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Fascículo No. 33: El Sermón del Monte 1 INSTITUTO BÍBLICO DEL AIRE FASCÍCULO INTERNACIONAL NÚMERO 33 EL SERMÓN DEL MONTE VERSÍCULO POR VERSÍCULO (Mateo 5, 6 y 7) Introducción El primer retiro cristiano (Mateo 4:23-5:1) Muchas personas que ni siquiera afirman ser seguidores de Cristo aprueban las enseñanzas de Jesús que podemos encontrar en el Sermón del Monte. Intelectuales, políticos y poetas de todas las épocas han citado porciones de su enseñanza sin haber conocido jamás a Aquel que predicó ese sermón. Quizá no haya pasaje alguno de la Biblia más citado —y menos comprendido— que este discurso de Jesús que vamos a estudiar ahora. El contexto del Sermón del Monte Es importante ver el contexto antes de estudiar el contenido de este gran discurso. Encontramos la descripción que Mateo hace del contexto en que fue predicado este sermón cuando leemos: “Y recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Y se difundió su fama por toda Siria; y le trajeron todos los que tenían dolencias, los afligidos por diversas enfermedades y tormentos, los endemoniados, lunáticos y paralíticos; y los sanó. Y le siguió mucha gente de Galilea, de Decápolis, de Jerusalén, de Judea y del otro lado del Jordán. “Viendo la multitud, subió al monte; y sentándose, vinieron a él sus discípulos. Y abriendo su boca les enseñaba, diciendo:...” (Mateo 4:23; 5:1, 2).

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Fascículo No. 33: El Sermón del Monte

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INSTITUTO BÍBLICO DEL AIRE

FASCÍCULO INTERNACIONAL NÚMERO 33

EL SERMÓN DEL MONTE

VERSÍCULO POR VERSÍCULO

(Mateo 5, 6 y 7)

Introducción

El primer retiro cristiano

(Mateo 4:23-5:1)

Muchas personas que ni siquiera afirman ser seguidores de

Cristo aprueban las enseñanzas de Jesús que podemos encontrar en el

Sermón del Monte. Intelectuales, políticos y poetas de todas las

épocas han citado porciones de su enseñanza sin haber conocido

jamás a Aquel que predicó ese sermón. Quizá no haya pasaje alguno

de la Biblia más citado —y menos comprendido— que este discurso

de Jesús que vamos a estudiar ahora.

El contexto del Sermón del Monte Es importante ver el contexto antes de estudiar el contenido

de este gran discurso. Encontramos la descripción que Mateo hace

del contexto en que fue predicado este sermón cuando leemos:

“Y recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de

ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda

enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Y se difundió su fama por

toda Siria; y le trajeron todos los que tenían dolencias, los afligidos

por diversas enfermedades y tormentos, los endemoniados, lunáticos

y paralíticos; y los sanó. Y le siguió mucha gente de Galilea, de

Decápolis, de Jerusalén, de Judea y del otro lado del Jordán.

“Viendo la multitud, subió al monte; y sentándose, vinieron a

él sus discípulos. Y abriendo su boca les enseñaba, diciendo:...”

(Mateo 4:23; 5:1, 2).

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Después, leemos el quinto, sexto y séptimo capítulo del

Evangelio de Mateo, que registran la profunda enseñanza que Jesús

dio en este contexto. ¿Se da cuenta usted del contexto en que fue

dada esta gran enseñanza? Yo lo llamo “el primer retiro cristiano”.

No fue, en realidad, un sermón como los que conocemos hoy en día,

sino una enseñanza dada por Jesús en medio de lo que podríamos

llamar un retiro en la cima de una montaña.

Cuando Jesús terminó sus tres años de ministerio público,

pasó sus últimas horas recluido en un aposento alto con los apóstoles

a los que había convocado y formado antes de ser arrestado y de

morir en la cruz. En ese contexto, compartió con ellos el discurso

suyo más prolongado del que tengamos registro. Yo llamo a ese

discurso “el último retiro cristiano” que Jesús tuvo con sus discípulos

(Juan 13-16).

Ya he citado la descripción que Mateo hace del contexto en

que se realizó este primer retiro cristiano. Jesús estaba sanando toda

enfermedad imaginable de quienes se habían reunido a las orillas del

Mar de Galilea. Según Mateo, estas personas eran “todos los que

tenían dolencias, los afligidos por diversas enfermedades y

tormentos, los endemoniados, lunáticos y paralíticos” (Mateo 4:24).

Leemos que quienes se habían reunido alrededor del Mar de

Galilea habían viajado “de Galilea, de Decápolis, de Jerusalén, de

Judea y del otro lado del Jordán” (v. 25). Se necesitaban

aproximadamente cuatro días para pasar desde el otro lado del Jordán

hasta Galilea, donde Jesús estaba sanando a los enfermos.

Hoy, en muchas culturas, institucionalizamos estos

problemas: los enfermos, los moribundos, los que tienen problemas

mentales, los ancianos y los veteranos de nuestras guerras

generalmente están fuera de nuestra vista y, muchas veces, también,

fuera de nuestra mente. Cuando Jesús organizó su retiro, todos los

problemas que he mencionado estaban representados en la multitud

que se había reunido alrededor del Mar de Galilea.

Si usted obtiene un título o asiste a un seminario sobre cómo

ser un ejecutivo exitoso, le dirán que, para serlo, debe aprender a

analizar, organizar, delegar, supervisar... ¡y luego agonizar!

Jesús decidió no ministrar sanidad a todas esas personas.

Invitó a algunos de sus discípulos a reunirse con Él en un nivel

superior, cerca de la cima de las colinas que se elevan gradualmente

desde el Mar de Galilea (Marcos 3:13). Esto dividió a la multitud en

dos grupos: al pie del monte estaban aquellos que eran parte del

problema. En un nivel superior de la colina, con Jesús, estaban

aquellos que deseaban ser parte de la solución de Jesús para todos los

problemas que estaban al pie del monte.

Jesús sabía bien que, dado que había aceptado las

limitaciones de un cuerpo humano y el breve tiempo que tenía aquí

en la tierra, nunca podría resolver todos esos problemas Él solo. Por

lo tanto, “analizó”, aunque sabemos que era parte de su plan desde el

principio utilizar a frágiles seres humanos como parte de su Plan

Maestro. Después, organizó este primer retiro cristiano. Marcos dice

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que Jesús, personalmente, invitó a quienes asistieron a este retiro

“para que estuviesen con él, y para enviarlos” (Marcos 3:14, 15).

Por la forma en que Jesús organizó este retiro, el desafío que

quería presentar era: “¿Eres parte del problema, o parte de la

solución?”. La estrategia de Jesús era demostrar a quienes asistieron

a ese retiro cómo podían ser parte de la solución a todos esos

problemas de la vida que representaban las personas reunidas al pie

del monte.

Juan hace una fugaz referencia al contexto de este retiro.

Escribe que grandes multitudes se acercaron a Jesús para pedir

sanidad mientras Él estaba en una colina con sus discípulos (Juan

6:1-3). Juan escribió su Evangelio muchas décadas después que

fueron escritos los Evangelios de Mateo y Marcos. Probablemente

conocía lo que Mateo había escrito, pero, dado que sus prioridades

eran otras, prefirió no explayarse sobre el contexto de este discurso.

Es Mateo quien nos da la mayor cantidad de detalles sobre el

contexto y el contenido del Sermón del Monte.

Un estudioso resume el entorno en que fue dada esta gran

enseñanza diciendo que Jesús presenta tres profundas verdades al

crear el contexto para este gran sermón. Cuando convoca a discípulos

de en medio de esa multitud para que sean parte de su solución,

vemos la crisis que implica llegar a ser cristiano. Las ocho

bienaventuranzas son el sermón y bosquejan el tipo de carácter que

implica ser cristiano. Las cuatro metáforas que siguen a las

bienaventuranzas y todo el resto de su enseñanza en los capítulos 5, 6

y 7 representan el desafío de la confrontación del carácter cristiano

con una cultura pagana.

Con esta breve introducción, mi oración es que, juntos, nos

adentremos en la Palabra de Dios, y permitamos que la Palabra de

Dios entre en nosotros. Lo invito a estudiar este Sermón del Monte

porque estoy seguro de que cambiará su vida, como cambió la de

aquellos que lo escucharon aquel día y luego salieron a dar vuelta el

mundo.

Capítulo 1

El contenido del Sermón del Monte

Actitudes para venir

(Mateo 5:3-6)

Jesucristo predicó este sermón en la cima de un monte de

Galilea en el cual desafió a personas que profesaban ser sus

discípulos a ubicarse estratégicamente entre el amor de Dios y el

dolor de las personas sufrientes de este mundo. Jesús desafió a sus

discípulos a colaborar con Él y ser canales de su amor. Y concluyó su

sermón con un impresionante llamado al compromiso. Después,

designó a doce hombres que habían escuchado este sermón para que

fueran sus “apóstoles” o “enviados”. Esos apóstoles vivieron y

murieron por Jesús haciendo discípulos para Él por todo el mundo.

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Ahora que hemos considerado el contexto, estamos listos para

estudiar el contenido de este gran sermón. Leemos:

“Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino

de los cielos. Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán

consolación. Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la

tierra por heredad. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de

justicia, porque ellos serán saciados” (5:3-6).

Jesús comienza enseñando a sus discípulos ocho actitudes,

llamadas “bienaventuranzas”, porque cada una comienza con la

palabra “bienaventurados” (es decir, “benditos”). Jesús está

prometiendo bendecir al discípulo que tiene cada una de estas

actitudes. Esta palabra, “bienaventurados”, puede significar ‘felices’,

‘espiritualmente prósperos’, o ‘en estado de gracia’. Cada actitud,

además, incluye una promesa referida a la forma en que esta

bendición llegará a la vida de ese discípulo.

Estas ocho actitudes benditas reflejan la mentalidad de un

discípulo de Jesús. El contexto en el que Él enseña dichas actitudes

expresa que esta forma de ver la vida hará que sus discípulos sean

parte de la solución y la respuesta de Cristo para todo el sufrimiento

del mundo representado por la multitud reunida al pie del monte.

Como discípulos de Jesús, cuando decidimos que deseamos

ser parte de la solución y dejar de ser parte del problema, lo primero

que debemos hacer es estudiar estas actitudes hasta comprenderlas y,

después, comprometernos a vivirlas cada día de nuestra vida.

Recuerde que, como aprendimos del contexto de este sermón, las

bienaventuranzas son, de hecho, el sermón mismo. El resto de su

enseñanza es la aplicación de este sermón, es decir, de las

bienaventuranzas.

Más adelante en su discurso, Jesús enseñará que las actitudes

correctas constituyen la diferencia entre una vida llena de luz

(pureza, verdad y felicidad) y una vida llena de oscuridad o

infelicidad (Mateo 6:22, 23). Y agrega el comentario de que, cuando

nuestra vida está llena de oscuridad porque tenemos actitudes

equivocadas, puede llegar a ser sumamente oscura, y seremos

sumamente desdichados.

Podríamos agregar que, cuando personas como Adolfo Hitler,

José Stalin u otros líderes perversos practican el genocidio porque

tienen una mentalidad equivocada, pueden producir una gran

oscuridad en las vidas de millones de personas. Por eso, Jesús

predicó y aplicó en su primer retiro lo que podríamos llamar “un

control del cuello para arriba”.

Actitudes para venir

Las ocho bienaventuranzas se dividen en dos grupos de

cuatro actitudes cada uno. A lo largo de toda la Biblia, cuando Dios

recluta líderes para su obra, vemos emerger un patrón. Estos líderes

tienen lo que podríamos llamar “una experiencia de venir” y “una

experiencia de ir”. Tienen una experiencia de venir a Dios muy

significativa, antes de tener una salida fructífera en nombre de Dios.

Las primeras cuatro bienaventuranzas presentan las actitudes que

implica el venir a Dios, y las segundas cuatro bienaventuranzas

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presentan las actitudes que implica el salir para Dios.

Algunas cosas, como los talentos, pueden desarrollarse en la

soledad, pero el carácter debe desarrollarse en medio de la corriente

de la humanidad, mientras nos relacionamos con otras personas. Las

primeras cuatro bienaventuranzas se desarrollan en la cima del

monte, en lo que Jesús luego llamará nuestro “aposento”, es decir,

nuestras experiencias privadas con Dios (Mateo 6:6). Aprendemos y

cultivamos las primeras cuatro bienaventuranzas en nuestra relación

privada con Dios, pero el segundo conjunto de bienaventuranzas

deben ser aprendidas y desarrolladas mientras nos relacionamos con

las personas.

Los pobres en espíritu

La primera bienaventuranza es: “Bienaventurados los pobres

en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mateo 5:3).

Esta primera actitud bendita está relacionada con la pregunta que los

líderes religiosos le hicieron a Juan el Bautista: “¿Qué dices de ti

mismo?” (Juan 1:22). Si no tenemos la actitud correcta hacia

nosotros mismos, nunca seremos una de las soluciones del Señor.

La promesa que describe la bendición que esta actitud trae a

la vida de un discípulo significa, simplemente, que hemos hecho de

Jesucristo nuestro Salvador, Señor y Rey personal. Ser parte del reino

de los cielos es otra manera de decir que somos súbditos del Rey de

reyes y Señor de señores, Aquel que es la Solución. Esta es la

primera actitud que debemos tener para ser parte de la solución para

la necesidad humana que Cristo desea llevar, a través de sus

discípulos, a las personas que sufren en este mundo.

Los estudiosos nos dicen que las palabras “pobres en espíritu”

pueden traducirse, también, como ‘quebrantados en espíritu’. Lo cual

significa que esta actitud es de quebrantamiento, algo que vemos en

las vidas de quienes Dios llama y prepara para un ministerio especial.

A medida que lee la Biblia, observe cómo Dios enseña esta primera

bienaventuranza a quienes llama para hacer grandes obras para gloria

de Él. Por ejemplo, Jacob experimentó el quebrantamiento cuando

luchó toda la noche con un ángel (Génesis 32:24-32).

Personas como Jacob, Moisés y el apóstol Pedro tuvieron que

aprender tres lecciones mientras Dios los hacía pobres en espíritu:

Aprendieron que no eran nadie; aprendieron que eran alguien, y

aprendieron lo que Dios puede hacer con alguien que ha aprendido

que no es nadie. Una conocida paráfrasis de esta primera

bienaventuranza que Jesús enseñó dice: “Eres bendecido cuando

estás al final de tus fuerzas. Si hay menos de ti, hay más de Dios y de

su gobierno” (5:3).

En resumen, el estado de gracia al que Jesús llama “ser pobre

en espíritu” es la humildad. La humildad es un concepto difícil de

comprender. Si usted piensa que es humilde, probablemente no lo

sea. Una iglesia le dio a su pastor una medalla en reconocimiento de

su humildad... ¡pero después tuvo que quitársela, porque la exhibía

todos los domingos! Demostramos que comprendemos lo que es ser

humildes cuando oramos de esta forma: “Dios, yo no soy la solución.

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Ni siquiera puedo resolver mis propios problemas, y mucho menos,

los de otras personas. Pero sé que tú puedes. Tú eres la solución para

ellos. Si tú estás en mí, y yo estoy en relación contigo, entonces,

tengo el potencial de ser un vehículo y un canal de tu solución y tu

respuesta a medida que me relaciono con otras personas y sus

problemas”.

Los que lloran

La segunda actitud bendita es: “Bienaventurados los que

lloran, porque ellos recibirán consolación” (5:4). Jesús nos da una

lección sobre valores. ¿Nos consideramos bendecidos cuando

sufrimos? Pero Jesús promete, claramente, una bendición y un

consuelo especial para los momentos en que sufrimos. ¡De hecho,

declara un valor: que cuando sufrimos, somos bienaventurados!

Salomón, el hombre más sabio que haya vivido jamás,

concuerda con Jesús cuando escribe: “Mejor es ir a la casa del luto

que a la casa del banquete; porque aquello es el fin de todos los

hombres, y el que vive lo pondrá en su corazón. Mejor es el pesar que

la risa; porque con la tristeza del rostro se enmendará el corazón. El

corazón de los sabios está en la casa del luto; mas el corazón de los

insensatos, en la casa en que hay alegría. […]. En el día del bien goza

del bien; y en el día de la adversidad considera. Dios hizo tanto lo

uno como lo otro” (Eclesiastés 7:2-4, 14).

En otras palabras: “Bienaventurados los que lloran”. Salomón

escribe que es una experiencia solemne para nosotros ir a un funeral

y ver el cuerpo de alguien que amamos o conocemos y que ha

dejado esta vida. Nos conmueve profundamente, porque sabemos, sin

duda alguna, que en algún momento, será nuestro cuerpo el que vaya

a ser sepultado. Salomón declara que nuestro sistema de valores está

más de acuerdo con los valores eternos que Dios desea enseñarnos

cuando estamos en un funeral. Así que es mejor ir a un funeral que a

una fiesta.

Los creyentes, a veces, tienen el concepto equivocado de que,

si demuestran señales de dolor por la pérdida de un ser querido, su fe

es débil. Jesús asistió al funeral de alguien que amaba, y lloró tanto

que los que lo veían dijeron: “Mirad cómo le amaba” (Juan 11:36).

Una interpretación y aplicación preliminar de esta segunda

bienaventuranza es que nunca debemos reprimir nuestro dolor.

Pablo escribió que, cuando perdemos a seres amados que son

creyentes, no debemos sufrir como los incrédulos que no tienen

esperanzas de volver a ver a su ser amado (1 Tesalonicenses 4:13).

Cuando David perdió a su hijo, expresó la esperanza y el dolor del

duelo piadoso cuando dijo: “Yo voy a él, mas él no volverá a mí” (2

Samuel 12:23). Nuestra esperanza es que veremos en el cielo a ese

ser amado que también llegó a conocer a Jesucristo como su Señor y

Salvador. Pero el dolor genuino que sufrimos está basado en la

realidad innegable de que pasaremos el resto de nuestra vida sin esa

persona amada.

Si queremos descubrir la bendición y el consuelo que Jesús

nos prometió en nuestro duelo, debemos permitir que Dios utilice

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nuestro dolor para conmovernos de tres maneras: Primero, debemos

permitir que nuestro dolor nos lleve al punto en que hagamos las

preguntas correctas, tal vez, por primera vez en nuestra vida. Muchas

personas andan por la vida sin hacer jamás las preguntas correctas.

Pero hay preguntas que Dios desea que hagamos cuando estamos de

duelo.

Job es un buen ejemplo de esto. Perdió a diez hijos, todas sus

posesiones y, finalmente, su salud. A lo largo de su experiencia de

sufrir grandes pérdidas, Job permitió que ese dolor lo llevara al punto

en que hizo las preguntas correctas. Formuló grandes preguntas,

como por ejemplo: Un hombre muere. Su espíritu lo abandona.

Expira... ¿y adónde va después? Si un hombre muere, ¿puede volver

a vivir? (Job 14:10-14). Estos son ejemplos de las preguntas

correctas que Dios quiere que hagamos.

La segunda forma en que Dios desea conmovernos cuando

estamos de duelo es que ese sufrimiento nos lleve al punto en que

escuchemos sus respuestas para las preguntas correctas. Job recibió

una gran respuesta a su pregunta en medio de lo peor de su

sufrimiento, cuando recibió una revelación del Mesías. Entonces

exclamó: “Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el

polvo” (Job 19:25).

Quizá, Dios no nos dé a nosotros una revelación sobrenatural,

como le dio a Job, pero la Biblia está llena de respuestas suyas a esas

preguntas correctas. Mi salmo favorito es el Salmo del Pastor, de

David (el Salmo 23), donde encuentro muchas respuestas.

Jesús nos dio una gran respuesta cuando asistió a aquel

funeral en el que lloró tanto. Junto al sepulcro, desafió a una persona

amada que también estaba sufriendo el duelo, con estas palabras:

“Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté

muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá

eternamente. ¿Crees esto?” (Juan 11:25, 26).

La pregunta de Jesús al final de ese desafío junto al sepulcro

nos indica la tercera forma en que Dios desea llevarnos hacia la

bendición prometida por Jesús cuando estamos sufriendo: Si

queremos descubrir la bendición y el consuelo que Jesús prometió a

quienes lloran, debemos permitir que nuestro dolor nos lleve al punto

en que creamos las respuestas de Dios para las preguntas correctas, y

confiemos en ellas.

Cuando creemos en las respuestas que Dios da a las preguntas

correctas, descubrimos que la bendición y el consuelo que Jesús

prometió a los que lloran es lo que la Biblia llama “salvación”. Esta

palabra, simplemente, significa ‘ser librado’. Podemos experimentar

la liberación inicial de la salvación o la liberación que necesitamos

de la angustia y la depresión. Podemos vivir las experiencias más

importantes de nuestra vida cuando nuestro dolor nos lleva a

preguntar, escuchar y creer.

El contexto de esta enseñanza revela otra interpretación y

aplicación de la segunda bienaventuranza. La estrategia de Jesús, en

este retiro, es: “Miren hacia abajo. ¿Ven toda esa gente? Esas

personas están sufriendo. ¿Verdaderamente creen que pueden bajar y

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ser parte de su solución, parte de la respuesta para sus trágicos

problemas, sin sufrir ustedes mismos en algún momento?”. La

palabra “compasión” significa ‘sentir con’. ¿Cómo podremos

“sentir con” las personas que sufren si no sufrimos jamás?

Alguien ha dicho que “un evangelista es un mendigo que le

dice a otro mendigo dónde puede encontrar pan”. Un sanador herido,

que ha sufrido y ha sido consolado por Dios, es “un corazón sufriente

que le dice a otro corazón sufriente Quién es el Consolador, y dónde

está”. Muchas personas pueden testificar que creían en Dios y sabían

acerca de Él, pero no lo conocieron hasta que experimentaron un

grado tal de sufrimiento en el que solo Dios podía consolarlas.

Cuando se vieron forzadas a descubrir al Consolador, establecieron

una relación con Dios.

Una conocida paráfrasis expresa elocuentemente esta segunda

bienaventuranza: “Eres bendito cuando sientes que has perdido lo

que era más valioso para ti. Solo entonces podrá abrazarte Aquel que

es el más valioso para ti” (Mateo 5:4, * The Message).

Descubrimos otra faceta de esta segunda bienaventuranza

cuando la relacionamos con la primera. Muchas veces, lloramos

mientras aprendemos que somos pobres en espíritu. El temor al

fracaso acosa y moviliza a muchas personas, porque es muy doloroso

fallar. Cuando fracasamos, lloramos. Pero el fracaso personal es la

herramienta preferida de Dios para convencernos de que no podemos

hacer nada sin Él. Moisés y Pedro sufrieron dolorosos fracasos

mientras aprendían que eran pobres en espíritu, antes que Dios

pudiera usarlos con poder.

Los mansos

La próxima actitud bendita que Jesús pone delante de

nosotros tiene que ver con lo que deseamos: “Bienaventurados los

mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad”. ¿Qué es la

mansedumbre? La mansedumbre, quizá, es la peor comprendida y

aplicada de estas ocho hermosas actitudes. La mansedumbre no es

debilidad. Escuchamos a Jesús decir: “Yo soy manso” (Mateo

11:29). Cuando llegamos a conocer al Jesucristo que nos presenta la

Biblia, nos damos cuenta de que no era manso en el sentido de ser un

hombre débil y flojo.

El Antiguo Testamento dice que Moisés fue el hombre más

manso que jamás haya vivido (Números 12:3). Al leer el Antiguo

Testamento, cuando llegamos a conocer a Moisés, ¿da la impresión

de ser un hombre débil? Ni Jesús ni Moisés eran débiles por ser

mansos.

Podemos comprender mejor el significado de la palabra

bíblica “manso” si pensamos en un caballo brioso que no ha sido

domado. Es un animal muy fuerte, de voluntad firme. Las personas

que son expertas en el manejo de estos animales deslizan suavemente

la brida sobre la cabeza del caballo y colocan el bocado con mucho

cuidado en su boca. Después, ajustan la montura sobre su lomo.

Cuando finalmente llegan al punto en que el caballo toma el bocado * Traducción libre de la paráfrasis de la Biblia en inglés The Message

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y acepta ser controlado por él, por la brida y la persona que está

sentada sobre la montura —cuando se quebranta la voluntad del

caballo, se lo domestica—, ese caballo sigue siendo poderoso, pero

ahora es manso.

La siguiente sería una paráfrasis de lo que el Señor le

preguntó a Saulo de Tarso cuando este se encontró con el Cristo

resucitado en el camino a Damasco: “¿Por qué me persigues? ¿Por

qué tiras del bocado? ¡Es tan duro para ti!” (Hechos 9:4, 5).

Pero al hacer la pregunta: “Señor, ¿qué quieres que haga?”,

Saulo de Tarso aceptó el control del bocado, que, junto con otras

cosas, era la voluntad del Cristo resucitado para su vida. Entonces,

Saulo se volvió manso. Eso es, precisamente, lo que es la

mansedumbre.

Jesús declaró: “Yo soy manso” mientras hacía una de sus más

importantes invitaciones: “Venid a mí todos los que estáis trabajados

y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y

aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis

descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi

carga” (Mateo 11:28-30).

Las palabras utilizadas en el original indican que estas

palabras fueron dirigidas a personas que estaban trabajando al punto

de caer exhaustas para poder soportar sus agotadoras cargas.

En su invitación, Jesús llama a las personas que tienen cargas

pesadas a acercarse para aprender acerca de su carga, su corazón y su

yugo. Quiere que sepan que el yugo de Él es ligero. (Esto es

sorprendente, ya que literalmente, Jesús tenía todo el peso del mundo

sobre sus hombros). Quiere que sepan que su corazón es humilde y

manso; quiere enseñarles que es su yugo el que hace que su carga sea

ligera y su vida, fácil.

Un yugo no es una carga. Un yugo es un instrumento que

hace posible que un animal, como un buey, mueva una carga pesada.

Muchos hemos visto carros arrastrados por bueyes, con grandes

cargas apiladas. Es el yugo que lleva el buey el que hace posible que

ese animal tan fuerte pueda ser controlado de modo tal que,

fácilmente, pueda mover esa enorme carga.

Esta sencilla y profunda metáfora define la mansedumbre. La

tercera bienaventuranza, de la mansedumbre, es la fuerza bajo

control. Básicamente, Jesús enseña: “Yo tomo el yugo de la voluntad

de mi Padre sobre mí cada día”. Recuerde que Él dijo: “Yo hago

siempre lo que le agrada [al Padre]” (Juan 8:29). Ese era el yugo que

llevaba Jesús. Se sometía al yugo del Padre y estaba controlado por

el Padre en un ciento por ciento, absolutamente todo el tiempo. Esa

es la bienaventuranza de la mansedumbre que Jesús enseña a sus

discípulos.

Un yugo que encajaba bien, y que estaba bien alisado por un

buen carpintero, le hacía la vida más fácil al animal; hacía que la

carga pareciera ligera. Un carpintero como Jesús seguramente hacía

yugos que encajaban muy bien, lisos por dentro, para no irritar al

animal. Jesús enseña la bienaventuranza de la mansedumbre porque

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sabe que el yugo que Él lleva cada día hará ligeras las cargas y fácil

la vida de quienes se debaten porque no tienen yugo.

Cuando enseña la tercera bienaventuranza, Jesús dice,

básicamente: “Hay una forma correcta de vivir la vida. Si tú vives la

vida como yo lo hago, descubrirás que no estarás cargado, cansado y

trabajando hasta caer exhausto para solucionar tus problemas”. En

realidad, estaba diciendo: “Toma la vida como yo la tomo. Si aceptas

mi yugo de mansedumbre, descubrirás que puede aligerar tu carga y

facilitarte la vida, por grandes que sean los desafíos que debes

enfrentar”.

En resumen, esencialmente, les está diciendo a los que están

reunidos en la cima de la colina: “Esas personas que están allá abajo

sufren porque no saben cómo llevar la carga de la vida. No pueden

mover sus cargas porque no tienen Yugo. Pero, si ustedes confiesan

mis valores, si viven mi vida con mis actitudes, si se entrenan con las

disciplinas espirituales que yo les mostraré a medida que me sigan,

aprenderán algo acerca de mi carga, mi corazón y mi yugo, que les

dará descanso para sus almas”.

La mansedumbre es la disciplina de nuestro “querer”, de

nuestra voluntad. La palabra “disciplina” y la palabra “discípulo”

tienen la misma raíz. La promesa de Jesús que acompaña esta actitud

bendita es que el discípulo manso heredará la tierra. Esto,

simplemente, significa dos cosas: (1) Es de esperar que un discípulo

de Jesús sea una persona disciplinada, y (2) el discípulo disciplinado

gana todo cuando tiene el yugo de Jesús y de su Padre sobre su vida

todo el día, todos los días.

Los que tienen hambre y sed de justicia

La cuarta actitud bendita es: “Bienaventurados los que tienen

hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados” (Mateo 5:6).

Cuando somos mansos, es decir, cuando podemos decir que Jesús es

nuestro Señor y estamos sometiendo nuestra vida a su control, Jesús

nos enseña que, ahora, debemos tener hambre y sed de justicia.

Ahora podemos ver que existe un patrón: las

bienaventuranzas vienen en pares, en duplas. Lloramos mientras

aprendemos a ser pobres en espíritu y, cuando nos volvemos mansos,

tenemos hambre y sed de justicia. Justicia es, simplemente, hacer lo

correcto. Tener hambre y sed de justicia es tener hambre y sed de

saber lo que es correcto; especialmente, lo que es correcto para cada

uno de nosotros.

Apenas Pablo se volvió manso, en el camino a Damasco,

quiso saber lo que era bueno para él. Cuando llamó a Jesús “Señor” y

le preguntó qué era lo que su Señor deseaba que él hiciera, no solo

estaba ilustrando lo que es la mansedumbre, sino también, lo que es

tener hambre y sed de justicia.

La explicación de la justa indignación, o la ira de Jesús sobre

la que leemos en los Evangelios, es que lo que los líderes religiosos

estaban haciendo con el templo era contrario a lo correcto. Observe

la pasión de Jesús para hacer la voluntad de su Padre. Después, fíjese

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que la pasión por hacer lo correcto implica la pasión por confrontar y

corregir aquello que, claramente, es incorrecto.

En este Sermón del Monte, observe el énfasis de Jesús en la

vital importancia de la justicia. La última bienaventuranza es:

“Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la

justicia, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mateo 5:10). Dos

de las ocho bienaventuranzas tratan sobre la justicia. Más adelante,

en este capítulo, Jesús enseña: “Porque os digo que si vuestra justicia

no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el

reino de los cielos” (5:20). Además, al comienzo del sexto capítulo,

Jesús enseña: “Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los

hombres, para ser vistos de ellos” (6:1). En la segunda mitad del

capítulo sexto, Jesús enseña valores, y llega a la conclusión de su

enseñanza sobre los valores cuando enseña el principal valor: “Mas

buscad primeramente el reino de Dios y su justicia” (6:33).

La promesa que acompaña esta bienaventuranza es que el

discípulo será lleno de esa justicia de la que tiene hambre y sed. Las

palabras utilizadas en el griego original sugieren que estará tan lleno

de justicia que se ahogará. Esto también significa que será

completamente lleno del Espíritu Santo de Dios, quien es Justicia, y

que será lleno de hambre y sed por saber que es lo que Él desea que

haga.

No pase por alto el hecho de que esta bienaventuranza no

dice: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de felicidad,

porque serán hechos muy felices”. Tampoco dice: “Bienaventurados

los que tienen hambre y sed de satisfacción”. Tampoco:

“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de prosperidad,

porque serán muy prósperos”. La bienaventuranza dice:

“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia”. Y la

promesa es que serán llenos por completo de justicia y de la pasión

de hacer lo correcto.

Los grandes héroes que han enfrentado injusticias, como

quienes lograron la abolición de la esclavitud, eran devotos

discípulos de Jesucristo. Junto con el hambre y la sed de hacer lo

correcto, también tenían la pasión de atacar lo que no era correcto.

Ha habido ganadores del Premio Nobel, como Martin Luther King y

Nelson Mandela, que demostraron su hambre y sed de justicia

clamando pacíficamente contra la injusticia del racismo. Si

rastreamos la palabra “justicia” en toda la Biblia, veremos que Jesús

estaba siendo coherente con las Escrituras al hacer énfasis en el

concepto de que el discípulo que está lleno de justicia confronta la

injusticia.

Uno de mis versículos preferidos sobre la justicia es:

“Ofreced sacrificios de justicia, y confiad en Jehová” (Salmos 4:5).

El salmista no puede dormir, porque es un hombre espiritual que está

haciendo lo conveniente en lugar de hacer lo correcto. Y resuelve

hacer cualquier sacrificio que sea necesario para hacer lo correcto.

Solo entonces puede experimentar paz, dormir y descansar. Su

motivación para tomar tal decisión es que sabe que está rodeado de

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Fascículo No. 33: El Sermón del Monte

12

personas que buscan algo bueno. Están buscando a alguien que haga

lo que es correcto, en lugar de lo más conveniente.

Cuando Jesús hace énfasis en esta integridad y justicia

personal que debe caracterizar a sus discípulos, está declarando que

la única razón por la que las personas que están al pie del monte son

miserables y desdichadas es porque están haciendo lo que casi todos

hacen. Están haciendo lo conveniente, en lugar de lo correcto.

Otro versículo que debo citar, entre los muchos que hablan de

la justicia, declara que el pueblo de Dios será llamado “árboles de

justicia, plantío de Jehová, para gloria suya” (Isaías 61:3).

El plan de Dios —y, por lo tanto, la estrategia de Jesús en

este retiro— es reclutar discípulos que sean canales de justicia

cuando regresen a esa multitud que ha quedado al pie del monte, y

que representa a los perdidos de este mundo. Su designio es que sus

discípulos sean plantados en este mundo como árboles de justicia,

para la gloria de Dios.

Capítulo 2

Actitudes para ir

(Mateo 5:7-12)

“Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos

alcanzarán misericordia. Bienaventurados los de limpio corazón,

porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los pacificadores, porque

ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los que padecen

persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los

cielos.

“Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os

persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo.

Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos;

porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros”

(Mateo 5:7-12).

Subir a la montaña

Uno de mis eruditos preferidos escribe que las

bienaventuranzas son como subir a una montaña: las primeras dos —

ser pobres en espíritu y llorar— nos llevan hasta la mitad del camino.

La mansedumbre nos lleva a las tres cuartas partes del camino,

mientras que tener hambre y sed, y ser saciados, nos lleva a la cima.

En otras palabras, subimos a la montaña mientras aprendemos estas

actitudes “para venir”.

Cuando un discípulo aprende las actitudes que llevan hasta la

cima del monte, ¿en qué clase de persona se transformará antes de

comenzar a descender por el otro lado de la montaña y aprender las

actitudes para ir que Cristo quiere enseñarle? ¿Será como los

fariseos, porque está lleno de justicia? ¿Mirará con desprecio a la

gente, y citará capítulos y versículos que condenan el

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Fascículo No. 33: El Sermón del Monte

13

comportamiento de sus conocidos? Las actitudes para ir nos dan la

respuesta a estas preguntas.

Los misericordiosos

La quinta actitud bendita es “Bienaventurados los

misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (v. 7). La

palabra “misericordia” significa ‘amor incondicional’. Cuando David

escribe que la misericordia de Dios lo seguirá todos los días de su

vida, la palabra “seguir” significa, en realidad, ‘perseguir’. David

está convencido de que el amor incondicional de Dios lo perseguirá

todos los días de su vida (Salmos 23:6).

Después de todos los horrores de la conquista de los judíos

por parte de Babilonia, Jeremías escribió sus Lamentaciones.

Mientras escribía, tuvo una revelación. Dios, básicamente, le hizo

saber que nunca iba a dejar de amar a su pueblo. Entonces, Jeremías

escribió que las misericordias, la compasión de Dios, se renuevan

cada mañana (Lamentaciones 3:22, 23).

Los primeros versículos de la profecía de Malaquías dicen:

“Profecía de la palabra de Jehová contra Israel, por medio de

Malaquías. Yo os he amado, dice Jehová”. Todo el mensaje del

profeta Oseas es sobre el amor incondicional de Dios. Dios siempre

ha amado, y es amor incondicional (1 Juan 4:16). La misericordia de

Dios retiene de nosotros lo que merecemos por causa de nuestros

pecados, y la gracia de Dios nos da en abundancia toda clase de

bendiciones que no merecemos. Una buena paráfrasis de esta

bienaventuranza sería: “Bienaventurados los que están llenos hasta

rebosar del amor incondicional de Dios”.

Es maravilloso darnos cuenta de que esta palabra,

“misericordia”, se encuentra 366 veces en la Biblia, porque Dios

sabía que la necesitaríamos todos los días (incluyendo el día extra de

los años bisiestos). Doscientas ochenta de estas menciones a la

misericordia de Dios se encuentran en el Antiguo Testamento. Dios

siempre ha sido un Dios de amor incondicional.

La promesa de Jesús para los misericordiosos es que

“alcanzarán misericordia”, lo que no solo significa que recibirán

misericordia de Dios y de aquellos a quienes muestren misericordia,

sino que serán canales del amor incondicional de Dios para las

personas que necesitan ser amadas incondicionalmente.

Para poder bajar de la cima de la montaña y ser parte de la

solución de Cristo para quienes sufren, debemos estar llenos del

amor incondicional de Dios. Los discípulos que son soluciones y

respuestas de Jesús no son fariseos que se consideran a sí mismos

justos, sino canales del amor incondicional de Dios y de Cristo.

Según Jesús, ser llenos de justicia es ser llenos del amor de Dios.

Los de limpio corazón

Cuando amamos, con frecuencia tenemos motivaciones

egoístas. Por eso es que la siguiente bienaventuranza es:

“Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios”

(v. 8). El seguidor de Cristo no ama porque desee llenar una

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necesidad personal. Ama porque está lleno del amor del Cristo vivo y

resucitado, y sus motivos son puros.

La palabra “limpio”, en esta bienaventuranza, es un término

griego del cual deriva la palabra “sonda”. La misma palabra se

traduce como “purificad” en Santiago 4:8. Básicamente, lo que esta

bienaventuranza dice es que, cuando un discípulo ama con el amor

incondicional de Dios, toda motivación egoísta será “drenada”, como

por medio de una sonda, de su corazón. Por aplicación personal,

debemos orar cada día para que, si existe algo que no sea el amor de

Cristo en nuestro corazón, el Espíritu Santo lo haga drenar hacia

fuera.

Cuando hacemos algo bueno por una persona,

inmediatamente ella se pregunta cuál será nuestra verdadera

motivación. Pero el discípulo misericordioso de Jesús puede decir a

quienes ama: “No quiero nada de ti, excepto el privilegio de amarte

con el amor de Cristo”.

La promesa de Jesús para los de limpio corazón es que ellos

verán a Dios. Los canales del amor de Cristo que tienen motivos

puros verán a Dios al dar todo el amor que Cristo es, y que se aplica

a todo el dolor de las personas que sufren en este mundo. A medida

que el amor de Dios fluye a través de ellos, ellos viven en Dios, y

Dios en ellos, según el apóstol del amor (1 Juan 4:16).

Los pacificadores

La séptima bienaventuranza es: “Bienaventurados los

pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios”. La esencia

de esta actitud es que el discípulo que es una solución y una

respuesta de Jesús es un ministro de reconciliación. Uno de los

orígenes de los terribles problemas que se encuentran al pie de la

montaña es la separación. Las personas están separadas de Dios, de

los demás, y aun de sí mismas. Jesús desafía a sus discípulos a

aprender y adquirir las dinámicas actitudes que les darán la

experiencia de la reconciliación en estas tres direcciones y, después,

convertirse en ministros de reconciliación al regresar a la multitud.

Pablo escribe que a todo creyente que ha experimentado el

milagro de la reconciliación con Dios por medio de Cristo se le ha

encomendado el mensaje y el ministerio de la reconciliación (2

Corintios 5:14-6:2). Basándose en este pasaje, un teólogo ha escrito:

“Es voluntad del Reconciliador que los reconciliados sean agentes de

reconciliación en las vidas de quienes no han sido reconciliados”.

Esa es la esencia de la estrategia de Jesús al enseñar la séptima

bienaventuranza.

Durante la Guerra Fría, un cirujano de uno de los terribles

campos de concentración de esclavos en Siberia se hizo creyente.

Después de confiar en Jesús como su Salvador y Señor, este cirujano

judío llamado Boris Kornfeld decidió convertirse en ministro de

reconciliación en ese terrible lugar. Kornfeld operó a un paciente a

quien le predicó a Cristo después de la operación. Debido a este acto

de valentía, esa misma noche, fue asesinado mientras dormía. Su

paciente se recuperó y, finalmente, llegó a contar a todo el mundo los

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Fascículo No. 33: El Sermón del Monte

15

horrores de los campos de esclavos. Este hombre se llamaba

Alexander Solzhenitsyn.

Aquel cirujano, que era un devoto discípulo, no tenía forma

de saber que su paciente llegaría a ser famoso y escribiría muchos

libros maravillosos. Simplemente estaba haciendo lo que Jesús

enseñó en la séptima bienaventuranza. La promesa de Jesús para

estos ministros de la reconciliación es que ellos serán llamados hijos

de Dios. Dios tuvo un solo Hijo, y Él fue un misionero. No es de

extrañarse, entonces, que Dios considere hijos suyos a sus enviados.

Naturalmente, esto es genérico y se aplica tanto a las mujeres como a

los hombres que son considerados hijos de Dios.

Los perseguidos

“Bienaventurados los que padecen persecución por causa de

la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos”. He dicho que

estas bienaventuranzas vienen en pares, y así es. La séptima está

relacionada con la octava.

Boris Kornfeld dio su vida para convertirse en agente de

reconciliación para Alexander Solzynitzen. Eso mismo han sufrido

otros ministros de la reconciliación a lo largo de toda la historia de la

iglesia. Es por esto que la séptima bienaventuranza significa,

básicamente: “Bienaventurados los agentes de reconciliación”, y la

octava: “Bienaventurados los que son perseguidos por causa de la

justicia, porque de ellos es el reino de los cielos”. Quienes son

perseguidos porque son ministros de reconciliación son quienes

reconocen verdaderamente el reinado del Rey sobre sus corazones,

aunque les cueste la vida.

Observe que no se limita a decir “Bienaventurados los que

son perseguidos” por cualquier razón (especialmente, por las cosas

que ellos mismos se han buscado). Es: “Bienaventurados los que son

perseguidos por causa de la justicia”. Porque compartieron el

evangelio, porque se identificaron con Jesucristo, serán perseguidos.

Podemos ver claramente por qué estas dos últimas bienaventuranzas

van de la mano.

Los ministros de la reconciliación son perseguidos porque

están ubicados estratégicamente en el centro del conflicto y la

separación. Van donde las personas apartadas están luchando entre

sí. Piense en los lugares del mundo que están “al rojo vivo”, como el

Oriente Medio, o cualquier otro lugar donde haya graves conflictos.

Los ministros de la reconciliación van allí, y es un lugar

tremendamente peligroso.

Jesús enseña estas ocho hermosas actitudes y después, a partir

del versículo 11, comienza a aplicarlas. Observe los pronombres en

las ocho bienaventuranzas: “Bienaventurados los que...”. Son

generales e impersonales. Pero a partir del versículo 11, Jesús dice:

“Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os

persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros”.

Ahora, Jesús se vuelve hacia los que están sentados a su

alrededor, y su mensaje se torna personal. La aplicación de estas

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Fascículo No. 33: El Sermón del Monte

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ocho bienaventuranzas comienza aquí, y la enseñanza de ellas será,

ahora, aplicada durante el resto de su discurso.

Uno pensaría que, si hubiera personas que tuvieran estas

hermosas actitudes, nuestro mundo las aplaudiría. Pero estas últimas

bienaventuranzas nos dicen que, a causa de todas estas benditas

actitudes, el discípulo de Jesucristo es perseguido. ¿Por qué?

La respuesta es que el discípulo que tiene estas actitudes

confronta a las personas con el modelo de lo que ellas deberían ser.

Cuando las personas de este mundo se ven confrontadas por la vida

de un discípulo que tiene estas actitudes, les quedan dos opciones:

pueden reconocer que este es el modelo de cómo deberían vivir, y

desear esas benditas actitudes que las harán como ese discípulo, o

pueden atacar al discípulo que es ejemplo de la mentalidad y los

valores de Jesucristo. Durante más de dos mil años, este mundo sin

Dios ha elegido la segunda opción.

Resumen sobre las ocho bienaventuranzas

Estas ocho benditas actitudes son el sermón, y el resto de la

enseñanza es la aplicación que Jesús hace de ese sermón. El contexto

de este sermón presenta la versión que Mateo da de la crisis que

implica ser cristiano. Según Mateo, ser cristiano no es cuestión de lo

que Jesús vaya a hacer por nosotros. El énfasis está en lo que

nosotros vamos a hacer por Él. ¿Somos parte del problema o parte de

la solución de Jesús? ¿Somos una de sus respuestas, o simplemente

un signo de pregunta más?

Las actitudes benditas representan el carácter que implica ser

cristiano. Las cuatro metáforas que siguen a las bienaventuranzas:

sal, luz, ciudad, lámpara, presentan el desafío que se produce cuando

el carácter cristiano hace impacto en la cultura secular.

Es como si hubiera una línea divisoria imaginaria entre la

cuarta y la quinta bienaventuranzas. Estas ocho bienaventuranzas se

dividen en dos grupos de cuatro actitudes. Las primeras cuatro son

las actitudes que implica venir a Cristo, y las otras cuatro son las que

implica el ir para Cristo. Las cuatro primeras se desarrollan en la

cima del monte, en nuestra relación individual con Dios y con Cristo,

pero las segundas cuatro deben ser aprendidas y desarrolladas en

nuestras relaciones con las personas.

Las bienaventuranzas también se dividen en cuatro pares: los

pobres en espíritu que lloran; los mansos que tienen hambre y sed de

justicia; los misericordiosos que tienen corazón limpio; y los

pacificadores que son perseguidos.

Cada par de bienaventuranzas presenta un secreto espiritual

que el discípulo de Jesús debe aprender para poder ser parte de su

solución, una de sus respuestas. Las dos primeras —ser pobre en

espíritu y llorar— presentan este concepto: “No es asunto de qué

puedo hacer yo, sino de lo que Él puede hacer”.

El segundo par —mansedumbre, y hambre y sed de justicia—

presenta este secreto espiritual: “No es asunto de lo que yo deseo,

sino de lo que Él desea”. El tercer par —los misericordiosos de

corazón limpio— representa este secreto espiritual: “No es asunto de

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Fascículo No. 33: El Sermón del Monte

17

quién o qué soy yo, sino de Quién y Qué es Él”.

El cuarto par —los pacificadores que son perseguidos— se

refiere al secreto espiritual, que debemos confesar cuando Cristo nos

usa, de que “No se trata de lo que yo haya hecho, sino de lo que Él

hizo”. El apóstol Pablo escribe a los corintios que, cuando él

desarrolló su dinámico ministerio en la ciudad de ellos, nada

provenía de él, y todo de Dios (2 Corintios 3:5).

Debemos definir la palabra “bienaventurados”. En algunas

traducciones se la presenta como ‘felices’. Esto refleja el gozo, que

es fruto del Espíritu (Gálatas 5:22, 23). Este bendito gozo puede

explicarse como una felicidad que no tiene sentido, porque viene de

la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida y no depende de las

circunstancias.

‘Espiritualmente prósperos’ es otra forma en que se ha

traducido esta palabra, “bienaventurados”. Ser espiritualmente

próspero no significa gozar de riqueza económica. Si la prosperidad

económica es la definición de lo que significa ser bienaventurado,

entonces, ninguno de los apóstoles fue bienaventurado. Por vivir de

acuerdo con estas bienaventuranzas de Jesús, ellos no fueron ricos y

murieron de formas horribles.

Capítulo 3

Una tortuga sobre la cerca

(Mateo 5:13-16)

Después de perfilar el carácter de un discípulo semejante a Él,

Jesús nos da cuatro profundas metáforas que nos muestran lo que

sucede cuando el carácter que perfilan estas bienaventuranzas hace

impacto en la cultura pagana: “Vosotros sois la sal de la tierra; pero

si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para

nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres. Vosotros

sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se

puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un

almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en

casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean

vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los

cielos” (Mateo 5:13-16).

La sal de la tierra

Con estas cuatro metáforas, Jesús inicia la sección de

aplicación de este gran sermón. La primera metáfora es que un

discípulo que tiene estas actitudes es la sal de la tierra. En el idioma

original dice, literalmente: “Ustedes, y solo ustedes, son la sal de la

tierra”.

Una interpretación y aplicación de esta metáfora está basada

en el hecho de que, en la época de Jesús, no había sistemas de

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18

refrigeración. La única forma en que se podía conservar el pescado u

otro tipo de carne era frotándola con sal. Jesús, entonces, está

haciendo una declaración sobre sus discípulos y el mundo, diciendo

que este mundo se está pudriendo como carne echada a perder, y que

sus discípulos son la sal que el mundo necesita para ser preservado

de la corrupción moral. La única forma en que sus discípulos podían

preservar al mundo de la corrupción era “frotarse” contra la gente de

este mundo. Entonces, la influencia de sal del carácter cristiano

preservaría al mundo de la corrupción moral.

Otra interpretación y aplicación de lo que Jesús quiso decir

cuando usó la metáfora de la sal de la tierra está basada en el hecho

de que la palabra “salario” proviene de las palabras “dinero de sal”.

Estas palabras se remontan a la época del Imperio Romano. Los

romanos sabían que ningún organismo vivo puede vivir sin sal. Por

lo tanto, controlaban la sal del mundo, y les pagaban a sus esclavos

con cubos de sal.

Jesús, entonces, estaba diciéndoles a sus discípulos: “Esas

personas que están allí, al pie del monte, no tiene vida. Si ustedes

comprenden, creen y aplican lo que he presentado por medio de estas

ocho hermosas actitudes, entonces, tendrán vida, y serán la fuente

por medio de la cual estas hallarán, conservarán y sacarán lo mejor

de la vida. Por lo tanto, ustedes son la única posibilidad que esas

personas tienen de hallar vida”.

Como en todas las inspiradas metáforas de Jesús, existen

muchas y profundas aplicaciones al reflexionar y meditar sobre ellas.

La sal irrita cuando se introduce en las heridas abiertas de los

pecadores. De la misma forma, la vida de un discípulo de Jesús es

irritante cuando se la vive junto a la de un pecador. La sal tiene

efecto purificador y sanador, y el discípulo que vive las

bienaventuranzas que Jesús enseñó tiene esas influencias positivas en

las vidas de quienes conoce en este mundo.

¿Qué es la cultura? “Cultura” es una palabra que significa ‘la

forma en que hacemos las cosas’. Jesús vino al mundo a cambiar la

cultura, a revolucionarla. Su estrategia deliberada era cambiar los

corazones de los hombres y luego enviarlos a la cultura para

revolucionarla. Estos tres capítulos de la Biblia registran la

enseñanza de Jesús que tenía, y tiene, como fin revolucionar al

mundo. La estrategia es clara, si entendemos lo que Jesús quiso decir

cuando les dijo a esos discípulos: “Ustedes, y solo ustedes, son la sal

de la tierra”.

Algunas veces, los creyentes creen que deben vivir en una

fortaleza, se esconden y no se relacionan con los no creyentes. No

podemos influir sobre las personas de este mundo si todos estamos

“dentro del salero”. Solo en la medida en que nos relacionemos con

otras personas de este mundo podremos mostrarles las actitudes

propias de un discípulo de Cristo, cuando Dios nos da la gracia para

vivir esas actitudes.

Cuando Jesús oró por sus apóstoles, le rogó al Padre que no

los quitara del mundo (Juan 17:15). Una forma en que Dios esparce

la sal a nuestro alrededor es por medio de la dura realidad de que

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Fascículo No. 33: El Sermón del Monte

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debemos trabajar para mantener a nuestra familia. Esto nos permite

relacionarnos con personas no creyentes a las que debemos impactar

con nuestras actitudes, semejantes a las de Cristo. Para esto, Él

también ha utilizado la persecución de la iglesia a lo largo de la

historia.

Escuché a un líder de misioneros, muy elocuente, confrontar

la “mentalidad de fortaleza” de sus misioneros en un país extranjero

con estas palabras: “Los misioneros son como el estiércol. Si están

todos juntos, hieden; pero si se los esparce por todos lados, entonces

sirven para algo”.

Por la gracia de Dios, ¿es usted sal de la tierra? El milagro de

que Cristo le haya dado estas actitudes, ¿revoluciona a las personas

con las que se encuentra? Si usted profesa ser discípulo de Jesús, y

ese milagro no es una realidad en su vida, hay una señal de alerta

terrible. Según Jesús, ¡usted no sirve para nada! Debe ser arrojado

fuera y pisoteado. Esta es una de las palabras más duras de Jesús.

Estas dos metáforas de la sal y la luz también dan a entender

que los discípulos de Jesús han sido cambiados. El mero hecho de

frotar carne con carne no preserva esa carne de la corrupción. El

discípulo “salado” debe ser diferente de las personas sobre las cuales

ejercerá su influencia. Otra aplicación de esta metáfora es que el

discípulo “salado” hace que otros tengan sed de lo que él es y lo que

tiene en Cristo. Para tener ese efecto sobre las personas, debemos

cambiar, ser diferentes. Jesús hará esta pregunta al final del capítulo:

“¿Qué hacéis de más?” (v. 47). Las bienaventuranzas nos muestran

esa diferencia y nos dan la respuesta para esta pregunta de Jesús.

La luz del mundo

La segunda metáfora también hace una declaración sobre el

discípulo de Jesús y el mundo. Una vez más, las palabras,

literalmente, significan: “Ustedes, y solo ustedes, son la luz del

mundo”. Cuando Jesús lloró por la multitud, lo que lo movió a

compasión, más que nada, fue que eran como ovejas que no tenían

pastor (9:36). No sabían distinguir su mano derecha de la izquierda.

Así como los discípulos eran la única sal que podía dar o preservar la

vida, también son la única fuente de luz para la multitud.

Al final de sus tres años de ministerio público, Jesús hizo su

“oración sacerdotal”, que está registrada en el capítulo 17 de Juan.

En esa oración, Jesús menciona diecinueve veces al mundo. ¡El

mundo estaba en su corazón! Pero, en ella, dijo: “No ruego por el

mundo, sino por los que me diste. El mundo no conoce, pero yo les

he dado tu Palabra a mis discípulos, y ellos conocen” (ver Juan 17:8,

9).

La única luz que este mundo tiene, proviene de los discípulos

de Cristo. Así como la sal no puede influir en el mundo si está dentro

del salero, los discípulos debemos ir adonde está oscuro, y hacer que

la luz que somos por la gracia de Dios brille en esa oscuridad. Si

usted es el único creyente en su familia, su trabajo, su vecindario, su

pueblo o su universidad, recuerde que una vela en la oscuridad tiene

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Fascículo No. 33: El Sermón del Monte

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más valor que cincuenta en un ornamentado candelero. Si usted es el

único creyente, entonces, sabe que está estratégicamente ubicado en

la oscuridad y que usted, y solo usted, es la luz del mundo para

quienes lo conocen.

Cuando Jesús ordena: “Así alumbre vuestra luz delante de los

hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a

vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:16), sabe que ellos se

darán cuenta de que el Padre es, sin duda, quien ha dado luz a su

vela, porque, de otra forma, no podría nunca ser ni hacer lo que ellos

observan en su vida .

Una vela en un candelero

Esta es una metáfora excepcionalmente profunda. Jesús nos

da la interpretación y aplicación obvias al señalar que, cuando se

enciende una vela en un hogar, no se la coloca debajo de una canasta,

sino en un candelero. Por lo tanto, no debemos poner nuestro

testimonio debajo de una “canasta”, donde no podrá tener impacto

alguno sobre la oscuridad.

Es imposible que una vela produzca luz sin consumirse. La

única forma en que una vela podría salvarse o preservarse a sí misma

sería extinguiendo su luz. Jesús, básicamente, está enseñando: “Antes

de convertirte en mi discípulo, tú eras como una vela apagada. Pero

ahora que has vivido la crisis que implica llegar a ser cristiano, tu luz

ha sido encendida. Yo he encendido tu vida, y cada vez que enciendo

una vela, tengo un candelero especial en el que planeo ubicar

estratégicamente esa vela”.

Al final de los tres años que pasó con ellos, Jesús dijo a sus

apóstoles: “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a

vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro

fruto permanezca” (Juan 15:16). La palabra griega que se traduce

como “puesto” significa ‘ubicado estratégicamente’. Es una palabra

griega que se encuentra solo tres veces en la Biblia. Literalmente,

Jesús está diciendo: “Los he elegido deliberadamente y los he

dispuesto estratégicamente en un lugar para que ustedes sean

fructíferos”.

¿Alguna vez vio usted una tortuga sobre una cerca? Cuando

vemos una tortuga sobre una cerca, podemos estar seguros de algo:

no llegó allí por sí misma; alguien tuvo que ponerla en ese lugar,

porque una tortuga no puede subir a una cerca. Todo auténtico

seguidor de Cristo debería sentirse como una tortuga sobre una cerca.

Deberíamos mirar a nuestro alrededor, darnos cuenta de dónde

hemos sido ubicados estratégicamente en este mundo y, pensando en

la tortuga sobre la cerca, exclamar: “¡Yo no podría estar aquí si

Cristo no me hubiera ubicado en este lugar!”.

Una ciudad sobre un monte

La cuarta metáfora es: “Una ciudad asentada sobre un monte

no se puede esconder” (v. 14). Jesús, ahora, repite, para mayor

énfasis, su enseñanza de que, cuando tenemos las ocho

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bienaventuranzas en nuestra vida, no podemos esconderlas como una

vela debajo de una canasta. No existen los discípulos secretos de

Jesucristo. Jesús lo hace oficialmente imposible cuando comisiona a

sus discípulos para que bauticen a toda persona que profesa ser su

discípulo (Mateo 28:18-20).

Jesús enseña, aquí, que si somos la sal de la tierra y la luz del

mundo, no podremos esconder esa bendita realidad. Jesús era el

realista más grande que haya existido. Valoraba con creces la

práctica por encima de la declaración. Estas cuatro metáforas

enfatizan la realidad de lo que somos, más que lo que decimos ser.

Somos sal, luz, una vela que da luz y una ciudad sobre una colina.

Marcos nos dice en su Evangelio que las personas estaban tan

ansiosas por estar con Jesús que Él tenía que buscar lugares retirados

para tener un tiempo a solas con Dios, porque no podía ocultar Quién

era y Qué era (Marcos 7:24).

En las bienaventuranzas, Jesús nos dijo que miráramos hacia

adentro. En estas metáforas, básicamente, nos está diciendo: “Ahora,

miren a su alrededor. Miren al mundo que los rodea y piensen en el

desafío que implica que el tipo de carácter que se está formando en

ustedes por mi gracia haga impacto en una cultura que se está

corrompiendo, una cultura que no tiene vida y que está en

oscuridad”.

Capítulo 4

Justicia en las relaciones

(Mateo 5:17-48)

“No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas;

no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os

digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde

pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido. De manera que

cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños,

y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de

los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, éste será

llamado grande en el reino de los cielos. Porque os digo que si

vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no

entraréis en el reino de los cielos” (5:17-20).

Nos aproximamos ahora a la sección más extensa y difícil del

Sermón del Monte (Mateo 5:17-48). El pasaje comienza con una

fuerte declaración de Jesús sobre su manera de ver la Ley de Dios y

la justicia personal. Algunas personas, erróneamente, creen que Jesús

está contradiciendo a Moisés en estos versículos. Por tanto,

preguntan: “¿Para qué leer el Antiguo Testamento, si Jesús hizo que

quedara obsoleto?”. Jesús no hizo obsoleto el Antiguo Testamento ni

contradijo a Moisés en estos versículos. Simplemente, estaba

confrontando la enseñanza de los escribas y fariseos.

Cuando Jesús menciona “la ley y los profetas”, se refiere a lo

que nosotros llamamos “el Antiguo Testamento”. Básicamente, les

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22

estaba diciendo a sus discípulos: “Todo lo que yo les estoy

enseñando se encuentra en la Palabra de Dios, pero está en conflicto

directo con lo que sus líderes religiosos les han estado enseñando a

ustedes”. Además, esencialmente, les estaba diciendo: “Cuando

ustedes desciendan y vayan a vivir entre esa gente, si quieren ser

parte de mi solución, deben comprender cómo aplicar la Palabra de

Dios a las vidas de las personas”.

Jesús comienza declarando que no ha venido para abolir la

Ley de Dios, y que todo lo que está enseñando está totalmente de

acuerdo con la Ley de Dios y la cumple. En los siguientes veintiocho

versículos, Jesús se explayará sobre su declaración inicial acerca de

las diferencias entre su manera de ver la Palabra de Dios, y la

enseñanza de los escribas y fariseos. La esencia de tal diferencia es

puesta de relieve por la afirmación de Jesús en el sentido de que Él

ha venido a cumplir la Ley de Dios, y que cada letra de las palabras

hebreas escritas en la Ley se cumplirá por medio de sus enseñanzas.

El apóstol Pablo llamará a esta diferencia “el espíritu de la

ley” en oposición a “la letra de la ley” (2 Corintios 3:6). Pablo

escribe que el espíritu de la Ley da vida, pero la letra de la Ley mata.

El espíritu de la Ley da vida porque es amor. El espíritu de la Ley

nos recuerda que toda la Ley de Dios —es decir, la Palabra de

Dios— nació a causa del amor de Dios por el hombre. Jesús siempre

tuvo esto muy en claro.

Jesús cumplió el propósito de la Ley, es decir, de la Palabra

de Dios, interpretando y aplicando siempre el espíritu de la Ley. Otra

manera de expresar esto es decir que Él pasaba la Ley de Dios por el

“prisma” del amor de Dios antes de aplicarla a las vidas de los hijos

de Dios. Los escribas y fariseos quizá no sabían que debían hacer

esto, o habían olvidado que la Ley de Dios había sido hecha para el

bienestar del pueblo de Dios. Ellos devastaban al pueblo de Dios con

la manera en que aplicaban despiadadamente la letra de la Ley de

Dios —o Palabra de Dios— a las vidas de los hijos de Dios.

Jesús declara que la justicia personal, o la vida recta de sus

discípulos, debe ser mayor que la justicia de los escribas y fariseos. Y

advierte a sus discípulos que cualquiera de ellos que quebrante el

menor de los mandamientos de Dios, y enseñe a otros a hacer lo

mismo, será el menor en el reino de los cielos. Declara que, si sus

discípulos no practican y enseñan los mandamientos de la Ley, no

serán grandes en el reino de los cielos que Él presenta en su

enseñanza.

Al aplicar las bienaventuranzas en el resto de su enseñanza

(5:17-7:27), Jesús presenta el contraste entre la justicia que Él enseña

y requiere de sus discípulos y la hipócrita “justicia” de estos líderes

religiosos. Esa “justicia” (siempre deberíamos ponerla entre

comillas) de los escribas y fariseos era externa, pero la justicia del

discípulo de Jesús debía ser interna. Jesús tuvo un diálogo hostil con

estos líderes religiosos, porque ellos hacían énfasis en las formas

externas de religión y pasaban por alto los asuntos internos básicos

del corazón (Marcos 7:8, 15).

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23

La justicia del aparato religioso era meramente horizontal.

Ellos hacían énfasis en la apariencia de las cosas, para parecer

religiosos delante de los hombres. Era un espectáculo montado para

los hombres, para que vieran lo que ofrendaban o cómo oraban. Pero

Jesús, básicamente, les enseña a sus discípulos: “La justicia de

ustedes no debe ser horizontal. Debe ser vertical. Debe ser delante de

Dios, como para Él”. Por eso, indica a sus discípulos que no

practiquen su justicia delante de los hombres (6:1).

La justicia que Jesús enseñó a sus discípulos era bíblica,

mientras que la justicia de estos líderes religiosos era, en su mayor

parte, tradicional. La justicia de los fariseos, generalmente, no estaba

basada en la Biblia y, cuando era bíblica, no constituía una

interpretación adecuada de las Escrituras.

Jesús resume la diferencia entre la justicia que Él enseñaba y

la del aparato religioso cuando llama a los líderes “hipócritas”. Esta

era la palabra griega que se utilizaba para referirse al falso rostro o

máscara que utilizaban los actores en las obras de teatro griegas, que

eran parte de la civilización griega que precedió al Imperio Romano.

Cuando Jesús eligió ese nombre como su descripción favorita de

estos líderes, estaba declarando que la justicia de ellos era hipócrita,

mientras que la justicia de sus discípulos debía ser real.

Cuando comprendemos lo que Jesús dice en estos versículos

acerca de las Escrituras y de la justicia, nos damos cuenta de por qué

estaba continuamente en conflicto con los escribas y fariseos.

También tenemos la introducción a este extenso y difícil pasaje al

que nos acercamos.

En estos veintiocho versículos, escucharemos a Jesús decir

seis veces algo así como: “Oísteis que fue dicho”, es decir: “Esto es

lo que les han estado enseñando a ustedes durante mucho tiempo,

pero ahora, escuchen lo que la Palabra de Dios realmente dice”. Seis

veces, Jesús hace referencia a la enseñanza de los líderes religiosos,

seguida de su propia enseñanza.

Hay ocasiones en que discrepa sobre la forma en que los

líderes religiosos interpretan y aplican la Ley de Dios. Después,

cumple la Ley de Dios enseñando el espíritu de la Ley. Algunas

veces, Jesús se opone directamente a una enseñanza tradicional del

Talmud que no estaba incluida en la Palabra de Dios. Mateo y

Marcos presentan a Jesús en una confrontación hostil con estos

líderes, porque ellos les daban más autoridad a sus tradiciones que a

la Palabra de Dios (Mateo 15:3-6; Marcos 7:9-13).

Con esta perspectiva en mente, consideremos seis enseñanzas

de los escribas y fariseos que Jesús cuestiona, sobre:

Nuestro hermano

“Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y

cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero yo os digo que

cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y

cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el

concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al

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infierno de fuego. Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te

acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda

delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y

entonces ven y presenta tu ofrenda” (5:21-24).

A lo largo de toda la Biblia, hay dos palabras que resumen la

verdad que Dios enseña a su pueblo. Esas dos palabras son: “¡Dios

primero!”. En este pasaje, tenemos una excepción a ese énfasis.

Cuando Jesús nos muestra cómo aplicar las bienaventuranzas a

nuestro hermano, es decir, a otro creyente, enseña: “Primero... tu

hermano; después, Dios”.

Jesús hace aquí un firme énfasis en la vital importancia de

nuestra relación con nuestros hermanos en la fe. Básicamente, está

enseñando que debemos aplicar la quinta y la sexta bienaventuranza

del discípulo misericordioso —que solo tiene el amor de Dios en su

corazón— a aquellos con quienes adoramos, vivimos y servimos a

Cristo. Ni siquiera se nos permite acercarnos a Dios en adoración

privada si hay algo que ha creado una separación en nuestra relación

con aquel que Jesús llama nuestro “hermano”.

En otro lugar, Jesús enseña que, si somos nosotros quienes

tenemos algo contra otro, debemos reconciliarnos con nuestro

hermano (Marcos 11:25). También enseña esta disciplina espiritual

en el contexto de la comunidad espiritual de la iglesia (Mateo 18:15-

17).

Una vez escuché al director de una gran organización

misionera internacional decirles a varios cientos de sus misioneros:

“¡No podemos ganar al mundo si nos perdemos unos a otros!”.

Entonces, les mostró un libro muy poco común. El título de la tapa

era: El problema más grande de los misioneros. Cuando abrió el

libro, en su interior había escritas solo dos palabras: “¡Los

misioneros!”.

Quizá esa era la carga de Jesús al presentar esta dura

enseñanza acerca de la importancia fundamental de que los creyentes

cultiven y mantengan relaciones de amor.

Los líderes religiosos enseñaban que, mientras no se asesinara

al hermano ni se le causara un daño físico, la relación con él era

aceptable delante de Dios. Jesús va directamente al origen de un

conflicto hostil entre dos hijos de Dios cuando habla de la ira que

causa ese conflicto. Y enseña que la ira y el disgusto contra nuestro

hermano deben ser solucionados para que podamos tener una

relación aceptable delante de Dios con nuestro hermano en la fe.

Nuestro adversario

“Ponte de acuerdo con tu adversario pronto, entre tanto que

estás con él en el camino, no sea que el adversario te entregue al juez,

y el juez al alguacil, y seas echado en la cárcel. De cierto te digo que

no saldrás de allí, hasta que pagues el último cuadrante” (Mateo 5:25,

26).

En los últimos versículos de este capítulo, Jesús nos muestra

cómo aplicar las bienaventuranzas a nuestro enemigo. Este

“adversario” es lo que podríamos llamar nuestro “competidor”.

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Vivimos en un mundo muy competitivo. Algunas veces, cuando

hacemos negocios con ciertas personas, ellas se llevan el dinero, y

nosotros... la experiencia. Este adversario es una de esas personas

que está decidida a sacarnos nuestro dinero y dejarnos solamente la

experiencia.

Algunas veces, nuestra relación con este adversario se vuelve

hostil, y la persona solo desea hacernos juicio o aun mandarnos a la

cárcel. La bienaventuranza que Jesús desea que apliquemos a

nuestros adversarios y enemigos es, obviamente, “Bienaventurados

los pacificadores”. Los discípulos que practican la séptima y la

octava bienaventuranza no se enojan ni buscan venganza, aun cuando

sus adversarios les demuestren la dura realidad de que no desean

nada bueno para ellos.

Aunque no podemos controlar lo que hace el adversario, el

discípulo de Jesús acepta la responsabilidad de ocuparse de no ser

causa de conflicto con personas hostiles. Pablo escribe que, en lo que

a nuestra responsabilidad respecta, debemos vivir en paz con todos

los hombres (Romanos 12:18). Nuestra responsabilidad en estas

relaciones tiene un principio y un fin. No podemos controlar lo que

nuestro adversario va a hacer y, por lo tanto, no somos responsables

por ello.

Las mujeres

“Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os

digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró

con ella en su corazón. Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de

caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus

miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno. Y si tu

mano derecha te es ocasión de caer, córtala, y échala de ti; pues

mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu

cuerpo sea echado al infierno” (vv. 27-30).

Dado que esta enseñanza está dirigida a los hombres,

podemos suponer que este retiro era solo para hombres. Obviamente,

la enseñanza también se aplica a las mujeres que quieren ser sal y luz

para Jesús. La interpretación y aplicación de esta enseñanza se refiere

a nuestras relaciones con el sexo opuesto.

Como hizo con la ira y el asesinato, Jesús va al origen del

pecado del adulterio. No enseña que la lujuria —lo que Él llama

“adulterar en el corazón”— sea un pecado igual al del adulterio

literal. Lo que Jesús deseaba dejar en claro era que, si realmente

queremos ser parte de su solución y su respuesta y tener un impacto

como sal y luz en el mundo, debemos aprender a controlar nuestros

deseos sexuales.

Si no queremos cometer adulterio, debemos ganar la batalla

enfrentando las cosas que nos llevan al adulterio: mirar con lujuria y

abrigar pensamientos adúlteros. Santiago, el hermano de Jesús,

presenta una anatomía detallada de un pecado en su epístola. Escribe

que a la mirada le sigue un fuerte deseo, o codicia. Esa codicia

lujuriosa lleva a la tentación, la cual es seguida por el pecado, y el

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pecado siempre nos lleva a ese banquete de consecuencias que la

Biblia llama “muerte” (Santiago 1:13-15; Romanos 6:23).

Jesús y su hermano Santiago enseñan que es más fácil vencer

el pecado sexual antes de mirar por segunda vez, pensar cosas

impuras y alimentar la lujuria. Debemos ganar esa batalla antes que

nuestra lujuria nos lleve a confrontarnos con la tentación. Jesús

enseñó que sus discípulos deben orar cada día para ser librados de la

tentación (Mateo 6:13).

La enseñanza de Jesús sobre arrancarnos el ojo derecho o

cortarnos la mano derecha no debe ser aplicada literalmente. El

espíritu de esta enseñanza es que, si lo que estamos mirando nos

lleva a pecar, debemos dejar de mirar. Solo el Señor sabe cuánto

pecado se origina en este mundo porque las personas miran imágenes

pornográficas o películas provocativas que los incitan a la codicia

sexual y al pecado.

De la misma forma, Jesús enseña que, si lo que hacemos con

nuestra mano nos lleva a pecar, debemos dejar de hacerlo. En otro

lugar, Jesús incluye al pie, y la aplicación es que, si el lugar adonde

nuestros pies nos conducen, nos hace pecar, no debemos ir allí

(Mateo 18:8).

Nuestra esposa

“También fue dicho: Cualquiera que repudie a su mujer, dele

carta de divorcio. Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no

ser por causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casa

con la repudiada, comete adulterio” (Mateo 5:31, 32).

Toda la enseñanza de Jesús en este monte debe ser

interpretada y aplicada recordando el contexto en el que fue

pronunciada. La estrategia de Jesús es entrenar discípulos que sean

enviados para ser sal y luz y, como tales, hacer impacto sobre las

personas que están abrumadas por sus problemas allá abajo, al pie del

monte. Debemos recordar que esa gente representa un mundo de

personas perdidas.

Salomón escribió que los hijos son como flechas, y sus

padres, como el arco desde el cual ellos son lanzados a la vida

(Salmos 127:3-5). Los valores, el propósito y la dirección de las

vidas de los hijos dependen del arco que los ha lanzado a la vida. En

la actualidad, en todo el mundo, el diablo está tratando de cortar la

cuerda de ese arco. El divorcio y la separación son epidemia en

muchas culturas. En este párrafo, Jesús enseña que, si queremos ser

parte de su solución y su respuesta, debemos aplicar sus benditas

actitudes a la relación con nuestro cónyuge.

Esto es un ejemplo de un caso en que los escribas y fariseos

citaban a Moisés, pero Jesús discrepaba con su interpretación de lo

que Moisés enseñaba. Moisés ordenó, en efecto, que, si un hombre se

divorciaba de su esposa, le diera una carta o certificado de divorcio

(ver Deuteronomio 24:1-4).

Como Jesús señaló a estos mismos líderes en otra ocasión,

Moisés permitió ese certificado de divorcio como concesión, debido

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a la dureza de sus corazones (Mateo 19:7, 8). Allá por los comienzos

del período de la historia hebrea comprendido en el Antiguo

Testamento, los líderes espirituales judíos interpretaron que Moisés

quería decir que, si un hombre estaba disconforme con su esposa por

prácticamente cualquier razón, podía divorciarse de ella y,

simplemente, despedirla. No era necesario que el esposo le dijera a

su mujer, ni a ninguna otra persona, por qué se divorciaba de ella.

Podía sugerir que ella le había sido infiel.

Moisés, por lo tanto, decretó que, si un hombre se divorciaba

de su esposa, debía darle un certificado de divorcio. Ese certificado

establecía la causa del divorcio y requería que el esposo previera

algunos aspectos del cuidado de la mujer de la que se divorciaba.

Dado que una mujer prácticamente no podía sobrevivir en la cultura

hebrea si no estaba casada, en realidad, al ordenar que se diera ese

certificado de divorcio, Moisés estaba tratando de proteger a las

mujeres.

Jesús no está enseñando que el divorcio sea aceptable. Dios

odia el divorcio (Malaquías 2:16). Jesús enseña que, si hay razón

para divorciarse, su discípulo debe actuar de manera recta aun en

esto. (Para mayor información sobre este punto, favor de ver los

fascículos 6, 7 y 13 sobre el matrimonio y la familia, y 1 y 2

Corintios).

Nuestra palabra

“Además habéis oído que fue dicho a los antiguos: No

perjurarás, sino cumplirás al Señor tus juramentos. Pero yo os digo:

No juréis en ninguna manera; ni por el cielo, porque es el trono de

Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por

Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey. Ni por tu cabeza jurarás,

porque no puedes hacer blanco o negro un solo cabello. Pero sea

vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal

procede” (Mateo 5:33-37).

Ahora, retornamos a una enseñanza de los líderes espirituales

judíos que no figuraba en la Ley de Dios. En su tradición, ellos

tenían un sistema muy complejo de juramentos vinculantes y

juramentos no vinculantes (Mateo 23:16). Decían: “Lo juro por el

templo”, o “Lo juro por el oro del templo”. O: “Lo juro por el altar”,

o “Lo juro por el sacrificio del altar”. Juraban por el cielo o por la

tierra, o por Jerusalén.

Quienes estaban dentro del círculo de los iniciados sabían

cuándo estos juramentos eran de cumplimiento obligatorio y cuándo

no. Los incautos, que no comprendían estas complejas distinciones,

se sorprendían al descubrir que lo que ellos creían que era un acuerdo

solemne no era, en realidad, nada obligatorio.

Este sistema era complicado al punto de volverse absurdo y

ridículo. Además, estaba en conflicto directo con el mandamiento de

que no debemos dar falso testimonio. No es de extrañarse que Jesús

haya demolido todas estas tonterías con su osada declaración de que

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cualquier cosa que no fuera “sí” o “no” provenía del diablo. El

espíritu de esta enseñanza es que sus discípulos deben ser conocidos

como hombres de la Palabra y hombres de palabra.

Los malos

“Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente. Pero

yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te

hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al que quiera

ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; y a

cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos.

Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo

rehúses” (vv. 38-42).

Jesús, una vez más, está en desacuerdo con la forma en que

los escribas y fariseos interpretaban y aplicaban la Ley de Moisés.

Estos líderes religiosos enseñaban: “ojo por ojo, diente por diente”.

Podemos encontrar este principio en Éxodo, Levítico y

Deuteronomio. Pero Jesús declara: “Yo no estoy de acuerdo con el

espíritu de la Ley con que enseñan este principio”.

Como había hecho al permitir el certificado de divorcio,

cuando Moisés ordenó “ojo por ojo y diente por diente”, estaba

marcando un límite para los duros corazones de las personas

obstinadas y difíciles. Estaba limitando su pecaminoso deseo de

venganza. Si alguien les hacía caer un diente de un golpe, su actitud

era: “¡Ahora le romperé el cuello!”. Si alguien les sacaba un ojo, su

actitud era: “¡Le cortaré la cabeza!”.

Eso no es justicia, sino un deseo pecaminoso de venganza.

Justicia sería un ojo por un ojo, y un diente por un diente. Este es,

con frecuencia, el espíritu del deseo que motiva las demandas

judiciales. Jesús, por tanto, habla de cómo debemos aplicar sus

bienaventuranzas cuando somos demandados y llevados a juicio.

Cuando escuchamos, en países como Estados Unidos, que hay

personas que hacen juicios por millones y millones de dólares, es

obvio que persiguen algo más que justicia; buscan venganza o

ganancia. Si tomáramos esta enseñanza de Jesús realmente en serio,

¿cómo repercutiría esto en nuestras vidas, nuestro sistema legal y los

tribunales de nuestros países?

Jesús estaba cumpliendo, y aun yendo más allá, del espíritu

de la Ley de Moisés, cuando enseñó: “Pero yo os digo: No resistáis al

que es malo”. Después, explica en mayor detalle esta frase y

obviamente aplica las bienaventuranzas para los pacificadores que

son perseguidos cuando indica a sus discípulos que den la otra

mejilla, que entreguen su capa cuando alguien les hace juicio para

quitarles la túnica, que lleven la carga por una distancia mayor que la

requerida, que den con generosidad y no nieguen un préstamo

cuando alguien se lo pide. ¿Qué estaba enseñando Jesús en este

difícil pasaje?

Cierta vez le pregunté a un empresario cómo era trabajar en el

mundo altamente competitivo de los negocios, y me respondió: “¡No

tomamos prisioneros, y matamos a nuestros propios heridos!”. Hay

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un verso de un poema que dice: “Toda la naturaleza tiene las garras y

los dientes rojos de sangre”.

La vida puede ser una pelea de perros, y tan competitiva

como una carrera de ratas. Pero solo será una pelea de perros o una

carrera de ratas si nosotros somos perros o ratas. Jesús estaba

enseñando que, cuando sus discípulos viven las ocho benditas

actitudes en sus relaciones con la gente de este mundo, les

demuestran que hay otra manera de hacer las cosas.

En aquellos días, un conquistador romano podía ordenarle a

un ciudadano judío que le llevara su carga un par de kilómetros. Los

judíos tenían que obedecer cuando se les ordenaba hacerlo, pero no

tenían por qué someterse servilmente. Jesús enseña: “Si te obligan a

recorrer un kilómetro, ve dos”. En las primeras generaciones de la

iglesia, algunos de los primeros convertidos fueron soldados romanos

que vieron cómo devotos creyentes vivían en la práctica las

bienaventuranzas en su relación con los conquistadores.

Nuestro enemigo

“Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a

tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a

los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los

que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre

que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y

que hace llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os

aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los

publicanos? Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué

hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles? Sed, pues,

vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es

perfecto” (vv. 43-48).

Creo que estos seis versículos son los más difíciles de

interpretar y aplicar en las enseñanzas de Jesús. La iglesia nunca se

ha puesto de acuerdo sobre su significado ni sobre la forma en que

deben ser aplicados. Ellos enseñan la ética más elevada que haya

conocido jamás este mundo.

Por sexta vez en este capítulo, Jesús comienza una enseñanza

haciendo referencia a lo que enseñaban los líderes religiosos. Esta

vez, Jesús enseña: “Ustedes oyeron que se dice: ‘Amarás a tu

prójimo y odiarás a tu enemigo’”. La mitad de esto había sido dicho

por Moisés, y la otra mitad era un agregado de las tradiciones que

ellos enseñaban. Moisés ordenó, en efecto, “Amarás a tu prójimo”

(ver Levítico 19:18), pero no ordenó “Odiarás a tu enemigo”. Es

cierto que, en los Salmos, encontramos a David, un hombre

conforme al corazón de Dios, diciéndonos que él odia a los enemigos

de Dios. Pero en la Palabra de Dios no se nos ordena que odiemos a

nuestros enemigos.

Al leer los últimos once versículos de este capítulo, es muy

importante que recordemos que esta enseñanza del “primer retiro

cristiano” no fue dada a quienes estaban al pie del monte. Jesús dio

esta enseñanza a quienes, con su presencia en ese monte,

manifestaban ser sus discípulos. El hecho mismo de que fueran

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llamados “discípulos” significa que tenían un elevado grado de

compromiso para con Jesús cuando participaron de ese retiro.

Esta es la esencia del compromiso total que Jesús pedía de un

discípulo: “Si quieres seguirme, pero no estás dispuesto a tomar tu

cruz y morir por mí, no puedes ser mi discípulo. Si no estás dispuesto

a ponerme a mí primero, antes que todas las personas importantes de

tu vida: esposo, esposa, padre, madre, hijos, padres, no puedes ser mi

discípulo. Si no estás dispuesto a dejar de lado todas tus posesiones,

no puedes ser mi discípulo” (ver Lucas 14:25-33).

Quienes asistieron a este retiro se habían comprometido de

esa forma con Jesús. Le habían dicho que estaban dispuestos a tomar

sus cruces y seguirlo. Probablemente habían visto a las patéticas

víctimas de la crucifixión romana cargando sus cruces hasta el lugar

de la ejecución. Conocían el significado de esta tremenda metáfora.

Cuando Jesús dio la enseñanza que registran estos seis versículos,

simplemente les estaba diciendo el por qué, el dónde, y el cómo de

esa cruz que ellos habían prometido llevar para seguirlo.

Esta enseñanza de Jesús es, también, un desafío para la forma

en que estos líderes espirituales interpretaban y aplicaban la Ley de

Moisés. ¿Recuerda usted la pregunta que formuló el intérprete de la

ley, y que llevó a Jesús a enseñar la Parábola del Buen Samaritano?

Esa pregunta fue “¿Quién es mi prójimo?” (Lucas 10:29). Era una

pregunta muy profunda, porque la ética tradicional, que enseñaban

los escribas y fariseos, era que el prójimo era el judío, pero todos los

que no eran judíos en este mundo eran enemigos. Por lo tanto, la

aplicación que surgía era: ama a los que son judíos como tú, pero

odia a todos los demás.

No olvide que la motivación para amar a nuestros enemigos

es: “para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos”. Esta

es la bendición que Jesús prometió a quienes viven su séptima y

octava bienaventuranza como pacificadores perseguidos.

Debe existir, al menos, en nosotros, otro principio de

compromiso para que podamos tomar en serio esta enseñanza de

Jesús. Si leemos estos versículos y decimos: “Si hiciera eso, perdería

todo”, entonces, esta enseñanza no tendrá sentido para nosotros.

Debemos comprender que la autopreservación no es la ética suprema

de un discípulo de Jesús.

El apóstol Pablo comprendía el compromiso del discipulado

cuando escribió: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no

vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo

vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí

mismo por mí” (Gálatas 2:20).

¿Qué significa estar crucificado con Cristo? Significa estar

dispuesto a llevar mi cruz y seguirlo. Cuando Jesús enfrentó su

propia cruz, dijo: “Si el grano de trigo no cae a la tierra y muere, es

solo un grano de trigo. Solo cuando muere y es enterrado puede dar

fruto”. Después, oró: “Padre, mi alma está muy turbada. ¿Qué diré?

¿’Padre, sálvame de esta hora’? Este es el motivo por el que vine al

mundo”.

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Así que oró: “Padre, glorifícate a ti mismo”. Y la voz del

cielo le contestó, básicamente: “Lo he hecho, y lo volveré a hacer”.

(Ver Juan 12:23-28). En el contexto de su crisis, Jesús ordenó a sus

discípulos que aceptaran, como Él, el compromiso total que les

demostró con su ejemplo al enfrentar su cruz (Juan 12:25, 26).

Un pastor piadoso exhortaba a todo discípulo de Jesús a orar

esta paráfrasis de aquella oración del Señor: “Padre, glorifícate a ti

mismo, y envíame la cuenta. Cualquier cosa, Padre. Simplemente,

glorifícate a ti mismo”. Solo cuando hagamos junto con el Señor esta

oración que Él hizo a la sombra de su cruz comprenderemos,

aceptaremos y aplicaremos la pauta ética más elevada que el mundo

haya conocido jamás.

Durante las Guerras Santas, Francisco de Asís estaba

atendiendo a un turco que había sido herido. Un cruzado que pasaba

por allí le dijo: “Si ese turco se recupera, Francisco, te matará”.

Francisco respondió: “Pero antes de hacerlo, habrá conocido lo que

es el amor divino”.

Observe que Jesús termina su enseñanza diciendo: “Sed,

pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es

perfecto” (v. 48). La palabra “perfecto” no implica una perfección sin

pecado. Significa ‘sean maduros, completos, todo lo que Dios los

creó para que fueran’. Si la palabra “perfecto” le molesta, omítala al

principio y al final del versículo. Como resumen de toda su

enseñanza sobre el espíritu de la Ley, Jesús enseña que debemos ser

como es nuestro Padre celestial. Enseña que, como hijos de Dios,

debemos ser como nuestro Padre. Pero ¿cómo es Él?

El apóstol Pablo indica a los esposos que amen a sus esposas

como Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella (Efesios

5:25). Cuando Pablo les dice a estos esposos que amen como Cristo

amó y ama, y que den como Él dio y da, en realidad, está enseñando

lo mismo que Jesús enseña aquí: debemos ser... como es Cristo. ¿Es

esto posible?

¿Cuál es la enseñanza más dinámica del Nuevo Testamento?

Para mí, es: “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria”. Pablo,

literalmente, escribió: “He sido levantado por Dios para compartir un

secreto con la iglesia. Y ese secreto es simplemente este: que Cristo

en sus corazones es la única esperanza que ustedes tienen” (Ver

Colosenses 1:27).

Esta enseñanza ética de Jesús es absolutamente imposible,

aun ridícula, si no se produce este gran milagro: “Cristo en ustedes, y

ustedes en Cristo”. Y “juntos con Él”. ¡Pero la más dinámica

enseñanza del Nuevo Testamento sí es real! Por tanto, podemos

tomar esta enseñanza muy en serio y atrevernos a responder estas

preguntas: “¿Qué dijo Jesús?, ¿qué quiso decir?, ¿qué significa esto

para mí?”.

El versículo más profundo de este extraordinario pasaje

bíblico encaja con la estrategia y el objetivo de la misión de Jesús

para este retiro. Jesús preguntó: “¿Qué hacen ustedes, que sea más

que lo que hacen los otros?”.

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32

Como señalé anteriormente, la sal debe ser diferente de la

carne en la cual se frota para poder preservarla de corrupción. Una

traducción dice: “Si ustedes aman solo a quienes los aman, ¿qué

gracia están poniendo en práctica?” (Mateo 5:46). El significado es

que no se necesita gracia para amar a los que nos aman, pero sí se

necesita una gracia sobrenatural para amar a quienes son nuestros

enemigos.

Este difícil pasaje —en realidad, todo el capítulo— nos

desafía con la pregunta: “¿Hay algo en nuestra vida que solo pueda

explicarse por medio del secreto espiritual de que nuestro Señor

Jesucristo resucitado vive en nuestro corazón?”.

Capítulo 5

Disciplinas espirituales y valores verticales

(Mateo 6:1-34)

Jesús ya desafió a sus discípulos a mirar hacia adentro y

considerar las actitudes benditas que deben estar en sus corazones

(5:3-12). Después, los desafió a mirar a su alrededor y aplicar esas

bienaventuranzas en sus relaciones (5:13-48). Para cuando terminó

de enseñarles cómo aplicar esas actitudes en sus relaciones —

especialmente las relaciones con sus adversarios, los malos y los

enemigos—, ellos estaban más que preparados para lo que les iba a

enseñar a continuación.

El sexto capítulo nos muestra a Jesús indicando a sus

discípulos que miren en otra dirección. Entonces, Él los desafía a

encontrar la dinámica que, ahora, están convencidos de que

necesitan... mirando hacia arriba. Dado que, por definición, un

discípulo debe ser una persona disciplinada, les indica un régimen

diario de mirar hacia arriba enseñándoles la vital prioridad de vivir su

vida según algunas disciplinas y valores espirituales, verticales.

La disciplina espiritual de dar

“Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres,

para ser vistos de ellos; de otra manera no tendréis recompensa de

vuestro Padre que está en los cielos.

“Cuando, pues, des limosna, no hagas tocar trompeta delante

de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para

ser alabados por los hombres; de cierto os digo que ya tienen su

recompensa. Mas cuando tú des limosna, no sepa tu izquierda lo que

hace tu derecha, para que sea tu limosna en secreto; y tu Padre que ve

en lo secreto te recompensará en público” (6:1-4).

Ya he comentado que la “justicia” de los escribas y fariseos

era horizontal, mientras que la justicia que Jesús enseñaba y exigía de

sus discípulos era vertical. Los primeros cuatro versículos del sexto

capítulo demuestran elocuentemente esta distinción. Aunque nos

resulta difícil imaginarlo en la actualidad, los fariseos, realmente,

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Fascículo No. 33: El Sermón del Monte

33

llevaban entre sus ropas una pequeña trompeta y, cada vez que daban

una moneda a un mendigo, hacían sonar la trompeta. Querían que los

hombres vieran lo que daban y los honraran por ser píos y generosos.

Jesús tachó esta práctica con su palabra favorita para ellos:

“¡Hipócritas!”. Como los actores griegos, estos fariseos llevaban

puesta una máscara y simplemente representaban un papel cuando

actuaban de esa forma. Obviamente, estaban practicando su justicia

delante de los hombres, para ser vistos y honrados por ellos, lo que

llevó a Jesús a dar estas instrucciones para sus discípulos en cuanto al

acto de dar. La instrucción era que sus discípulos deben dar de forma

anónima, en secreto, sin que siquiera su mano izquierda sepa lo que

su mano derecha da.

Cuando estos hipócritas recibían las alabanzas de los

hombres, esa era la única recompensa que iban a recibir por lo que

habían dado. Los discípulos de Jesús deben dar en secreto al Dios

que ve lo que se da en secreto. Él los recompensará abiertamente por

lo que dan en privado y con corazón piadoso, lo cual es,

verdaderamente, la esencia de la fe y la adoración. El capítulo de la

fe en la Biblia nos dice que quien se acerca a Dios deseando

agradarlo debe creer que Él existe, y que recompensa a quienes lo

buscan diligentemente porque creen que Él existe (Hebreos 11:6).

Antes de juzgar con demasiada dureza a estos fariseos,

debemos preguntarnos si nosotros, en sentido figurado, no hacemos

“sonar la trompeta” cuando damos de manera que las personas sepan

lo que hemos dado. Como pastor, he descubierto que, en general, las

grandes ofrendas son entregadas personalmente, de tal modo que el

pastor —y, algunas veces, toda la iglesia— sepa que se ha dado esa

ofrenda. Me han dicho que es una maravillosa experiencia dar una

abultada ofrenda anónimamente... ¡y luego ser descubierto!

Debemos observar que la primera disciplina espiritual que

Jesús requiere de quienes quieren ser una de sus soluciones y sus

respuestas —sal de la tierra y luz del mundo— es la disciplina de la

mayordomía. Jesús enseña, más adelante, que Dios retiene la

verdadera riqueza, es decir, las bendiciones espirituales, del discípulo

que no es un fiel administrador (Lucas 16:10, 11). Esto hace que el

dar sea una de las disciplinas espirituales más importantes en la vida

de un discípulo.

La disciplina espiritual de la oración

Jesús exige el mismo tipo de mentalidad cuando enseña a sus

discípulos cómo orar: “Y cuando ores, no seas como los hipócritas;

porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de

las calles, para ser vistos de los hombres; de cierto os digo que ya

tienen su recompensa. Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y

cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que

ve en lo secreto te recompensará en público.

“Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles,

que piensan que por su palabrería serán oídos. No os hagáis, pues,

semejantes a ellos; porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis

necesidad, antes que vosotros le pidáis. Vosotros, pues, oraréis así:

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Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.

Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en

la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos

nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros

deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque

tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén.

Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también

a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres

sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas”

(6:5-15).

Orar no es predicar. Cuando oramos en un culto público, o

junto con otras personas, debemos recordar estas instrucciones de

Jesús y asegurarnos de estar hablándole a Dios. Jesús nos muestra

cómo estar seguros de que le estamos hablando a Dios al orar,

cuando otorga, claramente, mayor valor a la oración privada que a la

que se hace en público. Nos indica que entremos en nuestro aposento

(o cualquier lugar donde podamos estar solos) y cerremos la puerta,

porque no tenemos que impresionar a nadie más que a Dios.

Una vez que ha establecido la forma en que sus discípulos

deben encarar la oración, Jesús les enseña a orar. Nos da una oración

modelo que debería ser llamada “la oración del discípulo”: el

“Padrenuestro”.

Aunque se trata de una oración, y los pronombres en plural

sugieren que es para ser hecha con otras personas, es,

fundamentalmente, una oración modelo: un modelo de oración que

tiene la clara intención de enseñarnos a orar. Lucas presenta a Jesús

dando esta instrucción sobre la oración en respuesta al pedido de los

apóstoles: “Señor, enséñanos a orar” (ver Lucas 11:1-4).

La esencia de este modelo de oración que Jesús enseñó son

tres peticiones que colocan a Dios primero, y después, cuatro

peticiones personales. Una petición providencial es un motivo de

oración que tiene como centro lo que más le importa a Dios. El

mensaje de la Biblia, generalmente, puede reducirse fácilmente a dos

palabras: “Dios primero”. Estas primeras tres peticiones desafían al

discípulo a orar por lo que le preocupa a Dios, antes de presentarle a

Él nuestros problemas personales. Las tres peticiones que ponen a

Dios primero son: “Santificado sea tu nombre”, “Venga tu reino” y

“Hágase tu voluntad”.

Una petición personal es un motivo de oración cuyo centro es

lo que el discípulo necesita. Las cuatro peticiones personales son: “El

pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”, “Perdona nuestras deudas, así

como también nosotros perdonamos a nuestros deudores”, “No nos

metas en tentación” y “Líbranos del mal” (o “del maligno”, NVI).

Jesús indica a sus discípulos que entren directamente en la

presencia de Dios y lo llamen “Padre nuestro”. Este era un concepto

revolucionario para los discípulos que escucharon esta enseñanza de

Jesús. Eran todos judíos a los que, durante toda su vida, les habían

enseñado a percibir a Dios y aproximarse a Él como a un Dios

sublime al que solo era posible acercarse por medio de un sacerdote.

Jesús presenta a un Dios personal que está interesado en cada detalle

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de las necesidades diarias de su discípulo. David también perfiló un

Dios personal cuando declaró: “Jehová es mi pastor” (Salmo 23).

Después de llamarlo Padre, hay tres peticiones que nos

enseñan a orar poniendo a Dios primero: Tu nombre, tu reino y tu

voluntad. El nombre de Dios es la esencia de Quién y Qué es Él. El

discípulo, de hecho, está orando: “Dios, quiero vivir de tal manera

que otros conozcan y reverencien la esencia de Quién y Qué eres tú”.

Después, deben orar: “Venga tu reino”. Esto significa,

simplemente, que Dios es un Rey y que, cuando lo hacemos nuestro

rey, somos parte de su reino. El discípulo, entonces, ora: “Padre, no

estoy construyendo mi propio reino. Quiero que tu reino gobierne en

mi corazón, y quiero vivir mi vida como leal súbdito tuyo”.

La tercera petición providencial es una paráfrasis de la

segunda: “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la

tierra”. Cuando está a punto de ser arrestado y crucificado, Jesús

suda sangre mientras ora: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta

copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mateo 26:39). A

esa oración deberíamos llamarla “La oración del Señor”, porque es la

oración que hizo Jesús. Él no solo enseñó a sus discípulos a orar esta

tercera petición, sino que nos dio el ejemplo práctico de ese modelo

cuando enfrentó su más grave crisis.

Pablo nos informa que tenemos el Tesoro del Cristo vivo

habitando en nuestros vasos terrenales (nuestros cuerpos), de tal

modo que sea obvio para todos que el origen del poder de nuestra

vida proviene de Dios, no de nosotros. Un erudito que respeto mucho

cree que esta tercera petición providencial debería decir “dentro de la

tierra”, no “en la tierra”. Él cree que Jesús estaba enseñando que

debemos pedir a nuestro Padre celestial que haga su voluntad en

nuestros vasos terrenales, así como su voluntad se cumple en los

cielos. Obviamente, si la voluntad del Padre se cumple en nosotros,

también se cumplirá en la tierra a través de nosotros.

Estas tres peticiones que ponen a Dios primero deben dejarle

en claro a cada discípulo de Jesús que no debería entrar en su

aposento de oración o al culto público de oración como con una “lista

de compras” de todos sus deseos y caprichos, y encargarle a Dios que

los cumpla. Cuando ora, el discípulo debe entrar en la presencia de

Dios con una hoja en blanco y pedirle que Él le encargue lo que

desea. En el aposento de oración, tanto como en la oración con otros,

el discípulo debe ser como un soldado que se reporta para recibir

órdenes de su Comandante y Rey.

Cuando Jesús ordenó que presentemos en oración estas tres

peticiones que ponen a Dios primero, antes que las peticiones

personales, estaba enseñando que la oración no es cuestión de

persuadir a Dios para que haga nuestra voluntad. La esencia misma

de la oración es concordar con Dios y someter nuestra voluntad a la

suya. Orar no es cuestión de convertir a Dios en nuestro socio y

hacerlo participar de nuestros planes. Como Jesús nos demuestra con

su ejemplo, la esencia misma de la oración es que Dios nos convierta

en socios suyos y nos haga participar de sus planes.

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Fascículo No. 33: El Sermón del Monte

36

Las peticiones personales

“El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy…”.

Debemos continuar poniendo a Dios primero, aun al llegar a

la sección donde decimos “dame” en esta oración que Jesús nos

enseñó. Las tres primeras peticiones, que ponen a Dios primero,

deben dirigir nuestra motivación cuando nos acercamos a nuestro

Padre celestial con nuestras peticiones personales. ¿Por qué

queremos que nuestro Padre celestial nos dé el pan nuestro de cada

día, un día a la vez? Debemos pedirle a nuestro perfecto Padre

celestial que nos provea nuestro pan diario porque deseamos

profundamente ver la esencia de Quién y Qué es Dios reverenciada

en la tierra, en nosotros y a través de nosotros.

Esta oración de Jesús nos enseña que debemos orar “hoy” y

“cada día” cuando presentamos nuestras necesidades como criaturas

a nuestro Creador y Padre celestial. Observe cómo Jesús concluye el

sexto capítulo de Mateo con el mismo énfasis: “Así que, no os

afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán.

Basta a cada día su propio mal” (v. 34). En otras palabras: vivamos

un día a la vez.

En esta primera petición personal, el Señor usa el símbolo del

pan para representar todas nuestras necesidades. El pan es una

metáfora que no debemos limitar a nuestra necesidad de comida, sino

aplicar a todas las necesidades que tenemos como criaturas de Dios.

Debemos tener pan para alimentar nuestro cuerpo cada día, y

debemos alimentar nuestra alma y nuestro espíritu con el maná

celestial cada día, un día a la vez.

“Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros

perdonamos a nuestros deudores”

Las siguientes tres peticiones personales se refieren a nuestras

necesidades espirituales. La segunda petición personal se refiere al

perdón, y la siguen peticiones de dirección y liberación. El principio

de un día a la vez que aprendemos en la petición por el pan diario

debe también, sin duda alguna, aplicarse a estas tres peticiones por

nuestras necesidades espirituales. Perdón, dirección y liberación son,

también, necesidades que tenemos todos los días. El espíritu de estas

cuatro peticiones personales es: “Danos hoy nuestro pan de cada día,

que incluye nuestra necesidad de perdón, dirección y liberación”.

“No nos metas en tentación…”

Según Santiago, Dios no es tentado por el mal, y nunca tienta

a nadie (Santiago 1:13). A la luz de esa enseñanza, pues, ¿por qué el

Señor nos enseña a orar a nuestro Padre celestial Dios, que nunca

tienta a nadie, diciendo: “No nos metas en tentación”?

Estoy convencido de que el espíritu de esta petición está

basado en la enseñanza común en la Biblia de que no somos

precisamente fuertes como columnas cuando debemos enfrentar una

tentación. Jesús evaluó muy acertadamente nuestra condición

humana cuando dijo: “El espíritu a la verdad está dispuesto, pero la

carne es débil” (Mateo 26:41).

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Cuando enfrentó la mayor crisis de toda su vida, Jesús les

pidió a los apóstoles que oraran con Él. Cuando ellos cayeron

dormidos, Él los despertó y les dijo: “Orad para que no entréis en

tentación” (Lucas 22:46). Aparentemente, quería decir algo así como:

“Si ustedes conocieran el poder del maligno y la debilidad de su

propia carne, estarían despiertos y orando para no tener que

enfrentarse a la tentación”.

Cuando Jesús prescribió esta tercera petición personal: “No

nos metas en tentación”, estaba siendo coherente con su evaluación

de nuestra condición humana, nuestra carne, nuestra “naturaleza

humana sin la ayuda de Dios”. Creo que una buena paráfrasis de esta

tercera petición personal para orar sería: “Guíanos de tal modo que

no lleguemos a tener que enfrentar la tentación de pecar”.

“…mas líbranos del maligno”

En un antiguo himno, Martín Lutero nos advierte que

tenemos un antiguo enemigo espiritual que no desea nuestro bien. Se

opone ferozmente a todo lo que Cristo quiere hacer en nosotros y a

través de nosotros. Las artimañas de Satanás y su poder son grandes,

y está armado con un odio cruel, tal como no hay otro en la tierra. Si

confiáramos en nuestras fuerzas, nuestra lucha sería vana, si el

Hombre justo no estuviera de nuestro lado, el Hombre elegido por

Dios. ¿Se pregunta usted quién es ese Hombre? ¡Jesucristo,

naturalmente!

Esta petición de ser librados de nuestro antiguo enemigo

también debe ser parte de nuestra oración diaria.

Una doxología que pone a Dios primero

“Porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los

siglos. Amén”.

Jesús nos enseñó a comenzar y terminar nuestras oraciones

poniendo a Dios primero: “Venga tu reino” y “Tuyo es el reino”.

Cuando Jesús prescribió este final para la oración modelo, estaba

enseñándonos a terminar nuestras oraciones con un solemne

compromiso para con Dios de que los resultados y la gloria de que Él

conteste las peticiones presentadas en esta oración modelo siempre le

pertenecerán a Él.

En resumen

La oración que Jesús enseñó nos desafía a asegurarnos de

dirigir nuestra oración a Dios el Padre. No se nos dice que oremos a

Jesús ni al Espíritu Santo. Se nos dice que nos dirijamos a Dios

íntimamente, como a nuestro perfecto, amoroso Padre celestial.

Después, debemos comenzar nuestras oraciones con tres peticiones

providenciales, es decir, en las que Dios ocupa el primer lugar: Tu

nombre, tu reino, tu voluntad. Estas tres peticiones providenciales

son seguidas de cuatro peticiones personales: danos, perdónanos,

guíanos y líbranos. Finalmente, se nos indica que concluyamos

nuestras oraciones confesando: “Porque el poder para responder mis

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Fascículo No. 33: El Sermón del Monte

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oraciones siempre provendrá de ti, el resultado siempre te

pertenecerá a ti, y la gloria siempre será para ti. ¡Así sea!”.

La disciplina del ayuno

Como el dar y el orar, Jesús enseñó que la disciplina

espiritual del ayuno también debe ser vertical (vv. 16–18). Observe

que Jesús no dice “Si ustedes ayunan”, sino “cuando ayunen”. Les

dijo a sus discípulos que, cuando ayunen, no deben tener apariencia

de tener hambre, como si dijeran: “¡Estoy terminando un ayuno de

cuatro días y me muero de hambre!”. Jesús les dijo que tuvieran una

expresión facial radiante cuando ayunaban.

Así como el dar nos brinda la oportunidad de medir nuestro

compromiso de poner a Dios primero, el ayuno nos da la oportunidad

de medir hasta qué punto valoramos lo espiritual por sobre lo físico,

y demuestra la sinceridad de nuestras oraciones. Según Jesús,

algunos milagros son solo posibles con ayuno y oración (Mateo

17:21).

Los valores verticales de un discípulo

“No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín

corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en

el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no

minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también

vuestro corazón.

“La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es bueno, todo

tu cuerpo estará lleno de luz; pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo

estará en tinieblas. Así que, si la luz que en ti hay es tinieblas,

¿cuántas no serán las mismas tinieblas? “Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al

uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No

podéis servir a Dios y a las riquezas” (Mateo 6:19-24).

Jesús, ahora, perfilará los valores de un discípulo que está

viviendo las actitudes benditas. Según el diccionario, un valor es

‘aquello que es deseable o digno de estima por sí mismo’. Una de las

razones por las que las personas que están al pie del monte tienen

tantos problemas es que no tienen los valores correctos. Para tener

influencia como sal y luz al regresar a esa multitud, los discípulos de

Jesús deben practicar los valores que Él ahora les va a enseñar.

Después de una afirmación inicial en la que les enseña a no

desgastarse por tesoros que pierden su valor, o pueden ser robados,

Jesús hace tres observaciones muy importantes sobre los valores. Su

primera observación es una importante medida con la que sus

discípulos pueden evaluar los valores que tienen: “Porque donde esté

vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”. En otras

palabras: “Muéstrame lo que es un tesoro para ti, y yo te mostraré

cómo es tu corazón y cuáles son tus valores”.

Jesús continúa, y presenta el desafío de que una de las

preguntas más importantes que sus discípulos pueden formular o

responder es: “¿Cómo vemos las cosas?”. Cuando Jesús dice: “Si tu

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ojo es bueno” (6:22), se está refiriendo a la mentalidad. Los buenos

valores son la diferencia entre un cuerpo lleno de luz (felicidad,

pureza, bendiciones) y un cuerpo lleno de oscuridad o infelicidad. Su

terrible advertencia es que tener valores errados lleva a una gran

infelicidad. Como he señalado, cuando líderes mundiales como los

que han matado millones de personas en China, Rusia y Alemania,

tienen una mentalidad errada, el resultado es una gran oscuridad para

todo el mundo.

La tercera y extraordinaria afirmación sobre los valores es

uno de sus difíciles llamados al compromiso. No se puede tener una

“visión espiritual doble” y ser discípulo de Jesús. No podemos servir

a dos amos: Dios y el dinero.

Aplicación personal

Nosotros debemos responder a este desafío de Jesús. ¿Nos

estamos consumiendo por tesoros temporales, o eternos? Según

Jesús, esa pregunta se responde cuando consideramos nuestras

actividades, es decir, lo que hacemos todo el día; nuestras actitudes,

es decir, aquello en lo que pensamos todo el día; nuestras ansiedades,

es decir, lo que nos preocupa todo el día; nuestras ambiciones, es

decir, aquello que queremos todo el día; y nuestras alianzas, es decir,

a quién y a qué servimos todo el día. Jesús declara dogmáticamente

que un discípulo suyo no puede servirlo a Él como a su Señor y, al

mismo tiempo, servir a otra persona o cosa. Dado que Él hace esta

afirmación en el contexto de su enseñanza sobre los valores, la regla

que presenta es que un discípulo no puede servir a Dios y al dinero.

Valores de quienes son sal y luz

“Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis

de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de

vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el

vestido? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni

recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No

valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Y quién de vosotros podrá,

por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo? Y por el

vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo

crecen: no trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con

toda su gloria se vistió así como uno de ellos. Y si la hierba del

campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así,

¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe?” (Mateo 6:25-

30).

Aunque en estos versículos hay un fuerte énfasis en cómo

enfrentar la ansiedad, Jesús, fundamentalmente, está enseñando sobre

valores. Fíjese en las veinte preguntas —al menos— que Él formula

o deja implícitas al hablar de estos valores. Preguntas como: ¿Qué es

nuestro cuerpo? ¿Cuál es nuestro valor? ¿Por qué preocuparnos por

cosas que no podemos controlar? ¿Creemos que el Dios que alimenta

los pájaros y viste las flores puede alimentarnos y vestirnos a

nosotros?

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“No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué

beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas

cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas

estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia,

y todas estas cosas os serán añadidas.

Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana

traerá su afán. Basta a cada día su propio mal” (vv. 31-34).

Otra forma de decir “valores” es decir “prioridades”. Según

nuestros valores, todo discípulo de Jesús debería tener un “blanco

prioritario” con un círculo negro rodeado por doce círculos

concéntricos. Jesús concluye su enseñanza sobre valores declarando

que el centro del blanco de las prioridades que tiene un discípulo

suyo debe ser el gobierno de Dios sobre su corazón. Todos los demás

círculos deberán ser ordenados en cuanto a prioridad por el Rey de

reyes y Señor de señores a medida que le muestra a su discípulo lo

que es justo o correcto. El discípulo tiene la promesa de Jesús de que

todas aquellas cosas por las que nos sentimos tentados a

preocuparnos todo el día serán provistas por nuestro Padre celestial.

Lo desafío a que confiese estos valores de Jesucristo. Mi

esposa y yo decidimos reclamar esta promesa de Jesús cuando nos

casamos e iniciamos una iglesia. Jesús ha cumplido su promesa para

nosotros desde 1956. Dios nunca dejó de suplir nuestras necesidades,

y le probará que esta promesa de Jesús también es real en su vida, si

usted hace de Él, y de lo que Él desea hacer en usted, la prioridad

más importante en su vida.

Capítulo 6

La invitación

(Mateo 7:1-27)

En este último capítulo del Sermón del Monte, leemos que

Jesús llevó su más importante sermón al punto de la definición

cuando invitó a quienes lo habían escuchado a decidir si iban a ser

sal de la tierra o si no servirían para nada. Jesús era el predicador-

maestro más práctico que haya escuchado jamás este mundo.

Concluyó su “primer retiro cristiano” diciéndoles, básicamente, a

quienes habían escuchado su discurso: “Lo que realmente creemos es

lo que hacemos. Todo lo demás es mera palabrería religiosa... ¡y eso

no le sirve para nada a nadie!”.

Jesús ha enseñado a sus discípulos a mirar hacia adentro y

darse cuenta de que sus ocho bienaventuranzas los convertirán en la

sal y la luz que tan desesperadamente necesita la multitud. También

les ha indicado que miren a su alrededor y apliquen esas benditas

actitudes en sus relaciones. Esto constituyó un desafío tal que ellos

estaban más que dispuestos a escuchar su desafío de mirar hacia

arriba y recibir de Dios la dinámica —las disciplinas y los valores

espirituales— que necesitaban inevitablemente para poder mirar

hacia adentro y a su alrededor, como debían hacer.

El desafío de Jesús, ahora, era: “¿Qué harán con lo que

saben?”. Con frecuencia, Jesús hacía énfasis en la aplicación práctica

cuando acababa de dar una enseñanza profunda. Más adelante,

cuando lavó los pies de los apóstoles y les enseñó a ser humildes,

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declaró: “Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las

hiciereis”. Y también preguntó: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor,

y no hacéis lo que yo digo?” (Juan 13:17; Lucas 6:46).

Ahora, desafía a quienes han escuchado su sermón con tres

exhortaciones: “Antes de salir de esta montaña, comprométanse total

e incondicionalmente a mirar hacia adentro, a su alrededor, y hacia

arriba”.

“No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio

con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os

será medido. ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu

hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? ¿O

cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la

viga en el ojo tuyo? ¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo,

y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano.

“No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas

delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os

despedacen” (7:1-6).

Jesús tenía un gran sentido del humor. Algunas veces,

utilizaba el humor para hacer énfasis en la verdad que estaba

enseñando e ilustrarla de forma más vívida. Por ejemplo, dijo que los

líderes religiosos “colaban el mosquito y se tragaban el camello” (ver

Mateo 23:24). Para dejar en claro lo que quería decir —que sus

discípulos no debían ser exageradamente críticos—Jesús hace

algunas preguntas: “¿Por qué estás tratando de encontrar una

pequeña pajita en el ojo de otra persona, cuando tienes un tronco

clavado en tu propio ojo? ¿Cómo puedes ayudar a otra persona a

quitar la pajita de su ojo, si tú tienes un tronco clavado en el tuyo?

Un hombre fue a ver a su pastor. Tenía lechuga en la cabeza y

dos huevos fritos y tocino en cada oreja. Cuando el pastor, atónito, le

preguntó: “¿En qué puedo ayudarlo?”, ¡el hombre respondió: “Pastor,

quiero hablar con usted acerca de mi hermano”! Algunas personas

están obsesionadas por los problemas de los otros. Algunas veces son

hipercríticas y continuamente les echan la culpa de todo a los demás,

cuando es obvio para todos que ellos son el problema.

Jesús describe elocuentemente a estas personas con su

humorística y profunda metáfora. Entonces, formula dos preguntas

muy profundas: “¿Por qué hacen esto?” y “¿Cómo pueden llegar a

tener éxito?”. Lo fundamental de esta enseñanza es: comprométanse

a mirar hacia adentro y sacar la viga de su propio ojo, para luego

poder ayudar a los demás a quitar las pajitas de sus ojos.

Pero las siguientes palabras de Jesús no tienen nada de

humorísticas. Jesús aplicó su metáfora humorística de la siguiente

forma: “¡Hipócrita! Quítate la viga de tu ojo, y entonces verás

claramente para quitar la paja del ojo de tu hermano”. Dado que esta

enseñanza comienza con la declaración de que no debemos juzgar a

los demás, muchos piensan que esa es la única verdad que Jesús

enseña aquí.

En realidad, Jesús estaba enseñando que, cuando se trata de

problemas de relación, el discípulo tiene que hacerse miembro del

“Club de Yo Primero”. Un discípulo de Jesús debe permitir que Dios

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trabaje en sus problemas personales antes de ponerse a ayudar a los

demás a solucionar los suyos. Por tanto, no debe juzgar a los demás

severamente. Su instrucción es: “Júzgate primero a ti mismo, y

después, podrás ayudar a los demás en sus problemas.

¡Comprométete a mirar hacia adentro!”.

Jesús añadió a esta enseñanza que las relaciones humanas son

una calle de doble vía. La medida con que midamos a los demás será

la que ellos utilicen para medirnos a nosotros. Esta es una metáfora

tomada de la actividad comercial. Si un comerciante sospechaba que

otro comerciante no tenía una balanza exacta, cuando este le vendía

algo, podía decirle que utilizara la misma balanza que había usado

cuando le había vendido a él. Este fue el cierre de la enseñanza de

Jesús sobre cómo relacionarnos con los demás discípulos.

Las palabras de Jesús sobre las perlas y los cerdos son el

resumen de su desafiante enseñanza sobre la relación con los

adversarios, los malos y los enemigos. Debemos alcanzar a estas

personas; sin embargo, es posible que nos desgastemos y

desperdiciemos nuestras perlas, si ellas no tienen interés en lo que les

ofrecemos. No debemos ser faltos de discernimiento; debemos saber

discriminar y administrar sabiamente nuestra vida y nuestro

ministerio.

Su segunda exhortación es un llamado a comprometernos a

mirar hacia arriba: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y

se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla;

y al que llama, se le abrirá. ¿Qué hombre hay de vosotros, que si su

hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pescado, le dará

una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas

dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los

cielos dará buenas cosas a los que le pidan?” (Mateo 7:7-11).

Todo el sexto capítulo es el registro de la exhortación de

Jesús a mirar hacia arriba, y recibir las disciplinas y los valores

espirituales que provienen de Dios. Ahora, Jesús llama a sus

discípulos a un compromiso total e incondicional de aprender y

aplicar esas disciplinas y valores que enseñó al desafiarlos a mirar

hacia arriba.

En el idioma griego, el tiempo presente representa acción que

continúa en el tiempo. Estos versículos, por tanto, podrían

parafrasearse como: “Pidan, y sigan pidiendo, porque el que pide y

pide, recibe...”. El punto es que Jesús está desafiando a sus discípulos

a mirar hacia arriba continuamente y con perseverancia. El acto de

buscar es una búsqueda continua e intensa, y el de golpear, es golpear

continua e intensamente. ¡Jesús llama a sus discípulos a ser personas

apasionadas por Dios!

Esta exhortación concluye con la emocionante promesa de

que todo aquel que pide, busca y golpea con perseverancia recibirá,

encontrará y, finalmente, verá abrirse la puerta a la presencia de

Dios. Esta increíble promesa viene seguida de la hermosa seguridad

de que si nosotros, seres humanos falibles, damos buenos dones a

nuestros hijos, nuestro amoroso y perfecto Padre celestial, sin duda,

dará buenos dones a quienes se los pidan.

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Fascículo No. 33: El Sermón del Monte

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Me sorprende tremendamente que sean muy pocos los que

enseñan y predican esta invitación de Jesús en la actualidad. Me

entristece que sean menos aun los discípulos de Jesús que responden

a esta invitación a convertirse en discípulos apasionados por Dios.

La tercera exhortación de Jesús antes de que estos discípulos

regresen a las relaciones que los esperan al pie de la montaña, es a

comprometerse total e incondicionalmente a mirar a su alrededor:

“Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con

vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley

y los profetas” (Mateo 7:12).

Jesús, de hecho, concluye su sermón con este versículo, que

es conocido como “la Regla de Oro”. Es la mayor enseñanza que este

mundo haya oído jamás sobre relaciones humanas. Jesús sostiene que

esta breve frase cumple toda la Ley y los Profetas (es decir, el

Antiguo Testamento), es decir, las Escrituras que existían en aquel

tiempo.

Un erudito ha escrito: “Como de costumbre, con Jesús, las

cosas principales son las cosas claras, y las cosas claras son las cosas

principales”. Lo que Jesús enseña aquí es, simplemente: “Elijan a

alguien de la multitud que está al pie de la montaña, y pónganse en

su lugar. Si ustedes fueran esa persona, ¿qué querrían que hiciera por

ustedes un discípulo de Jesús? Cuando sepan la respuesta a esa

pregunta, háganlo; sea lo que sea, simplemente, ¡háganlo! Eso es

todo lo que enseña la Biblia sobre las relaciones interpersonales”.

Aplique esta enseñanza a su cónyuge, sus hijos, sus padres o

sus hermanos y hermanas en Cristo. Aplique esta Regla de Oro a las

personas de otras razas. Entonces, se convertirá en la regla de oro de

las relaciones interraciales, maritales, familiares, de la comunidad

espiritual. No olvide aplicarla a sus adversarios y enemigos.

Quizás, la aplicación principal que Jesús tenía en mente era

aplicar esta enseñanza a las personas que no saben nada de Cristo y

de la salvación. Entonces, se convierte en la regla de oro para las

misiones y el evangelismo.

La gran invitación

Después de lanzar sus tres llamados al compromiso, que

concluyen con la Regla de Oro, ahora, Jesús hace una invitación con

palabras muy duras. Jesús no estaba invitando a las personas a recibir

algo a cambio de nada. No era una invitación a ser salvos, sino un

llamado y un desafío a convertirse en soluciones y respuestas

comprometidas de Jesús para alcanzar al mundo para Él.

El precedente de hacer invitaciones que llevan a quienes han

escuchado la predicación o la enseñanza a un punto de decisión y

compromiso se remonta a Moisés y los profetas (Deuteronomio

30:19, 20). Hacer invitaciones era un aspecto distintivo muy

importante del ministerio de Jesucristo. Cuando Él organizó este

retiro, el desafío era: “¿Eres parte del problema, o serás parte de la

solución? ¿Estás en la multitud que quedó al pie de la montaña, o

estás en la cima con Jesús?”.

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Fascículo No. 33: El Sermón del Monte

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Pero, al concluir la enseñanza, quienes profesan ser discípulos

de Jesús y, por lo tanto, profesan ser una de sus soluciones y

respuestas, escuchan una invitación extraordinaria. Recuerde que

todas las personas que escucharon esta invitación profesaban ser

creyentes. Esta invitación fue hecha a los discípulos que estaban en la

cima del monte. El punto fundamental de ella es: ¿Qué clase de

discípulo eres?

Esta es la invitación: “Entrad por la puerta estrecha; porque

ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y

muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y

angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan”

(vv. 13, 14).

Hay dos posibilidades. Tres veces, en esta invitación, Jesús

dice que hay dos clases de personas que dicen ser sus discípulos. En

esta parte de la invitación, dice que están los muchos y los pocos.

Los muchos piensan que hay una forma fácil de ser la solución, la

respuesta, de ser sal y luz. Pero nunca se convierten, verdaderamente,

en soluciones y respuestas. No son sal salada ni luz brillante; solo

dicen serlo. Jesús, básicamente, está diciendo: “Si ustedes observan

lo que sucede con muchos que siguen la línea del menor esfuerzo y

piensan que hay una forma fácil de ser parte de mi solución y mi

respuesta, no querrán ser uno de los muchos.

“Pero también están los pocos. Ellos saben que no es fácil.

Los muchos creen que todo comienza con una puerta ancha seguida

de un camino amplio y parejo; pero eso los lleva a la destrucción.

Los pocos saben que la puerta es pequeña y el camino que le sigue es

estrecho, difícil y disciplinado. Pero ese camino lleva a la vida. Solo

unos pocos lo encuentran. El desafío es: ¿Eres tú uno de los muchos,

o de los pocos?”.

Jesús, entonces, presenta dos posibilidades más: “Guardaos

de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas,

pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis.

¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así,

todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos.

No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos

buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el

fuego. Así que, por sus frutos los conoceréis” (vv. 15-20).

La dura invitación continúa: “¿Eres un discípulo verdadero o

falso?”. Jesús enseñó la parábola del trigo y la cizaña, en la que

predijo claramente que su reino (su iglesia) sería una mezcla de

discípulos falsos y verdaderos (Mateo 13:24-30). Hasta enseñó que

no podremos distinguirlos. No debe sorprendernos escuchar que su

invitación presente las dos posibilidades del discípulo verdadero y el

falso.

Jesús retorna a la metáfora de la ley natural en el mundo

espiritual cuando declara que podemos ver la diferencia en nuestra

propia vida o en la de los demás: “Todo árbol bueno da buen fruto.

El árbol malo da fruto malo. Un árbol malo no puede dar fruto

bueno”. De la misma forma: “Un árbol bueno no puede dar mal

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fruto”. El desafío es: “¿Eres un árbol bueno o malo? ¿Un discípulo

verdadero o falso?”.

Ahora, escuche esto: “No todo el que me dice: Señor, Señor,

entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi

Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor,

Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera

demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les

declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad”

(Mateo 7:21-23).

Estas son algunas de las palabras más increíbles del Nuevo

Testamento. Los discípulos usarán tres palabras para evaluar la vida

y el ministerio que tuvieron al seguir a Jesús: “¡Hicimos muchos

milagros!”. Y Jesús usará tres palabras para juzgar la vida y el

ministerio de ellos: “¡Hacedores de maldad!”.

El tercer par de posibilidades en esta dura invitación de Jesús

es: “¿Eres uno de los discípulos que solo habla, o de los que

realmente hacen la voluntad del Padre?”.

Esto lleva a la dramática conclusión del mayor discurso de

Jesús: “Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le

compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca.

Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon

contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca.

Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le

compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena;

y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con

ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina” (vv. 24-

27).

Estas palabras finales de Jesús continúan con el tema de “los

que dicen y los que hacen” en su invitación. El desafío final es que, si

un discípulo ha escuchado esta enseñanza, pero nunca aplica lo que

ha escuchado, no tiene fundamento para su vida ni para su profesión

de fe. Si aplica lo que ha escuchado, su vida y su fe están edificadas

sobre un fundamento sólido.

Si usted fuera un artista talentoso, y yo le diera un lienzo,

pinturas y pinceles, y le pidiera que pintara la vida, ¿qué pintaría?

Los jóvenes quizá pintarían algo idealista, como un muchacho o una

joven divirtiéndose en grande. Sus padres, quizá, pintarían algo muy

pesimista que reflejaría la dura vida que ellos han llevado.

Jesús no era ni idealista ni pesimista. Era realista. Él enseñó

que la vida está hecha de tormentas. Nadie es inmune a las tormentas

de la vida. Estas tormentas golpean a las dos casas por igual. Pero la

vida que está edificada sobre la obediencia a su enseñanza sobrevive

a la tormenta, y la vida que solo escucha su enseñanza, pero no la

obedece, no sobrevive. Esa vida se desmorona, y su ruina es muy

grande. El sermón concluye con el desafío: “¿Qué clase de discípulo

eres?”.

Las últimas palabras que leemos son la respuesta de las

personas que no asistieron al retiro, pero habían ascendido lo

suficiente por las faldas que gradualmente llegan hasta la cima del

monte como para observar el estilo de enseñanza de Jesús: “Y

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cuando terminó Jesús estas palabras, la gente se admiraba de su

doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como

los escribas” (vv. 28, 29).

Conclusión

Jesús lo invita a usted, como invitó a sus discípulos, a ser

parte de su solución para la multitud que vaga, desesperanzada, en la

oscuridad. Lea estos tres capítulos una y otra vez, y pídale a Dios que

lo ayude, no solo a comprender sus enseñanzas, sino a obedecerlas y

a vivirlas en la práctica. Entonces... “Pedid, y se os dará; buscad, y

hallaréis; llamad, y se os abrirá” (Mateo 7:7).

Si usted ha decidido convertirse en un verdadero seguidor y

discípulo de Jesucristo, por favor, escríbanos y cuéntenos, para que

podamos enviarle otros fascículos que lo ayudarán a crecer en la fe.

Mi oración es que Dios haya usado este fascículo para ayudarlo y

alentarlo a ser una luz brillante en el lugar donde Dios lo ha ubicado

estratégicamente.