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El hombre y la fe cristiana Según la doctrina, en la fe se distingue entre la actitud de quien cree – la fe como confianza y abandono – y las verdades que se creen – el conjunto de la doctrina. Las dos dimensiones, subjetiva y objetiva, deben conjugarse. Por supuesto el verdadero abandono supone un conocimiento de la persona a quien nos abandonamos y el conocimiento de Jesús (la doctrina) lleva a confiar en Él. Sin embargo, parece como si, en el Evangelio, la actitud personal sea prioritaria. Se puede afirmar que, en el encuentro de Jesús con las personas, se subraya un aspecto esencial de la fe, que antes de ser una fe profesada, de quien dice: “Yo creo en ti, tengo confianza en ti, te reconozco y quiero seguirte”, es una fe donada por Dios a través de Jesús. Este es el aspecto fundamental de la fe: es don de Dios . Jesús encuentra a los “lejanos” y les dona la fe, les permite vivir una relación con Dios y creer en Él. En las narraciones evangélicas, la fe consiste en una confianza concreta y material en la posibilidad de que Jesús los sane, los libere, los ayude. Esta confianza se expresa con gestos sencillos: un grito, un gesto (tocar a Jesús, echarse a sus pies), una invocación- oración. Nos parece raro que estos gestos los defina Jesús como “fe”. ¿No se trata de una fe muy pobre, limitada, supersticiosa, infantil? A menudo ni siquiera se expresa con palabras. En la categoría de la fe como una elección madura, ponderada, nos parece incomprensible lo que dice Jesús a los enfermos: “Tu fe te ha salvado”. La fe la pensamos como algo complejo, que necesita un montón de palabras. El grito de la fe Gritan a Jesús estas pobres personas y manifiestan su fe. Nos parece más una invocación de ayuda, una petición y no la expresión de una fe

El hombre y la fe cristiana

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El hombre y la fe cristiana

Según la doctrina, en la fe se distingue entre la actitud de quien cree – la fe como confianza y abandono – y las verdades que se creen – el conjunto de la doctrina. Las dos dimensiones, subjetiva y objetiva, deben conjugarse. Por supuesto el verdadero abandono supone un conocimiento de la persona a quien nos abandonamos y el conocimiento de Jesús (la doctrina) lleva a confiar en Él. Sin embargo, parece como si, en el Evangelio, la actitud personal sea prioritaria. 

Se puede afirmar que, en el encuentro de Jesús con las personas, se subraya un aspecto esencial de la fe, que antes de ser una fe profesada, de quien dice: “Yo creo en ti, tengo confianza en ti, te reconozco y quiero seguirte”, es una fe donada por Dios a través de Jesús.

Este es el aspecto fundamental de la fe: es don de Dios. Jesús encuentra a los “lejanos” y les dona la fe, les permite vivir una relación con Dios y creer en Él.

En las narraciones evangélicas, la fe consiste en una confianza concreta y material en la posibilidad de que Jesús los sane, los libere, los ayude. Esta confianza se expresa con gestos sencillos: un grito, un gesto (tocar a Jesús, echarse a sus pies), una invocación-oración.

Nos parece raro que estos gestos los defina Jesús como “fe”.

¿No se trata de una fe muy pobre, limitada, supersticiosa, infantil?

A menudo ni siquiera se expresa con palabras. En la categoría de la fe como una elección madura, ponderada, nos parece incomprensible lo que dice Jesús a los enfermos: “Tu fe te ha salvado”. La fe la pensamos como algo complejo, que necesita un montón de palabras.

El grito de la fe

Gritan a Jesús estas pobres personas y manifiestan su fe. Nos parece más una invocación de ayuda, una petición y no la expresión de una fe madura. “Claro: se trata de un interés personal”, alguien podría objetar. El grito no es simplemente expresión de la voz; sí, el grito expresa sufrimiento, necesidad, petición de ayuda; sin embargo en el Antiguo Testamento es siempre algo más profundo.

El grito es la expresión de la incapacidad de salvarse por su propia cuenta, de sanarse por sí mismos, es el reconocimiento de que la salvación y la curación plenas pueden llegarnos sólo por parte de Dios. El grito es

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apelación a la justicia de Dios; si uno grita a Dios, Éste no puede no salvarlo; si un pobre grita a Dios, Él lo salva.

El grito del pobre, que se considera como tal, es expresión de una fe plena, porque supone el reconocimiento de Dios y de Jesús como única posibilidad de salvación.

Este es el corazón de la fe. Ésta es la fe y sin este reconocimiento no hay fe.

Como los niños

La fe es, por lo tanto, dependencia profunda – contra toda mentalidad del hombre contemporáneo que construye su destino sin Dios - reconocimiento de que Alguien puede salvarte. No se trata de una decisión puramente racional, menos aún depende de la bondad de alguien. No es la elección de quien se piensa autosuficiente, maduro y puede determinar de manera original su vida.

La imitación

La fe es seguir a Jesús; se expresa en el seguimiento, porque se confía en Él. La fe frente a Jesús es siempre un acto concreto, material. Están con Él y lo siguen: ésta es la manifestación de la fe. La fe es imitación de Jesús. Antes que comprensión es imitación de Él. En el lavatorio de los pies se nos sugiere la actitud apropiada: “También ustedes deben lavarse los pies los unos a los otros. Les he dejado un ejemplo”... a imitar (Jn 13).

El hombre contemporáneo, que se considera adulto y maduro, piensa que antes debe comprenderlo todo y después actuar. “Lo que hago, tú (Pedro) no lo comprendes, pero lo comprenderás más tarde”. Debemos imitar a Jesús y... después comprenderemos.

 “Nos hiciste para Ti, y nuestro corazón es inquieto hasta que descanse en Ti”, nos recuerda San Agustín.

Esta es la identidad más profunda del ser humano: la vocación al encuentro, a la fe: reconocimiento – confianza – abandono - seguimiento.

Juan Pablo II en la Familiaris Consortio, nos presenta una reflexión antropológica muy bella y profunda: “Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza-

Creándola a su imagen, Dios inscribe en la humanidad del hombre y de la mujer la vocación y consiguientemente la capacidad y la responsabilidad del amor y de la comunión.

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El amor es por tanto la vocación fundamental e innata de todo ser humano”.

La fe se caracteriza por ser “respuesta” de amor al Amor que nos llama: diálogo.

Fe cristiana: encuentro entre Dios que se revela y el hombre que busca

“Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a Sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad, mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina. En consecuencia, por esta revelación, Dios invisible habla a los hombres como amigos, movido por su gran amor y mora con ellos, para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía. ...” (Dei Verbum, 2). 

Creados a imagen y semejanza de Dios, llevamos una huella divina, una orientación hacia a Dios. Si no realizamos esta “vocación”, hay el fracaso existencial.

La vida cristiana es vida animada por el Espíritu Santo, es “respuesta” a la “vocación” fundamental de seres que tienen una orientación hacia Dios.

La fe no atañe sólo nuestra relación con Dios, sino todos los aspectos de la vida humana, familia, trabajo y escuela, relaciones interpersonales, gestión del dinero y del tiempo libre, sufrimiento, etc.

Expresiones de la FE

   1. “CONFORMACIÓN A JESUCRISTO”

2. Las virtudes teologales

FE la acogida del amor; no querer auto-manejarse. Lo opuesto del narcisismo; es agradecimiento  

ESPERANZA Tres tentaciones: resultados inmediatos, deseo de poder, deseo de gloria y ser primeros.

 AMOR Querer el bien del prójimo

La fe encuentra su manifestación: oración, culto, pertenencia a una comunidad.

La fe no es sólo un hecho personal e íntimo; necesita poder encontrar su manifestación. No se trata sólo de una creencia que se puede vivir en el espacio íntimo de nuestra conciencia; involucrando a toda la vida del que

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cree, tiende a manifestarse exteriormente y públicamente, tiende a encontrar formas de agregación.

La oración es sí diálogo con Dios, sin embargo puede tomar manifestaciones comunes y comunitarias. El culto es por sí mismo algo comunitario y público.

La misma comunidad originada por la creencia en el mismo Dios tiende a estructurarse, a garantizar la continuidad de la propuesta de salvación, a ayudar a sus miembros más débiles y necesitados.

La mentalidad libertaria e individualista concibe la fe y la religión como algo exclusivamente interior o que se ha de jugar en la cerca de lugares exclusivos, pero que no puede tener manifestaciones públicas, ni puede entrar en los asuntos sociales, culturales, económicos y políticos. Se le reconoce a cada individuo el derecho – tal vez también un deber correspondiente – de contribuir al bien común de la sociedad, pero se le impide que lo haga como creyente.

- La fe en la biografía de la persona: etapas fundamentales, ritos de paso

Para mucha gente la experiencia religiosa constituye una de las más significativas actividades y experiencias de su vida. Inspira la conducta, da un sentido a los quehaceres de la vida, ofrece un horizonte de sentido, caracteriza las elecciones más importantes y da un matiz religioso al paso de una etapa a otra del desarrollo de la persona.

Las fechas más significativas de la biografía personal, tienen muy a menudo un relieve religioso. Parece como si la biografía personal se entrelazara con una historia de salvación que Dios va guiando: también los acontecimientos que pueden aparecer irrelevantes, adquieren en una perspectiva de fe un valor único y fundamenta para la persona que los vive.

- El valor “terapéutico” de la experiencia religiosa

Según algunos maestros de la sospecha, el fenómeno religioso es fuente de patologías y de una visión distorsionada de la realidad. Es producto humano patológico, fuente de injusticia, de pasividad y resignación, de mecanismos psicológicos inconscientes y potencialmente neuróticos.

Para Marx, la religión es un producto inventado por la sociedad, los poderosos, para lograr la explotación de los pobres: instrumento de evasión para los explotados y de justificación para los explotadores. En ella el hombre alienado busca una felicidad ilusoria, un paraíso artificial; como consecuencia el hombre explotado acepta pasivamente las

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injusticias y renuncia a luchar para cambiar la situación: es un anestésico peligroso, es “opio de los pueblos”.

Para Nietzsche la religión es un invento de los hombres, no de los fuertes como en Marx, sino de los débiles; ellos elevan su ideal de debilidad, resignación, cobardía a valores universales que todos deben aceptar, renunciando los fuertes y valerosos (los super-hombres) a desarrollar sus potencialidades.

Para Sigmund Freud la religión es una “ilusión”, obra del proceso de sublimación de la “libido” por acción del super-yo. Los deseos naturales reprimidos toman la forma y la manifestación religiosa, creando sí la cultura (religión, moral, arte, instituciones y leyes, etc.), pero creando en las personas descompensaciones y neurosis.

Al contrario, otros estudiosos – pienso que también la experiencia puede avalar nuestra convicción – subrayan la positividad de la fe religiosa. Veamos algunos elementos:

A pesar de los avances de la ciencia y la técnica, el hombre experimenta una situación de finitud, de contingencia, de fragilidad. Todos los intentos para “dominar” la situación, parecen ilusorios y fuente de problemas más grandes. El reconocimiento de Dios es fuente de equilibrio y de humanización contra una tecnología que tiende a reducir al hombre a insignificante engranaje en la máquina de la vida, producto que se puede ensamblar y desechar.

No siempre la vida es fácil; se asoman en nuestra vida experiencias-límite: enfermedad, fracaso, incomprensión, dudas, dificultades relacionales y traiciones, dificultades económicas y duelos, etc. La fe ayuda a encontrar un sentido en estas situaciones que sacuden las certezas y crean estados de inseguridad e incertidumbre. El sentido permite salir adelante, no hundirse en un estado de depresión, cultivar la esperanza y motivar al compromiso.

A diferencia de lo que afirman los “maestros de la sospecha”, la fe religiosa ha animado a lo largo de la historia y continúa motivando a un sinnúmero de personas al compromiso y a la entrega para transformar y humanizar nuestra civilización. Es una mentira que la religión nos saque de la vida real para crear un refugio artificial, acolchonado de desempeño y estilo burgués.

La fe religiosa estimula a crecer en la práctica de las virtudes y, en general, hacia hábitos virtuosos; estas costumbres adquieren una función importante de equilibrio cognoscitivo, emocional y comportamental frente a los altibajos emocionales, a los mensajes y las prácticas de propaganda

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publicitaria que nos intentan arrastrar hacia conductas contradictorias. La fe nos ofrece un punto de referencia valorial.

En el tiempo de la enfermedad y el duelo la fe actúa como fuente de sentido, de equilibrio y alimenta la esperanza

      En algunas situaciones particularmente marcadas por el sufrimiento, la dimensión religiosa es la única dimensión que se conserva “sana”. A pesar del avance de la patología, la persona mantiene íntegra su vivencia espiritual, su fe como abandono en Dios, su capacidad de oración.

     

Pbro. Silvio Marinelli.

Centro San Camilo.