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Parábola del Jucio Final

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Page 1: Parábola del Jucio Final
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La liturgia de la palabra nos presenta a Jesucristo como Rey, Pastor y Juez de su pueblo

y nos recuerda el juicio final, que se centra en el amor a Dios por medio del prójimo.

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Una vez más, Jesús establece el amor y la preocupación por el hermano necesitado,

como norma suprema de conducta y que a su vez es el requisito para acceder a la vida eterna.

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Lo que plantea la parábola es que la vida del «más allá», está en el camino del «más acá».

Ese camino es precisamente el hermano, el hermano que tiene hambre, que tiene sed, que anda desnudo, o está preso, o enfermo...

Esta letanía que la parábola ofrece, ha de ser adaptada a la situación de cada momento histórico:

¿Cuáles son hoy las formas modernas de pasar hambre, tener sed, estar desnudo...?

¿Cuáles son hoy las enfermedades modernas y las prisiones nuevas que dejan al ser humano más postrado?

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Sólo entrando en comunión con el empobrecido, atendiéndolo cada vez que sea necesario

y evitando toda injusticia, se tiene acceso a la «salvación», que empieza a construirse en esta vida.

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Esta página casi final Jesús mismo pone en labios de los protagonistas, tanto

buenos como malos, unas palabras de extrañeza:

"Señor, ¿cuándo te vimos hambriento,

y te dimos de comer;¿sediento, y te dimos de beber?

¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos?;

¿desnudo, y te vestimos?

¿Cuándo te vimos enfermo? ¿o preso, y fuimos a verte?".

Y el les responderá: "Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo".

Mateo 25,31-46

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Resulta que Cristo estaba durante todo el tiempo en la persona de nuestros hermanos,

él mismo se identifica con las personas que encontramos en nuestro camino y en el día final será el pastor que divide a las ovejas de las cabras y el juez

que evalúa nuestra actuación.

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Tenemos que ir viendo a Jesús mismo en la persona del prójimo, en nuestros familiares,

en los que trabajan con nosotros, en los miembros de nuestra comunidad religiosa o parroquial, sobre todo a los más pobres y necesitados.

No se trata solamente de no dañar, sino de hacer el bien y de vencer al mal con el bien.

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Al Cristo a quien hemos escuchado y recibido en la misa, es al mismo a quien debemos servir

en las personas con las que nos encontramos durante el día. Pues sobre esto va a versar la pregunta del examen final como lo expresó san

Juan de la Cruz: «Al atardecer de la vida, seremos juzgados sobre el amor»

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«Jesucristo ha de venir al fin del mundo, para juzgar a vivos y muertos,

y para dar a cada uno según sus obras».

Las palabras de Cristo en ese día serán: "¡Vengan!" ó "¡Apártense!".

Mas, si lo pensamos bien, esas palabras no son otra cosa que un espejo de las

obras de unos y otros.

Los que se acercaron a Cristo escucharán que Cristo les dice que se acerquen;

los que se apartaron de Cristo escucharán que Cristo les dice que se aparten.

El gran juicio es sólo un espejo ampliado de la vida que llevamos.

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El juicio se está realizando cada día, la sentencia final será fruto del actuar de toda una vida y que vamos tejiendo respecto al amor o al egoísmo.

Sólo a la luz del juicio final, conoceremos a Aquel que es el Amor y la Misericordia.

Sabremos si en verdad caminamos por este mundo como hijos suyos.

Seremos acogidos o rechazados conforme al trato que hayamos dado a los pequeños, con los que se identificó Jesús.

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Por eso, mientras caminamos por este mundo, Dios nos concede este tiempo favorable

de su gracia para que reflexionemos con toda lealtad acerca de nuestra vida de fe.

Si no lo hacemos, habremos perdido el tiempo.

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Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María,

nuestra Madre, la gracia de vivir nuestra fe en Cristo, amándolo no sólo interiormente,

sino haciendo el bien a todos, especialmente a los pobres, a los pecadores y a los desprotegidos, para poder, ser recibidos, como hijos amados, en las

moradas eternas. Amén

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