6,17 (pág. 46 y 71).1 Cor 9,17 (pág. 20).1 Cor 9,27 (pág. 55).1 Cor 10,9 (pág. 78).1 Cor 10,18 (pág. 108).1 Cor 10,33 (pág. 117).1 Cor 11,12 (pág. 108).1 Cor 11,20-21 (pág. 108).1 Cor 11,22 (pág. 108).1 Cor 13,4 (pág. 36).1 Cor 13,4-5 (pág. 41).1 Cor 13,4-6 (pág. 26).1 Cor 15,3 (pág. 55).1 Cor 15,10 (pág. 21 dos veces).1 Cor 15,42-43 (pág. 49).1 Cor 15,54 (pág. 39).1 Cor 15,55 (pág. 49).2 Cor 1,3 (pág. 56 y 73).2 Cor 1,4 (pág. 56).2 Cor 1,5 (pág. 56 y 73).2 Cor 1,7 (pág. 57).2 Cor 1,16-17 (pág. 57).2 Cor 2,4 (pág. 55).2 Cor 3,5 (pág. 20).2 Cor 4,7 (pág. 2).2 Cor 4,17-18 (pág. 78).

2 Cor 5,1 (pág. 48).2 Cor 5,2 (pág. 55).2 Cor 7,4 (pág. 55).2 Cor 7,5 (pág. 55).2 Cor 10,17 (pág. 62).

2 Cor 11,14 (pág. 69).2 Cor 11,27 (pág. 55 y 56).2 Cor 12,21 (pág. 55).2 Cor 16,22 (pág. 55).Gal 2,20 (pág. 18).

Ga 5,15 (pág. 63).Gal 5,17 (pág. 19).Gal 6,4 (pág. 78).Gal 6,14 (pág. 55).Ef 4,23-24 (pág. 18).

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Ef 5,29 (pág. 82,93, 102 y 116).Flp 1,23 (pág. 55 y 61).Flp 2,4 (pág. 117).Flp 3,7 (pág. 55).Flp 4,11-12 (pág. 76).Flp 4,12-13 (pág. 92).Col 2,15 (pág. 15).Col 3,5 (pág. 68).1 Tes 3,3 (pág. 66).1 Tes 4,4 (pág. 108 y 121).1 Tes 4,11-12 (pág. 63).2 Tes 3,8 (pág. 55).2 Tes 3,10 (pág. 63).1 Tim1,5 (pág. 120).1 Tim 1,13 (pág. 21).1 Tim 2,4 (pág. 72).1 Tim 2,9 (pág. 108).1 Tim 2,15 (pág. 15).1 Tim 4,4 (pág. 108).1 Tim 5,8 (pág. 84, 93, 101 y 102).1 Tim 6,9 (pág. 33)1 Tim 6,10 (pág. 51 y 89).1 Tim 6,17 (pág. 33).2 Tim 1,3-4 (pág. 100).2 Tim 2,4 (pág. 63).2 Tim 3,2 (pág. 102).2 Tim 3,2-4 (pág. 102).2 Tim 4,7 (pág. 21).2 Tim 4,8 (pág. 21).Tit 1,15 (pág. 107).Tit 2,12 (pág. 107).Flm 20 (pág. 90 y 119).Heb 11,23 (pág. 94).Sant 2,1 (pág. 63).Sant 3,14-16 (pág. 64).Sant 4,1 (pág. 54).Sant 4,4 (pág. 64). Sant 4,11 (pág. 64).1 Pe 2,1 (pág. 64).1 Pe 2,11 (pág. 64).1 Pe 4,8 (pág. 36).1 Pe 4,11 (pág. 64).1 Pe 5,3s (pág. 64).1 Pe 5,5 (pág. 64).1 Pe 5,8 (pág. 64).2 Pe 1,4 (pág. 64).1 Jn 2,3 (pág. 64).1 Jn 2,15 (pág. 64).1 Jn 2,16 (pág. 37,44,51 y 102).1 Jn 3,15 (pág. 64).

1 Jn 3,16 (pág. 117).1 Jn 4,1 (pág. 69).1 Jn 4,18 (pág. 61).1 Jn 4,20 (pág. 82).1 Jn 5,3 (pág. 70).Jds 1,11 (pág. 64).Jds 1,16 (pág. 64).Jds 1,23 (pág. 64).Ap 1,4 (pág. 29).Ap 3,17 (pág. 71).

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