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Allí estaban los dos humanos, de repente eran como él, estaban como él, desnudos. Siempre lo habían estado, como él, como el demonio que adoptó la forma de la sierpe para tentarlos, pero mientras que él lo sabía, ellos vivían en la feliz ignorancia. Sin
embargo, la primera parte de su plan había tenido éxito, y allí estaban, arreglándoselas con unas tristes hojas. Puede que no tuviera el conocimiento que tanto ansiaba sobre su pasado, pero el demonio sonrió al traer desde el futuro que tan bien creía ver, tantas y tantas imágenes de aquel momento a cargo de los principales artistas de cada época.
Ahora los humanos "sabían", pero lo mismo que él, pronto averiguarían que no lo sabían todo, y que querían saber más. Ése era el verdadero fruto del árbol del
conocimiento del Bien y del Mal.
El demonio no podía investigar, no tenía forma de hacerlo, pero quería ante todo conocer su pasado, su origen. Pensaba que sólo así podría acelerar lo que sabía que era su brillante futuro, el dominio total y absoluto de... bueno, de todo. ¿Acaso no era
lo más bello? ¿Acaso no era lo más sapiente, dejando aparte a aquel molesto Dios? La lógica, y el demonio, ya en aquel entonces, era un auténtico maestro de esa disciplina,
decía que él debía reinar.
Sin embargo, no estaba más vestido que aquella pareja de repente consciente de sí mismos, de su vulnerabilidad ante Dios, ante la Naturaleza y ante la mirada del otro.
Él, como serpiente aún no maldita, no era nada, no era nadie para ellos, pero el demonio sabía que dentro de poco, de una u otra forma, lo sería todo, y que pronto
aquel Jardín sería sólo suyo.
La mujer y el hombre alzaron sus rostros a la vez. Hablaron, pese a que antes no sabían, y sendos regueros de lágrimas surgieron de los bellos ojos marrones de la
mujer, mientras el hombre agachaba el rostro, incapaz aún de contener las suyas. Adán y Eva nunca habían llorado. Bien, se dijo el demonio, ahora conocen la impotencia,
como yo cuando los veo como la cumbre de la creación. ¡Ja! ¡Ése puesto era para mí!, ¿Me oyes...? Pero el demonio no pudo terminar.
Algo había ocurrido. Allí estaba su forma anterior, la de la serpiente, en el suelo, retorciéndose como simple animal, en busca de un calor que como demonio nunca
antes había necesitado. ¿Y el entorno? Ya no era el Jardín que tan bien conocía. Ante sus ¿ojos?, se extendía una pradera inmensa, abierta, vacía, azotada por una brisa
perenne y sin piedad.
Y el demonio descubrió de pronto y a la vez que ya no era serpiente y que ya no estaba solo. Había a su alrededor varios más, y más adelante (de repente el espacio cobró
sentido para él)... más adelante caminaban Adán, Eva y dos niños. El demonio se miró. ¡Era humano!
Es dificil cuantificar la ira que sintió el demonio en aquel momento, de hecho era una energía tan potente que sin saberlo el demonio salió de su humano y entró en los
corazones de todos los demás...
Más adelante, se hizo de noche. Todos aquellos nuevos humanos sintieron frío, pero la semilla demoníaca que todos llevaban sin saberlo, no se alegró, sino que sintió de
repente un miedo cerval, porque en los gestos de ayuda mutua, en lo símbolos de cariño entre aquellas familias, en la serenidad con que Adán abrazaba a Eva practicando el
perdón sin ser consciente de ello, el demonio vio un futuro que no conocía, un futuro en
que la muerte de un dios-hombre lo derrotaba sin remisión y vaciaba su único dominio verdadero, aquel infierno que ni a él le gustaba y que iba bien pronto a comenzar a
llenar...
Muy lejos, Dios también soltó una lágrima, solitaria y amarga. El Jardín que había pensado estaba vacío, y sus hijos de alguna forma se habían emancipado. Llevaban
consigo Su esencia, aunque sabía que echando al demonio también éste les acompañaría siempre. Incluso después de enviarse como Hijo suyo..., pero Dios no sabía de ningún otro modo de proteger su creación que hacerla realmente libre...